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Domar a un jeque El jeque Shaheen Aal Shalaan enseguida decidió que sería suya. Tras intercambiar unas cuantas palabras, tuvo a la misteriosa mujer en su cama. Entonces, Shaheen descubrió la identidad de su amante. Era Johara, su amiga de la infancia, ahora convertida en una mujer bellísima sin la que no podía vivir. Su puesto en la casa real de Zohayd exigía un matrimonio de Estado. Pero ¿cómo iba a abandonar a la mujer que esperaba un hijo suyo? Delirios de felicidad El príncipe Harres Aal Shalaan rescató a la prisionera Talia Burke de las garras de su tribu rival y la protegió entre sus fuertes brazos. Pero el valeroso guerrero descubrió que aquella bella extranjera poseía información vital que podía destruir su amado reino... y, para colmo, tenía poderosas razones para no confiar en él. La rendición del jeque El príncipe Amjad Aal Shalaan pretendía recuperar unas joyas que le habían robado a su familia y sospechaba que el ladrón era Yusuf. Para ello esperaba la celebración de la carrera anual del reino, pero cuando la princesa Maram, hija de Yusuf, apareció en sustitución de su padre y destrozó los planes de Amjad, este montó en cólera y la convirtió en rehén de su pasión.
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Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2018 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
N.º 43 - junio 2019
© 2010 Olivia Gates
Domar a un jeque
Título original: To Tame a Sheikh
Publicada originalmente por Silhouette® Books
© 2011 Olivia Gates
Delirios de felicidad
Título original: To Tempt a Sheikh
Publicada originalmente por Silhouette® Books
© 2011 Olivia Gates
La rendición del jeque
Título original: To Touch a Sheikh
Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.
Estos títulos fueron publicados originalmente en español en 2012
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.
Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.
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Imágenes de cubierta utilizadas con permiso de Dreamstime.com.
I.S.B.N.: 978-84-1307-998-1
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Créditos
Domar a un jeque
Capítulo Uno
Capítulo Dos
Capítulo Tres
Capítulo Cuatro
Capítulo Cinco
Capítulo Seis
Capítulo Siete
Capítulo Ocho
Capítulo Nueve
Capítulo Diez
Capítulo Once
Delirios de felicidad
Capítulo Uno
Capítulo Dos
Capítulo Tres
Capítulo Cuatro
Capítulo Cinco
Capítulo Seis
Capítulo Siete
Capítulo Ocho
Capítulo Nueve
Capítulo Diez
Capítulo Once
Capítulo Doce
La rendicion del jeque
Prólogo
Capítulo Uno
Capítulo Dos
Capítulo Tres
Capítulo Cuatro
Capítulo Cinco
Capítulo Seis
Capítulo Siete
Capítulo Ocho
Capítulo Nueve
Capítulo Diez
Capítulo Once
Capítulo Doce
Epílogo
Si te ha gustado este libro…
Johara Nazaryan había ido a ver al único hombre al que había amado en toda su vida.
Antes de que él se casara con otra.
Su corazón latía con una mezcla de anticipación, miedo y desesperación mientras miraba a los elegantes invitados a la despedida de soltero que su socio, Aidan McCormick, había organizado en honor de Shaheen.
Pero no había ni rastro del príncipe Shaheen Aal Shalaan.
Johara respiró profundamente mientras se escondía un poco más en una esquina, esperando no llamar demasiado la atención. Agradecía el tiempo extra para calmarse, aunque la espera estaba poniéndola nerviosa.
Aún no podía creer que hubiera decidido volver a verlo después de doce años.
Durante ese tiempo había leído todo lo que se publicaba sobre él, incluso lo había visto alguna vez, de lejos. Pero aquella noche estaba decidida a acercarse a Shaheen para saludarlo.
Shaheen.
Para todo el mundo, era un príncipe de Zohayd, un reino del desierto, el hijo más joven del rey Atef Aal Shalaan y la difunta reina Salwa. También era un empresario que, en los últimos seis años, se había convertido en uno de los más poderosos en el mundo de la construcción y el transporte.
Para Johara, siempre sería el chico de catorce años que había salvado su vida veinte años atrás.
Entonces ella tenía seis años y era su primer día en el palacio real de Zohayd. Su padre, un estadounidense de ascendencia armenia, había sido nombrado ayudante del joyero real, Nazeeh Salah.
Mientras su padre se entrevistaba con el rey, ella había salido al balcón y, siendo como era una niña, se asomó demasiado y quedó colgada del alféizar.
Acudió mucha gente al escuchar sus gritos pero nadie era capaz de llegar hasta ella. Su padre había lanzado una cuerda desde el balcón para que se agarrase a ella y cuando Johara intentaba hacerlo, alguien le gritó que se soltara. Asustada, miro hacia abajo…
Y entonces lo vio.
Parecía estar demasiado lejos pero mientras su padre le gritaba que se agarrase a la cuerda, Johara se soltó, dejándose caer más de diez metros, sabiendo que él la atraparía.
Y tan rápido y precioso como el halcón que le daba nombre, Shaheen lo había hecho.
Aún recordaba ese momento muchas veces. Sabía que habría podido agarrarse a la cuerda pero había elegido confiar su seguridad a una magnífica criatura que la miraba con un destello de seguridad en sus brillantes ojos dorados.
A partir de ese día había sabido que siempre sería suya. Y no sólo porque la hubiera salvado. Shaheen se convirtió en el mejor amigo de su hermano mayor, Aram, y en mucho más para ella pero Johara sabía que su sueño de ser suya algún día era imposible.
Shaheen era un príncipe, ella la hija de un empleado de palacio. Aunque con el tiempo su padre se había convertido en el joyero real, con la importante responsabilidad de conservar el tesoro de la nación, las joyas llamadas El Orgullo de Zohayd, seguía siendo un empleado, un extranjero de origen humilde que había logrado aquel puesto gracias a su talento y a su trabajo.
Pero Shaheen no la hubiese mirado aunque fuera la hija del noble más noble del reino.
Siempre había sido extraordinariamente amable con ella, pero salía con las mujeres más bellas y sofisticadas desde los diecisiete años. Entonces, Johara estaba convencida de no poseer belleza y sofisticación suficientes para llamar su atención pero para ella era suficiente con estar a su lado, amándolo en silencio.
Durante ocho maravillosos años, Shaheen le había ofrecido su amistad y para estar a su lado, Johara decidió quedarse con su padre cuando sus progenitores se separaron y su madre, francesa, se marchó de Zohayd para continuar su carrera como diseñadora de moda en París.
Y entonces, de repente, todo terminó. Poco antes de cumplir los catorce años, Shaheen se había apartado abruptamente de su hermano y de ella. Aram, furioso, le dijo a Johara que Shaheen había decidido dejar de confraternizar con los empleados y dedicarse a su papel como príncipe de Zohayd.
Aunque Johara no podía creerlo y estaba convencida de que el enfado de Aram tenía otro origen, la repentina distancia del príncipe era una llamada de atención.
Porque en realidad, ¿qué podía esperar más que un amor no correspondido hasta que un día Shaheen se casara con una mujer noble, como era su destino?
Tal vez se había alejado porque conocía sus sentimientos por él y no quería hacerla sufrir. En cualquier caso, su alejamiento había influido en su decisión de marcharse del país. Unas semanas antes de su cumpleaños, Johara se había ido de Zohayd para vivir en Francia con su madre. Y no había vuelto nunca.
Desde ese día, encontraba consuelo sólo cuando leía alguna noticia sobre Shaheen, amándolo en secreto.
Pero pronto no tendría derecho a amarlo y tenía que verlo por última vez. De verdad tenía que verlo… antes de que se casara con otra mujer.
Uno de sus socios, Aidan McCormick, había organizado una de despedida de soltero para él en Nueva York y Johara había decidido acudir a la fiesta. Trabajaba como diseñadora de moda y joyas, con gran éxito en Francia en los últimos años, y la consideraron una invitada VIP.
Pero lo difícil sería encontrar valor para acercarse a Shaheen. Y rezaba para descubrir que lo había exagerado en su recuerdo, a él y sus sentimientos por él.
De repente, Johara sintió que se le erizaba el vello de la nuca y se dio la vuelta…
Shaheen estaba allí.
La gente parecía abrirle paso, su presencia iluminando el salón como si fuese un faro.
Y su corazón se detuvo durante una décima de segundo.
Siempre había sido mucho más alto que ella, aunque medía un metro setenta y dos a los catorce años. Ahora medía un metro ochenta con tacones de cuatro centímetros y Shaheen seguía sacándole una cabeza.
Pero aquel no era el Shaheen que ella recordaba.
Tenía veintidós años la última vez que lo vio, en Cannes. De lejos daba una tremenda impresión de virilidad, clase y poder… había visto fotografías e imágenes suyas en programas de televisión pero nada de eso podía transmitir el carisma de aquel hombre.
Sí, había sido como un dios para ella desde siempre, un magnífico dios del desierto hecho de misterio y de fuerza.
El esmoquin negro se ajustaba a unos hombros dos veces más anchos que cuando lo conoció. No llevaba hombreras en el traje, eso era evidente. Si antes le había parecido un joven halcón, ahora tenía la majestad de un halcón maduro.
Y eso fue antes de mirar su rostro.
Shaheen siempre había sido lo que los medios llamaban «espectacular», con ese pelo ondulado de color tabaco y esos ojos únicos de color miel en contraste con su piel morena. De joven era impresionante, ahora era arrebatador.
Pero fue su expresión, que traicionaba su estado de ánimo, lo que la hizo sentir un escalofrío.
Shaheen no estaba contento. Al contrario, parecía profundamente molesto por algo. Tal vez los demás no se daban cuenta, pero Johara podía sentirlo.
Si lo hubiese encontrado sereno, divertido, relajado se habría atrevido a hablar con él, pero ahora…
En fin, al menos había algo por lo que sentirse agradecida: Shaheen no la había visto.
Y no se acercaría a él. Acercarse en aquel momento podría tener terribles consecuencias. Si ejercía ese efecto devastador en ella sin haberla visto siquiera, ¿qué ocurriría si estuviesen cara a cara?
Tonta romántica que era, sólo había conseguido una cosa viéndolo aquella noche: aumentar su pena. De modo que lo mejor sería evitar males mayores.
Regañándose a sí misma, Johara dio un paso adelante para salir del salón… y sintió como si hubiera entrado en un campo de fuerza.
La mirada de Shaheen.
El impacto fue tan tremendo que se quedó inmóvil. Sus ojos siempre le habían parecido como carbones encendidos, incluso cuando la miraba con afecto, pero ahora sentía esa quemazón en los huesos. Había sido un error acudir a esa fiesta, pensó, y no tenía la menor duda de que lo lamentaría el resto de su vida.
Se quedó donde estaba, inmóvil, como hipnotizada, mirándolo con el mismo fatalismo con el que uno miraría un coche que se acercara a toda velocidad.
Shaheen había lamentado desde el primer momento haber ido a casa de Aidan. Y ese malestar se intensificaba con cada paso que daba en aquel salón lleno de gente que hablaba y reía.
Debería haberle contado a Aidan que aquella no era una fiesta de despedida para él sino una pira funeraria.
Y allí estaba su amigo y socio, acercándose con una sonrisa en los labios.
–¡Sheen! –exclamó, dándole una palmadita en la espalda–. Pensé que habías decidido hacerme quedar en ridículo otra vez.
Shaheen intentó sonreír. Odiaba que Aidan abreviara su nombre. Sus amigos occidentales lo hacían porque les resultaba más fácil y en casa porque era la primera letra de su nombre en árabe. No sabía por qué lo aguantaba. ¿Pero qué era un sobrenombre que no le gustaba comparado con lo que tendría que soportar a partir de aquel momento?
–De haber sabido qué clase de fiesta pensabas organizar, lo habría hecho.
–Tienes que relajarte un poco, no puedes estar trabajando todo el tiempo –dijo Aidan, pasándole un brazo por los hombros.
Shaheen tuvo que disimular una mueca de desagrado. Le caía bien Aidan y, en su país, las muestras físicas de afecto era habituales entre miembros del mismo sexo. Pero, aparte de su familia, no le gustaba que lo tocasen. Ni siquiera las mujeres con las que se acostaba. Mantenía relaciones sexuales para relajarse, no porque buscase intimidad.
Apenas podía recordar su último encuentro sexual. Los encuentros carnales, sin la menor emoción, habían perdido su atractivo para Shaheen. Y era lógico, ya que las mujeres a las que respetaba no despertaban ningún deseo en él.
–Te aseguro que prefiero trabajar a este… frenesí.
Aidan lo miró, desconcertado. Después de seis años como socios, aquel hombre aún no lo conocía en absoluto. Probablemente porque lo mantenía, como a todo el mundo, a distancia. Pero Aidan había organizado aquella fiesta con la mejor intención, de eso estaba seguro, y no era justo ni educado mostrarse desagradecido.
–Pero no todos los días le digo adiós a mi libertad –añadió–. De modo que toda esta… fanfarria es bienvenida.
Aidan sonrió de nuevo.
–No vas a perder tu libertad. He oído que esos matrimonios arreglados son el paradigma de… en fin, de la flexibilidad marital –le dijo, dándole otra palmadita en la espalda.
Shaheen tuvo que hacer un esfuerzo para contenerse.
Afortunadamente, Aidan se dio la vuelta en ese momento para anunciar que había llegado el príncipe y él actuó como un autómata, como hacía tantas veces, para no defraudar a su socio. No tenía sentido explicarle que la situación no era la que él creía. Además, había tomado un par de copas y no estaba lúcido del todo. Dejaría que disfrutase de la euforia del alcohol y no le hablaría de la dura realidad.
Porque su vida estaba a punto de hundirse para siempre.
No la vida profesional, donde no había dejado de tener un éxito detrás de otro, sino la vida personal. Las cosas habían ido deteriorándose poco a poco… incluso podría decir el día en el que todo había empezado a ir cuesta abajo: el día de su pelea con Aram.
Antes de eso, vivía una existencia encantadora, con un futuro sin límites. Pero las cosas habían ido de mal en peor desde entonces.
Siempre había sabido que, como príncipe de Zohayd, se esperaba de él que contrajese un matrimonio de Estado. Pero no había querido pensar en ello, esperando que alguno de sus hermanos mayores se casara con la mujer adecuada para los intereses del país.
Amjad, su hermano mayor y príncipe heredero, había hecho tal matrimonio y había terminado en desastre.
La mujer de Amjad, que se había casado embarazada, conspiró para matar a su hermano y hacer pasar a ese hijo como suyo para seguir siendo la princesa y madre del heredero al trono.
Tras el divorcio de Amjad, el escándalo, que aún resonaba en la región, había dado la vuelta al mundo. Y nadie se atrevía a pedirle a su hermano que volviera a contraer otro matrimonio de Estado. Él decía que cuando llegase el momento de convertirse en rey, su hermano Harres sería su heredero y si no, lo sería Shaheen. Punto.
En cuanto a Harres, él nunca contraería un matrimonio de Estado porque casarse con una mujer de alguna tribu de la región comprometería su posición como ministro de Interior, el mejor que había tenido nunca Zohayd. Si decidía casarse, algo que parecía imposible, ya que ninguna mujer le había interesado de verdad en sus treinta y seis años, Harres podría elegir a su esposa.
De modo que dependía de él contraer un matrimonio que revitalizase los pactos entre las diversas facciones de su país. Shaheen era el último hijo del rey nacido de una reina de Zohayd. Haidar y Jalal, sus hermanastros, hijos de la reina Sondoss, que era natural de Azmaharia, no eran considerados lo bastante «puros» de raza como para que sus matrimonios pudiesen implementar la paz.
Durante años, Shaheen había sabido que no podría escapar a su destino pero en lugar de resignarse, lo odiaba más cada día. Era como una sentencia de muerte pendiendo sobre su cabeza.
Unos días antes, el día que cumplió treinta y cuatro años exactamente, había decidido terminar con el sofocante suspense anunciando su capitulación. Le había pedido a su padre que empezase a buscar candidatas y, al día siguiente, la noticia de que el príncipe Shaheen buscaba esposa había aparecido en todos los medios de comunicación.
Y allí estaba, soportando una fiesta que su socio había organizado para celebrar que pronto dejaría de ser un hombre libre.
Shaheen miró su reloj y frunció el ceño. Sólo habían pasado unos minutos y ya había estrechado cientos de manos y sonreído a docenas de rostros artificialmente embellecidos o embriagados.
Ya estaba bien. Le diría a Aidan que estaba cansado y se alejaría de aquella pesadilla. Seguramente su socio ya habría bebido lo suficiente como para no echarlo de menos.
Pero cuando se dio la vuelta… se quedó sin aire en los pulmones. Porque al otro lado de la habitación estaba… ella.
Y, de repente, el mundo pareció detenerse. Todo parecía contener el aliento mientras miraba esos preciosos ojos oscuros.
No hubo una decisión consciente para lo que hizo después pero una compulsión incontenible lo empujó en su dirección, como si estuviera hipnotizado.
La gente se apartaba a su paso, como empujados por una fuerza invisible. Incluso la música cesó abruptamente.
Por fin, también Shaheen se detuvo a unos metros de ella para poder mirarla de arriba abajo. Para devorar con los ojos esos rizos dorados que caían sobre sus sedosos hombros. Llevaba un vestido de tafetán color chocolate, a juego con sus ojos, con un hombro al descubierto, que destacaba su cintura de avispa y caía luego hasta los pies en varias capas. Tenía un rostro esculpido, exquisito, ojos inteligentes y sensibles, pómulos elegantes, nariz pequeña y unos labios hechos para la pasión.
Y eso fue sólo un primer vistazo, luego llegarían los detalles. Necesitaría una hora, un día, un año para maravillarse ante todos ellos.
–Di algo –le pidió por fin, con una voz ronca que parecía salir directamente de su corazón.
Johara temblaba, desconcertada.
–Yo…
–Di algo para que pueda creer que de verdad estás aquí.
–Yo no… –Johara no terminó la frase, consternada.
Pero Shaheen había oído suficiente como para saber que su voz era tan bella como su rostro.
–¿No sabes qué decirme o no sabes por dónde empezar?
–Shaheen, yo…
De nuevo, Johara se detuvo y el corazón de Shaheen se detuvo también durante unas décimas de segundo. Casi se había mareado cuando pronunció su nombre y cuando levantó su barbilla con un dedo para mirarla a los ojos sintió que caía en un abismo…
–¿Me conoces?
¿No la había reconocido?
Johara miró a Shaheen, atónita. Pero debería haberlo imaginado. ¿Por qué iba a reconocerla? Seguramente se había olvidado de su existencia mucho tiempo atrás. Y aunque no fuera así, ya no se parecía nada a la chica de catorce años que había sido.
Eso era debido en parte a que empezó a crecer muy tarde y en parte a la influencia de su madre. Cuando vivían en Zohayd, Jacqueline Nazaryan siempre había intentado esconder su belleza. Más tarde le explicó que, habiendo heredado la estatura, el hermoso color de piel y los ojos de su padre, sabía que se convertiría en una chica rubia alta y voluptuosa. Y en un país como Zohayd, donde las mujeres eran bajitas y morenas, alguien como Johara sería una joya muy apreciada y una fuente de interminables problemas.
Según ella, si hubiera aprendido entonces a destacar su belleza, se habría convertido en el objetivo de peligrosos deseos masculinos y ofertas ilícitas. Pero la había abandonado en Zohayd, segura de que Johara seguiría siendo una persona invisible.
Una vez que se reunió con su madre en Francia, sin embargo, Jacqueline la había animado a destacar su belleza, enseñándole a usar lo que, según ella, eran sus poderes.
A medida que Johara se convertía en diseñadora y empresaria, había descubierto que su madre tenía razón. La mayoría de los hombres no veían más allá de una cara bonita y un cuerpo que deseaban. Varios hombres ricos e influyentes habían intentado adquirirla como si fuera un trofeo, aunque ella los había rechazado sin el menor incidente. Sin las repercusiones que su madre tanto temía en Zohayd.
De modo que era lógico que Shaheen no la hubiera reconocido; el patito feo se había convertido en un elegante cisne.
Y allí estaba. Mirándola como si la viera por primera vez. El brillo de interés en sus ojos era sólo eso, interés en una mujer bonita. Nada más.
–Claro que sabes quién soy –dijo Shaheen entonces. Las luces de las lámparas le daban un brillo de cobre a su pelo–. Al fin y al cabo, has venido a mi despedida de soltero.
Ella permaneció muda. Pensaba que lo reconocía sólo porque era una celebridad…
–¿A quién debo darle las gracias por invitarte?
A Johara se le encogió el corazón. No se le había ocurrido pensar que Shaheen podría no reconocerla después de tantos años… aunque debería haberlo esperado. Pero que no hubiera nada en ella que despertase sus recuerdos le dolía. No podía aceptarlo.
Y sólo había una razón para que se hubiera acercado a ella: Shaheen estaba intentando conquistarla.
–Puede que suene como la frase más antigua del mundo pero siento como si te conociera desde siempre.
La música subió de volumen en ese momento, cortando de raíz la posibilidad de que Johara pudiese replicar.
Shaheen miró alrededor con expresión airada antes de volver a clavar en ella sus ojos.
–Este sitio es insoportable –le dijo–. ¿Nos vamos?
Johara contuvo el aliento cuando la tomó del brazo en un gesto cortés y posesivo a la vez.
–Pero… es tu fiesta.
Shaheen esbozó una sonrisa que dejaba al descubierto unos dientes perfectos.
–Así es, y puedo marcharme cuando quiera –bromeó, rozando su brazo desnudo con el pulgar; la caricia haciendo que Johara sintiera escalofríos–. Y con quien quiera.
El mundo pareció transformarse cuando lo vio sonreír… pero aquello era ridículo.
Johara parpadeó, desconcertada, mientras Shaheen la sacaba del salón. De repente, estaba en un espacioso vestíbulo de mármol, caminando sobre un par de piernas temblorosas hacia el ascensor privado.
¿Cómo habían llegado hasta allí?
De repente, todo aquello era demasiado para ella. Estar al lado de Shaheen la dejaba sin aire, incapaz de formar un pensamiento coherente. Pero él no la recordaba y estaba intentando seducirla sin saber quién era…
Sólo cuando se detuvieron frente al ascensor encontró ánimo para apartarse un poco.
Shaheen la miró con rostro serio, el frunce de sus labios casi airado. Aquella era una cara que no había visto, la del implacable príncipe en el que podía convertirse cuando lo provocaban.
No parecía entender o aceptar que una mujer pudiese tener la temeridad de apartarse de él. Tal vez aquel encuentro terminaría con su recuerdo de Shaheen para siempre. Y no como ella había imaginado.
–Estás convencido de que quiero irme contigo, ¿verdad? –le preguntó, sin poder disimular su desilusión.
–Sí, desde luego. Tan seguro como de mi deseo de irme contigo.
–Tenías razón –Johara suspiró–. Son las frases más antiguas del mundo.
–Sé que suenan así, pero te aseguro que son ciertas.
–Ya, claro.
–¿Crees que no tengo imaginación? ¿Que usaría algo tan manido para expresarme si no fuera la verdad?
–Tal vez sólo eres perezoso o demasiado cínico como para pensar en algo nuevo. O tal vez crees que yo no merezco el esfuerzo de decir algo más original.
Shaheen la miró, atónito.
Y Johara estaba tan sorprendida como él. ¿De dónde había salido eso? Era como si la decepción que sentía se hubiera convertido en una olla a presión, obligándola a decir lo que pensaba.
Lo había amado durante tanto tiempo…
Había fantaseado tantas veces con cómo sería si volvieran a encontrarse… y la realidad había destrozado esos sueños. Su deseo de acostarse con ella convertía en una triste broma el cariño que había sentido por él durante toda su infancia. Una cariño y una conexión especial que, aparentemente, sólo existían en su imaginación.
Y saber eso hizo que su corazón se encogiese un poco más.
–¿No se te ha ocurrido pensar que he venido con mi novio o mi marido?
–No –respondió Shaheen.
–¿Que pudiera estar comprometida con otro hombre no te parecía relevante?
–No puedes estarlo –dijo él–. Yo lo habría sentido, me habría dado cuenta de que…
Shaheen se detuvo abruptamente. Su ilimitada energía desapareció de golpe y la tristeza que había notado en él cuando entró en el salón pareció envolverlo como una capa.
Lo vio cerrar los ojos y pasarse una mano por la frente antes de mirarla a los ojos. Y la tristeza que vio en ellos le partió el corazón.
–No sé qué me ha pasado, perdona. Te he visto y pensé… estaba seguro de que tú me mirabas con el mismo… reconocimiento –se disculpó.
–No te entiendo.
–Esa sensación que experimentas cuando conoces a alguien que… es para ti. Debe haber sido un efecto de la luz, he visto lo que quería ver –dijo Shaheen–. Debo estar más cansado de lo que pensaba y te pido disculpas. A ti y a tu prometido. Debería haber imaginado que una mujer como tú no podría estar sola.
Abría y cerraba los puños mientras hablaba y luego, sacudiendo la cabeza y murmurando una imprecación ininteligible, se dio la vuelta.
Johara se quedó inmóvil, como si la hubiera golpeado un rayo, viéndolo alejarse a grandes zancadas.
Lo único que podía pensar era que no parecía un hombre frío, decidido a seducirla por el simple placer de hacerlo. Parecía dolido, agotado, y pensó entonces que lo último que vería de él sería esa expresión de tristeza…
–Era una pregunta hipotética.
Shaheen se detuvo. Pero no se dio la vuelta, la tensión emanaba de sus miembros.
Johara hizo un esfuerzo para seguir:
–Cuando mencioné un novio o un marido, sólo lo hice para que te parases a pensar un momento.
–No estás con nadie –dijo él, con voz ronca, antes de volverse para mirarla.
Johara negó con la cabeza.
–No.
–Entonces sólo has puesto objeciones porque… –mientras hablaba, Shaheen se acercaba a ella de nuevo, cada paso como un terremoto– me has tomado por un seductor perezoso que no encuentra una sola frase original para expresar su deseo de estar a solas contigo. Alguien que no es capaz de inventar una frase poética que haga justicia a la sorpresa de nuestro encuentro.
Johara intentó llevar aire a sus pulmones.
–Muy bien, creo que debo revisar mi opinión. Veo que sí eres original y sí puedes ser poético.
Shaheen rió entonces y a Johara se le doblaron las rodillas. Y eso fue ante de que diese el último paso hacia ella. Johara sintió que se le erizaba el vello de la nuca como si hubiera recibido una descarga eléctrica.
–Dime que tú también lo sientes –murmuró–. Dime que esta entidad casi tangible que yo siento entre nosotros existe de verdad. Que no estoy loco, que no estoy imaginando cosas.
Era la segunda vez que aludía a tal condición y la idea de que estuviera sufriendo la angustiaba hasta el punto de tener que morderse los labios.
–Existe… no lo estás imaginando.
–Voy a tocarte. ¿Te apartarás de nuevo o quieres que lo haga?
Ella negó con la cabeza y Shaheen la atrajo hacia él. Johara cayó sobre su torso, con la cabeza apoyada sobre su corazón, done había soñado tantas veces. Donde había estado una vez, tantos años atrás, durante ese momento que cambió su destino. Él puso una mano en su cabeza para acariciar su pelo, suspirando.
–Esto no tiene precedentes. Hemos tenido nuestra primera pelea y nuestra primera reconciliación incluso antes de que me dijeras tu nombre.
–En realidad, no ha sido una pelea –objetó Johara, apartándose un poco para poder respirar, para intentar que su corazón no estallase de felicidad.
Shaheen sonrió, diciéndole con los ojos lo encantado que estaba.
–Yo no quería pelearme, pero tú parecías dispuesta a sacarme los ojos –bromeó–. Y yo te hubiera dejado. Dime tu nombre, ya ajaml makhloogah fel kone. Bendíceme con ese regalo.
Acababa de llamarle «la criatura más bella del universo». Seguramente no se había dado cuenta de que lo había dicho en su idioma nativo o lo habría traducido de inmediato.
–Jo… –Johara se interrumpió de inmediato. No podía decirle quién era.
Si lo hacía, Shaheen se apartaría. Se sentiría avergonzado, consternado. Y no podría soportar perder aquel momento.
Porque aquella iba a ser la última vez que se vieran.
–Gemma.
Johara estuvo a punto de darse un golpe en la frente. ¿Gemma? ¿Tenía que traducirlo literalmente? No podía ser menos original.
Debería decirle que había sido muy agradable conocerlo y despedirse de él. Salir corriendo sin mirar atrás. Tenía el resto de su vida para recordar aquel mágico encuentro.
Pero Shaheen se lo impidió estrechándola de nuevo contra su corazón.
–Gemma. Perfecto, ya joharti.
Johara dio un respingo al escuchar su verdadero nombre.
–Significa «mi joya» en la lengua de mi madre –le explicó él–. Entonces, mi preciosa Gemma, ¿vendrás conmigo?
–¿Dónde? –preguntó ella.
–Mientras estés conmigo, ¿qué importa?
Estaba claro que nada importaba.
Nada importaba si lo comparaba con la oportunidad de estar con Shaheen unos minutos más. Ser el objeto de su interés, la instigadora de su deseo, era algo irresistible.
Johara experimentó una oleada de placer mientras estaba sentada frente a él en el exclusivo restaurante al que la llevó a cenar, enteramente para ellos solos.
Habían estado hablando sin parar desde que salieron de la fiesta de McCormick y Johara había contestado sus preguntas sin especificar nombres o sitios y nada de lo que le había dicho parecía despertar en él recuerdo alguno. Le dolía que fuera así, pero su agradecimiento por tener unos minutos a su lado era mayor que cualquier desilusión.
–¿Quieres saber lo que dijo el maître cuando le pedí que vaciase el restaurante para nosotros? –le preguntó Shaheen, con los ojos brillantes–. Que una táctica tan grosera no funcionaría con una mujer tan refinada como tú.
Johara rió.
–Un hombre muy astuto.
Shaheen suspiró exageradamente.
–Ojala me hubieras dicho eso antes de que él vaciase mi supuestamente infinita tarjeta de crédito.
Johara rió de nuevo. Las fantasías que había ido creando con los años demostraban ser ciertas. La conexión estaba ahí. Shaheen seguía siendo el hombre al que recordaba… no, era mucho mejor.
Y eso la hizo experimentar una sensación agridulce.
–No, en serio, no deberías haber hecho tal gasto. Pensé que estábamos de acuerdo en que daba igual dónde estuviéramos.
–Quería estar a solas contigo.
–Podríamos haber ido a dar un paseo por el espigón.
–No se me había ocurrido –Shaheen se encogió de hombros–. Hace frío y no vas vestida para pasear por la calle –cuando la miró a los ojos, el brillo de humor había desaparecido, reemplazado por un brillo de deseo–. Además, tú sabes dónde quiero estar contigo, Gemma. En mi casa, en mi cama.
Johara cerró los ojos, intentando contener la emoción.
No podía hacerlo. No debería haberlo buscado…
–Shaheen…
–Te deseo, Gemma. No sabía que pudiera desear a una mujer como te deseo a ti, que pudiera sentir algo tan intenso y tan puro.
–¿Puro?
–Puro, inmaculado. Te deseo en todos los sentidos y tú me deseas a mí. Sé que no sentiría lo que siento si no fuera así. ¿Dejarás que vea cumplido ese deseo? ¿Dejarás que te adore?
–Shaheen, por favor…
De repente, él se levantó y, antes de que el corazón de Johara pudiese latir de nuevo, se inclinó para enterrar los labios en su cuello.
–Esto es lo quiero, darte placer.
Una vocecita interior le repetía: «Dile quién eres». «Shaheen dejará de atormentarte en cuanto conozca tu identidad».
Pero se enfadaría con ella por habérsela escondido y no podía dejar que todo terminara así, con él sintiéndose engañado. Y odiándola.
Tenía que decirle que no, pensó. Shaheen soportaría el rechazo. Ella no había querido que ocurriera nada pero desde que sus ojos se encontraron en el salón, estaba actuando sin control, sin pensar en las consecuencias, sin fuerza de voluntad.
Johara abrió la boca y, sin pensar en las consecuencias y sin voluntad, susurró:
–Sí, por favor.
Johara no sabía qué esperar cuando le dijo que sí a Shaheen.
Desde luego, nada de lo que ocurrió en las siguientes dos horas.
Después de obtener su capitulación incondicional, Shaheen tomó su mano para llevarla hacia la limusina que esperaba en la puerta del restaurante. En árabe, le dio al chófer la orden de dar un largo rodeo antes de ir a su casa y luego se sentó a su lado, charlando sobre mil cosas.
Durante el viaje hasta su ático no la besó, no la abrazó. Sólo tocaba su mano. No la soltó en ningún momento.
Le mostró fotografías familiares en su iPhone, muchas de su padre y sus hermanos, que tenían el mismo aspecto que ella recordaba, pero mayores y más serios. Y también había fotos de su tía Bahiyah, de su hermanastra, Aliyad, y de su prima Laylah, las únicas chicas de la familia en cinco generaciones.
Shaheen decía que eran las únicas a las que merecía la pena fotografiar, las más simpáticas y bellas de su familia entre un montón de hombres.
A Aliyah, que era tres años mayor que Johara y a quien apenas había visto en los ocho años que vivió en el palacio, la habían hecho pasar por sobrina del rey Atef. Sólo dos años antes se había descubierto que la princesa Bahiyah la había adoptado y hecho pasar por hija suya cuando era en realidad la hija del rey, fruto de una historia de amor extramarital con una mujer estadounidense.
En lugar de provocar un escándalo, el descubrimiento había abortado una guerra en la región cuando Aliyah se casó con el nuevo rey de Judar, Kamal Aal Masood.
Aliyah no parecía la chica frívola que recordaba, pensó Johara, mirando su fotografía. De hecho, era el paradigma de la feminidad y la elegancia. Y la alegría. Estaba claro que era una mujer feliz y que su matrimonio con Kamal había sido un matrimonio por amor. Como el futuro matrimonio de Shaheen lo sería también. ¿Qué mujer no lo adoraría?
Johara parpadeó para contener las lágrimas, concentrándose en la fotografía de Laylah. La chica de doce años que era cuando vivía en el palacio se había convertido en una belleza espectacular. No había tenido oportunidad de conocerla bien porque la madre de Laylah, la hermana de la reina Sondoss, nunca la había dejado mezclarse con los hijos de los empleados de palacio.
Shaheen decía que Laylah era una de las dos razones por las que perdonaba a su madrastra por existir; las otras dos eran sus hermanastros, Haidar y Jalal. También decía que las mujeres de su familia daban a los As Shalaan, especialmente a Shaheen y a sus hermanos, una visión de la vida diferente, una que no se sometía a sus deseos. Y por eso, junto con muchas otras cosas que compartían con Johara, estaba seguro de que se llevarían de maravilla.
Todo lo que decía parecía dejar claro que pensaba que no iban a separarse, que aquello continuaría. Pero debía saber que eso era imposible.
Parecía creer en lo que estaba diciendo, como si hubiera olvidado el matrimonio de Estado que había anunciado cuatro días antes.
Johara se había dado cuenta de que ese matrimonio pesaba como una losa sobre él. Tenía que cumplir con su deber pero desde que habían vuelto a verse, todo eso parecía olvidado.
Y ella no iba a recordárselo. Los dos recordarían la dura realidad muy pronto y tendrían que vivir con ella durante el resto de sus vidas.
Pero esa noche era suya.
De modo que allí estaba, en medio del vestíbulo, viéndolo quitarse la chaqueta con tranquilos y precisos movimientos.
Johara no sabía qué esperar, pero había tenido una visión de Shaheen tomándola en brazos para sacarla de la limusina, ahogándola a besos mientras la llevaba a su casa, apretándola contra la puerta en cuanto entrasen para demostrar cuánto la deseaba.
¿Habría recordado sus deberes y decidido enfriar las cosas?
Tal vez debería marcharse, pensó. O no debería haber ido con él. No debería haber ido a la fiesta, no debería haberle dicho que sí…
Johara cerró los ojos, momentáneamente cegada. Shaheen le había hecho una fotografía con el móvil y ahora se acercaba a ella, gloriosamente masculino e imponente. Pero era su expresión lo que hacía que su corazón latiera como un péndulo.
La ligereza de su paso había desaparecido, reemplazada por una ardiente sensualidad que iluminaba sus ojos. Luego se detuvo a un metro de ella y tomó esa mano de la que parecía enamorado.
–Estás tan… pensativa. Y, si es posible, aún más bella que antes. Esta foto es algo que los viejos maestros hubieran suplicado retratar –Shaheen se llevó su mano a los labios para besar uno a uno sus nudillos–. ¿Has decidido echarte atrás?
–No –el monosílabo salió de su boca sin pensar siquiera–. ¿Y tú?
Shaheen rió.
–Lo único que quiero en este momento es adorarte. Te aseguro que debo contenerme para no tragarte entera.
Por eso estaba conteniéndose, temía ser demasiado agresivo. Y ella se mostraba insegura otra vez…
Pero era lógico. Durante todos esos años, mientras lo adoraba en secreto, su amor por él había sido espiritual. Jamás hubiera podido imaginar que Shaheen podría desearla como mujer, y cuando fantaseaba con él, lo único que hacía era besarla.
Y, sin embargo, estaba deseando experimentar su amor por completo.
Se acercó un poco más, su corazón latiendo como las alas de un colibrí dentro del pecho por la enormidad de lo que estaba sintiendo, por lo que estaba punto de descubrir.
–Empieza por cualquier sitio, Shaheen –le dijo–. Y no pares. No quiero que pares.
Cuando se quedó callada, un poco avergonzada, Shaheen levantó las manos para acariciar su rostro.
–Entonces empezaré por aquí –le dijo–. Tu piel es increíble, como todo en ti. Es porcelana, alabastro. Tus ojos brillan como ónices pulidos, inundándome con una avalancha de emociones, cada una más embriagadora que la otra. Y tus labios tiemblan… cada temblor sacudiéndome hasta que no soy nada más que una masa de ansia incontenible.
Johara tragó saliva.
–Yo tenía razón. Eres un poeta.
Shaheen esbozó una sonrisa mientras ponía un dedo sobre sus labios.
–Parece que no has oído con claridad mis últimas palabras.
Johara cerró los ojos, saboreando esa sensación largamente soñada. Pero sus sueños no la habían preparado para la realidad y, sin darse cuenta, dejó escapar un gemido de placer; un placer que emanaba de su aliento, de su proximidad, de su roce. Y entonces sus labios hicieron lo que habían anhelado hacer toda la vida, acariciar la piel de Shaheen en un beso tembloroso.
Al notar que contenía el aliento perdió parte de sus inhibiciones y abrió los labios para chupar su dedo, el sabor salado de su piel hacía que su cuerpo se convirtiera en un río de lava.
Sabía que Shaheen podía notarlo y sintió un mareo al saber que podían compartir aquello.
Sintiéndose más atrevida, volvió a chuparlo, con los ojos cerrados, centrando toda su existencia en ese dedo.
–Esto es extremadamente peligroso –su voz era tan ronca que Johara abrió los ojos. Los de Shaheen ardían mientras introducía el dedo en su boca y ella lo chupaba con abandono–. Me deseas tan ardientemente como yo a ti.
Ella asintió con la cabeza, el aliento escapando de su cuerpo. Sentía que se desintegraba de deseo.
Shaheen apartó el dedo para apoyar su frente en la de ella.
–Esto no puede compararse con nada. Es agónico pero sublime a la vez.
–Sí –susurró ella.
Aunque no tenía experiencia para apoyar esa afirmación, sabía que el ansia que provocaban sus caricias era más satisfactorio que una frenética copula.
Shaheen pasó las mano por su espalda hasta tocar la cremallera de su vestido, que bajó con tortuosa lentitud sin dejar de mirarla a los ojos. Ella gimió cuando desabrochó el sujetador y se quedó sin aliento cuando Shaheen se puso de rodillas, mirándola de arriba abajo como si de verdad pudiera tragársela.
–Quiero adorarte.
Johara habría caído hacia delante si el hombro de Shaheen no la hubiera sujetado. Y tuvo que hacer un esfuerzo sobrehumano para mantenerse en pie al notar el roce de su legua en el ombligo, el roce de sus dientes en el pecho, sus gemidos aumentando de volumen cuando mordió suavemente sus pezones.
–Shaheen, por favor…
Como respuesta, él enganchó las braguitas con los pulgares para tirar hacia abajo. Y entonces, de repente, Johara quedó desnuda ante sus ojos.
Con los zapatos y la ropa a sus pies, sintió que el mundo se detenía. Aquello no tenía precedentes. No podía compararlo con nada.
Estaba con Shaheen, delante de él, desnuda. Estaba a punto de ser suya en carne y hueso, como lo era de cualquier otra manera.
Lo miró mientras él acariciaba sus piernas, de la pantorrilla al muslo, su cerebro a punto de apagarse como una bombilla. Escuchó su magnífica voz diciendo cosas en el idioma que mejor entendían en ese momento, el idioma del deseo.
Johara se había convertido en un charco de deseo cuando Shaheen se incorporó. Y habría caído a sus pies si él no la hubiera sujetado.
–Abrázame, Gemma. Envuélveme en tus brazos.
Al fin, pudo moverse. Quería hacerlo; sólo deseaba, como había deseado siempre, darle lo que quería.
Johara le echó los brazos al cuello, las piernas alrededor de su cintura. Y sentir el poder de su erección fue indescriptible. Se sentiría vacía, a la deriva, cuando ya no pudiera abrazarlo.
Apoyó la cabeza en su hombro mientras atravesaba el ático con ella en brazos. Tenía los ojos abiertos, pero sólo registraba pinceladas del ático, impregnado del carácter de Shaheen, en aquel espacio austero, más impresionante por ser poco pretencioso. Y enseguida llegaron al dormitorio… el dormitorio de Shaheen.
Terminar en su cama era lo último que había esperado cuando se embarcó en su misión de volver a verlo por última vez.
Pero quería estar allí más de lo que había deseado ninguna otra cosa en su vida.
Sus sentidos despertaron entonces de aquella especie de estupor. Allí era donde Shaheen dormía, donde despertaba, donde leía, se duchaba y se afeitaba, donde se vestía cada mañana y se desnudaba cada noche. Donde se daba placer a sí mismo y donde, con toda seguridad, daba placer a otra mujeres.
Aquel era su sancta sanctorum en Nueva York. Y estaba ofreciéndole el exclusivo privilegio de estar allí. Sería sólo una vez, pensó. Y tenía que aprovecharla.
La habitación, de techo altísimo, estaba iluminada sólo por una lamparita en la mesilla y su mirada, ávida de secretos, acababa de registrar la decoración en tonos grises y verdes con acentos en madera del color de sus ojos.
Shaheen la dejó en el suelo y la apretó contra la puerta, como había esperado en un principio, sosteniéndola allí con su cuerpo.
Johara temblaba, sintiendo la puerta de madera en su espalda desnuda, el ardiente cuerpo masculino apretado contra ella, la presión de su erección contra la íntima carne, sin nada entre ellos más que la ropa de Shaheen.
Unos minutos antes había sido demasiado tímida como para explorar su deseo. Incluso ahora no se atrevía a pasar de imaginarlo a verlo con sus propios ojos. La idea de tenerlo dentro de ella era abrumadora y ni siquiera la había besado en los labios…
Shaheen levantó la cabeza.
–Quiero darte placer, ya galbi.
Que la llamase «mi corazón» hizo que de la garganta de Johara escapara un sollozo.
–Gemma, si quieres que pare, lo haré. Si no estás segura del todo…
Johara tomó su cara entre las manos para robarle el beso que había anhelado toda su vida y él se quedó inmóvil, dejando que lo besara durante unos segundos antes de apartarse para tumbarla sobre la cama; la luz de la lámpara permitiéndolo mirarla a placer.
–¿Qué ocurre, Gemma…? ¡Estás llorando!
Johara puso las manos sobre sus hombros, intentando tirar de él.
–No, yo… te deseo tanto. No puedo esperar más. Por favor, Shaheen, hazme tuya.
La preocupación de su rostro se disipó, reemplazada por un deseo feroz.
–Deseo tomarte, invadirte hasta que llores de placer, pero no puedo. Necesito prepararte primero. No quiero hacerte daño.
–No vas a hacerme daño –dijo ella–. Estoy lista…
–Galbi, deja que yo marque el ritmo. Necesito que esto sea perfecto para ti.
–Será perfecto. Cualquier cosa contigo sería perfecta…
–Si no quieres tener un lunático encima de ti, no digas una palabra más, Gemma –la interrumpió él–. Jamás imaginé que pudiera perder el control de este modo, pero lo he perdido contigo.
–Si ahora has perdido el control, no querría estar contigo si algún día fueras capaz de dominarte. Seguramente me matarías de frustración…
Esa vez fueron sus labios los que la interrumpieron, con ese beso que había imaginado desde que tenía edad para soñar con besos. Pero estaba equivocada.
Nunca había imaginado la tierna ferocidad con la que la devoraba; sus posesivos labios abrumándola de sensaciones, enterrándola en olas de placer.
Shaheen levantó sus brazos sobre su cabeza con una mano y acarició sus pechos con la otra.
–Sólo puedes gemir para pedir más y llorar de placer. Eso será suficiente para que pierda la cabeza.
–Deja que te vea –murmuró Johara.
–Aún no. Y ya te estás saltando las reglas.
–Has dicho que podía gemir pidiendo más. Y quiero más de ti.
–Tendrás todo, y como tú quieras. Pero no ahora mismo.
–No estás siendo justo –protestó Johara.
–Eres tú quien está siendo injusta. Nada debería ser tan maravilloso.
Johara intentó liberar sus manos porque necesitaba tocarlo sin la barrera de la ropa.
Lo oyó lanzar un gemido ronco mientras la tumbaba sobre la cama de nuevo para seguir atormentándola con besos. Pero sólo cuando se deslizó hasta el borde de la cama para clavar las rodillas en el suelo de nuevo se dio cuenta de sus intenciones. Y su corazón se detuvo durante una décima de segundo.
Era estúpido sentirse avergonzada por tener la boca de Shaheen sobre su parte más íntima cuando estaba suplicándole más, pero así era. Johara intentó cerrar las piernas pero él las separó con las manos.
–Ábrete para mí, deja que te prepare.
–Estoy preparada –insistió ella.
–No quiero que te contengas cuando te posea y sólo un par de orgasmos te prepararán para eso.
–¿Un par de…? –Johara no terminó la frase, incrédula.
¿Qué iba a hacerle?
Cualquier cosa. Aceptaría cualquier cosa de Shaheen.
Se abrió para él y esos largos y perfectos dedos acariciaron sus femeninos labios, abriéndose paso entre el río de lava de su deseo. Johara se estremeció, experimentando sensaciones que eran casi insoportables. Y eso fue antes de que introdujera un dedo en su húmeda cueva.
Johara se dio cuenta entonces de que se sentía vacía y sólo tenerlo dentro podría llenar ese vacío.
Intentó tirar de él con las piernas, pero Shaheen no cejaba en su empeño; la magnífica cabeza masculina entre sus muslos, invadiendo su feminidad con los labios y la lengua. Verlo haciendo eso era casi más abrumador que las sensaciones físicas que experimentaba.
En medio del delirio, lo vio beberla, devorarla, disfrutar de su esencia. Y pareció saber cuándo no podía soportarlo más.
–Ahora, ya roh galbi, deja que vea y oiga el placer que te doy –murmuró Shaheen, antes de rozarla con su lengua de nuevo.
Fue una reacción en cadena de convulsiones y éxtasis mientras Johara sostenía su mirada, dejando que viera lo que le estaba haciendo.
Quería suplicarle que la hiciera suya pero él seguía variando el método, renovando su desesperación, acelerando su rendición.
Había perdido la cuenta de los orgasmos hasta que en un momento, cuando estaba a punto de experimentar otro, Shaheen se colocó a horcajadas sobre ella.
–Nunca he visto o saboreado nada más hermoso –murmuró, besando sus pechos.
Con manos temblorosas, Johara intentó quitarle el cinturón.
–Quiero verte desnudo… te quiero dentro de mí.
Shaheen se apartó para quitarse la ropa con movimientos bruscos pero contenidos. Y, aunque se moría por él, aquella era la única oportunidad de verlo desnudo, de modo que Johara se puso de rodillas sobre la cama para admirar el fabuloso torso bronceado, su masculinidad acentuada por el vello oscuro que lo cubría.
–Shaheen… –murmuró– eres más bello de lo que había imaginado. Quiero besar cada centímetro de tu piel.
–Más tarde, ya hayati, nos adoraremos el uno al otro centímetro a centímetro. Ahora quiero hacerte mía y que tú me hagas tuyo.
–Sí –Johara cayó sobre la cama, abriendo los brazos para él, y cuando Shaheen la cubrió dejó escapar un grito ahogado…
Era perfecto. No, sublime, como él había dicho.
Shaheen la miraba a los ojos, solícito y tempestuoso a la vez, mientras se enterraba en ella con un poderoso envite.
Johara había estado segura de que no iba a dolerle, de que estaba preparada.
Pero no estaba preparada para aquello, para él.
Y no era sólo que no tuviera experiencia. Estaba segura de que la experiencia no la habría ayudado a soportar su primera invasión.
Fue en el segundo envite cuando él pareció darse cuenta. Pareció entender por qué se había encontrado con cierta resistencia, por qué la oyó gemir de dolor, por qué su cuerpo estaba tan tenso, por qué temblaba…
Y se quedó inmóvil, atónito.
–¿Eres virgen?
–No pasa nada… por favor, no pares. Por favor, Shaheen, no pares.
–B’Ellahi! –exclamó él, intentando apartarse.
Johara enredó las piernas en su cintura para evitar que se apartase.
–¡Para, Gemma! –exclamó él–. Te estoy haciendo año.
–El dolor no es nada comparado con lo que siento cuando te tengo dentro de mí. Siento que soy tuya… por favor, has dicho que no ibas a controlarte.
–Eso fue antes de saber que… –Shaheen sacudió la cabeza, incrédulo–. Ya ullah. Soy el primero.
–¿Y eso te decepciona?
–¿Decepcionarme? No, al contrario, estoy abrumado, emocionado.
–Debería habértelo dicho, ya lo sé. No ha sido una decisión consciente… todo ha sido tan rápido… –empezó a decir, tragando saliva–. Está bien, me iré y nunca más volveremos a…
Pero Shaheen no permitió que se moviera. Al contrario, se movió dentro de ella, despacio, sin dejar de mirarla.
–¿Crees que lamento ser el primero? –le preguntó, con voz ronca–. Yo sabía que eras el mejor regalo que había recibido nunca pero ahora que me has dado esto, el regalo es aún mayor. Ojala pudiera ofrecerte algo de la misma magnitud.
–Tú me estás dando un regalo también –dijo ella, levantando las caderas–. Si de verdad quieres hacerme un regalo, no te contengas. Dámelo todo.
–No querrás un lunático enloquecido, ¿verdad?
–Sí, por favor.
–Dices que sí y todo dentro de mí se rompe –musitó él, sujetando sus caderas con las dos manos antes de empujar hasta el fondo.
Era abrumador y cuando Shaheen se apartó, Johara lo urgió de nuevo. Él se resistió a sus ruegos por un momento… antes de volver a enterrarse en ella.
Johara gritó y Shaheen se contuvo, ralentizando sus embestidas, esperando que el placer la hiciese olvidar el dolor antes de dárselo todo de verdad.
–Gloriosa, ya galbi, literal y figuradamente. «Todo en ti, toda tú».
Sintió que lo apretaba con fuerza y siguió empujando, llevándola a los límites del placer, haciéndola gritar.
Sólo entonces se dejó ir, un momento que Johara guardaría en su memoria para siempre. Experimentó un nuevo orgasmo al verlo rendido al éxtasis de su unión, echando la cabeza hacia atrás y dejando escapar un rugido de placer mientras la llenaba con el calor de su semilla.
Unos segundos después, Shaheen se tumbó de lado, llevándola con él, saciado como nunca hubiera imaginado, en perfecta paz por primera vez en su vida.
–Esto ha sido lo mejor que me ha pasado nunca. Tú eres lo mejor que me ha pasado nunca.
Y Johara lo creyó.
Shaheen no era libre para decir eso, pero aún tenían el resto de la noche.
Temblando, se concentró en aquel milagro, acariciando su espalda.
–Tus sentimientos son el reflejo de los míos.
Shaheen se apartó para mirarla con una sonrisa en los labios.
–Entonces, depende de mí demostrar lo auténticos que son mis sentimientos.
Y durante el resto de la noche, eso fue lo que hizo. Sin dejar ninguna duda.
Johara miraba a Shaheen, en silencio.
Tumbado de espaldas, con la sábana de color verde oscuro sobre un muslo y el resto de su cuerpo desnudo al descubierto, apoyaba un musculoso brazo sobre la cabeza y el otro sobre el corazón.
Parecía como si estuviera guardando el beso que Johara le había dado antes de saltar de la cama, cuando le dijo que iba al baño y que volvería enseguida.
Con el corazón encogido, murmuró un juramento:
–Te amaré siempre, ya habibi.
Él suspiró, en sueños, con una sonrisa en los labios.
Y, aunque estaba al otro lado de la habitación, Johara creyó haber oído:
–Yo también a ti, mi Gemma.
Con lágrimas rodando por su rostro, Johara cerró la puerta y salió de la habitación, fuera de su ático. Fuera de su vida.
Sintiendo como si la suya hubiera terminado.
En cuanto abrió los ojos, Shaheen supo que ocurría algo extraño. Algo terriblemente extraño.
Se sentía… sereno.
Se quedó inmóvil durante unos segundos, cerrando los ojos de nuevo para saborear esa sensación de felicidad.
Una sensación nueva para él. Nunca se había sentido así, ni siquiera en sus mejores días.
Siempre había sabido que debía sentirse agradecido por todo lo que tenía y jamás había dado por sentados sus privilegios. Aceptaba el precio que debía pagar por ellos y la carga que ponía sobre sus hombros. Incluso disfrutaba de los retos y las dificultades que dictaba tener esos privilegios.
Lo que nunca le había gustado eran las restricciones que imponían en su vida, la frustración de tener que someterse a las demandas de otros o hacer menos de lo que el pensaba que debía hacer.
Y esas limitaciones eran una fuente constante de tensión.
Pero no había ni gota de esa tensión en aquel momento. Sentía algo que sólo había experimentado parcialmente, que nunca había imaginado al completo: una sensación de paz.
Y era por ella.
Gemma. Incluso su nombre era perfecto. Todo lo que había sentido con ella, visto en ella, tenido con ella, lo era. Y la maravilla de conocerla parecía haber borrado de un plumazo todo lo anterior. Que tuviera que hacer un esfuerzo para recordar algo que no fuera ella era asombroso.
Una noche con Gemma era como la suma total de su experiencia de la vida.
Shaheen se estiró, canturreando una canción, satisfecho y contento.
De modo que aquello era la verdadera pasión. Nunca había sentido nada así. Había conocido la pasión por el trabajo, por el éxito, el amor de su familia… pero sólo había sentido un ligero y efímero interés por las demás mujeres.
Nunca había imaginado algo tan poderoso. Desde el momento que puso los ojos en ella, sus sentimientos se lo habían tragado, abrumándolo hasta hacerlo perder el control. Y no le importaba.
Estar con Gemma lo liberaba de todas las tensiones e inhibiciones, concentrado por entero en estar con ella, en saborear cada momento con ella.
Sentía como si la conociera de toda la vida.
Y ya no podía imaginar la vida sin ella. La vida que Gemma había descarrilado y encauzado a la vez.
Shaheen suspiró, recordando imágenes y sensaciones de la noche anterior.
Le había hecho el amor como si la hubiera estado esperando toda su vida. Ni siquiera pudo parar cuando descubrió que era virgen. O más tarde, cuando se dijo a sí mismo que no lo harían más esa noche. Pero, de nuevo, Gemma le había robado el control.
De repente, se sintió inquieto. La había tomado como si fuera libre de buscar su propio destino. Y no lo era.
¿Cómo podía haber olvidado eso por un momento y menos una noche entera?
Pero lo había olvidado por completo.
Maldita fuera. Daba igual lo que le exigiera su país, lo que necesitara de él. Ya no podía buscar una novia del catálogo real.
No sabía cómo iba a evitar ese matrimonio, pero lo haría. Darían igual las presiones y las exigencias. Todo en él exigía que hiciera suya a Gemma.
Shaheen se pasó las manos por la cara. Sería una batalla épica.
Pero una delicia también.
En su mente, vio imágenes de ella, de los dos juntos, conversando, acariciándose, unidos. Le daba igual la batalla. Hacerla suya era más importante que el mundo entero.
Shaheen se sentó en la cama y pasó las manos por el lado donde Gemma había dormido, o al menos donde había yacido, entre las sesiones amorosas. No habían dormido hasta el amanecer, demasiado ocupados hablando y experimentándose el uno al otro en todos los sentidos: sensual, sexual, mental.
Su cuerpo empezó a llamarla de nuevo pero intentó controlarse. No iba a hacer el amor con ella aquel día por mucho que Gemma se lo pidiera. Su dulce Gemma necesitaba al menos un par de días para recuperarse.
–¿Gemma? –la llamó.
Silencio.
Volvió a llamarla y esta vez, cuando no recibió respuesta, los labios que habían sonreído al imaginarla en la bañera se fruncieron en un gesto de alarma.
Shaheen corrió al baño y empujó la puerta…
Estuvo a punto de caer al suelo, aliviado, al descubrir que no estaba allí porque había imaginado una docena de macabros escenarios durante esos segundos.
Tenía que estar en la cocina, se dijo. Y allí no podría oírlo.
La imaginó recién duchada, vestida con alguna de sus camisas o envuelta en algún albornoz, demasiado ancho para ella. Y estaría dolorida en ciertos sitios…
Consideró la idea de entrar allí desnudo pero al final se puso los pantalones. Gemma había respondido a sus caricias con gran pasión pero seguía siendo tímida cuando no estaban haciendo el amor y no quería ponerla a prueba por el momento. Ya la había apresurado en tantos sentidos…
Que ella se lo hubiera pedido no significaba que debiera hacerlo. Él era quien tenía experiencia, no Gemma, y no debería comportarse como un adolescente cargado de hormonas.
Unos segundos después de darse esa charla estaba casi corriendo hacia la cocina. Ah, iba a ponerse en ridículo otra vez, pensó.
Pero tuvo una premonición antes de entrar. Una sensación de… vacío, de ausencia.
Y la sensación se convirtió en un hecho unos segundos después. Gemma no estaba en la cocina.
Shaheen se dio la vuelta y corrió para inspeccionar cada habitación. Nada.
Se había ido.
Se quedó en medio del salón, mirando Manhattan por las ventanas, incapaz de entenderlo.
No podía haberse marchado.
Debía haber tenido alguna razón importante para irse. Tal vez una emergencia. Sí, eso debía ser. Pero si le había ocurrido algo, ¿por qué no lo había despertado para decírselo, para pedirle ayuda?
Gemma sabía el poder que tenía sobre él. Si alguien de su familia, algún amigo incluso, tenía un problema, él podría ayudarla.
¿Era posible que no supiera que haría cualquier cosa por ella? ¿Que no creyera, como él, que su encuentro había trascendido todas las convenciones de una relación, que habían tomado un atajo para llegar al nivel más alto en una simple noche?
¿O era tan independiente que no pedía ayuda porque estaba decidida a lidiar sola con lo que fuera?
O tal vez no se le había ocurrido pedirle ayuda en su prisa por solucionar el problema.
«Para», se dijo a sí mismo.
Seguramente estaba interpretando su ausencia de manera errónea.
Entonces algo lo golpeó como un martillo…
Gemma no le había dado su dirección o su número de teléfono.
Y ni siquiera sabía su apellido.
¿En qué había estado pensando esa noche?
No había pensado en absoluto. No había pensado más que en ella, en lo que estaban compartiendo. Por primera vez en su vida, había vivido solo para el momento.