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Una noche condujo a dos bebés. Colton King puso fin a su intempestivo matrimonio con Penny Oaks veinticuatro horas después de la boda. Pero más de un año después, Colton descubrió el gran secreto de Penny… de hecho, se trataba de dos pequeños secretos: un niño y una niña. Colton quería reclamar a sus gemelos y enseguida se dio cuenta de que también estaba reclamando a Penny otra vez. No le quedó más remedio que preguntarse si su matrimonio relámpago estaba destinado a durar toda la vida.
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Seitenzahl: 200
Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2014 Maureen Child
© 2016 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Dos pequeños secretos, n.º 2093 - septiembre 2016
Título original: Double the Trouble
Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 978-84-687-8976-7
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Portadilla
Créditos
Índice
Capítulo Uno
Capítulo Dos
Capítulo Tres
Capítulo Cuatro
Capítulo Cinco
Capítulo Seis
Capítulo Siete
Capítulo Ocho
Capítulo Nueve
Capítulo Diez
Colton King no vio llegar el puño que le golpeó la mandíbula. Sacudió la cabeza y luego bloqueó el siguiente puñetazo antes de que le diera. El tipo furioso que había irrumpido en su despacho unos minutos antes dio un paso atrás y murmuró entre dientes:
–Te lo merecías.
–¿Qué diablos me merecía? –Colt dejó la bolsa de viaje en el suelo.
Trató de hacer memoria pero no le salió nada. No conocía a aquel hombre y no se le ocurría ninguna otra persona que quisiera golpearle… en aquel momento. Sus relaciones con las mujeres, siempre temporales, acababan de manera amigable. Ni siquiera había discutido con su hermano gemelo, Connor, desde hacía semanas.
Sí, había clientes enfadados que se presentaban en las oficinas de Aventuras Extremas King de Laguna Beach, California, cuando no encontraban las olas gigantes que les habían prometido. O si la carrera de la montaña se cancelaba debido a una avalancha.
Colton y Connor organizaban vacaciones de aventura para los adinerados adictos a la adrenalina de todo el mundo. En más de una ocasión algún cliente se había enfadado tanto como para montar una escena. Pero ninguno le había pegado. Hasta ahora.
Así que la pregunta era:
–¿Quién diablos eres tú?
–¡He llamado a seguridad! –exclamó una mujer desde el umbral de la puerta.
Colt ni siquiera miró a Linda, la administrativa que compartía con Connor.
–Gracias. Ve a buscar a Connor.
–Ahora mismo –dijo ella antes de desaparecer.
–Llamar a seguridad no cambiará nada –afirmó con rotundidad el tipo que acababa de pegarle–. Seguirás siendo un malnacido egoísta.
–De acuerdo –murmuró Colt. Tampoco era la primera vez que escuchaba algo así, aunque no le vendría mal algo de información–. ¿Quieres decirme qué está pasando aquí?
–Eso me gustaría saber a mí –Connor entró en el despacho y se puso al lado de su gemelo.
Colt agradeció tenerlo allí, aunque se habría bastado consigo mismo para darle un buen puñetazo al tipo. Pero tener a Connor cerca le ayudaría a contenerse. Además, una pelea no le daría las respuestas que buscaba.
–Me has dado un buen puñetazo. Ahora dime por qué.
–Me llamo Robert Oaks.
Oaks. Recuerdos enterrados cruzaron por la mente de Colt a toda velocidad. Se le formó una bola de hielo en la boca del estómago y se le paralizó completamente el cuerpo. Observó al desconocido, que le miraba fijamente con aquellos ojos verdes entornados… y le resultó familiar.
Maldición.
La última vez que vio unos ojos así fue hacía casi dos años. Al final de una semana en Las Vegas que debía haber sido normal pero resultó increíble. Un recuerdo en concreto surgió en su mente y Colt deseó con todas sus fuerzas poder apartarlo de sí. Pero no fue capaz de lograrlo. La mañana posterior a que Penny Oaks y él se casaran en una horterada de capilla de Las Vegas. La mañana en que Colt le dijo que iban a divorciarse… justo después de darle las gracias por la semana tan divertida que había pasado y dejarla en la habitación del hotel que habían compartido.
No quería pensar en aquel día. Pero ahora resultaba difícil evitarlo con aquel hombre, que debía de ser su hermano, plantado delante de él.
Robert Oaks asintió despacio cuando se dio cuenta de que Colt sabía quién era.
–Bien. Al menos te acuerdas.
–¿De qué te acuerdas? –quiso saber Connor.
–De nada –no iba a hablar con su hermano de aquello. Al menos en aquel momento.
–Ah, de nada. Estupendo –Oaks sacudió la cabeza con disgusto–. Justo lo que esperaba.
Colt sintió una oleada de rabia. Lo que ocurriera entre Penny y él era justo eso. Entre Penny y él. No le interesaba lo que su hermano pensara.
–¿Qué estás haciendo aquí? ¿Qué quieres?
–Quiero que hagas lo correcto –le espetó Robert–. Pero dudo que lo hagas. Así que pensé que darte un puñetazo sería suficiente. No lo ha sido.
La impaciencia se mezcló con la rabia que todavía sentía Colt en el estómago. Tenía un jet de la empresa esperando para llevarle a Sicilia. Tenía cosas que hacer. Sitios a los que ir. Y que le asparan si malgastaba un minuto más con Robert Oaks.
–¿Por qué no vas al grano? ¿Por qué estás aquí?
–Porque mi hermana está en el hospital.
–¿Hospital? –algo dentro de Colt se revolvió. La mente se le llenó al instante de otros recuerdos, los de un hospital de paredes frías y verdes, el olor a miedo y a antiséptico que respiraba cada vez que tomaba aire.
Durante un segundo o dos sintió como si tuviera una losa en el pecho que le arrastrara a un pasado al que no quería volver. Apartó de sí la oscuridad de su mente y se esforzó por volver al presente. Se pasó una mano por el pelo, centró la mirada en el hermano de Penny y esperó.
–A mi hermana la operaron ayer de apendicitis –le informó Robert.
Colt sintió una punzada de alivio al saber que no se trataba de algo más serio.
–¿Y está bien?
Robert soltó una risotada despectiva.
–Sí, está muy bien. Pero ya sabes, le preocupa pensar cómo va a pagar la factura del hospital. Y también le preocupan los gemelos. Tus gemelos.
La habitación se quedó sin aire.
–Mis… –sacudió la cabeza mientras intentaba comprender lo que el hermano de Penny le estaba diciendo. Se frotó la cara con las manos y finalmente consiguió decir:– ¿Gemelos? ¿Penny tuvo un bebé?
–Dos –le corrigió Robert–. Parece que en tu familia hay gemelos.
–¿Y no le dijo nada a Colt? –Connor parecía tan asombrado como su hermano.
Colt estuvo a punto de ahogarse de la rabia. Penny no le había dicho ni una palabra. Se quedó embarazada y no le dijo nada. Tuvo dos hijos y no se lo dijo.
¿Era padre?
Volvió a sentir el peso en el pecho, pero esta vez lo ignoró.
–¿Dónde están? –inquirió con tono cortante.
Robert le miró con recelo.
–Mi prometida y yo hemos estado cuidando de ellos.
Una vocecita interior le susurró que todo podía tratarse de una mentira. Que Penny podría haberle contado una mentira a su hermano. Que los bebés no eran suyos realmente. Pero enseguida apartó de sí la idea. Aquello habría sido demasiado fácil, y Colt sabía que no había nada de fácil en todo aquello.
–Un niño y una niña, por si te interesa.
Colt giró la cabeza y miró a Robert con ojos entornados. Un niño y una niña. Tenía dos hijos. Diablos, no sabía cómo se suponía que debía sentirse. Lo único que tenía claro en aquel momento era que la madre de sus hijos tenía que darle algunas explicaciones.,
–Por supuesto que me interesa. Ahora dime en qué hospital está Penny.
Consiguió toda la información de Robert, incluido su número de móvil y la dirección. Cuando llegaron los agentes de seguridad del edificio, Colt les dijo que se marcharan. No iba a presentar cargos contra el hermano de Penny, solo estaba furioso y quería defender a su familia. Colton habría hecho lo mismo. Pero cuando Robert se marchó, Colt dejó escapar algo de furia dándole una patada a la bolsa de viaje.
Connor se apoyó en el quicio de la puerta.
–Entonces, ¿se cancela el viaje a Sicilia?
Se suponía que Colt tendría que estar en aquel momento volando rumbo al monte Etna para probar un lugar de salto base en paracaídas. A eso se dedicaba, a buscar los lugares deportivos más peligrosos e inspiradores para su creciente lista de clientes.
Pero ahora le esperaba un subidón de adrenalina distinto. Colt miró a su gemelo con dureza.
–Sí, se cancela.
–Y eres padre.
–Eso parece.
Sonaba tranquilo, pero no lo estaba. Había demasiadas emociones, demasiados pensamientos rondándole por la cabeza. Padre. Había dos niños en el mundo debido a él y Colt no tenía ni idea hasta hacía unos minutos. ¿Cómo era posible? ¿No debería haber sentido algo? ¿No deberían haberle dicho que era padre?
Sacudió la cabeza y trató de hacerse a la idea. No podía. Qué diablos, ningún niño merecía tenerle a él como padre. Lo sabía. Se frotó el pecho para intentar calmar el dolor que sentía y soltó el aire por los pulmones. La rabia se le mezcló con el terror.
–¿Y cuándo pensabas contármelo?
Colt miró a su gemelo con la boca abierta.
–Acabo de enterarme, ¿te acuerdas?
–No estoy hablando de los gemelos, hablo de la madre.
–No hay nada que decir –pero era mentira. Lo cierto era que había mucho que contar. Era la primera vez que Colt le había guardado un secreto a su hermano. Todavía no podía explicarse por qué. Se pasó la mano por el pelo–. Fue en la convención de Las Vegas, hace casi dos años.
–¿La conociste allí?
Colt cruzó el despacho y agarró la bolsa que había preparado para el ahora cancelado viaje. Se la colocó al hombro y se giró para mirar a su hermano.
–No quiero hablar ahora mismo del tema, ¿de acuerdo?
Si no salía de allí al instante iba a explotar.
–Mala suerte –le dijo Connor con sequedad–. Acabo de enterarme de que soy tío. Así que háblame de esa mujer.
Su hermano no iba a dejar el tema y Colt lo sabía. Diablos, si la situación fuera al revés él también exigiría respuestas, así que no podía culparle.
–No hay mucho que contar –murmuró apretando los dientes–. La conocí en la convención de deportes extremos. Pasamos una semana juntos y luego… nos casamos.
Colt nunca había visto a Connor tan asombrado. No era de extrañar.
–¿Os casasteis? ¿Y no te molestaste en contármelo?
–Duró como un minuto –afirmó Colt. Ni siquiera ahora podía creer que hubiera caído rendido tan profundamente ante la pasión que había encontrado con Penny como para casarse con ella. No le había dicho nada a Connor porque no era capaz de explicarse a sí mismo lo que había hecho.
Sacudió la cabeza, se giró y miró por la ventana hacia el mar. Había surfistas cabalgando las olas. Los turistas caminaban por la playa tomando fotos y, más allá, los veleros rozaban la superficie del agua con sus brillantes velas agitándose al viento.
El mundo seguía como siempre. Todo parecía completamente normal. Y sin embargo, para él nada volvería a ser lo mismo.
–Colt, han pasado casi dos años, ¿y nunca dijiste ni una palabra?
Él miró de reojo a su gemelo.
–Nunca encontré la manera de hacerlo. Con, sigo sin saber qué diablos pasó –volvió a sacudir la cabeza–.Volví a casa, me divorcié y pensé que todo había terminado. No tenía sentido contártelo.
–No me puedo creer que te casaras.
–Ya somos dos –murmuró Colt mirando otra vez hacia el mar con la esperanza de encontrar un poco de paz. No lo consiguió–. Pensé que no había nada que contar.
–Ya, bueno. Pues te equivocaste.
–Eso parece –tenía hijos. Dos. Hizo la cuenta y calculó que tendrían ocho meses. Ocho meses de su vida que se había perdido. Nunca imaginó su existencia. Volvió a sentir una oleada de furia e hizo un esfuerzo por tragar saliva.
Habían pasado casi dos años desde que vio a Penny por última vez, aunque pensaba en ella más de lo que quería admitir. Pero en aquel momento no eran los recuerdos lo que le impulsaban. Ni el deseo que una vez sintió por ella. Era rabia, pura y simplemente. Una rabia como nunca antes había conocido. Penny había mantenido a sus hijos apartados de él y lo había hecho deliberadamente. Después de todo, era muy fácil encontrarle. Era un King, por el amor de Dios, y los King de California no eran precisamente unos desconocidos.
–Muy bien. Entonces, ¿qué vas a hacer?
Colt le dio la espalda al mar y miró a su gemelo antes de decir con firmeza de acero:
–Voy a ir a buscar a mi exmujer. Y luego voy a llevarme a mis hijos.
Penny sentía una punzada de dolor cada vez que se movía. Pero eso no le impedía intentarlo. Se giró con cuidado para poder llegar a la mesita con ruedas en la que tenía el ordenador portátil. Luego se subió un poco más en la cama moviéndose muy despacio.
Estaba acostumbrada a ir por la vida a toda velocidad. Tenía un negocio, una casa y dos bebés a los que cuidar, así que solo podía hacerlo todo deprisa. Verse obligada a permanecer tumbada en la cama de un hospital que no podía pagar la estaba volviendo loca.
Cada minuto que permanecía ahí añadía un nuevo dólar a la cuenta que pronto le entregarían. Cada momento que seguía allí, sus hijos estaban sin ella. Aunque Penny confiaba completamente en su hermano pequeño y en su prometida, Maria, echaba mucho de menos a los gemelos.
Extendió la mano para acercar más la mesita y gimió al sentir la punzada de dolor que la atravesó.
–¡Ay!
–Deberías quedarte tumbada.
Penny se quedó paralizada, sin atreverse a respirar. Conocía aquella voz. La oía todas las noches en sueños. Se agarró a la mesita y movió únicamente los ojos hacia el umbral de la puerta en la que estaba él. Colton King. El padre de sus hijos, el protagonista de todas y cada una de sus fantasías, su exmarido y el último hombre de la Tierra al que quería ver.
–¿Sorprendida? –le preguntó él.
Aquella palabra no se acercaba siquiera a lo que Penny estaba sintiendo.
–Podría decirse que sí.
–Bien –le espetó él–. Así te haces una idea de cómo me siento yo.
Robert, pensó Penny con inquietud. Iba a tener que matar a su hermano pequeño. Sí, le había criado y le quería muchísimo. Pero tendría que pagar por haber ido a buscar a Colton y delatarla. Aunque ya se ocuparía de eso más tarde. En aquel momento tenía que encontrar el modo de lidiar con su pasado.
–¿Qué estás haciendo aquí?
Colt entró despacio en la habitación, sus largas piernas recorrieron la distancia en pocas zancadas. Se movía casi con indolencia, pero Penny no se dejó engañar. Podía sentir la tensión que irradiaba de él en oleadas, y se preparó para una confrontación que llevaba casi dos años cociéndose.
Tenía las manos metidas en los bolsillos de sus vaqueros negros. Llevaba el negro cabello un poco largo, y se le rizaba en el cuello del suéter color rojo sangre. Pero fueron sus ojos los que la hipnotizaron igual que dos años atrás.
Eran azul pálido como un cielo helado, rematados con unas pestañas negras y gruesas que cualquier mujer mataría por tener. Y en aquel momento, esos ojos fríos estaban clavados en ella.
Seguía siendo el hombre más sexy que había conocido. Seguía teniendo aquel magnetismo que atraía a las mujeres como un imán.
–Robert vino a verme –dijo Colt con naturalidad, como si no significara nada.
Pero ella sabía que no era así. Sí, solo habían estado juntos una semana hacía casi dos años, pero durante ese tiempo Penny había revivido cada momento con él cientos de veces. Al principio había tratado de olvidarle, porque recordarle solo le producía dolor.
Pero entonces se enteró de que estaba embarazada y le resultó imposible olvidar. Así que decidió disfrutar de los recuerdos. Mantenerlos vivos y frescos reconstruyendo mentalmente cada conversación, repasando cada momento que pasó con él. Conocía el tono de su voz, la textura de su piel y el sabor de sus labios.
Y también sabía, al mirarlo, que estaba enfadado.
Bien, pues ya eran dos. Ella no quería tenerlo ahí. No lo necesitaba. Aspiró con fuerza el aire y se preparó para la tormenta que se avecinaba.
Colt se detuvo al llegar a los pies de la cama y le dirigió una mirada de acero.
–Y dime –le dijo–. ¿Qué hay de nuevo?
–Robert no tenía derecho a ir a buscarte –Penny se agarró a la fina sábana verde que la cubría. Su hermano le había estado insistiendo para que fuera a contarle a Colt la verdad desde que nacieron los gemelos. Pero ella tenía sus razones para mantenerlo en secreto, y eso no había cambiado.
–Bueno, en eso te doy la razón –afirmó él con una carcajada–. Eres tú quien debería habérmelo dicho.
Sus palabras resultaban tan frías como su mirada. Sin duda estaba esperando a que ella se viniera abajo. Pues Penny se negaba a sentirse culpable por su decisión. Cuando supo que estaba embarazada, le dio vueltas y más vueltas para ver cuál era la mejor solución.
Se lo pensó durante semanas. Sí, habría sido más fácil para ella haber acudido a Colt desde el principio. Pero también podría haberse pasado los dos últimos años metida en una espiral de resentimiento, acusaciones y discusiones. Por no mencionar la batalla por la custodia, en la que ella no habría tenido ninguna posibilidad. Colt era un King, por el amor de Dios, y ella no tenía dinero ni para salir a comer a un restaurante.
Así que decidió ocultarle la verdad y no se arrepentía, porque lo había hecho por el bien de sus hijos.
Con aquel pensamiento en mente, trató de serenarse.
–Entiendo cómo te sientes, pero…
–Tú no entiendes nada –la cortó él como un cuchillo–. Acabo de enterarme de que soy padre. Tengo gemelos y nunca los he visto –Colt se agarró con fuerza al piecero de la cama y los nudillos se le pusieron blancos–. Ni siquiera sé cómo se llaman.
Penny se sonrojó. Muy bien. Sí. Podía entender cómo se sentía. Pero eso no significaba que ella hubiera hecho algo malo.
Colton no parpadeó. Seguía mirándola fijamente con aquellos ojos azules entornados como si intentara leerle el pensamiento. Gracias a Dios, no podía hacerlo.
–Los nombres, Penny. Tengo derecho a saber los nombres de mis hijos.
Penny odió aquello. Odió sentir que estaba poniendo a sus bebés en disposición de ser rechazados por un padre que en realidad no los quería. Pero tampoco podía ignorar su exigencia.
–De acuerdo. Tu hijo se llama Reid y tu hija Riley –contestó.
Colt tragó saliva antes de preguntar en voz baja.
–¿Reid y Riley qué más?
Penny supo exactamente a qué se refería.
–Se apellidan Oaks.
Colt apretó los labios y la miró como si estuviera contando hasta diez.
–Eso va a cambiar.
Penny sintió un relámpago de furia.
–¿Crees que puedes llegar como si tal cosa y cambiarles el apellido? No. No puedes irrumpir en mi vida e intentar decidir qué es lo mejor para mis hijos.
–¿Por qué diablos no? –respondió él con frialdad–. Tú tomaste esa decisión por mí hace dos años.
–Colt…
–¿Te molestaste en inscribirme como su padre en los certificados de nacimiento?
–Por supuesto que sí –los gemelos tenían derecho a saber quién era su padre. Y ella se lo habría contado… a la larga.
–Al menos eso es algo –murmuró Colt–. Haré que mis abogados se ocupen del cambio de apellido.
–¿Perdona? –Penny hizo un esfuerzo por incorporarse y sintió otra punzada de dolor en el abdomen. Se volvió a dejar caer sobre las almohadas, sin aliento.
Colt se puso al lado de la cama al instante.
–¿Estás bien? ¿Necesitas una enfermera?
–Estoy bien –mintió ella mientras el dolor comenzaba a transformarse en algo soportable–. Y no, no necesito una enfermera –necesitaba medicación para el dolor. Intimidad para poder llorar. Y una copa de vino gigante–. Lo que necesito es que te vayas.
–Eso no va a pasar –afirmó Colt.
Penny cerró los ojos y murmuró:
–Podría matar a Robert por esto.
–Sí –respondió él–. Alguien ha sido por fin sincero conmigo. Eso es un crimen.
Ella le miró. Colt la observaba como si fuera un bicho bajo el microscopio. ¿Por qué tenía que seguir siendo el hombre más guapo que había conocido? ¿Y por qué estaba teniendo la conversación que llevaba dos años temiendo metida en una cama de hospital con una bata horrible y con el pelo fatal?
–¿Cuándo te dan el alta? –le preguntó él, sacándola de sus pensamientos.
–Seguramente mañana.
–Bien –afirmó Colt–. Entonces seguiremos hablando cuando estés en casa.
–No, no lo haremos. Esta conversación ha terminado, Colt.
–Ni por asomo –le advirtió él mirándola fijamente–. Tienes muchas explicaciones que darme.
–No te debo nada –pero aquellas palabras le sonaron absurdas incluso a ella.
Le había ocultado un enorme secreto y lo había hecho deliberadamente. Nadie sabía la razón. No le había contado todo a Robert. Penny tenía sus razones para tomar la decisión que tomó.
Colt estaba enfadado y estaba en su derecho. Pero ella también tenía derecho a hacer lo que consideraba mejor para sus hijos.
–Te equivocas –le dijo él con un tono pausado que no ocultaba la furia que latía en su interior–. Vendré mañana a recogerte para llevarte a tu casa.
Y dicho aquello, salió de la habitación sin mirar atrás. Penny lo supo porque le vio marcharse y se quedó mirando el umbral vacío mucho después de que el sonido de sus pasos se hubiera desvanecido.
No fue a ver a sus gemelos.
Todavía no estaba preparado.
Colt no quería que el primer recuerdo que tuvieran sus hijos de su padre fuera el de un hombre furioso. Así que se fue a la playa. Necesitaba quemar la rabia que tenía dentro. Pero las calmadas aguas de Laguna no iban a bastar. Necesitaba acción peligrosa, suficiente para que le subiera tanto la adrenalina que se tragara la ira.
En Newport Beach las olas superaban los nueve metros, y los surfistas inexpertos no solían ir por allí. Pero para Colt y el reducido grupo de surfistas presentes, aquel día frío de otoño el peligro era un acicate para la diversión. Tras varias horas de mar revuelto, Colt arrastró la tabla a la arena y se dejó caer sobre ella.
Se rodeó las rodillas con los brazos y se quedó mirando el mar, tratando de entender lo que había sucedido aquel día. No esperaba volver a ver jamás a Penny Oaks. Se pasó la mano por la cara y la recordó tumbada en la cama del hospital.
A pesar de la rabia, la frustración y el impacto, había sentido aquella punzada de locura sexual que asociaba únicamente a Penny.