PARA OÍRTE MEJOR (Las sombras del Alpha II) - Lena Valenti - E-Book

PARA OÍRTE MEJOR (Las sombras del Alpha II) E-Book

Lena Valenti

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Beschreibung

Kim siempre lo tuvo claro. Desde que un año atrás fue rescatada de un contenedor de trata por Asher, el peligroso y silencioso luperco de pelo rojo, supo que ya no habría nadie más para ella. Pero el rechazo abierto del luperco la obliga a tomar una decisión y a conseguir sus sueños fuera de Otsagabia y lejos de él. Lo que no se imagina es que Asher tiene otros planes para Kim: su lobo siente la necesidad de cuidar de ella y de estar cerca, aunque no sabe cuál es el motivo, dado que él es incapaz de enamorarse o de reclamar a nadie. Ahora, cuando Kim descubra que Asher quiere protegerla, saltarán chispas, y piensa ponerlo a prueba más de una vez. Eso si sobreviven a la amenaza que se cierne sobre ellos. Caperucita nunca podrá escuchar al lobo, hasta que él no le hable de verdad.

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PARA OÍRTE

MEJOR

Las Sombras Del Alpha, II

Lena Valenti

Primera edición: noviembre 2024

Título: Para oírte mejor

Colección: Las Sombras del Alpha, 2

Diseño de la colección: Editorial Vanir

Corrección morfosintáctica y estilística: Editorial Vanir

De la imagen de la cubierta y la contracubierta:

Shutterstock

Del diseño de la cubierta: © Editorial Vanir, 2024

Del texto: ©Lena Valenti, 2024

De esta edición: © Editorial Vanir, 2024

ISBN: 978-84-17932-96-1

Depósito legal: DL B 16661-2024

Bajo las sanciones establecidas por las leyes quedan rigurosamente prohibidas, sin la autorización por escrito de los titulares del copyright, la reproducción total o parcial de esta obra por medio o procedimiento mecánico o electrónico, actual o futuro —incluyendo las fotocopias y la difusión a través de internet— y la distribución de ejemplares de esta edición y futuras mediante alquiler o préstamo público.

ÍNDICE

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Capítulo 16

Capítulo 17

Capítulo 18

Capítulo 19

Capítulo 20

Capítulo 21

Capítulo 22

Un lobo no tiene miedo a amarte toda la vida.

Capítulo 1

Años atrás

Ari Aro no tenía ninguna duda de que el espécimen que tenía frente a ella era el que le parecía más interesante y el más atractivo de todos. No podía negar su belleza y lo dominante que era —aquel era un rasgo que tenían esos seres— y eso que estaba en plena adolescencia. Su pelo oscuro y rojizo, y esos ojos de color plata tiza, la atraían más que los de los otros hermanos, que también tenían atributos que llamaban mucho la atención. Pero a ella le gustaban los desafiantes.

Sin embargo, Ari sentía asco hacia sí misma por valorar o admirar la belleza de uno de esos despojos que iban en contra de todo lo que debía existir.

A punto de cumplir los quince años, aquel sujeto desnudo, encadenado y drogado hasta las cejas, necesitaba encontrar algún tipo de alivio a su excitación sexual provocada. Tenía un cuerpo ya de hombre, atlético y rudo como pocos había visto, y eso que todavía era un chaval. Cuando llegase a su madurez sería amedrentador.

Por algún motivo, a Ari le divertía más provocar, herir y torturar al sujeto dos, antes que al uno o al tres. Allí, en La Fábrica, los tenían a los tres numerados.

El uno era el rubio, el que, sin duda, era líder del trío y el que hablaba con ellos y los controlaba o los calmaba cuando podía.

Era muy guapo, de estructura facial adonísea. Aguijoneaba a los científicos para proteger a sus hermanos y ser él el centro de las torturas.

El tres era el moreno, un hombre de mucha sexualidad y también muy persuasivo, que parecía que ni sentía ni padecía, y era frío y con un autocontrol apabullante.

Pero el dos era él. El más volcánico y también el más visceral. Ya podían estar abriéndole con el bisturí creado con sus propias garras, o quemándolo, o abusando de él de mil formas creativas, que el tipo continuaba hablando sin parar, riéndose de ellos, y dedicándoles todo tipo de improperios, a cuál más ocurrente. Además, le encantaba describir cómo iba a matarla.

—Doctora Perra —así la llamaba. Ya podía estar chorreando sangre, como en ese momento en el que le habían extraído uno a uno sus dientes y sus colmillos, sin anestesia. Escupía salivazos rojizos que se deslizaban como hilos rojos desde sus labios al suelo. Sus dientes le empezarían a crecer inmediatamente. Y con lo que hablaba, era un martirio, el hijo de puta. Tardaría unas horas en tener todo el juego completo—. Cuando salga de aquí, te buscaré y te diré lo que haré contigo. Primero te arrancaré la piel a tiras, después cortaré cada una de tus extremidades y haré filetitos contigo. Te cortaré lentamente y te mantendré viva para que veas cómo vas perdiendo centímetros de tu maligno cuerpo. Será divertido oírte gritar y llorar.

Lo observaba con mirada azul hielo, repleta de análisis y cero empatía, a través de los cristales de la sala colindante de estudio en el que él, y el resto de su camada, eran analizados día tras día.

Y Ari estaba harta, porque no había modo de quebrarlo. El sujeto dos nunca gritaba, no se quejaba, no aullaba. Era demasiado analista, como si pudiera ver a través de todos y cada uno de ellos.

Como si se creyese superior y supiera que, un día, el juicio divino caería sobre ellos. Estúpido. Dios no existía.

Lo que no soportaba era la sonrisita que tenían sus ojos mientras lo maltrataban.

Era un provocador, puro y duro. Y Ari no lo entendía, porque estaba en inferioridad de condiciones, a merced de La Fábrica y nunca podría salir de allí.

Ella se había tomado muy a pecho el castigo a ese tipo, hasta el punto de convertirlo en algo personal, y casi era un objetivo de vida hacerlo llorar y destruirlo, pero el caramelo no llegaba. Lo habían probado todo: sin embargo, esa especie se regeneraba como una lagartija. Y no eran lagartijas: eran híbridos de lobo. Perros. Chuchos mutantes con una biología interesante y de la que ellos extraerían hasta el último gen.

La científica se mantenía sentada detrás del monitor en el que estudiaban sus constantes vitales, con aquel repetitivo pitido lento y pausado, señal de que nada lo inmutaba. Comparaba los cambios en su cuerpo, cruzada de brazos, esperando que, esa vez sí, su plan afectase al del pelo tinto.

—¿Crees que funcionará tu plan con él? —preguntó su padre, Dan Aro, el jefe del proyecto Quimera, revisando los apuntes del sujeto número dos, y chequeando con su bolígrafo plateado sus resultados.

—Me interesa mucho cómo se relacionan a niveles sexuales —convino Ari recogiéndose casualmente el pelo rubio en una coleta corta y baja—. Cómo se vinculan a niveles instintivos y cómo funcionan sus hormonas.

—A mí también —Dan sonrió y levantó la vista de sus apuntes para observar al sujeto por encima de la montura de sus gafas—. Por eso estamos aquí. Pero tu fijación con él me preocupa. —No es fijación —aseguró—. Son bestias. Sabuesos, papá. Nos deben respeto —gruñó disgustada—. La humanidad no está lista para saber que algo tan abrumador y asqueroso existe, pero ellos no están listos para los Aro. Nuestra familia se ha dedicado durante siglos a mantener a raya a estos animales paganos. Llevamos años con ellos, día tras día… Y, con todo y con eso, no ha habido un solo día que este cabrón no me haya sonreído como si viera mi muerte futura.

—Son soberbios y orgullosos. Como tú.

—Pero en mí son cualidades. En ellos… es una vergüenza. Les hemos hecho de todo para que hayan perdido el orgullo —dijo ella resoplando malhumorada—. Cualquier hombre se suicidaría por las vejaciones, o dejaría de ser útil para la vida si sufriera solo un uno por ciento de todo lo que hemos probado con ellos. No… —sacudió la cabeza convencida—. Este… este es harina de otro costal —lo señaló con un golpe de barbilla—. Hay que hacerle otra cosa distinta que al resto. Es muy emotivo. Lo sé, por las expresiones que pone cuando sabe que nos estamos encargando de sus hermanos. Ellos le duelen. Para romperlo y ponerlo en su sitio, hay que buscarle las cosquillas de otro modo. Encenderlo, estimularlo… —enumeró como quien daba la lista de la compra—. Crear una vinculación y fracturarla a cachitos. Hacerle sentir verdaderamente mal. Son adolescentes y sus hormonas están hiperactivas, como las de un chaval pajillero. Aprovechémoslas.

Dan dejó ir una risita y se encogió de hombros dándole toda la batuta a aquel nuevo nivel de estudio de su hija. Ari era muy orgullosa y metódica. Implacable. Y como buena Aro, odiaba que las bestias se burlasen de ella. Estaba bien que los pusiese a todos en su lugar. Total, jamás saldrían de ahí. Eran de ellos, sus esclavos, sus mascotas, para hacer con ellas lo que quisieran.

La alarma del reloj digital dorado de muñeca de Dan sonó con un sonido agudo y rítmico.

Ari entornó la mirada para contemplar a su padre.

—Debo ir a activar el programa. Quiero ver si hay rastro del sujeto K.

—Suerte. Pero no la vas a encontrar —musitó con tono escéptico.

Su padre la regañó con la mirada y salió de la sala de operaciones para ir a revisar si el localizador se activaba.

Durante años, desde el momento en el que Kayla, el experimento más valorado de su padre, desapareció de sus vidas sin dejar rastro, Dan Aro tenía un ritual que seguía al pie de la letra todos los días. Activar el programa de localización de su hija, por la mañana y por la noche, con la esperanza de poder encontrarla y recuperar su valioso material genético. Le habían insertado un diminuto chip debajo del meñique del pie, para que su madre no lo percibiese. Pero era un chip de corto alcance, dado que nunca pensaron que pudiera ocurrir lo que, en realidad, había ocurrido. Sus estudios y sus avances con Kayla se habían interrumpido cuando ella y su mujer Tessa Mihura se fueron un día de verano, de Atlas, con una simple nota de despedida diciéndole que nunca más las verían. Y así había sido. Se habían esfumado, porque Tessa había descubierto lo que estaban haciendo con la niña.

Y, desde entonces, no había modo de encontrar su paradero. Oh… y lo lamentaba. A Dan aquello le pesaba una barbaridad. No porque las echase de menos, sino porque eran años de estudio en su sujeto K.

Ari sabía que con ello, con esa huida, habían perdido a un gran activo para su estudio definitivo de su programa y experimento Rheszero K.

Pero, al menos, tenían a los chuchos. Debían seguir investigando con ellos. Hasta que encontrasen un material genético como el que había dado lugar en el cuerpo del incordio de su hermanastra.

Los ojos de gata que tenía Kayla y su manera de mirarla siempre la habían puesto nerviosa. Era una mocosa insoportable. Y odiaba verla pasear tan tranquila con sus amigas ordinarias del aserradero. Ari nunca entendió por qué su padre le daba tanta libertad al sujeto K. Debería estar permanentemente en una camilla, como lo estaban las bestias. Pero su padre prefería que su experimento se desarrollase en un hábitat natural, rodeada de normalidad y sin el estrés constante de los tratamientos. Además, el tonto de Dan estaba pillado por los huevos por Tessa.

Tessa era una mujer guapa, pero además era lista e inteligente. A su padre le hubiese ido mejor con cualquiera de esas zorras que se le insinuaban con las pretensiones de ser solo unas mantenidas. Pero no. Se fijó en Tessa. Que era culta, que tenía contactos, y a la que no se le podía manipular, porque su RH era muy especial para él y para todo su proyecto. Y gracias a ello nació Kayla.

Como fuera, para Ari las dos habían sido un grano en el culo. Al menos, ya no tenía que volver a verlas.

Alguien golpeó la puerta blanca del habitáculo con los nudillos.

—Adelante —dijo Ari con gesto expectante.

Uno de los hombres de seguridad del recinto abrió la puerta, trajeado correctamente, y abrió paso a la invitada estrella de su nuevo juego.

—Ya está aquí —le informó.

Ari asintió y vio cómo una chica de diecinueve años, de pelo castaño liso, una cola alta extremada, ojos de color negro, vestida de forma muy sinuosa y muy maquillada, le sonreía y le alzaba el pulgar.

—Ya estoy aquí.

La científica le devolvió una sonrisa más taimada.

—Bien, Cris. Te queda muy bien esa ropa.

Cristina Santos era una muchacha guapísima, hija de uno de los socios de su padre Dan, y conocía el trabajo que desempeñaban en La Fábrica de Cerro Grande. El señor Santos era un evangelista que se había hecho millonario con sus Parroquias y sus populares discursos progresistas. Había una escuela de teología en su nombre y tenía contacto con las altas esferas religiosas. Su hija, adoctrinada desde pequeña, compartía su misma línea de pensamientos, y estaba deseosa de ayudar a la causa y colaborar con La Fábrica en lo que fuese necesario.

Cris sonrió ante el halago y se pasó las manos por la cintura descubierta. Solo llevaba un top negro, un pantalón corto del mismo color y unos zapatos de tiras de tacón.

—¿Te has tomado las pastillas? —preguntó.

—Sí —contestó la joven mirando al sujeto 2 a través del cristal—. ¿Es una de las bestias? —preguntó con curiosidad, pero con una notable indiferencia por la ciencia.

—Así es —estudió su reacción al verlo.

—Nunca había visto una de cerca.

—Bueno, esa es la idea. Que no se vean.

Cris se pasó la lengua por los labios y después alzó una ceja castaña oscura.

—Está sangrando por la boca… ¿Qué le habéis hecho?

Ari señaló un crisol salpicado de su sangre lleno de sus dientes.

—Extraérselos uno a uno —convino Ari.

Cris sonrió impresionada y dijo con ilusión:

—¿Podré hacerlo yo?

Ari dejó ir una risita. Esa chica estaba llena de oscuridad y había aprendido bien que a las bestias había que martirizarlas y aplastarlas. Su padre la había formado a la perfección.

—No, aún no. Ahora tienes que ser miel con él. Él te tiene que ver y tiene que creer que eres un maldito rayo de sol y que estás ahí a la fuerza. Dime… ¿te han rociado bien con las feromonas?

—Sí —dijo con asco—. Menos mal que no las huelo.

—Tú no. Pero a él lo vas a volver loco. Espero que te hayas preparado a conciencia el papel, Cris. Vas a estar mucho tiempo entrando y saliendo para estar a solas con él. Y vas a tener que hacer… cosas… Tienes que asumir tu rol —le advirtió—. Esto es por la ciencia y por el bien de la continuidad de la especie humana.

—Lo sé —aseguró dirigiéndole una mirada convencida—. Mi padre dice que esta es mi misión de vida. Y que mi labor es muy importante, y me la voy a tomar muy seriamente. Señor solo hay uno —sentenció levantando un dedo al cielo—. Ese esperpento solo puede ser obra del Diablo —adujo despreciándolo con la mirada—. Y voy a disfrutar de jugar con él. Pero espero que, en algún momento, me dejéis hacerle daño… —su mirada negra se oscureció todavía más—. Yo también quiero hacer eso…

—Créeme —aseguró Ari con certeza—. Tú, de todos, vas a ser la que más daño le va a hacer.

—Estoy ansiosa por empezar.

Ari asintió y celebró su fichaje para su plan. Cris no sería un cerebrito, pero era lo suficientemente lista para saber de qué parte tenía que estar. Y además, le encantaba coquetear. Estaba segura de que aquello funcionaría.

El sujeto dos iba a volverse loco por ella. Y loco de sufrimiento.

Pero, todo a su debido tiempo.

—Bien. Veamos cómo van tus dotes de interpretación.

—Soy la mejor de la clase —le guiñó un ojo.

—Entonces, adelante… Empieza tu primera escena —Ari le abrió la puerta y dejó que el guardaespaldas se llevase a Cris para compartir, por primera vez, la sala con el sujeto 2.

La Doctora Aro se sentó en la silla, y acercó el rostro al monitor para ver cómo se alteraban las constantes de la bestia cuando llegase un bombón, dulce y cuidadoso, en ese habitáculo en el que él se encontraba completamente desnudo y encadenado.

Cris se tenía que dedicar en cuerpo y alma a su papel. Sería una chica secuestrada, que no sabía qué demonios hacía allí, y poco a poco, día tras día, debía ganarse el corazón del sujeto dos, hasta que él solo pensase en ella y se obsesionara con olerla. Eran lobos. Tenían genes de lobos. En algún momento sus ansias de marcar serían irreprimibles.

Habían rociado a Cris con sus propias feromonas y tenía la combinación perfecta para que él se confundiese y se vinculase de algún modo a ella. Sexualmente no iba a poder resistirse.

Esperaba que la hija del señor Santos se ganase un Oscar con su labor.

El resultado de su idea y de su experimento se vería en unas ocho semanas.

Solo tenía que esperar. Y a una científica como ella le sobraba paciencia.

Porque esa era la base de la ciencia.

Asher era fuerte y resistente.

Y era bravo.

El luperco sabía que ganaba la partida a la Doctora Perra y al Doctor Frankenstein. Les ganaba porque no podían doblegarlo y porque, le hicieran lo que le hicieran, nunca lo oirían callarse ni mucho menos suplicar.

Ninguno de sus hermanos suplicaría ante esos cerdos, jamás.

Los tenía martirizados a todos. Les comía la moral lentamente. Cantaba durante horas, los insultaba, se reía cuando más daño le hacían… Jamás callaba. No había descanso para ellos.

No. Aunque le doliese horrores, él era un luperco. Un maldito luperco, y esos humanos miserables no lo doblegarían. Su padre perdón, a no suplicar, a no rogar… Debían mostrar respeto por los Eriko Lowell les había enseñado a él y a sus hermanos a no pedir buenos y los valientes y ayudarles en lo que pudieran, pero nunca, jamás, por aquellos más vacíos de espíritu, que no entendían lo que eran y que les perseguían. Los lupercos eran superiores y debían mantener siempre la barbilla en alto.

Y eso recordaba Asher como un mantra desde hacía años.

La Doctora Perra estaba harta de él y quería destruirlo, pero él no se lo permitiría jamás.

Hasta que, en el mismo habitáculo en el que se hallaba encadenado, con las manos por encima de la cabeza, de pie y desnudo, todo cambió.

La compuerta metálica se abrió y, a través de ella, los guardias metieron en su mismo espacio a una chica. La empujaron y cayó al suelo mugriento manchado de su sudor y su sangre.

El olor de la joven le atrajo inmediatamente la atención y provocó que su cuerpo reaccionara a ella.

Asher la observó en silencio. Era muy atractiva, y tenía las rodillas con rasguños y también el labio partido. Alguien le había golpeado.

El luperco no entendía qué hacía ahí adentro con él, y más cuando él estaba desnudo. Sintió vergüenza de que lo pudiera ver así. Debía esperar cualquier cosa de la Doctora Perra.

La chica alzó sus ojos de color marrón claro y se enjuagó las lágrimas rápidamente, aterrada de verlo ahí.

—¡Oh, Dios mío! ¡Oh! ¡No, no! —Se arrastró por el suelo y se quedó en una esquina del cuarto, rodeándose las piernas y buscando cobijo. No dejaba de temblar—. ¡Lo… lo siento!

Asher frunció el ceño, sorprendido por su reacción.

¿Por qué se disculpaba? ¿Quién demonios era?

—¿Quién eres? —quiso saber.

Ella no quería mirarlo, porque estaba desnudo.

—Soy… soy Cris.

—¿Por qué estás aquí, Cris?

—No… no lo sé. Iba de camino a casa cuando un furgón negro se paró en la acera y dos hombres me metieron dentro. Han conducido durante mucho tiempo… durante horas. En ningún momento les he visto la cara, ni he visto dónde me metían ni donde estoy —le castañeaban los dientes—, pero cuando iba por el pasillo oscuro y me han empujado aquí adentro, me han dicho que voy a estar encerrada muchos días —aseguró mirándolo fugazmente—. Dios mío… ¿Por qué a mí?

Asher la estudiaba con curiosidad. Estaba tan perdida como podría estarlo cualquiera en su situación. Él no tenía las respuestas a su pregunta, pero sí sabía que allí, en esas instalaciones, no solo entraban los científicos para jugar con él y sus hermanos.

Asher sabía que allí también experimentaban con más personas. Humanos. Peones. A veces los oía y otras los olía. Militares, mujeres y niños.

Esa chica podría servirles para cualquier experimento retorcido de los suyos.

—¿Por qué te tienen así y estás colgado… colgado y… y sin ropa? —preguntó de repente, siendo más consciente de la situación—. Señor… es inhumano. Te han… te han herido —observó la sangre que teñía su barbilla y su poderoso pecho perlado de sudor. —Estoy bien —contestó.

—Quiero irme de aquí —arrancó a llorar desconsoladamente—. Quiero ir a mi casa, con mis padres. Tengo mucho miedo…

A él la afectó verla llorar. Le dio muchísima pena y tuvo la necesidad de tranquilizarla.

Ella tragó saliva compungida y sorbió por la nariz.

—¿Hay una bestia aquí con nosotros? —quiso saber inocentemente pero muerta de miedo.

Él sonrió con algo de tristeza.

—¿Eso te han dicho? ¿Qué hay una bestia?

La chica asintió aterrada.

—La bestia soy yo, pero tranquila. No te haré daño.

—Tú no eres una bestia —lo rectificó ella—. Eres solo un chico… El guardia me ha dicho que iba a conocer a una bestia y que me iba a encerrar con ella hasta que la bestia me devorase. ¿Es que te has comido a alguien y por eso tienes la boca llena de sangre?

—Me han arrancado los dientes.

Cris abrió los ojos espantada.

—Pero yo te los veo.

—Ya me han crecido —contestó Asher sin darle más importancia.

Cris sorbió por la nariz e intentó tranquilizarse. Apoyó la barbilla en sus antebrazos y lo miró con curiosidad.

—Eso no puede ser… —Pero es.

—¿Eres una bestia de verdad? ¿Qué tipo de bestia eres?

—No quieras saberlo. No estás preparada.

Ella guardó silencio.

—No pareces una bestia.

—Lo soy —aseguró él—. Pero mucho menos que los que te han metido aquí. Ellos son más monstruos que yo.

—Yo solo… quiero irme.

—Lo sé —asumió—… Si pudiera —sacudió las cadenas que actuaban como un mordisco en sus muñecas, con las púas introducidas a un centímetro dentro de su carne— yo también me liberaría y me iría. Pero no puedo. —Llevaba años allí drogado y sometido.

—No sé por qué me han elegido. Mis padres estarán tan preocupados… —estaba muy inquieta y nerviosa. Y arrancó a llorar de nuevo.

Él lamentaba mucho su suerte, parecía una buena chica. Estaba convencido de que aquel era un estudio más de comportamiento para la Doctora Perra… pero jamás hubiese esperado que le hicieran compartir celda con una humana. Igual esperaba de él que se la comiera. Pero ni él ni sus hermanos eran así.

—¿Có… cómo te llamas?

—Asher.

—Asher… —repitió con dulzura—. Me gusta tu nombre.

Él no respondió, pero algo en su interior se sintió agradado

por una simple palabra bonita y de reconocimiento. Era insignificante, pero eran las primeras palabras amables en nueve años de encierro. Y le hicieron sentir muy bien, porque, por fin, estaba ante alguien que no quería agredirle.

—Asher…

—¿Sí?

Cris se levantó, inestable y se acercó a él con mucha lentitud. Cuando estuvo en frente, se aproximó a su oído y espetó en voz muy baja:

—Necesitamos idear un modo de salir de aquí. Tengo que salir de aquí.

Él se quedó impresionado al sentirla tan cerca. Estaba desnudo. ¿Esa chica no le tenía miedo? Le acababa de decir que él era el monstruo y ahí estaba.

—¿Cómo se puede salir de aquí?

El luperco sonrió sin ganas.

—Llevo nueve años en manos de estos hijos de puta… No lo sé.

—Tienes mal aspecto —Cris lo miró compasivamente—.

Seguro que no has comido ni bebido en mucho tiempo… Él volvió a sonreír pero esta vez condescendientemente.

—No te preocupes por mí. Preocúpate por lo que te pueda pasar a ti.

Cris se pasó la mano por la herida del labio.

—¿Crees que me van a matar? ¿Me tendrán aquí mucho tiempo?

—No sé qué haces aquí, y no tengo respuestas a eso… —No dejes que me hagan daño, Asher —le suplicó.

Él apretó los dientes con frustración.

No veía cómo iba a poder protegerla. Pero le daba tanta pena, y parecía tan buena e inocente…

—Tenemos que cuidarnos —insistió ella— Yo cuidaré de ti, y tú cuidarás de mí. No nos rendiremos.

—Soy un hombre lobo —le dijo él de repente, para que no se muriese del susto cuando viera cómo podía transformarse.

Cris no se apartó. Lo miró con aquellos ojos grandes y curiosos y frunció el ceño sin comprender.

—¿Qué dices? Solo eres un chico que…

—No. No soy un chico normal. Por eso estoy aquí, así. Encadenado y desnudo.

—¿Eres un hombre lobo? ¿Como en las películas?

—Las películas son mentira. Yo soy una realidad.

—¿Hablas en serio?

—Sí.

—Demuéstramelo.

—¿Es que no tienes miedo?

—Tú no me has hecho esto —se señaló el rostro—. Ni me has encerrado aquí. Eres una víctima como yo. No me asustas tú… enséñame que de verdad eres lo que dices ser… No tenemos nada que perder. Si… si me matan, al menos moriré creyendo que hay algo más, otra realidad imposible más allá del único mundo que me hicieron creer que existía.

Asher agachó la cabeza, completamente sometido por las palabras de esa joven. Era mayor que él, seguramente unos años, y él estaba en un momento vulnerable, agotado, sudoroso e indefenso… pero, de algún modo, su olor, su voz y su aparente comprensión, lo calmaban. Y olía muy bien… ¿Qué chica era esa? ¿Por qué la habían secuestrado?

Entonces, haciendo algo voluntariamente, que nunca jamás se había atrevido a hacer… aclaró sus ojos y se volvieron amarillos como los de un lobo, para que la chica viera que no mentía.

—Oh, por todo lo que hay en el cielo…. —murmuró Cris cubriéndose la boca con gesto estupefacto—. Es… —Estás asustada.

—No.

—¿Tienes miedo?

Ella movió la cabeza de un lado al otro, haciendo negaciones vehementes y sinceras.

—No… no es miedo… —reconoció acercándose más para verlo de cerca—. Es sobrecogedor —entonces sonrió muy lentamente, con dulzura y añadió—: ahora ya estoy más tranquila.

—Te han secuestrado, y estás encerrada con un lobo. No sé si eres valiente o una inconsciente. No es motivo de tranquilidad, créeme.

—Estoy tranquila porque sé que estoy a salvo aquí contigo. Fuera no. Pero aquí sí.

—¿Y eso por qué lo dices?

—Porque sé que no vas a dejar que me hagan daño. Lo sé. Lo veo en tus ojos de lobo… Y yo también intentaré protegerte.

—¿Tú? No puedes.

—Entonces, intentemos sobrevivir aquí todo lo que podamos, Asher. Solo nos queda eso.

Asher entonces no lo sabía. Pero en ese momento se prometió a sí mismo que cuidaría de Cris y que no dejaría que nadie le hiciese nada. Porque sentía que era lo que tenía que hacer y porque no había olido nada parecido a lo que ella olía.

Lo que el joven e inexperto luperco no imaginaba era que esa decisión, la decisión de protegerla a pesar de no poder cuidar de sí mismo, se iba a convertir en su condena.

Capítulo 2

En la actualidad

—¡Cris!

Asher se levantó de golpe, de la cama, gritando el nombre de Cris, con su musculoso y desnudo cuerpo envuelto en una fría capa de sudor. Entrecerró los ojos y se curvó sobre sí mismo, apoyando los codos en sus rodillas y dejando caer su frente en sus manos.

Lo sabía.

Un pasado sin cerrar ni superar era una puerta abierta a las pesadillas y a los terrores nocturnos. Aquello era algo que Asher Lowell sabía con certeza.

Acababa de tener un malsueño en forma de recuerdo, de cicatriz en su córtex, de un trauma que no podía curar.

Él y sus hermanos se habían acostumbrado a vivir con sus heridas ponzoñosas, y a enterrar su propia mierda. Una mierda que era mejor no remover porque, a todos, de un modo o de otro, lo que les hicieron en La Fábrica durante años de cautiverio, sembró en ellos muchas sombras, más de las que estaban dispuestos a asumir o a enfrentar.

Se sentó en el colchón y dejó que sus pies tocaran el frío parqué oscuro de su habitación.

Suponía que él iba a arrastrar toda aquella porquería eternamente.

Asher era tan buen analista, como buen hacker informático, y sabía psicoanalizarse.

Y entendía que acababa de soñar con Cris por varias razones que nada tenían que ver con su trauma.

La primera; porque le afectaba ver la felicidad y la aceptación que compartían Hunter y Kayla. Su hermano era un lobo enamorado de su compañera, y ella estaba igual de enamorada que él. Hacía dos semanas que Kayla se había mudado a Otsagabia y que ella y Hunter hacían vida juntos, como compañeros. Estaban todo el día el uno pegado al otro. A Asher le hacía gracia ver a Kayla tan conforme con aquella relación, donde la posesividad, la territorialidad y la pasión eran tan dominantes. Pero, al parecer, estaba a gusto y feliz. Hunter había encontrado el equilibrio para darle espacio cuando ella lo necesitaba, y al día tenían un tiempo determinado para ellos, para sus quehaceres. Era asombroso verlos juntos y también era cautivador observar la entrega y el amor incondicional que se profesaban. Kayla parecía que había nacido allí, en aquel pueblo. Era una ALPHA genial, la reina que su hermano Hunter merecía, sin la más mínima sospecha de duda.

Y el segundo motivo por el que había soñado con Cris era todavía más evidente e irritante: la culpa de que estuviera así de nervioso y de que tuviera pesadillas con Cris, era de Kim, la guapísima rubia que había rescatado en el contenedor de trata del Puerto de Galicia y que se movía en la barra como una emperadora del Infierno.

La culpa la tenía ella.

Y eso, lo que fuera que ella estimulase en su interior, no podía ser. Y no podía ser porque él era un lobo tullido, con su alma rota y destruida. Los sueños le advertían de que no se desviara y que recordase siempre los principios y los valores de Cris en una mujer. Eran una clara advertencia a no sucumbir a los encantos de la rubia, que tenía muchos y variados.

Pero, a pesar de todas las deficiencias y carencias que arrastraba Asher como luperco, a pesar de las llamadas de atención en sus sueños, su bestia estaba intranquila, azuzada por la presencia de esa chica en Otsagabia.

Y llevaba así demasiado tiempo. Un año, exactamente.

Ponía a su lobo extremadamente ansioso y con problemas de autocontrol. Y a él le ponía de mal humor.

Kim se había quedado allí a vivir después de sacarla de un contenedor dirección tierras arábicas. Como el resto de chicas que Asher y sus hermanos habían rescatado de aquel club de striptease en el que se vendían a las mujeres a personas con mucho dinero pero poca moral.

Ahora todas tenían una vida mucho mejor y más digna en su hermoso pueblo.

Pero Kim se había encargado de hacerse notar, de que él la viera… No sabía si lo hacía consciente o inconscientemente, pero atraía demasiado la atención de su lobo. Y ya no le encontraba explicación. Llevaba un año empalmado o semiduro por culpa de esa jovencita rubia y descarada, que miraba y movía las caderas como una diablesa. Y estaba convencido de que no solo lo ponía cachondo a él.

Tenía en vilo a medio pueblo y enamorado a más de uno. Y era una estrella para los exmilitares. Les encantaba verla y la vitoreaban como si fuera una cantante de Rock y ellos unos descerebrados groupies.

Eso irritaba a Asher, y lo que más le irritaba era no comprender por qué le irritaba tanto. Estaba harto de esa historia, de no comprenderse y de tener algún tipo de fijación y de emoción hacia Kim.

Acababa de escuchar a Hunter y a Kayla follando, las feromonas volaban por el ambiente de la casa principal, y su lobo se agitaba al olisquearlas. Porque él, en el fondo, quería lo mismo para sí.

Quería una compañera, pero no la podía tener de manera completa. Asher estaba condenado a ser un lobo solitario. Antes de que los pensamientos victimistas y destructivos lo acechasen de nuevo, se levantó de la cama y se apresuró a cambiarse.

Debía salir de allí como fuera.

Hunter y Kayla solo acababan de empezar, y conociéndolos, ese solo era el primer asalto. Habría más.

Desde hacía un año, siempre que su lobo olía a sexo o venía una luna llena, se encendía, y lo primero que hacía era orbitar la casa en la que vivía Kim, o visitarla en su gimnasio, o ver la preparación de sus espectáculos en el pub de copas la Guarida, aunque se esforzase por fingir indiferencia. Siempre había ido acompañado, siempre con otras revoloteando a su alrededor… Y lo había hecho a propósito, para que ella se diera cuenta de que no le interesaba.

Desde la primera vez que ella vio el gimnasio y la sala de entrenamientos de Pole Dance, desde aquel día no habían vuelto a hablar, si se podía decir hablar a eso. Pasado el tiempo, alguna vez había cedido y había hablado con ella e intercambiado algún que otro parecer, sobre las instalaciones o sobre el funcionamiento del pub en el que ellas bailaban los sábados por la noche. Y, aunque él se había esforzado en ser correcto y diplomático, la carga sexual entre ellos era descomunal y le ponía la piel de gallina. Pero se había asegurado de que Kim jamás advirtiese sus reacciones.

Además, jamás se había propasado o la había probado.

Hacerlo sería cavar su propia tumba.

Asher no encontraba explicación a la fascinación que sentía por Kim, porque ella encarnaba todo lo que detestaba: la nocturnidad, la alevosía, el coqueteo indiscriminado, la persuasión, la seducción y el mercadeo del cuerpo… Ella representaba todo lo que a Asher no le gustaba de una mujer.

Lo que no le gustaba de nadie, mejor dicho.

Y, a pesar de ello, debía ser honesto y admitir que no se la podía sacar de la polla ni de la cabeza. Lo había intentado de muchas maneras, pero siempre fracasaba. Aunque lograse no acercarse ni tocarla, se sentía fracasado y vencido, dado que a él lo que le gustaría sería no pensarla, y aquella ya era una batalla perdida.

Tenía que tranquilizarse, tenía que sosegar al lobo, y para lograrlo, no le quedaba otra que contentarlo y llevarlo ante lo que más le gustaba, o la noche sería demasiado larga para ambos.

Y a su luperco, a su bestia mágica y territorial, lo que más le gustaba era Kim, esa rubia de ojos persuasivos y mesmerizantes, y curvas de carne hechas arte y escultura.

Estaba claro que su lobo y él tenían ideas muy distintas de lo que era una compañera ideal.

Asher lo tenía muy claro, y no podía fijarse jamás en alguien como Kim, porque él había tenido la suerte de conocer la verdadera pureza de un ser noble y angelical, como Cris. Y no la olvidaría jamás.

Su lobo, sin embargo, estaba encaprichado del caramelo delicioso que representaba la chica del Pole Dance.

Pero Asher no estaba dispuesto a dársela. Ni hablar. No iba a joderse la existencia atándose a ella. Si no se había atado físicamente a Cris, que era lo mejor, ¿cómo iba a atarse a Kim, que era su némesis?

Su bestia debía entender que lo peor para ambos era anu-

darse a una hembra como ella. Y Asher prefería mil veces vivir en el recuerdo de Cris, que en el presente de esa bailarina de lengua locuaz y físico enloquecedor.

No. No cedería a esos impulsos, pero sí podía contentar a su bestia y llevarla a verla. Debía hacerlo o pasaría un día repleto de ansiedad, porque cuando a su animal se le antojaba algo, costaba mucho sacarlo del bucle.

Para ello, Asher debía beber y atontar un poco a su lobo para que no perdiera el control. Por eso iba a atacar las cervezas de su nevera industrial antes de presentarse ante ella.

Porque el control siempre lo tendría Asher.

Él mandaba sobre el lobo, y así sería siempre.

Lo que el lobo deseaba, no lo quería el hombre.

Y se había encargado de que Kim lo tuviese bien claro.

Kim había completado el último entrenamiento del sábado. Tenía el pelo rubio recogido en una coleta alta, un top negro y un pantalón corto de algodón que le gustaba usar para sus rutinas. Ahora estaba sentada en la tarima, descalza y con los pies colgados desde la plataforma circular blanca en la que se ejercitaba, recuperando el aliento y bebiendo de la botellita de agua que sujetaba entre sus manos.

Tenía las uñas de los pies y de las manos perfectamente manicuradas y pintadas de negro. Su mirada perdida delataba que estaba sumida en sus pensamientos más íntimos y meditando por enésima vez si hacer o no lo que tenía pensado.

¿Por qué le costaba tanto dejar todo aquello atrás?

Solía repasar su número particular para ejecutarlo a la perfección por la noche, ante todos los habitantes de Otsagabia y extranjeros que pudieran frecuentar un pub nocturno como ese en el crepúsculo.

La Guarida era un club espectacular que más quisieran poder alardear de él las grandes metrópolis. Los sábados se llenaba con adultos deseosos de pasarlo bien, bailar, beber y, si tenían suerte y eran correspondidos, ligar.

El ambiente allí era inmejorable, nunca había problemas ni altercados y Kim había podido transmitir el respeto y el amor que ella sentía hacia su arte, hacia su profesión. Gracias a sus esfuerzos, ahora todos sabían que el Pole Dance no tenía por qué significar mujeres desnudas, dinero y sexo.

Era un deporte exigente, y un arte escénico, como el baile. Se debía estar en muy buena forma, ser disciplinado y perfecto en los movimientos, y tener buen tempo con la música.

Y eso había hecho Kim desde que supo que podía ofrecer algo más en una barra, y crear admiración y curiosidad, no solo en hombres, sino también en mujeres que quisieran cuidarse y dedicarse al espectáculo y la música como ella hacía. Se había dedicado a estudiar esa modalidad y a ejecutarla de la mejor manera.

De hecho, allí, en Otsagabia, había podido cumplir un sueño: ser profesora de Pole Dance. Y tenía muchas alumnas, y también dos exmilitares gays que aprendían subidos a unos tacones y se movían con una sensualidad que la dejaban pasmada.

Sin embargo, aquel pueblo que le había dado refugio y calor durante un año, empezaba a quedársele pequeño y, lo lamentaba profundamente, porque no era que el pueblo no fuese encantador y perfecto, como un Edén entre la mierda de la realidad y del día a día: no se trataba de eso, ni de deficiencias ni carencias en cuanto a logística e infraestructura. Por Dios… ¡si Otsagabia era maravilloso! ¡era su lugar perfecto en la tierra! Había sido un regalo, un paraíso que ella había querido abrazar con todas sus fuerzas, creyendo que allí podía tener todo lo que más deseaba, y que lo que ansiaba se podía cumplir.

Aquel habría sido su sueño. Pero Otsagabia le había dado muchas cosas buenas y, sin embargo, le había privado de otras que le dolían demasiado.

Y se ahogaba. Se ahogaba de pena y de frustración. Bailaba el Beautifully Infinished de Ella Henderson mientras los pensamientos acudían uno detrás de otro a su cabeza.

Había sueños inalcanzables, por mucho que creyera y trabajara en su consecución. Y eso era algo que Kim estaba aprendiendo a tragos amargos, cada semana, cada mes que pasaba ahí, esperando a que Asher Lowell, sí, el maldito Asher, se atreviese a dar un paso con ella y reconociese que le importaba y le interesaba.

Kim solo quería que fuese sincero y honesto con ella, y que la mirase a la cara y, al menos, se retractase de lo que una vez le dijo. Solo una vez. A lo mejor eso no cambiaría las cosas entre ellos, pero ella se sentiría mucho mejor.

No era tonta. Sabía perfectamente cuándo gustaba a un hombre. Su aspecto, su cara, su cuerpo, sus movimientos… eran un arma persuasiva para atraer miradas. Su madre siempre le había dicho que había nacido con la gracia de Helena de Troya, cuya belleza podía subyugar imperios o enfrentarlos en guerras sin igual.

Y ella tenía la maldición o el don de ser magnética y atractiva, excepto para quien realmente quería serlo.

Asher la miraba hasta gastarla.

Se la bebía siempre que estaba cerca.

Él la desnudaba a cada paso que daba.

Pero, más allá de eso, no era capaz de hacer nada más, y eso que Kim lo había provocado siempre que había podido, con mal resultado, dado que él la ignoraba o la miraba con desprecio unas veces, y con fingida indiferencia otras. Tenía de todo para ella.

Oh, joder… cómo le molestaba la indiferencia. Siempre había sido testaruda y constante para conseguir sus propósitos, pero con ese ya estaba desanimada, y empezaba a aceptar que, posiblemente, él no era para ella.

La realidad era que el lobo era imperturbable y el hombre inalcanzable. Y con todo y con eso, Kim se resistía todavía a tirar la toalla e irse.

Pero no sabía cuánto tiempo más iba a aguantar su rechazo o su desinterés.

Asher Lowell se le había clavado en el alma el primer día que lo vio abrir las compuertas del contenedor en el que ella y las chicas del Club Sirena estaban siendo trasladadas como víctimas de trata.

Aún recordaba cómo él se la había quedado mirando fijamente, como si no hubiera nadie más en el interior de aquella caja de carga metálica, con una intensidad que sintió en su piel como una caricia… Su fornido cuerpo apareció recortado por la luz de los coches de sus hermanos, y sus ojos de ese color plateado más mate y más oscuro que el de ellos, centellaron cuando sus miradas se cruzaron.

Fueron solo unos segundos. Suficientes para haber sido atravesada por su intensidad, suficientes para que la marcase.

Kim no necesitó muchos segundos más para entender que algo fuera de lo normal estaba sucediéndole, y que se parecía mucho a un flechazo, a un amor a primera vista. Jamás hubiese pensado que sería de esas que podían entregar su corazón a alguien sin conocerle, solo creyendo que el destino y las almas gemelas existían y que a ella le había tocado conocer a la suya. Pero así había sido.

Ese día, Asher Lowell salvó a muchas mujeres de caer en la telaraña de la prostitución y de encontrar una muerte segura y temprana.

Las salvó a todas. Pero, ante todo, la salvó a ella. Que con sus 22 años recién cumplidos había sido una escéptica total en cuanto al amor.

Ella, por suerte y por desgracia, enamoraba, pero ella no se enamoraba de nadie. Hasta que llegó Asher, con su pelo oscuro rojizo, su escultural cuerpo, su poderosa mandíbula y aquella mirada llena de secretos, promesas y fuego, que sabía disimular con su educación y su impostada seriedad.

La conexión había sido inmediata. Y Kim había creído que fue algo recíproco. Pero, con el paso del tiempo, y habiendo sufrido algunos cortes y desplantes de Asher, empezaba a desilusionarse y a darse de bruces con la verdad. Afectara a Asher o no, era evidente que ese hombre no pensaba tener nada con ella nunca. Mantendría las distancias físicas como lo había hecho hasta ese momento.

Y era desesperante para Kim. Y también hiriente. Porque Asher tenía más contacto físico con cualquier mujer de Otsagabia que con ella, que era con la única que había hablado alguna vez de verdad, y eso que no hablaba y que se hacía el mudo por un problema que, según decía, tenía en las cuerdas vocales. Pero a Kim le encantaba su voz rota, grave y rasgada, aunque cuando la había oído, fue para insultarla de la peor de las maneras.

De vez en cuando, él le hablaba o intercambiaba alguna frase absurda, las típicas que se decían cuando no se sabía lo que decir.

Le gustaba mucho oírlo. Le gustaba tanto que un día cometió el error de volver a ser franca con él y reconocerle que le encantaba su voz y que a veces tenía la sensación de que la tocaba con ella, y eso bastó para que Asher dejase de hablarle durante meses. De hecho, desde entonces, no había vuelto a hablar con ella. Así de radical era con cada uno de los intentos que Kim llevaba a cabo para romper su muro de contención y aproximarse a él.

Y estaba triste, pero, sobre todo, enfadada. Ese cabreo era el que la impulsaba a tomar la decisión definitiva.

Debía irse. Quería irse de allí y alejarse del hombre que le quitaba el sueño y que la tenía loca contando ovejitas por las noches. Un hombre que no era solo un hombre. Era un luperco, un hombre lobo. Y, a pesar de ello y de lo aterrador que eso pudiera sonar, no era eso lo que la alejaría de él para siempre. Era su poca valentía y su poco valor para tomar lo que ella le ofrecía. Algo que ella creía que él estaba deseando con las mismas ganas por mucho que se negase a aceptarlo.

Asher había tomado la decisión de no acercarse a ella más de la cuenta. De no hablarle, de no tomarse nada con ella, de no ver sus espectáculos… Veía los de todas, menos los de ella. La rehuía, la evitaba, la ignoraba y juraría que, incluso a veces, se paseaba delante de ella con otras chicas, solo para hacerle ver que entre ellos jamás pasaría nada.

Y se había cansado. Estaba agotada de querer, de necesitar y de desear algo que se le negaba continuamente. Por eso, alejarse sería saludable para ella, porque era la única que sufría con esa situación. Y después de un año, había elegido no sufrir más.

Sí. La decisión estaba tomada. Esa misma noche se iría. Acabaría el espectáculo y, mientras todos disfrutaban de la noche de sábado, ella cogería sus poquitas cosas que tenía y se iría al amanecer, aprovechando la claridad. Empezaría de nuevo, en otro lugar. Pero no allí, porque le dolía sentir lo que sentía por Asher y no ser correspondida.

La canción había acabado y ella bajó de su plataforma.

Dio un último sorbo a la botella de agua fresca que reposaba en el suelo y después bajó de la tarima mientras cerraba la botella con el tapón.

Mira que era tonta… un año entero esperando a que el luperco que, cuando nadie le veía no podía quitar sus ojos de encima de ella, aceptase la verdad.

¡Un año entero! ¡¿Cómo había esperado tanto?! Después de lo que él le había dicho… ¿Era tonta?

¿Se había equivocado con él?

¿Tan mal le iba la intuición femenina?

Kim resopló, recogió las botas de tacón alto que se había quitado, y se dirigió al vestuario.

Pero no pudo dar dos pasos seguidos más, porque, aunque no tenía ojos en la espalda, se acababa de dar cuenta de que Asher acababa de invadir el espacio que ella estaba a punto de abandonar.

Lo podía oler, así de fuerte era su conexión con él.

A veces, dudaba de si la loba era ella, en vez de él. Llevaba una colonia que siempre la noqueaba, y eso mezclado a aquel olor a bosque fresco que emitían los lupercos, lo hacía difícil de ignorar. Al menos, para ella lo era.

Kim se dio la vuelta y dejó las botas en el suelo, mirándolo con curiosidad.

—Kim —la saludó alzando una botella de cerveza que sujetaba con su mano. Ahí estaba, como si fuera el amo y señor de cada metro de suelo que pisaba. Hablándole de nuevo.

—Asher —contestó ella secándose el escote húmedo de sudor con la toalla blanca que colgaba de su cuello. Lo miró de arriba abajo, y se imaginó que sus ojos eran una cerilla que lo incendiaban. Dios, menudo espectáculo de hombre. Desnudo debía ser imponente. Solo con esa camiseta de manga corta, y esos tejanos desgastados, era como un modelo de Fitness, con cara de revista. Él siempre la afectaría de ese modo. Llevaba unas zapatillas de bota alta desabrochadas, y su pelo caoba rasurado, excepto por el pelito más largo en la parte superior, aunque no demasiado, resaltaba más entre los tonos oscuros. A Kim le gustaba tanto que le acababa doliendo—. ¿No es demasiado pronto para beber cerveza?

Asher se encogió de hombros sin darle importancia al hecho de beber antes de las ocho de la tarde. Llevaba más de diez botellas, y su lobo aún era demasiado consciente de Kim.

—¿Qué se te ha perdido por aquí? —preguntó ella analizando su actitud—. Hace meses que no venías a mi sala de entrenamiento tú solo —puntualizó. Y lo hizo porque sí que había estado allí, pero siempre rodeado de las demás, y siendo todo lo amable y atento con las demás que no era con ella—. ¿Ya has dejado de tener miedo?

Era cierto. Hacía mucho que no estaba allí solo. Y ambos eran muy conscientes de lo que eso implicaba. Porque Asher y ella solo se habían quedado a solas de verdad una vez, a los pocos días de que las chicas de Las Sirenas se instalaran en el pueblo como habitantes de pleno derecho de Otsagabia.

Aquel encuentro estuvo tan cargado de tensión y de sexo entre líneas que Asher se pasó un día entero después masturbándose por lo mucho que su cercanía y el carácter abierto y osado de Kim había afectado a su lobo.

Pero también había sido muy desagradable con ella. Desde entonces, procuró no estar a solas con esa chica nunca más, y dejar las cosas claras poniendo terreno de por medio.

Porque era él quien mandaba. Siempre sería él.

Los dos tenían muy presente ese día, once meses atrás. Parecía lejano, pero Kim lo recordaba perfectamente. Y Asher también.

Era la primera vez que veía el gimnasio y aquella barra de Pole Dance, con su escenario. Era un sueño. Kim estaba tan emocionada… no solo estaba a salvo. Además, tenía trabajo y podría desarrollar el proyecto de enseñanza de Pole Dance profesional que tanto había visualizado en su cabeza.

Por primera vez, la vida le estaba sonriendo. Le estaban dando los medios para llevar a cabo sus propósitos, como si los Lowell fueran los Reyes Magos. Y no solo eso, le ofrecían seguridad y un lugar al que podía considerar hogar, después de haber trotado por todas partes desde los dieciocho.

Su héroe, ese hombre especial y fuera de lo corriente cuidaba de ella. Y eso le encantaba, porque Kim esperaba tener un futuro con él, y demostrarle que no tenía miedo de su naturaleza. Asher Lowell era el hombre más íntegro y noble que ella había conocido, jamás le haría daño.

Aquel día, ante tamaña sorpresa, Kim no sabía bien qué decir. Aquella sala era un sueño hecho realidad, una fantasía. Más de cien metros cuadrados, con varias Pole Dance/sport, exóticas y también telas, distribuidas por todas partes. Pero el plato fuerte era el escenario central, donde ella, como profesora, haría sus números y sus coreografías y enseñaría a las demás a hacer lo mismo.

—Solo hace dos semanas que estamos aquí —convino Kim con la voz estrangulada por la emoción—. ¿Habéis montado esta sala de Pole tan rápido?

Asher asintió y se cruzó de brazos, orgulloso de cómo trabajaban en Otsagabia. Y de la celeridad de Hunter para hacer contrataciones y cerrar proyectos a la velocidad de la luz.

Ella suspiró, se dio la vuelta, lo abrazó espontáneamente y le dio un beso en la mejilla.

El momento en el que los labios de esa joven tocaron su cara y al sentir su suave cuerpo contra el de él, el lobo ronroneó y aulló, exigiendo mucho más.

Y Asher supo que lo que había percibido con ella en un principio, no había sido solo una primera impresión.

Kim tenía poder sobre el luperco.

Era peligrosa.

Pero Asher no fue capaz de irse. Esperó a que ella revisara las instalaciones de arriba abajo, que inspeccionara la seguridad de las barras y que activara el equipo de música y de sonido. Parecía tan feliz…

Fue entonces cuando Kim quiso regalarle a Asher algo único y privado. Le encantó la lista de canciones que tenía el equipo y lo felicitó por ello.

—Vaya… la persona que ha dejado listo el equipo de sonido tiene un muy buen gusto musical —reconoció trasteando los botones y revisando los títulos de las canciones—. ¿Quién ha sido?

Asher se puso la mano sobre el pecho y sus ojos de ese color acero tan subyugador resplandecieron con diversión.

—¿Tú? —repitió Kim con una sonrisa sabia—. No sé por qué no me sorprende…

Él disfrutó de ese elogio, pero tragó saliva cuando ella empezó a contonear las caderas, distraída, al ritmo de la música del I love Rock and Roll que había puesto.

—Asher… ¿a ti te gusta bailar?

Él la miró fijamente y no le dio contestación.

—No te gusta hablar demasiado… Siempre eres tan callado… ¿o es que te da vergüenza hablar conmigo? —Se sujetó la melena rubia y larga y la alzó mostrándole la preciosa curva de su nuca y su elegante espalda.

Él se tensó y ella empezó a disfrutar mucho con sus reacciones. Un hombre tan grande, tan fuerte, tan seguro de sí mismo, letal y medio lobo… Y se volvía contrito y vergonzoso cuando ella lo miraba directamente a esos ojazos hermosos que tenía.

Kim sonrió con dulzura y dio un saltito para bajar del podium mientras la música inundaba todo el local.

Para Asher ver a Kim acercándose a él, jugueteando y bailando, era como ver un cóctel molotov volando hacia él.

—Siempre mirándome en silencio, controlándolo todo… Pero sé que puedes hablar —Él arqueó una ceja oscura y roja, preguntándole cómo lo sabía—. Te he visto hablar por teléfono muchas veces. Es evidente que eso significa que tienes voz y te pueden oír. Y no sabes hablar el idioma de signos —Él dejó caer sus ojos curiosos sobre ella—. ¿Sabes por qué lo sé? Yo sí sé hablarlo. Lo aprendí para poder enseñar y comunicarme con todos. Y tú no tienes ni idea… El otro día te hice una señal, cuando no dejabas de mirarme, y no reaccionaste, te quedaste igual —entrecerró sus ojos azul oscuro—. No sé el motivo por el que no hablas —caviló en voz alta, ensimismada con sus facciones y ese diamante que brillaba en su oreja—, pero también estoy segura de que no eres mudo. —Estaba demasiado cerca, y Kim solo podía sentir que se hundía en sus ojos y que quería tocarlo y abrazarlo. ¿Cómo podía sentirse así por él? Alzó la mano y le puso un dedo en la dura barbilla, cuyo surco la dividía sutilmente. Aquella característica lo hacía todavía más viril. Hunter tenía hoyuelos y surco prominente. Yael tenía un solo hoyuelo en un lado y un surco menos profundo en la barbilla. Y Asher no tenía hoyuelos, no le hacían falta para ser arrebatador, pero su barbilla era masculina y contundente, hundida como si le hubieran dado un hachazo, y ella se la imaginaba mordiéndola y besándola infinidad de veces—. ¿Quieres saber lo que te dije?

Asher empezaba a tener sudores fríos. El anhelo de su lobo contrastaba con el frío control de su cerebro. Se estaba volviendo loco… A esa chica no le hacía falta demasiado para enloquecerlo. Era una profesional en eso.

—Te dije —susurró en su oído—: «Me dejas sin respiración».

Él se tensó, y formó puños con las manos. Qué facilidad tenía para coquetear, para seducir, y para provocar que un hombre se excitara sin más.

Después de eso, ella se apartó y empezó a bailar a su alrededor, moviéndose como la Sherezade que era.

Asher era incapaz de apartar sus ojos de ella.

Lo tocaba casualmente, pasaba la mano por su ancha espalda, y después deslizaba la punta de los dedos como alitas de mariposa por sus hombros y su nuca. ¡Y cómo bailaba! Era un espectáculo andante.

Sin embargo, cuanto más la observaba, su lobo más exigía tenerla, y con ello, la necesidad del hombre de mantener el control y dejarle las cosas claras se volvían más urgentes. Ella era todo lo que no necesitaba y no quería en su vida.

Era todo lo que rechazaba y odiaba, era la inestabilidad y la lujuria, dos cualidades que harían de un luperco una bomba explosiva e irracional.

Y no solo eso. Él jamás podría entregarle su corazón.

Ajena a los pensamiento de Asher, Kim se entregó y bailó solo para él, puso todo su corazón en ello. Porque bailaba para el hombre de quien se había enamorado de manera fulgurante. Él era tímido, y se tensaba cada vez que ella lo tocaba, o le ponía la mano casualmente en el hombro, o en el bíceps… A Kim le gustaba hacerlo, porque era como si la electricidad acariciara la punta de sus dedos, y como si él también pudiera percibirlo… Era fascinante.

—Sé lo que sois —susurró ella una vez estuvo frente a él. Se puso de puntillas, sin tocarlo, y lo miró como si pudiera ver mucho más allá—. Nos lo contáis a cada una de las personas a las que habéis ayudado y habéis traído aquí. Y sigo consternada y fantaseando sobre ello. Pero quisiera saber algo: ¿qué hacéis cuando una chica os gusta mucho?

¿Cómo vivís vuestras relaciones? Te lo pregunto porque… Asher… — Se le fue la fuerza por la voz y apoyó la frente en su pecho, como si se rindiera a la verdad y a su influencia—. Me gustas tanto… —tenía la cara agachada y le daba vergüenza mirarlo porque nunca se lo había dicho a nadie antes. Por lo general, nunca era tan atrevida ni tan directa, sobre todo cuando lo que sentía era tan real como en ese momento—. Creo que yo a ti te gusto mucho también. ¿Por qué no me invitas a salir algún día? —Era cursi y ridículo. Y había optado por la delicadeza y la precaución, cuando, lo que de verdad le apetecía era comerle la boca y desnudarlo—. He leído que los lobos eligen compañera para toda la vida. Me parece tan romántico. ¿Sois así? ¿Cómo sabéis que esa chica es para siempre? —admitió con sinceridad, fijándose en la punta de las botas de Asher. Él tenía un estilo que le encantaba, pero no se había movido ni un milímetro desde que ella se le había acercado tanto—. Desde que te conozco, sueño contigo. —Se mordió el labio inferior como si algo muy dentro de ella le doliese—. Debo parecerte muy tonta, pero… sueño con que tú seas mi «para siempre». ¿Eso está mal?

Asher no escuchaba la música, solo podía oír el latido de su corazón y el sonido de la respiración de Kim. Había visto cómo embaucaba a los hombres, cómo hacía de ellos auténticos títeres sin cabeza… Su enorme poder femenino la convertían en alguien altamente agresiva para él, para sus instintos y su luperco. Y aunque sería muy fácil tomar lo que ella tan alegremente le estaba ofreciendo, y zambullirse en su delicioso cuerpo, no pensaba caer en sus redes. Porque, cuando uno había conocido la pureza y la autenticidad, lo demás ya no era suficiente.

En el momento en el que Kim iba a levantar la mano para acariciarle la mejilla, Asher la detuvo al vuelo, sujetándola por la muñeca, impresionándola con su frialdad y su mirada afilada. Ella lo estaba obligando a hablarle así, cuando solo lo hacía con sus hermanos y en contadas ocasiones. Tragó saliva aclarándose la garganta y dijo:

—No hablo cuando no tengo nada bueno que decir —dijo con aquella voz rasgada y ronca. Sintió cómo Kim se quedaba de piedra, porque entendía su insinuación.

Ella entreabrió los labios, sin saber qué decir. No sabía si tenía

que disculparse por haber entendido mal sus señales.

—Dios mío —se estremeció al sentir su voz por primera vez—. No quiero ser repetitiva pero… tienes… una voz muy… Me encanta.

—No he acabado. No me toques si no te he dado permiso —la reprendió—. Tienes que aprender a respetar el espacio personal de cada uno. Tienes las manos muy largas y eres demasiado temeraria con los hombres. No me gusta eso. Te he salvado de un contenedor de trata por hacer justamente lo que estás haciendo ahora. ¿Es que te cuesta aprender?

Ella parpadeó encajando esas palabras como buenamente podía. La estaba poniendo en su sitio, y Kim ni siquiera sabía cuál era, si es que tenía uno.

Pero estaba muy equivocado. Ella no era así con nadie, jamás. Porque nadie le había despertado ese anhelo antes. Y la estaba tratando de tonta, como si fuera corta y no supiera aprender las lecciones.

—A mí no me cuesta aprender nada…

—Elegimos a la compañera porque nos arrebata el corazón. Es inmediato. Y la marcamos con nuestro mordisco, con el wolfsanker. Ella sabe que la deseamos y la poseemos porque tiene esa marca, porque no podemos evitar no dársela y porque no podemos apartar nuestras manos de ella. Eres una chica muy guapa, Kim, y mentiría si dijera que no me atraes. —La miró de arriba abajo, con interés libidinoso, aunque sin alma—. Tú atraerías a cualquiera. Soy un hombre y soy un lobo, tengo mis necesidades. Pero ninguna se parece al interés romántico del que hablas. A mí no me afectas de ese modo, es imposible. Jamás serías mi compañera.

Kim no agachó la mirada. Sus ojos buscaban algo de compasión o arrepentimiento en lo que acababa de decirle, porque ella todo lo sentía al revés, y muy equivocado; pero se dio cuenta de que Asher no solo no mentía por la boca, sus ojos no sonreían con calidez, sonreían con la condescendencia de quien juzgaba demasiado rápido y de quien se creía superior y hacía a los demás indignos de su compañía.

Al fin, ella pudo reaccionar y se liberó del agarre de Asher con un manotazo. No tenía derecho a estar enfadada porque le dijese que no le interesaba, pero en aquel discurso había cosas demasiado hirientes y feas como para que fueran pasadas por alto.

Ella sonrió sin ganas y dejó escapar el aire entre los dientes blancos y apretados.

—Soy deportista y bailarina —dijo con la voz quebrada por la decepción—. No confundas eso con prostitución.

—Claro, os saqué del Club las Sirenas porque estabais ejercitándoos para las Olimpiadas. Haciendo carrera de fondo… —espetó con ironía.

—Yo… Asher, ¿en serio? —sacudió la cabeza con decepción, incrédula ante lo que oía—. Yo… no pensaba que tú fueras así. No te imaginaba diciendo estas cosas…

—Me remito a unos hechos —dijo incomodándose por su reacción, demasiado tarde como para echar marcha atrás—. Bailáis semidesnudas en una barra, y cientos de hombres os manosean y os meten los dedos llenos de billetes entre vuestros tangas y entre las tetas… Y os contoneáis, y os reís… No os importa. Eso es mercadear con vuestro cuerpo. Y tiene un nombre. Seguro que, incluso, has cobrado pluses por hacer alguna cosa más.

Ella se quedó sin respiración, se le cortó el aire, y se sonrojó, de indignación y furia.

—Oye, gilipollas —lo señaló—, me salvaste de viajar en un contenedor, pero no creas que por eso me conoces. Tú no conoces las historias de esas chicas, y es terrible oírte hablar así. Y, aunque fuera lo que dices y decidiera acostarme con hombres para sobrevivir, eso no te da derecho a hacerme de menos. Pensaba que los lupercos estabais más evolucionados y erais como una especie superior… No imaginaba que las especies más evolucionadas tuvieran también prejuicios clasistas y sociales. Y, si me apuras, asquerosamente machistas. —Le dolía la garganta de aguantar el llanto. Pero a ese hombre que la había insultado de la peor de las maneras no le iba a dar el gusto de verla llorar.

Asher osciló las pestañas, meditando en lo que le había dicho. Pero no le iba a hacer cambiar de opinión.

—Tienes la oportunidad de empezar de nuevo, de tener una nueva vida, Kim. No te comportes como si siguieras en el club de striptease —le aconsejó con mucha seriedad—. Aquí no tienes que hacer nada de eso, no lo permitiremos, además, hay un código de comportamiento a seguir en La Guarida. Recuerda dónde estás, y todo irá bien.