DIARIO DE UN SEDUCTOR - Soren Kierkegaard - E-Book

DIARIO DE UN SEDUCTOR E-Book

Sóren Kierkegaard

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Beschreibung

Sören Kierkegaard (1813-1855) fue un filósofo y teólogo danés, considerado el padre del existencialismo. Su filosofía se centra en la condición de la existencia humana, en el individuo y la subjetividad, en la libertad y la responsabilidad, en la desesperación y la angustia. Diario de un Seductor és la mas conocida obra de Soren Kierkegaard.  La novela describe la ambición amorosa del narrador, llamado Juan quien crea una estratagema para hacerse con el amor de una mujer de nombre Cordelia. A través de consideraciones reflexivas del personaje principal masculino, narcisista y pedante, en torno al arte de la seducción, y las epístolas remitidas a su objetivo amoroso, el libro, narrado con exquisito tacto, muestra los diferentes procesos en torno a la maquinación, persuasión, fabulación y conquista del ser deseado. 

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Soren Kierkegaard

DIÁRIO DE UM SEDUCTOR

Título original:

“Forførerens Dagbog“

Prefacio

Amigo Lector

Sören Kierkegaard (1813-1855) fue un filósofo y teólogo danés, considerado el padre del existencialismo. Su filosofía se centra en la condición de la existencia humana, en el individuo y la subjetividad, en la libertad y la responsabilidad, en la desesperación y la angustia, temas que retomarían Martin Heidegger, Jean-Paul Sartre y otros filósofos del siglo XX.

Diario de un Seductor es una novela corta de Soren Kierkegaard incluida en su obra capital “O lo uno o lo otro”. La novela describe la ambición amorosa del narrador, llamado Juan (o Johannes en original, clara referencia a la legendaria figura del conquistador Don Juan), quien crea una estratagema para hacerse con el amor de una mujer de nombre Cordelia.A través de consideraciones reflexivas del personaje principal masculino, narcisista y pedante, en torno al arte de la seducción, y las epístolas remitidas a su objetivo amoroso, el libro, narrado con exquisito tacto, muestra los diferentes procesos en torno a la maquinación, persuasión, fabulación y conquista del ser deseado.

Diario de un Seductor, es, con seguridad, la obra que más fama ha reportado a Sören Kierkegaard.

Una excelente lectura

LeBooks Editora

Sumário

PRESENTACIÓN

El DIARIO

PRESENTACIÓN

Sobre el autor y su obra

“Atreverse es perder el equilibrio momentáneamente; no atreverse es perderse”

SÖREN KIERKEGAARD (1813-1855)

Søren Aabye Kierkegaard (Copenhague, 5 de mayo de 1813 - ibídem, 11 de noviembre de 1855) fue un filósofo y teólogo danés, considerado el padre del existencialismo. Su filosofía se centra en la condición de la existencia humana, en el individuo y la subjetividad, en la libertad y la responsabilidad, en la desesperación y la angustia, temas que retomarían Martin Heidegger, Jean-Paul Sartre y otros filósofos del siglo XX. Criticó con dureza el hegelianismo de su época y lo que él llamó formalidades vacías de la Iglesia danesa.

Gran parte de su obra trata de cuestiones religiosas: la naturaleza de la fe cristiana, la institución de la Iglesia, la ética cristiana, las emociones y sentimientos que experimentan los individuos al enfrentarse a las elecciones que plantea la vida. En una primera etapa escribió bajo varios seudónimos presentando sus argumentos mediante un complejo diálogo. Acostumbraba a dejar al lector la tarea de descubrir el significado de sus escritos porque, según decía, «la tarea debe hacerse difícil, pues solo la dificultad inspira a los nobles de corazón».

Ha sido catalogado como existencialista, neo ortodoxo, posmodernista, humanista o individualista. Actualmente Kierkegaard es reconocido como una importante e influyente figura del pensamiento contemporáneo, sobrepasando los límites de la filosofía, la teología, la psicología y la literatura.

Filosofía

Todo el pensamiento de Kierkegaard es una reacción contra el idealismo y la religiosidad formalista de la Iglesia oficial danesa y su teología fuertemente dominada por el hegelianismo. Kierkegaard lo hace en nombre del valor del individuo y de una fe personal y trágica.

La filosofía de Kierkegaard es una filosofía de la fe, en tanto considera que ésta es la que salva al hombre de la desesperación, siendo esta un arriesgado 'salto' hacia Dios, en quien 'todo es posible'. El hombre solo, ante Dios, siendo nada más que una relación que se relaciona consigo mismo, contrasta con el concepto de Marx y Feuerbach en el que el hombre es concebido como un conjunto de relaciones sociales.

Kierkegaard es considerado uno de los antecedentes del existencialismo del siglo XX. En efecto, las categorías fundamentales del pensamiento de Kierkegaard son las del ‘individuo' existente y sus 'posibilidades'. Lo único real es el 'individuo', el singular opuesto al Absoluto. También se contrapone al 'pueblo' o a la masa anónima...

Kierkegaard, no simpatizaba con los ideales revolucionarios y democráticos del siglo XIX. La soledad del individuo es trágica, porque el singular se enfrenta con su existencia que no está determinada por la necesidad (como en Hegel) sino por la 'posibilidad'. Pero 'lo posible' es infinito y hasta contradictorio, porque en la posibilidad todo es igualmente posible. Entonces las alternativas de la vida no pueden conciliarse en una síntesis dialéctica y no tienen solución. El singular siente que reposa sobre la nada y que tiene que elegir. Elegir en el mundo le provoca angustia y elegirse a sí mismo, desesperación, que es la 'enfermedad mortal:

Sobre la obra

El Diario De Un Seductor es parte de la primera obra importante de Kierkegaard, O lo uno o lo otro, que es una colección de dos volúmenes de documentos. Al parecer se trata de cuestiones de naturaleza personal en su vida. Justo antes de escribir gran parte de O lo uno o lo otro Kierkegaard había terminado un compromiso de un año con una mujer llamada Regina Olsen, una mujer más joven que él.

Todos pensaban que eran felices y su matrimonio uniría a dos adinerados hogares de Copenhague. Cuando Kierkegaard, este conoció a Regina cuando tenía veinticuatro años y ella tenía catorce. La admiro durante tres años, a los veintisiete le hizo una abrupta propuesta que ella rechazó; pero su padre consintió más tarde.

El Diario del Seductor es el intento de Kierkegaard de hacer las cosas bien, es un intento de pintarse como un mal hombre y hacer que la ruptura sea más fácil para Regine. El libro tiene un propósito engañoso. Kierkegaard se representa a sí mismo como Juan y Regina como Cordelia Wahl.

La obra describe la ambición amorosa del narrador, llamado Juan (o Johannes en original, clara referencia a la legendaria figura del conquistador Don Juan), quien crea una estratagema para hacerse con el amor de una mujer de nombre Cordelia.

A través de consideraciones reflexivas del personaje principal masculino, narcisista y pedante, en torno al arte de la seducción, y las epístolas remitidas a su objetivo amoroso, el libro, narrado con exquisito tacto, muestra los diferentes procesos en torno a la maquinación, persuasión, fabulación y conquista del ser deseado.

Lo más interesante de este texto de Kierkegaard, filósofo clave del siglo XIX y precursor del existencialismo, es significar con su desarrollo que tal deseo de posesión amorosa no es la conquista en sí, sino la satisfacción del propio ego al atrapar la presa y soltarla desconsideradamante.

Es el acto de un individuo inmaduro fascinado por la estética más que movido por la ética (aspectos fundamentales del autor danés). El libro alterna momentos de cierta fascinación en su aspecto de vanidad, hedonismo, autosatisfacción ególatra y engaño urdidor, con otros más lánguidos y reiterativos.

Resumen

La primera parte del libro nos revela estas notas que son tres que escribe la propia Cordelia la seducida. La primera carta es acusatoria, reconociendo amargamente que ella nunca poseyó a Juan de la forma en que él lo hacía. La segunda carta es similar en su intención, aunque es más oscura ya que se basa principalmente en una anécdota sobre un hombre rico que tomó de una doncella pobre su cordero. La tercera carta es desesperante, pero revela que todavía tiene esperanzas de que Juan algún día la ame verdaderamente.

El autor incluye las cartas para darnos una idea de cómo Juan ha manipulado a Cordelia hasta dejar sus emociones confusas y sus convicciones inciertas. El resto del desarrollo en el diario de un seductor es el mismo; en las primeras entradas, realmente ocurre muy poco. El diario comienza en la primavera, con su descripción de su primer atisbo de Cordelia, saliendo de un carruaje, y sus pensamientos sobre cuán bellamente explotable y para su ventaja el mundo es, simplemente por naturaleza. La mayoría de las siguientes entradas son similares.

Él tiene éxito, y para deleite de Juan, las emociones de Cordelia se vuelven cada vez más agitadas. El diario se interrumpe intermitentemente por la inserción de notas de Juan que envía a Cordelia, a veces explicando su intención, pero otras veces simplemente registrándolas. Las notas son breves, este alterna entre distante e intensamente personal, entre elevadas alusiones y súplicas apasionadas. Juan consigue gradualmente que Cordelia rechace la idea del matrimonio.

Mientras tanto, reflexiona extensamente sobre la calidez y la virginidad, dudando de que Cordelia todavía sea interesante para él. En otoño, Juan logra silenciosamente que Cordelia rompa el compromiso ella misma. A partir de entonces, se preocupa de asegurarse de que Cordelia no tenga oportunidad de reflexionar sobre lo sucedido, por lo que sigue siendo incierta.

Todavía no estéticamente satisfecho con la ironía final de sus acciones, concluye el diario reflexionando sobre cómo “poetizar a sí mismo a partir de una niña” esta es una de las frases del diario de un seductor más interesante que invita analizar a el lector

Prólogo

Sua passion predominante é la giovin principiante.

DON GIOVANNI, aria

Me cuesta dominar la ansiedad que me acomete en este instante en que me resuelvo a transcribir, con el mayor cuidado, la copia que entonces hice con precipitación y con el corazón alterado. Pero incluso hoy, no obstante, siento idéntica inquietud y me hago idénticos reproches. No habían cerrado la mesa escritorio y todo se encontraba a mi disposición. Habla un cajón abierto. En él, sobre algunos papeles sueltos, se hallaba un volumen en cuarto, encuadernado con óptimo gusto. Estaba abierto en la primera página, en la que, en un pequeño recuadro de papel blanco, dejó escrito de su puño y letra: Comentarius perpetuas n°4. Estoy tratando de serenarme, diciéndome que de no haber estado abierto el libro y de no haber sido tan sugestivo el título, no me hubiese vencido la tentación con tanta facilidad. El título resultaba bastante extraño, más que por sí mismo, por el lugar en el que se hallaba. Al examinar brevemente los papeles sueltos, comprendí que se trataba, de episodios amorosos, alguna alusión a aventuras personales y también borradores de cartas.

Ahora, cuando he podido dirigir la mirada por dentro al corazón tenebroso de aquel ser corrompido, cuando con el pensamiento vuelvo al instante en que estuve ante aquel cajón abierto, siento una sensación similar a la de quien, mientras registra la habitación de un monedero falso, descubre una cantidad de papeles sueltos que le indican que está sobre la pista; en esos momentos, a la satisfacción del hallazgo, se mezcla un gran asombro por todo el trabajo y el estudio realizado. Pero a mí la cuestión se me presentaba bajo otro aspecto, ya que, careciendo de función policial, mi actitud me colocaba en una senda al margen de la ley. En mi confusión, me sentía tan vacío de ideas como de palabras. Con frecuencia, nos dejamos dominar por una impresión, hasta que nos liberamos al reflexionar, y esta medición, rápida y mudable en su agilidad, penetra en el íntimo misterio de lo Desconocido.

Cuanto más desarrollada está la facultad de reflexión, con mayor rapidez vuelve a asumir el predominio, lo mismo que el funcionario que extiende los pasaportes y, por la fuerza de la costumbre, puede mirar con fijeza y sin desorientarse, las más extrañas caras de aventureros. Pero, aunque mi ejercicio reflexivo está vigorosamente desarrollado, en el primer instante me dominó un profundo estupor; recuerdo claramente que me sentí palidecer y que poco faltó para que me desvaneciese. ¡Qué sensación de angustia experimenté en aquellos momentos! ¡Si él hubiese regresado a su casa y me hubiera hallado sin sentido ante su abierto escritorio! La mala conciencia, sin embargo, puede hacer interesante la existencia...

El título del libro no me llamó demasiado la atención imaginé que se trataba de una recopilación de fragmentos y párrafos extraídos de diferentes obras, hipótesis que pareció lógica pues sabía que estudiaba asiduamente. Sin embargo, el contenido era distinto por completo: un Diario personal, redactado con toda minuciosidad. Cuando lo conocí, no supuse que su vida necesitara un comentario, pero, después de lo que había podido ver, era imposible negar que el título fue elegido a conciencia por un hombre capaz de mirar por encima de sí mismo y de su situación. El título armonizaba perfectamente con el contenido. El fin de su existencia era vivir poéticamente y en la vida había sabido encontrar, con un sentido muy agudo, lo que hay de interesante y describir sus sensaciones lo mismo que si se tratara de una obra de imaginación poética. Por tanto, este Diario suyo no está rigurosamente de acuerdo con la verdad y no es una narración; podríamos decir que no se halla en el modo indicativo sino en el subjuntivo. Seguramente debió ser escrito poco después de los hechos, pues posee una eficacia tan vivamente dramática que hace revivir ante los ojos de nuestra mente, y para nosotros, el huidizo instante. No cabe la menor duda de que el Diario tuvo el único propósito de un fin de interés particular del autor. Considerando el plan general de la obra, lo mismo que sus pormenores, no puede suponerse que fuese escrito con finalidad literaria o con destino a la imprenta. Y no es que temiera la mirada indiscreta de los profanos; a todos los apellidos se les ha dado una apariencia demasiado extraña para que puedan ser auténticos. Sin embargo, creo sinceramente que ha conservado los nombres propios, de modo que más adelante pudiera identificarlos, pero que los demás se hubieran engañado ante los apellidos. Esta apreciación mía es exacta, por lo menos, en lo que se refiere al nombre de la muchacha, en torno a la que se centra el interés principal, y a la que yo conocí personalmente: Cordelia... En efecto, se llamaba Cordelia, pero su apellido no era Wahl.

¿A qué se debe, entonces, que este Diario posea todas las características de una creación poética? La respuesta no es difícil. Quien lo escribió tenía naturaleza de poeta, es decir, un temperamento que, por así decirlo, no es ni tan rico ni tan pobre como para poder separar perfectamente la realidad de la poesía. El espíritu poético era el signo más que él añadía a la realidad; ese signo más consistía en lo poético de que él gozaba, en una poética situación de esa realidad; cuando de nuevo la evocaba como fantasía de poeta, sabía hacer partido del placer. En el primer caso, gozaba en ser el objetivo estético; en el segundo, gozaba estéticamente de su propio ser. Es interesante señalar que, en el primer caso, en su fuero interno se deleitaba de un modo egoísta de cuanto la vida le otorgaba y, en parte, de aquellas mismas cosas con las que impregnaba la realidad; de ésta, en el primer aspecto se servía como un medio, en el segundo, la elevaba a una concepción poética. Por eso mismo, un resultado del primer aspecto es la condición anímica en la que se vino formando el Diario y fruto del seguro, su maduración; pero no debe despreciarse la observación de que en este caso, las palabras deben entenderse en un sentido algo diferente al otro. Y de este modo pudo percibir siempre la poesía en la doble forma en que su vida transcurrió y a través de esta misma forma.

Más allá del mundo en que vivimos, en un fondo lejano existe todavía otro mundo y ambos se encuentran más o menos en idéntica relación que la escena teatral y la real. A través de un delgadísimo velo, distinguimos otro mundo de velos, más tenue pero también de más intenso carácter estético que el nuestro y de un peso distinto de los valores de las cosas. Muchos seres que aparecen materialmente en el primero, pertenecen tan sólo a éste, pero tienen su auténtico lugar en el otro. En consecuencia, cuando un ser humano se desvanece de éste y llega a desaparecer casi de él totalmente, puede deberse a un estado de dolencia o de salud. Este es el caso de El, a quien conocí aun sin llegar a conocerle. No pertenecía al mundo real, pero tenía con él mucha relación. Penetraba en él muy hondamente; no obstante, cuanto más se hundía en la realidad, quedaba siempre fuera de ella. No es que le sacara fuera un espíritu del bien, ni tampoco uno del mal; nada puede afirmar en su contra... Padecía de un exacerbado cerebro, por lo que el mundo real no tenía para él suficientes estímulos, excepto en forma interrumpida. No se alejaba de la realidad por ser demasiado débil para soportarla, sino demasiado fuerte y precisamente en esta fuerza residía su dolencia. Apenas la realidad perdía su poder de estímulo, se sentía desarmado y el espíritu del mal venía a acompañarle. De eso, él tenía conciencia en el instante mismo en que le incitaban y en esa conciencia estaba el mal.

Conocí a la muchacha cuya historia constituye el tema central del libro; ignoro si sedujo a otras, aunque, seguramente, serla posible deducirlo de sus papeles. Parece que también en esta forma de proceder se condujo del modo absolutamente particular que le caracteriza, pues la naturaleza le había dotado de un espíritu demasiado selecto para que fuese uno de tantos seductores habituales.

Con frecuencia aspiraba a algo completamente insólito; por ejemplo, a un saludo ya que el saludo era lo mejor que una dama tenía. Por medio de sus finísimas facultades intelectuales, sabía inducir a una muchacha a la tentación, ligarla a su persona incluso sin tomarla, sin desear siquiera poseerla; en el más estricto sentido de la palabra. Imagino perfectamente cómo sabía conducir a una muchacha hasta sentirse seguro de que ella iba a sacrificarlo todo por él. Y cuando lo había conseguido, cortaba de plano. Todo esto, sin que él, por su parte, hubiese demostrado el menor acercamiento, sin que aludiese al amor en ninguna de sus palabras, sin una declaración o siquiera una promesa. Pero, sin embargo, todo había ocurrido; y la desgraciada, al darse cuenta, sentía una doble amargura, puesto que nada le podía reclamar, o se veía lanzada, en una loca zarabanda, a los más opuestos estados de ánimo. A veces le dirigía reproches, para otras reprocharse a sí misma, pero, como en realidad nada había existido, debía preguntarse a sí misma si no era todo producto de su imaginación. Tampoco le quedaba el recurso de confiarse a alguien, pues, objetivamente, nada tenía que confiar. A otras personas se les puede contar un sueño, pero la muchacha en cuestión podía haber contado algo que no era un sueño, sino una amarga realidad, pese a lo cual, cuando deseaba desahogar un poco su angustiado corazón, todo volvía a desaparecer. De eso, las interesadas debían dolerse mucho, pero mejor que nadie hubieran podido formarse una idea clara del caso, aunque sintieran pesar sobre sí mismas su carga apremiante.

Por tal causa, las víctimas que él causaba era de un tipo muy especial: no pasaban a engrosar el número de desdichadas que la sociedad condena al ostracismo; en ellas no se advertía ningún cambio visible; vivían en la relación habitual de siempre; respetadas en el círculo de los conocidos, como siempre; y, sin embargo, estaban sufriendo un profundo cambio, en una forma que a ellas les resultaba muy oscura y para los demás totalmente incomprensible. Su vida no estaba rota, como la de las otras seducidas; tan sólo, habían sido doblegadas y vencidas dentro de sí mismas; por idas para los demás, intentaban inútilmente volverse a encontrar. Así como podía decirse que recorría el camino de la vida sin dejar huellas, tampoco dejaba materialmente víctimas por vivir en un tono demasiado espiritual para un seductor tal como vulgarmente se concibe. En ocasiones, sin embargo, asumía un cuerpo «paraestático» y, entonces, era pura sensualidad. El mismo amor que por Cordelia sentía estaba tan lleno de complicaciones, que a causa de ellas parecía ser él el seducido; e incluso la propia Cordelia podía sentir la duda en su alma, pues en este caso no supo hacer tan inseguras sus huellas que resultara imposible toda comprobación. Para él, los seres humanos no eran más que un estímulo, un acicate; una vez conseguido lo deseado, se desprendía de ellos lo mismo que los árboles dejan caer sus frondosos ropajes; él se rejuvenecía mientras las míseras hojas marchitaban.

Sin embargo, en su mente, ¿qué aspecto debió adquirir todo esto? Con toda seguridad, quien induce al error a los demás, debe caer también en este mismo error. Cuando algún viajero extraviado pregunta por el camino a seguir, es muy reprobable indicarle un rumbo falso y luego dejarle marchar solo, pero carece de importancia si se compara con el daño que se hace a quien se impulsa a perder por las rutas de su alma. Al viajero extraviado le queda, por lo menos, el consuelo del paisaje, que le rodea, casi siempre variado, y la esperanza de que a cada recodo encuentre el buen camino; pero quien se desorienta en su Yo íntimo, queda recluido en un espacio muy angosto y en seguida vuelve a encontrarse en el punto del que partió y va recorriendo sin solución de continuidad un laberinto del que comprende que no podrá salir. Imagino que también esto debió ocurrirle a él, pero de forma mucho más terrible. No puedo imaginar una tortura mayor que la congoja de una inteligencia intrigante que de repente pierde su hilo conductor y que, cuando su conciencia despierta y trata de salir del laberinto, vuelve contra sí mismo toda su penetración cerebral. Le resultan inútiles todas las salidas de su cueva de zorro: cuando cree alcanzar la luz del día, se da cuenta de que se halla delante de una nueva entrada y, como una fiera despavorida, en la desgarradora desesperación que le acomete, trata de nuevo de salir, pero de nuevo sólo encuentra entradas que lo conducen de nuevo a sí mismo.

Un hombre así no comete crímenes, porque a menudo le engaña su propia superchería, pero recibe un castigo mucho más terrible que un verdadero delincuente; pues, en realidad, ¿qué es el dolor de la expiación si se compara con esta consecuente locura? El castigo, para él, tendrá un carácter puramente estético: un despertar resulta demasiado ético, según su modo de pensar. Ira conciencia se le aparece tan sólo bajo la forma de un conocimiento más elevado, que se expresa como una inquietud; y ni siquiera puede decirse que le acuse con toda propiedad, sino que le mantiene despierto y, al inquietarle, le priva de todo reposo. No puede admitirse que sea un demente: la diversidad de sus pensamientos no está fosilizada en la eternidad de la locura.

También a la pobre Cordelia le resultaba muy difícil encontrar la paz. Ella, ciertamente, le perdona de corazón, pero carece de paz pues la duda renace en su alma: fue ella quien quiso romper el compromiso, con lo que provocó su propia desdicha, ya que su orgullo necesitaba algo insólito. Luego viene el arrepentimiento, pero ni siquiera en esto encuentra la paz, pues en ese instante precisamente, otra voz en su conciencia le dice que ella no ha tenido culpa alguna: fue él mismo quien le puso con gran astucia ese propósito en el alma. De este modo nace el odio y su corazón se aligera al maldecir, pero no recobra la paz, ya que la conciencia le dirige nuevos reproches; se increpa a sí misma por odiarle y se censura por haber sido

culpable, incluso engañada. Al engañarla, él cometió una falta muy grave, pero peor aún fue el desarrollarla estéticamente de modo que ella no puede prestar oído a una sola voz con sumisión por mucho tiempo y, en cambio, sí puede escuchar más y más reclamos. Cuando en su alma se despiertan los recuerdos, ella olvida pecado y culpa, para evocar sólo los instantes de felicidad, dejándose embriagar por una exaltación que nada tiene de particular. En esos lapsos, ella no se acuerda tan sólo de sí misma, sino que logra comprenderle a él con mucha claridad; esto demuestra la poderosa influencia creadora que sobre ella ejerció, que en él nada afectuoso encuentra, pero tampoco ve en él al ser noble; tan sólo lo percibe estéticamente. En cierta ocasión, Cordelia me escribió una esquela que contenía las siguientes palabras:

«Llegaba a ser a veces tan espiritual, que como mujer me sentía anonadada; pero luego se volvía apasionado, con tal desenfreno, que casi temblaba por él. En ocasiones, yo era una extraña para él, otras se me abandonaba completamente, pero luego, al abrazarle, todo desaparecía y con mis brazos solo ceñía "las nubes". Antes de encontrarle, ya conocía yo esa frase, pero sólo él me enseñó su significado y cuando la empleo debo pensar siempre en él; igualmente siempre y sólo a través de él pienso cada pensamiento mío. Desde mi infancia amé la música; él era un maravilloso instrumento, siempre templado, rico en tonos como ningún otro; poseía fuerza y delicadeza en el sentir; ningún pensamiento le resultaba demasiado grande, ninguno excesivamente audaz o arriesgado; sabía rugir con la misma fuerza que una tormenta de otoño pero también susurrar imperceptiblemente. Ni una sola de mis palabras le resultaba algo vacío, sin efecto, pero no soy capaz de decir si le faltó efecto a mis palabras, pues jamás pude prever cuál sería. Con una sensación de temor inefable, colmada de inmensa beatitud, yo escuchaba la música evocada, que, sin embargo, no había evocado yo; aquella música llena de armonía con la que cada vez sabía arrastrarme».

Es terrible el castigo de Cordelia, pero mayor el que él sufrirá, cosa que intuí por la irresistible sensación de ansiedad que yo experimento, al pensar en todo eso. También yo me siento arrastrado en aquella zona nebulosa, en aquel mundo de ensoñación, donde nuestra misma sombra nos asusta a cada instante. Es inútil que intente liberarme, pues debo seguirle, como a un acusador mudo y amenazador. ¡Qué cosa más extraña! El sabía envolverlo todo en el más profundo secreto, pero hay un secreto aún más abismal: estoy «iniciado» en su secreto, pero de forma completamente ilegal, deshonesta. Quisiera olvidar y no lo logro. En alguna ocasión incluso pensé en hablarle de este asunto. Pero ¿de qué iba a servirme? Seguramente lo negaría todo, afirmando que el Diario no es más que una obra poética o me pediría que me callase, a lo que no me podría negar a causa del modo como me «inicié» en su secreto. Nada hay como un secreto que lleva consigo tanto maleficio y tanta maldición.

De Cordelia recibí una colección de cartas; ignoro si son todas las que escribió pues en alguna ocasión me había dicho que destruyó unas cuantas. Las copió y ahora quiero intercalarlas aquí, en su lugar correspondiente. Ninguna de ellas lleva fecha, pero aun el caso contrario de nada serviría pues cuanto más avanza el Diario más raras son las fechas y, al final, desaparecen por completo. Se tiene la impresión de que en esa etapa la historia se vuelve tan cualitativamente enjundiosa y, pese a toda realidad concreta, se acerca tanto a la idea que cualquier determinación temporal se hace insignificante. Para suplir esta falta, me ayudes mucho el hecho de que en distintos puntos del Diario existen palabras cuyo sentido, al principio, no pude comprender, pero, al remitirme a las cartas, comprobé que eran el germen o la circunstancia determinante de ella y por eso me fue fácil ordenarlas, colocando cada una donde está su motivo fundamental. Algunas de ellas deben haber sido escritas en un mismo día.

Tiempo después de que la abandonara, Cordelia le escribió algunas cartas que él devolvió, sin siquiera abrir. También éstas me las entregó; la propia Cordelia había roto los sellos y pude copiarlas. Jamás me dijo ella una sola palabra acerca de esas cartas; cuando la conversación se refería a sus relaciones con Johannes solía recitarme un verso, creo que de Goethe, que siempre puede significar algo distinto, según el modo como se diga y el estado de ánimo en que nos hallamos:

Desprecia la felicidad.

La pesadumbre vendrá después...

Las cartas de Cordelia

Johannes:

No te llamo... mío. Comprendo perfectamente que jamás lo fuiste y por eso me siento castigada con tanta dureza por haberme aferrado a esa idea, como a mi única alegría. Pero te llamo mío, mi seductor, mí embaucador, mí enemigo, origen de mi desventura, tumba de mi dicha, abismo de mi desdicha.