El castillo de los destinos cruzados - Italo Calvino - E-Book

El castillo de los destinos cruzados E-Book

Italo Calvino

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«Me he aplicado sobre todo a observar las cartas del tarot con atención, con la mirada de quien no sabe qué son, y a extraer de ellas sugerencias y asociaciones, a interpretarlas según la iconología imaginaria».Italo Calvino El castillo de los destinos cruzados, que su autor consideraba uno de sus mejores libros, se publicó originalmente en 1973, tras un elaborado proceso de escritura por medio de métodos combinatorios que le llevó cinco años. Las dos narraciones que lo componen —El castillo y La taberna— fueron concebidas a partir de un mismo juego formal: las posibles interpretaciones de dos diferentes mazos de tarot, cuyas cartas se reproducen como anotaciones al margen a lo largo del libro. Para la primera de las narraciones, el punto de partida es el tarot Visconti —con sus delicados miniados que reflejan el refinamiento renacentista—, que genera una serie de historias cortesanas que aluden al Orlando furioso de Ariosto, protagonizadas por personajes de «bella apariencia y vestidos con atildada elegancia». Y para la segunda, el tarot de Marsella, de trazos más toscos, y que requiere personajes más burdos y un lenguaje más popular. Así las cartas, como viñetas, se convierten en representaciones del inconsciente colectivo que no narran tan solo una historia, sino que «nos» narran.

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El castillo de los destinos cruzados
Todos los derechos reservados.Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicaciónpública o transformación de esta obra solo puede ser realizadacon la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos,www.cedro.org) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmentode esta obra.Título original: Il castello dei destini incrociatiEn cubierta: ilustración de Model Book of Caligraphy,Georg Bocskay y Joris Hoefnagel (1561-1596) /Rawpixel Public DomainEn la página 1: Italo Calvino, por cortesía de la familia CalvinoDiseño gráfico: Gloria Gauger© Herederos de Italo Calvino, 2024All rights reserved© De la traducción, Aurora Bernárdez, 1989© Ediciones Siruela, S. A., 2024c/ Almagro 25, ppal. dcha.28010 Madrid. Tel.: + 3491 355 57 20www.siruela.comISBN: 978-84-10183-83-4Depósito legal: M–13.964-2024Impreso en Gráficas DehonPrinted and made in SpainPapel 100% procedente de bosques gestionadosde acuerdo con criterios de sostenibilidad
Traducción del italiano deAurora BernárdezBiblioteca CalvinoItalo CalvinoEL CASTILLO DE LOS DESTINOS CRUZADOS
Nota preliminarItalo Calvino9El castillo de los destinos cruzadosEl castillo19Historia del ingrato castigado23Historia del alquimista que vendió su alma31Historia de la novia condenada37Historia de un ladrón de sepulcros41Historia de Orlando loco de amor45Historia de Astolfo en la Luna51Todas las demás historias57La taberna de los destinos cruzadosLa taberna67Historia del indeciso71Historia del bosque vengador81Historia del guerrero sobreviviente87Historia del reino de los vampiros95Dos historias en las que se busca para perderse105Ahora cuento lo mío115Tres historias de locura y destrucción129Índice
El castillo de los destinos cruzadosfue publicado por la edito-rial Einaudi en octubre de 1973.Calvino incluyó al final de los dostextos que lo componen unas páginas en las que contaba pormenori-zadamente la concepción y la génesis (editorial también) de la obra. Enla presente edición incluimos dichas páginas como Nota preliminar delautor.De los textos que integran este volumen, el primero, El cas-tillo de los destinos cruzados,se publicó inicialmente en el volu-men Tarocchi, Il mazzo visconteo di Bergamo e New York,FrancoMaria Ricci, Parma 1969. Las figuras que acompañan el textoen la presente edición pretenden evocar las miniaturas repro-ducidas en la edición de Ricci con sus colores y dimensionesoriginales. Se trata de la baraja de tarot miniada por BonifacioBembo para los duques de Milán hacia mediados del siglo XV,que se encuentra hoy en parte en la Accademia Carrara deBérgamo y en parte en la Morgan Library de Nueva York. Al-gunas cartas de la baraja de Bembo se han perdido, entre ellasdos que poseen gran importancia en mis relatos: El Diablo y LaTorre.Ahí donde esas cartas se mencionan en mi texto, no hepodido, pues, incluir al margen la figura correspondiente.El segundo texto, La taberna de los destinos cruzados,estáconstruido con el mismo método mediante la baraja de tarot9Nota preliminar
que tiene hoy más difusión internacional (y que ha gozado, so-bre todo a partir del surrealismo, de una amplia fortuna lite-raria): L’Ancien Tarot de Marseille,de la editorial B.-P. Grimaud,que reproduce (en una «edición crítica» de Paul Marteau) unabaraja impresa en1761 por Nicolas Conver, maître cartier deMar-sella. A diferencia del tarot miniado, éste se presta incluso auna reproducción gráfica reducida incluso sin perder dema-siado su magia, excepción hecha de los colores. La baraja«marsellesa» no es muy diferente del tarot que todavía se usaen gran parte de Italia para jugar; pero mientras que en cadacarta de las barajas italianas la figura está cortada por el medioy se repite invertida, aquí cada figura conserva su totalidad decuadrito a la vez tosco y misterioso, que las hace especialmen-te indicadas para mi procedimiento de contar a través de figu-ras que se pueden interpretar de diversas maneras.Los nombres franceses e italianos de los Arcanos Mayorespresentan algunas diferencias: La Maison-Dieuse llama en ita-liano La Torre, Le Jugementes L’Angelo, L’AmoureuxesL’Amore oGli Amanti, del singular L’Étoilese pasa al plural Le Stelle. He se-guido una nomenclatura u otra según los casos. (Le BateleureIl Bagattoson nombres de oscuro origen en ambos idiomas,aunque lo más probable es que designen al tarot número uno.)La idea de utilizar las cartas del tarot como una máquinanarrativa combinatoria me la dio Paolo Fabbri, quien en un«Seminario internacional sobre las estructuras del relato», ce-lebrado en julio de1968en Urbino, presentó una ponencia so-bre «El relato de la cartomancia y el lenguaje de los emble-mas».El primer análisis de las funciones narrativas de lascartas de adivinación figura en La cartomancia como sistema se-miótico,de M. I. Lekomceva y B. A. Uspenskij, y en Los sistemassemióticos más simples y la tipología de los encadenamientos,deB.F.Egorov. Pero no puedo decir que mi trabajo se sirva del enfo-que metodológico de estas investigaciones. De ellas he reteni-do sobre todo la idea de que el significado de cada carta de-pende del lugar que ocupa en la sucesión de las cartas que lapreceden y la siguen: a partir de esta idea me he movido demanera autónoma, según las exigencias internas de mi texto.En cuanto a la vastísima bibliografía sobre la cartomancia y10
la interpretación simbólica del tarot, si bien, como es lógico,tuve conocimiento de ella, no creo que haya influido muchoen mi trabajo. Me he aplicado sobre todo a observar las cartasdel tarot con atención, con la mirada de quien no sabe quéson, y a extraer de ellas sugerencias y asociaciones, a interpre-tarlas según una iconología imaginaria.Empecé con el tarot de Marsella, tratando de disponer lascartas de modo que se presentaran como escenas sucesivas deun relato pictográfico. Cuando las cartas reunidas al azar me da-ban una historia en la que podía reconocer un sentido, meponía a escribirla, y acumulé así no poco material; puedo de-cir que gran parte de La taberna de los destinos cruzados fue es-crita en esa fase; pero como no conseguía colocar las cartas enun orden que contuviese y rigiese la pluralidad de los relatos,cambiaba constantemente las reglas del juego, la estructura ge-neral, las soluciones narrativas.Estaba a punto de renunciar cuando el editor Franco MariaRicci me invitó a escribir un texto para el volumen sobre el ta-rot Visconti. Al principio pensé en utilizar las páginas que yahabía escrito, pero me di cuenta en seguida de que el mundode las miniaturas del Quattrocento era totalmente diferentedel de las estampas populares marsellesas. No sólo porque al-gunos arcanos estaban representados de otro modo (La Fuerzaera un hombre, en El Carro había una mujer, La Estrella no es-taba desnuda sino vestida), hasta el punto de transformar radi-calmente las situaciones narrativas correspondientes, sino tam-bién porque esas figuras presuponían una sociedad diferente,con otra sensibilidad y otro lenguaje. La referencia literariaque me venía inmediatamente era el Orlando Furioso: aun cuan-do las miniaturas de Bonifacio Bembo fuesen anteriores en ca-si un siglo al poema de Ludovico Ariosto, bien podían repre-sentar el mundo visual en el que se había formado la fantasíadel poeta. Traté en seguida de componer con el tarot Viscon-ti secuencias inspiradas en el Orlando Furioso; me fue fácilconstruir así la encrucijada central de los relatos de mi «cua-drado mágico». Bastaba dejar que alrededor cobraran formaotras historias que se entrecruzaban, y así obtuve una especiede crucigrama hecho de figuras y no de letras, en el que ade-11
máscada secuencia se puede leer en los dos sentidos. Al cabode una semana, el texto de El castillo de los destinos cruzados (yno ya La taberna)estaba listo para ser publicado en la lujosaedición a que se destinaba.En esa edición, El castillo obtuvo la aprobación de algunoscríticos-escritores con los que tengo ciertas afinidades, fue ana-lizado con rigor científico en doctas revistas internacionalespor estudiosos como Maria Corti (en Semiotica,revista que sepublica en La Haya) y Gérard Genol (Critique, 303-304, agos-to-septiembre de 1972), y el novelista norteamericano JohnBarth habló de él en sus clases en la universidad de Buffalo. Es-ta acogida me animó a tratar de publicar mi texto en la formahabitual de mis otros libros, independizándolo de las láminasa color del libro de arte.Pero antes quería completar La taberna para unirla a El cas-tillo,porque las cartas de tarot populares, además de que sepueden reproducir mejor en blanco y negro, eran ricas en su-gerencias narrativas que en El castillo no había podido desa-rrollar. En primer lugar debía construir también con el tarotde Marsella esa especie de contenedor de los relatos cruzadosque había compuesto con el tarot Visconti. Y esta operación erala que no me salía: quería partir de algunas historias que lascartas me habían impuesto al principio, historias a las quehabía atribuido ciertos significados ya, e incluso escrito engran parte. Sin embargo, no conseguía introducirlas en un es-quema unitario, y cuanto más estudiaba la cuestión, cada his-toria se hacía cada vez más complicada y atraía una cantidadcada vez mayor de cartas, estorbando a las otras historias, a lasque tampoco quería renunciar. Pasaba así días enteros des-componiendo y recomponiendo mi rompecabezas,imaginabanuevas reglas del juego, trazaba cientos de esquemas en formade cuadrado, de rombo, de estrella, pero siempre quedabanfuera cartas esenciales y terminaban en el centro cartas super-fluas, y los esquemas se complicaban tanto (adquiriendo a ve-ces una tercera dimensión, volviéndose cúbicos, poliédricos)que yo mismo me perdía.Para salir del atolladero prescindía de los esquemas y meponía a escribir de nuevo las historias que ya habían cobrado12
forma, sin preocuparme de que hubieran encontrado o no unlugar en el entramado de las otras historias, pero sentía que eljuego sólo tenía sentido si respetaba ciertas normas férreas;debía haber en la construcción una necesidad general quecondicionara el ensamblaje de cada historia con las otras; encaso contrario, todo era gratuito. Añádase que no todas las his-torias que lograba componer visualmente alineando las cartasdaban un buen resultado cuando empezaba a escribirlas; lashabía que no impulsaban la escritura y que debía eliminar por-que hubieran rebajado la fuerza del texto, y había otras encambio que superaban la prueba y adquirían en seguida lafuerza de cohesión de la palabra escrita que, una vez escrita,no hay modo de cambiarla de lugar. Así, cuando volvía a dis-tribuir las cartas en función de los nuevos textos que había es-crito, las constriccionesylosimpedimentosquedebíatenerencuentahabían aumentado aún más.A estas dificultades de las operaciones pictográficas y de fa-bulación se añadían las de la orquestación estilística. Habíacomprendido que al lado de El castillo, La tabernasólo podíatener un sentido si el lenguaje de los dos textos reproducía ladiferencia de los estilos figurativos de las miniaturas refinadasdel Renacimiento y de los toscos grabados del tarot de Marse-lla. Me proponía entonces rebajar la articulación verbal hastaponerla al nivel de un balbuceo de sonámbulo. Pero cuandotrataba de rescribir según este código páginas sobre las que sehabía acumulado una envoltura de referencias literarias, éstasoponían resistencia y me bloqueaban.En varias reanudaciones, con intervalos más o menos largosen estos últimos años, me metí en ese laberinto que me ab-sorbía por completo. ¿Estaba volviéndome loco? ¿Era la in-fluencia maligna de esas figuras misteriosas que no se dejabanmanipular impunemente? ¿O era el vértigo de los grandes nú-meros que se desprende de todas las operaciones combinato-rias? De golpe decidía renunciar, plantaba todo, me ocupabade otra cosa: era absurdo seguir perdiendo el tiempo en unaoperación cuyas posibilidades implícitas ya había explorado yque sólo tenía sentido como hipótesis teórica.Pasaba varios meses, incluso un año entero, sin pensar en13
ello, y de pronto se me ocurría la idea de que podía volver aintentarlo de otro modo más sencillo, más rápido, de resulta-do seguro. Empezaba de nuevo a componer esquemas, a co-rregirlos, a complicarlos, me empantanaba otra vez en esasarenas movedizas, me encerraba en una obsesión maniática.Algunas noches me despertaba y corría a anotar una correc-ción decisiva, que luego acarreaba una cadena interminablede desplazamientos. Otras noches me acostaba con el alivio dehaber encontrado la fórmula perfecta, y por la mañana, reciénlevantado, la destruía.La taberna de los destinos cruzados tal como ve hoy finalmentela luz es el fruto de esta génesis fatigosa. El cuadrado con las78 cartas que presento como esquema general de La taberna notiene el rigor de El castillo: los «narradores» no avanzan en lí-nea recta ni según un itinerario regular; hay cartas que vuelvena presentarse en todos los relatos y más de una vez en algunode ellos. Igualmente, el texto escrito puede considerarse el ar-chivo de los materiales acumulados poco a poco, a través de es-tratificaciones sucesivas de interpretaciones iconológicas, dehumores temperamentales, de intenciones ideológicas, de op-ciones estilísticas. Si me decido a publicar La taberna de los des-tinos cruzados es, sobre todo, para liberarme de ella. Aun hoy,con el libro en galeradas, sigo retocándolo, desmontándolo,reescribiéndolo. Sólo cuando el volumen esté impreso mequedaré fuera de una vez por todas, espero.Quiero decir también que durante cierto tiempo fue mi in-tención que este libro contuviera no dos sino tres textos.¿Tenía que buscar una tercera baraja de tarot suficientementedistinta de las otras dos? En un momento dado me sobrevinouna sensación de tedio por la prolongada frecuentación de eserepertorio iconográfico medieval-renacentista que me obliga-ba a desarrollar mi discurso siguiendo ciertos carriles. Sentí lanecesidad de crear un brusco contraste repitiendo una opera-ción análoga con material visual moderno. Ahora bien, ¿cuáles el equivalente contemporáneo del tarot como representa-ción del inconsciente colectivo? Pensé en los tebeos, no en loscómicos sino en los dramáticos, de aventuras, de miedo: gángs-ters, mujeres aterrorizadas, naves espaciales, vampiros, guerra14
aérea, científicos locos. Pensé en poner al lado de La taberna yEl castillo,dentro de un marco análogo, El motel de los destinoscruzados. Algunas personas salvadas de una misteriosa catástrofese refugian en un motel semidestruido, donde sólo ha queda-do una hoja de periódico chamuscada: la página de los tebeos.Los sobrevivientes, que han perdido el habla por el miedo,cuentan sus historias con ayuda de las viñetas, pero no siguien-do el orden de cada tira, sino pasando de una a otra en co-lumnas verticales o en diagonal. No he ido más allá de formu-lar la idea tal como acabo de exponerla. Mi interés teórico yexpresivo por este tipo de experimento se ha agotado. Es hora(desde todo punto de vista) de pasar a otra cosa.Italo CalvinoOctubre de 197315
El castillo de los destinos cruzados
En medio de un espeso bosque, un castilloofrecía refugio a todos aquellos a los que la nochesorprendía en camino: damas y caballeros, séqui-tos reales y simples viandantes.Crucé un destartalado puente levadizo, des-monté en un patio oscuro, mozos de cuadra silen-ciosos se hicieron cargo de mi caballo. Me faltabael aliento; las piernas apenas me sostenían: desdemientrada en el bosque tales habían sido las prue-bas, los encuentros, las apariciones, los duelos,que no conseguía restablecer un orden ni en mismovimientos ni en mis ideas.Subí una escalinata; me encontré en una salaalta y espaciosa: muchas personas –seguramentetambién huéspedes de paso que me habían pre-cedido en los senderos del bosque– estaban sen-tadas para cenar en torno a una larga mesa ilumi-nada por candelabros.Tuve, al mirar a mi alrededor, una sensaciónextraña, o mejor dicho, dos sensaciones distintasque se confundían en mi mente algo vacilante de-bido a la fatiga y turbada. Tenía la impresión dehallarme en una rica corte, cosa inesperada en un19El castillo
castillo tan rústico y apartado, y no sólo por los or-namentos preciosos y la delicadeza de la vajilla, si-no también por la calma y la molicie que reinabanentre los comensales, todos de bella apariencia yvestidos con atildada elegancia. Y al mismo tiem-po tenía una sensación de azar y de desorden, eincluso de licencia, como si en vez de una casaseñorial fuese aquélla una posada donde personasque no se conocen, de condición y países distin-tos, se encuentran conviviendo por una noche, yen cuya forzada promiscuidad cada uno sienteque se relajan las reglas a las que se atiene en supropio ambiente, y, así como se resigna a modosde vida menos acogedores, así también condes-ciende a costumbres diferentes y más libres. Locierto es que las dos impresiones contradictoriaspodían referirse a un único objeto: o bien que elcastillo, que desde hacía muchos años sólo servíapara hacer paradas, se hubiera ido degradandopoco a poco a posada y los castellanos se hubieranvisto relegados al rango de posadero y posadera,aunque sin dejar de reiterar los gestos de su noblehospitalidad, o bien que una taberna, como las quesuele haber en las inmediaciones de los castillospara uso de soldados y arrieros sedientos, hubierainvadido las antiguas salas señoriales instalandosus bancos y sus barriles, y que el fasto de aquellosambientes –junto con el ir y venir de ilustres hués-pedes– le hubiese conferido una imprevista digni-dad, tanta como para que se les subiesen los hu-mos al posadero y a la posadera, que habíanterminado por creerse los soberanos de una cortefastuosa.Estos pensamientos, a decir verdad, sólo meocuparon un instante; más intenso era el alivio deencontrarme sano y salvo en medio de una selec-ta compañía y la impaciencia por entablar con-versación (respondiendo a un gesto de invitación20
del que parecía el castellano –o el posadero–, mehabía sentado en el único lugar que quedaba li-bre) e intercambiar con mis compañeros de viajeel relato de las aventuras vividas. Pero en aquellamesa, a diferencia de lo que ocurre siempre en lasposadas y aun en los palacios, nadie decía una pa-labra. Cuando uno de los huéspedes quería pediral vecino que le pasase la sal o el jengibre, lo hacíacon un gesto, y también con gestos se dirigía a loscriados para que le cortasen una rodaja de timbalde faisán o le escanciaran media pinta de vino.Decidido a quebrar lo que creía un torpor de