El amuleto de Siliit - Luis M Torrecilla - E-Book

El amuleto de Siliit E-Book

Luis M. Torrecilla

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Beschreibung

Riss y sus amigos se han visto empujados hacia lugares que no hubieran querido visitar, y hasta el momento han sobrevivido de milagro. Ahora que se les da acceso al último dragón, puede que su suerte haya cambiado y que tal vez logren liberar a los Poderosos para que los ayuden en la última batalla. Mientras, los diferentes países intentarán sobrevivir a los envites de los engendros. Pádaror se recompone tras el importante mazazo recibido, y aunque hayan resistido gracias a un nuevo nigromante, no se fían de él. Además, el nuevo monarca tendrá que lidiar con un reino desconfiado y al borde de la desesperación. Perna, reina de Artendon, por fin conseguirá aunar fuerzas para enfrentarse al enemigo que amenaza sus tierras, pero tras varias derrotas no sabe cuál debería ser su próximo movimiento. Entre tanto, los magos tienen la mirada fija en la obtención de un poderosísimo artefacto mágico y no quieren oír hablar de ir a la guerra sin antes conseguir tan preciado tesoro. Sus ansias de poder nublan su raciocinio ante un peligro tan inminente, e incluso desoyen los consejos de los caminantes del tiempo. Cuando las fuerzas oscuras lleguen a las Puertas Negras, solo tendrán una oportunidad, y Riss y sus amigos serán clave en la última batalla.

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El amuleto de Siliit

Los personajes, eventos y sucesos que aparecen en esta obra son ficticios, cualquier semejanza con personas vivas o desaparecidas es pura coincidencia.

No se permite la reproducción total o parcial de este libro, ni su incorporación a un sistema informático, ni su transmisión en cualquier forma o por cualquier medio, sea este electrónico, mecánico, por fotocopia, por grabación, u otros métodos, sin el permiso previo y por escrito del editor. La infracción de los derechos mencionados puede ser constitutiva de delito contra la propiedad intelectual (Art.270 y siguientes del código penal).

Diríjase a CEDRO (Centro Español De Derechos Reprográficos) Si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra. Puede contactar con CEDRO a través de la web www.conlicencia.com o por teléfono en el 91 702 19 70 / 93 272 04 47.

© de la fotografía del autor: Archivo del autor

© Luis M. Torrecilla 2020

© Editorial LxL 2020

www.editoriallxl.com

04240, Almería (España)

Primera edición: noviembre 2020

Composición: Editorial LxL

ISBN: 978-84-18390-15-9

El amuleto de Siliit

Trilogía Los Amuletos divinos Vol.3

Luis M.Torrecilla

«Cuando la oscuridad se cierna sobre la luz y las hordas de engendros formen un único ejército bajo una misma bandera para someter al mundo, el portador de uno de los amuletos divinos, tras renacer y traicionar a su pueblo, dirigirá hacia la victoria al ejército más temible jamás visto, conducirá al último dragón a la última batalla y dará su vida para que los gemelos vuelvan a unirse y, así, juntos, derroten al paladín de la oscuridad».

Última profecía de El libro de Luvidine

Índice

Agradecimientos

1

En busca de aliados

2

Levis dom

3

Verdades ocultas

4

Dádiva

5

El rostro de la muerte

6

Un ejército abatido

7

Una entre un millón

8

La Ciudad del Dragón

9

Los silencios de la magia

10

Tenemos que hablar

11

Todas las piezas

12

Habilidades compartidas

13

Exhibiciones

14

El plano paralelo

15

Haciendo memoria

16

Fin del asedio

17

Deditionem

18

Lenta persecución

19

El ascenso

20

El tesoro del dragón

21

Viaje sin retorno

22

Altares vacíos

23

Té de rosas

24

Maquinaciones itsanas

25

Vuelta al hogar

26

Una disculpa tardía

27

La cara oculta de los slops

28

Nuevas defensas

29

Muerte precognizada

30

Diez latigazos

31

Mercenarios

32

El primer día de primavera

33

Cisma

34

El retorno

35

La profecía de Luvidine

36

Gemelos

37

El día señalado

38

Dos días de vida

39

En el corazón de Tranya

40

Paseo por el adarve

41

Blanco sobre negro

42

El ejército fantasma

43

Deuda saldada

44

Piedra, luz y fuego

45

Piedra viva

46

La diosa Antyulis

Fin

Biografía del autor

Agradecimientos

Es difícil explicar las emociones que te embargan cuando se alcanza un sueño. Ni siquiera lo voy a intentar, solo diré que es hermoso.

Pero, a lo largo de los años, he podido comprobar con satisfacción que existe una sensación muy similar que solo surge cuando acompañas a alguien a lo largo de su camino para que cumpla ese sueño.

Por eso, quiero agradecer y dedicar este libro a todos aquellos que me acompañaron durante este largo viaje. Espero que sigáis ahí durante muchos sueños más.

También espero que contéis conmigo para cualquier locura que se os ocurra. Allí estaré dándoos la mano.

1

En busca de aliados

Riss no podía creer todo lo que se desarrollaba a su alrededor. El último recuerdo que tenía cuando despertó era el de su maestro y amigo clavándole un puñal en el corazón. Ahora estaba sentado a una mesa de piedra disfrutando de una cena ligera, rodeado de sus amigos y de una multitud de radors. Se encontraba en la celebración de la apertura del monte del Dragón.

Pero su mente no estaba en la fiesta, sino en todo lo que le habían contado sus amigos al despertar. Al parecer, Ymae se había enfrentado a Lleu y Goort, y también había acabado con la vida de Th´oman. Esto último le dolía. Cierto era que el caminante de los Páramos Sombríos había intentado lo mismo con él, pero para Riss seguía siendo su entregado maestro.

Después, ante la imposibilidad de una victoria, Koriki había potenciado los poderes de Ymae para que los sacase de allí. Habían llegado al monte del Dragón en lo que dura un parpadeo, y después, Koriki había compartido un hilo de vida para devolverlo a la vida.

Riss había intentado darle las gracias en varias ocasiones, pero el lusan rehusaba sus agradecimientos y siempre montaba alguna escena para cambiar de tema. Era cierto que ya lo consideraba un amigo, y, posiblemente, para Koriki el sentimiento fuese mutuo, pero acortar su vida para alargar la de otra persona… Riss lo había pensado mucho, y todavía tenía dudas de si él habría hecho lo mismo.

Y, por si no tenía bastante, los radors se habían empeñado en que eran las personas dignas de internarse en el monte del Dragón, los únicos seres en más de setecientos años.

Hacía dos días que había despertado, y una migraña permanente se había instalado en su cabeza. Puede que fuera un efecto secundario de haber estado muerto durante unos minutos, aunque él pensaba que era de tanto darles vueltas a las cosas e intentar comprenderlas.

Koriki llegó corriendo con la boca llena de avellanas.

—¿A que no sabéis qué? —Sus amigos no le respondieron y se limitaron a limpiarse los trozos de frutos secos que el lusan les había escupido mientras hablaba—. Mirad.

Koriki se irguió y estiró sus brazos mientras su rostro contenía la emoción que destilaba todo su cuerpo.

—¿Y qué tenemos que ver exactamente? —preguntó Ymae.

—¿No lo veis? —Estiró un poco más los brazos, pero no les dio tiempo a que respondieran—. Es normal, yo mismo he tardado varios días en darme cuenta. —Acercó sus muñecas al rostro de Ymae—. Es aquí mismo. ¿No ves que el traje me está pequeño? —La sonrisa del lusan se habría ensanchado aún más si eso hubiera sido posible. Después, subió uno de sus pies a la mesa para mostrárselo a sus amigos—. ¿Veis? Aquí ocurre lo mismo. Y lo mejor de todo es que estos trajes hechos de cuero puro no se encogen en dos días, con lo que solo hay una explicación posible… Yo he crecido.

De un salto, se subió a la mesa mientras derribaba algún vaso y esparcía a patadas la comida de los platos cercanos. Un baile un poco ridículo lo acompañó, aunque sus amigos no pudieron evitar que una sonrisa aflorase en sus rostros.

—Yo pensaba que el crecimiento de los lusan acababa antes de tu edad.

—Pues por eso bailo —contestó sin cesar en su danza—, porque ya pensaba que no crecería más, y ahora mira, seguro que soy de los más altos de todo el bosque. —Su baile cesó en seco y su voz sonó más seria—. Claro, puede que ahora tenga que mirar hacia abajo para poder hablar con mis amigos y que me salga chepa… No sé si me compensan esos dos centímetros de más.

—¿Crees que tiene algo que ver con las líneas que han teñido mi piel? —preguntó Riss.

Al principio no se había dado cuenta, pero, según iban pasando los días, lo que había pensado que eran moratones o marcas de la lucha se habían convertido en líneas pigmentadas en su piel. Por mucho que se había frotado, no había forma de eliminarlas.

Le recordaron a los tatuajes que llevaban muchos marineros de la costa de Burlisen, pero pronto se fijó en que seguían el mismo patrón que las líneas que surcaban la nívea piel de Koriki.

—Pues no tengo ni idea. Yo creo que es la primera vez que alguien de mi pueblo comparte un hilo de vida con algún no lusan. Así que, igual que tú has heredado parte de mí, como esas preciosas marcas, puede que yo haya adquirido algo tuyo. —De nuevo se puso serio—. Menos mal que no ha sido ese pelo estropajoso que tienes. Eso sí que habría sido un motivo de arrepentimiento.

—Ah, no te gusta mi pelo. Pero, por el contrario, que mi cuerpo esté cubierto de marcas lusan es un halago, ¿verdad?

—Pues claro. Pero, por muchas vueltas que le doy, no consigo entender cómo un hilo de vida que pertenece por completo al mundo espiritual es capaz de compartir características del mundo físico. En cuanto vuelva al bosque de Koo, debo de contárselo a nuestros sabios, a ver qué opinan ellos.

—¿Sabios? —preguntó Ymae—. No sabía que teníais esa figura. Después de tantos días allí y todavía nos quedan cosas por aprender…

—Claro, los contadores de cuentos. Kani es su líder. Digamos que aúnan varias funciones. Al conocer nuestra historia mejor que ninguno, también la analizan para poder extraer de ahí los mayores conocimientos posibles.

—Tiene su lógica.

Antes de que pudieran seguir con la conversación, Grantorio se levantó de su asiento e hizo un gesto para que todos le prestaran atención.

—Compañeros y amigos, esta es una comida de celebración que llevamos mucho tiempo esperando. Pero también es de despedida, pues mañana nuestros nuevos amigos entrarán en la cueva del dragón.

»Hace mucho que nuestro pueblo adquirió una deuda con los dragones, pues fue nuestra culpa el que asolaran y enclaustraran al último de su especie. A nosotros se nos confió la responsabilidad de custodiar el amuleto de Cellant, diosa de la Tierra. Pero tuvimos miedo de corrompernos al igual que hicieron otras especies, y nuestros ancestros decidieron cedérselo al Gremio de Magos. Cierto es que estos juraron en el idioma de los dioses que jamás lo usarían para segar ninguna vida, pero retorcieron su verdad para usarlo en la guerra de los Poderosos y, finalmente, les sirvió de llave para encerrar al último dragón.

»Desde entonces, nuestro pueblo ha sido el guardián de esta puerta, su protector y custodio. Desde aquellos días nos apartamos del resto de las especies y hemos permanecido en el desierto a la espera de poder dar paso a aquellos que son dignos.

»Hasta hace pocas lunas, os habría dicho que el dragón que yace en su interior es digno de ser liberado y que, con él, el mundo volverá a ver el equilibrio. Os habría dicho que no temierais por nada, pues, según las leyendas, la bondad habita en su corazón. Pero ahora…, después del mensaje que nos ha llegado…

—¿Qué mensaje? —preguntó Ymae nerviosa. La idea de tener noticias del mundo en el que antes vivían la alteró. Allí, en mitad de la nada, no había pensado que estos seres podrían estar al día de las novedades del continente. Ahora, centenares de preguntas se agolpaban en su mente.

—Nos llegó un mensaje de S´ten, del Gremio de los Caminantes del Tiempo.

—¿Cómo? —interrumpió de nuevo Ymae—. Ese gremio se suprimió hace muchos lustros.

Grantorio sonrió.

—Veo que habéis estado de viaje mucho tiempo, pues, últimamente, es noticia en todo el continente.

—Holi, una congénere nuestra, lo ha refundado junto con un ciego llamado Loi y Yaru, un padaroreño.

Esta vez fue Riss el que interrumpió, levantándose de la impresión:

—¿Yaru, hijo de Zenfoy?

—Bueno, parece que tú sí que estás al día.

Tras la primera impresión, y tras meditarlo unos segundos, no era tan raro. Yaru había sido un caminante del tiempo después de muchos años sin ver a ninguno. Con el poder y la influencia de su padre, seguro que había tenido fácil acceso a lo que se le antojara.

Grantorio tomó de nuevo la palabra:

—Bueno, como os iba diciendo, nos ha llegado un mensaje de Holi, y nos asegura que es de total confianza.

—¿Qué dice? —La voz áspera de Faiser volvió a provocar un silencio sepulcral, pero este no tenía tiempo para tonterías ni tertulias insustanciales.

—Textualmente, decía así: «Aquellos que crucen el pórtico del dragón morirán salvo que se cubran de luz».

Todos callaron y meditaron sobre esta nueva profecía, pero ninguno de ellos pudo llegar a dilucidar la posible verdad que se hallaba en el interior de estas palabras.

Riss no tenía la cabeza para más diatribas ni quebraderos. Viendo que el discurso había acabado y que ahora tocaba el eterno debate sobre esta nueva profecía, se levantó y abandonó la sala.

Ymae tuvo la tentación de seguirlo, pero había muchas preguntas que se le amontonaban en la cabeza. Así que, en vez de salir tras su amigo, se cambió de sitio para acomodarse junto a Grantorio.

—¿Sabéis qué puede querer decir esa nueva profecía?

Grantorio negó.

—No entendemos muy bien por qué, pero siempre están llenas de misterio y son difíciles de comprender. Esta, en cuestión, la hemos analizado en los últimos días de manera exhaustiva, y lo único que se nos ha ocurrido es que deberéis usar alguna barrera de luz. Hemos pensado que, si para abrir la puerta del dragón iba a llegar alguien que manejara la luz como tú lo haces, no tendría problemas para generar esta barrera.

Ymae asintió de manera inconsciente. Y aunque el tema podría derivar en una larga charla, existía otra pregunta que martilleaba en su cabeza.

—¿Sabéis algo de S´ten?, ¿o de Alise, la señora de los vientos?

Era harto improbable que Alise o Jaar hubieran salido con vida de aquella torre, pero quería aferrarse a una última esperanza milagrosa.

Grantorio leyó la tribulación que corroía a Ymae. Además, las había visto juntas en la puerta en varias ocasiones. Su respuesta fue todo lo dulce que sus cuerdas vocales de piedra fueron capaces de articular:

—Lo siento, mi niña, pero hace tiempo que se la dio por muerta y ahora otra persona ocupa su lugar.

Ymae no pudo evitar llorar en silencio, pero no era momento ni lugar para eso, así que se contuvo decidida a conseguir más información que le pudiera ser útil.

Poco a poco, Grantorio le contó la nueva situación del Gremio de Magos y su relación con los caminantes del tiempo. Le informó de cómo los engendros amenazaban de manera preocupante el reino de Artendon, y de cómo Pádaror se había librado por los pelos de sucumbir ante un golpe de estado orquestado y apoyado por las fuerzas oscuras.

Riss se encontraba en la boca de la entrada de la cueva del dragón. Necesitaba aire fresco, y bajo las piedras apena soplaba una pequeña brisa. Allí arriba era muy diferente y, en cuanto se ponía el sol, las corrientes nocturnas se volvían gélidas. Era curioso que en un desierto hiciera tanto frío por la noche. Jamás se lo habría imaginado.

Pero ahora mismo era lo que necesitaba, que el helor de la noche calmara su mente y lo ayudara a pensar con detenimiento.

—¿Estás bien?

Faiser había llegado junto a él hacía rato, pero había respetado su silencio hasta ese momento.

—Sí. Supongo.

Faiser se revolvió incómodo.

—Mira, Riss, yo no soy un surlam de palabra fácil, pero está claro que algo te pasa. Supongo que es normal después de todo lo que hemos vivido últimamente, y si necesitas desahogarte, puedes contar conmigo.

Riss sonrió. Estaba seguro de que, exceptuando alguna reprimenda, esa era la frase más larga que había escuchado al surlam.

Sabía de la sinceridad de sus palabras y lo que le había costado pronunciarlas a su amigo.

—Gracias, Faiser. Pero es que no sé cómo explicarlo. Todo es muy difícil.

—Las cosas son siempre más fáciles de lo que pensamos. Solo hace falta valor para afrontar de manera directa lo que nos atañe en cada ocasión.

Riss sonrió de nuevo, pero esta vez de manera socarrona.

—Afrontar las cosas… ¿A qué te refieres?, ¿a que mi maestro fuera un traidor y que haya intentado matarme?, ¿o a que casi muriera en las lindes del bosque de Koo asaeteado? —No esperó respuesta y, elevando un poco más el tono de voz, continuó—: ¿A lo mejor te refieres a las peleas con los engendros en las que siempre acabo mal parado? Ya lo sé, ¿a la tortura a la que me sometieron y en la que hasta me cortaron una mano? —Casi gritando, continuó—: También podríamos hablar de que no pudimos hacer nada por los mentores de Ymae y de que, si no hubiera sido por Koriki y por ti, jamás la habría podido proteger. De hecho, el que yo posea el amuleto de Dalkarén se debe más a un despiste de Koriki que a mi propia habilidad.

Faiser aguantó con paciencia el chaparrón y luego habló con tranquilidad:

—Pues a eso mismo me refiero. Puede que tengas muchas cosas dentro y debas hablar de ello para liberarte de su carga. Puede que debas desahogarte.

—Perdona, Faiser, estoy un poco alterado.

El surlam no respondió, tan solo le dio el tiempo que necesitaba su amigo para poder continuar. Muchas veces es tan solo tiempo lo que se requiere.

—No puedo dejar de pensar en Th´oman. No entiendo que, después de todo lo que hemos pasado juntos, nos haya traicionado de esa manera. Para mí era mucho más que mi maestro de armas.

—Lo sé.

—Y ahora está muerto. No puedo culpar a Ymae por lo que hizo, pero me habría gustado que acabara de otra manera. No sé…, haber tenido la oportunidad de hacerle cambiar de idea.

—Ha estado mucho tiempo con nosotros, y esa oportunidad la ha tenido. No la cogió porque no le interesó.

—Sí, tienes razón. A lo mejor tan solo necesitaba despedirme de él.

Faiser no sabía si exponer ciertos detalles que, al parecer, se les habían pasado por alto a sus amigos, pero al ver tan apesadumbrado a Riss se decidió a ello.

—Veo que a los humanos os gusta hablar tanto como a los lusan, pero que escucháis poco y recordáis menos.

—¿A qué te refieres?

—No entiendo de profecías, pero Yaru le pronosticó que moriría dos veces: una por la luz y otra por una espada de lágrimas.

—¿Quieres decir que puede que esté vivo todavía? Koriki nos ha contado que vio que tenía rotos todos sus hilos de vida.

—Tú también los tenías segados, y mírate. La verdad es que no sé qué pensar, ya te digo que no entiendo mucho de esto. Pero supongo que, si tiene que morir una segunda vez, tiene que estar vivo, ¿no?

A Riss se le abrió todo un mundo de posibilidades delante de él. Puede que Lleu hubiera compartido un hilo de vida con su maestro, aunque no lo veía muy probable. Otra opción era que Koriki no hubiera visto bien el cuerpo de Th´oman y que a este le quedara algún hilo funcional todavía. O que, simplemente, le hubiera mentido su amigo. Al fin y al cabo, era un lusan.

Había un mar de opciones tras la revelación de Faiser, algunas descabelladas y otras un poco más factibles. Pero puede que su maestro estuviera vivo, y aunque fuera un traidor, a Riss le daba cierta calma en su atribulado interior.

Allí, todavía pensativos, los encontraron Ymae y Koriki un poco más tarde. La aprendiz de mago los puso al día de todo lo que había ocurrido en el continente.

—Amigos, ¿qué opináis? ¿Cuál es nuestro siguiente paso?

—¿A qué te refieres?

Ymae ordenó sus ideas para intentar ser lo más concisa posible dentro de todas las alternativas que se le pasaban por la cabeza.

—Veamos. Se supone que íbamos de camino a Mell para encontrar a los gemelos y que yo volvería a S´ten. Sin embargo, la ciudad y todos sus habitantes han sido borrados del mapa. ¿Qué hacemos?

Fue Koriki el que habló:

—Los radors nos han dado paso franco hacia el último dragón, cosa que era harto improbable. Yo creo que deberíamos aprovechar la ocasión y pasar a conocerlo. Puede que podamos liberarlo, que nos deje visitar la ciudad de los Poderosos o que nos coma… Eso sería fabuloso…, menuda experiencia única, ¿verdad?

—También tenemos la opción de ir a nuestros respectivos hogares, informar de todo lo que sabemos. Después podríamos volver aquí para intentar hacer algo por el dragón.

En la voz de Ymae había más esperanza y anhelo de lo que le hubiera gustado, pero deseaba poder liberarse de la carga que portaba. Toda la información que poseía y que desconocían sus superiores empezaba a pesar demasiado. Una parte importante de ella quería volver a S´ten lo antes posible.

A Riss no le pasó inadvertido tal tono, y una parte de él sentía exactamente lo mismo. En otro momento le habría dejado la decisión a Th´oman, pero este ya no estaba. Había desaparecido y no volvería a engañarlos para llevarlos a la boca del lobo.

Ahora le tocaba a él tomar esas decisiones.

—Pero tardaríamos mucho en ir y volver a nuestras diferentes naciones.

—He pensado en eso, y si Koriki potencia mis habilidades, podríamos volver en un par de días.

Koriki postuló su opinión de una manera clara y concisa:

—Sí. No lo sé. No creo. Y no.

—¿Puedes ser un poco más concreto?

—Pues que a tu propuesta votaría que «sí» con los ojos cerrados, pero creo que tiene ciertas lagunas. Lo de potenciar tus poderes podría intentarlo, pero «no sé» a ciencia cierta que pueda hacerlo de nuevo hasta ese nivel, y menos para ir a todos los reinos y volver. Pongamos que lo conseguimos, ahora viene el «no creo». Tú eres aprendiz de mago. Una vez que llegues con toda esa información a S´ten, los magos no te dejarán partir de nuevo, querrán saber hasta el más mínimo detalle de todo lo vivido. Lo que conllevará largos interrogatorios durante varias lunas. Además, en cuanto sepan de la existencia del amuleto de Dalkarén, y sabiendo que Lleu tiene el de Cellant, querrán hacerse con él. Y lo de venir a visitar al último dragón…, ni en sueños. Los magos siguen recelosos con el tal Sert y «no» mandarán a una aprendiz a negociar con él.

—O sea, que o nos metemos de cabeza en la boca del lobo, o, mejor dicho, en la boca del dragón, o volvemos a casa descartando la posibilidad de pisar su interior.

—Yo creo que esas son las opciones —contestó Koriki—, aunque hay que pensar un par de cosas más. Por un lado, si volvemos con el amuleto de Dalkarén, esto dará una posibilidad a tu reino para resistir contra los engendros. Por otro, si decidimos visitar al dragón, puede que lo perdamos o que, por el contrario, consigamos su apoyo o el de los Poderosos.

Faiser no pudo evitar reírse.

—¿Quieres decir que somos nosotros los que vamos a liberar a Sert o a los Poderosos?

—Si te soy sincero, no nos veo con muchas capacidades para tal misión. Pero, si la profecía se revela ante nosotros, y viendo que todo apunta a algo emocionante, yo votaría por esa opción.

Todos miraron a Riss a la espera de su opinión. Hasta ese momento no se había percatado, pero era él quien unía al grupo. Todos eran ya amigos, pero era con él con quien compartían un vínculo especial.

La carga de la responsabilidad comenzó a pesarle, y más ahora que no podía delegar la tarea de toma de decisiones a su maestro.

Se levantó sereno y, por una vez en toda la noche, tuvo las ideas claras. Era hora de actuar.

—Vamos dentro.

Koriki saltó de emoción y se adelantó hasta la entrada de la cueva, pero Faiser e Ymae no se movieron esperando alguna explicación.

—No conocía mucho a Alise y Jaar, pero me parecieron sabios y valientes. Si ellos no quisieron enfrentarse a Lleu teniendo a su alcance el amuleto de Dalkarén, creo que llevarlo ahora a nuestros reinos sería un error. Seguro que causaría más disputas por su posesión que soluciones traería al conflicto que se avecina. Vayamos dentro e intentemos volver a Pádaror, S´ten o Koo con otro amuleto más, el amuleto de Antahal. O puede que incluso con el último dragón o los Poderosos dispuestos a luchar a nuestro lado.

—¿Ahora? —preguntó Ymae.

—No sé qué nos espera tras esa cueva, pero hay muchas esperanzas para que merezca la pena el riesgo de entrar. Estoy cansado de esperar, y yo también tengo ganas de volver a casa. Empecemos pronto para que todo llegue a su fin cuanto antes.

Riss le tendió la mano a Ymae, y ella la tomó para dirigirse juntos hacia la cueva del dragón, donde ya los esperaba Koriki.

Faiser los siguió.

2

Levis dom

—A lo mejor tendríamos que haberlo meditado un poco más, ¿no creéis?

Koriki iba agarrado a la túnica de Ymae y, por primera vez, parecía temeroso. Aunque Riss no lo achacaba a la presencia cercana del dragón, sino a su incapacidad para saltar de plano.

Nada más acceder a la cueva, Ymae había creado un globo de luz, pero existían muchos recovecos donde la oscuridad no cedía terreno. Y no es que Sert se fuera a esconder en esos pequeños espacios ausentes de luz, pero tenían una necesidad imperiosa de abarcar con la vista todo lo que pudieran.

El lusan había intentado saltar de plano, pero no había funcionado. Ni siquiera sus ojos habían podido tornarse azabaches para poder vislumbrar dicho plano de existencia, había una fuerza muy poderosa que se lo impedía. Era la primera vez que le sucedía algo así, y era como si se hubiera quedado tuerto y cojo. Había perdido la mitad de sus capacidades.

Avanzaron sin prisa hasta que llegaron al final de un pasillo que daba a una gran sala diáfana.

—Creo que es el momento.

Ymae asintió.

—Koriki, creo que deberías potenciar de nuevo mis capacidades. En mitad de toda esta oscuridad ya me cuesta trabajo mantener el globo de luz. La cúpula protectora será demasiado sin tu ayuda.

El lusan asintió.

La aprendiz de mago no sintió nada en particular, pero lo mismo había sucedido la vez anterior. Confiando en su amigo, comenzó el tejido de un tamiz que los cubriría a los cuatro. Era la primera vez que lo creaba, pero le pareció que estaba correcto. Solo había una forma de saberlo con seguridad: liberando su energía.

—Levis dom.

Una cúpula semicircular de dos metros de diámetro cubrió a los cuatro amigos, e Ymae suspiró aliviada al comprobar que había funcionado.

—¿Cuánto puedes aportarme, Koriki? —Ymae no podía descentrarse ahora. La barrera protectora estaba activa, pero de momento solo podría parar pequeños ataques. Podría reforzarla y su capacidad de protección sería muy superior, pero esto requeriría mucha más energía e hilos de luz, energía que tendría que aportarle el pequeño lusan.

—Por eso no te preocupes. Tú actúa según te dicten tus instintos, y yo seré consecuente en la parte que a mí me corresponde.

Accedieron a la gran sala en silencio. Ymae se arriesgó a liberar más energía del globo de luz. Aun así, la oscuridad a su alrededor no se desvaneció. El globo se dividió en dos, luego en cuatro y, finalmente, aparecieron ocho esferas que se dirigieron a diferentes puntos de la cueva.

La enormidad que se descubrió ante ellos fue abrumadora. Era como si la enorme montaña a la que habían accedido estuviera hueca.

Su aturdimiento se esfumó en cuanto oyeron un gran cuerpo arrastrándose por el suelo pedregoso.

La mitad de las esferas se dirigieron hacia el ruido, y, de manera inconsciente, Ymae redobló la protección de la cúpula de luz.

Una gran masa blanca comenzó a girar sobre sí misma y a desperezarse poco a poco. Como recién despertado, el dragón se estiró todo lo que dieron sus músculos de sí, haciendo que la cueva pareciera mucho más pequeña que hacía tan solo un instante.

Sus grandes alas vibraron dejando caer pequeñas nubes de polvo que se habían acumulado sobre ellas, y el espigado cuerpo del dragón se contorsionó hacia un lado y otro.

Todo este ritual finalizó con un gran bostezo del titánico ser para dejar a la vista de los cuatro amigos varias hileras de afilados dientes.

Goort les había parecido temible, pero el dragón no era menos impresionante.

De un gran salto y nivelándose con sus potentes alas, el dragón se situó frente a ellos para analizarlos detenidamente a través de sus ojos rasgados.

—Por fin habéis llegado.

La voz gutural asustó a Ymae, y esta reforzó de nuevo la cúpula de luz que los protegía. El brillo aumentó y cegó a Sert, haciéndolo retroceder.

—Entiendo que puedo resultar intimidante, pero, si pudieseis eliminar esa molesta luz, os lo agradecería. Tanto tiempo a oscuras debilita los ojos de cualquiera.

Ymae miró a Riss, pero este negó. Según Grantorio, esa era la protección que les salvaría la vida. No podían renunciar a ella.

—Lo sentimos mucho, pero de momento la dejaremos en su sitio. —Sin darse cuenta, Riss había tomado el tono altivo que había practicado durante su farsa en el campamento de los engendros oscuros.

—Llevo mucho tiempo esperándoos como para ahora acabar con vosotros de un bocado. Además, si quisiera, esa pequeña barrera no me impediría devoraros. Así que retiradla.

—No queremos dudar de tu palabra, pero nosotros no estamos acostumbrados a la oscuridad y necesitamos ver. De momento, dejaremos la cúpula en su sitio.

—Esto no es una negociación. Dejad un par de globos de luz y retirad el resto.

Riss notó que el enfado del dragón iba en aumento y sabía que no era buena señal, pero no se atrevía a quitar la única protección que les podría servir de algo a él y a sus amigos.

—No.

—Venís a mi casa a imponer vuestras normas. —El dragón saltó y se elevó por la cueva con el estruendoso batir de sus alas. Un gran viento se levantó y el polvo se arremolinó por todo el espacio. Solo el terreno contenido bajo la cúpula de luz se libró del envite provocado por la enorme bestia. Planeó sobre los cuatro y rugió de rabia—. Más de setecientos años esperándoos y me encuentro a unos niñatos maleducados y soberbios. Deberían haberos enseñado a respetar a los dragones.

Esperaban un ataque, pero este no llegó. Tan rápido como había despegado, se posó sobre un saliente en un lateral.

—Os voy a enseñar lo que vuestros padres no han sido capaces.

Los ojos del dragón se entrecerraron hasta ser tan solo una pequeña línea amarilla tras un ceño fruncido.

Ymae sabía que un enfrentamiento sería su perdición, pero no podían retirar la barrera. Además, entreveía tamices de hilos de viento entre los torbellinos que se habían levantado y, aunque no supiera interpretarlos, sabía que no podía ser nada bueno.

—Sert, no queremos ser descorteses, pero hemos pasado por mucho hasta llegar aquí. Sentimos ser un poco desconfiados.

El dragón sonrió.

—Ya es tarde.

Nada más terminar la frase, Faiser cayó inconsciente frente a sus amigos.

Para Ymae era imposible. Nada había atravesado la cúpula, nada físico, y tampoco ningún hilo de magia.

—Es imposible —susurró.

—Pequeña, te queda mucho por aprender —se burló el dragón.

Al instante, Riss cayó sobre su amigo.

Antes de que pudiera hacer nada, Koriki también los acompañó.

Tuvo un momento de pánico cuando vio al lusan desfallecer, pues temió que su fuente de energía desapareciera, pero no fue así.

Ymae redujo el diámetro de la cúpula sobre ellos y la volvió más potente. Un fogonazo de luz inundó la cueva, pero el dragón tan solo pudo reír más fuerte.

—Los magos soléis resistir un poco más, pero tú también acabarás junto a ellos.

Ymae escuchaba sus palabras a la par que sus párpados se cerraban. Su respiración se aceleró intentando que sus pulmones se llenaran de un aire que no llegaba.

Primero fueron las esferas de luz las que desaparecieron. Después, la cúpula titiló un par de veces antes de apagarse y devolver la cueva a su oscuridad inicial.

Sert bajó de su parapeto y observó con curiosidad los cuerpos de los cuatro amigos inconscientes e indefensos que estaban a sus pies.

3

Verdades ocultas

La primera en despertar fue Ymae, y lo hizo con un sobresalto. Volvió en sí igual que se había desvanecido, con el corazón acelerado. Creó un pequeño globo de luz, y el hecho de que el dragón estuviera observándola a tan solo un par de metros de distancia no ayudó a que se serenase.

Su instinto de supervivencia hizo que comenzara a tejer hilos de luz para generar de nuevo una cúpula protectora.

El dragón giró ligeramente la cabeza y levantó una ceja.

—¿En serio vamos a empezar de nuevo así?

Los había tenido inconscientes a sus pies y no había dañado a ninguno de ellos. Ahora solo les quedaba confiar en él hasta ver cómo se desarrollaban los acontecimientos.

Ymae interrumpió el conjuro. No los quería muertos. Al menos, de momento.

—Así, mucho mejor. Ahora, reanima a tus amigos y hablemos los cinco.

La aprendiz de mago hizo lo que le ordenaba sin rechistar y creó hechizos menores de vida para cada uno de sus amigos. Todos despertaron alterados, pero ella los calmó y les pidió paciencia hasta que el dragón les explicara algo.

—Bien, ahora que estamos todos despiertos y algo más calmados, creo que es tiempo de empezar de nuevo las presentaciones. Siento haber sido tan dura con vosotros, pero supongo que hace mucho que no trato con nadie y esto me ha agriado el carácter. Mi nombre es Sert.

Después del encontronazo inicial, esas palabras amables parecían un sueño, y se miraron los unos a los otros desconfiados y sin saber muy bien cómo tratar al impresionante ser que tenían delante.

Riss había sido nombrado representante sin votación alguna, así que el joven no alargó mucho más el momento.

—Mi nombre es Riss, y estos son mis amigos. —Hizo las presentaciones oportunas—. No pretendíamos invadir la cueva del dragón para molestarte y causarte la mala impresión inicial que te has llevado de nosotros. Te pedimos también disculpas por ello.

El dragón asintió.

—Disculpas aceptadas. Pero antes de seguir, permitidme aclararos una cosa: esta no es la cueva del dragón, sino de la dragona. Así que os pediría que utilizarais el género apropiado.

Una nueva sorpresa sacudió a los amigos, aunque esta era menor. El género de la última representante de su especie era irrelevante frente a la situación de encontrarse en el interior de una montaña que hacía siglos que nadie pisaba.

Todos asintieron en conformidad, y la dragona continuó:

—Y ahora decidme, ¿a qué habéis venido aquí?

De nuevo, miradas inquietas y dubitativas se cruzaron entre los cuatro amigos. Riss los examinó uno por uno, obteniendo siempre la misma respuesta: un encogimiento de hombros.

Fue Ymae la que respondió en esta ocasión:

—La verdad… es que no tenemos ni idea. Hemos acabado en la entrada de tu cueva por casualidad, y han sido los radors los que nos han convencido de que éramos dignos de adentrarnos en las entrañas de la montaña. Sin ánimo de parecer maleducada de nuevo, pero la profecía de la puerta se supone que es cosa tuya y que eres quien lleva cientos de años esperándonos. Así que supongo que podrás darnos algo más de información.

La dragona suspiró.

—Ojalá supiera algo más que vosotros. Caminar por el tiempo no es sencillo, y las interpretaciones de los pocos recuerdos que permanecen en nuestra mente tampoco. Solo sé que tenía que esperaros, pero no tengo muy claro para qué.

—¿Entonces?

—Entonces, yo sé poco más que vosotros. Tan solo sé que tendréis cierta relevancia en el desenlace de mi encierro. Nada más.

Todos se miraron en silencio tratando de comprender qué hacían allí, pero ninguno obtuvo respuesta alguna que pudiera aclarar la más mínima cuestión.

—Mientras se nos ocurre alguna cosa, ¿qué tal si me contáis qué ha sucedido en el continente durante los últimos siglos?

—¡Yo, yo, yo! ¡Me lo pido! —Al parecer, Koriki ya había perdido el miedo a la dragona—. Pero, eso sí, a cambio de todo lo que vamos a contarte, y como muestra de una buena anfitriona, tal vez podías regalarnos alguno de tus tesoritos, ¿no?

La dragona rio apesadumbrada.

—Esperaba que, después de mi largo sueño, el bulo del tesoro del dragón se hubiera disipado.

—¿Seguro que no tienes nada guardado por ahí en otra cueva secreta?

—Estoy segura.

—Pero ¿segura, segura?

La dragona asintió.

—Pero… ¿segura, segura…?

—¡Cállate! —El grito de Faiser los pilló a todos desprevenidos y los sobresaltó—. Estás ante uno de los seres más perfectos que han creado los dioses y solo a ti se te ocurre importunarla.

—No es por ofender —dijo Koriki—, pero ¿tú has visto este cuerpo espigado y estos ojazos que tengo? Porque hablando de perfección…

Ymae interrumpió la absurda conversación, no podía creer que se comportaran así delante del último dragón del mundo.

—Por favor, callaos los dos. Lo sentimos mucho, Sert. Espero que no te lo tomes como una ofensa, pero, últimamente, estamos un poco alterados.

La dragona rio.

—Tranquila, hacía mucho que no escuchaba una conversación desenfadada. La verdad es que las prefiero a los discursos aprendidos para impresionarme o intentar conseguir algo de mí.

—¿Conversación desenfadada? En eso somos expertos los lusan. Déjame que te cuente.

Así, en un ambiente distendido, Koriki se lanzó a narrar todos los acontecimientos que habían ocurrido en los últimos años y que ahora amenazaban la paz del continente.

Varias horas después terminó el resumen de Koriki. Tal y como habían acordado previamente antes de entrar a la cueva, ocultaron el tema de los amuletos divinos, tanto el de Dalkarén de Riss, como los de Cellant y Antyulis, de los que se había apropiado Lleu.

Sert estaba más apesadumbrada de lo que todos habrían podido imaginar.

—Suponíamos que tarde o temprano nos enfrentaríamos a una ofensiva de los engendros, pero no imaginábamos que sería una tan bien orquestada. Creo que os han tomado la delantera y que todo tiene muy mal aspecto.

—Por eso nos hemos animado a entrar en la cueva. Puede que tú puedas ayudarnos o que permitas que lo hagan los Poderosos.

Un brillo amenazador apareció en los ojos de Sert, uno que conocían en primera persona y que habían visto justo antes de caer inconscientes a sus pies.

Para sorpresa de todos, su voz sonó relajada:

—No creo que me liberen, y yo jamás los liberaré a ellos antes.

Ymae intervino:

—No hace falta. Si convenciéramos a unos pocos de estos, puede que tú les dejaras partir con la promesa de volver tras la guerra.

—No.

Esperaron a que añadiera algo más, pero no fue el caso.

Ymae continuó insistiendo:

—Si jurasen en el idioma de los dioses, tendrían que cumplir su palabra.

—No insistas. No me puedo fiar de ellos, no después de todo lo que me hicieron. Ya tergiversaron una vez su palabra, y estoy convencida de que lo volverían a hacer.

Sus palabras sonaron tensas y todos callaron. Habían escuchado historias de la guerra de los Poderosos, de cómo los dragones se habían alzado contra los grandes magos para evitar que sus poderes siguieran aumentando, pues tenían miedo a que los igualaran. Todos conocían cómo los magos habían luchado por su vida y habían sobrevivido por los pelos. Aunque, después de que el pueblo lusan les hubiera contado la verdad sobre los dioses y cómo los grandes magos habían ocultado la existencia del Cronn, el séptimo dios, no sabían qué pensar. Puede que hubieran ocultado más aspectos relevantes de la guerra. O puede que hubieran tergiversado los hechos tal y como declaraba la dragona.

—Cuéntanosla. —Todos miraron a Koriki sin entender muy bien a qué se refería—. Me refiero a la guerra de los Poderosos. Conocemos la versión de los magos y pocos aspectos más que han podido permanecer más o menos inmutables en todo este tiempo. Cuéntanosla para que podamos entenderte un poco mejor y que nuestras peticiones sean acordes a tus posibilidades.

La dragona miró al lusan de manera intensa. Primero, lo evaluó a él y, después, su escrutinio se posó sobre cada uno de los cuatro amigos. Al final, tras meditarlo unos instantes, tomó una determinación.

—Tengo más años de los que vuestra mente pueda llegar a imaginar. Y, aunque parezca mentira, la historia siempre se repite. El bando que gana la guerra legitima la acción bélica bajo la bandera de la justicia, haciendo malvado al otro bando. A partir de ahí, tan solo tienen que cambiar algunos detalles para que los perdedores parezcan más malvados y que surjan villanos entre sus filas. Y, por supuesto, héroes entre las de los vencedores.

»No sé qué historia habrán montado los Poderosos o los magos que quedaron fuera del encierro, pero te aseguro que no es cierta. También os informo de que mi versión de los hechos tendrá ciertos aspectos que muchos podrían tachar de mentiras o manipulaciones. La verdad siempre está en un punto intermedio difícil de dilucidar, pero a mí se me ha encerrado aquí, y no han dejado que mi verdad salga a la luz.

Ymae estaba nerviosa. Ante ella se presentaba la ocasión de conocer de primera mano la historia de la batalla mágica más grande de todas las eras. Temía la verdad, pero no podía dejar pasar esa oportunidad.

—Empecemos por el principio. ¿Cómo empezaron los conflictos entre vosotros?

—Ese es uno de los puntos más complicados de toda la historia. —Sert cogió aire y lo exhaló poco a poco poniendo en orden sus ideas—. Era un tiempo de prosperidad, y la magia estaba muy avanzada. Sin engendros a los que combatir, todos los esfuerzos de los académicos iban encaminados a implementar los conocimientos sobre el uso de los hilos de magia. Existían grandes magos capaces de proezas difíciles de imaginar, se creaban artefactos muy poderosos y el Gremio de Magos era un lugar de culto y referencia en todo el continente.

»Pero entonces quisieron más. Avanzaban en sus conocimientos y su energía básica no era suficiente para poder desarrollar sus ideas. Era cuestión de tiempo, pero su impaciencia era más grande que su miedo a las represalias. Nos pidieron que usáramos nuestro poder con ellos. Y nosotros nos negamos.

—¿Qué poder es ese? —interrumpió Ymae.

La dragona sonrió con tristeza.

—Creo que guardaré ese pequeño secreto para mí, pues hasta el momento solo nos ha traído problemas a nuestra especie. Nos presionaron. Nos amenazaron y realizaron maniobras políticas, moviendo sutiles hilos, para enemistarnos con otras razas. Pero nosotros teníamos clara nuestra postura y no nos dejamos doblegar. Jamás pensamos que llegarían a los extremos que alcanzaron. —De nuevo, hizo una pausa para tomar aire. En su rostro se leía que, aun pasados cientos de años, el recordar lo acontecido le seguía doliendo—. Querían nuestro poder y, como nosotros no se lo otorgábamos, decidieron tomarlo ellos mismos. Secuestraron a un joven dragón y lo que le hicieron… Era poco más que un niño…

—¿Qué sucedió entonces? —Ymae la animó a que continuara la historia.

—Lo secuestraron y generaron un hechizo sobre su cuerpo etéreo. No el de este mundo, sino sobre el plano paralelo. Tras varios días, consiguieron extraer uno de sus hilos de vida.

A Ymae se le escapó un pequeño grito de asombro. No conocía un hechizo semejante, pero eso no fue lo que la asustó. Todos los magos sabían que durante aquella guerra se habían perdido gran cantidad de los conocimientos sobre la magia. Lo que en realidad la impresionó fue que unos magos del Gremio alteraran los hilos de vida de otro ser sin su permiso. Eso estaba totalmente prohibido.

Sert continuó con la historia:

—Poco después de la desaparición del joven dragón, la familia del dragón prisionero, que lo andaba buscando, dio con su paradero. Se hallaba junto a la torre de la luz, y pese a todo el poder que puede destilar esta, los magos que había allí en ese momento no pudieron hacer nada contra la ira de los dragones. En un ataque fulgurante arrasaron el lugar y liberaron al joven dragón. Pero este ya no era el mismo, le habían arrancado parte de su esencia. No es que fuera a vivir menos que otros dragones, puesto que nuestros hilos son irrompibles, pero en ellos se halla parte de nuestro ser.

»Tras un breve consejo de dragones para tratar el caso, un nutrido grupo partió para S’ten para pedir que se les entregaran a los responsables de tal acto. Los cabecillas habían huido a la ciudad en busca de más información para mejorar su hechizo y tener éxito en su siguiente intento. Las negociaciones no fueron bien. Nosotros habíamos matado a varios magos y nos habíamos apoderado de una de las torres de la magia. Ellos «tan solo» habían dañado ligeramente a uno de los nuestros.

»El ambiente se tensó. Nosotros no es que quisiéramos venganza, pero sí queríamos juzgar a esos dos magos que habían intentado apropiarse de nuestras facultades a cualquier precio. El Gremio de Magos propuso entregar a sus congéneres a cambio de nuestras capacidades, estaban dispuestos a todo con tal de conseguir nuestro poder. Pero este no estaba en venta y ellos no entregarían a dos magos que estaban cerca del conocimiento que tanto ansiaban.

»Nos acusaron de ladrones por robarles la torre. Nos acusaron del asesinato de todos los seres que allí se encontraban. Nos acusaron de intimidación. Antes de que ninguno de nosotros se diera cuenta de cómo había empezado, estábamos en guerra. Al principio, fueron tan solo unas pequeñas revueltas aquí y allí, pero, en cuanto los cadáveres comenzaron a cubrir la tierra, la ira de ambos bandos creció desmesuradamente y todos perdimos los papeles.

»Tras varias lunas de batallas, se decidió hacer una última. La batalla de los Poderosos. El Gremio de Magos contra los Dragones. Ambos bandos creían poder ganar, y así aquella disputa se acabaría de una vez por todas. Se citaron en el desierto de Jammar. Yo no participé en ella. Fui la única de mi especie que no fue a la guerra. Alguien debía quedarse con el amuleto de Antahal, pues no estaba permitido su uso en ninguna batalla.

»Deambulé por el norte del desierto durante días, esperando a que alguno de mis compañeros regresara para darme la buena noticia. Pero esto nunca sucedió. Y yo supe la verdad. Pasada media luna, reuní el valor que necesitaba y decidí desplazarme al lugar de la batalla. Aunque mis ojos no necesitaban ver lo que había sucedido, sí que necesitaban llorar la pérdida de mis congéneres.

»Cuando llegué, los magos todavía estaban allí. Habían enterrado a sus muertos, pero no los cuerpos de los dragones. El desierto de Jammar, el campo de batalla, se había convertido en el laboratorio de estudio de los magos que habían quedado con vida. Ni siquiera tras ganar la guerra nos podían dejar descasar en paz. Entré en cólera, pero mi mente racional me hizo ver que yo no podía nada contra ellos y frenó mis impulsos de venganza. Así que hice lo único que podía hacer, darles un descanso merecido a mis congéneres.

»Ayudado del amuleto de la diosa de los vientos, generé corrientes y arrebaté los cuerpos de mis amigos y compañeros de las garras de esos impíos magos. Sabiendo que cualquier tipo de entierro sería profanado, creé corrientes de aire tan potentes que despedazaron los cuerpos de los dragones hasta que una pequeña lluvia de polvo de dragón nos cubrió a todos. Lo que vino después jamás habría podido imaginarlo.

»Yo no había usado el amuleto para atacar a ningún mago, y esto les dio una idea. Usaron el amuleto de Cellant, no para atentar contra mí. Pero tergiversaron su juramento y me encerraron en piedra. Cuando me di cuenta de lo que pretendían, generé una burbuja de aire a mi alrededor para intentar evitarlo, pero ya era tarde. El monte bajo el que me hallo surgió en un instante para atraparme de por vida. Y, gracias a mi rápida reacción, no me encuentro inmóvil en sus entrañas y puedo moverme un poco por su interior.

El silencio cubrió la cueva. La nueva verdad, la realidad del pueblo de los dragones, hizo que todos se embriagaran de una enorme tristeza, pues se había acabado con toda una raza por el ansia de poder y las envidias derivadas de este.

—Y, después, ¿qué ocurrió?

—Los magos tenían a su dragón para intentar sonsacarle el origen del poder. Vinieron largos días de negociaciones y más amenazas, pero todas ellas pasaban siempre por lo mismo: debía darles mi poder. Mi pueblo había muerto por salvaguardar tal don, y no me pertenecía a mí la capacidad de entregarlo. Pero, claro, ellos no entendían eso. Pasaron años, y tras un duelo prolongado, decidí que ya era hora de contraatacar e intentar escapar de mi prisión. Yo también podía intimidarlos.

»En la celebración del primer lustro de su victoria, todos vinieron a festejarlo. Pero no sabían lo que les aguardaba. Yo les pagué con la misma moneda que ellos a mí. Con la ayuda del amuleto de Antahal, creé la cúpula que los tiene encerrados igual que a mí. La idea era sencilla: ellos me daban la libertad, y yo se la devolvería a ellos.

»Pero no me creyeron. Habían acabado con mi especie y me habían encerrado bajo toneladas de tierra. No se fiaban de que, una vez libre, cumpliera mi palabra. En cierta forma, los entiendo. Pero os aseguro que mis intenciones eran verdaderas. Y así, más de siete siglos después, seguimos aquí esperando a ver quién da su brazo a torcer primero.

—Entonces, ¿siguen vivos ahí arriba? —preguntó Ymae.

Sert asintió.

—Todavía puedo sentirlos.

—La vida eterna.

Todos se volvieron hacia Faiser.

—Vuestro don, el que no queréis compartir, es el secreto de la vida eterna. Solo podéis morir por voluntad propia o por un acto violento. Una vez que los magos tuvieron un conocimiento total de la magia, en su avaricia, quisieron apropiarse de algo que todavía no poseían.

Todos miraron a la dragona esperando su respuesta, pero esta no llegó.

Fue Ymae la que intervino:

—Se dice que incluso podían volar, que la magia no tenía secretos para ellos. Pero la vida eterna… ¿Fueron tan ambiciosos?

Esta última era una pregunta retórica, pero de nuevo todos se volvieron hacia Sert.

Al final, tomó la palabra:

—Creo que esta noche ha sido demasiado larga, muchas noticias nuevas para todos. Lo mejor sería descansar, reposar las ideas y, mañana, tomar decisiones.

—¿En serio? —Koriki parecía enfadado—. ¿Ahora vas a dejarnos con la duda toda la noche? Seguro que no podré dormir.

—Mi pequeño amigo, creo que toda la noche y toda la vida si de mí depende. Descansad y mañana hablaremos de nuevo.

Todos vieron cómo Sert se alejó a una esquina y se enroscó sobre sí misma. Cerró los ojos y, al instante, ya parecía dormida.

Solo Ymae se percató de cómo los hilos de aire se enredaban alrededor de la dragona para crear una capa protectora. Era normal su desconfianza. Estaba sola en el mundo y había sido traicionada y encerrada por los seres más poderosos del mundo. Si su historia era cierta, claro estaba.

4

Dádiva

Riss despertó rodeado de la oscuridad más penetrante que jamás hubiera podido imaginar. No sabía cuánto tiempo había dormido, pero suponía que había sido poco. Demasiadas emociones y más revelaciones de las requeridas. Él no era un estudioso, pero, al parecer, todas las historias sobre los dragones distaban mucho de la realidad.

El recibimiento de la última dragona no es que hubiera sido el esperado, pero, tras un primer encontronazo, se había mostrado tranquila y pacífica.

Habían hablado durante horas, exponiendo lo que acaecía fuera de esos muros y también sobre el pasado. Ahora les tocaba estudiar las posibilidades sobre el futuro. Había estado dándole vueltas a ese aspecto antes de dormirse, pero no había encontrado ningún camino apetecible.

—¿Hay alguien despierto? —La voz de Koriki rasgó el silencio.

Antes de que Riss pudiera contestar, sobre ellos cobró vida un globo de luz con un tímido brillo.

Los cuatro amigos se incorporaron de los catres improvisados que habían creado en un lado de la cueva. Por las caras que mostraban todos, al parecer, ninguno de ellos había conciliado un sueño largo y reparador.

—¿Y ahora? —preguntó Koriki—. Sé que soy el más listo de todos, pero no se me ha ocurrido nada. ¿Qué hacemos?

Los demás se encogieron de hombros, pues habían obtenido el mismo resultado que el lusan tras la noche de descanso. Fue Ymae la que respondió:

—No creo que podamos liberar a Sert, ya sabéis por qué. —Esto lo dijo en voz baja por miedo a ser escuchada por la última dragona—. Y, respecto a la ayuda de los Poderosos…, no sé si Sert les permitirá salir a ninguno de ellos. Parece que su postura es inamovible en este aspecto.

—Así es. —La potente voz de Sert los sobresaltó a todos. Era sorprendente que un ser tan grande pudiera ser tan sigiloso, ninguno la había escuchado acercarse—. Yo también he estado meditando mucho sobre nuestro siguiente paso. Bueno, mejor dicho, sobre el vuestro, pues yo sigo encerrada.

—¿Y bien?, ¿alguna idea?

—Algo se me ha ocurrido, pero primero respondedme a una pregunta. Y, por favor, sed sinceros. Lleu tiene el amuleto de Cellant, ¿verdad? —El silencio incómodo entre Riss y sus amigos sirvió de respuesta a Sert—. Mirad, tengo más de mil años y he visto más cosas de las que os podáis imaginar. Yo estuve en el esplendor de la magia y sé lo que un mago puede llegar a hacer o no. Un nigromante, mago de muerte y vida, puede ser muy poderoso, pero sería casi imposible que pudiera manejar tantos hilos de tierra como para realizar los conjuros de los que me hablasteis. La única explicación es que posea el amuleto.

Como única versada en magia, Ymae se sintió responsable de darle explicaciones.

—Así es. No sabemos cómo lo ha conseguido, pero está bajo su poder. No queríamos comentártelo porque…

—Tranquila —interrumpió Sert—, lo entiendo. Pero queda otra cosa por confirmar: vosotros poseéis otro de los amuletos.

De nuevo, el silencio los cubrió a todos. No esperaban esa línea de interrogatorio.

—Así es —confesó Ymae.

—Os enfrentasteis a él y conseguisteis huir. No habríais podido realizar esa proeza sin ayuda de otro de los amuletos.

Ymae miró a Riss ante la lógica errónea de la dragona. Habían conseguido esa hazaña sin la ayuda del amuleto de Dalkarén. Sin embargo, ya era tarde para retractarse de su confesión.

—Bueno, y ahora que conoces la totalidad de los hechos, ¿qué se te ha ocurrido?

—He pensado mucho y creo que la finalidad de mi espera no era poder ser libre, sino poder ayudaros. Además, si el amuleto de Cellant está en poder de Lleu, creo que mi liberación está lejos todavía. Puede que os haya estado esperando para poder apoyaros en este nuevo enfrentamiento con las fuerzas oscuras, pero el levantamiento del encierro de los Poderosos no es una de estas opciones.

Ymae rompió una lanza en pos de los Poderosos.

—Es verdad que su encierro estaba legitimado entonces, pero ellos no tienen por qué pagar por los errores de sus antepasados. Podrías darles una oportunidad.

—El amuleto de Cellant lleva en poder de Lleu, ¿cuánto tiempo? Dos o tres años a lo sumo. Antes podían haber intentado negociar conmigo, y no ha sido así. Portan la misma culpa sobre ellos que sus antepasados. Esto no es negociable.

—Los odias tanto que todavía no has podido perdonarlos, ¿verdad? Estoy segura de que tus ansias de venganza son iguales a las del primer día.

—En eso te equivocas, pequeña. La venganza se ha enfriado en mi interior, ya solo deseo poder sobrevolar el cielo una última vez antes de poder descansar en un sueño eterno.

—Entonces, si tuvieras la ocasión de acabar con ellos, ¿no lo harías? —terció Koriki.

Sert sonrió amargamente.

—Podría haberlo hecho hace mucho tiempo. Y, aunque una parte de mí lo pedía, otra me lo ha impedido.

Ymae no daba crédito a lo que escuchaba.

—¿Quieres decir que, después de que tu pueblo cayera ante los Poderosos, tú encontraste la manera de vencerlos a todos a la vez?

—Así es. Ellos tergiversaron su promesa respecto al uso del amuleto que poseían, y esto me dio una idea parecida. Supongo que recordaréis cómo caísteis inconscientes ante mí cuando accedisteis a la cueva. Pues sería algo parecido.

—Todavía no puedo comprender cómo nos abatiste sin que ningún hilo de magia penetrara nuestro escudo.

—No hizo falta. Tan solo impedí que el aire de su interior se renovara. Una vez que os faltó el aire, caísteis inconscientes, y si hubiera mantenido el bloqueo de dicho aliento vital, habríais perecido en pocos minutos.

Ymae entendía la ingeniosa treta para vencerlos, pero todavía había algo que no le cuadraba.

—Eso puedo entenderlo, pero no puedes usar el amuleto para matar a nadie. No puedes dejar a los Poderosos sin aire.

—Así es, pero sí podría hacerlo con sus animales. Después, podría cubrir la cúpula con nubes impidiendo la entrada de luz y, por tanto, el crecimiento de plantas. En una situación así, solo les quedaría esperar la muerte, que se acercaría a ellos de manera muy muy lenta.

Esa sería una muerte horrenda, y todos lo sabían. La dragona podía haberlo hecho hacía años. Una vez muertos, los escudos que protegían el amuleto de Cellant caerían, y podría haberse apropiado de él. Podía haber sido libre hacía mucho tiempo y había asumido el encarcelamiento antes que acabar con la vida del pueblo que había aniquilado a su especie.

—Entonces, ¿por qué no eres libre? —preguntó Ymae con timidez.

—Bueno, esa sería otra historia. Tan solo digamos que, entre otros muchos motivos, puedo sentir a toda la vida de este mundo. Una muerte masiva como esa sería algo duro de superar, y más si la he provocado yo.

Todos sabían que, tras esas simples palabras, se encerraban otros muchos motivos. Sert era más compleja de lo que nadie pudiera imaginar.

Tras un largo silencio, fue Koriki el que habló. No soportaba esos momentos sin nada que hacer. Para él, era tiempo perdido.

—Bueno, no consigo entender cómo funcionan estos momentos de tensión. Pero no he desayunado y me gustaría llegar a algún lugar antes de la hora de la comida. Sert, ¿qué has pensado, exactamente, que pueda sernos de utilidad?

—Os daré paso hasta los Poderosos. Descubrid cómo consiguió Lleu el amuleto de Cellant y si posee algún punto débil que podáis aprovechar. Aprended los grandes hechizos y devolvedlos al Gremio de Magos para hacer frente a la oscuridad. Ymae, creo que tú estás aquí para trasmitir tal conocimiento.

Ymae sintió que se le nublaba la vista. Ella era una simple aprendiz y sabía que le quedaban infinidad de conocimientos por adquirir. No entendía cómo podía ser la encargada de esa misión.

—Es una oferta tentadora, pero puede que otro mago fuese más apropiado, yo apenas soy una aprendiz.

—No, tienes que ser tú.

—¿Y si no quieren enseñarme?

—Esperemos que no sea el caso. Además, la prepotencia suele ir acompañada de la soberbia y la necesidad de alardear de las capacidades.

—No sé si seré capaz.

—Tienes que serlo. Pero, antes de daros paso, os tengo que pedir una cosa. El amuleto no puede llegar a los Poderosos. No puedo permitir que otro amuleto caiga en sus manos de nuevo. Esa sería mi condena eterna.

Esta vez fue Riss el que contestó:

—Pues ahí creo que tenemos un problema. Yo soy su legítimo portador y prometí en el idioma de los dioses que no se lo cedería a nadie.

—Bien, pues quédate aquí mientras ellos acceden a la cúpula del monte del Dragón.

—No, me quedaré yo. —Fue Faiser quien habló—. Bueno, si estáis de acuerdo. Yo no tengo ni idea de magia y me gustaría poder hablar con Sert de ciertas cuestiones, pues ella puede sentir a los animales como lo hago yo. Además, creo que Riss debería aprender también sobre la magia. Si es el portador legítimo del amuleto, ciertos conocimientos le servirán de ayuda en futuros enfrentamientos. —Todos guardaron silencio—. Bueno, si os parece bien y queréis cederme el amuleto de manera temporal… Si os fiais de mí.

Riss sí que lo hacía y, en cuanto miró a Koriki, que tenía que darle permiso, supo que el lusan también confiaba en el surlam.

Ambos asintieron al unísono.