E-Pack Bianca 2 octubre 2024 - Tara Pammi - E-Book

E-Pack Bianca 2 octubre 2024 E-Book

Tara Pammi

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Beschreibung

El esposo equivocado Tara Pammi Dio un paso al frente para robarle la esposa a su hermano… Ani iba a contraer matrimonio para poder liberar su fondo de inversiones y conseguir su libertad, pero no esperaba encontrarse con el irritante Xander en el altar. Como estaba totalmente en la ruina, no se podía permitir el lujo de salir huyendo. Tampoco podía arriesgarse a enamorarse de un hombre que despreciaba el amor… Como su hermano no tenía intención de presentarse, Xander ocupó de buena gana su lugar. Gracias a su unión con Ani conseguiría el control del negocio familiar, algo que siempre había anhelado. Sin embargo, el deseo que sentía por Ani era tan ardiente como el genio de ella. Por primera vez en su vida, había algo que Xander ansiaba mucho más: ¡su esposa! En el lugar de su hermana Maya Blake Atrapada por una tormenta de nieve y ¡jugando con fuego! Giada Parker era tímida y no podía creerse que hubiese accedido a ocupar el lugar de su hermana gemela para trabajar con el despiadado Alessio Montaldi. ¡Fingir que era su hermana, una mujer muy segura de ella misma, era todo un trabajo! Hasta que una tormenta de nieve la dejó aislada en el lujoso chalet que Alessio tenía en Suiza y resistirse a su magnética mirada resultó ser el reto más complicado al que Giada se había enfrentado jamás. Destrozado por las traiciones de su pasado, Alessio no tardó en darse cuenta del engaño de Giada. Sin embargo, con respecto a la química que había entre ambos no había ninguna confusión. Alessio no sabía si podía confiar en Giada, pero estaba seguro de que no podía resistirse a ella… La responsabilidad del millonario Joss Wood Su trabajo era temporal. ¿Sería su pasión permanente? Cuando el mundialmente famoso diseñador de barcos Bo Sorenson se quedó a cargo de un hijo del que no sabía nada hasta entonces, decidió que necesitaba ayuda inmediata. Estaba acostumbrado a las incesantes exigencias de sus clientes, pero un bebé era un reto mayor. Su dura infancia lo había dejado marcado y no sabía nada de niños. Obsesionada con los fantasmas de su trabajo anterior, Olivia Cooper decidió dejar de ser niñera. Aquel verano en Dinamarca iba a ser el último de su carrera. Y como no se podía permitir el lujo de encariñarse de Bo y su hijo, pensó que resistirse al impresionante millonario sería más fácil; pero fue todo lo contrario.

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www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S. A.

Avenida de Burgos, 8B - Planta 18

28036 Madrid

 

© 2024 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S. A.

E-pack Bianca 2, n.º 404 - octubre 2024

 

I.S.B.N.: 978-84-1074-352-6

Índice

 

Créditos

El esposo equivocado

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Si te ha gustado este libro…

En el lugar de su hermana

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Si te ha gustado este libro…

La responsabilidad del millonario

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

 

 

 

 

Algo iba mal.

Algo iba terriblemente, horriblemente mal en la imagen que se presentaba ante Annika Saxena-Mackenzie. Ella estaba al otro lado, frente al altar de la antiquísima iglesia, con el brazo entrelazado con el de su padrastro. El vestido de encaje y tul parecía vararla sobre el suelo.

Su instinto, tal vez su corazón, lo supo antes que su lado más racional.

No tenía nada que ver con los hermosos arreglos florales de lirios y jazmines que adornaban la iglesia a la perfección y le daban un aire de ensueño, como si estuvieran flotando sobres las delicadas flores blancas.

No tenía nada que ver con los invitados, ni con el cuarteto de cuerda que ella había contratado después de muchas audiciones y que habían volado especialmente para la ocasión desde Viena.

No tenía que ver con sus tres medio hermanos, ataviados con elegantes trajes a juego y que estaban tratando de comportarse como unos perfectos caballeros para su hermana mayor. Tampoco tenía nada que ver con el sacerdote encargado de oficiar la ceremonia.

El escenario de su extravagante boda de cuento de hadas era perfecto.

Killian, su padrastro, la observaba con orgullo y gozo. Siempre había estado a su lado, amándola incondicionalmente.

Ella estaba perfecta.

El problema era el hombre que la esperaba junto al altar. Su futuro esposo. Algo iba mal. Algo era diferente, extraño, en él.

Ani se preguntó si debería detenerse y decirle a Killian que no se encontraba bien, o tal vez excusarse durante un instante mientras averiguaba lo que ocurría.

Habían tardado meses, con reuniones secretas con un abogado para elaborar planes estratégicos, astutos giros de tuerca en los que se habían utilizado súplicas, exigencias e incluso amenazas, para llegar al momento en el que se encontraban en aquellos instantes. No podía echarse atrás.

Entonces, de repente, lo comprendió todo cuando estaba a mitad de camino. Se quedó horrorizada.

Él era el novio equivocado.

Al entender por fin lo que ocurría, sintió que un intenso mareo se apoderaba de ella. El apretado corsé del vestido le impedía respirar.

Él había engañado, pero a ella no podía engañarla.

Ani siempre había sido capaz de distinguirlos, incluso cuando, con solo cuatro años, perseguía a los dos adolescentes durante los largos y cálidos veranos en Grecia. Ni siquiera el padre de los gemelos era capaz de hacerlo.

Cuando Ani entró en la adolescencia, había sido motivo de orgullo que ella fuera una de las dos personas que podían distinguirlos cuando se hacían pasar el uno por el otro. La otra persona había sido Thea, la abuela de los dos muchachos.

Por fin había comprendido por qué el corazón le latía en el pecho con tanta fuerza y por qué había sentido un vuelco en el estómago cuando lo vio junto al altar.

Aquel era el gemelo equivocado. No era Sebastian Skalas, el playboy/millonario/amigo/compañero de juegos al que Ani había convencido por fin para que se casara con ella después de insistirle durante meses.

Aquel era Alexandros Skalas, el opuesto del seductor relajado y encantador que era su hermano.

Xander era arrogante, egoísta, cruel y controlador. El único hombre que la afectaba hasta lo más profundo de su ser sin esfuerzo alguno. El hombre al que ella nunca había podido ganarse. El único que podía poner patas arriba su brillante plan.

Su padrastro le dio un ligero codazo y le hizo sentir la palma de la mano sobre la espalda, cuestionándola con la mirada sin que se notara. La amabilidad de Killian era un potente recordatorio de que no podía echarse atrás en aquel momento.

¿Por qué estaba Xander allí? ¿Le habría convencido Sebastian de alguna manera?

Por mucho que se pelearan, los dos gemelos se adoraban. Entre ellos existía una clase de afecto competitivo, contencioso, pero, al final, no dejaba de ser amor, un sentimiento que los dos consideraban una debilidad.

Dos pasos más y Killian la entregaría ante el altar.

Sintiendo una indefensión que odiaba, Ani levantó la barbilla y se enfrentó con la realidad cara a casa. Con un esmoquin negro que ceñía su esbelta y fibrosa corpulencia, su futuro esposo era la esencia de lo masculino. Resultaba sensual sin esfuerzo alguno, algo que atraía a Ani y la repelía al mismo tiempo por el poder que ejercía sobre ella. La regia nariz, la despejada frente, el cabello cuidadosamente peinado hacia atrás y aquella boca, con la minúscula y microscópica cicatriz… Todo sobre él resultaba magnético y hacía que pasara de ser una fuerte superviviente, con planes racionales y firmes objetivos, a convertirse en una masa de sentimientos y sensaciones sobre los que no podía ejercer control alguno.

Él levantó una oscura ceja.

Aquel era Xander, sí, y con aquella ceja levantada le estaba preguntando a Ani si iba a seguir adelante con la boda. Parecía desafiarla a alejarse de allí, a admitir su miedo y salir huyendo.

Un suave suspiro se le escapó de los labios, haciendo que el delicado velo aleteara muy suavemente.

Xander parecía creer que ella tenía opción, pero no era así. No había más alternativa que la de salvar a su familia. Necesitaba un marido para poder hacerse cargo de la riqueza de su padre, una riqueza que le había dejado en un fondo a su nombre. Era una condición estúpida y arcaica, impuesta por su querido padre fallecido y que Niven, su hermanastro, había reforzado con malicia.

Había suplicado a Sebastian, amenazándole y maldiciéndole también, porque él era el único hombre que se creía capaz de controlar una vez que ella tuviera su fortuna. También había estado segura de que él no le exigiría ni un solo centavo. A pesar de ser un seductor y un playboy, Sebastian escondía en su interior una fuerte integridad, que había cimentado la amistad de ambos durante casi dos décadas.

Podría ser que Xander fuera a fingir que era Sebastian solo durante la ceremonia. Después, este último regresaría y los dos podrían seguir adelante con lo que habían acordado.

En medio de un remolino de pensamientos, Ani dio los dos últimos pasos y sonrió beatíficamente cuando Killian le dio un beso en la mejilla. Entonces, se giró hacia el hombre que la esperaba frente al altar.

Eso era precisamente lo que más le escocía: que fuera Xander quien la salvara. ¡Iba a matar a Sebastian con sus propias manos por dejarla en las del cruel ego de Xander! Si había algo de lo que estaba segura era que la antipatía que sentía hacia Xander era correspondida.

 

 

Había pocas cosas en la vida que despertaran la curiosidad de Alexandros Skalas. A sus treinta y cuatro años, se había convertido en una especie de anciano gruñón, al que solo le gustaban sus negocios, sus rutinas, la gente que componía su círculo más íntimo y la vida tal y como era.

Dado que era multimillonario, podía importarle o no importarle lo que a él le viniera en gana. Sin embargo, siempre había habido una variable, una persona, a la que no había podido nunca encasillar o… controlar. Aquella última palabra no sonaba muy bien, porque, en realidad, Xander no era una persona a la que le gustara controlar a los demás, sobre todo cuando solo existían en la periferia de su vida.

Annika Saxena-Mackenzie era esa variable que no hacía más que sorprenderle y escandalizarle. Era ahijada de su abuela, por lo que Annika siempre había formado parte de su vida de una manera u otra. Xander no había hecho más que tratar de alejarla lo más posible de él y, sin embargo, Annika siempre había ocupado una parte central de su vida. Primero, cuando solo era una deliciosa y regordeta bebé, que les había robado la atención de su abuela a Sebastian y a él cuando más la necesitaban. Después, se convirtió en una adolescente irritante y metomentodo que no hacía más que pisarle los talones a su hermano Sebastian durante los veranos. Por último, en los últimos años, cuando, de repente, se metamorfoseó en una de las mujeres más hermosas que Xander había visto nunca.

Por si no fuera suficiente que su abuela adorara a Annika, Sebastian mantenía con ella una sólida amistad. A lo largo de los años, Xander había esperado que los dos se distanciaran, tal y como solía ocurrirle a su hermano con todas las relaciones que tenía.

No había sido así. De nuevo, la irritante variable.

De algún modo, la amistad de Annika y Sebastian no solo duraba ya más de dos décadas, sino que había culminado en el sorprendente anuncio de su compromiso hacía algo menos de cuatro meses.

Si Xander hubiera querido convencerse de que el compromiso no le importaba, habría sido una mentira. Claro que le había molestado. De hecho, llevaba molestándole durante todos los ciento veintiocho días y veintidós horas que habían pasado desde entonces.

Al ser el menos impulsivo, más estratégico de los dos hermanos Skalas, el único de una familia de locos que tenía la cabeza bien amueblada sobre los hombros, Xander había esperado, con una impaciencia cada vez más creciente, que el compromiso fracasara y se quedara en nada.

Era imposible imaginarse a dos personas así, ricas, privilegiadas y alocadas, viviendo juntos y llevando una unión feliz. No obstante, Sebastian no solo había mantenido las apariencias, apareciendo junto a Annika en todos los eventos sociales, sino que se había transformado en un hombre nuevo. No había habido más escándalos, borracheras o peleas. Básicamente y, por primera vez en su vida, Xander no había tenido que ocuparse de enmendar los líos de su hermano Sebastian.

En uno de esos momentos de debilidad que parecían producirse en él después de tres copas de whisky, Xander se había preguntado si Annika era efectivamente la píldora mágica que podía curar a su hermano Sebastian. Aquel pensamiento le había producido primero un profundo alivio, seguido de un increíble desagrado.

No quería a Annika como cuñada.

Envuelto en la oscuridad de la noche, con el habitual autocontrol de Xander rendido por el alcohol, él había terminado por fin admitiendo la verdad. No quería que Sebastian se casara con Annika porque la deseaba para sí mismo. Y lo hacía con una profundidad que lo confundía. Con una pasión salvaje y posesiva.

Xander no dejó de desearla ni siquiera tras los dos escándalos que tuvieron como resultado dos compromisos rotos o cuando empezó a dejarse ver con las compañías equivocadas. Ni siquiera cuando descubrió que ella le había estado sacando dinero a su abuela ni cuando descubrió que el zafiro favorito de su madre había desaparecido durante una de sus visitas de verano.

La había deseado perdidamente cuando la besó bajo el cenador de su finca, con la oscuridad como aliada, el día en el que ella cumplió los veintiún años, algo de lo que ni siquiera habían pasado dos años. La deseaba más de lo que había deseado a nadie en su vida. No había podido olvidar el momento en el que ella apretó su esbelto cuerpo contra el de él, mostrando con sus suaves gemidos que deseaba mucho más.

La había deseado cuando le susurró al oído:

–Por fin he encontrado el modo de hacer que te comportes bien.

La había deseado cuando ella se apartó bruscamente de su lado, mostrando una profunda vulnerabilidad en la mirada antes de mostrar un fingido asombro. La había deseado cuando Ani se apretó los temblorosos dedos contra los gruesos labios y afirmó que lo había confundido con Sebastian.

La había deseado incluso cuando ella mintió descaradamente cuando le dijo que, si hubiera sabido que era él, jamás lo habría tocado y mucho menos le habría permitido que la besara. La había deseado incluso cuando sus mentiras lo habían mantenido despierto toda la noche.

Xander había esperado sin perder la fe a que el compromiso se deshiciera. Sin embargo, no había sido así.

Thea, su abuela, al imaginarse que su ausencia en la boda se debía a la profunda antipatía que sentía hacia ella, le había leído bien leída la cartilla sobre lo que significaba ser un Skalas, en especial cuando su frágil salud le impedía viajar para ver cómo su nieto favorito se casaba con la niña de sus ojos. Por razones que solo Annika conocía, tenía que casarse allí en Nueva York, en vez de en la casa ancestral de la familia.

Xander no podía contarle a su abuela que había tenido la intención de acudir desde el principio y que, aunque no sabía cómo, iba a hacer todo lo que estuviera en su poder para impedir la boda. No pensaba anhelar a la esposa de su hermano desde la distancia. De hecho, habría sido capaz de secuestrarla como si fuera un bruto sin civilizar empujado solo por sus deseos, pero estaba decidido a asegurarse de que la boda no salía adelante.

Simplemente, tenía que asegurarse de que Sebastian no había entregado su corazón. Y, cuando lo descubrió, vio que estaba en lo cierto. Su hermano apreciaba a Annika, pero no había más que eso.

A pesar de los crueles y tiránicos intentos por parte de su padre de que los dos gemelos se odiaran, Sebastian y él sentían un profundo cariño el uno por el otro. No se podía decir que fuera un afecto al modo tradicional, sino más bien la comprensión y la tolerancia por los defectos del otro.

Hasta el día anterior por la mañana, Sebastian había estado de muy buen humor. Entonces, después del ensayo del almuerzo de la boda, había desaparecido.

Media hora después, Xander recibió una llamada de teléfono de su hermano. Y lo que tanto había estado deseando se hizo realidad.

Sebastian era incapaz de casarse con Annika a la mañana siguiente.

Xander no preguntó por qué ni Sebastian le dio explicación alguna. Tan solo le dijo que se había visto envuelto en algo de lo que no se podía zafar.

–¿Qué es lo que quieres de mí? –le preguntó Xander después de unos instantes.

–Que te cases con Ani mañana.

–¿Y por qué iba a hacer algo así?

–Los dos sabemos que estás buscando activamente una esposa, Xander.

Todas y cada una de las palabras que había pronunciado su hermano eran ciertas. Xander guardó silencio. Pensaba que había logrado ocultarle con éxito a su hermano todos sus esfuerzos por encontrar esposa, pero resultaba evidente que no lo había hecho muy bien.

–Pobre Xander, que tiene que cargar con el peso del apellido Skalas y el legado familiar sobre los hombros…

–Skalas Bank es una institución de cuatrocientos años que siempre ha sido presidida por un miembro de la familia Skalas. Echamos a la manzana podrida pagando un gran coste personal. ¿Por qué debería renunciar a todo por lo que he trabajado con tanto esfuerzo desde que tenía dieciséis años solo porque la abuela, de repente, ha decidido tener un berrinche?

–Berrinche o no, ella es la accionista mayoritaria, Xander. A menos que te transfiera todas sus acciones, no se te nombrará presidente. ¿Sabías que está teniendo reuniones clandestinas con nuestro querido primo Bruno?

Xander soltó una maldición. Obsesionado como había estado por la inminente boda, se le había pasado también aquello por alto. Bruno era otra manzana podrida de la familia que sería capaz de reducir a cenizas el banco si se hacía con el control.

–Ella tiene en demasiada estima al apellido familiar y al banco como para permitir que eso ocurra.

–Su corazón acaba de darle un susto. No estás siendo muy perspicaz si no ves lo que está ocurriendo con ella. Odia a Bruno tanto como tú y yo, y precisamente por eso todo esto se ha convertido en una crisis para ella. Y sabes que no va a ceder. Cuando se empeña en algo, es como un perro con un hueso.

–Ten un poquito más de respeto, Sebastian.

Su hermano volvió a soltar una carcajada y, con gran esfuerzo, Xander logró sobreponerse al impulso de preguntarle a Sebastian qué demonios era lo que le ocurría.

–Bueno, te aseguro que respeto a la ancianita tanto como tú, Xander. Si no hubiera sido por ella, Dios sabe dónde habríamos terminado con el padre que teníamos. Ella insistirá e insistirá hasta que aceptes a alguien que le guste a ella. De este modo, estás teniendo un comportamiento más proactivo y tú, querido hermano, eres el hombre más proactivo que conozco. Y, ¡tachán!, yo te ofrezco una novia hecha a medida para ti. Además, ese matrimonio tiene una fecha de caducidad de no más de dos años.

–Por muy dulce que sea tu sacrificio, no me gusta en absoluto quedarme con lo que tú ya no quieres.

–Sé que piensas que lo tenía todo planeado, pero te aseguro que no es así, Xander. No era mi intención… ser incapaz de presentarme mañana –dijo, en un tono de voz mucho más suave–. Te estoy pidiendo un favor. No quiero que Ani se sienta humillada. Además, hay en juego mucho más que una humillación para ella. Es mi amiga, me pidió ayuda y yo estoy defraudándola.

–¿Dices que te pidió ayuda?

Sebastian dudó un instante, un silencio que habló más claramente que si lo hubiera hecho directamente con palabras.

–¿Para qué? –insistió Xander–. Si quieres que ocupe tu lugar, es mejor que me des respuestas.

–Me pidió que me casara con ella, pero no te puedo decir más, Xander. No voy a traicionar su confianza.

–Me estás pidiendo que me case con una mujer que te pidió a ti que te casaras con ella, Sebastian. He fingido ser tú en muchas ocasiones, pero esto es demasiado incluso para ti.

–Te aseguro que no… Ani y yo… Lo nuestro no es real, ¿de acuerdo? Solo te pido que lo hagas, Xander. Por mí y por ella.

Xander soltó una carcajada.

–Ella te conoce mejor que nadie, mejor que yo incluso. Debería haberse imaginado en qué se estaba metiendo.

–¡Maldita sea, Xander! ¿Vas a permitir que tu ego herido te impida ayudarla?

Xander dejó escapar una maldición. ¿De verdad le había herido que Annika le hubiera pedido ayuda a Sebastian y no a él? Le enfurecía a pesar de que comprendía el sentimiento primitivo que se iba formando dentro de su ser: Annika lo necesitaba. Cuanto más lo pensaba, más turbado se sentía. Debería marcharse en aquel mismo instante y dejar que Annika se enfrentara a lo que ella misma se había buscado. Era la clase de pensamiento cruel que lo había convertido en lo que era.

Sebastian suspiró.

–Escucha, Xander. No estoy seguro de cuánto tiempo más puedo seguir hablando, pero he pensado en ti para esto y…

–Ya basta, Seb –musitó Xander, con acero en la voz. No le gustaba sentirse manipulado y su hermano lo sabía mejor que nadie en el mundo.

–No la castigues a ella por mis juegos, ¿de acuerdo? No es propio de ti, Xander. No la dejes sola frente al altar.

–No pienso devolvértela cuando regreses.

Sebastian lanzó una nueva maldición.

–¿Cómo has dicho? Escucha, Xander. Ella y yo…

En aquel momento, Xander decidió cortar la llamada. No quería escuchar más. ¿De qué servía alargar más aquella extensa sucesión de extrañas confidencias?

Desde el momento en el que Sebastian se lo pidió, tanto él como Xander sabían que este último ocuparía el lugar de su hermano en el altar. Sin embargo, Xander se negaba a analizar si lo hacía por su gemelo o por Annika. La tercera opción era la respuesta correcta: solo lo hacía por sí mismo.

Y, por lo tanto, allí estaba, esperando ver si Annika recorría los últimos metros que le quedaban para llegar al altar. Porque ella lo sabía.

Si quería casarse con él, si estaba tan desesperada por conseguir un marido, tendría que admitir que era Xander con quien se casaba, que era él quien la estaba rescatando. Se negaba a fingir ser otra persona en su propia boda.

Capítulo 2

 

 

 

 

 

Annika pensó que había logrado aceptar la situación, pero se dio cuenta de que no era sí cuando se colocó junto a él.

La ayudaría mucho considerarlo como una especie de sustituto, fuera cual fuera la razón por la que estaba ocupando el lugar de su hermano. Sería mucho mejor si pudiera considerar a Alexandros Skalas como un hombre que se limitaba a acudir en su ayuda. Se sentiría mucho mejor si no estuviera experimentando aquella combinación de alivio y gratitud. La convicción de que, con él, todo saldría bien, le escocía.

Para todo el mundo, ella había creado la imagen de ser una empedernida seductora, una heredera mimada, despreocupada y amante de la diversión, que iba saltando de hombre en hombre, que tenía el ligero problema de tener los dedos un poco largos en lo que se refería a las joyas y que contaba con dos compromisos rotos a las espaldas. Sin embargo, con Xander era imposible seguir fingiendo.

Siempre le había resultado imposible pretender que Alexandros Skalas era un hombre cualquiera. Ani estaba acostumbrada a los hombres de frágiles egos, con exigencias insignificantes y una necesidad casi obsesiva por controlarla, encadenarla y atarla. Sin embargo, estaba convencida de que una vida entera no iba a ser suficiente para acostumbrarse a él.

Cuando Xander le levantó el velo, estaba temblando. Alzó la barbilla y lo miró a los ojos.

Una vez más, se sintió abrumada por las llamativas diferencias entre los dos gemelos. ¿Cómo era posible que nadie más sintiera lo divergentes que eran sus energías, sus personalidades?

Sebastian rezumaba encanto, atractivas sonrisas y un ácido y seco sentido del humor.

Xander, por el contrario, parecía estar construido de un modo completamente diferente incluso a nivel celular. Si Sebastian se movía en la vida bromeando y desafiando, burlándose de todo lo sagrado, Xander parecía ser el que redactaba las reglas por las que funcionaba la mayoría de aquella sociedad griega. Se le consideraba uno de los banqueros más brillantes, sostenido por la lealtad de todos sus empleados. Incluso sus enemigos lo respetaban. Además, era un hombre extremadamente reservado.

Era una especie de caja secreta, grande y misteriosa que Annika siempre había deseado abrir, en especial cuando era más joven. Con el valor de una mujer que confiaba en su propio embrujo, incluso había tratado de averiguar qué era lo que hacía vibrar a Xander.

La yema del pulgar de Xander subió hasta el hombro desnudo y, para su vergüenza, Ani buscó el contacto. Unos ojos grises oscuros la observaban y se preguntó si tendrían un láser incorporado porque parecía que aquellos ojos penetraban hasta lo más profundo de su pensamiento.

En el pasado, había cometido el error de pensar que era curiosidad lo que Xander sentía por ella. La curiosidad significaba interés, ¿no? Su propia necedad le había llevado a pensar que su propio interés y la fascinación que sentía por él podrían ser correspondidos.

Xander se había ocupado de poner fin a aquella estúpida esperanza, recordándole por qué siempre había experimentado unas sensaciones tan extrañas y peligrosas cerca de él. Era lo que las presas sentían cerca de un depredador.

A él le encantaba el control. El orden y la disciplina. Gozaba siendo autosuficiente, como les ocurría a todos los hombres poderosos que creían de tal modo en su superioridad que los empujaba a convertir a todos los que los rodeaba en marionetas.

El hermanastro que Ani tenía por el segundo matrimonio de su padre estaba también obsesionado por el control y, cuando por fin Killian la rescató de él, Ani había conseguido a duras penas mantener intacto el espíritu bajo la bota de su crueldad, que él había enmascarado como cariño y preocupación.

Xander era mil veces más poderoso, más intenso y parecía tener una capacidad infinita para la misma clase de crueldad. Annika recordó las palabras que le había oído decir a su abuela hacía menos de un año.

–No comprendo por qué quieres tanto a esa estúpida frívola y despreocupada. ¿Por qué la apoyas tanto cuando ella no es capaz de serle leal a nadie? ¿Cuando no tiene nada a su favor excepto una fortuna que podría no pertenecerle nunca? Por si se te ha olvidado, te robó. Robó el anillo de mi madre.

–Es mi ahijada, Xander. Sea lo que sea, se merece mi cuidado y protección –había replicado Thea, con los ojos llenos de lágrimas. Incluso sin que Ani se lo dijera, Thea había sabido la situación en la que ella estaba viviendo por aquel entonces, antes de que Killian ganara su custodia, antes de que a Ani se le permitiera vivir con su padrastro y sus tres hermanos más pequeños.

–Es una ladrona y…

–Basta, Xander. Es mi fortuna y no la tuya la que deseo compartir con ella.

–No es más que una buscona manipuladora. Si no eres capaz de verlo y quieres perder tu dinero con ella, pues que así sea.

Aquella era exactamente la imagen que Ani había presentado frente al mundo, la que la mantendría alejada de la naturaleza controladora de su hermanastro y el deseo de este por arrebatarle su fortuna.

Había esperado que Xander pudiera ver a través del engaño o, al menos, mostrar un poco de afecto para la niña que, en el pasado, lo había idolatrado. Thea jamás le había pedido explicación alguna y la había amado a pesar de todo. Sebastian había querido saber la verdad, pero había dado un paso atrás cuando Ani le había asegurado que debía luchar en solitario contra sus demonios y que no podía acostumbrarse a contar con su apoyo.

Xander era el único que le había dado la espalda. El único que, empujado por unas exigencias imposibles de alcanzar, había decidido que ella no se merecía ni que la mirara a la cara.

No debía olvidarlo. Tenía que recordar que Alexandros Skalas no hacía nada sin esperar algo a cambio. Debía prepararse para el precio que tendría que pagar muy pronto.

A pesar de todo, asintió a lo que se le estaba preguntando. Afirmó que quería casarse con él, a pesar de que aquello pudiera conllevar su propia destrucción. A todos los asistentes les habría encantado ver cómo se desmoronaba, dado que no dudaba que su hermanastro contaba con espías en la ceremonia.

No permitiría que ganara, aunque con ello defraudara al único hombre que había sido siempre amable con ella.

Para recordarse lo que estaba en juego, miró de reojo a la primera fija, donde estaban sentados Killian y sus tres medio hermanos, observándola con orgullo, alegría y amor. Xander frunció el ceño al percatarse del rápido intercambio.

De alguna manera, Ani consiguió superar la ceremonia. No sentía nada más que desprecio por una institución que la había convertido en prisionera de su madre antes de que ella conociera a Killian.

De repente, el tono de la voz del sacerdote cambió y la ayudó a salir de su trance. Al comprender lo que estaba a punto de ocurrir, sintió que se le hacía un nudo en la garganta y decidió que no le iba a gustar lo que iba a ocurrir a continuación. El sacerdote se había girado hacia el novio.

–Sebastian Skalas, ¿tomas a esta mujer, Annika Saxena-Mackenzie como…?

–Soy Alexandros Skalas. Si tengo que repetirlo una vez más…

Annika contuvo la respiración, pero no pudo evitar que se le notara el horror casi visceral que le habían producido aquellas palabras. Giró el rostro hacia él, consciente de que cada gesto, cada matiz de su rostro, se analizaría inmediatamente.

Xander levantó las cejas y frunció los labios. Aquel gesto podría haber sido una sonrisa, pero no estaba segura de que Xander Skalas sonriera alguna vez. Una vez más, le colocó los dedos sobre la mejilla, con gesto ligero. Ani era consciente de la suavidad de su propia piel con el contacto con las yemas de los dedos de Xander. Otro detalle, pequeño e íntimo, que a Ani le habría gustado borrar de su pensamiento.

Para todos los que los estaban observando, aquel gesto parecería la delicada caricia de un amante. Solo Annika sabía la verdad. Había declarado ser Alexandros Skalas. Si ella no estaba de acuerdo, se marcharía de allí.

Con aquellas palabras, había dejado muy claros sus términos. Le estaba dejando muy claro cómo sería si ella lo aceptaba como esposo.

Annika deseó gritar que no lo quería. Solo necesitaba estar casada dos años para poder derrotar a su hermanastro en su propio juego. Sin embargo, fuera lo que fuera lo que Sebastian le había dicho a Xander, resultaba evidente que él solo iba a contraer matrimonio según sus propios términos.

«Lo tomas o lo dejas», le decían sus ojos, observándola con la intensidad que siempre le había hecho sentirse como si fuera una mariposa inmovilizada con un alfiler.

Se apartó ligeramente de él y se aseguró de esbozar una amplia sonrisa. El sacerdote repitió la pregunta y Xander, por fin, dio el sí.

Entonces, la voz se volvió hacia ella.

–Annika Saxena-Mackenzie, ¿tomas a este hombre, Alexandros Skalas, como esposo?

La precipitada afirmación de Annika interrumpió al sacerdote. A sus espaldas, se escucharon varias carcajadas ahogadas. Desgraciadamente, Ani sentía que no era más que un peón moviéndose sobre un tablero que ella había creído que controlaba. Ya sabía cómo se desarrollaría el resto de la historia.

Alexandros Skalas estaba allí, frente a ella, ocupando el lugar en el que debería haber estado Sebastian, victorioso una vez más tras haber conseguido que la prometida de su gemelo se convirtiera en su esposa.

 

 

Como si aquella pesadilla no fuera ya suficiente, Xander se inclinó desde su imponente altura y golpeó suavemente el hombro de Ani con el suyo. Fue un gesto juguetón, poco característico por su parte.

–Preferiría que dijeras que sí un poco más alto, yineka mou. No queremos que nuestros invitados piensen que esto ha sido también una sorpresa para ti, ¿no te parece?

–¿Cómo dices?

–Yo no deseo que se me conozca como el hombre que le robó la prometida a su hermano. Por lo tanto, te sugiero que, sean cuales sean tus razones para llevar a cabo esta farsa, muestres un poco más de entusiasmo de lo que estás demostrando ahora. Preferiría no ser objeto de chismes en mi propia boda.

–¿Acaso es eso culpa mía? –susurró ella. Se lamentó inmediatamente de haber pronunciado aquellas palabras. Le gustara o no, Xander la estaba sacando de un apuro y le estaba dando la oportunidad de salvar a toda su familia. No se podía permitir sacarle de sus casillas.

Se giró de nuevo al sacerdote y afirmó con voz clara que le encantaría y que estaba deseando ser la esposa de Alexandros Skalas.

Entonces, todo terminó. Ani deseó arrancarse aquel estúpido velo de la cabeza y rasgarse el vestido para poder respirar. Llevaba meses planeando aquel momento, pegándose a Sebastian y haciéndole objeto de sus demostraciones públicas de afecto… Todo para llegar a aquel momento.

–Ahora, ya puede besar a la novia –anunció el sacerdote.

–¿Puedo, matia mou? –le preguntó Xander, siempre el perfecto caballero.

Si Ani se negaba, él no la tocaría. De eso estaba totalmente segura. Sin embargo, si decía que no, la farsa no se completaría. En realidad, lo peor de todo era que ella quería decir sí. Quería utilizar la ocasión para cumplir su deseo más oscuro.

Se limitó a asentir, incapaz de ponerle voz a su gesto.

Algo oscuro relució en los ojos de Xander. Le rodeó la nuca con los largos dedos y acercó los labios a los de Ani. El beso fue tan hábil que hizo que ella se olvidara de respirar durante dos segundos.

También, fue una agresión. Una llamada a las armas. Una declaración de guerra. Venganza por cómo ella le había desafiado después del beso que compartieron hacía ya tantos años. Venganza por lo descaradamente que ella había mentido entonces cuando indicó que lo había confundido con Sebastian.

Ani vio que las estrellas explotaban detrás de sus ojos y se aferró a él, temiendo que las rodillas le fallaran si no lo hacía. La boca de Xander era dura y firme, pero, cuando Ani entreabrió los labios para tomar aliento, él aprovechó para profundizar el beso, robándole por completo su voluntad.

Aquel beso fue el mejor que ella había recibido nunca y había besado a suficientes hombres como para saberlo, aunque hubiera sido por las razones equivocadas.

Aquel beso hizo que el corazón volara como si fuera una mariposa. Le hizo ponerse de puntillas para unirse más a él, olvidándose de todas sus inhibiciones, olvidándose de que no debía besar a Xander con tanta avaricia. Aquel beso ridiculizaba todo los meses de preocupaciones, miedos y dudas, durante los cuales pensó que no podría proteger a su familia. Todo desapareció tras el contacto con aquellos deliciosos labios y la pícara lengua.

El placer que sentía le hacía olvidarse del control. Se aferraba a él como si fuera una marioneta, rindiéndose ante alguien que le había quitado su voluntad, pero también todas sus preocupaciones.

De repente, aquel beso pasó de ser una agresión para convertirse en algo tierno e infinitamente más dulce, más perfecto. El corazón le latía a toda velocidad y fue ella la que, de repente, comenzó a morder, a acariciar, a exigir y a…

La ternura era la que la ponía de rodillas. Siempre la ternura. La que le recordaba que, una vez más, se estaba comportando como una necia ingenua y necesitada.

Ella, que se había preparado y moldeado para esperar solo crueldad en la vida. Había decidido que no se podía confiar en la ternura ni recibirla con agrado, y mucho menos gozar con ella como le estaba ocurriendo en aquellos momentos, en los que la bebía como una necia que no conociera el amargo sabor de la esperanza.

Era una costumbre que Killian había tratado de quitarle, pero de la que ella no estaba segura de poder separarse nunca.

De repente, odió a Xander con una furia acicateada por las viejas heridas, por haber convertido aquel beso en algo que los dos sabían que no era cierto. Rompió el beso, pero, antes de hacerlo, le mordió el labio inferior. Con fuerza. Sintió que él apretaba los dedos contra su espalda y que las caderas, que hasta entonces habían mantenido una respetable distancia, buscaban las de ella durante un segundo. Annika sintió la forma y el peso de su erección contra su vientre y entonces, durante un segundo, no estuvo segura de si tendría la fuerza para dar un paso atrás.

Cuando lo consiguió, un instinto contra el que no podía luchar a nivel consciente, la empujó a ocultar el rostro contra el pecho de él.

Pensó que no había nada como correr contra la tormenta que amenazaba con engullirla a una y, sin embargo, no podía apartarse del sólido y firme refugio que le ofrecía el torso de Xander. Al menos, tendría el aspecto de una tímida recién casada, tratando de ocultar su trémula sonrisa, sus labios henchidos y su ardiente excitación al mundo enero. Como si aquel beso representara la dulzura del amor en vez de una rendición.

Capítulo 3

 

 

 

 

 

Annika entró corriendo en la suite nupcial para escapar de la breve recepción que Sebastian y ella habían planeado hasta el último detalle.

Cuando Niven invitó a la pareja a la finca que tenía en los Hamptons para que pasaran unos días después de la boda, Sebastian había anunciado en voz muy alta que ser presentada a la extensa familia Skalas de la mano de Thea, la matriarca, era un ritual que toda recién casada debía llevar a cabo. Ani sabía que Niven utilizaría cualquier excusa que pudiera encontrar para negarle el acceso al fondo de inversiones que custodiaba su fortuna. Sabía perfectamente que era necesario mostrarle al mundo que su matrimonio era un enlace verdadero. Era muy importante que tanto ella como su esposo fueran la viva imagen de la felicidad conyugal.

Sin embargo, no había podido permanecer junto a Xander y fingir que estaba perdidamente enamorada. No podía seguir sonriéndole ni bailar con él ni un instante más. Si lo hacía, terminaría explotando. ¿O era más bien implosionando por sus propios deseos?

Lo que en su momento le había parecido una farsa muy inteligente, le resultaba en aquellos instantes demasiado real. Como recordatorio, el hermoso anillo de zafiro y diamantes y la sencilla alianza de platino le pesaban insoportablemente en el dedo.

Con un grito sordo, se quitó el velo. Las horquillas salieron disparadas en todas las direcciones, arrastrando con ellas mechones de cabello y deshaciendo el recogido en el que llevaba peinado su cabello. Se quitó los zapatos de una patada y estaba retorciéndose para tratar de desabrocharse los minúsculos botones nacarados que tenía en la espalda cuando las puertas de la suite se abrieron. Se quedó inmóvil, preguntándose si Xander sabía que estaba jugando con un animal salvaje acorralado que era capaz de morder, dar patadas y luchar por lo que era suyo.

 

 

Xander se metió las manos en los bolsillos del pantalón y observó el caos que reinaba en la suite. Su esposa estaba en el ojo de aquella tormenta, con una expresión en el rostro que era una mezcla de indefensión y rabia.

Entonces, se percató del modo en el que el encaje del vestido le acariciaba suavemente los hombros, destacándose sobre la jugosa piel, de una delicada tonalidad dorada. Eran unos hombros muy esbeltos y un cuerpo menudo, adornado por rotundas curvas. La delicada tela del vestido se le ceñía a los pechos y a las caderas, haciendo destacar la elegante voluptuosidad de su cuerpo. El cabello castaño le caía formando amplias ondas y las puntas le acariciaban suavemente los senos.

Un gesto nervioso hacía que ella jugara con las puntas de su hermosa melena, un gesto que le permitió ver cómo le relucía el anillo en la mano.

Una profunda satisfacción se apoderó de él cuando recordó la sorpresa que Ani había mostrado cuando le quitó el anillo de Sebastian y lo sustituyó por el elegante zafiro rodeado de pequeños diamantes. Para ser un hombre cuyo único ejemplo de matrimonio había sido el de un padre maltratador y una madre alcohólica, sintió una potente oleada de posesión al verla marcada con la joya que él había elegido personalmente.

Marcada.

Se imaginó el enfado que ella sentiría ante aquel término y eso hizo que las sensaciones que estaba experimentando fueran aún más dulces. Annika era suya… durante el tiempo que ella lo necesitara. Durante el tiempo que ambos necesitaran para hacer desaparecer el deseo que ambos sentían.

Porque, a pesar de todas las mentiras y farsas que estaban representando, Xander estaba empezando a darse cuenta de que Annika lo deseaba. El beso que habían compartido los había traicionado a ambos. Él nunca se había excitado tan rápidamente.

Fuera cual fuera la razón por la que ella le había pedido a Sebastian que se casara con ella, terminaría averiguándola y le ofrecería una solución que sería mil veces mejor que la que su gemelo y ella pudieran haber creado juntos. Lo único que tenía que hacer era convencer a su reacia esposa de que él le había hecho un favor.

–¿Qué estás haciendo aquí? –le preguntó ella levantando la barbilla.

–Te marchaste de la recepción sin tu habitual gusto por el drama. Pensé que sería buena idea seguirte dado que queremos crear la impresión de que no puedo estar separado ni un minuto de mi hermosa esposa… especialmente después de haberle ahorrado el horrible destino de verse plantada frente al altar.

–No pedí que me salvaras tú, Xander. De hecho, preferiría…

–En ese caso, creo que no será difícil conseguir una anulación. ¿Quieres que llame a mi abogado? –le preguntó Xander mientras se sacaba su teléfono móvil del bolsillo.

–¡No, espera! –exclamó ella rápidamente–. Necesito este matrimonio y… y te agradezco mucho que te hayas ofrecido.

–Vaya, has estado a punto de atragantarte con esas palabras.

Ani lo observó con desafío.

–Supongo que eso es algo que tú me puedes proporcionar mejor que Sebastian. Una brutal sinceridad.

–Sabes muy bien que hay muchas cosas que puedo hacer mejor que el imbécil de mi hermano.

Ani lo miró con desprecio.

–Eso es…es un comentario repugnante.

–Te aseguro que, económicamente, soy mejor partido y también se me da mejor cumplir mis compromisos y proporcionar seguridad. Vaya, vaya, querida esposa, ¿en qué cualidad escandalosa estabas pensando?

Ani se sonrojó, pero no por eso dejó de mirarlo a los ojos.

–Punto para Alexandros Skalas. Sin embargo, es mejor que no olvides que soy un juguete que le has arrebatado a Sebastian porque, de repente, te ha apetecido jugar con él.

–No nos demos lecciones de moral el uno al otro, Annika. Después de todo, tú no hacías más que desear a un hermano mientras planeabas casarte con el otro.

Ani se sobrepuso a aquel golpe bajo con una rapidez que Xander había encontrado en muy pocos adversarios. ¿Era ese el atractivo de Ani? Él intimidaba a la mayoría de las mujeres con sus exigencias. Sin embargo, con Ani, parecía ocurrir todo lo contrario.

Una peligrosa sonrisa frunció sus labios.

–¿Y cómo sabes que no os deseo a los dos? ¿O que no os considero intercambiables? ¿O que, en realidad, no me importa de quién es el anillo que llevo mientras consiga mis propósitos?

Unos horribles celos, que Xander jamás había experimentado antes, se apoderaron de él.

–En realidad, olvídate de lo que acabo de decir –añadió ella frotándose el rostro con gesto cansado–. Quería a Sebastian. Elegí a Sebastian y era a él a quien necesitaba, pero ¿desde cuándo es la vida justa? Me tendré que conformar contigo.

–Estoy seguro de que todo esto te resulta aún más frustrante porque no me puedes manipular a mí como lo haces con la abuela y con Sebastian. Lo de la abuela, lo comprendo, pero Sebastian… Jamás me ha parecido una persona ingenua.

–Al menos yo soy consciente de lo superficial que es mi vida, Xander y estoy dispuesta a hacer todo lo que haga falta. Tú, por otro lado, te sientas en tu trono y nos miras con desprecio a todos los demás. Se te olvida que te conozco. Tú no has hecho eso por la bondad de tu corazón, así que, por favor, dejémonos de rodeos.

–Qué refrescante, Annika –dijo Xander, sincero por una vez en su vida. Durante todo el tiempo que llevaba buscando esposa, no había conocido a una con tantas agallas o tan sincera. Una vez más, la disparidad existente entre la imagen que ella presentaba y lo que era en realidad era abrumadora–. ¿Qué es lo que necesitas?

–Este matrimonio debe durar al menos un año. Necesito que mi hermanastro crea que somos la definición perfecta de la felicidad conyugal. Necesito que tú, descaradamente, proclames tu amor por mí y la lealtad que me profesas a cada oportunidad pública que tengas para que las anticuadas condiciones que mi padre puso en su testamento se cumplan.

–¿Y qué vas a conseguir con eso?

–Mi dinero. Mi padre, por alguna razón que no comprendo, decidió nombrar a Niven Shah, su hijastro, fideicomisario de su testamento.

–¿Estamos hablando del hermanastro al que Killian Mackenzie tuvo que enfrentarse para conseguir tu custodia?

–Sí, pero esto solo tiene que ver conmigo y con mi dinero. Estoy harta de vivir de lo que Thea, Killian e incluso Sebastian quieren darme. Estoy harta de mirar cada céntimo que me gasto.

–La boda de hoy ha sido cualquier cosa menos barata.

–La ha pagado Sebastian –dijo ella encogiéndose de hombros–. Yo quiero llevar un estilo de vida libre y relajado, porque es mi derecho. De la misma manera que el trono de los Skalas es tuyo.

–Mi derecho al trono de los Skalas lo he ganado a lo largo de dos décadas de duro trabajo. Si no, no habría trono sino escombros.

–¿Acaso no me he ganado yo el derecho a disfrutar del dinero de mi padre? –replicó ella con angustia–. Ya está bien de juegos, Xander –añadió. Parecía agotada–. ¿Por qué te has presentado tú? Pensaba que verme humillada era tu mayor alegría.

–La idea de que me debieras un favor era demasiado deliciosa como para dejarla pasar.

–Tú no haces las cosas por amabilidad, ni siquiera por tu propio placer. ¿Por qué te has presentado hoy aquí?

Xander la observó durante un instante.

–Yo necesito una esposa igual que tú necesitas un marido.

Ani soltó una carcajada.

–Esto es buenísimo. ¿Me estás diciendo que el banquero multimillonario Alexandros Skalas no ha podido encontrar una mujer con la que casarse? ¿Es cierto que Sebastian no ha podido venir o que tú has hecho todo lo posible por impedírselo para poder ser tú el que se casara?

–Resulta muy gratificante saber que has pensado en mis posibilidades para encontrar una esposa, yineka mou. Y en mis motivos.

–No es que haya tenido que pensarlo mucho, la verdad. Eres tan calculador y exasperante que…

Xander levantó una ceja y esperó.

–¡Ah, vete al infierno! –le espetó ella mientras se frotaba los largos dedos contra las sienes–. Llevo dos horas casada contigo y ya me has provocado un dolor de cabeza.

–Yo, por otro lado, estoy disfrutando con el estado de nuestro matrimonio. La abuela tiene razón. La compañera adecuada supone una gran diferencia.

Ani lanzó una maldición. Tomó una botella de agua. Se bebió la mitad y se derramó el resto por encima de la cabeza. El agua se deslizó por su rostro hasta mojarle el impresionante pecho. Los pezones se irguieron contra el encaje y el deseo se apoderó de Xander. Si ella lo hubiera hecho a propósito, habría reaccionado. Sin embargo, al ver cómo el rímel le manchaba las mejillas, él comprendió que simplemente estaba agotada.

–La abuela se niega a cederme la presidencia del banco si no me caso.

Annika frunció el ceño. La tensión parecía atenazar su hermosa boca.

–Thea espera que tu matrimonio dé frutos. Quiere herederos, no una ridícula boda de mentira.

–Entonces, ¿no es eso lo que me ofreces? –le preguntó él incapaz de resistirse a la tentación.

–¿Qué? ¿Acostarme contigo y dar a luz a otros pequeños Skalas, tan canallas como tú? –se mofó ella–. No, gracias. Quiero llevar una vida libre y fácil, no llena de obligaciones y deberes.

–Entre nosotros no habrá nada más que obligaciones.

–Yo no me siento atraída por ti, Xander.

–¿Estás tratando de convencerme a mí o a ti misma?

–No estoy tratando de hacer nada, pero, aunque lo estuviera, no haría nada al respecto. Ni siquiera por todos los fondos del mundo.

–Y, sin embargo, estoy seguro de que tu acuerdo prenupcial con Sebastian…

–No firmamos nada. Sebastian confía en mí.

–Eso es una absoluta tontería.

–Olvídate de Sebastian. Ahora, estoy contigo y, créeme, sería capaz de pedir en las calles antes de aceptar ni un solo céntimo tuyo.

–Este matrimonio se va haciendo cada vez más interesante a cada minuto que pasa, Annika. Entonces, estamos hablando de un año. Tú te comportas como la perfecta esposa y convences a Thea…

Por primera vez aquel día, o en toda su vida en realidad, Ani pareció derrotada.

–Creo que no lo has pensado bien. Puedo engañar a muchas personas, al mundo entero si es necesario, pero a Thea no. Ella me conoce demasiado bien.

–Y, a pesar de eso, te adora. Jamás lo he comprendido. Estaba encantada de que su nieto favorito fuera a casarse contigo. Que ahora seas por fin parte de la familia y que nunca tenga ya que separarse de ti.

–Por esa misma lógica, a ella le resultará imposible no darse cuenta de que esto es una farsa –arguyó Annika–. Sabe que tú y yo nos odiamos y que yo nunca renunciaría a mi sueño atándome a ti.

–Yo pensaba que estaba haciendo que tus sueños se hicieran realidad, Annika. ¿Estamos hablando de un sueño diferente? –le preguntó Xander. Cuando ella se limitó a mirarlo muy fijamente, Xander levantó las manos–. Thea comprende el deseo, la atracción, la lujuria. Creerá que el odio que sentimos el uno por el otro se ha convertido en otra cosa cuando ha surgido la necesidad. Le diremos que la ternura se apoderó de mí al saber que Sebastian te iba a dejar tirada en el último minuto. A pesar de la dragona que le gusta fingir que es, a Thea le encantan las grandes historias de amor.

–¿Ternura? ¿Tú?

–Resulta tan creíble como el hecho de que haya lealtad en ti.

–No me gusta la idea de engañar a Thea.

–¿Y qué ha sido tu vida entera hasta ahora?

–Está bien. ¡Está bien! Babearé encima de ti y tú puedes fingir que cuidar de mí es tu mayor deseo en la vida, pero para que lo sepas, Niven… es un controlador y un canalla. Hará todo lo que esté en su mano para quitarme lo que es mío legalmente. Te llenará la cabeza con toda clase de mentiras sobre mí. Hará todo lo que esté en su mano para que me odies.

El miedo y la amargura que había en los ojos de Ani al hablar de su hermanastro le provocó a Xander un nudo en el estómago. ¿Por qué nunca había oído hablar de aquel lado de la historia? ¿Qué era lo que le faltaba por saber?

–Lo que no sabe es que la opinión que tengo de ti no puede ser peor –dijo. Quería ver cómo reaccionaba Ani.

–No, no lo sabe –admitió ella, sintiendo un profundo alivio por todo su cuerpo–. Eso es una ventaja para mí. Se convertirá en un pequeño depredador al que está acechando uno más grande y peligroso.

–¿Acaso crees que tu hermanastro y yo nos parecemos? –le preguntó Xander, asombrado por lo que acababa de escuchar. ¿Annika lo consideraba un monstruo?

–Niven es dominante, cruel y se aprovecha de las debilidades de otro. Goza reafirmando su poder. Tú vas un paso por delante porque controlas tus propias debilidades con la misma resolución. Así que, efectivamente. Me imagino que, si alguien puede derrotarle, ese eres tú.

–¿Es gratitud lo que escucho?

Ani lo miró con desaprobación justo en el momento en el que un fuerte golpe resonó en las puertas de la suite, seguido de las voces de unos niños que peleaban.

–Esos son mis hermanos y Killian. Dame media hora con ellos y estaré lista para marcharme.

Ignorando el caos que ella habría creado, Xander dio un paso hacia delante y se acercó un poco más a ella. A cada paso que daba, ella fue tensándose paulatinamente hasta que se podría haber creído que era ciertamente una estatua.

–Me gustaría conocerlos. Has despertado mi curiosidad.

–Está bien –afirmó Ani con una sonrisa. Se recogió la cola de su vestido y se acercó a la puerta con gesto triunfante–. Tus deseos son órdenes para mí, Xander. Te presento a mi familia.

Capítulo 4

 

 

 

 

 

Cuando Annika se montó en el avión, Xander se percató de que ella tenía los ojos hinchados y enrojecidos, como si se hubiera pasado llorando las tres horas enteras que habían transcurrido desde que la dejó con su familia.

Aquella imagen le disgustó mucho… pero fue incluso peor el abrumador deseo que experimentó de consolarla. No la había visto nunca llorar, ni siquiera cuando murió su madre. Frunció el ceño y vio cómo ella tomaba asiento. Aún llevaba puesto el vestido de novia, que ya estaba muy arrugado y tenía el bajo rasgado. Tenía también el cabello muy despeinado y las marcas del rímel oscureciéndole las mejillas.

Cuando la azafata anunció que iban a despegar, ella permaneció inmóvil, mirando por la ventana, con una extraña melancolía que parecía haberse adueñado por completo de ella.

Xander se reclinó sobre la mesa que los separaba y la miró fijamente. Sus músculos se tensaron al sentir el dulce aroma de limón que emanaba de ella.

–Annika, ¿estás enferma?

La única respuesta que ella le dio fue un largo y profundo suspiro. Después, se giró hacia un lado y cerró los ojos.

Xander trató de encontrar las palabras que la sacaran de aquel estado, pero, por primera vez en su vida, no las encontró. Annika parecía derrotada y él odiaba verla así. Quería una esposa activa, funcional, no una delicada criatura a la que tuviera que consolar. Esa era la única razón por la que la melancolía de Annika estaba empezando a afectarle. ¿No?

–Parece que te han arrastrado por el suelo –le dijo, inyectando sus palabras con tanto desprecio como le fue posible–. ¿O acaso ha sido un revolcón sin quitarte el traje de novia con uno de tus muchos ex? Tal vez no debería haberte dejado sola tanto tiempo…

–¿Cómo te atreves?

–Bueno, me atrevo por la historia que tienes a tus espaldas. Tres compromisos rotos, y la razón de cada uno era más colorida y escandalosa que el anterior. Eso me lleva a preguntarme si tal vez has roto ya tus votos matrimoniales y….

–Por supuesto que no, imbécil… –le espetó ella, prácticamente escupiéndole las palabras.

–¿Cuál era el atractivo para Sebastian? ¿Que no tienes moral ni límites, pero que, sin embargo, eres sincera sobre todos tus vicios?

Annika abrió sus intensos ojos y lo miró con desaprobación.

–Déjame en paz, Xander.

Él extendió la mano y le frotó suavemente la yema del dedo debajo de uno de los ojos, extendiéndole aún más la mancha negra.

El modo en el ella se tensó le produjo una intensa satisfacción. No podía esperar a que llegara el día en el que ella cediera a sus caricias, e incluso las provocara. Xander nunca había esperado con anticipación que ocurriera algo sí.

Le mostró el dedo manchado de negro.

–Sí, ya sé que tengo ojos de oso panda. ¿Qué es lo que estás tratando de decirme?

–Con el aspecto que tienes, apartándote ante la caricia más inocente, nos vas a sentenciar antes de que acabe el día. Si Thea se lo huele, podría volverse vengativa.

–Si quieres que empiece a babear por ti, no pienso hacerlo. Ya he tenido un día bastante duro.

–¿Por qué? ¿Qué ha pasado?

–Como si te lo fuera a contar. E incluso si lo hiciera, no lo comprenderías.

–No me digas que ya estás admitiendo la derrota en nuestro acuerdo. ¿Has llorado por haberte casado con el monstruo de Alexandros Skalas en vez del hombre al que podrías haber dominado a tu antojo? ¿O acaso ha sido porque podrías tener que esforzarte un poco para conseguir ese fondo del que tanto deseas disponer?

–Subestímame si te atreves, Xander –dijo Ani. No pensaba contarle qué era lo que le estaba pasando–. Sea como sea, estamos en tu avión privado y dudo que tus empleados nos traicionen ante Thea o la prensa.

–Es cierto, pero no estoy muy convencido de tus habilidades para la actuación, Annika.

–¿Qué significa eso?

–Mientras que Sebastian se habría emparejado felizmente con una fiestera sin sesos en la cabeza, yo no soy así. Estás casada con el presidente del banco más rico y prestigioso del mundo.

–Aún no te han nombrado –replicó ella con una sonrisa.

–Y los bancos y las instituciones financieras –prosiguió Xander como si ella no lo hubiera interrumpido–, como si no lo supieras ya, son instituciones muy conservadoras. Por eso, no han aceptado nunca a Sebastian.

–Sí, pero no te olvides de que conozco a Thea tan bien como tú y ella también me conoce a mí. Si te permito que me conviertas en una perfecta esposa trofeo, elegante y aburrida, tu abuela no se lo creerá.

–Entonces, se trata de encontrar el equilibrio, ¿no te parece? –dijo él. Se sentía más vivo que en muchos años. Resultaba excitante embarcarse en una batalla dialéctica con ella–, pero tal vez termines encontrándote con lo único que es más importante para Thea que Sebastian o tu: el apellido Skalas y su legado. Si lo mancillas, aunque sea tan solo con un pequeño escándalo, te odiará para siempre. Por eso, creo que es mejor que pongamos algunas reglas.

–¿Quieres decir que las pondrás tú y yo tendré que seguirte como si fuera un buen soldado?

–Esto es un quid pro quo, ¿ne?

–En ese caso, me muero de ganas de que me empieces a dar órdenes –replicó ella con los ojos relucientes–. A ver si me he enterado bien, ¿significa esto que, cuando me toque a mí exhibirte, te comportarás del modo que yo quiera?

–Seré el malvado lobo feroz que aullará frente a tu hermanastro si así lo quieres.

Annika sonrió ligeramente, tanto que el gesto no se reflejó en sus ojos. Xander sintió una extraña sensación de derrota.

–Primero, un nuevo guardarropa.

–¿Acaso tienes algún problema con mi manera de vestir?

–Tengo una imagen que mantener en el mundo en el que me muevo y tú ahora formas parte de él. Nada de vestidos boho ni camisetas de tirantes sin sujetador. Tampoco quiero verte con pantalones cortos con medio trasero fuera y, por supuesto, nada de…

Ani se sentó muy erguida sobre el asiento.

–¿Cuánto tiempo llevas esperando para decirme eso?

–Nada de emborracharse ni de perder el conocimiento en el sofá de nadie. Por supuesto, tampoco quedarás con ninguno de tus antiguos ex y nada de robar. Esto significa un cambio completo.

Annika estaba furiosa.

–¿Y si…?

–Sea lo que sea lo que necesitas, te lo puedo proporcionar, Annika. Como esposa mía, tendrás acceso a lujos que jamás has podido imaginar.

–¿Y si no puedo evitarlo? Entonces, ¿qué pasa? ¿Me vas a devolver sin quitarme la etiqueta? ¿O vas a intentar arreglarme para que pueda funcionar tal y como tú esperas?

–Si me avergüenzas de alguna manera frente a todo el mundo y dejas de ser un activo para convertirte en un peligro, me aseguraré de que no veas ni un solo céntimo de ese dinero que dices que te pertenece. Y los dos sabemos muy bien que tengo en mi poder todo lo necesario para hacerlo.

La ira brilló en los ojos de Annika. Entonces, lentamente, fue levantándose de su asiento hasta alcanzar toda su altura. Sonrió ligeramente mientras se inclinaba sobre él. Colocó las manos sobre los reposabrazos y fue acercándose poco a poco, hasta colocar la boca a pocos centímetros de la de él. Con los dedos, le tocó el labio inferior y luego los deslizó por el cuello hasta llegar a la abertura de la camisa.

–Si sigo deslizando el dedo, bajándolo cada vez más, ¿te encontraré una erección, Xander? Estos son los juegos preliminares para ti, ¿verdad? ¿Amenazar lo que es muy querido para alguien?

Xander la miró a los ojos. Comprobó que, a pesar de que podía falsear la sonrisa, la lánguida sensualidad y las sugerentes palabras, sus ojos la traicionaban. Así de cerca, podía ver perfectamente el espectro completo de sentimientos que había dentro de ella y el más prominente era el miedo. Por mucho que lo excitara la cercanía de Annika, era también como verse sumergido en agua fría.