El esposo equivocado - Tara Pammi - E-Book

El esposo equivocado E-Book

Tara Pammi

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Beschreibung

Dio un paso al frente para robarle la esposa a su hermano… Ani iba a contraer matrimonio para poder liberar su fondo de inversiones y conseguir su libertad, pero no esperaba encontrarse con el irritante Xander en el altar. Como estaba totalmente en la ruina, no se podía permitir el lujo de salir huyendo. Tampoco podía arriesgarse a enamorarse de un hombre que despreciaba el amor… Como su hermano no tenía intención de presentarse, Xander ocupó de buena gana su lugar. Gracias a su unión con Ani conseguiría el control del negocio familiar, algo que siempre había anhelado. Sin embargo, el deseo que sentía por Ani era tan ardiente como el genio de ella. Por primera vez en su vida, había algo que Xander ansiaba mucho más: ¡su esposa!

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Avenida de Burgos, 8B - Planta 18

28036 Madrid

 

© 2024 Tara Pammi

© 2024 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

El esposo equivocado, n.º 3117 - octubre 2024

Título original: Saying “I Do” to the Wrong Greek

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 9788410742109

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

 

 

 

 

Algo iba mal.

Algo iba terriblemente, horriblemente mal en la imagen que se presentaba ante Annika Saxena-Mackenzie. Ella estaba al otro lado, frente al altar de la antiquísima iglesia, con el brazo entrelazado con el de su padrastro. El vestido de encaje y tul parecía vararla sobre el suelo.

Su instinto, tal vez su corazón, lo supo antes que su lado más racional.

No tenía nada que ver con los hermosos arreglos florales de lirios y jazmines que adornaban la iglesia a la perfección y le daban un aire de ensueño, como si estuvieran flotando sobres las delicadas flores blancas.

No tenía nada que ver con los invitados, ni con el cuarteto de cuerda que ella había contratado después de muchas audiciones y que habían volado especialmente para la ocasión desde Viena.

No tenía que ver con sus tres medio hermanos, ataviados con elegantes trajes a juego y que estaban tratando de comportarse como unos perfectos caballeros para su hermana mayor. Tampoco tenía nada que ver con el sacerdote encargado de oficiar la ceremonia.

El escenario de su extravagante boda de cuento de hadas era perfecto.

Killian, su padrastro, la observaba con orgullo y gozo. Siempre había estado a su lado, amándola incondicionalmente.

Ella estaba perfecta.

El problema era el hombre que la esperaba junto al altar. Su futuro esposo. Algo iba mal. Algo era diferente, extraño, en él.

Ani se preguntó si debería detenerse y decirle a Killian que no se encontraba bien, o tal vez excusarse durante un instante mientras averiguaba lo que ocurría.

Habían tardado meses, con reuniones secretas con un abogado para elaborar planes estratégicos, astutos giros de tuerca en los que se habían utilizado súplicas, exigencias e incluso amenazas, para llegar al momento en el que se encontraban en aquellos instantes. No podía echarse atrás.

Entonces, de repente, lo comprendió todo cuando estaba a mitad de camino. Se quedó horrorizada.

Él era el novio equivocado.

Al entender por fin lo que ocurría, sintió que un intenso mareo se apoderaba de ella. El apretado corsé del vestido le impedía respirar.

Él había engañado, pero a ella no podía engañarla.

Ani siempre había sido capaz de distinguirlos, incluso cuando, con solo cuatro años, perseguía a los dos adolescentes durante los largos y cálidos veranos en Grecia. Ni siquiera el padre de los gemelos era capaz de hacerlo.

Cuando Ani entró en la adolescencia, había sido motivo de orgullo que ella fuera una de las dos personas que podían distinguirlos cuando se hacían pasar el uno por el otro. La otra persona había sido Thea, la abuela de los dos muchachos.

Por fin había comprendido por qué el corazón le latía en el pecho con tanta fuerza y por qué había sentido un vuelco en el estómago cuando lo vio junto al altar.

Aquel era el gemelo equivocado. No era Sebastian Skalas, el playboy/millonario/amigo/compañero de juegos al que Ani había convencido por fin para que se casara con ella después de insistirle durante meses.

Aquel era Alexandros Skalas, el opuesto del seductor relajado y encantador que era su hermano.

Xander era arrogante, egoísta, cruel y controlador. El único hombre que la afectaba hasta lo más profundo de su ser sin esfuerzo alguno. El hombre al que ella nunca había podido ganarse. El único que podía poner patas arriba su brillante plan.

Su padrastro le dio un ligero codazo y le hizo sentir la palma de la mano sobre la espalda, cuestionándola con la mirada sin que se notara. La amabilidad de Killian era un potente recordatorio de que no podía echarse atrás en aquel momento.

¿Por qué estaba Xander allí? ¿Le habría convencido Sebastian de alguna manera?

Por mucho que se pelearan, los dos gemelos se adoraban. Entre ellos existía una clase de afecto competitivo, contencioso, pero, al final, no dejaba de ser amor, un sentimiento que los dos consideraban una debilidad.

Dos pasos más y Killian la entregaría ante el altar.

Sintiendo una indefensión que odiaba, Ani levantó la barbilla y se enfrentó con la realidad cara a casa. Con un esmoquin negro que ceñía su esbelta y fibrosa corpulencia, su futuro esposo era la esencia de lo masculino. Resultaba sensual sin esfuerzo alguno, algo que atraía a Ani y la repelía al mismo tiempo por el poder que ejercía sobre ella. La regia nariz, la despejada frente, el cabello cuidadosamente peinado hacia atrás y aquella boca, con la minúscula y microscópica cicatriz… Todo sobre él resultaba magnético y hacía que pasara de ser una fuerte superviviente, con planes racionales y firmes objetivos, a convertirse en una masa de sentimientos y sensaciones sobre los que no podía ejercer control alguno.

Él levantó una oscura ceja.

Aquel era Xander, sí, y con aquella ceja levantada le estaba preguntando a Ani si iba a seguir adelante con la boda. Parecía desafiarla a alejarse de allí, a admitir su miedo y salir huyendo.

Un suave suspiro se le escapó de los labios, haciendo que el delicado velo aleteara muy suavemente.

Xander parecía creer que ella tenía opción, pero no era así. No había más alternativa que la de salvar a su familia. Necesitaba un marido para poder hacerse cargo de la riqueza de su padre, una riqueza que le había dejado en un fondo a su nombre. Era una condición estúpida y arcaica, impuesta por su querido padre fallecido y que Niven, su hermanastro, había reforzado con malicia.

Había suplicado a Sebastian, amenazándole y maldiciéndole también, porque él era el único hombre que se creía capaz de controlar una vez que ella tuviera su fortuna. También había estado segura de que él no le exigiría ni un solo centavo. A pesar de ser un seductor y un playboy, Sebastian escondía en su interior una fuerte integridad, que había cimentado la amistad de ambos durante casi dos décadas.

Podría ser que Xander fuera a fingir que era Sebastian solo durante la ceremonia. Después, este último regresaría y los dos podrían seguir adelante con lo que habían acordado.

En medio de un remolino de pensamientos, Ani dio los dos últimos pasos y sonrió beatíficamente cuando Killian le dio un beso en la mejilla. Entonces, se giró hacia el hombre que la esperaba frente al altar.

Eso era precisamente lo que más le escocía: que fuera Xander quien la salvara. ¡Iba a matar a Sebastian con sus propias manos por dejarla en las del cruel ego de Xander! Si había algo de lo que estaba segura era que la antipatía que sentía hacia Xander era correspondida.

 

 

Había pocas cosas en la vida que despertaran la curiosidad de Alexandros Skalas. A sus treinta y cuatro años, se había convertido en una especie de anciano gruñón, al que solo le gustaban sus negocios, sus rutinas, la gente que componía su círculo más íntimo y la vida tal y como era.

Dado que era multimillonario, podía importarle o no importarle lo que a él le viniera en gana. Sin embargo, siempre había habido una variable, una persona, a la que no había podido nunca encasillar o… controlar. Aquella última palabra no sonaba muy bien, porque, en realidad, Xander no era una persona a la que le gustara controlar a los demás, sobre todo cuando solo existían en la periferia de su vida.

Annika Saxena-Mackenzie era esa variable que no hacía más que sorprenderle y escandalizarle. Era ahijada de su abuela, por lo que Annika siempre había formado parte de su vida de una manera u otra. Xander no había hecho más que tratar de alejarla lo más posible de él y, sin embargo, Annika siempre había ocupado una parte central de su vida. Primero, cuando solo era una deliciosa y regordeta bebé, que les había robado la atención de su abuela a Sebastian y a él cuando más la necesitaban. Después, se convirtió en una adolescente irritante y metomentodo que no hacía más que pisarle los talones a su hermano Sebastian durante los veranos. Por último, en los últimos años, cuando, de repente, se metamorfoseó en una de las mujeres más hermosas que Xander había visto nunca.

Por si no fuera suficiente que su abuela adorara a Annika, Sebastian mantenía con ella una sólida amistad. A lo largo de los años, Xander había esperado que los dos se distanciaran, tal y como solía ocurrirle a su hermano con todas las relaciones que tenía.

No había sido así. De nuevo, la irritante variable.

De algún modo, la amistad de Annika y Sebastian no solo duraba ya más de dos décadas, sino que había culminado en el sorprendente anuncio de su compromiso hacía algo menos de cuatro meses.

Si Xander hubiera querido convencerse de que el compromiso no le importaba, habría sido una mentira. Claro que le había molestado. De hecho, llevaba molestándole durante todos los ciento veintiocho días y veintidós horas que habían pasado desde entonces.

Al ser el menos impulsivo, más estratégico de los dos hermanos Skalas, el único de una familia de locos que tenía la cabeza bien amueblada sobre los hombros, Xander había esperado, con una impaciencia cada vez más creciente, que el compromiso fracasara y se quedara en nada.

Era imposible imaginarse a dos personas así, ricas, privilegiadas y alocadas, viviendo juntos y llevando una unión feliz. No obstante, Sebastian no solo había mantenido las apariencias, apareciendo junto a Annika en todos los eventos sociales, sino que se había transformado en un hombre nuevo. No había habido más escándalos, borracheras o peleas. Básicamente y, por primera vez en su vida, Xander no había tenido que ocuparse de enmendar los líos de su hermano Sebastian.

En uno de esos momentos de debilidad que parecían producirse en él después de tres copas de whisky, Xander se había preguntado si Annika era efectivamente la píldora mágica que podía curar a su hermano Sebastian. Aquel pensamiento le había producido primero un profundo alivio, seguido de un increíble desagrado.

No quería a Annika como cuñada.

Envuelto en la oscuridad de la noche, con el habitual autocontrol de Xander rendido por el alcohol, él había terminado por fin admitiendo la verdad. No quería que Sebastian se casara con Annika porque la deseaba para sí mismo. Y lo hacía con una profundidad que lo confundía. Con una pasión salvaje y posesiva.

Xander no dejó de desearla ni siquiera tras los dos escándalos que tuvieron como resultado dos compromisos rotos o cuando empezó a dejarse ver con las compañías equivocadas. Ni siquiera cuando descubrió que ella le había estado sacando dinero a su abuela ni cuando descubrió que el zafiro favorito de su madre había desaparecido durante una de sus visitas de verano.

La había deseado perdidamente cuando la besó bajo el cenador de su finca, con la oscuridad como aliada, el día en el que ella cumplió los veintiún años, algo de lo que ni siquiera habían pasado dos años. La deseaba más de lo que había deseado a nadie en su vida. No había podido olvidar el momento en el que ella apretó su esbelto cuerpo contra el de él, mostrando con sus suaves gemidos que deseaba mucho más.

La había deseado cuando le susurró al oído:

–Por fin he encontrado el modo de hacer que te comportes bien.

La había deseado cuando ella se apartó bruscamente de su lado, mostrando una profunda vulnerabilidad en la mirada antes de mostrar un fingido asombro. La había deseado cuando Ani se apretó los temblorosos dedos contra los gruesos labios y afirmó que lo había confundido con Sebastian.

La había deseado incluso cuando ella mintió descaradamente cuando le dijo que, si hubiera sabido que era él, jamás lo habría tocado y mucho menos le habría permitido que la besara. La había deseado incluso cuando sus mentiras lo habían mantenido despierto toda la noche.

Xander había esperado sin perder la fe a que el compromiso se deshiciera. Sin embargo, no había sido así.

Thea, su abuela, al imaginarse que su ausencia en la boda se debía a la profunda antipatía que sentía hacia ella, le había leído bien leída la cartilla sobre lo que significaba ser un Skalas, en especial cuando su frágil salud le impedía viajar para ver cómo su nieto favorito se casaba con la niña de sus ojos. Por razones que solo Annika conocía, tenía que casarse allí en Nueva York, en vez de en la casa ancestral de la familia.

Xander no podía contarle a su abuela que había tenido la intención de acudir desde el principio y que, aunque no sabía cómo, iba a hacer todo lo que estuviera en su poder para impedir la boda. No pensaba anhelar a la esposa de su hermano desde la distancia. De hecho, habría sido capaz de secuestrarla como si fuera un bruto sin civilizar empujado solo por sus deseos, pero estaba decidido a asegurarse de que la boda no salía adelante.

Simplemente, tenía que asegurarse de que Sebastian no había entregado su corazón. Y, cuando lo descubrió, vio que estaba en lo cierto. Su hermano apreciaba a Annika, pero no había más que eso.

A pesar de los crueles y tiránicos intentos por parte de su padre de que los dos gemelos se odiaran, Sebastian y él sentían un profundo cariño el uno por el otro. No se podía decir que fuera un afecto al modo tradicional, sino más bien la comprensión y la tolerancia por los defectos del otro.

Hasta el día anterior por la mañana, Sebastian había estado de muy buen humor. Entonces, después del ensayo del almuerzo de la boda, había desaparecido.

Media hora después, Xander recibió una llamada de teléfono de su hermano. Y lo que tanto había estado deseando se hizo realidad.

Sebastian era incapaz de casarse con Annika a la mañana siguiente.

Xander no preguntó por qué ni Sebastian le dio explicación alguna. Tan solo le dijo que se había visto envuelto en algo de lo que no se podía zafar.

–¿Qué es lo que quieres de mí? –le preguntó Xander después de unos instantes.

–Que te cases con Ani mañana.

–¿Y por qué iba a hacer algo así?

–Los dos sabemos que estás buscando activamente una esposa, Xander.

Todas y cada una de las palabras que había pronunciado su hermano eran ciertas. Xander guardó silencio. Pensaba que había logrado ocultarle con éxito a su hermano todos sus esfuerzos por encontrar esposa, pero resultaba evidente que no lo había hecho muy bien.

–Pobre Xander, que tiene que cargar con el peso del apellido Skalas y el legado familiar sobre los hombros…

–Skalas Bank es una institución de cuatrocientos años que siempre ha sido presidida por un miembro de la familia Skalas. Echamos a la manzana podrida pagando un gran coste personal. ¿Por qué debería renunciar a todo por lo que he trabajado con tanto esfuerzo desde que tenía dieciséis años solo porque la abuela, de repente, ha decidido tener un berrinche?

–Berrinche o no, ella es la accionista mayoritaria, Xander. A menos que te transfiera todas sus acciones, no se te nombrará presidente. ¿Sabías que está teniendo reuniones clandestinas con nuestro querido primo Bruno?

Xander soltó una maldición. Obsesionado como había estado por la inminente boda, se le había pasado también aquello por alto. Bruno era otra manzana podrida de la familia que sería capaz de reducir a cenizas el banco si se hacía con el control.

–Ella tiene en demasiada estima al apellido familiar y al banco como para permitir que eso ocurra.

–Su corazón acaba de darle un susto. No estás siendo muy perspicaz si no ves lo que está ocurriendo con ella. Odia a Bruno tanto como tú y yo, y precisamente por eso todo esto se ha convertido en una crisis para ella. Y sabes que no va a ceder. Cuando se empeña en algo, es como un perro con un hueso.

–Ten un poquito más de respeto, Sebastian.

Su hermano volvió a soltar una carcajada y, con gran esfuerzo, Xander logró sobreponerse al impulso de preguntarle a Sebastian qué demonios era lo que le ocurría.

–Bueno, te aseguro que respeto a la ancianita tanto como tú, Xander. Si no hubiera sido por ella, Dios sabe dónde habríamos terminado con el padre que teníamos. Ella insistirá e insistirá hasta que aceptes a alguien que le guste a ella. De este modo, estás teniendo un comportamiento más proactivo y tú, querido hermano, eres el hombre más proactivo que conozco. Y, ¡tachán!, yo te ofrezco una novia hecha a medida para ti. Además, ese matrimonio tiene una fecha de caducidad de no más de dos años.

–Por muy dulce que sea tu sacrificio, no me gusta en absoluto quedarme con lo que tú ya no quieres.

–Sé que piensas que lo tenía todo planeado, pero te aseguro que no es así, Xander. No era mi intención… ser incapaz de presentarme mañana –dijo, en un tono de voz mucho más suave–. Te estoy pidiendo un favor. No quiero que Ani se sienta humillada. Además, hay en juego mucho más que una humillación para ella. Es mi amiga, me pidió ayuda y yo estoy defraudándola.

–¿Dices que te pidió ayuda?

Sebastian dudó un instante, un silencio que habló más claramente que si lo hubiera hecho directamente con palabras.

–¿Para qué? –insistió Xander–. Si quieres que ocupe tu lugar, es mejor que me des respuestas.

–Me pidió que me casara con ella, pero no te puedo decir más, Xander. No voy a traicionar su confianza.

–Me estás pidiendo que me case con una mujer que te pidió a ti que te casaras con ella, Sebastian. He fingido ser tú en muchas ocasiones, pero esto es demasiado incluso para ti.

–Te aseguro que no… Ani y yo… Lo nuestro no es real, ¿de acuerdo? Solo te pido que lo hagas, Xander. Por mí y por ella.

Xander soltó una carcajada.

–Ella te conoce mejor que nadie, mejor que yo incluso. Debería haberse imaginado en qué se estaba metiendo.

–¡Maldita sea, Xander! ¿Vas a permitir que tu ego herido te impida ayudarla?

Xander dejó escapar una maldición. ¿De verdad le había herido que Annika le hubiera pedido ayuda a Sebastian y no a él? Le enfurecía a pesar de que comprendía el sentimiento primitivo que se iba formando dentro de su ser: Annika lo necesitaba. Cuanto más lo pensaba, más turbado se sentía. Debería marcharse en aquel mismo instante y dejar que Annika se enfrentara a lo que ella misma se había buscado. Era la clase de pensamiento cruel que lo había convertido en lo que era.

Sebastian suspiró.

–Escucha, Xander. No estoy seguro de cuánto tiempo más puedo seguir hablando, pero he pensado en ti para esto y…

–Ya basta, Seb –musitó Xander, con acero en la voz. No le gustaba sentirse manipulado y su hermano lo sabía mejor que nadie en el mundo.

–No la castigues a ella por mis juegos, ¿de acuerdo? No es propio de ti, Xander. No la dejes sola frente al altar.

–No pienso devolvértela cuando regreses.

Sebastian lanzó una nueva maldición.

–¿Cómo has dicho? Escucha, Xander. Ella y yo…

En aquel momento, Xander decidió cortar la llamada. No quería escuchar más. ¿De qué servía alargar más aquella extensa sucesión de extrañas confidencias?

Desde el momento en el que Sebastian se lo pidió, tanto él como Xander sabían que este último ocuparía el lugar de su hermano en el altar. Sin embargo, Xander se negaba a analizar si lo hacía por su gemelo o por Annika. La tercera opción era la respuesta correcta: solo lo hacía por sí mismo.

Y, por lo tanto, allí estaba, esperando ver si Annika recorría los últimos metros que le quedaban para llegar al altar. Porque ella lo sabía.

Si quería casarse con él, si estaba tan desesperada por conseguir un marido, tendría que admitir que era Xander con quien se casaba, que era él quien la estaba rescatando. Se negaba a fingir ser otra persona en su propia boda.

Capítulo 2

 

 

 

 

 

Annika pensó que había logrado aceptar la situación, pero se dio cuenta de que no era sí cuando se colocó junto a él.

La ayudaría mucho considerarlo como una especie de sustituto, fuera cual fuera la razón por la que estaba ocupando el lugar de su hermano. Sería mucho mejor si pudiera considerar a Alexandros Skalas como un hombre que se limitaba a acudir en su ayuda. Se sentiría mucho mejor si no estuviera experimentando aquella combinación de alivio y gratitud. La convicción de que, con él, todo saldría bien, le escocía.

Para todo el mundo, ella había creado la imagen de ser una empedernida seductora, una heredera mimada, despreocupada y amante de la diversión, que iba saltando de hombre en hombre, que tenía el ligero problema de tener los dedos un poco largos en lo que se refería a las joyas y que contaba con dos compromisos rotos a las espaldas. Sin embargo, con Xander era imposible seguir fingiendo.

Siempre le había resultado imposible pretender que Alexandros Skalas era un hombre cualquiera. Ani estaba acostumbrada a los hombres de frágiles egos, con exigencias insignificantes y una necesidad casi obsesiva por controlarla, encadenarla y atarla. Sin embargo, estaba convencida de que una vida entera no iba a ser suficiente para acostumbrarse a él.

Cuando Xander le levantó el velo, estaba temblando. Alzó la barbilla y lo miró a los ojos.

Una vez más, se sintió abrumada por las llamativas diferencias entre los dos gemelos. ¿Cómo era posible que nadie más sintiera lo divergentes que eran sus energías, sus personalidades?

Sebastian rezumaba encanto, atractivas sonrisas y un ácido y seco sentido del humor.

Xander, por el contrario, parecía estar construido de un modo completamente diferente incluso a nivel celular. Si Sebastian se movía en la vida bromeando y desafiando, burlándose de todo lo sagrado, Xander parecía ser el que redactaba las reglas por las que funcionaba la mayoría de aquella sociedad griega. Se le consideraba uno de los banqueros más brillantes, sostenido por la lealtad de todos sus empleados. Incluso sus enemigos lo respetaban. Además, era un hombre extremadamente reservado.

Era una especie de caja secreta, grande y misteriosa que Annika siempre había deseado abrir, en especial cuando era más joven. Con el valor de una mujer que confiaba en su propio embrujo, incluso había tratado de averiguar qué era lo que hacía vibrar a Xander.

La yema del pulgar de Xander subió hasta el hombro desnudo y, para su vergüenza, Ani buscó el contacto. Unos ojos grises oscuros la observaban y se preguntó si tendrían un láser incorporado porque parecía que aquellos ojos penetraban hasta lo más profundo de su pensamiento.

En el pasado, había cometido el error de pensar que era curiosidad lo que Xander sentía por ella. La curiosidad significaba interés, ¿no? Su propia necedad le había llevado a pensar que su propio interés y la fascinación que sentía por él podrían ser correspondidos.

Xander se había ocupado de poner fin a aquella estúpida esperanza, recordándole por qué siempre había experimentado unas sensaciones tan extrañas y peligrosas cerca de él. Era lo que las presas sentían cerca de un depredador.