2,99 €
Niedrigster Preis in 30 Tagen: 2,99 €
Millonario de incógnito Por culpa de una apuesta el magnate de la construcción Rafe King se vio obligado a trabajar como carpintero. No sospechaba que su clienta, la hermosa Katie Charles, lo haría olvidarse de su fría reputación. El único problema era el profundo rencor que Katie les guardaba a los hombres ricos y especialmente a los de la familia King. Rafe no podía confesarle sus sentimientos sin revelar su verdadera identidad. Pero tampoco podía seguir mintiéndole y arriesgarse a perder lo que empezaba a nacer entre ambos.
Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:
Seitenzahl: 174
Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2011 Maureen Child. Todos los derechos reservados.
DULCES SECRETOS, N.º 1828 - enero 2012
Título original: King’s Million-Dollar Secret
Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.
Publicada en español en 2012
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.
Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.
® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Books S.A.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
I.S.B.N.: 978-84-9010-401-9
Editor responsable: Luis Pugni
ePub: Publidisa
A Rafe King le gustaba una apuesta amistosa como al que más.
Lo que no le gustaba era perder.
Pero cuando perdía, pagaba. Y por eso se encontraba frente a aquel bungalow, tomando un café mientras esperaba al resto del equipo. Hacía años que no se involucraba personalmente en ninguna obra. Como socio de King Construction, se dedicaba a los detalles logísticos y a proporcionar los materiales. Estaba al corriente del millón de obras que su empresa llevaba a cabo y siempre confiaba en que los contratistas hicieran bien el trabajo.
Pero ahora, por una apuesta, tendría que pasarse las próximas semanas haciendo el trabajo en persona.
Una camioneta plateada con un pequeño tráiler se detuvo detrás de él y Rafe le echó una mirada de soslayo al conductor: Joe Hanna, contratista y amigo suyo. Y el hombre que lo había incitado a aceptar la apuesta.
Joe se bajó de la camioneta y apenas pudo ocultar una sonrisa.
–No te reconozco sin el traje y la corbata.
–Muy gracioso –contestó Rafe. La verdad era que se sentía más cómodo con los vaqueros desteñidos, las botas de trabajo negras y una camiseta negra con el logo de King Construction estampado en la espalda–. Llegas tarde.
–De eso nada. Tú has llegado temprano –Joe le dio un sorbo a su propio café y le ofreció una caja de rosquillas a Rafe–. ¿Quieres una?
–Claro –Rafe agarró una y se la zampó en tres bocados–. ¿Dónde están los demás?
–No empezamos a trabajar hasta las ocho en punto. Aún queda media hora.
–Si estuvieran ya aquí, podrían prepararlo todo para empezar a trabajar a las ocho en punto –desvió la mirada hacia el bungalow que sería el centro de su vida durante las próximas semanas. Estaba emplazado en una calle arbolada de Long Beach, California, tras una amplia extensión de césped pulcramente cuidado.
Debía de tener al menos cincuenta años.
–¿En qué consiste el trabajo?
–Hay que reformar una cocina –respondió Joe, apoyándose en la camioneta de Rafe para examinar el bungalow–. Suelo nuevo, encimera nueva, cañerías y desagües nuevos, enlucido y pintura.
–¿Armarios? –preguntó Rafe.
–No. Los actuales son de pino canadiense y no hace falta cambiarlos. Sólo tenemos que lijarlos y barnizarlos.
Rafe asintió y se giró hacia Joe.
–¿Los chicos saben quién soy?
–No tienen ni idea –lo tranquilizó Joe con una sonrisa–. Tu identidad se mantendrá en secreto, tal y como acordamos. Mientras dure el trabajo te llamarás Rafe Cole. Recién contratado.
Mejor así. Si los hombres supieran que él era su jefe, se pondrían muy nerviosos y no harían bien el trabajo. Además, era una buena oportunidad para averiguar qué pensaban sus trabajadores de la empresa. Aun así, sacudió la cabeza con pesar.
–Recuérdame otra vez por qué no te despido…
–Porque perdiste la apuesta y tú siempre cumples con tu palabra. Ya te advertí que el coche de Sherry ganaría la carrera.
–Es verdad –admitió Rafe, y sonrió al recordarlo. Los hijos de los empleados de King Construction fabricaban coches con los que luego hacían carreras en una pista preparada para la ocasión. Rafe había apostado contra el coche rosa de Sherry, la hija de Joe, y Sherry le dio una lección al dejar a todos clavados en la salida. Nunca más volvería a apostar en contra de una mujer…
Rafe siempre dejaba la publicidad y las relaciones públicas de la empresa en manos de sus hermanos Sean y Lucas. Entre los tres habían convertido a King Construction en la constructora más importante de la Costa Oeste. Sean se ocupaba de la parte corporativa; Lucas era el responsable del personal y de la cartera de clientes, y Rafe era como el burro de carga que se encargaba de proporcionar todo el material necesario en una obra.
Un camión se acercó traqueteando por la calle y se detuvo frente a la casa, seguido por una pequeña camioneta. De cada vehículo se bajó un hombre.
–Steve, Arturo… –os presento a Rafe Cole –dijo Joe–. Va a trabajar con vosotros.
Steve era alto, de unos cincuenta años, con una amplia sonrisa y una camiseta de un grupo de rock local. Arturo era mayor, más bajo y con una camiseta manchada de pintura.
Al menos estaba claro quién era el pintor.
–¿Estamos listos? –preguntó Steve.
–Vamos allá –dijo Joe. Hay una puerta para vehículos. ¿Qué os parece si llevamos al tráiler al jardín trasero? Así lo tendremos más a mano y será más difícil que lo roben.
–Buena idea.
Joe cruzó la verja con su camioneta y el tráiler y en cuestión de minutos se habían puesto manos a la obra. Hacía años que Rafe no estaba en una obra, pero no había olvidado nada. Su padre, Ben King, tal vez no hubiera sido el mejor padre del mundo, pero se había preocupado de que sus hijos se pasaran todos los veranos trabajando en las obras. Era su forma de recordarles que no por ser un King se tenía todo ganado.
A ninguno de los chicos le había hecho gracia pasarse las vacaciones trabajando, pero con el tiempo, Rafe llegó a la conclusión de que era lo único bueno que su padre había hecho por ellos.
–La clienta lo ha despejado todo para que Steve y Arturo puedan comenzar enseguida. Rafe, tú te encargarás de instalar una cocina provisional en el patio –dijo Joe.
–¿Una cocina temporal? –repitió Rafe–. ¿Es que la dueña no puede comer fuera de casa mientras reforman su cocina, como hace todo el mundo?
–Podría –respondió una voz de mujer desde la casa–. Pero la dueña necesita cocinar mientras arregláis su cocina.
Rafe se giró hacia la voz y por un instante se quedó pasmado ante la mujer que tenía enfrente.
Era alta, como a él le gustaban las mujeres… no había nada más incómodo que tener que agacharse para besarlas. Tenía una melena rizada y rojiza que le llegaba por los hombros y unos ojos verdes brillantes. Y una sonrisa extremadamente sensual.
A Rafe no le gustó nada encontrarse con una mujer tan apetitosa. No necesitaba una mujer en esos momentos de su vida.
–Buenos días, señorita Charles –la saludó Joe–. Aquí tiene a su equipo. A Arturo y a Steve los conoció el otro día. Y éste es Rafe.
–Encantada de conocerlo –dijo ella. Le clavó a Rafe la mirada y, por un instante, pareció que el aire chisporroteaba de calor–. Pero llamadme Katie, por favor. Vamos a pasar mucho tiempo juntos.
–¿Y por qué necesitas esa cocina provisional?
–Hago galletas –le explicó ella–. Es mi trabajo y tengo que atender los pedidos mientras reformáis la cocina. Joe me aseguró que no habría ningún problema.
–Claro que no –corroboró Joe–. No podrás hacerlas durante el día, ya que tenemos que cortar el gas para instalar las tuberías, pero te lo dejaremos todo listo para la noche. Rafe se encargará de ello.
–Genial. Os dejo que sigáis con lo vuestro.
Volvió a entrar en casa y Rafe aprovechó para admirar su trasero. Era tan apetitoso como el resto de ella. Tomó una larga bocanada de aire, confiando en que la fresca brisa matinal lo ayudara a aliviar la excitación. No fue así, y la perspectiva de afrontar una larga jornada en aquel estado era preocupante.
Se obligó a ignorar a aquella mujer. Sólo estaba allí para saldar la apuesta, nada más.
–Muy bien –dijo Joe–, vosotros llevad la cocina de Katie a donde ella quiera y Rafe se encargará de ponerla a punto.
Nada le gustaría más que poner a punto a la dueña de la cocina, pensó Rafe.
El ruido era insoportable.
Al cabo de una hora de martilleos continuos a Katie iba a estallarle la cabeza.
Era extraño tener a gente desconocida en casa de su abuela, y más aún pagarles para que demolieran la cocina donde Katie había pasado gran parte de su infancia. Sabía que era necesario, pero no estaba tan segura de poder aguantar hasta el final de las obras.
Desesperada, salió al patio para poner la mayor distancia posible entre ella y el ruido. Había un espacio largo y estrecho entre el garaje y la casa, y allí había unas sillas y una mesa donde las bandejas del horno esperaban a llenarse de galletas. Los cuencos para mezclar estaban en una encimera cercana y una mesa plegable era su despensa provisional. Iba a ser todo un desafío. Sin contar con el hombre guapo y macizo que gruñía detrás de la cocina.
–¿Cómo va? –le preguntó ella.
El hombre dio un respingo, se golpeó la cabeza con la esquina de la cocina y masculló una maldición que Katie se alegró de no oír.
–Todo lo bien que puede ir conectando una cocina antigua a una tubería de gas –dijo él, echándole una torva mirada con sus bonitos ojos azules.
–Es vieja, pero fiable. Aunque ya he encargado una nueva.
–No me extraña… –respondió él, volviendo a agacharse detrás de la cocina–. Esto debe de tener treinta años, por lo menos.
–Por lo menos –Katie se sentó–. Mi abuela la compró antes de que yo naciera, y tengo veintisiete años.
Él la miró y sacudió la cabeza.
A Katie se le formó un nudo en el pecho. Aquel hombre era tan guapo que debería estar en la portada de una revista, no en las obras de una cocina. Pero parecía muy competente en su trabajo, y sólo de verlo a Katie se le aceleraba el corazón.
–Que sea vieja no significa que sea inútil –dijo con una sonrisa–.
–Y aun así has encargado una nueva –repuso él con una media sonrisa.
–Renovarse o morir, aunque echaré de menos esta vieja cocina… Hacía la cocción más interesante.
–Claro… –por la expresión de Rafe no parecía que le importase mucho lo que le estaba contando–. ¿De verdad vas a ponerte a hacer galletas aquí fuera?
El estrépito de los cascotes se mezclaba con las risas de los hombres que estaban en la cocina.
Suspiró al recordar la cocina de estilo granjero que en aquellos momentos estaban echando abajo.
Pero cuando acabaran las obras tendría la cocina de sus sueños.
–¿Qué te hace tanta gracia?
–¿Qué? –miró a Rafe y se dio cuenta de que la había sorprendido sonriendo–. Nada. Sólo pensaba en el aspecto que tendrá la cocina cuando hayáis acabado.
–¿No te molestan el jaleo y el resultado?
–No –se levantó y se apoyó sobre la cocina para mirarlo–. No me apetece en absoluto oír tanto ruido y hacer galletas aquí fuera, pero es inevitable. Y en cuanto al resultado, hice las investigaciones pertinentes antes de contrataros. Consulté con todas las constructoras de la ciudad y recibí tres presupuestos.
–¿Y por qué te decidiste por King Construction? –preguntó el mientras arrastraba algo que parecía una serpiente plateada desde debajo de la cocina a la toma de gas de la pared del garaje.
–No fue una decisión fácil –dijo ella, recordando cosas que era mejor no mencionar.
–¿Por qué? –casi parecía ofendido–. King Construction tiene una reputación intachable.
Katie sonrió.
–Está bien que defiendas a la empresa para la que trabajas.
–Sí, bueno. Los King se han portado muy bien conmigo –frunció el ceño y volvió a la tarea–. Pero si no te gusta King Construction, ¿por qué nos has contratado?
Katie volvió a suspirar y se reprendió a sí misma por no ser más discreta. Pero ya era demasiado tarde para tragarse sus palabras.
–Estoy segura de que la constructora es excelente. Todas las referencias hablaban de un trabajo responsable y profesional.
–¿Pero…? –Rafe le dio unos golpecitos a la pared, se levantó y miró a Katie, esperando la respuesta.
Ella también se irguió, a pesar de su metro ochenta él le seguía sacando al menos diez centímetros. Tenía los ojos más azules que Katie había visto en su vida. Sus labios eran carnosos y sensuales y una ligera barba incipiente oscurecía su recio mentón. De anchos hombros, sus vaqueros se ceñían a sus fuertes piernas y estrecha cintura. Después de mucho tiempo, Katie volvió a sentir el hormigueo de la atracción sexual. Y además se trataba de un hombre trabajador, no de uno de esos millonarios de los que ya estaba harta.
Él seguía esperando la respuesta.
–Digamos que es un asunto personal entre la familia King y yo –le dijo con una sonrisa.
El semblante de Rafe se contrajo aún más.
–¿Qué quieres decir?
–No es nada importante –sacudió la cabeza y se echó a reír–. Siento haberlo dicho. Sólo estaba insinuando que para mí fue muy duro contratar los servicios de King Construction sabiendo lo que sé sobre los hombres de la familia King.
–¿Qué es lo que sabes exactamente de los King? –insistió él, entornando amenazadoramente la mirada.
Katie se estremeció ante la intensidad de aquellos ojos azules y una sorprendente excitación la recorrió por dentro. Nerviosa, desvió la mirada hacia las tuberías e intentó recuperar la compostura antes de hablar.
–¿Aparte de que son ricos y esnobs?
–¿Esnobs?
–Sí… Oye, ya sé que trabajas para ellos y no quiero que te sientas incómodo. Pero también sé que no quiero volver a tener nada que ver con ellos nunca más.
–Eso suena muy drástico.
Katie volvió a reírse. No creía que Cordell King hubiera pensado en ella desde que desapareció de su vida seis meses antes. Los King iban arrollando por el mundo, esperando que los demás se apartaran de su camino. Y Katie no tenía ningún problema en apartarse.
–No creo que a los King de California les quite el sueño que Katie Charles los odie a muerte.
–Te sorprenderías… –dijo él, sacudiéndose el polvo de las manos–. Soy un tipo curioso, y no voy a quedar contento hasta saber por qué los odias tanto.
–La curiosidad no siempre es buena –le advirtió–. A veces descubres cosas que preferirías no saber.
–Siempre será mejor que no saber nada, ¿no te parece?
–No siempre –Cordell le había destrozado el corazón al romper con ella, y la respuesta que le dio cuando Katie le preguntó el motivo la hizo sentirse aún peor.
Rafe sonrió de manera que sus rasgos se suavizaron y sus ojos perdieron frialdad. El corazón de Katie reaccionó con una fuerte sacudida al irresistible atractivo varonil, y él, como si supiera lo que estaba pensando, sonrió aún más y le hizo un guiño. Pero un segundo después volvió a su rol profesional.
–La tubería de gas ya está instalada, pero recuerda que cortaremos el gas durante el día. Te avisaremos cuando puedas usar la cocina.
–De acuerdo. Gracias –dio un paso atrás y Rafe pasó junto a ella, rozándole el brazo con el suyo. Una ola de calor se propagó por todo su cuerpo y Katie respiró hondo para intentar sofocarla. Por desgracia, con eso sólo consiguió inhalar la colonia de Rafe, tan poderosamente embriagadora como él mismo–. Y… ¿Rafe?
–¿Sí?
–Por favor, no digas nada de lo que he dicho sobre la familia King. No tendría que haber sacado el tema, y no quiero que nadie se sienta incómodo.
–No diré ni una palabra. Pero un día de estos me gustaría oír el resto de la historia.
–Mejor que no. Los King forman parte de mi pasado y ahí es donde quiero dejarlos.
Al final de la primera jornada Katie se preguntaba por qué había decidido reformar la cocina. Se sentía muy incómoda con aquellos extraños entrando y saliendo de la casa durante todo el día, sin contar con el ruido que hacían.
Una vez se hubieron marchado, Katie se quedó sola en lo que hasta esa mañana había sido la cocina de su abuela y se giró lentamente sobre sí misma.
El suelo estaba levantado y dejaba a la vista una tierra negra que era más vieja que Katie. Las paredes estaban medio tiradas y los armarios habían sido retirados al jardín trasero. Al ver las tuberías desnudas soltó un gemido de compasión por la vieja casa.
–¿Remordimientos?
Katie dio un respingo y se dio la vuelta. El corazón casi se le salió por la boca al soltar un suspiro de alivio.
–Rafe… Creía que te habías marchado.
Él sonrió, como si supiera que la había asustado, y se apoyó en el marco de la puerta.
–Me he quedado para asegurarme de que tienes gas en el patio.
–¿Y?
–Todo está en orden.
–Perfecto. Gracias.
Rafe se encogió de hombros y se irguió perezosamente, como si tuviera todo el tiempo del mundo.
–Es mi trabajo.
–Lo sé, pero aun así te lo agradezco.
–De nada –paseó la mirada por los restos de la cocina, igual que Katie había hecho un momento antes–. ¿Qué te parece?
–¿Sinceramente? Es horrible.
Rafe soltó una carcajada.
–Primero hay que destruir para luego crear.
–Lo tendré en cuenta –se acercó a donde había estado el fregadero. Sólo quedaba una pared semiderruida con aquellas tuberías desnudas mirándola acusadoramente–. Me cuesta creer que esto volverá a ser una cocina.
–Las he visto peores.
–No sé si tomarme ese comentario con alivio o con consternación.
–Con alivio, mejor –se acercó a ella con las manos en los bolsillos traseros–. Hay trabajos que se tarda meses en acabarlos.
–¿Has hecho muchos trabajos como este?
–Algunos… Aunque este es el primero que hago desde hace tres o cuatro años.
Las voces resonaban en el silencio que reinaba en la casa tras un largo día de martillazos, y los últimos rayos del crepúsculo entraban por las ventanas, inundando la cocina con una luz íntima y acogedora.
Katie miró a Rafe, se tomó su tiempo para deleitarse con la imagen y se sorprendió preguntándose qué clase de persona era y qué cosas le gustaría hacer.
Hacía mucho tiempo que se no interesaba por ningún hombre. Un cruel desengaño había hecho que se lo pensara dos veces antes de salir con alguien.
Pero no había nada malo en mirar…
–¿Y a qué te has dedicado todo este tiempo?
Rafe la miró y Katie vio cómo se nublaba su expresión. Desvió la mirada y pasó una mano por la estructura de un armario.
–Varias cosas. Pero me gusta haber vuelto al trabajo manual –le hizo otro guiño–. Aunque sea para los King.
Al parecer él tampoco quería hablar de sus experiencias. O quizá sólo estaba picando su curiosidad para que insistiera un poco más. Pero si lo hacía, le estaría dando permiso implícitamente para que él también le preguntara por su pasado. Y Katie no quería contar cómo Cordell King la había cortejado, conquistado y posteriormente abandonado.
Aun así, no podía evitar sentir curiosidad por Rafe Cole y lo que estuviera ocultándole.
–Bueno –dijo él al cabo de un largo silencio–. Será mejor que me vaya y te deje con tus galletas.
–Muy bien –se adelantó al mismo tiempo que él y los dos chocaron el uno con el otro.
Una llamarada prendió al instante entre ellos. Sus cuerpos estaban muy juntos, casi pegados y, por un momento, ninguno de los dijo nada. No hacía falta.
La pasión que ardía en el aire era innegable.
Katie levantó la mirada hacia los ojos de Rafe y supo que estaba sintiendo exactamente lo mismo que ella. Y a juzgar por su expresión tampoco a él le agradaba sentirlo.
Una conexión romántica era lo último que Katie buscaba, pero era justamente lo que acababa de encontrar.
Rafe levantó una mano para tocarle la cara, detuvo los dedos a un centímetro de su barbilla y sonrió.
–Esto podría ponerse… interesante.
«Interesante» era decir poco.
–La reunión ha terminado –dijo Lucas King–. ¿Qué hacemos todavía aquí?
–Tengo una pregunta que haceros –respondió Rafe. Cualquiera que lo viera junto a Sean y Lucas, sus socios en King Construction, sabría que eran hermanos. Los tres tenían el pelo negro y los ojos azules, aunque los demás rasgos indicaban que tenían madres distintas.