E-PACK Bianca y Deseo abril 2018 - Maureen Child - E-Book

E-PACK Bianca y Deseo abril 2018 E-Book

Maureen Child

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Beschreibung

Princesa por accidente Susan Stephens Iba a reclamar a su heredero… aunque ella se resistiera con uñas y dientes. Callie Smith lo dejó todo para cuidar de su padre alcohólico. Cuando él murió, ella pudo por fin perseguir sus sueños. Y no encontró mejor manera de celebrarlo que pasando una noche extraordinaria y llena de pasión con el atractivo príncipe italiano Luca Fabrizio. Para mantener su dinastía familiar, Luca pensaba casarse con una esposa de conveniencia, hasta que Callie le reveló las consecuencias de su ardiente encuentro. Después de haber recuperado su libertad, Callie se negaba a llevar su anillo. Para legitimar a su heredero, Luca debió convencerla de que la vida en su cama real sería más placentera de lo que ella podía imaginar. Mentiras y pasión Maureen Child Nunca un romance fingido había resultado tan real. Micah Hunter era un escritor de éxito que llevaba una vida nómada, aunque se había instalado de manera temporal en un pequeño pueblo para realizar una investigación. No contaba con que la dueña de la casa lo iba a sacar de su aislamiento, pero Kelly Flynn era tan distinta a otras mujeres que Micah quería conocerla a fondo. Ella necesitaba su ayuda. Le pidió que fingiese ser su prometido para tranquilizar a su abuela. Y él decidió aprovechar la oportunidad. Hasta que a fuerza de actuar como si estuviesen enamorados empezaron a sentir más de lo planeado.

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Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

© 2018 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Pack Bianca y Deseo, n.º 138 - abril 2018

I.S.B.N.: 978-84-9188-248-0

Índice

Princesa por accidente

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Epílogo

Mentiras y pasión

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 1

 

En cuanto a funerales se refería, aquel era de categoría. Tal y como exigía la tradición, Luca, que era el príncipe regente, llegó el último y ocupó su puesto de honor en la catedral. Estaba sentado enfrente del altar bajo una cúpula decorada con imágenes de Miguel Ángel. A un lado, había unas puertas talladas en bronce a las que llamaban La entrada al Paraíso. Luca estaba muy tenso a causa del dolor de la pérdida y le preocupaba no haberse ocupado de todos los detalles para homenajear al hombre al que le debía todo. Las banderas ondeaban a meda asta en la ciudad de Fabrizio. Los súbditos leales formaban en las calles. Las flores se habían importado de Francia. Los músicos eran de Roma. Una procesión de carruajes a caballo llevaba a los dignatarios de todo el mundo hasta la catedral. Force, el semental negro de Luca, llevaba el ataúd de su padre en un carruaje, y las botas del príncipe estaba colocadas en sentido contrario sobre los estribos. Era una imagen conmovedora, pero el caballo avanzaba con la cabeza bien alta, como si supiera que la carga que llevaba era un gran hombre en su viaje final.

Como nuevo gobernador del pequeño y rico principado de Fabrizio, a Luca, el hombre que los periodistas sensacionalistas solían llamar el chico de los barrios bajos de Roma, estaban mostrándole el máximo respeto. Él se había retirado hacía mucho tiempo de aquellos barrios. Su gran visión para los negocios lo había convertido en billonario, mientras que el hombre al que iban a enterrar lo había convertido en príncipe. Aquel magnífico escenario era muy diferente de los callejones llenos de grafitis y con olor a basura donde Luca había pasado la infancia. Jamás había imaginado que se convertiría en príncipe. De niño, se conformaba con las sobras que robaba de las basuras para llenar el estómago y con los harapos con los que se cubría la espalda.

Al ver que le sonreía una princesa europea, en busca de marido, inclinó la cabeza. Por suerte, recordaba las advertencias que le habían hecho acerca de las mujeres oportunistas y no se comprometería con una aristócrata atontada. Aunque admitía que no podía hacer nada con la testosterona que corría por sus venas. Incluso recién afeitado y vestido de uniforme, parecía un matón. Su aspecto era una de las cosas que su padre adoptivo, el príncipe difunto, no había sido capaz de refinar.

Alto, de piel bronceada y con aspecto de guerrero, Luca no estaba seguro de sus orígenes. Su madre era una trabajadora de Roma. Y creía que su padre era el hombre que solía molestarla a cambio de dinero. El príncipe difunto era el único padre que recordaba con claridad. A él le debía su educación. Y todo lo demás.

Se habían conocido en el Coliseo, donde el príncipe había ido de visita oficial. Luca había estado rebuscando en las basuras y no esperaba que nadie se fijara en él. Sin embargo, el príncipe no había perdido detalle y, al día siguiente, envió a un ayudante para que le ofreciera a Luca vivir en el palacio con Max, el hijo del príncipe. El príncipe había insistido en que se harían compañía el uno al otro y en que Luca sería libre para marcharse si no le gustaba la vida allí.

Luca, tras haber vivido en la calle, era lo bastante listo como para sospechar, pero puesto que estaba hambriento había decidido darle una oportunidad. Aquella oportunidad le había permitido ser quien era, y por eso honrar al príncipe era tan importante para él. Apreciaba muchísimo a su padre adoptivo, por haberle enseñado todo acerca de cómo construir su propia vida en lugar de convertirse en víctima de la misma. No obstante, el príncipe le había hecho una última advertencia desde el lecho de muerte.

–Max es débil. Tú serás el heredero del trono. Has de casarte y conservar mi legado para el país que ambos queremos.

Sujetando la mano delicada de su padre, Luca le había dado su palabra. Y si hubiese podido entregarle su fuerza, también lo habría hecho. En realidad, habría hecho cualquier cosa por salvar al hombre que le había salvado la vida.

Como si pudiera leer su pensamiento, Maximus, el hermano adoptivo de Luca lo miró desde el otro lado del pasillo. No había amor entre ellos. Su padre había fracasado a la hora de forjar una relación con Max, y Luca también. Max prefería salir con mujeres y dedicarse al juego en lugar del arte de gobernar. Nunca había mostrado interés por la familia y Luca enseguida había aprendido que, mientras que el príncipe era su gran aliado, Max siempre sería su mayor enemigo.

Luca agarró el programa del servicio para distraerse de la mirada torva de Max y miró con tristeza la larga lista de logros y títulos que había alcanzado su padre. Nunca volvería a haber un hombre así, y eso hacía que se mostrara decidido a cumplir su promesa.

–Eres un líder nato –le había dicho su padre–, y por eso, te nombro mi heredero.

No era de extrañar que Max lo odiara.

Luca no había buscado el honor de ser el heredero al trono de Fabrizio. No necesitaba el dinero. Podía gobernar el país con calderilla. El éxito lo había alcanzado al insistirle a su padre en que le permitiera estudiar Tecnología en la universidad, con el fin de actualizar su país, Fabrizio. Se había convertido en el hombre más exitoso de la industria y sus activos eran tan grandes que la empresa se automantenía. Ese era el motivo por el que tenía que pensar en gobernar un país, y para rellenar el vacío que tenía a su lado.

–Si no consigues hacer esto en dos años –le había dicho su padre en el lecho de muerte–, nuestra constitución dicta que el trono pasaría a tu hermano –ambos sabían qué implicaba aquello. Max arruinaría Fabrizio–. Es tu destino, Luca –había añadido su padre–. No puedes negarte a la petición de un hombre que está en el lecho de muerte.

Luca no tenía intención de hacerlo, pero la idea de casarse con una princesa sosa no le resultaba nada atractiva. El mundo de los matrimonios de la realeza no tenía comparativa con el encanto de estar con su gente. Se marcharía de allí y viajaría a los huertos de limones del sur de Italia, donde trabajaría con empleados temporeros. No había mejor manera para conocer sus preocupaciones y hacer algo para ayudarlos. La idea de estar encadenado a una frágil muñeca de porcelana lo agobiaba. Él deseaba una mujer de verdad, con coraje y fuego en el interior.

–Hay mujeres buenas ahí fuera, Luca –había insistido su padre–. Depende de ti encontrar una. Elige a una fuerte. Busca lo diferente. Salte del camino establecido.

En aquellos momentos, a Luca le pareció que no podía ser fácil. Mirando a su alrededor, ese mismo día, pensaba que era imposible.

 

 

En cuanto a funerales se refería, aquel era pequeño, pero respetable. Callie se había asegurado de que fuera así. De hecho, las únicas personas que habían pasado para despedirse de su padre, aparte de ella, eran los vecinos de al lado, la animada familia Brown. Era un evento tranquilo, porque Callie siempre se había sentido que debía contrarrestar la vida temeraria e insensata que había llevado su padre, durante la que nunca sabían de dónde sacarían la comida para el día siguiente. De no haber sido por sus amigos los Brown, ella se habría vuelto loca. Ellos siempre se reían de todo lo que la vida les presentara y le recordaban que se divirtiera siempre que pudiera y que no ofendiera a otros.

Ese día, la familia Brown estaba esplendorosa, de no ser porque sus cinco perros se habían bajado de la furgoneta y ladraban sin parar en la puerta del cementerio. Los Brown le ofrecían a Callie la imagen de cómo era la vida de una familia feliz. Al fin y al cabo, lo que ella deseaba de corazón era eso, una familia feliz.

–Adiós, papá –susurró, lamentándose por lo que nunca habían sido el uno para el otro. Después, echó un puñado de tierra húmeda sobre el ataúd.

–No te preocupes, cariño –dijo Ma, rodeando a Callie por los hombros–. Lo peor ha pasado. Tu vida está a punto de comenzar. Es un libro en blanco. Puedes escribir lo que quieras. Cierra los ojos y piensa dónde te gustaría estar. Eso es lo que siempre me hace feliz. ¿No es cierto, Rosie?

Rosie Brown, la mejor amiga de Callie y la hija mayor de los Brown, se acercó a Callie y la agarró del otro brazo.

–Así es, Ma. El mundo es tuyo, Callie. Puedes hacer lo que quieras. Y a veces, tendrás que escuchar a la gente que te quiere y permitir que te ayude.

–¿Hasta dónde se puede llegar con diez libras? –preguntó Callie, esforzándose por sonreír.

Rosie suspiró.

–Cualquier sitio ha de ser mejor que quedarse por aquí… Lo siento, Ma, sé que te encanta este lugar, pero ya sabes a qué me refiero. Callie necesita un cambio.

Cuando llegó el momento de subirse de nuevo a la furgoneta, Callie se sentía mejor. Estar con los Brown era como tomarse una buena dosis de optimismo, y después de haberse pasado la vida sufriendo abuso físico y verbal, lo necesitaba. Era libre. Por primera vez en su vida, era libre. Solo quedaba una pregunta: ¿cómo iba a utilizar esa libertad?

–Ni pienses en trabajar –le advirtió Ma Brown, volviéndose desde el asiento delantero para hablar con Callie–. Nuestra Rosie puede cubrir tu turno en el pub por ahora.

–Lo haré encantada –dijo Rossie, y apretó el brazo de Callie–. Necesitas unas vacaciones.

–No tengo dinero para ir a ningún sitio –contestó Callie. Su padre no le había dejado nada. La casa en la que vivían era de alquiler. Él siempre había bebido mucho y se había dedicado al juego. El trabajo de Callie, como limpiadora en el pub, solo servía para pagar la comida que necesitaban, y eso solo si él no le pedía el dinero para gastárselo en la sala de juego.

–Piensa en lo que te gustaría hacer –insistió Ma Brown–. Ahora es tu turno, Callie.

 

 

A ella le gustaba estudiar. Cultivarse. Aspiraba a ser algo más que limpiadora en un pub. Su sueño era trabajar en el exterior, respirando aire fresco y sintiendo el sol en el rostro.

–Nunca se sabe –añadió Ma–. Mañana cuando limpiemos la casa igual descubrimos que tu padre se dejó un montón de dinero en su ropa, por equivocación.

Callie puso una media sonrisa. Sabía que sería afortunada si se encontraba alguna monedita. Su padre nunca había tenido dinero. Nunca habrían sobrevivido sin la generosidad de los Brown. Pa Brown tenía una huerta donde cultivaba verduras y siempre le daba algunas a Callie.

–No te olvides de que puedes quedarte con nosotros todo el tiempo que necesites –le dijo Ma Brown, desde el asiento del copiloto.

–Gracias, Ma –inclinándose hacia delante, Callie le dio un beso en la mejilla–. No sé lo que haría sin ti.

–Te iría bien –insistió Ma Brown–. Siempre has sido una mujer capaz y ahora eres libre para llegar tan alto como tu madre quería. Ella solía soñar con su hijita y con lo que esa hijita conseguiría. Es una lástima que no viviera para verte crecer.

«Pronto descubrirá lo que puedo y no puedo hacer», pensó Callie mientras los Brown y sus perros salían de la furgoneta. No podía quedarse mucho tiempo. Suponía una carga para los Brown. Ya tenían suficiente con intentar mantenerse a flote ellos mismos. En cuanto pagara las deudas que había dejado su padre, se iría a explorar mundo. Quizá a Blackpool. Allí el ambiente era fortalecedor. Blackpool era un pueblo costero del norte de Inglaterra que tenía mucha personalidad. También muchos hotelitos en busca de personal de la limpieza. Callie decidió que empezaría a buscar trabajo allí en cuanto tuviera un minuto libre.

 

 

De no haber sido por lo animada que era la familia Brown, la tarea de recoger las cosas de su padre se habría convertido en una tarea dura. Ma revisó cada habitación, mientras Callie y Rosie recogían todo para llevarlo a las organizaciones benéficas. Algunas cosas se podrían vender y otras irían directas a la basura. El montón de cosas que se podía vender era decepcionantemente pequeño.

–Nunca me había fijado en cuánta basura teníamos –admitió Callie.

–Tu padre se debió llevar lo que tenía con él.

–Dudo que tuviera algo –comentó Callie.

–No le quedó nada después de haberse dedicado al juego y a la bebida –comentó Ma Brown.

–Ahí es donde os equivocáis –comentó Rosie con tono triunfal mientras sacaba un billete de cinco libras–. ¡Mirad lo que he encontrado!

–¡Mira, Callie! –Ma Brown comenzó a reír mientras Rosie le entregaba el billete a su amiga–. Ricos, sin duda. ¿Qué vas a hacer con ese dinero?

–Nada sensato, espero –insistió Rosie mientras Callie miraba sorprendida el billete–. Ni siquiera es bastante como para comprar una bebida, y mucho menos una comida decente.

Habría preferido no haber perdido a su padre, y le resultaba extraño después de haberse pasado todos esos años intentando ganarse su amor, y asumiendo que no había amor en él.

–Lo echaré en el bote de la asociación benéfica de la esquina –murmuró en voz alta.

–No lo harás –insistió Ma Brown–. Ya me ocuparé yo –dijo, y le quitó el billete de la mano.

–Tómatelo como un regalo de Navidad de parte de tu padre –la tranquilizó Rosie–. Ma hará algo sensato con ello.

–Será el primer regalo que él le haya dado –murmuró Ma Brown–. Y en cuanto a hacer algo sensato con él… Tengo otra idea.

–Me parece bien –dijo Callie con una sonrisa, confiando en que se zanjara el tema.

Consciente de que su amiga estaba disgustada, Rosie cambió de tema rápidamente. La siguiente ocasión en la que Callie oyó hablar de la sorpresa que habían encontrado fue durante la cena en casa de los Brown. Cuando las chicas terminaron de recoger, Ma Brown se cruzó de brazos y sonrió antes de anunciar:

–Querida Callie, antes de que digas nada, sabemos que no te dedicas al juego y sabemos muy bien por qué, pero esta vez vas a aceptar algo de mi parte, así que, di gracias y nada más.

Callie se puso tensa cuando vio que Ma Brown le regalaba una tarjeta de rasca y gana.

–Necesitarás algo para rascarla –comentó Pa Brown, sacando una moneda del bolsillo.

–Cierra los ojos e imagina dónde te llevará ese dinero –comentó Rosie.

–¿Qué dinero? –Callie sonrió al ver que todos se quedaban en silencio. El silencio era algo extraño en aquella casa. No podía decepcionarlos.

–Ya es hora de que cambie la suerte –insistió Rosie–. ¿Qué has de perder?

Los Brown habían sido muy amables con ella, pero seguramente con el dinero de la tarjeta no iría más que hasta la chimenea, para quemarla cuando comprobara que no había sido premiada.

–Cerraré los ojos y me imaginaré en un lugar donde siempre he soñado con ir…

–Abre los ojos y rasca la tarjeta –insistió Ma Brown.

Cuando todos empezaron a reírse, Callie se sentó a la mesa y comenzó a rascar la tarjeta.

–¿Y bien? No nos engañes. Dinos qué te ha tocado –comentó Ma Brown.

–Cinco. Mil. Libras.

Nadie dijo ni una palabra durante unos instantes.

–¿Qué has dicho? –preguntó Rosie.

–He ganado cinco mil libras.

Los Brown exclamaron entusiasmados y durante un buen rato estuvieron comentando varias ideas. Abrir una tiendecita cerca del pub, o una cafetería…

–Quiero daros el dinero a vosotros –insistió Callie.

–Ni de broma –Ma Brown se cruzó de brazos para zanjar el tema.

Callie decidió que guardaría una parte para ellos de todas maneras.

–Podrías comprarte todos los perros de rescate del mundo –dijo Tom, uno de los chicos pequeños de la familia Brown.

–O un coche de segunda mano –dijo otro.

–¿Por qué no te lo gastas en ropa? –sugirió una de las niñas–. Nunca tendrás otra oportunidad así de llenar tu armario.

«¿Qué armario?» pensó Callie. Todas sus pertenencias cabían en una maleta.

–No es una fortuna y Callie debe hacer algo que la haga feliz –dijo Pa Brown–. Debería cumplir alguno de sus sueños, algo que siempre recordará. Hasta ahora no se ha divertido mucho en la vida, y esta es su oportunidad.

La habitación se quedó en silencio. Nadie había oído a Pa Brown dar un discurso tan largo en su vida. Ma Brown siempre hablaba por él.

–Bueno, Callie –intervino Ma Brown–. ¿Tienes alguna idea al respecto?

–Sí –contestó ella.

–No será ir a Blackpool –dijo Rosie, girando los ojos–. Podemos ir allí cualquier fin de semana.

–¿Y bien? –preguntaron todos a la vez.

Callie agarró la guía de televisión y la abrió sobre la mesa. Había un artículo con una foto de unos huertos de limones donde una pareja con dos niños jugaba sobre la hierba. El titular decía: Visita Italia.

–¿Por qué no? –dijo Callie al ver que nadie decía nada–. Puedo soñar, ¿no?

–Ahora puedes hacer mucho más que soñar –comentó Ma Brown.

Para entonces, Callie ya estaba dejando su sueño en segundo plano y sustituyéndolo por uno más realista. Quizá un fin de semana en algún hotel de la costa. De paso, podría buscar trabajo mientras estuviera allí.

–Sé ambiciosa. Piensa en Italia –insistió Rosie.

–Eso sería un buen recuerdo –dijo Pa Brown.

Callie miró por la ventana. La gente que pasaba iba encogida por el frío. La foto de la revista prometía algo muy diferente, sol y árboles frutales, en lugar del humo de los coches y la ropa de abrigo. Miró la página de nuevo. Era como una ventana abierta hacia otro mundo. Las personas de la foto eran modelos, pero era evidente que no podían estar fingiendo la sensación de libertad y de felicidad que expresaba su rostro.

–Italia –comentó Ma Brown, pensativa–. Necesitarás ropa nueva para ir allí. No te preocupes, Callie. No tendrás que gastarte mucho. Encontrarás de todo en la calle principal.

Rosie miró a su madre frunciendo el ceño.

–Esta es la oportunidad de Callie para tener algo especial –susurró.

–Y debería tenerlo –convino Pa Brown–. Ya ha aguantado bastante.

–Entonces, que haga una mezcla entre la ropa de la calle principal y algo de diseño.

–Amalfi –dijo Callie, pensando en la foto de la revista. La idea de viajar a Italia era emocionante. Lo que necesitaba era un cambio de escenario antes de empezar con la siguiente fase de su vida.

–Ese sol maravilloso y la comida deliciosa, por no mencionar la música –comentó Rosie, llevándose la mano al corazón.

«Ese ambiente romántico y los hombres italianos», la vocecita interior de Callie habló con un susurro. Ella la silenció. Siempre había tenido cuidado con las relaciones románticas. Había tenido demasiados deberes en casa como para ser frívola, y demasiadas oportunidades de presenciar lo violento que podía llegar a ser un hombre.

–Vamos, Callie. ¿Dónde está tu sentido de aventura? –preguntó Ma Brown.

Era libre de hacer lo que quisiera, así que, ¿por qué no se compraba un vestido de diseño por una vez? Tenía la posibilidad de dejar de ser Callie por unos días. Por una vez, la niña buena podía mostrar su lado divertido, si es que seguía teniéndolo.

Capítulo 2

 

El se fijó inmediatamente en la mujer que estaba sentada junto a la barra del bar. Incluso desde detrás, era atractiva. Había algo en su manera de estar, y en la forma relajada con la que hablaba con Marco, el camarero y amigo de Luca. Él acababa de hablar con Max y estaba de muy mal humor. Max no había perdido tiempo para provocar la inquietud en Fabrizio durante la ausencia de Luca. Desde que eran niños, Max había sido una molestia para él. Gracias a sus travesuras, Luca no debería visitar sus huertas de limones en la costa de Amalfi, sino que debía regresar cuanto antes a Fabrizio. Sin embargo, ese era su viaje anual al lugar que adoraba y donde estaba la gente que le importaba y, nada, ni siquiera Max, podría evitar que lo hiciera. Aunque, en aquella ocasión, solo podría pasar allí un par de noches.

La mujer era una distracción. Ella observaba a todo el que entraba a través de los espejos de detrás de la barra. ¿Estaría esperando a un amante? Él experimentó un sentimiento de celos y se preguntó por qué le importaba, si ella también podía estar esperando a un familiar o a una amiga.

Luca había pasado por el hotel para invitar a Marco a la celebración anual del inicio de la temporada de la recolección de limones. Marco y él se habían criado juntos puesto que el padre de Marco había trabajado para el difunto príncipe. Colocándose al final de la barra, desde donde podía hablar con Marco en privado, Luca vio a la mujer de frente por primera vez. Ella se mostraba segura y animada, y disfrutaba de poner a prueba su italiano. La risa iluminaba su rostro cada vez que se equivocaba y Marco la corregía.

Sintiéndose un poco enojado por el hecho de que se llevaran bien, él decidió seguir observándola. Su perfil era exquisito, aunque ella no parecía ser consciente de ello, igual que tampoco parecía consciente del atractivo de su cuerpo. Era una mujer que no se parecía en nada a las mujeres sofisticadas con las que él solía tratar. Y eso provocaba que sintiera curiosidad por ella. Vestía de manera impecable, aunque de forma sencilla para estar en uno de los hoteles más famosos de aquel lugar de la costa. Era casi demasiado perfecta. Tenía el cabello pelirrojo y lo llevaba corto. Sus ojos eran verdes y ligeramente rasgados, y le daban un toque exótico a su rostro. Su piel poco bronceada y salteada con pecas, sugería que llevaba menos de una semana allí y que vivía en un lugar más frío.

Llevaba mucho tiempo pensando en una mujer que no parecía consciente de haberle llamado la atención. ¿O no era así? Luca notó que se le tensaba la entrepierna cuando ella se volvió para mirarlo y le sostuvo la mirada.

Interesante.

–Buenas noches –después de saludar a la mujer, Luca miró a Marco para dejarle claro que quería permanecer de incógnito.

Marco sonrió. Después, se estrecharon las manos, de esa manera complicada con la que solían saludarse, y mientras la mujer los miraba con interés. Ella era mucho más guapa de lo que él había pensado. Su aroma era intoxicante. Olía a flores salvajes. «Qué oportuno», pensó Luca, cuando Marco se marchó para servir a un cliente.

–¿Puedo invitarla a una copa?

Ella lo miró a los ojos.

–¿Te conozco?

La pregunta lo pilló desprevenido, igual que su tono directo. De reojo, vio que Marco arqueaba una ceja. Su amigo llamaría al equipo de seguridad si Luca se lo pedía, y la mujer sería invitada a marcharse. Luca negó con la cabeza de forma imperceptible y Marco desechó la idea.

–Me llamo Luca –le dijo, y le ofreció la mano para saludarla.

Ella ignoró el gesto y lo miró con suspicacia.

–Creo que no nos hemos conocido antes –insistió él, esperando a que ella le dijera su nombre–. No muerdo –añadió, al ver que ella no le estrechaba la mano.

–Pero es muy insistente –dijo ella, dejando claro que no habría contacto físico entre ellos.

«¿Insistente?» Por fuera, permaneció indiferente. Por dentro, estaba a punto de estallar. Las mujeres opinaban que era encantador y atento. Era evidente que aquella mujer tenía otra idea.

–¿Qué le apetece beber?

–Agua con gas, por favor.

Luca se volvió hacia Marco y dijo:

–Aqua frizzante per la signorina, e lo stesso per me, per favore.

–Sí, signor –contestó Marco, sirviendo dos botellas de agua con gas.

Ella continuó mirándolo mientras bebía el primer sorbo. Sus ojos no mostraban ni una pizca de reconocimiento. Incluso después de unos minutos, él seguía siendo nada más que un hombre en un bar. Ella no sabía quién era, y desconfiaría de él. Si no era consciente de que su rostro había salido en todos los periódicos, desde que había ocupado el trono de Fabrizio, era porque debía haberle sucedido algo importante en la vida.

«Entonces, bella mujer», caviló él, «¿Quién eres y qué estás haciendo en Amalfi?»

 

 

Callie se estiró la fada de seda del vestido y deseó haberse puesto los pantalones Capri que Rosie había insistido en que eran fundamentales para su aventura italiana. Había estado a punto de ponérselos, pero los había dejado en el armario de la habitación porque no estaba segura de con qué zapatos combinarlo.

Aquel vestido era demasiado corto y ella podía imaginar lo que aquel hombre atractivo había pensado al verla en la barra del bar. ¿Cómo podría transmitirle que ella no estaba allí para esa clase de negocios, sino que había ido de vacaciones? La idea de tener una aventura en Italia le hacía ilusión, pero no se había imaginado un comienzo tan explosivo. Se sentía poca cosa comparándose con las mujeres sofisticadas que había en el bar. Y su falda apenas tenía suficiente tela para cubrir sus muslos. No podía moverse por miedo a que se le subiera y, como estaba tan cerca de aquel hombre musculoso, eso le preocupaba.

–No me ha dicho su nombre.

Ella se volvió para mirarlo al oír su voz seductora con acento italiano y se sorprendió al sentir un escalofrío. Recorrió su cuerpo con la mirada y se fijó en sus cautivadores ojos negros.

–Me llamo Callista –contestó.

Él apretó los labios y ella se fijó en que su boca era igual de atractiva que su mirada.

–Un bonito nombre griego –comentó él–. Eso lo explica todo.

–¿De veras? Había oído que hay gente que nace con cucharas de plata en la boca, pero la tuya debía de estar recubierta de azúcar.

Él se rio y puso cara de dolor.

–Me siento ofendido –exclamó, y se llevó las manos al pecho.

–No es cierto –insistió ella divertida, disfrutando más de su compañía después de ver que tenía sentido del humor–. Eres la persona más equilibrada que he conocido nunca.

Él sonrió.

–Y ¿qué hace Callista la cazadora, sola, en un bar?

–No lo que tú crees –soltó ella.

–¿Y qué creo?

–¿Qué haces tú solo en un bar? –preguntó ella.

Él se rio de nuevo.

–He venido a ver al camarero. ¿Cuál es tu excusa?

–Unas vacaciones –lo miró a los ojos–. ¿Cómo te ganas la vida?

Aquella pregunta tan directa lo pilló desprevenido.

–Con esto y aquello.

–¿Con esto y aquello? ¿Qué? –insistió ella.

–Supongo que se puede decir que soy un representante.

–¿Qué vendes?

–Promuevo los intereses de un país, su cultura, su industria y su gente.

–Ah, así que trabajas en turismo –repuso ella–. Eso está bien –cuando él asintió, le preguntó–: ¿Y a qué país representas?

–¿Vas a quedarte mucho tiempo? –preguntó él, cambiando de tema?

Al ver que él ignoraba su pregunta, lo miró con suspicacia antes de contestar.

–No lo suficiente.

Ella estaba disfrutando de la compañía de aquel hombre y decidió prolongar el intercambio. Él la excitaba. No tenía sentido fingir cuando todo su cuerpo reaccionaba al ver la expresión pícara de sus ojos negros. Ella nunca había coqueteado con nadie, y se sorprendía de ver que le gustaba. Aquel hombre provocaba el deseo en su interior con solo mirarla.

–¿Has bailado ya? –preguntó él con interés.

–¿Es una invitación?

–¿Quieres que lo sea?

–Tristemente, no –puso una media sonrisa–. Estos zapatos me están matando –movió un pie y miró el zapato de diseño y su tacón de aguja.

–Siempre puedes quitártelos y bailar –sugirió él.

Mientras hablaba, la banda de música comenzó a tocar en la terraza. Ella se imaginó lo romántico que sería bailar bajo las estrellas. Miró a su acompañante e, inmediatamente, deseó no haberlo hecho. Sus ojos negros la hicieron pensar en desnudarse despacio ante él. Al pensar en ello, se estremeció. Lo que debía hacer era dejarle claro que no ligaba con hombres en los bares. Debía recoger sus cosas, bajar del taburete y marchares. Así de fácil.

«Mantener relaciones sexuales con él será divertido. Y muy bueno».

¿Qué diablos le pasaba? Aquello no era más que deseo ardiente que prometía grandes placeres.

–Eres muy agradable, signorina.

–¿De veras? –no era esa su intención. Él sí que lo era. La sensualidad emanaba de su cuerpo. Si ella se embarcaba con Luca en una aventura, sería fantástica. La idea de tumbarse junto a él, piel con piel, mientras sus fuertes manos controlaban su placer…

–¿Signorina?

–¿Sí? –ella pestañeó y lo miró de nuevo. Por muy atractivo que fuera, tenía que tener cuidado de no ir demasiado lejos. ¿Así que la aventura de su vida había terminado antes de empezar? La aventura de su vida parecía algo estupendo en teoría, pero en la práctica amenazaba todo tipo de placeres desconocidos… O peligros, rectificó Callie. Era lo bastante sensata como para no permitir que la cosa llegara demasiado lejos. Concentrándose en el vaso de agua, intentó no fijarse en la masculinidad que trataba de seducirla. Finalmente, abandonó. Él había ganado. Era mucho mejor coqueteando que ella.

¿Y qué más se le daría bien?

–¿Le apetece otra agua con gas, signorina?

¿Cómo podía conseguir que una pregunta tan sencilla pareciera tan arriesgada?

–Sí, por favor.

Callie deseaba conocer más cosas sobre él. ¿Qué había de malo en ello? No todos los días se presentaban oportunidades así. No estaba preparada para marcharse todavía. Y ¿por qué debía ser ella la que se marchara?

Marco rellenó su vaso y Luca se lo entregó. Ella suspiró cuando sus dedos se tocaron. Él era como un artefacto incendiario para sus sentidos. Mirando a través del espejo que estaba detrás de la barra, miró a los otros hombres de la sala. Ninguno era comparable con Luca. Todos parecían hombres decentes vestidos con traje de negocios. Ninguno iba con unos vaqueros ceñidos y una camisa blanca con el cuello desabrochado, dejando al descubierto su vello varonil. Al ver que Luca la miraba a través del espejo, Callie se sobresaltó.

–¿Lo estás asimilando todo? –le sugirió él.

No podía estar interesado en ella. No tenía mucho sentido, con la de mujeres atractivas que había en el bar. ¿Se habría enterado de que había ganado dinero? Aunque no parecía un hombre necesitado, y Marco, el camarero, parecía conocerlo. Después de haber sobrevivido a su padre, ella no tenía intención de enamorarse de un hombre apuesto solo porque fuera encantador.

¿Enamorarse?

–Estás frunciendo el ceño, signorina –murmuró Luca, con un tono que provocó que se le erizara el vello de la nuca–. ¿Espero que no sea yo el motivo de tu preocupación?

–Para nada –contestó ella, al mismo tiempo que él la miró fijamente y la hizo estremecer.

Luca solo le preocupaba en un aspecto. Era un buen seductor y ella debía darle las gracias por la bebida y marcharse.

–¿Te apetece un fruto seco? –preguntó ella en cambio. Luca sonrió y arqueó una ceja–. Antes de que me los coma todos –añadió Callie, en un tono que indicaba que no bromeara con ella.

–Sería más fácil y mucho más sabroso que vinieras a cenar conmigo –dijo él, ladeando el rostro.

Ni pensarlo. Eso suponía correr un peligro.

–¿Cenamos? –insistió Luca–. ¿O pedimos más frutos secos?

Ella lo miró avergonzada al ver que el plato estaba casi vacío y se quedó boquiabierta cuando Luca le agarró la mano. Nunca había sentido tanta conexión con otra persona. Al darse cuenta de que él solo la había tocado para sujetarle la mano y volcarle el contenido del plato sobre la palma, se sintió avergonzada.

–Disfruta de la cena, signorina –dijo él, y se enderezó.

–¿Dónde vas?

–¿Vas a echarme de menos?

–Solo si se me acaban los frutos secos.

Luca soltó una carcajada que provocó que a ella se le acelerara el corazón.

–Podrías venir conmigo.

–No, gracias –sonrió, consciente de que estaba haciendo lo correcto. Luca era como un imán que la atraía con fuerza. Y a ella empezaba a gustarle demasiado eso de coquetear–. No permitas que te retrase la cena.

–He elegido quedarme un poco más.

Su manera de hablar hizo que se le acelerara el corazón. La manera de mirarla, que todo su cuerpo reaccionara. Su acento italiano, su voz grave y el atractivo de su cuerpo la habían hipnotizado.

–¿Signorina?

Él estaba esperando su decisión.

–Disfruta de la cena –ella quería irse con él. Quería ser una chica mala por una vez en la vida. Las chicas malas se divertían más. No obstante, sabía que se arrepentiría de acostarse con él sin conocerlo mejor. Y también, de no acostarse con él y no volver a tener la oportunidad.

–Disfruta de los frutos secos…

Callie no podía creerlo cuando él se marchó. Ya estaba. Todo había terminado. Él no había sugerido que se volvieran a ver y no le había pedido su número de teléfono. Probablemente, era lo mejor. Él esperaba demasiado de ella, mucho más de lo que ella estaba preparada para dar.

Se despidió de Marco y se bajó del taburete. Se sentía impaciente cuando salió del bar. No podía echar de menos a un hombre que no conocía. Se encontraría mejor cuando estuviera en su habitación. Quizá esa noche se había puesto elegante, pero seguía siendo Callie la del barrio. Aunque no por mucho tiempo, decidió cuando llegó a su habitación. No podía quedarse en el hotel, debía hacer algo. Salir, conocer la verdadera Italia. Ese viaje se suponía que iba a ser una aventura. Ella no estaba anclada al pasado, ni asustada por el futuro. «Que llegue mañana», pensó mientras se metía en la cama.

 

 

Nada más llegar al palazzo, Luca llamó a Marco.

–¿Quién es esa mujer?

–¿La signorina Callista Smith? Se aloja sola en el hotel, si es lo que me preguntas, amigo.

–¿Soy tan transparente?

Marco soltó una carcajada.

–Sí.

–¿Sabes algo más sobre ella?

–Solo que viene del norte de Inglaterra y que su padre falleció hace poco, así que, para Callie esta es una experiencia de inicio de nueva vida. Eso es lo que me contó mientras charlábamos. Y es todo lo que sé acerca de ella.

–Muy bien. Explica muchas cosas, aunque algo suponía.

–¿Y? –preguntó Marco.

–Y no es asunto tuyo –le dijo Luca a su amigo–. ¿Mañana por la noche te veré en la finca para la celebración?

–El inicio de la temporada de la recolecta de limones. No me la perdería por nada del mundo, pero ¿puedes permitírtelo? Pensaba que Max estaba provocando la inestabilidad en Fabrizio.

–He puesto métodos de control para mantener a Max a raya.

–¿Controles económicos?

–Exacto –dijo Luca. Max recibía una generosa paga mientras su padre ocupaba el trono. A Max nunca le había gustado trabajar y como no tenía otra fuente de ingreso le había pedido a Luca que lo mantuviera.

–Y antes de que me lo preguntes –añadió Marco–, la signorina Smith se quedará en el hotel unos días más.

–¿Has investigado sobre ella?

Marco se rio.

–¿Te importa? Pareces suspicaz.

Él se sorprendió al ver que sí le importaba.

–Retírate, Marco.

–Eso parece una advertencia.

–Puede que haya descubierto que tengo conciencia –sugirió Luca–. Es inocente y está sola, y tú no tienes ninguna de las dos características.

–¿Ya te sientes responsable por ella? –Marco añadió–. Esto parece algo serio.

–Soy una persona que se preocupa por los demás –comentó Luca.

–Haré lo que pides –contesto Marco–. Y observaré con interés a ver cuánto dura tu preocupación acerca de la inocencia de la signorina Smith.

Luca le dijo a Marco lo que podía hacer con su interés por Callista Smith, le recordó lo de la fiesta y cortó la llamada.

¿Qué estaba haciendo? Era un hombre que tenía que cuidar de un país y que lidiar con un hermano que estaba prácticamente fuera de control. Y además tenía que encontrar una esposa que le diera un heredero para continuar con la dinastía. No debería perder el tiempo en plantearse tener una aventura, y no lo habría hecho si no hubiera encontrado tan atractiva a la señorita Smith. Tenía que recordarse que ella era una mujer ingenua con toda una vida por delante y mucho que aprender. Sería mejor si no volvieran a verse. Ella debía aprender acerca del sexo y de las realidades de la vida con un hombre que pudiera dedicarle tiempo.

«No permitas que me encuentre con ese hombre», pensó Luca mientras se acomodaba en el asiento de su deportivo rojo favorito. Lo mataría. ¡No! No tenía tiempo para perder en una aventura con una mujer que, aunque le hubiera interesado esa noche, lo aburriría enseguida, en cuanto le demostrara que era tan superficial como las demás.

Apretando el acelerador, se dirigió a la ciudad sin dejar de pensar en Callista Smith. Su plan era cenar en su restaurante favorito. Ella debería haberlo acompañado.

–Hola, Luca… ¿Vienes solo esta noche? –le preguntó el propietario del restaurante. Lo conocía desde que era un niño, y salió de la cocina para darle un fuerte abrazo.

–Por desgracia, sí, pero no te preocupes que puedo comer tanto como si fuéramos dos.

–Siempre has tenido buen apetito.

«Cierto», pensó Luca, mientras miraba a las mujeres que estaban en las mesas. Todas lo miraban con provocación, pero ninguna consiguió llamar su atención. No como Callista Smith.

 

 

Callie estaba segura de que era la persona más desagradecida del mundo. Estaba en el lugar más bonito que hubiera imaginado jamás, hacía sol y estaba en un hotel maravilloso, sin embargo, sentía que algo faltaba. ¿Y cómo podía ser? Si estaba tumbada en una cama con sábanas blancas y olor a lavanda y llevaba un camisón de algodón y encaje que se había comprado para el viaje de su vida.

«Si el dinero no me hace feliz, ¿qué más puedo hacer?»

Bueno, se había gastado la mayor parte del dinero en alojarse en ese hotel, así que no tendría que preocuparse por qué hacer con el dinero durante mucho más tiempo. Salió de la cama, abrió la ventana, y se quedó sin respiración al ver las maravillosas vistas. Los acantilados blancos caían hasta las playas de aguas cristalinas. Cerró los ojos y respiró hondo. El aroma de las flores y del pan recién hecho, provocaron que respirara hondo una vez más.

¿Por qué no le bastaba con aquello?

Se sentía sola. Echaba de menos a los Brown. Y a sus compañeros de trabajo. Quizá no había sido muy divertido estar en casa con su padre borracho la mayor parte del tiempo, pero los Brown compensaban aquella situación y cuidar de su padre se había convertido en su rutina. Todavía se ponía triste si pensaba en él y en cómo había desperdiciado su vida. Podía haber conseguido mucho más, pero había elegido dedicarse al juego y a la bebida, confiando en sus amigos poco recomendables, en lugar de en su hija Callie, o en los Brown.

No tenía sentido lamentarse. Estaba decidida a seguir con su vida, y debía tomar decisiones. No iba a quedarse en el hotel sin hacer nada durante el resto del día. Tampoco iba a monopolizar a Marco y correr el riesgo de encontrarse de nuevo con aquel hombre de sonrisa devastadora. Luca no era de su círculo, pertenecía a los cuentos de hadas. Ella había tratado de pensar en un actor o un famoso que lo superara, pero no había conseguido ninguno. Le gustaba tanto, que se sentía asustada. No podía ser normal. No era posible que no pudiera dejar de pensar en él, imaginando que la abrazaba y la besaba… que sus cuerpos se rozaban… ¡Era ridículo! Se retiró de la ventana. Podía fantasear con Luca todo lo que quisiera, y lo había hecho la mayor parte de la noche, pero era lo bastante sensata como para mantenerse alejada.

–Servicio de habitaciones…

Ella se volvió y corrió a abrir la puerta.

–Siento haberme retrasado tanto. He dormido mucho.

–Puedo volver más tarde –preguntó la camarera.

–No. Por favor –repuso Callie–. Hablas muy bien inglés. ¿Puedo preguntarte una cosa?

–Por supuesto. Me llamo María. Si puedo ayudarla, lo haré encantada.

María no era mucho mayor que Callie.

–Si quisieras trabajar al aire libre, María… Donde yo vivo no hace mucho sol –le explicó Callie–. ¿Dónde buscarías trabajo?

–Ah, eso es fácil. Estamos en el comienzo de la temporada de la recogida de limones y se necesita mucha mano de obra temporal. En las afueras hay una gran finca que pertenece al príncipe. Siempre contratan gente en esta época.

– ¿La finca del príncipe? Suena muy bien.

–Es muy amable –le aseguró María–. Debe serlo, porque la gente va año tras año.

–¿Crees que podría conseguir un trabajo allí?

–¿Por qué no? –María frunció el ceño–. Pero ¿Por qué quiere trabajar recolectando limones?

Callie comprendía que a María debía resultarle extraño que estuviera en un hotel de cinco estrellas y quisiera trabajar en el campo.

–Necesito un cambio –admitió–. Y me encantaría trabajar al aire libre.

–Lo comprendo –convino María–. Si fuera usted, hoy iría a la finca. Así no se perderá la fiesta.

–¿La fiesta?

–Siempre celebran una fiesta al principio de la temporada –le explicó María–. Igual que al final. Aparte de exportar limones al resto del mundo, en la finca del príncipe también fabrican el licor Limoncello, y sus fiestas son siempre las mejores.

–¿Es muy mayor?

–¿El príncipe? –María soltó una risita–. Es el hombre más atractivo que hay.

Que hubiera dos de los hombres más atractivos en la misma ciudad, parecía imposible, pero puesto que ella no iba a encontrarse con el príncipe y estaba decidida a evitar a Luca, podía estar tranquila.

–Te agradezco muchísimo esta información –le dijo a María.

–Si necesita algo más, Signorina…

–Llámame Callie. Nunca se sabe cuándo nos volveremos a encontrar.

–Quizá en las huertas de limones –sugirió María.

–En las huertas –convino Callie, entusiasmada con la idea de trabajar en las huertas que había visto en las fotografías.

Estaba nerviosa y no podía esperar a embarcarse en su nuevo plan. Dejaría de ser Callie, la del barrio, y pasaría a ser Callie, la del limonar, algo que sonaba muchísimo mejor.