El color que cayó del cielo - H. P. Lovecraft - E-Book

El color que cayó del cielo E-Book

H. P. Lovecraft

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Beschreibung

La construcción de una presa, lleva a un ingeniero a descubrir una zona extrañamente árida que los lugareños prefieren evitar. Las indagaciones lo llevan a conocer la historia de la familia que habitaba ahí que poco a poco fue muriendo, ya sea por una enfermedad que les deshacía la piel o por la locura. Un habitante de la zona, le cuenta a regañadientes, que todo empezó cuando algo cayó del cielo.

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Seitenzahl: 62

Veröffentlichungsjahr: 2020

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El color que cayó del cielo

El color que cayó del cielo (1927)H. P. Lovecraft

Editorial CõLeemos Contigo Editorial S.A.S. de [email protected]ón: Diciembre 2020

Traducción: Benito RomeroImagen de portada: The great comet of 1881 from the Trouvelot astronomical drawings (1881-1882) by E. L. Trouvelot Prohibida la reproducción parcial o total sin la autorización escrita del editor.

El color que cayó del cielo

Portada

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El color que cayó del cielo

El color que cayó del cielo

Al oeste de Arkham las colinas se yerguen selváticas y hay valles con profundos bosques en los cuales no ha resonado nunca el ruido de un hacha. Hay angostas y oscuras cañadas donde los árboles se inclinan de manera fantástica y donde discurren estrechos arroyuelos que nunca han captado el reflejo de la luz del sol. En las laderas menos agrestes hay casas de labor, antiguas y rocosas, con edificaciones cubiertas de musgo, rumiando eternamente en los misterios de Nueva Inglaterra, pero todas ellas están ahora vacías, con las amplias chimeneas desmoronándose y las paredes pandeándose debajo de los techos a la holandesa.

Sus antiguos moradores se marcharon, y a los extranjeros no les gusta vivir allí. Los francocanadienses lo han intentado, los italianos lo han intentado y los polacos llegaron y se marcharon. Lo anterior no es debido a nada que pueda ser oído, o visto o tocado, sino a causa de algo puramente imaginario. El lugar no es bueno para la imaginación y no aporta sueños tranquilizadores por la noche. Esto debe ser lo que mantiene a los extranjeros lejos del lugar, ya que el viejo Ammi Pierce no les ha contado nunca lo que él recuerda de los extraños días. Ammi, cuya cabeza ha estado un poco desequilibrada durante años, es el único que sigue allí y el único que habla de los extraños días; y se atreve a hacerlo porque su casa está muy próxima al campo abierto y a los caminos que rodean a Arkham.

En otra época había un camino sobre las colinas y a través de los valles, que corría en línea recta donde ahora hay un marchito erial, pero la gente dejó de utilizarlo y se abrió uno nuevo que daba un rodeo hacia el sur. Entre la selvatiquez del erial pueden encontrarse aún huellas del antiguo camino, a pesar de que la maleza lo ha invadido todo. Luego, los oscuros bosques se aclaran y el erial muere a orillas de unas aguas azules cuya superficie refleja el cielo y reluce al sol. Y los secretos de los extraños días se funden con los de las profundidades; se funden con la oculta erudición del viejo océano y con todo el misterio de la primitiva tierra.

Cuando llegué a las colinas y valles para acotar los terrenos destinados a la nueva alberca, me dijeron que el lugar estaba embrujado. Esto me aseguraron en Arkham, y como se trata de un pueblo muy antiguo lleno de leyendas de brujas, pensé que lo de embrujado debía tratarse de algo que las abuelas habían susurrado a los chiquillos a través de los siglos. El nombre de “marchito erial” me pareció muy raro y teatral, y me pregunté cómo habría llegado a formar parte de las tradiciones de un pueblo puritano. Luego vi con mis propios ojos aquellas cañadas y laderas, y ya no me extrañó que estuvieran rodeadas de una leyenda de misterio. Las vi por la mañana, pero a pesar de esto estaban sumidas en la sombra. Los árboles crecían demasiado juntos, y sus troncos eran muy grandes para tratarse de árboles de Nueva Inglaterra. En las oscuras avenidas del bosque había demasiado silencio, y el suelo estaba muy blando con el húmedo musgo y los restos de infinitos años de descomposición.

En los espacios abiertos, principalmente a lo largo de la línea del antiguo camino, había pequeñas casas de labor; a veces, con todas sus edificaciones de pie, y a veces con sólo un par de ellas, y a veces con una solitaria chimenea o una derruida bodega. La maleza reinaba por todas partes, y seres furtivos susurraban en el subsuelo. Sobre todas las cosas pesaba una rara opresión, un toque grotesco de irrealidad, como si fallara algún elemento vital de perspectiva o de claroscuro. No me pareció raro que los extranjeros no quisieran permanecer allí, ya que aquélla no era una región que invitara a dormir en ella. Su aspecto recordaba demasiado el de una región extraída de un cuento de terror.

Pero nada de lo que había visto podía compararse, en lo que a desolación respecta, con el marchito erial. Se encontraba en el fondo de un espacioso valle; ningún otro nombre hubiera podido aplicársele con más propiedad, ni ninguna otra cosa se adaptaba tan perfectamente a un nombre. Era como si un poeta hubiera acuñado la frase después de haber visto aquella región. Mientras la contemplaba pensé que era la consecuencia de un incendio, pero ¿por qué no había crecido nunca nada sobre aquellos cinco acres de gris desolación que se extendía bajo el cielo como una gran mancha corroída por el ácido entre bosques y campos? Discurre en gran parte hacia el norte de la línea del antiguo camino, pero invade un poco el otro lado. Mientras me acercaba experimenté una extraña sensación de repugnancia, y sólo me decidí a hacerlo porque mi tarea me obligaba a eso. En aquella amplia extensión no había vegetación de ninguna clase, no había más que una capa de fino polvo o ceniza gris que ningún viento parecía capaz de arrastrar. Los árboles más cercanos tenían un aspecto raquítico y enfermizo, y muchos de éstos aparecían agostados o con los troncos podridos. Mientras andaba apresuradamente vi a mi derecha los derruidos restos de una casa de labor y la negra boca de un pozo abandonado cuyos estancados vapores adquirían un extraño matiz al ser bañados por la luz del sol. El desolado espectáculo hizo que no me maravillara ya de los asustados susurros de los moradores de Arkham. En los alrededores no había edificaciones, ni ruinas de ninguna clase; incluso, en los antiguos tiempos, el lugar dejó de ser solitario y apartado. Y a la hora del crepúsculo, temeroso de pasar de nuevo por aquel ominoso lugar, tomé el camino del sur, a pesar de que significaba dar un gran rodeo.

Por la noche interrogué a algunos habitantes de Arkham acerca del marchito erial y pregunté qué significado tenía la frase: “los extraños días” que había oído murmurar evasivamente. Sin embargo, no pude obtener ninguna respuesta concreta, y lo único que tuve claro era que el misterio se remontaba a una fecha mucho más reciente de lo que había imaginado. No se trataba de una vieja leyenda, ni mucho menos, sino de algo que había ocurrido en vida de los que hablaban conmigo. Había sucedido en los años ochenta, una familia desapareció o fue asesinada. Los detalles eran algo confusos; y como todos aquellos con quienes hablé me dijeron que no prestara crédito a las fantásticas historias del viejo Ammi Pierce, decidí ir a visitarlo a la mañana siguiente, después de enterarme de que vivía solo en una ruinosa casa que se alzaba en el lugar donde los árboles empiezan a espesarse. Era un lugar muy viejo y había empezado a exudar el leve olor miásmico que se desprende de las casas que han permanecido en pie demasiado tiempo. Tuve que llamar con insistencia para que el anciano se levantara, y cuando se asomó tímidamente a la puerta, me di cuenta de que no se alegraba de verme. No estaba tan débil como yo había esperado; sin embargo, sus ojos parecían desprovistos de vida, y sus andrajosas ropas y su barba blanca le daban un aspecto gastado y decaído.