E-Pack HQN Susan Mallery 3 - Susan Mallery - E-Book

E-Pack HQN Susan Mallery 3 E-Book

Susan Mallery

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Beschreibung

Pack 231 La caricia de un beso Enamorarse de Justice Garrett fue algo increíble para la adolescente Patience McGraw. Incluso después de que hubiera desaparecido, Patience nunca había olvidado al chico que le había robado el corazón. Ahora Justice había vuelto a Fool's Gold, y la pasión que sentía por él era más fuerte que nunca. Pero ¿cómo podía confiar en que no fuera a abandonarla otra vez… y también a su hija? Dos almas gemelas Felicia Swift no imaginaba que volvería a oír una voz de su pasado, grave y sensual, en el pueblecito de Fool's Gold, California. La última vez que Gideon Boylan le había susurrado al oído había sido al otro lado del mundo, después de la noche más apasionada de su vida. Su prodigiosa inteligencia había limitado las posibilidades de Felicia de hacer amigos y encontrar el amor. Había llegado a Fool's Gold buscando una vida normal, pero Gideon, tan guapo y misterioso, era cualquier cosa menos normal. Este libro es maravilloso, la historia es muy bonita de principio a fin. Lo que más me ha gustado es la evolución de los personajes principales de una etapa de su vida a otra, la autora lo redacta muy bien y el lector lo puede apreciar perfectamente. La ambientación es increíble, dramática y romántica al mismo tiempo, va muy acorde con los diálogos de los personajes. El final me encantó, derramé alguna lágrima que otra porque fue muy bonito, te deja muy buen sabor de boca. Impresionante libro. LeerLibrosOnline La parte final de la historia es la más emotiva de la novela. Es una historia muy tierna, sencilla, divertida, con unos personajes agradables en un pueblo tan acogedor como exasperante. Cazadores del Romance Es una historia preciosa, con unos protagonistas geniales, algún que otro giro inesperado, pasión y ternura. Me gusta cómo está planteada la historia de amor y cómo se desarrolla toda la trama. Cazadoras del Romance

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www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

© 2021 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

E-pack HQN Susan Mallery 3, n.º 231 - enero 2021

I.S.B.N.: 978-84-1375-645-5

Índice

La caricia de un beso

Nota de los editores

Prólogo

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Capítulo 16

Capítulo 17

Capítulo 18

Capítulo 19

Capítulo 20

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Dos almas gemelas

Dedicatoria

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Capítulo 16

Capítulo 17

Capítulo 18

Capítulo 19

Capítulo 20

Publicidad

De la pluma de la excepcional narradora Susan Mallery nos llega La caricia de un beso, una historia sobre primeros amores que nunca se olvidan, ambientada en un pequeño pueblo de California donde el sentido de comunidad fomenta el amor y la amistad.

Nuestros protagonistas, Patience y Justice, piensan que un beso no los comprometía, ni tampoco otro más... ni siquiera una noche juntos. Pero acabarán aprendiendo que enamorarse se escapa al control de cualquiera.

Mallery desarrolla magistralmente a sus personajes con una prosa ingeniosa y provocativa, y unos ágiles y divertidos diálogos que estamos seguros harán las delicias de nuestros lectores. Por eso no queremos pasar la oportunidad de recomendar esta novela.

Los editores

Prólogo

Quince años atrás...

Patience McGraw no podía respirar. Se puso la mano en el pecho preguntándose si era posible sufrir un infarto y morir de miedo... o tal vez de ilusión. Tenía un nudo en la garganta, las ideas se le agolpaban en la cabeza y ahí estaba, posiblemente en el día más importante de su vida y sin poder respirar. ¡Qué patético!

—La nieve se está derritiendo —dijo Justice señalando hacia las montañas al este del pueblo.

Patience alzó la mirada y asintió.

—Está subiendo la temperatura.

«¿Está subiendo la temperatura?». Contuvo un gruñido. ¿Pero por qué tenía que parecer tan estúpida? ¿Por qué tenía que estar tan nerviosa? Estaba con Justice, su mejor amigo desde que él se había mudado a Fool’s Gold a comienzos de octubre del año anterior. Se habían conocido en la cafetería del instituto cuando ambos habían ido a echar mano de la última magdalena. Él le había dejado quedársela y ella se había ofrecido a compartirla, suponiendo que, al ser mayor, se negaría, pero al contrario, Justice le había sonreído y así se habían convertido en grandes amigos.

Lo conocía. Salían juntos después de clase, echaban partidas de vídeo juegos e iban al cine. Se divertían. Era fácil estar con él, o lo había sido hasta hacía unas semanas, cuando de pronto lo había mirado a esos ojos de un azul intenso y había sentido algo que no había experimentado jamás.

Su madre le había asegurado que era normal. Patience tenía catorce años y Justice dieciséis, de modo que no era muy probable que siguieran siendo amigos para siempre. Sin embargo, Patience no estaba segura de que le gustara ese cambio. Antes no había tenido que pensar en todo lo que decía ni preocuparse por qué ropa se ponía o por cómo le había quedado el pelo, y ahora siempre le estaba dando vueltas a todo y eso complicaba mucho las cosas cuando quedaba con él.

Después de dos meses de pensarse mucho cada palabra que decía y cada cosa que hacía, se había cansado. ¡Iba a contarle la verdad a Justice! Iba a decirle que le gustaba, que quería ser algo más que su mejor amiga. Y si él le correspondía, pues entonces... no sabía qué pasaría, pero estaba segura de que sería maravilloso. Y si Justice no sentía lo mismo, entonces probablemente su corazón roto la mataría.

Paseaban por una tranquila calle residencial de Fool’s Gold. El pequeño pueblo estaba ubicado al pie de las montañas de Sierra Nevada. Ahora que la primavera estaba dejando de lado al invierno había capullos en los árboles y los primeros narcisos y tulipanes de la temporada se mecían con la brisa de la tarde. Y nada de eso tenía que ver con el hecho de que estuviera seriamente asustada. Porque mientras que hablar sobre morir por un corazón roto era muy de Orgullo y prejuicio, el libro y la película favoritos de su madre, podía ser doloroso y algo asqueroso.

Pero tenía que averiguarlo. Tenía que dejar de preguntárselo. Tenía que decírselo y acabar de una vez con el asunto. En dos semanas se celebraría un baile en el instituto y quería ir con Justice.

Estaba segura de que a él no le gustaba nadie porque, aunque era dos años mayor, no salía con ninguna chica y siempre almorzaban juntos. Por otro lado, tampoco podía decirse que hubiera intentado besarla ni nada por el estilo. Ella no estaba segura de qué pensar sobre el tema de los besos, pero sabía que si algún chico tenía que besarla quería que ese chico fuera Justice. Oh, ¿por qué le dolía tanto el estómago?

—¿Patience?

Ella se sobresaltó.

—¿Qué?

—¿Estás bien?

Patience se detuvo y se llevó los libros contra el pecho.

—Muy bien. ¿Por qué lo preguntas?

—Estás muy callada. ¿Pasa algo?

«Qué ojos más bonitos tiene», pensó. Azules oscuros, oscuros, y con unas arruguitas que le salían alrededor cuando se reía, lo cual no sucedía muy a menudo. Por otro lado, tenía una sonrisa preciosa. Era demasiado delgado, como si hubiera crecido demasiado deprisa, pero también era muy mono. Y muy dulce con ella.

—Justice, tengo que preguntarte algo.

Él asintió y esperó. La miró.

—Claro, dime.

Patience abrió la boca y la cerró al instante. Se quedó sin palabras al perderse en el miedo, en el pánico y...

—¡Ey, Justice!

Ambos se giraron y vieron a Ford Hendrix cruzando la calle hacia ellos. Tanto aliviada como frustrada por la interrupción, soltó el aire que había estado conteniendo.

Ford tenía cinco hermanos. Era moreno y con los ojos oscuros. Todas las chicas decían que estaba como un tren, pero ella solo tenía ojos para Justice.

—¿Te puedes creer lo de ese examen de Historia? —preguntó Ford. Justice y él eran de la misma edad y tenían muchas clases juntos—. Hola, Patience.

—Hola.

Y así, juntos los tres, echaron a andar hacia casa. ¡Había perdido la oportunidad!

—Tío, ¿por qué tenemos que saber esas cosas? La Primera Guerra Mundial pasó hace cientos de años o así. Esa pregunta de la redacción...

—Ha sido brutal —terminó Justice por él.

Patience lo miró y vio que estaba observándola como preguntándose qué le pasaba. Tragó saliva al darse cuenta de que él podría preguntarle de qué había querido hablar, pero estaba claro que no podía decir nada delante de Ford. No, por muy majo que fuera ese chico.

—Yo... eh... tengo que irme a casa. Voy a atajar por aquí. Hasta mañana.

—Patience, espera.

Pero lo ignoró y salió corriendo metiéndose por detrás de una casa y cruzando el patio trasero.

A la mañana siguiente, Patience estaba decidida a no esperar ni un segundo más para contarle la verdad a Justice. Había pasado una noche terrible dando vueltas y con náuseas y no podía seguir así. Sería valiente. Sería sincera. Y si las cosas salían muy mal, estaba segura de que su madre la ayudaría.

Como cada mañana desde hacía meses, salió de su casa para ir hacia la de Justice. Él vivía un par de manzanas más cerca del pueblo, así que le pillaba de paso. Al bajar por la acera, vio la pequeña casa de dos dormitorios que compartía con su tío. Normalmente cuando llegaba, Justice ya estaba esperándola sentado en los escalones del porche, pero esa mañana no estaba ahí.

¿Lo sabría? ¿Se habría imaginado qué iba a decirle? ¿Estaría molesto? ¿La consideraba una pirada y estaba tan avergonzado que no quería ni hablar con ella?

Subió los escalones movida por el nerviosismo. Si era algo malo, quería oírlo rápido; él debería decirle la verdad para no darle esperanzas. Después se le partiría el corazón y con el tiempo se recuperaría y...

Se detuvo en el porche al darse cuenta de que la puerta estaba parcialmente abierta, como si alguien se hubiera marchado apresuradamente. Frunció el ceño y dio un paso adelante.

—¿Justice? ¿Estás bien?

Llamó una vez y la puerta se abrió.

Había estado en esa casa montones de veces. Había un salón con un diminuto comedor y una cocina al otro lado. Tenía dos dormitorios y un baño al fondo. Recordaba que había un sofá, un par de sillas y una mesita de café.

Pero allí ya no quedaba nada de eso. El salón estaba vacío, igual que el comedor. No había nada. Ni un cojín, ni una caja o un trozo de papel. Era como si allí nunca hubiera vivido nadie.

Lentamente recorrió la casa y su fuerte respiración fue lo único que se oyó en el silencio del lugar. No lo entendía. ¿Cómo podía haber desaparecido todo?

La cocina estaba tan vacía como el resto. Los armarios estaban abiertos y los estantes vacíos, igual que la pila y los cajones. En el dormitorio de Justice no había ni rastro de que hubiera estado allí alguna vez.

Volvió al salón y parpadeó para librarse de las repentinas lágrimas que la asaltaron. Dio una vuelta sobre sí misma cada vez más asustada.

No podía ser, la gente no desaparecía en mitad de la noche sin más. Algo había pasado. Algo malo.

Salió corriendo hacia la puerta principal y volvió a casa. Entró por la puerta trasera y llamó a su madre a gritos.

—¡Justice no está! ¡No están ni él, ni su tío, ni todas sus cosas!

Su madre entró corriendo en el salón.

—¿De qué estás hablando?

Le contó lo sucedido. Ava agarró una chaqueta, la siguió hasta la puerta trasera y diez minutos después estaba viendo el interior de la casa vacío. Quince minutos más y la policía había llegado.

Patience presenció todo el movimiento y escuchó la conversación. Nadie sabía lo que había pasado. Nadie había oído ni visto nada, pero todos coincidieron en que era muy extraño. Justice y su tío habían desaparecido. Era como si nunca hubieran estado allí.

Capítulo 1

—Recórtame las cejas —dijo Alfred agitando sus blancas y pobladas cejas al hablar—. Quiero estar atractivo.

Patience McGraw contuvo la sonrisa.

—¿Tienes planeada una gran noche con tu señora?

—Y tanto.

Un concepto que resultaría romántico si Alfred y su encantadora esposa tuvieran menos de... pongamos... noventa y cinco. Patience tuvo que contenerse para no decirle que a su edad debían tener cuidado; suponía que la lección más importante que podía sacar era que el amor verdadero y la pasión podían durar toda una vida.

—Estoy celosa —le dijo mientras le recortaba las cejas.

—Elegiste a un hombre pésimo —le contestó Albert encogiéndose de hombros—. Con perdón.

—No puedo quejarme porque me digas la verdad —dijo Patience, preguntándose cómo sería vivir en una ciudad más grande donde nadie supiera cada detalle de tu vida personal. Pero había nacido en Fool’s Gold y había crecido con la idea de que entre amigos y vecinos pocos secretos podía haber.

Lo cual significaba que todo el pueblo sabía que se había quedado embarazada con dieciocho años y que «ese hombre pésimo», que era el padre de su hija, las había abandonado menos de un año después.

—Ya encontrarás a alguien —le dijo Alfred dándole una palmadita en el brazo—. Una chica tan bonita como tú debería tenerlos haciendo cola —le guiñó un ojo.

Pero a pesar de sus cumplidos, resultaba que estaba increíblemente libre de hombres. Por un lado, no es que en Fool’s Gold hubiera mucho donde elegir y, por otro, como madre divorciada, tenía que tener mucho cuidado. Además, estaba el hecho de que a la mayoría de los hombres que conocía no les apetecía tener que cargar con los hijos de otros.

Mientras Patience elegía las tijeras adecuadas para librarse de un par de pelillos rebeldes, no dejaba de decirse que estaba muy a gusto con su vida. Si le dieran a elegir, preferiría poder abrir su propio negocio antes que enamorarse. Pero de vez en cuando se veía anhelando a alguien en quien apoyarse; un hombre al que amar, un hombre que estuviera a su lado.

Dio un paso atrás y observó el reflejo de Albert.

—Estás más guapo todavía que antes —le dijo soltando las tijeras y quitándole la capa.

—Cuesta creerlo —contestó Albert con una sonrisa.

Ella se rio.

—¿Patience?

Se giró sin reconocer la voz que la había llamado. En la puerta del establecimiento había un hombre.

Su mente se percató de varias cosas a la vez. Albert era su último cliente del día. Si ese hombre estaba de paso por allí, no podía saber su nombre. Era alto, con el pelo rubio oscuro y los ojos de un azul intenso. Tenía los hombros anchos y un rostro que bien podía aparecer en una pantalla de cine. Sí, muy guapo, pero no tenía ni idea de quién era...

Al instante, y cuando lo vio avanzar hacia ella, la capa se le cayó de las manos. Era más alto y mucho más musculoso, pero sus ojos... eran exactamente los mismos. ¡Hasta le salieron unas arruguitas cuando le sonrió!

—Hola, Patience.

De pronto, volvía a tener catorce años y estaba en aquella casa vacía, más asustada que en toda su vida. No habían obtenido respuestas, no desde aquel día, ni ninguna solución al misterio. Solo preguntas y la agobiante sensación de que algo terrible había sucedido.

—¿Justice? —preguntó con voz débil—. ¿Justice?

El hombre se encogió de hombros y ese gesto tan familiar le bastó para echar a correr. Se abalanzó sobre él, decidida a no dejarlo escapar en esta ocasión.

Él la abrazó casi con la misma fuerza con la que ella se aferraba a él. Estaba ahí, era real. Patience apoyó la cabeza en su hombro e inhaló su aroma. Un aroma masculino a limpio que no tenía nada que ver con el aroma del chico que recordaba. No podía estar pasando, pensó aún aturdida. Era imposible que Justice hubiera vuelto.

Y, sin embargo, ahí estaba. Pero ese hombre era muy distinto de aquel chico y enseguida la situación se volvió algo incómoda. Se apartó y se apoyó las manos en las caderas.

—¿Qué te pasó? ¡Me dejaste! ¿Adónde demonios fuiste? Estaba aterrada. Todo el pueblo estaba preocupado. Llamé a la policía.

Él miró a su alrededor y Patience no tuvo que seguirle la mirada para saber que eran el centro de atención. Ella estaba acostumbrada, pero Justice podía encontrarlo algo embarazoso.

—¿Cuándo puedes tomarte un descanso?

—En cinco minutos. Alfred es mi último cliente del día.

—Te esperaré fuera.

Se marchó antes de que pudiera detenerlo y lo hizo moviéndose con una combinación de determinación y energía. En cuanto la puerta se cerró tras él, las demás peluqueras y la mitad de las clientas se acercaron.

—¿Quién es? —preguntó Julia, su jefa—. ¡Qué hombre más guapo!

—Ya lo he visto antes por el pueblo —añadió otra mujer—. Con esa bailarina. Era su guardaespaldas.

—¿Se ha mudado aquí?

—¿Es un antiguo novio?

Alfred carraspeó antes de decir:

—Tranquilas, señoras. Dejadle a Patience algo de espacio para respirar.

Patience le sonrió con gesto de gratitud. Él le pagó el corte de pelo y le dio cincuenta centavos de propina. «No me voy a hacer rica trabajando aquí», pensó al acompañar al anciano hasta la puerta y darle un beso en la mejilla.

Después, fue a ordenar su puesto de trabajo bajo la atenta mirada de Julia.

—¿Nos darás detalles mañana?

—Por supuesto.

Compartir lo que a uno le pasaba formaba parte de la cultura de Fool’s Gold, tanto como presentarte en una casa con una cacerola de comida recién hecha cuando se producía algún nacimiento, una muerte o una enfermedad grave. Por mucho que no quisiera revelar cada detalle de su inminente encuentro con un hombre de su pasado, sabía que esa decisión no estaba en sus manos.

Paró brevemente en el lavabo para asegurarse de que no tenía manchada la camiseta negra, se soltó su larga melena castaña de la cola de caballo y por un momento se paró a pensar que debería haberse echado las mechas, haber llevado algo de maquillaje y haberse puesto una ropa algo más llamativa ese día. Pero qué más daba. Era como era, y nada, a excepción de una cirugía plástica o un cambio de imagen total, la cambiaría ya.

Se puso un poco de brillo de labios y se estiró la parte delantera de su camiseta de «Chez Julia» una última vez. Dos minutos más tarde, ya tenía el bolso en la mano y estaba saliendo a la calle.

Justice seguía allí, con su más de metro ochenta. Llevaba un traje oscuro, una camisa blanca e impoluta y una corbata gris humo.

—Hace quince años no tenías tanto estilo.

—Gajes del oficio.

—Lo cual me lleva a hacerte la pregunta. ¿A qué te dedicas? Bueno, eso puede esperar —lo miró intentando relacionar a ese hombre con el adolescente al que había conocido y amado. Bueno, vale, tal vez no lo había amado, pero sí que le había gustado mucho. Había sido el primer chico que le había gustado de verdad; había querido decírselo, había querido ser su novia, pero él se había marchado—. ¿Qué pasó?

Él miró a su alrededor.

—¿Puedo invitarte a una taza de café?

—Claro —respondió ella señalando al final de la calle—. Por allí hay un Starbucks.

Comenzaron a bajar la calle. Miles de preguntas se le agolpaban en la mente, aunque no se sentía capaz de formular ni una sola. Tenía curiosidad, pero también vergüenza, una mezcla que no propiciaba una conversación fluida y natural.

—¿Cuánto tiempo llevas...?

—Creía que...

Hablaron al mismo tiempo.

Ella suspiró.

—Hemos perdido el ritmo; qué pena.

—Ya lo recuperaremos —le aseguró—. Dale un poco de tiempo.

Llegaron al Starbucks y él le sujetó la puerta, pero Patience se detuvo antes de entrar.

—¿Has vuelto para siempre? ¿O al menos para un poco?

—Sí.

—¿No desaparecerás en mitad de la noche?

—No.

Ella asintió.

—No sabía qué pensar. Estaba asustadísima.

Él posó esa intensa mirada azul en su cara.

—Lo siento. Sabía que estarías preocupada. Quise decirte algo, pero no pude.

Patience vio a un par de mujeres mayores acercándose y entró corriendo en el local. Al llegar al mostrador, sacó su tarjeta del Starbucks, pero Justice la apartó.

—Yo invito. Es lo menos que puedo hacer después de lo que pasó.

—¡Sí, claro! Con que intentas disculparte y crees que te va a bastar con un café en lugar de invitarme a un solomillo.

Él le sonrió y esa sonrisa le resultó tan familiar que se le encogió el corazón al mismo tiempo que experimentó un cosquilleo muy claro debajo de su vientre. «¡Guau, qué guapo!». Había pasado tanto tiempo que le llevó un segundo reconocer la presencia de la atracción sexual.

«Eres patética», pensó al pedir lo de siempre: su latte de vainilla grande light. Eso era lo más parecido a una cita que había tenido en los últimos cinco o seis años. Estaba claro que necesitaba salir más y, en cuanto tuviera un poco de tiempo libre, se pondría a ello.

—En jarra grande —le dijo Justice a la chica.

Patience puso los ojos en blanco.

—Muy masculino. Ni siquiera me sorprende.

Él le lanzó otra sonrisa.

—No te veo pidiéndote un latte de soja.

—No, pero pagaría por ver tu cara mientras te bebes uno.

—No hay suficiente dinero en el mundo para eso.

Se apartaron para esperar a que preparan su pedido y después lo llevaron a una mesa de una esquina.

—Imagino que querrás sentarte de espaldas a la pared, ¿verdad? —preguntó ella al sentarse.

—¿Y por qué lo dices?

—Alguien me ha dicho que eres guardaespaldas, ¿no?

Estaba frente a ella, con esos hombros tan anchos y ese cuerpo que parecía estar desafiando al espacio que los separaba.

—Trabajo para una empresa que proporciona protección.

Ella dio un trago de café.

—¿No puedes responder que sí, sin más?

—¿Qué?

—La respuesta es «sí». No sería más fácil que decirme que trabajas para una empresa que proporciona protección?

Él se inclinó hacia ella.

—¿Cuando éramos pequeños eras tan fastidiosa?

Ella sonrió.

—He mejorado con la edad —levantó su vaso—. Bienvenido, Justice.

Los ojos marrones de Patience parecían danzar de diversión, tal como él recordaba. Estaba un poco más alta y había desarrollado unas curvas fascinantemente femeninas, pero por lo demás seguía siendo la misma. «Atrevida», pensó. No era una palabra que habría utilizado para referirse a una adolescente, pero sí que encajaba a la perfección ahora. La Patience que recordaba había sido todo carácter y franqueza, y parecía que eso no había cambiado.

Ella miró a su alrededor y suspiró.

—¿Qué habrá? ¿Unos cinco millones como este en todo el país? Necesitamos algo distinto.

—¿No te gusta el Starbucks?

—No —respondió antes de dar otro trago—. Adoro Starbucks, pero ¿no crees que un pueblo como Fool’s Gold debería tener un establecimiento local? Me encantaría abrir mi propia cafetería. Qué tontería, ¿no?

—¿Por qué va a ser una tontería?

—No es un gran sueño. ¿No deberían ser grandes los sueños? ¿Como, por ejemplo, acabar con el hambre en el mundo?

—Tienes derecho a soñar lo que quieras.

Ella lo observó.

—¿Con qué sueñas tú?

Él no era un gran soñador. Quería lo que el resto de la gente no valoraba: la oportunidad de ser como los demás. Pero eso no lo podía tener.

—Acabar con el hambre en el mundo.

Ella se rio, y ese alegre sonido lo hizo retroceder en el tiempo hasta aquella época en la que eran niños. Lo habían obligado a mentir cada segundo del día. Lo habían intentado disuadir de que se hiciera amigos y se relacionara demasiado, pero los había desafiado a todos al decir que Patience era su amiga. Incluso, entonces, había sabido que era distinto, pero, aun así, había querido sentir que ese era su sitio. Ser su amigo había sido lo único «normal» de su vida. La había necesitado para sobrevivir.

Había hecho una elección egoísta y ella había pagado el precio. Cuando había tenido que marcharse, ni siquiera había podido decirle por qué, y más adelante había sabido que ponerse en contacto con ella la introduciría en su mundo y la apreciaba demasiado como para hacerle eso.

Pero entonces, ¿cuál era su excusa ahora? Mientras la miraba a los ojos sabía que de nuevo había optado por lo que quería en lugar de lo que era correcto para ella. Sin embargo, no había podido resistirse a la llamada de su pasado. Tal vez, en el fondo, había estado esperando que no fuera tan maravillosa como la recordaba y ahora tenía que lidiar con el hecho de que era aún mejor.

Patience se inclinó hacia él.

—Has estado fuera demasiado tiempo, Justice. ¿Qué ha pasado todos estos años? Primero estabas ahí y al segundo habías desaparecido.

Aún llevaba el pelo largo y él podía recordar esas suaves ondas y cómo se le había agitado el cabello al caminar. Muy sexy.

Por entonces, había sido demasiado mayor para ella. Al menos, eso se había dicho cada vez que se había visto tentado a besarla. Un chico de dieciocho años haciéndose pasar por uno de dieciséis para engañar al hombre que quería verlo muerto.

—Estaba en el programa de protección de testigos.

Ella abrió los ojos de par en par y se quedó boquiabierta.

Justice esperó a que asimilara esas palabras y se tomó un momento para mirar el dibujo de una peluquera que tenía en la parte delantera de su camiseta de «Chez Julia». La muñeca dibujada estaba empuñando unas tijeras con actitud muy cómica.

—¿Estás de broma? ¿En serio? ¿Aquí?

—¿Y dónde mejor que en Fool’s Gold?

—No puede ser verdad. Parece cosa de película.

—Fue real —dio un trago de café y pensó en su pasado.

Rara vez hablaba del tema y ni siquiera sus amigos más íntimos estaban al tanto de los detalles.

—Mi padre era un criminal reincidente —dijo lentamente—. Un hombre que se creía que el mundo le debía algo. Iba de crimen en crimen. Si hubiera puesto la mitad de esfuerzo en tener un trabajo estable, podría haber hecho una fortuna, pero eso a él no le iba.

Patience seguía con los ojos de par en par mientras sostenía su taza.

—Por favor, no me hagas llorar con tu historia.

Él levantó un hombro.

—Haré lo que pueda por ceñirme a los hechos.

—¿Porque eso no me hará llorar? —respiró hondo y añadió—: De acuerdo, así que fue un mal padre. ¿Y después qué?

—Cuando tenía diecisiete años, él y un par de colegas atracaron un supermercado. El dueño y un cajero murieron y fue mi padre el que apretó el gatillo. La policía pilló a sus amigos y ellos delataron a mi padre. Bart. Se llamaba Bart Hanson —al nacer, a él le habían puesto el nombre de Bart Hanson Junior, pero lo había rechazado hacía años y se lo había cambiado legalmente. No había querido nada que hubiera pertenecido a su padre—. Los SWAT fueron a buscarlo, pero mi padre no tenía intención de entregarse sin luchar. Lo había planeado todo y tenía pensado cargarse a tantos polis como pudiera. Yo descubrí lo que iba a hacer y salté sobre su espalda. Lo distraje lo suficiente para que la policía pudiera atraparlo y no le hizo ninguna gracia.

Bueno... eso era decir poco. En realidad, su padre lo había maldecido, había jurado que lo castigaría costara lo que costara. Y todo aquel que había conocido a Bart Hanson sabía que era más que capaz de asesinar a su único hijo.

—Es horrible. ¿Y dónde estaba tu madre?

—Había muerto años antes. Un accidente de coche.

No se molestó en mencionar que le habían cortado los frenos del coche. Las autoridades locales habían sospechado de Bart, pero no habían conseguido pruebas suficientes para poder condenarlo.

—Cuando testifiqué contra mi padre, su rabia se volvió en ira. Y justo después de que lo condenaran, se escapó de la cárcel y fue a por mí. Me metieron en el programa de protección de testigos y me trajeron aquí. Y ahí es cuando nos conocimos.

Ella sacudió la cabeza.

—Es increíble y aterrador. No me puedo creer que hayas pasado por todo eso. Nunca dijiste... —se detuvo y lo miró—. ¿Diecisiete? ¿Tenías diecisiete años? Creía que tenías quince cuando llegaste aquí. Celebramos tu cumpleaños cuando cumpliste dieciséis.

—Mentí.

—¿Sobre tu edad?

—Formaba parte del programa. Era dos años mayor de lo que pensabas. Y sigo siéndolo.

Pudo ver que a ella no le hizo gracia el chiste.

—Yo tenía catorce.

—Lo sé. Por eso nunca... —agarró su café—. Bueno, el caso es que vieron a mi padre por la zona. En aquel momento, yo estaba viviendo con un federal del programa de protección e inmediatamente decidieron sacarme del pueblo. Quería decírtelo, Patience, pero no pude. Pasó mucho tiempo hasta que detuvieron a mi padre y lo encerraron, y, después, ya no estaba seguro de que fueras a acordarte de mí.

O de que debiera ponerse en contacto con ella. Incluso ahora, mientras le contaba la versión saneada de su pasado, veía que estaba siendo demasiado para ella. Parecía impactada. Él mismo lo había vivido y aún le costaba creer lo sucedido.

—¿Y qué pasó con tu padre? ¿Aún sigue entre rejas?

—Está muerto. Murió en un incendio en la cárcel.

«Murió y quedó irreconocible», pensó. Lo habían identificado mediante informes dentales. Pero Justice no sentía nada por ese hombre, lo único que sintió cuando murió fue alivio.

Y la pregunta sobre cuánto había de su padre en él no era algo que quisiera discutir con ella. Patience no formaba parte de todo eso; era la luz para su oscuridad y no quería que eso cambiara.

—La cabeza me da vueltas —admitió Patience y soltó el café—. ¿Sabes qué es lo más retorcido? Que lo que más me sorprende es que tuvieras dieciocho años cuando yo creía que tenías dieciséis; me sorprende más que el hecho de que estuvieras en un programa de protección de testigos porque tu padre te quería ver muerto. Creo que eso significa que algo no me funciona bien y me disculpo por ello.

Él le sonrió.

—Al menos tienes prioridades.

Se quedó observándolo un segundo y después agachó la cabeza.

—No puedo imaginarme todo por lo que has pasado. ¡Y yo aquí compadeciéndome de mí misma porque estaba loquita por ti! Quería contártelo. Es más, iba a contártelo aquel día, pero apareció Ford.

Él se dijo que esa información era interesante, aunque no importante. Aun así, sintió cierta satisfacción seguida rápidamente por una sensación de pérdida. A menudo se había preguntado qué habría pasado si hubiera sido un chico normal que vivía en Fool’s Gold, pero, por desgracia, nunca había tenido tan buena suerte.

Sabía que si fuera un tipo medianamente decente, se marcharía de inmediato. Que un hombre como él no tenía cabida en su vida. Pero no podía marcharse, al igual que no había sido capaz de olvidar.

—Recuerdo aquel día —admitió—. Actuabas como si estuvieras pensando en algo.

—Y así era. Pensaba en ti. Con catorce años, mi corazón de chiquilla temblaba cada vez que estabas cerca.

Le gustó cómo sonó eso.

—Qué mal, ¿eh?

Ella asintió.

—Me daba esperanzas que no parecieras interesado en nadie, pero me preocupaba que solo me vieras como amiga. Estaba decidida a contarte la verdad, aunque también estaba aterrorizada. ¿Y si yo no te gustaba?

—Sí que me gustabas. Pero era demasiado mayor para ti.

—Eso lo veo ahora –sonrió—. Dieciocho. ¿Cómo puede ser? Estoy totalmente alucinada. Me recuperaré, pero necesitaré un momento —su sonrisa se desvaneció—. Justice, cuando te marchaste... Bueno, todos te echamos de menos y nos preocupamos por ti.

Él alargó la mano por encima de la mesa y le acarició el dorso de la mano.

—Lo sé. Y lo siento.

—Fue como si nunca hubieras estado allí. Solía pasar por tu casa esperando que aparecieras tan misteriosamente como te marchaste.

Y él, por su parte, había esperado que ella lo hiciera. A menudo había pensado en Patience, se había preguntado si se acordaría de él. En algunos momentos, pensar en ella había sido lo que le había ayudado a seguir adelante.

—¿De verdad estuviste aquí el otoño pasado?

—Un poco. Tenía una clienta.

—Dominique Guérin. Lo sé. Soy amiga de su hija —Patience ladeó la cabeza—. ¿Por qué no fuiste a buscarme?

Antes de que él pudiera pensar en una excusa que sonara mejor que decir que había tenido miedo, una niña entró en el establecimiento. Debía de tener diez u once años, tenía el pelo largo y unos ojos marrones que le resultaban familiares. Miró a su alrededor y corrió hacia su mesa.

—Hola, mamá.

Patience se giró y sonrió.

—Hola, cielo. ¿Cómo sabías que estaba aquí?

—Julia me ha dicho que ibas a tomar un café —miró a Justice—. Con un hombre.

Patience suspiró.

—A este pueblo le encanta cotillear —rodeó a su hija con el brazo—. Lillie, te presento a Justice Garrett. Es amigo mío. Justice, te presento a mi hija, Lillie.

Capítulo 2

En cuanto pronunció la palabra «hija», supo que había un problema. ¿Cómo iba a decir sin más que no estaba casada delante de su hija y mientras Justice no dejaba de mirarle el dedo anular izquierdo? E igual de complicado fue contener el deseo de ir directa al grano y decir: «estoy soltera». Sin embargo, se resistió. Darle información era una cosa; parecer desesperada, otra.

—Hola —dijo Lillie con timidez y curiosidad a la vez que se inclinaba hacia su madre—. ¿De qué conoces a mamá?

—La conocí cuando era solo un poco mayor que tú ahora.

Lillie se giró hacia ella.

—¿De verdad, mamá?

—Ajá. Tenía catorce años cuando conocí a Justice. Vivió aquí un tiempo, aunque después tuvo que irse. Somos viejos amigos.

«Más amigos que viejos», pensó. O, al menos, eso esperaba.

Seguía rodeando a su hija con el brazo.

—Lillie tiene diez años y es la niña más inteligente, más preciosa y con más talento de todo Fool’s Gold.

Su hija se rio.

—Mamá siempre dice eso —se inclinó hacia Justice y bajó la voz—. No es verdad, pero me quiere y por eso se cree eso.

—Es el mejor amor que te pueden dar.

Ella estaba a punto de aprovechar para decir que no estaba casada cuando pensó que no sabía nada de la vida íntima de Justice. Respiró hondo y luchó contra el calor que ardía en sus mejillas. ¿Y si era la mitad de una feliz pareja con una docena de niños encantadores?

¿Pero por qué había admitido que había estado coladita por él sin haberse esperado a enterarse de algunos datos? Tenía que empezar a poner en práctica eso de pensar antes de hablar. Las noticias de la noche siempre hablaban de grandes historias sobre personas de ochenta años que se sacaban el diploma del instituto o que aprendían a leer, así que seguro que ella podía aprender a controlarse.

—Justice ha vuelto a Fool’s Gold. Va a... —se detuvo—. No tengo ni idea de lo que vas a hacer aquí.

—Voy a abrir una academia de entrenamiento de guardaespaldas. Mis socios y yo aún no hemos estudiado los detalles, pero vamos a ofrecer entrenamiento de seguridad para profesionales junto con actividades de incentivo para grupos corporativos y programas de defensa personal.

—¿Son cosas que se hacen al aire libre? —preguntó Lillie.

—Eso es.

—A mamá no le gusta eso.

—No soy una gran admiradora ni de las inclemencias del tiempo ni del barro, pero tampoco es que me guste vivir en una burbuja de plástico —esbozó una débil sonrisa—. Entonces... eh... ¿te mudarás aquí con tu familia?

—¿Tienes familia? —le preguntó Lillie—. ¿Algún hijo?

—No. Estoy solo yo.

«¡Punto para el equipo local!», pensó Patience aliviada.

—Yo solo tengo a Lillie —dijo esperando sonar natural y despreocupada—. Su padre y yo rompimos hace mucho tiempo.

—No lo recuerdo —apuntó Lillie—. No lo veo —parecía como si fuera a decir algo más, pero se detuvo.

Patience había esperado algún tipo de reacción por parte de Justice ante la noticia de que no estuviera casada; que hubiera cerrado el puño en señal de victoria habría sido perfecto, pero no hubo forma de descubrir en qué estaba pensando. Bueno, al menos no había salido corriendo del establecimiento, así que suponía que eso podía interpretarlo como una buena señal. Y, además, él mismo había ido a buscarla. No es que ella hubiera ido tras él ni que se hubieran encontrado por casualidad.

Por otro lado, era probable que hubiera abandonado el programa de protección de testigos hacía años y ni aun así se había molestado en contactar con ella en ningún momento. Los hombres de su vida solían abandonarla. Su padre. El padre de Lillie. Justice. Estaba claro que Justice no había elegido marcharse, pero tampoco había elegido volver a contactar con ella. Al menos, no hasta ahora.

Respiró hondo. Necesitaba poner un poco de distancia de por medio para verlo todo con perspectiva. Justice era un viejo amigo, no tenía por qué valorar su personalidad ahora mismo. Ella también tenía cosas que hacer y miles de detalles de los que ocuparse en su vida. Quería pasar más tiempo con él, conocer al hombre en quien se había convertido. Pero no ahí, en mitad del pueblo.

—Ven a cenar —le dijo antes de poder arrepentirse—. Por favor. Me gustaría que nos pusiéramos al día y sé que a mi madre le encantaría verte.

La expresión de él se suavizó.

—¿Aún vive por aquí?

—Vivimos juntas —le respondió Lillie—. Mamá, la abuela y yo. Es una casa de chicas.

Patience se rio.

—Está claro que ha oído esa frase antes —se encogió de hombros—. He vuelto a casa. Me marché poco después de casarme, y después volví con Lillie. Nos va muy bien juntas —porque, de ese modo, Ava tenía compañía, Patience tenía apoyo como una madre soltera y Lillie gozaba de la estabilidad que todo niño necesitaba.

Agradecía que la intensa mirada azul de Justice no la juzgara por ello.

—Hoy es noche de lasaña —le dijo Lillie—. Con pan de ajo.

Justice sonrió.

—Bueno, en ese caso, ¿cómo voy a decir que no? —se giró hacia Patience—. ¿A qué hora?

—¿Te viene bien a las seis?

—Sí.

Ella se levantó.

—Genial. Pues, entonces, luego nos vemos. ¿Recuerdas dónde está la casa?

Él se levantó y asintió.

—Nos vemos a las seis.

Patience se obligó a caminar a su paso habitual. Quería correr, o al menos ir dando saltitos, pero eso requeriría algún tipo de explicación y probablemente generaría algunas llamadas a las autoridades locales por parte de los vecinos.

Lillie le hablaba sobre cómo le había ido el día en el colegio y ella hizo todo lo que pudo por prestarle atención, aunque le resultó complicado. Su mente no dejaba de revivir el inesperado encuentro con Justice. No podía explicarse que hubiera aparecido así, sin previo aviso. Eso sí que era un buen regalo del pasado.

Doblaron la calle que conducía a su casa y se detuvo a observarla con ojo crítico mientras se preguntaba qué vería Justice al estar frente a ella.

El color había cambiado. Ahora era amarillo pálido en lugar de blanco. El invierno había llegado tarde y no habían caído las primeras nevadas hasta Nochebuena, pero después se habían quedado durante semanas. Los narcisos, el azafrán y los tulipanes habían llegado a mediados de marzo para iluminar el jardín y los que quedaban estaban haciendo un último esfuerzo antes de desaparecer con la calidez de los días de primavera. El césped no estaba demasiado mal y el porche delantero resultaba acogedor. Había sacado el banco y dos butacas justo la semana anterior.

La casa tenía dos plantas. Al igual que muchas casas de esa parte del pueblo, se había construido en los años cuarenta y era de estilo Craftsman con grandes ventanas frontales y pequeños detalles encastrados y molduras.

Lillie fue la primera en subir las escaleras y entrar por la puerta.

Las cosas habían cambiado dentro un poco. Además de cambiar el sofá y un par de electrodomésticos en la cocina, su madre había realizado algunas reformas cuando Patience se había mudado poco después del divorcio. Los tres dormitorios de arriba se habían convertido en dos, quedando los dos más pequeños como una suite de buen tamaño, y se había añadido un segundo dormitorio a la planta baja que daba al gran jardín trasero. Dado el estado de Ava, había sido un añadido necesario.

Cuando Patience tenía trece años a su madre le habían diagnosticado esclerosis múltiple. Y si había un tipo «bueno», ese era el que padecía Ava. La enfermedad avanzaba lentamente, y aún podía moverse, aunque tenía días complicados en los que subir escaleras se había vuelto demasiado difícil. Con el dormitorio adicional en la planta baja, se ahorraba ese problema.

—Abuela, abuela, ¿a que no sabes a quién he conocido hoy? —le preguntó Lillie al entrar corriendo en la casa.

Ava estaba en su despacho; un espacio abierto con un escritorio, tres monitores de ordenador y tres teclados. Una maravilla tecnológica que podría ser objeto de envidia para la NASA. Al parecer, los genios de la informática se saltaban una generación en su familia porque mientras que Lillie podía hacerlo casi todo con un ordenador, Patience tenía problemas para usar su smartphone.

—¿A quién has conocido? —preguntó Ava extendiendo los brazos.

Lillie corrió hacia ella y le dio su abrazo de la tarde. Se quedaron así varios segundos; era un ritual diario que Patience siempre encontraba gratificante.

—A Justice Garrett —respondió Patience junto a la puerta de su despacho.

Su madre se la quedó mirando.

—¿El chaval que desapareció?

—El mismo. Ha vuelto al pueblo y ya no es ningún chaval.

Ava sonrió.

—No me esperaba otra cosa. Pues va a tener que dar muchas explicaciones. ¿Qué pasó? ¿Te ha dicho dónde ha estado?

—Formaba parte del programa de protección de testigos.

Ava abrió los ojos de par en par.

—¿En serio?

Patience miró a Lillie, señal de que no quería entrar en detalles en ese momento. No era necesario que su hija de diez años supiera que había padres tan horribles como para querer matar a sus propios hijos.

—Lo hemos invitado a cenar —dijo Lillie—. Ha dicho que sí y le he dicho que tenemos lasaña.

—¡Por supuesto! ¿Quién podría resistirse a una lasaña?

Lillie se rio.

—Llegará a las seis —Patience miró el reloj. Tenía tiempo de sobra para ducharse, maquillarse un poco y volverse loca pensando en qué ponerse.

Ava la miró con un pícaro brillo en la mirada.

—Imagino que querrás prepararte.

—He pensado que debería cambiarme de ropa, aunque tampoco es para tanto.

—Claro que no.

—No es más que un viejo amigo.

—Sí, eso es.

Patience sonrió.

—No saques cosas de donde no las hay.

—¿Crees que yo haría eso?

—Sin dudarlo.

A las seis menos veinte, Patience estaba en su dormitorio. Se había duchado, se había secado su larga y ondulada melena hasta dejarla lisa, se había cambiado la camiseta del trabajo por un conjunto de camiseta y rebeca de punto fino en verde claro y los vaqueros negros por un par azul y ajustado. Después se había puesto un vestido, seguido por una camisa y una blusa antes de probarse unos vaqueros con una camiseta de manga larga que la proclamaba la reina de todo. Era la madre divorciada de una niña de diez años que, además, vivía en la misma casa donde había crecido y con su madre. No había prenda en el mundo que pudiera ocultar esa verdad. Y no es que quisiera cambiar nada de su vida, ni disculparse por ella. Había forjado una buena vida para su hija y para ella. El problema era que pensar en Justice la ponía nerviosa, aunque, por otro lado, si él no respetaba sus elecciones, ya fueran buenas o malas, más valía que se marchara.

Bajó y encontró a su madre y a Lillie en la cocina. La mesa estaba puesta. Habían cortado los últimos tulipanes del jardín y los habían metido en un jarrón de cristal. El olor a lasaña y a ajo llenaba la casa.

—Relájate —le dijo su madre.

—Estoy relajada. Alerta y relajada. Es una buena combinación.

Ava sonrió con gesto de diversión.

—Bueno, ¿y Justice va a venir solo?

—Sí. Ha dicho que no estaba casado.

—Y no tiene hijos —añadió Lillie—. Debería tener una familia.

Patience se giró hacia su madre.

—No empieces...

—¿Yo? Estoy contenta de recibir en casa a uno de tus amigos del colegio. Nada más.

—Vale. Pues que siga así.

—Sin embargo, siento curiosidad por su pasado.

Patience contuvo un gruñido.

—Por favor, mamá, no.

—Yo soy la madre —le recordó Ava guiñándole un ojo—. Puedo hacer prácticamente todo lo que quiera.

Justice estaba en la acera mirando la casa. Muy poco había cambiado. El color, tal vez el jardín, pero nada más. A un lado podía ver una rampa para silla de ruedas, pero conducía a la puerta trasera más que a la principal. Supuso que era para Ava.

Al subir los escalones, se preparó para lo que se podía encontrar. La madre de Patience siempre lo había recibido muy bien en su casa y se había mostrado muy amable y maternal. Como niño que había crecido rodeado de mucho miedo, había absorbido al máximo el afecto que la mujer le había brindado; había sido para él como un refugio emocional y la había echado de menos casi tanto como había echado de menos a Patience.

No sabía mucho sobre su enfermedad, pero sí que sabía que era implacable y cruel. Se recordó que había visto cosas mucho peores, que su trabajo le había enseñado a no reaccionar ante nada, y después llamó al timbre.

A los pocos segundos Lillie abrió y le sonrió.

—¡Hola! —le dijo alegremente—. Me alegro de que estés aquí. Me muero de hambre y el pan de ajo huele genial —dio un paso atrás para dejarle pasar y se giró para gritar—: ¡Mamá, el señor Garrett está aquí!

Patience entró en el salón.

—Nada de gritar, ¿recuerdas? —lo miró—. Hola.

—Hola. Gracias por invitarme a cenar.

Estaba guapa. Tenía una melena larga y lisa con un brillo de esos que le hacían a uno querer acariciarla. Llevaba unos vaqueros y una camiseta con una chica dibujada con una corona. Reina de todo estaba escrito debajo. Patience era muy curvilínea y, cada vez que sonreía, él se sentía como si le hubieran dado una patada en la tripa. La Patience de catorce años había hecho que se le quebrara la voz, pero la Patience madura era físicamente bella, emocionalmente dulce e intelectualmente desafiante. Una combinación letal.

Siempre había intentando no ser como su padre y, ante la duda, siempre pensaba en lo que Bart haría y entonces optaba por hacer lo contrario. Ahora se daba cuenta de que lo correcto sería alejarse..., aunque no quería hacerlo.

—De nada. Será divertido charlar y ponernos al día de nuestras vidas.

Le entregó la botella de vino que había llevado. Un buen Cabernet de California que, según el dependiente, iría muy bien con la pasta. Sus dedos se rozaron y sintió una sacudida de atracción. Maldiciendo para sí, dio un paso atrás. No, imposible. Con Patience, no. Se negaba a fastidiar uno de los pocos buenos recuerdos que tenía en toda su vida. Era su amiga, nada más.

—¡Vaya, mírate! Ya eres un chico mayor.

Se giró hacia la voz y vio a Ava entrando en la habitación.

Estaba igual, pensó aliviado. Necesitaba que Ava estuviera bien, pero no solo por ella, sino también por él. Necesitaba que mantuviera su conexión con el pasado.

Era unos centímetros más baja que Patience y con el mismo pelo castaño, aunque ella tenía unos rizos más marcados que le llegaban a los hombros. Tenía unos grandes ojos marrones y una agradable sonrisa. Cuando extendió los brazos hacia él, Justice se acercó instintivamente.

La mujer lo abrazó con fuerza. Había olvidado lo que era que Ava lo abrazara, verse sumido en un círculo de aceptación y afecto. Siguió abrazándolo como si no fuera a soltarlo jamás, como si siempre fuera a estar a su lado. Lo abrazó como una madre que de verdad quería a todos los jóvenes y que quería que lo supieran. Cuando era niño, Ava había sido una especie de revelación. Los federales habían hecho lo posible por darle un hogar estable, pero en el fondo habían sido unos meros empleados con un horario. Ava había sido la madre de su mejor amiga. Le había preparado galletas y había charlado con él sobre la universidad, como si fuera un chaval más.

—Estaba nervioso por verte —admitió él, hablando en voz baja para que solo ella pudiera oírlo.

Ava siguió abrazándolo con fuerza un momento más antes de soltarlo.

—Tengo días buenos y días malos —ladeó la cabeza.

Él le siguió la mirada y vio la silla de ruedas plegada en la esquina de lo que era, claramente, su despacho.

—Hoy tengo un día muy bueno —le dijo mirándolo fijamente—. Estábamos muy preocupadas por ti.

—Lo sé y lo siento. Os lo habría contado si hubiera podido.

—Pero has vuelto y eso es lo que importa —se giró hacia su nieta—. Tienes hambre, ¿verdad?

Lillie empezó a bailar mientras respondía:

—¡Sí, mucha! ¡Me muero de hambre!

Ava extendió una mano hacia ella.

—Pues vamos a poner las ensaladas en la mesa. Patience, ¿por qué no le dices a Justice que abra la botella de vino que ha traído?

Patience esperó hasta que ellas hubieron entrado en la cocina para acercarse más y decirle:

—Aún sigue gobernando el mundo, como puedes ver.

—Está genial y tiene un aspecto fantástico. Con su enfermedad... —no estaba seguro de qué quería preguntar.

Patience asintió y lo llevó hasta un aparador del comedor. Abrió un cajón y le pasó un sacacorchos.

—Ha tenido un par de brotes malos, pero después han remitido. Ahora mismo su enfermedad no es agresiva. La mayoría de los días no puede subir las escaleras; técnicamente podría, probablemente, pero le supone demasiado esfuerzo y la deja agotada. El problema lo tiene sobre todo en las piernas y eso supone que pueda seguir trabajando sin problema.

Ava era diseñadora de software. Había empezado en el negocio cuando los ordenadores eran una novedad, y su trabajo le permitía trabajar desde casa, lo cual era una ventaja teniendo en cuenta que su marido las había abandonado cuando le habían diagnosticado la enfermedad. Cuando Patience se lo había contado, él se había dado cuenta de que no hacía falta que un padre sacara un arma o empleara los puños para hacerle daño a su familia. El dolor podía presentarse de muchas formas distintas.

Se dispuso a abrir la botella de vino mientras Patience sacaba las copas del armario.

—Es la persona más valiente que conozco. Siempre está tan amable y cariñosa. Me gustaría gritar por lo injusto que es todo, pero ella nunca lo hace —sonrió—. Cuando sea mayor, quiero ser como mi madre.

—A mí también me inspira —admitió él—. Cuando me encontraba en una situación difícil, siempre pensaba en Ava y me recordaba que yo lo tenía fácil.

Patience parpadeó varias veces como si estuviera conteniendo las lágrimas.

—Es usted un gran adulador, señor Garrett. Podría haberme halagado con cumplidos vacíos, pero en lugar de eso me deja sin defensas al decir esas cosas sobre mi madre.

—Lo digo en serio —le respondió mirándola a los ojos e inhalando su perfume a limpio con un toque floral. No era su perfume, se recordó; era su esencia. Esencia de Patience—. No soy adulador. Estoy diciendo la verdad. He visto lo que hace falta para ser valiente, y tu madre lo tiene —sabía el peligro que supondría acercarse demasiado, pero no pudo evitar alargar la mano y acariciarle la mejilla—. Soy yo, Patience. Sé que ha pasado mucho tiempo, pero no hace falta que estés con las defensas en alto.

Sin embargo, en cuanto pronunció esas palabras, se dio cuenta de que debería haber mantenido la boca cerrada. Patience tenía razón al ser cauta con él.

Algo cayó al suelo en la cocina. Patience se giró hacia el sonido y Justice aprovechó la distracción para seguir con el vino y, así, poner algo de distancia entre los dos.

Quince minutos más tarde todos estaban sentados a la mesa. Lillie había olfateado la copa de vino de su madre y había arrugado la nariz diciendo que era un olor «asqueroso». La lasaña estaba sobre la encimera, lista para servir, y ya tenían las ensaladas delante.

Patience alzó su copa.

—Bienvenido a casa, Justice.

—Gracias.

Todos dieron un trago a sus bebidas y después Lillie bajó su vaso de leche y miró a su abuela.

—El señor Garrett es guardaespaldas. Como en la tele, ¿sabes?

Patience se había referido a él como «el señor Garrett» a propósito, para que no resultara demasiado familiar, y la niña estaba dirigiéndose así a él porque así era como la habían educado.

—Si a tu madre no le importa, puedes llamarme «Justice».

Lillie sonrió.

—¿Te parece, mamá?

—Claro.

La pequeña se sentó un poco más derecha y se aclaró la voz.

—Justice es guardaespaldas, abuela.

—Ya lo he oído —respondió y lo miró—. Parece peligroso, ¿lo es?

—A veces. Normalmente protejo a gente rica que viaja a lugares peligrosos y me tengo que asegurar de que estén a salvo.

—¿Entonces qué estás haciendo en Fool’s Gold? —preguntó Patience—. Somos lo menos peligroso que te puedes encontrar. ¿Has venido por tu nuevo negocio?

Él asintió y miró a Ava.

—Quiero abrir un negocio con un par de amigos. Ofreceremos formación para empresas de seguridad.

Ava se mostró interesada.

—¿Una escuela de guardaespaldas?

—Nosotros lo vemos como algo más completo que eso. Ofreceremos formación sobre estrategia, armas y demás. Elaboraremos informes de última hora sobre distintos conflictos en diferentes partes del mundo y, además, queremos ofrecer actividades de recreo e incentivo para empresas que incluyan carreras de obstáculos y demás retos físicos.

Patience parpadeó.

—¡Vaya! Eso hace que mi idea de poner una cafetería parezca ridícula. Quiero decir, lo máximo a lo que puedo aspirar ahí es a tener un club de lectura u organizar alguna que otra noche de monólogos, pero nada más.

—Mis socios y yo llevamos tiempo ideándolo y hemos estado esperando a encontrar el lugar adecuado. Ford sugirió Fool’s Gold, así que cuando vine aquí el año pasado, eché un vistazo.

La sorpresa de Ava se hizo evidente en su tono de voz.

—¿Ford? ¿Ford Hendrix?

Él asintió.

—Hace tiempo que somos amigos y volvimos a encontrarnos en el ejército. Nuestro tercer socio es un tipo llamado Angel Whittaker.

—Había oído que Ford iba a volver —dijo Ava—, pero nadie sabe cuándo. Lleva años sirviendo en el ejército.

—Saldrá en los próximos meses y se supone que entonces volverá aquí.

A Angel no le importaba dónde montaran el negocio y, después de que Justice hubiera vuelto el año anterior, había hecho presión para que se decantaran por Fool’s Gold. En aquel momento había pensado en buscar a Patience, pero había tenido el autocontrol suficiente para evitarla. En esta ocasión, sin embargo, no había tenido tanto.

—¿Quién es Ford? —preguntó Lillie.

—Conoces a las mellizas Hendrix y a la señora Hendrix —dijo Patience—. Ford es el hermano pequeño.

—¡Pero si es un señor mayor!

Ava sonrió.

—Tendrá treinta y algo, Lillie.

La niña se mostró algo confusa.

—¿Tantos?

—¡Ah! Lo que daría por volver a ser joven —Ava levantó su tenedor y pinchó un poco de lechuga—. Bueno, Justice, cuéntame qué has estado haciendo los últimos quince años. ¿Te has casado?

Capítulo 3

Patience se juró que jamás volvería a quejarse de su madre. Y no es que lo hiciera mucho, pero a veces era difícil compartir casa. Esa noche, sin embargo, Ava había demostrado ser toda una maestra a la hora de sacarle información a alguien.

Para cuando habían retirado los platos y el postre estaba servido, Justice ya había escupido casi todos sus secretos. Había pasado diez años en el ejército antes de meterse en el sector de la seguridad privada. No se había casado nunca y no tenía hijos. Había estado a punto de comprometerse una vez, había vivido por todo el mundo, pero no tenía ningún sitio al que llamar «hogar», y había pospuesto encontrar una casa o un apartamento en Fool’s Gold al preferir vivir en un hotel hasta que el negocio estuviera en marcha y prosperando.

Patience se había limitado a escuchar. El amable interrogatorio de su madre había sido mejor que una función de teatro y había podido disfrutar tanto del espectáculo como de las vistas.

Desde su previo encuentro en la peluquería, Justice se había cambiado el traje por unos vaqueros y una camisa de manga larga. Le gustaba cómo la llenaba, era puro músculo, pura fuerza, sin duda fruto de una condición física excelente. Imaginaba que el negocio de los guardaespaldas lo requería.

Mientras lo observaba al hablar, se fijó en dos pequeñas arruguillas alrededor de los ojos y en cómo su expresión era más cauta de lo que recordaba. Además, cayó en la cuenta de que el último hombre que había pisado su casa había sido un fontanero y, antes que él, el chico que les había instalado la televisión por cable. Ava no había tenido muchas citas después de que su marido la hubiera abandonado. No tenía intención de seguir los pasos de su madre en ese terreno, pero, aun así, ahí estaba, acercándose a los treinta y soltera crónica.

Justice era la clase de hombre que podía alborotar hasta al más casto de los corazones y Patience debía admitir que, por su parte, la castidad había estado motivada por las circunstancias, no por su propia elección. Así que si su guapísimo y algo peligroso amor de juventud daba el primer paso, ella accedería tan contenta. Justice parecía la clase de hombre que podía curar prácticamente cualquier mal femenino siempre, claro estaba, que ella tuviera el cuidado de no involucrarse demasiado emocionalmente.

Suponía que hoy en día debería estar más que dispuesta a ser ella la que diera el primer paso, que debería actualizarse un poco, pero no era su estilo. Nunca había sido especialmente valiente, y ahora que estaba acompañando a Justice hasta el porche delantero no sentía ninguna ráfaga de valor repentino.

—¿Sigues adorando a mi madre a pesar de todo? —le preguntó al cerrar la puerta por si a él se le ocurría darle un beso de buenas noches. Cosa que debería hacer, por otro lado. Estaba haciendo todo lo posible por mandarle ese mensaje telepáticamente a pesar de no tener ningún poder psíquico.

Justice se sentó en la baranda del porche y asintió.

—Es muy buena. Voy a proponerles a Ford y a Angel que la contratemos para impartir las clases de interrogatorios.

Patience sonrió.

—Es un don y hace uso de él. Creo que la gente se piensa que yo fui una niña buena por naturaleza, pero no es verdad en absoluto. Lo fui porque sabía que mi madre podía hacerme confesar si sospechaba que había hecho algo malo —se apoyó contra el poste y sonrió—. También me sirve para mantener a Lillie a raya.

Justice sonrió.

—Lillie es genial. Eres afortunada de tenerla.

—Estoy de acuerdo.

Su sonrisa se desvaneció.

—¿Puedo preguntarte por su padre?

—Puedes y hasta te responderé —se encogió de hombros—. Ned y yo nos casamos porque me quedé embarazada. Era joven y estúpida.

—¿Lillie tiene diez años?

—Ajá. Te haré las cuentas. Yo tenía diecinueve cuando nació. Ned era un chico con el que salía. Estaba aburrida y no sabía lo que quería en la vida, y una cosa llevó a la otra. Me quedé embarazada y él hizo lo correcto y se casó conmigo. Seis meses después, se largó con una pelirroja cuarentona que tenía más dinero que sensatez. Lillie tenía tres semanas.

La expresión de Justice se endureció.

—¿Te pasa la manutención?

Se concedió la ilusión de creer que Justice iría a por Ned si le decía que no le pagaba y resultó una fantasía muy gratificante.

—No tiene que hacerlo. Renunció a sus derechos a cambio de no tener que mantenerla. Creo que yo salí ganando. No habría sido constante y eso le habría hecho mucho daño a Lillie.

—El dinero te habría venido bien.

—Tal vez, pero vamos tirando. Nunca podré ahorrar lo suficiente para abrir el Brew-haha, pero podré soportarlo.

Él se puso derecho.

—¿Qué?

Patience se rio.

—Brew-haha. Así llamaría a mi cafetería. Hasta he diseñado el logo. Es una taza de café con corazoncitos y «Brew-haha, Ooh la-la» escrito.

Él contuvo la risa y ella se llevó las manos a las caderas.

—Disculpa, pero ¿te estás riendo de mi negocio?

—Yo no.

—Te parece un nombre ridículo.

—Creo que es perfecto.

—No estoy segura de poder creerte. Juego a la lotería casi todas las semanas y cuando gane vas a ver lo genial que es ese nombre.

—Espero que ganes.

Tal vez era cosa de su imaginación, pero juraría que Justice estaba acercándose. Su intensa mirada azul se clavó en la suya. La noche era tranquila y de pronto notó que le costaba respirar.

«Bésame», pensó todo lo alto que pudo.

Pero Justice no la besó. Simplemente se quedó mirándola, lo cual la puso nerviosa. Y cuando estaba nerviosa, hablaba mucho.

—Me alegra que hayas vuelto —murmuró—. Que hayas vuelto a Fool’s Gold.