¿El amor de su vida? - Charlotte Phillips - E-Book
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¿El amor de su vida? E-Book

Charlotte Phillips

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Beschreibung

¿Cómo conseguir la boda que siempre había deseado? Lucy Telford lo sabía todo sobre la desilusión porque su encandilamiento adolescente con Gabriel Blake había sido un curso acelerado en amor no correspondido. Pero años después deseaba conseguir su final feliz y, si su novio no le proponía matrimonio, lo haría ella misma. El primer paso era pedirle ayuda a Gabriel, su amigo de la infancia y un imán para las mujeres. Gabriel era el hombre perfecto para darle consejos sobre cómo ser irresistible. Pero el perfecto plan de Lucy se fue al traste cuando empezó a preguntarse si el hombre al que iba a proponer matrimonio era realmente el amor de su vida.

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Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

© 2013 Charlotte Phillips. Todos los derechos reservados.

¿EL AMOR DE SU VIDA?, N.º 2525 - octubre 2013

Título original: The Proposal Plan

Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.

Publicada en español en 2013

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.

Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.

® Harlequin, logotipo Harlequin y Jazmín son marcas registradas por Harlequin Books S.A.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

I.S.B.N.: 978-84-687-3820-8

Editor responsable: Luis Pugni

Conversión ebook: MT Color & Diseño

Capítulo 1

–¿Quieres…?

Lucy Telford se inclinó hacia delante, los ojos verdes abiertos de par en par. Tan segura estaba de cómo terminaría esa frase que, por un segundo, pensó que había oído «casarte conmigo».

Pero cuando volvió a la realidad, Ed estaba describiendo una casa en Bath para la que pensaba dar una entrada. Y se dio cuenta entonces, incrédula, que había vuelto a ocurrir.

A la mañana siguiente, muy temprano, conducía en silencio por las silenciosas calles de la ciudad. Aparentemente, los hombres eran incapaces de entender una pista. El día anterior había sido el día de San Valentín y estaba con su novio, con el que llevaba dos años saliendo. Ed había reservado mesa en su restaurante favorito, le había comprado un bonito ramo de flores y, además, le había dicho que iba a pedirle algo especial esa noche.

¿Qué chica no hubiera esperado una proposición de matrimonio en esa situación? Llevaba seis meses dándole pistas… tenía que haberse acercado al blanco en algún momento, ¿no?

Lucy apretó el volante con rostro serio; los rizos oscuros, más desafiantes de lo normal, reflejando su enfado. Había estado dando vueltas y vueltas en la cama, alternativamente helada y acalorada, pero alrededor de las dos se le había ocurrido una solución, una manera de tomar el control.

Poco después, detenía el coche en una de las bonitas calles de Bath, la piedra dorada de las casas reflejando el sol invernal. Era una perfecta mañana de febrero, fría, pero luminosa.

Al llevar su propio negocio de pastelería estaba acostumbrada a levantarse muy temprano y le encantaba el aspecto de la ciudad cuando todo el mundo estaba dormido, pero aquel día estaba demasiado distraída como para pensar en eso.

Después de quitar la llave de contacto se dirigió a la casa de la única persona a quien podía contarle sus penas. La única que la dejaría hablar hasta cansarse. La única que la tranquilizaría y le daría su opinión objetiva. Amigo de la infancia, protector en la edad adulta, confidente y figura fraternal, Gabriel Blake estaba a punto de despedirse de su descanso dominical.

Gabriel intentó taparse los oídos con la almohada, pero el timbre seguía sonando. Abriendo un ojo, miró el despertador sobre la mesilla y dejó escapar un gruñido. Las siete y media.

Solo una persona era capaz de aparecer en su casa un domingo a las siete de la mañana.

El timbre siguió sonando hasta que, por fin, se levantó de la cama y, medio dormido, se dirigió a la escalera, agarrándose a la barandilla para no perder el equilibrio. Los ojos grises cargados de sueño, el espeso pelo oscuro un poco tieso y la sombra de barba definiendo su marcada mandíbula, Gabriel se pasó una mano por los ojos. Para entonces, Lucy había dejado el dedo en el timbre y el estridente ruido era una tortura para alguien con resaca.

Gabriel abrió un poco la puerta y tuvo que cerrar los ojos para evitar el sol.

–Lucy, son las siete y media de la mañana. ¿Se puede saber qué haces aquí?

–Tienes los ojos cerrados. ¿Cómo sabías que era yo?

–Nadie más se atrevería a molestarme a estas horas –Gabriel abrió un ojo–. Especialmente, un domingo.

Lucy se puso de puntillas para mirar por encima de su hombro, mostrando total indiferencia por su bronceado torso desnudo. Se había alojado en la casa un año antes y, como resultado, era inmune a sus encantos masculinos. Al contrario que el resto de las mujeres, para ella Gabriel solo era Gabriel, su mejor amigo durante veintitrés años. No había ni había habido nunca nada romántico entre ellos.

–¿Hay alguien contigo? –le preguntó–. Si es así, líbrate de ella. Esto es una emergencia.

Gabriel se pasó una mano por el pelo, intentando ordenar sus pensamientos.

–Aquí no hay nadie. ¿Por qué es una emergencia? ¿Qué ha pasado?

–No puedo hablar de esto en la calle. Déjame entrar de una vez.

Gabriel se apoyó en el quicio de la puerta y Lucy aprovechó para empujarlo y entrar como un tornado mientras él miraba la escalera que llevaba a su dormitorio. Pero ya que Lucy estaba en la casa, no habría manera de echarla de allí hasta que hubiera dicho lo que tenía que decir, de modo que cerró la puerta y la siguió, resignado, a la cocina.

Sonrió al ver sus rizos oscuros escapando de la cinta. Llevaba un pantalón corto de deporte que, por fin, destacaba su buen tipo. Era muy delgada y normalmente llevaba ropa ancha que ocultaba su figura… resultaba irónico que una persona cuya vida eran los dulces fuese tan delgada, pensó. Pero ese pantalón de deporte solo podía significar una cosa: había ido a convencerlo para que fuese a correr un rato con ella cuando apenas había pegado ojo por la noche.

Pero entonces se fijó en sus ojeras y su expresión preocupada. Sintiéndose protector, como siempre desde que ella tenía seis años y él ocho, Gabriel le dio un abrazo y no pudo dejar de notar que se ponía tensa.

–¿Qué ha pasado? –le preguntó, en voz baja–. Dime si es algo que justifique haberme despertado tan temprano un domingo.

Ella lo miró, con evidente angustia.

–Verás…

–No me digas que tu padre o tu madre están enfermos.

–Que algo le pasara a mis insoportables padres no sería tan serio y tú lo sabes.

–Ah, bueno –Gabriel sonrió–. No tiene nada que ver con tus padres, pero no me apetece jugar a las adivinanzas. Siéntate y cuéntame qué pasa.

Tomó su mano para llevarla hacia un sofá blanco y ella se miró las manos, las uñas siempre cortas y arregladas.

–Es Ed –respondió.

–¡Lo sabía! ¿Qué ha hecho ese idiota ahora?

Gabriel no tenía buena opinión de Ed. En fin, ni buena ni mala porque no había nada que provocase una buena o mala opinión sobre ese hombre. Parecía tratarla bien y lo único importante para él era su amistad con Lucy, que siempre había estado más preocupada por su negocio que por mantener una relación sentimental seria con nadie.

–No es lo que haya hecho, sino lo que no ha hecho.

–No te entiendo.

Lucy suspiró.

–Llevamos juntos casi dos años y pensé que había llegado el momento.

–¿El momento para qué?

–Me entregó una cajita… así, muy serio, y yo pensé que sería el anillo –Lucy abrió la mano, como si esperase que el anillo se materializase ante sus ojos–. Pero me regaló un collar.

Ah, Gabriel empezaba a entenderlo todo.

–¿Quieres decir que esperabas una proposición de matrimonio y te llevaste una decepción? –Gabriel soltó una carcajada, sintiendo cierta simpatía por Ed. Ah, mujeres. No había manera de complacerlas–. Bueno, al menos te regaló un collar.

Lucy levantó los ojos al cielo.

–No lo entiendes. ¿Qué día era ayer?

Él se rascó la cabeza.

–¿Sábado por la noche?

Lucy le dio un empujón.

–No, tonto, el día de San Valentín. Tú mejor que nadie deberías recordarlo. Seguro que al cartero le salió una hernia de todas las tarjetas que tuvo que meter en tu buzón.

–Ah, sí, recibí un par de tarjetas, es verdad –Gabriel miró la papelera donde había tirado la correspondencia del día anterior.

–Era el día de San Valentín y Ed había reservado mesa en nuestro restaurante favorito, el italiano, ya sabes. Me dijo que teníamos que hablar y yo pensé que… bueno, en fin…

Gabriel suspiró.

–Pensaste que iba a proponerte matrimonio.

–Sí.

–Y no lo hizo.

–¡No! Empezó a hablar de una oportunidad para invertir dinero en una casa que quiere reformar. La pastelería va bien y…

Gabriel la miró, preocupado y divertido a la vez. Él sabía que Lucy soñaba con el típico final feliz: una gran boda, dos hijos y un perro. ¿Cómo no iba a saberlo cuando llevaban tantos años siendo amigos?

Y debido a las inseguridades de una infancia como la suya, era lógico que quisiera formar una familia propia, pero nunca había pensado que ocurriría tan rápido. Lucy era demasiado ambiciosa y estaba muy ocupada con su negocio. Además, nunca se le había ocurrido pensar en Ed como…

¿Como qué? ¿La competencia? Su estómago dio un vuelco. ¿De dónde había salido eso? Pensaba en Ed como posible marido de Lucy, como alguien permanente en su vida, se corrigió a sí mismo. Debía estar más resacoso de lo que creía.

–No lo ha hecho para enfadarte… seguramente ni siquiera sabe que eso es lo que tú esperas. ¿Lo habéis hablado alguna vez?

–No.

–Ya sabes cómo es Ed. Seguramente ni se le habrá ocurrido pensar que quieres que te pida en matrimonio –Gabriel no consideraba a Ed el tipo más listo de la Tierra, pero aunque lo fuera, tampoco sería capaz de leer el pensamiento–. Eso no significa que no sea feliz contigo, ¿no?

Lucy se encogió de hombros y Gabriel pensó que tal vez debería convencerla de que no debía casarse. No porque no le gustase Ed sino porque Lucy aún no tenía treinta años. Era demasiado ambiciosa como para casarse y tener hijos tan pronto y seguramente aquello solo era un capricho pasajero. De vez en cuando, se le metía una idea en la cabeza y se lanzaba… para cansarse de ella a los dos días. Con lo único que había estado comprometida siempre era con su negocio de pastelería.

Lo que necesitaba era una seria charla, de modo que tomó aliento:

–Mira, Lucy, tienes que olvidarte de esa obsesión repentina por el matrimonio. El matrimonio ya no es lo que era…

–¿Qué quieres decir?

–Que mucha gente prefiere vivir con su pareja, sin casarse. Y no olvides que tu negocio empieza a despuntar. Seguramente, Ed piensa que no hay prisa y tiene razón.

Ella sacudió vigorosamente la cabeza.

–Convivir con Ed no es suficiente para mí –afirmó, mirándolo fijamente con sus ojos verdes, en los que Gabriel podía distinguir unos puntitos dorados–. Mis padres nunca se casaron y mira cómo terminó todo. Tal vez si hubieran estado casados se habrían tomado la relación más en serio. Vivir con alguien no es suficiente para mí y Ed no tiene ninguna excusa. Hemos hablado muchas veces del asunto y sé que está a favor del matrimonio.

Gabriel se levantó para ir a la cocina. Necesitaba un café y una aspirina urgentemente, pero Lucy siguió hablando desde el salón.

–Ed dice que quiere casarse algún día, pero cuando se trata de pedirme matrimonio, se echa atrás. Evidentemente, atraigo a hombres que tienen fobia al compromiso y por eso necesito tu ayuda.

–¿Por qué necesitas mi ayuda? ¿Qué puedo hacer yo?

–Tú tienes muchas amigas y eres la persona con más fobia al compromiso que conozco.

–Bueno, sí… quiero decir, no –Gabriel no sabía si eso era un elogio o un insulto–. ¿Qué tiene eso que ver?

–He decidido controlar el asunto con mis propias manos –respondió Lucy, con firmeza–. Si sigo esperando que Ed dé el primer paso, cumpliré los noventa.

–Los hombres no quieren saber nada de bombas de relojería. De hecho, si le has hablado a Ed de tu reloj biológico, esa podría ser la razón por la que estás aquí.

–Pues eso. ¿Lo ves? Tú puedes aconsejarme sobre ese tipo de cosas.

Gabriel enarcó una ceja.

–No te entiendo.

–Tú puedes decirme qué es lo que hago mal, por qué Ed no me ha puesto un anillo en el dedo todavía. Puedes decirme qué hacer para ser totalmente irresistible y luego… –Lucy entró en la cocina y empezó a abrir armarios para sacar tazas– voy a pedirle que se case conmigo. El día 29 de febrero.

–¿Qué?

–Es año bisiesto –explicó Lucy–. Las mujeres tienen el mismo derecho que los hombres a proponer matrimonio y tú vas a ayudarme a hacerlo para que Ed diga que sí.

La resaca olvidada, Gabriel sacudió la cabeza.

–No, de eso nada.

–¿Por qué no?

–Porque no tengo tiempo para darte consejos sobre los hombres y, aunque lo tuviera, no estaría bien. Debes irte a casa, decirle a Ed que no te sientes feliz y forzarlo a que te pida en matrimonio.

–¿Crees que no lo he intentado? Lo hice en Navidad, pero él me volvió a decir esa tontería de «será algún día, pronto». No ha servido de nada –Lucy dejó dos tazas sobre la encimera con gran estruendo–. Me compró un frasco de colonia en mi cumpleaños, otra oportunidad perdida. Y ahora, el día de San Valentín, me regala un collar. El día más romántico del año y lo pasamos discutiendo sobre una inversión para su negocio inmobiliario.

Gabriel echó café instantáneo en su taza. Si quería sobrevivir a aquella conversación, necesitaría toda la cafeína posible.

–¿Se te ha ocurrido pensar que tal vez Ed no sea el hombre adecuado para ti?

–Pues claro que es el hombre adecuado. Nos llevamos genial, me apoya, me hace reír y lo quiero. Tiene su propio negocio, como yo, así que entiende que algunos fines de semana no pueda salir con él porque tengo que hacer tartas nupciales, que son muy complicadas.

Nada de eso era una prueba de verdadero amor, más bien tiempo libre para ir al fútbol con los amigos.

–Por favor, Gabe, algún día yo haré lo mismo por ti –insistió Lucy.

–No necesito ayuda para pedirle a una mujer que se case conmigo, muchas gracias.

–Me refería a que estaré en deuda contigo. Sé que no quieres saber nada de compromisos desde que Alison murió –Lucy lo miró, insegura. Sabía perfectamente que estaba tocando un tema delicado.

Gabriel sintió el habitual pinchazo en el pecho, donde tenía el corazón, seguramente. Era un golpe bajo mencionar a Alison. Él había dedicado su vida a guardar su recuerdo en un rincón que no quería visitar y no tenía intención de hacerlo, así que decidió cambiar de tema.

–Ahora que mencionas lo del favor… ¿quieres ir conmigo a la cena de mi bufete? –le preguntó, mostrándole el tarjetón.

–¿Quieres que vaya contigo a una cena de empresa? Pensé que tenías chicas haciendo cola. ¿No puedes ir con Tabitha? ¿O se llama Agatha? Ya me pierdo.

–Lo de Tabitha fue hace meses. Supongo que te refieres a Susan.

–¿Quién es Susan?

–Da igual, rompimos la semana pasada –incapaz de encontrar una cucharilla en el cajón, Gabriel empezó a remover su café con el mango de un tenedor.

–Bueno, en ese caso, estarás a punto de conocer a alguien nuevo… –Lucy consultó su reloj– en cualquier momento. La cena es dentro de dos semanas, así que no me necesitas como acompañante. Y, por cierto, estábamos hablando de mi problema, no de tu larga lista de conquistas.

Él negó con la cabeza.

–Esto es muy serio, no puedo llevar a cualquiera. Nuestros mejores clientes y todos los socios del bufete estarán allí, de modo que necesito una acompañante formal.

–¿Cómo de formal?

–Tabitha estará allí y las cosas no terminaron bien entre nosotros…

Lucy enarcó una ceja.

–¿Nunca se te ha ocurrido pensar que es el tipo de mujer que buscas lo que provoca esos problemas? O tal vez cómo las tratas. Nunca demuestras interés más que por un par de citas.

Gabriel se encogió de hombros.

–Siempre soy sincero con ellas. Nunca doy la impresión de querer nada serio y, normalmente, no tengo problemas, pero he salido con un par de chicas del bufete y las dos estarán allí. Todo el mundo sabe que tú y yo somos amigos, así que no habrá escenas de celos. Problema resuelto.

Lucy soltó una carcajada.

–Yo no estoy tan convencida de eso. Tus exnovias no me quieren mucho precisamente. Las mujeres sospechan de la «mejor amiga» del novio; se preguntan qué les da que ellas no pueden darle.

Gabriel la miró, perplejo.

–Siempre me dicen que les caes bien. Además, saben que sales con Ed.

–Porque intentan complacerte –Lucy suspiró–. Pero, mira, podemos llegar a un acuerdo. Iré a esa cena contigo y…

–Gracias.

–Déjame terminar. Iré con la condición de que tú me ayudes con mi plan. Necesito un punto de vista masculino –Lucy lo miró, expectante–. ¿Trato hecho? Podríamos discutir los detalles mientras corremos a la orilla del río.

Después de decir eso, se levantó y empezó a hacer estiramientos mientras Gabriel la miraba, horrorizado.

–Estás loca si crees que voy a ir a correr. Me acosté a las tres de la mañana.

¿Solo era por eso? Sentía un irracional enfado al pensar en ayudarla a empujar a Ed para que la pidiese en matrimonio. Debía ser la resaca, decidió. ¿Por qué iba a importarle a él que Lucy se casara mientras fuese feliz? Eso era lo que quería.

Pero, conociéndola, se aburriría de la idea en un par de semanas y, si de ese modo hacía que viera los defectos de Ed, tal vez todo volvería a la normalidad. Por el momento, le seguiría la corriente.

–Deja que vuelva a la cama. Iré a tu casa mañana por la noche… incluso llevaré una botella de vino. Y, aunque lo digo con cierto temor, entonces veremos si hacemos trato o no hacemos trato.

Capítulo 2

A pesar de sus protestas, después de que Lucy se fuera a correr y él cayese de nuevo en la cama, Gabriel no era capaz de conciliar el sueño.

Lucy casada.

No podía dejar de darle vueltas al asunto. Estaba claro que si ella le proponía matrimonio, Ed aceptaría. Sería un tonto si la rechazase. Y, conociéndola, estaría casada para finales de año. Su vida estaría dedicada a partir de entonces a otra persona…

¿Habría espacio para su amistad a partir de ese momento?

Cuando quería ayuda, él era el primero en ofrecérsela. Siempre había sido así, desde que eran niños. Era él quien había encontrado el local para su primera pastelería y quien la había convencido para que se mudase a Bath y ampliase su negocio. Incluso la había dejado vivir en su casa sin pagar alquiler durante seis meses. Si le ocurría algo, Lucy era la primera persona a la que acudía. Compartía con ella lo bueno y lo malo. Lo bueno porque era un placer compartir con Lucy una alegría, lo malo porque su efervescente personalidad siempre lo hacía sentir mejor.

¿Qué le parecía que otra persona hiciera ese papel?

No lo tenía claro en absoluto.

Tres horas más tarde, Lucy estaba pelando patatas en la cocina de su apartamento cuando Ed abrió con su llave y le dio un beso, mirando la sartén por encima de su hombro.

–Qué bien huele.

–Gracias.

Llevaba una camiseta y un pantalón de deporte, el pelo aún mojado de la ducha. Ed jugaba en el equipo de fútbol local y entrenaba los domingos por la mañana.

Cuando abrió la nevera para sacar dos cervezas y le ofreció una, Lucy negó con la cabeza.

–¿Qué tal el entrenamiento?

El domingo era el único día de la semana que podía relajarse. Salvo aquella mañana, claro. Estaba exasperada con la insensibilidad de Ed, pero había decidido hacer algo al respecto y, en un par de semanas, estarían comprometidos. Lucy sonrió para sí misma al pensarlo.

–Me duele un poco la rodilla, así que voy a estirar las piernas un rato –respondió Ed–. ¿Puedo ayudarte en algo?

–No, ve a sentarte. Yo voy a seguir con la comida.

Cuando entró en el salón diez minutos después, Ed estaba tirado en un sillón, viendo un partido de fútbol con los pies sobre la mesa de café.