El compromiso - Samantha Hayes - E-Book

El compromiso E-Book

Samantha Hayes

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Beschreibung

Creía que había escapado de él. Hasta que le pidió matrimonio a su hija.  —Hay alguien a quien quiero que conozcáis —dice Belle. Un hombre se acerca a ella. Es alto, con el pelo oscuro y una barba igualmente oscura. No está sonriendo como tal, pero la comisura de su boca se curva hacia arriba mientras desliza su mano alrededor de la cintura de mi hija.   Agarro el brazo de mi marido para estabilizarme mientras la habitación gira a mi alrededor.   Sus ojos, negros como el azabache, me atrapan. Todo y nada se oculta tras ellos.   El terror eriza mi piel al recordar lo que hizo.   Cómo apenas logré escapar.   Todas las mentiras que he tenido que contar desde entonces.   —Este es Jack —dice Belle, y apoya la cabeza en su hombro—. Estamos comprometidos. ¿No es emocionante?  El miedo martillea en mi pecho. Tengo que hacer algo.   La vida de mi hija está en peligro, y todo es por mi culpa… --- «Narrada a través de dos líneas temporales y múltiples puntos de vista, es una historia absolutamente increíble sobre una familia destrozada por un intruso. La caracterización fue brillante, con personajes que inspiraron una variedad de emociones en mí. La novela tenía el factor sorpresa que esperaba, pero con una profundidad añadida que realmente me atrapó. ¡Muy recomendable!».  My Chestnut Reading Tree ⭐⭐⭐⭐⭐ «Es un thriller trepidante que mantendrá al lector al borde de su asiento… La historia está muy bien escrita, con muchos giros en la trama, algunos tan inesperados que no los ves venir… Disfruté leyendo este libro y quedé impactada hasta el final». Red Pillows ⭐⭐⭐⭐⭐ «¡Me encantó este libro! ¡Inolvidable!… Un final impactante que no vi venir en ningún momento y que me dejó boquiabierta». Blue Moon Blogger ⭐⭐⭐⭐⭐ «Fue increíble… De infarto… Me mantuvo despierta hasta muy tarde. Me absorbió por completo y no podía soltarlo. No encuentro ni un solo defecto… Cada giro de la trama me sorprendió… Un viaje de locos». @mariaareadss ⭐⭐⭐⭐⭐ «¡La trama dio un giro absolutamente inesperado! Literalmente estaba al borde de mi asiento, mordiéndome las uñas. Pasaba las páginas sin parar. Un libro que definitivamente hay que leer». @geneva.bookdiary ⭐⭐⭐⭐⭐ «Es una novela intensa y cargada de suspense, con una trama que aterrorizará a cualquier padre».  loopyloulaura ⭐⭐⭐⭐⭐

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Veröffentlichungsjahr: 2025

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EL COMPROMISO

El compromiso

Título original: The Engagement

© Samantha Hayes, 2023. Reservados todos los derechos.

© 2025 Jentas A/S. Reservados todos los derechos.

ePub: Jentas A/S

Traducción: Ana Castillo © Jentas A/S

ISBN: 978-87-428-1370-6

Reservados todos los derechos. Ninguna parte de esta publicación, incluido el diseño de la cubierta, puede ser reproducida, almacenada o transmitida en manera alguna ni por ningún medio, ya sea eléctrico, químico, mecánico, óptico, de grabación o de fotocopia, sin la autorización escrita de los titulares de los derechos de la propiedad intelectual.

Queda prohibido el uso de cualquier parte de este libro para el entrenamiento de tecnologías o sistemas de inteligencia artificial sin autorización previa de la editorial.

Esta es una historia ficticia. Los nombres, personajes, lugares e incidentes se deben a la imaginación de la autora. Cualquier semejanza con hechos, lugares o personas vivas o muertas es mera coincidencia.

First published in Great Britain in 2023 by Storyfire Ltd. trading as Bookouture.

Para mi queridísimo papá, con toneladas de amor.

¡Madre mía!

Besos.

PRÓLOGO

La velada fue perfecta. Unas suaves olas bañaban la orilla del lago de Paladru y el sol anaranjado se escondía lentamente por la orilla occidental, arrojando destellos de fuego sobre el agua. Se sentó en una manta que había puesto sobre los guijarros de la playa, con su bonito vestido de verano subido hasta los muslos y los dedos de los pies sumergidos en el agua fresca.

—Dios, me encanta este sitio —dijo inclinando la cabeza hacia atrás. El cielo había estado despejado todo el día; de hecho, toda la semana. Diez días antes, habían cogido un tren hacia la costa para pasar un par de noches alojados en Niza, explorar Cannes y desfilar por el paseo marítimo, fingiendo ser ricos y famosos. Habían reído, comido manjares deliciosos, hecho el amor, bebido vino y fumado cigarrillos. Luego volvieron a Lyon. Ahora mismo, su hogar le parecía tan lejano como la luna, y no quería volver jamás.

—¿Por qué no vivimos aquí siempre? —dijo ella, dando otro sorbo al champán que él había añadido al pícnic. Ella pensó que era un plan muy romántico cuando él le dijo que había alquilado un coche, que había comprado una cesta, que iban a pasar un día en el lago—. ¿Viste esa pequeña cabaña de madera de camino aquí? Algo así sería perfecto. Nadaría todo el día, tendría un jardín de flores, tendría bebés, te tendría a ti. Sería completamente feliz.

Él se rio.

—Eres una soñadora. —Deslizó una mano sobre su muslo—. Y eso es lo que amo de ti. Tu inocencia y ambición.

—¿Amo? —dijo ella, apartando su mirada de la puesta de sol y dirigiéndola a él. Se puso las gafas de sol sobre la cabeza.

Él asintió con la cabeza.

—Sí —dijo con solemnidad—. Te quiero. Me encanta que creas que todo es posible. Me encanta que veas lo bueno en todo, porque eso me hace ver lo bueno que hay en ti.

Ella sintió que se derretía por dentro. Literalmente. Como si todo se desvaneciera y se transformara en pura dicha. ¿Podría ser mejor ese viaje?

—Yo también te quiero —le dijo, cogiéndole la mano, y le apretó los dedos. Se besaron; sus labios sabían a champán y a sol, sus corazones latían al mismo ritmo—. Me siento tan... tan nueva contigo —susurró. «Como una mujer de verdad», pensó. Dios, no quería que esa sensación terminara, no quería volver nunca a casa. Aunque, en realidad, sabía que tendrían que hacerlo. Para empezar, tenía su negocio, y ella comprendía lo importante que era para él. Pero, por ahora, pretendía exprimir hasta la última gota de alegría de su tiempo juntos. Ni en un millón de años imaginó que sus vacaciones de verano serían así.

—¿Quieres casarte conmigo?

Al principio se preguntó si había imaginado sus palabras, si su mente estaba inventando su fantasía más descabellada, si solo era el susurro del viento entre las hierbas altas de la orilla o tal vez alguien más había pronunciado esa pregunta. Pero no había nadie más alrededor.

—Lo digo en serio —dijo él, con sus labios contra los de ella—. Quiero que nos comprometamos.

CAPÍTULO UNO

HANNAH - AHORA

—¿Qué te parece? —Me giro, sosteniendo el vestido delante de mí.

Rob siempre es amable y considerado con mis sentimientos, pero la ligera vacilación y el parpadeo de duda en sus ojos no me pasan desapercibidos.

Me río.

—Tienes razón, es horrible. —Vuelvo a dejar el vestido en el perchero y arrastro los dedos por la tela de los otros que se exhiben en los grandes almacenes.

—Yo no he dicho eso —dice sonriendo y deslizando una mano por la parte baja de mi espalda—. Te verías guapísima con cualquier cosa.

Hago un sonido de «bah», apoyando brevemente la cabeza en su hombro.

—¿Qué tal este?

Lo coge, sosteniéndolo contra mí.

—Mejor —dice—. El color resalta tus ojos.

—Me lo probaré —digo, aunque no estoy segura de las lentejuelas—. Pero ¿no es demasiado elegante?

—Es una fiesta elegante —me recuerda Rob—. Es la fiesta de dieciocho años de Belle, y de bienvenida. —Coge un vestidito negro de una de las perchas y lo añade a la colección que tengo en la mano.

Es una de las razones por las que amo a Rob con todo mi corazón y más allá: la forma en que trata a Belle, su hijastra, como si fuera suya. En todos los años que llevamos juntos, ni una sola vez ha actuado como si ella no fuera de su sangre, ni siquiera cuando tuvimos juntos a Amber, nuestra hija menor. Y entre ellas no hay ninguna diferencia.

Mientras me dirijo al probador, Rob se deja caer en un sillón de terciopelo de la sala de espera. Le sonrío mientras cierro la cortina.

—No tardaré —grito, desabrochándome la blusa, y me la quito. Me deshago de los pantalones grises, uno de los varios pares similares que llevo para trabajar, y, como siempre, mis ojos se clavan en el tatuaje que me cubre el muslo al verme las piernas en el espejo. Un recuerdo de otra vida. Una marca de todo lo que estaba podrido.

Me estremezco. Esa ya no soy yo. No lo soy desde hace mucho tiempo.

En lugar de eso, me concentro en lo que estoy haciendo: elegir un precioso vestido nuevo para la fiesta del dieciocho cumpleaños de Belle. No tiene ni idea de lo que estamos organizando. El secreto ha sido fácil de guardar, ya que ella ha estado en Francia los dos últimos meses. Y, además, a mí se me da bien guardar secretos.

«Nunca hables de...».

Me abrazo a mí misma, frotándome la piel de gallina que me ha aparecido en los brazos. Nunca me libraré de los pensamientos, de las ocasionales miradas dirigidas hacia atrás. Pero me digo que son un recordatorio de lo lejos que he llegado. De lo diferente que es mi vida ahora con Rob, Belle y Amber, todos felices. Aunque mi cuerpo me lo recuerda constantemente, como si aún no fuera mío.

—¿Qué te parece? —pregunto, saliendo del cubículo.

Rob se levanta.

—Muy bonito —dice, dando un paso atrás para observarme.

—¿No crees que es demasiado escotado?

Rob estira la mano y ajusta la altura de las mangas sin hombros, recolocando suavemente el tejido de gasa azul con sus diminutas lentejuelas y abalorios.

—No. Es precioso. Tú eres preciosa. —Me levanta la barbilla y me planta un ligero beso en los labios—. ¿Necesitas probarte los otros?

Al llegar a la caja, saca la cartera e insiste en pagar él, aunque me doy cuenta de que echa un vistazo rápido a la etiqueta del precio antes de tragar saliva y contener la respiración al entregar la tarjeta.

—Hola, pequeña —dice Rob, alborotando el pelo de Amber cuando se sienta a la mesa de la cocina. Natalia, nuestra au pair, está junto al fregadero, de espaldas a nosotros, con los brazos sumergidos en el agua mientras friega una olla. Sus gruesos músculos se yerguen orgullosos en la parte superior de sus brazos, expuestos por la camiseta negra sin mangas que lleva puesta.

—¿Todo bien? —le pregunto.

Ella se gira brevemente y sonríe, con un gesto agradable en su rostro joven y ovalado. Con veintidós años, llegó a Inglaterra hace seis meses para aprender inglés, y nosotros somos su primera familia. Aunque, por supuesto, no la necesito para cuidar de Belle, ha sido una bendición cuidando de Amber, además de cocinar de vez en cuando y mantener la casa en funcionamiento a cambio de alojamiento gratuito y un pequeño salario, y de llevar a las niñas en el pequeño coche que le compramos. Aunque intento estar en casa todo lo posible, nuestras carreras no siempre dejan mucho hueco para la vida familiar. Una ayuda interna en casa es la opción de cuidado de niños más económica.

—Todo perfecto —dice, mientras enjuaga la olla y la coloca bocabajo en el escurridor—. Vas sobrada de espaguetis si quieres.

—Han sobrado —añade Amber. Aunque no nos gusta corregir demasiado el inglés de Natalia, por no querer ser críticos, Amber no se corta. Para ella, es como ejercer un poco de poder sobre una mujer que no parece tener edad suficiente para hacer de madre, y, sin embargo, es demasiado mayor para ser hermana. Pero la adora.

—Han sobrado espaguetis —repite Natalia. Sus ojos centellean bajo su pelo corto, casi rubio, de punta. Lleva un corte rapado alrededor de las orejas y hasta las sienes. El look les sienta bien a sus delicadas facciones.

Le doy las gracias, enciendo el fuego y pongo la pasta a calentar. Natalia termina en el fregadero, se quita los guantes de goma y se retira silenciosamente de la cocina. Una vez que llego a casa, suele subir a su habitación a estudiar o, de vez en cuando, sale con algunas chicas de su clase de inglés o con sus otras amigas au pair.

Sirvo un par de raciones y Rob y yo nos sentamos con Amber a la mesa. Apenas ha tocado su comida.

—¿Qué tal el campamento?

Rob se levanta, saca una botella de vino blanco de la nevera y sirve dos copas.

—Bien —responde Amber. No me mira.

—¿Has sabido algo de tu hermana hoy? —le pregunto, echando un vistazo a mi teléfono en la mesa, a mi lado. Ninguna notificación, a pesar de mis intentos de llamarla. La última vez que supe de Belle fue hace cinco días y, aun así, solo me contestó después de que le enviara varios mensajes para insistirle. Quería comprobar que estaba bien.

—No —dice Amber, hundiendo el tenedor en los espaguetis, y le da vueltas. Luego lo desenrolla.

—Seguro que está bien —dice Rob—. Estará demasiado ocupada divirtiéndose con todos esos chicos franceses como para molestarse en mandarnos mensajes a nosotros.

Dios, no... Mi Belle es una belleza, sin duda, y atrae toda la atención equivocada. Pero en el fondo de su cuerpo de mujer joven, sigue siendo una niña —mi niña— con un aura de ingenuidad. No, no un aura como tal. Su inocencia la atraviesa por completo. Hasta los huesos. Desde el momento en que nació, mi misión ha sido protegerla de cualquier cosa o persona que pudiera amenazarla.

—No es propio de ella no enviar ningún mensaje —digo, con la preocupación que me invade. El vino sabe bien. Lo siento frío y afilado en mi lengua. Y es cierto, Belle suele responder con prontitud. Siempre me avisa de dónde está, qué está haciendo, si va a llegar tarde y con cuál de sus amigas sale. Solo desde este viaje escolar de inmersión lingüística las cosas han cambiado; ella ha cambiado. En realidad, nunca quise que fuera, pero los demás alumnos de francés de su curso iban a viajar y a vivir con una familia de acogida. Su tutora le dijo que la ayudaría en los exámenes del año que viene.

—Estará demasiado ocupada con André, o Jacques, o Pierre, o como se llame, como para pensar en enviarnos un mensaje —añade Rob con un tonto acento francés, como si su argumento no hubiera calado la primera vez.

—Hmm —digo, intentando convencerme de que está bien, de que volverá el viernes por la tarde y de que el sábado por la noche toca fiesta.

¡Fiesta sorpresa!

—No se llama así —dice de repente Amber, y se mete un bocado de comida en la boca.

Rob y yo levantamos la vista. Luego nos miramos entre nosotros.

—¿Y quién es quien no se llama así? —le pregunto a mi hija. A sus diez años, tiene la astucia de decir lo justo para captar toda mi atención.

Amber se encoge de hombros, de repente parece recelosa.

—El hombre con el que se ha comprometido.

—¡¿Qué?! —digo, golpeando mi plato con el tenedor—. ¿Comprometidos? ¿De qué estás hablando?

Siento que la rodilla de Rob choca suavemente contra la mía mientras me mira.

«Las hermanas hablan entre ellas», me dijo una vez cuando yo estaba interrogando a Belle sobre los hábitos alimenticios de Amber el verano pasado, cuando me preocupaba que mi niña, ya de por sí delgada, intentara perder peso. «Pero no les hará falta si tú les das el tercer grado y confías en ellas».

Tenía razón, por supuesto. Confío en cada una de mis hijas lo suficiente como para saber que, si una de ellas le cuenta un gran problema a la otra, acudirán a mí en busca de ayuda.

—Amber, ¿qué demonios quieres decir con «el hombre con el que se ha comprometido»? —vuelvo a preguntar, incapaz de resistirme a la inquisición.

—No lo sé. Un tipo que conoció. —Entonces su cara se descompone en una sonrisa pícara de niña de diez años, enmarcada por su pelo largo y enmarañado, con la oreja izquierda asomando entre los mechones—. Belle está enamugaaaaadaaa...

Rob me aprieta la rodilla, anticipándose al aluvión de preguntas que se acumulan en mi interior.

—No recuerdo su nombre, pero no es fgansés —continúa Amber. Como Rob, usa un exagerado acento francés.

—Bueno, yo estoy a favor de que tenga novio —dice Rob—. De hecho, me sorprende que tu hermana no tenga una cola de chicos serpenteando por la calle desde hace años. —Le tira a Amber por debajo de la barbilla, y ella finge morderle el dedo—. Pero ¿comprometida? ¿Estás segura? —Rob me lanza otra mirada. «Seguro que esto no es cierto»—. No suena como nuestra Belle.

Estoy a punto de continuar mi interrogatorio cuando suena mi teléfono con un mensaje.

—Hablando del rey de Roma. —El alivio me inunda. Levanto el móvil para que los demás vean el nombre de Belle y la foto que puse como imagen de perfil: una foto de ella sonriendo junto a una piscina en nuestras últimas vacaciones familiares. Sus dientes rectos relucen blancos al sol y sus hombros bronceados son anchos y elegantes. Unas grandes gafas de sol ocultan sus ojos oscuros.

[MESSAGE FORMAT START]

Yo también te echo de menos, mamá. No puedo esperar a verte. Tengo muchas noticias. Os quiero. Besos.

[MESSAGE FORMAT END]

CAPÍTULO DOS

HANNAH - AHORA

—Gracias, sí, está bien —le digo al responsable del catering por teléfono a la mañana siguiente. Anoche me costó conciliar el sueño, con lo que había dicho Amber rondándome por la cabeza.

¿Comprometida?

Seguro que Belle no haría algo tan estúpido.

Hoy hay mucho que organizar: los últimos preparativos, comprobar que todo esté listo para la fiesta de mañana. Con Belle de vuelta esta tarde, no quiero que se me haya escapado nada una vez que esté en casa. Me da un vuelco el corazón de la emoción y los nervios.

Amber debe haberse equivocado.

—Creo que ahora necesitas relajarte, Han —dice Rob mientras cuelgo la llamada. Está a mi lado, con las manos en mis hombros, mientras me siento en el taburete del tocador. Se inclina para que vea su cara en el espejo, su boca acaricia mi cuello—. Belle se va a quedar alucinada con todas las molestias que te has tomado.

—Eso espero. —Suspiro. Una parte de mí teme que odie la sorpresa, pero ella no es de las que arman jaleo ni son desagradecidas. De repente, mi mente se traslada a aquella época... lo completamente diferente que era yo a su edad.

—No creerás que se ha prometido de verdad, ¿no? —Se me revuelve el estómago al pensarlo—. Todavía es una niña y le queda otro año de instituto.

—Nooo, claro que no —dice Rob riendo—. Ya hemos hablado de esto, amor. O Amber se ha equivocado, o Belle le está tomando el pelo con un romance de verano en Francia. ¿Quieres un café?

—Mmm, sí, por favor —digo, poniéndome de pie—. Dios, será mejor que esconda esto antes de ir a buscarla. —Cojo mi vestido nuevo de donde está colgado en la parte delantera de mi armario y lo meto con cuidado dentro.

Mientras bajamos, miro el reloj. Las diez y media. Tenemos que salir a las cuatro para llegar al aeropuerto a tiempo. Tengo pancartas y globos de «Bienvenida a casa» para cuando llegue. En la cocina, Rob coge un par de tazas de café expreso y pulsa algunos botones de la cafetera.

—La lista, la lista... —Revuelvo un montón de papeles apilados en un extremo de la encimera—. Bien... Hecho, hecho, hecho... —digo, pasando mi dedo por ella. Ya he tachado la mayoría de las cosas, pero sigo repasándola unas tres veces al día.

—¿Qué puedo hacer para ayudar? —me pregunta Rob, pasándome la taza de café.

—¿Todavía te va bien ir recoger el pastel a las doce? Llévalo a casa de Marcie. Ella lo guardará hasta mañana. Y luego tienes que ir a buscar tu traje a la tintorería.

Rob asiente, haciendo un pequeño gesto con la mano, como acatando mis órdenes.

—¿Y para cortarte el pelo? —me atrevo a decir.

—Lo haré también. —Se toma la mitad del café.

—Y recogeremos a Amber del campamento de camino al aeropuerto.

—Parece que está todo controlado —dice, metiendo su taza en el lavavajillas. Luego coge las llaves y me da un beso en los labios antes de salir.

***

Cuando oigo salir el coche de Rob por nuestro camino de grava, me dirijo al estudio para comprobar que el regalo de Belle sigue a buen recaudo. En comparación con nuestra luminosa y aireada cocina, la habitación es oscura, con su alfombra verde botella, sus paredes gris marengo y su sutil iluminación. En cada uno de nuestros escritorios, colocados en ángulo recto, tenemos una lámpara articulada. Hemos aprovechado bien el espacio en los dos últimos años, y cada uno de nosotros se las apaña cuando trabaja desde casa: Rob, como asesor financiero y yo, manteniendo mi negocio, Greene & Clean, en marcha. Ha sido duro en cuanto a dinero, y tengo la sensación de que Rob me oculta sus preocupaciones empresariales protegiéndome, pero nos las arreglamos.

Introduzco el código familiar en la caja fuerte, oculta tras unos libros. La hicimos construir cuando se renovó la casa. No me gustan las joyas caras, y las que tengo me las pongo a menudo y las guardo en mi dormitorio. Pero las piezas del cumpleaños de Belle son muy especiales: un juego de pendientes eduardianos, un collar y un anillo a juego. No son ostentosas, sino de buen gusto, sentimentales y una buena inversión. Llevamos años ahorrando y sé que le encantarán.

Tiro de la gruesa puerta metálica para abrirla. Encima de los papeles guardados en el interior se encuentra el regalo de Belle, envuelto con cariño en papel malva y dorado, atado con una cinta a juego.

Aquí guardamos todos los documentos importantes, incluidos los pasaportes. Los necesitaremos dentro de un par de meses, ya que en octubre cumplo cuarenta años y Rob ha reservado una escapada otoñal como regalo. No me gusta ir sin las chicas, pero, con Natalia al mando y Belle cumpliendo dieciocho años mañana, intento convencerme de que todo irá bien.

Le doy un golpecito al regalo de Belle y vuelvo a cerrar la caja fuerte. No falta mucho para que vuelva a ver a mi preciosa hija.

***

Por la noche, Rob cierra la puerta tras nosotros cuando volvemos del aeropuerto de Heathrow, con un suspiro que flota en el ambiente. Siento las entrañas destrozadas y en carne viva cuando dejo caer nuestras pancartas caseras al suelo del pasillo, sin importarme si las pisan o se rompen. Y Amber puede reventar todos los globos por lo que a mí respecta, dado que hemos vuelto sin Belle.

No iba en su vuelo.

—Sigo sin creérmelo —digo, quitándome los zapatos.

—Vamos, necesitas una copa de vino —dice Rob, guiándome hasta la cocina.

—Uf, sí. —Me siento en un taburete—. No entiendo por qué haría esto. Quiero decir... nada tiene sentido. —Estuvimos esperando lo que parecieron horas en la zona de llegadas, agitando nuestras pancartas mientras veíamos pasar hordas de pasajeros. Ninguno de ellos era nuestra hija.

—¿Crees que estas personas son de su vuelo? —le pregunté a Rob varias veces, mientras mi preocupación iba en aumento.

—Es difícil saberlo —respondió—. Hay un flujo constante.

—Esa mujer tenía acento francés —noté esperanzada, preguntándome si eso significaría que el vuelo de Lyon ya había aterrizado.

No había recibido respuesta a ninguno de los mensajes que había enviado antes de que Belle subiera al avión. Esperaba que me avisara de que había llegado bien al aeropuerto, pero, como no lo hizo, lo achaqué a la mala señal o a que había apagado el teléfono cuando me puse en contacto con ella.

Amber despertó mis menguantes esperanzas de que mi hija llegara alguna vez al chillar de repente: «¿Es ella?» mientras saltaba para ver mejor.

Aguanté la respiración mientras miraba la figura emergente, pero luego la volví a soltar.

—No. Aunque se le parece un poco. —Una joven de la misma edad que Belle había salido de la aduana con varias maletas grandes en equilibrio sobre su carrito.

Me había obligado a no pensar en todas las cosas terribles que podrían haber ocurrido para impedir que volviera a casa: un accidente, una fuga, una enfermedad, un secuestro... Belle ha sido una hija de ensueño desde el momento en que nació: un bebé tranquilo y feliz, una niña dulce con muchos amigos, y ahora, una adolescente amable y considerada sin un solo atisbo de rebeldía en el cuerpo. Es cierto que probablemente he sido demasiado sobreprotectora con ella mientras crecía, pero en conjunto ha merecido la pena.

—Relájate, nena —me dijo Rob en el aeropuerto—. No tardará en llegar. Seguro que ha ido al baño a arreglarse el maquillaje o algo así. Ya sabes cómo es Belle.

Le envié más mensajes de WhatsApp, por supuesto, con la esperanza de que, si aparecían como entregados, sabría que al menos había vuelto a activar su teléfono después del vuelo.

—Mira —le dije a Rob, tendiéndole mi móvil—. Dos tics grises. Tiene cobertura, así que debe estar fuera del avión.

Tras un rato de espera infructuosa, Rob fue al mostrador de la aerolínea para informarse y yo encontré un sitio donde sentarme con Amber.

—No me han dicho nada —comentó a su regreso—. Ni siquiera cuando les he dicho que técnicamente sigue siendo menor. Han salido con lo de la protección de datos y todo eso. —Su cara era una mezcla de enfado y preocupación.

Volví a sacar el teléfono y decidí llamarla. No me importaba interrumpirla en el control de pasaportes.

—Da tono —dije, mirando a Rob. Pero entonces todo mi cuerpo se quedó helado. Le pasé el teléfono a mi marido para que pudiera escuchar.

Era un tono de llamada internacional.

Lo que significaba que todavía estaba en Francia.

—Toma, bébete esto —dice ahora Rob, tendiéndome una gran copa de vino—. Trata de no preocuparte, amor. Ella estará bien. Habrá alguna tonta razón por la que...

Mi teléfono vibra en mi mano.

Belle.

Gracias a Dios.

Paso el dedo por la pantalla para contestar.

—Hola... Belle, cariño, ¿estás bien? ¿Qué pasa? Estamos muy preocupados.

La dulce risa de Belle atraviesa la línea.

—Oh, mamá... —dice, haciendo que mi corazón dé un vuelco.

—¿Dónde estás? —Sé que parezco asustada, no puedo evitarlo.

—Lo siento mucho, mamá. Te envié un mensaje anoche, pero acabo de ver que no llegó, y...

—Hemos estado en el aeropuerto esperándote. ¿Dónde estás?

Un suspiro.

—Mamá, todavía estoy en Lyon. Estoy bieeen.

Miro a Rob, que me observa expectante.

—¿Por qué demonios sigues en Francia?

Rob hace un sonido de desaprobación.

Una pausa.

—Es una larga historia, pero estaré en el vuelo de mañana, lo prometo. —Se ríe.

Echo la cabeza hacia atrás y respiro. No sé si llorar, gritar o echarme a reír.

Otra risita y luego Belle dice algo, pero no puedo entender qué. Suena como si tuviera la mano sobre el micrófono de su teléfono.

—Belle, escucha. No esperes a mañana —le digo, sin querer contarle lo de la fiesta—. Debe haber otro vuelo esta tarde. O si no, ¿puedes coger un tren a otra ciudad y volar desde allí?

—Mamá, ya tengo reservado el vuelo de mañana y...

—¿Quieres decir que planeaste esto?

—No exactamente, pero...

—Belle, no puedo creerlo. ¿Qué es lo que pasa? Esto no es nada propio de ti.

—Tengo que irme, mamá, pero, por favor, no te preocupes. Mi vuelo llega mañana a la misma hora. Cogeremos el tren para llegar a casa, así que no hace falta que vengáis al aeropuerto otra vez. Te quiero, adiós.

Entonces la línea se corta.

—¿Qué demonios...? —digo, mirando mi teléfono. Al principio no me doy cuenta de lo que ha dicho, pero sé que algo me inquieta, que me sacude mientras intento comprender el comportamiento de mi hija, totalmente fuera de lo normal.

—¿Qué ha pasado? — pregunta Rob—. ¿Qué ha dicho?

—Que vuelve mañana —le digo, con la mirada fija en la mesa, entumecida. Entonces miro a Rob, dándome cuenta de lo que me ha molestado—. Y ha dicho «nosotros». Belle ha dicho «cogeremos el tren para llegar a casa».

Y Rob me devuelve la mirada, tan desconcertado como yo.

CAPÍTULO TRES

BELLE - AHORA

Belle enciende un cigarrillo. Está sentada frente al Café la Fontaine, en una pintoresca placita, con una copa de vino tinto sin tocar sobre la mesa. Aspira profundamente, reteniendo el humo en los pulmones antes de expulsarlo con lentitud, con la cabeza inclinada hacia atrás. El sol cae en ángulo sobre la plaza, calentando su piel y haciéndola estremecer por dentro y por fuera. Aunque ya sentía un hormigueo mucho antes de sentarse.

Levanta un dedo y toca el teléfono que tiene junto a la copa. Se ha sentido mal por su madre cuando han hablado hace un momento; parecía muy decepcionada. Luego se lleva el vino a los labios y bebe un sorbo. Uno pequeño. Quiere que dure. Quiere disfrutar de estas últimas horas en Lyon, ya que ha alargado el viaje un día más para exprimir hasta el último gramo de diversión de su aventura. Y mañana comienza una nueva.

—Voici, mademoiselle —le dice un camarero, colocando un pequeño plato de aceitunas en su mesa. Es joven y guapo, y duda antes de irse. Tiene una mirada expectante. Belle se ha acostumbrado bastante a llamar la atención estos dos últimos meses en Francia.

Pero lo que más le entusiasma es la que recibió antes de irse de Inglaterra.

—Merci —dice ella, mirándolo y echando otra bocanada de humo.

Belle cruza sus largas y bronceadas piernas, y el dobladillo de su mono de algodón de flores sube aún más por sus muslos. Varios transeúntes —hombres jóvenes— frenan y se quedan mirándola. Más sonrisas, más miradas de agradecimiento. A Belle le gusta. Le encanta. Aunque finge no haberse dado cuenta mientras sostiene su cigarrillo entre largos dedos, con las uñas pintadas de verde jade.

Se baja las gafas de sol de la cabeza a la nariz. «Qué par de meses», piensa, sabiendo que nunca los olvidará. El mejor momento de su vida. Aunque, sinceramente, no puede admitir que su francés haya mejorado, que era el objetivo del viaje. Y ni siquiera conoció a los anfitriones que le asignaron en la escuela, y mucho menos llegó a participar en su vida familiar. Los distintos hoteles, pensiones, viajes por carretera y otras ciudades y pueblos han sido una experiencia mucho más educativa. Se ríe para sus adentros.

—¿Quieres compartir el chiste? —dice una voz masculina a su izquierda.

Mira al otro lado. Un hombre se ha sentado a la mesa junto a ella. Americano, a juzgar por su acento. Va elegantemente vestido, aunque informal: pantalones chinos tostados, un polo azul marino y unas deportivas blancas.

—No —dice Belle, mirándolo de reojo. Vuelve a colocarse las gafas de sol en la cabeza.

—¿Qué bebes, querida? —pregunta él.

Belle permanece en silencio mientras el camarero se le acerca.

—Cerveza, por favor. Y otro vino para la señorita.

«Señorita», piensa Belle con una sonrisa interior. Si sus amigas del instituto pudieran verla ahora... Jen no lo creería. Apenas ha publicado en Instagram desde que se fue, pero se pregunta si su último día sería una buena oportunidad para colgar unas cuantas fotos. La plaza es muy bonita: coloridos puestos de mercadillo, el bullicio de todos los cafés callejeros, elegantes y estilosos lugareños deambulando bajo el sol.

—Gracias —le dice Belle al hombre cuando el camarero le pone otra copa de vino tinto delante. Apenas ha tocado la primera.

—Un hombre no puede dejar sedienta a una mujer tan atractiva como tú, ¿verdad?

—No —dice Belle tras una pausa—. Supongo que no. —Coge su paquete de cigarrillos y le ofrece uno.

Él sacude la cabeza y se toca el pecho. Ella se enciende otro cigarro.

—A mi médico no le gustaría que lo hiciera —dice él—. Ya he sobrevivido a un ataque al corazón.

—Dios —dice Belle, soltando el humo—. Eso es horrible. No pareces tan mayor.

El hombre se ríe y le tiende la mano.

—Ted —dice—. De Houston.

—Belle —dice ella, correspondiendo—. De Inglaterra. —La palma de Ted es gruesa y sudorosa.

—Buena vida y mala suerte —le dice—. Cuarenta y nueve años tengo ahora que me he cruzado contigo.

Belle piensa en esto. Lo habría situado en los cuarenta, tal vez. Pero ¿qué sabe ella de la edad de la gente? Y, francamente, ¿qué importa? Como no ha dejado de recordarse últimamente, la edad es solo un número.

Descruza las piernas y las estira, la loción corporal iridiscente que usó antes brilla al sol.

—¿Estás aquí por trabajo o por placer? —pregunta Ted.

—Ambas —miente Belle—. Estoy aquí con mi... prometido. —Todavía no está acostumbrada a decirlo.

—Un hombre afortunado —dice Ted. Engulle unos cuantos tragos de cerveza y vacía el vaso hasta la mitad.

—¿Y tú?

—Estoy visitando a la familia, cariño. Mi hija vive aquí. Se casó con un... francés.

Belle no responde. Más bien, reflexiona sobre la forma en que ha dicho «francés», como si le dejara un sabor amargo en la boca. Ella esboza un atisbo de sonrisa, mirándolo fijamente.

—Va a tener un bebé.

—Qué emocionante.

El hombre hace un ruido con la garganta.

—Escucha, mi hotel está a la vuelta de la esquina —dice—. Aire acondicionado. Servicio de habitaciones. ¿Quieres...?

De repente, Belle apaga el cigarrillo, se levanta y coge el teléfono. Lo desbloquea y se lo entrega al hombre.

—¿Me haces una foto? —pregunta posando con el bonito fondo que tiene detrás.

—Claro —responde Ted. No parece importarle que ella no haya respondido a su pregunta.

Belle cambia de postura varias veces: un brazo detrás de la cabeza, las manos en las caderas, una mirada melancólica a un lado, una sonrisa pícara al inclinarse hacia delante.

—Ya está —dice Ted—. He tomado unas cuantas. —Mira la pantalla—. Parece que mamá está preocupada por ti —añade riendo, devolviéndole el teléfono.

Belle se lo quita de un manotazo y vuelve a sentarse, abriendo el mensaje.

[MESSAGE FORMAT START]

Cariño, ¿qué pasa? ¿Tienes problemas? Por favor, llámame otra vez. Con amor, mamá. Besos.

[MESSAGE FORMAT END]

—¿Qué dices, querida? —pregunta Ted—. ¿Terminamos estas bebidas y luego vamos a mi hotel?

Despacio, Belle se vuelve hacia él.

—Quieres que me acueste contigo, ¿verdad? —Ella levanta las cejas mientras sorbe su vino.

—Bueno...

—No. No, gracias. He quedado con mi prometido. Además, podrías tener otro ataque al corazón. —Ella mantiene su voz dulce. Ni una pizca de agresividad, que ella sabe que él se merece.

—No sé, querida, pero tú me estás provocando un ataque al corazón.

Belle se ríe, mirando las fotos que ha hecho. «Esta —piensa—. Y esta también». El tiempo fuera le ha venido bien. Añade un filtro, un título bonito y hashtags, y las sube a Instagram. A continuación, gira la cámara hacia ella y se acomoda en la silla, de espaldas a la plaza. Graba un breve vídeo en el que se ve a sí misma dando una calada a su cigarrillo, con los ojos ocultos tras las gafas de sol, y lo añade a sus historias.

Luego apaga el teléfono.

CAPÍTULO CUATRO

HANNAH - AHORA

—Sigo pensando que uno de nosotros debería haber ido al aeropuerto a recogerla —le digo a Rob mientras me preparo para la fiesta—. Quiero decir... después de lo que pasó ayer, no estoy segura de que coger el tren de vuelta a casa sea una buena idea. —Sacudo la cabeza, todavía incrédula de que Belle no estuviera en su vuelo original.

—Estará bien —responde Rob—. Después de todo, ya tiene dieciocho años.

Una pequeña punzada de dolor me golpea.

—Quizá ya es demasiado para su desayuno de cumpleaños —digo, triste de que Belle no se haya despertado en casa. Lo tenía todo planeado: cruasanes y zumo de naranja, seguidos de la apertura de regalos. E iba a hacer huevos Benedict. Su plato favorito.

En lugar de eso, Amber engulle un tazón de cereales Cheerios frente al televisor y Rob mete un poco de pan en la tostadora. Yo estoy demasiado estresada para comer algo.

—¿Y si no está en el vuelo de hoy?

—Lo estará. No le demos más importancia. No en su cumpleaños.

Tiene razón, por supuesto. Me miro en el espejo del tocador. Mi pelo mojado cae pesado sobre mis hombros y mi rostro desmaquillado parece cansado. Nada que unos buenos productos no solucionen, pero me hace preguntarme cómo he pasado de ser una mujer joven a lo que parece ser acercarse a la mediana edad en tan poco tiempo que ni siquiera me he dado cuenta. Soy más vieja de lo que me siento por dentro. No es posible que tenga casi cuarenta años.

Me seco el pelo y luego me hidrato la cara y el cuerpo, ignorando el tatuaje de mi muslo cuando lo rozo con la mano. Hace años, me interesé por la eliminación con láser, pero opté por hacerme un tatuaje de flores para cubrirlo, ya que me preocupaban las cicatrices. Una parte de mí todavía cree que merezco llevarlo aún. Marcada de por vida. Rob cree que fue un error de borrachera en unas vacaciones de chicas en Ibiza antes de que llegara Belle.

Una vez vestida, guardo unos zapatos planos en la bolsa de tela. No hay manera de que pueda ir con estos tacones hasta que termine la fiesta. Entonces, mientras me maquillo, suena mi teléfono, lo que me hace dar un respingo y mancharme con el pintalabios.

[MESSAGE FORMAT START]

Vuelo retrasado media hora. Estaré en casa sobre las siete. Besos.

[MESSAGE FORMAT END]

Cierro los ojos brevemente. Esa hora me desajusta los planes. Para cuando haya llegado a casa, se haya cambiado y Natalia la haya convencido de que se suba al coche para llevarla al local —simulando que ha quedado con nosotros para cenar—, serán las ocho como muy pronto. Y eso suponiendo que no haya retrasos con los trenes.

«¡Feliz cumpleaños otra vez, cariño!», le contesto. Por supuesto, le envié un mensaje de felicitación cuando me desperté, pero este mensaje es la primera vez que sé algo de ella en todo el día. He estado comprobando nuestra ubicación familiar compartida desde que se fue, pero ella la tiene desactivada, ignorando mis peticiones de volver a cambiarla. «No puedo esperar a verte.Mantenme informada. Besos».

Mantener esta sorpresa en secreto es cada vez más difícil. Algunos familiares de Rob han venido desde muy lejos para la fiesta y se han gastado dinero reservando en hoteles cercanos. Entonces siento la punzada habitual cuando se me cruza por la cabeza la familia. ¿Qué pensaría mi madre de todo esto? ¿Estaría orgullosa de mí, de Rob y de las niñas? ¿Me daría un abrazo y me diría que siempre supo que triunfaría en la vida, a pesar de todo? ¿Querría formar parte de la vida de Belle y Amber, venir de visita, llevar a las niñas de compras e invitarlas al cine y a fines de semana fuera?

—Claro que no—digo justo cuando Rob entra en el dormitorio.

Me mira raro, pero no me pregunta por qué murmuro para mis adentros. Si le confieso que pensaba en mi madre, sabrá que debemos cambiar de tema. No hablamos de ella.

Meto un par de cosas esenciales en un bolso de mano junto con mi teléfono y luego cojo la bolsa de tela con el regalo de Belle y otras cosas que voy a necesitar.

—Estás guapísima —me dice.

—Gracias —respondo, alisándome el vestido nuevo. Por alguna razón, no estoy tan enamorada de él como cuando me lo probé en la tienda.

—¡Hola! Bienvenidos —digo sonriendo mientras abrazo a varios parientes mayores de Rob—. Muchas gracias por venir.

—No me lo habría perdido —dice George, acercándose a la zona del bar.

El granero que hemos alquilado en el hotel —a diez minutos en coche al oeste de Clifton, la zona de Bristol donde residimos— está precioso ahora que está todo decorado. Está lleno de vigas, elegancia campestre y flores silvestres, y los olores que salen de la cocina son deliciosos.

—Amber, cariño —le digo a mi hija—. ¿Podrías cuidar esto por mí? —Le doy la bolsa de tela. La llevo encima desde que hemos llegado porque contiene el regalo de Belle, pero me estorba mientras doy los últimos toques a la decoración.

—Claro —dice ella, dejándose caer en una silla de una de las mesas redondas que hay por allí. Cada una tiene una tela a cuadros y un jarroncito con flores blancas, además de varias velas pequeñas. El trabajo de Amber es cambiar las velas y mantenerlas encendidas durante toda la noche.

—Cuídalo con tu vida —le digo, guiñándole un ojo mientras me dirijo a un grupo de invitados recién llegados: tres chicas del instituto de Belle.

—¿Dónde está Belle? —pregunta Jenny, una de las mejores amigas de mi hija, mientras mira a su alrededor. Todos han recibido instrucciones estrictas de no decir ni una palabra sobre la fiesta.

Hago una mueca, poniendo los ojos en blanco.

—Derrapando en el último momento. Se retrasó en Francia. ¿Has sabido algo de ella hoy? —La risita que añado al final no ayuda mucho a disimular mi ansiedad.

Las chicas se miran y se encogen de hombros cuando llegan varios de sus novios del instituto y se acercan a ellas.

—Lo siento, señora Greene, no hemos sabido mucho de ella desde que se fue.

—Aunque ayer publicó una historia en Insta —dice Abby—. Parece que se estaba divirtiendo y... —Frunce el ceño cuando Jenny le da un codazo.

Siento una punzada de alivio. Si ha estado publicado en redes, entonces debe estar bien. Yo no utilizo ninguna red social personal y, además, Belle ya ha dejado claro que no me añadirá como amiga, así que no tengo forma de comprobarlo.

—Bien, divertíos, chicas. Id a buscaros unas copas. Barra libre, ya sabéis.

Me dirijo a la zona de la cocina para comprobar cómo va la tarta. Cuando Marcie la trajo antes, me di cuenta de que el caluroso viaje en coche no le había hecho ningún favor. Parte de la crema de mantequilla estaba un poco blanda.

Al pasar junto a Amber, que ya parece aburrida esperando a que llegue su grupito de amigas, saco el móvil del bolso de mano. Hay un mensaje de Natalia.

[MESSAGE FORMAT START]

Belle acaba de llegar a casa. ¡Pero dice de salir a cenar! ¿Qué hacer?

[MESSAGE FORMAT END]

«Gracias a Dios que está en casa», es mi primer pensamiento, seguido rápidamente por «Oh, Dios».

—¡Rob! —grito tan alto como me atrevo por encima de la música ambiental que pone el DJ. Nada demasiado ruidoso a medida que llega la gente.

Él se acerca.

—¿Y ahora qué?

Le enseño el texto.

—¿Cómo puede hacer esto?

—Porque no sabe que hemos organizado una fiesta para ella, por eso. —Saca el teléfono del bolsillo y marca el número de Belle. Suena.

Le devuelvo el mensaje a Natalia con los dedos temblorosos.

—Le dije que le hiciera una emboscada a Belle, cualquier cosa. Solo que la metiera en el coche y se asegurara de que llega aquí.

—Eso depende de que Natalia sepa realmente lo que significa la palabra emboscada —se queja Rob—. Esto se nos está yendo de las manos. —Se alborota el pelo a su manera habitual—. De todos modos, ¿con quién va a salir a cenar? Estoy segura de que todos sus amigos están aquí.

Echo un vistazo al granero. Ahora está más lleno y más ruidoso. El DJ ha subido el volumen de la música. Envío otro mensaje a Natalia, preguntándole qué pasa, y luego otro a Belle.

[MESSAGE FORMAT START]

Cariño, me alegro de que estés a salvo en casa. Natalia te trae para que nos juntemos. Por favor, ve con ella. Besos.

[MESSAGE FORMAT END]

—Mis padres acaban de llegar —dice Rob—. Será mejor que vaya y les prepare algo de beber. —Se marcha justo cuando suena mi teléfono.

[MESSAGE FORMAT START]

Belle conseguir ir con alguien y seguir mi coche. Creo que ella sabe que algo está pasando, pero lo mejor que puedo hacer.

[MESSAGE FORMAT END]

En este punto, ni siquiera me importa si la sorpresa se estropea antes de que ella llegue. Solo necesito a Belle aquí. Con casi cincuenta invitados, no soporto la idea de que mi discurso previsto empiece diciéndoles que mi hija no va a venir.

Me acerco a los padres de Rob y les doy un beso a cada uno. Cada vez que los veo, una punzada de arrepentimiento inunda mis pensamientos. Unos padres decentes. Unos padres que siempre se han preocupado mucho por Rob y su hermana, dándoles la infancia que yo nunca tuve. Ahuyento las comparaciones, aunque nunca me resulta fácil.

—Nancy, estás impresionante —le digo a la madre de Rob—. Espero que hayáis tenido un buen viaje.

—Tenía que hacer un esfuerzo por mi preciosa nieta —responde Nancy con un brillo en los ojos, el mismo que he visto muchas veces en los de Rob—. ¿Y dónde está la cumpleañera? Tenemos regalos. —Como ya han hecho la mayoría de los invitados, mira alrededor del granero buscando a Belle.

—Me temo que Belle se ha... retrasado. Ayer perdió el vuelo, pero está de camino. Estará aquí muy pronto.

—Adolescentes —responde Nancy—. Aunque técnicamente ya es adulta.

Sonrío lo mejor que puedo, pensando que no, que el cambio de edad no convierte a un niño en adulto.

Una camarera pasa con una bandeja de copas de Prosecco, así que cojo una y bebo unos sorbos. Amber sigue sentada sola, con una mano apoyada en mi bolsa de tela. Luego la veo levantarse de un salto cuando llegan un par de amigas del colegio, dejando la bolsa sobre la mesa. Pero, antes de que pueda llegar, se acuerda y vuelve a por ella.

Media hora más tarde, todavía no hay rastro de Belle. Ni siquiera Natalia contesta ahora a mis mensajes, lo que me hace esperar que sea porque está conduciendo. La encargada del catering se queja de que se le están acabando los canapés y tiene que dejar apartada la comida caliente para el bufé.

Cojo otra copa de Prosecco de un camarero que pasa y me dejo caer en una silla en una mesa vacía de la esquina. Mirando alrededor del granero, todo el mundo parece estar pasándoselo bien, pero, a este paso, tendremos que pedir un préstamo para la cuenta del bar, y todos los invitados se cabrearán si no comen algo.

Joder, joder, joder. Me bebo de un trago la mitad de la copa y dejo caer la cabeza entre las manos. Hago un pacto conmigo misma para que Amber tenga una tranquila cena familiar por sus dieciocho, y si Belle cree que voy a organizarle una fiesta por los veintiuno, pues tiene otra...

—¡Mamá! —oigo de repente.

Levanto la cabeza y siento mi cuerpo envuelto por un par de brazos delgados. Entonces mis fosas nasales beben el dulce perfume familiar.

—¡Dios mío, Belle...! —Me levanto de un salto y la abrazo, agradeciendo a Dios que por fin esté aquí y a salvo. Luego la mantengo a distancia, con una gran sonrisa—. Mi querida querida niña —le digo—. ¡Feliz cumpleaños!

Me sonríe tímidamente y echa un vistazo al granero.

—¿Has preparado todo esto por mí? —dice, inclinando la cabeza hacia un lado. Sus mechones oscuros caen sobre sus hombros. Lleva puesto el vestido largo de color crema que yo esperaba que llevara, el que tiene la espalda descubierta y detalles de encaje que compramos antes de que se fuera. No tenía ni idea de lo que tenía pensado para ella, pero le dije que le regalaría un vestido especial.

—¡Por supuesto! Quiero decir... Tu llegada no fue exactamente como la había planeado, pero me conformo con que estés aquí. ¿Te gusta? —Agarro sus manos entre las mías, apenas puedo creer que por fin esté aquí.

Pero, antes de que pueda responder, algunas de las amigas de Belle la ven y se abalanzan sobre ella, la abrazan y chillan de emoción, separándola de mí mientras la noticia de que por fin ha llegado se extienden por el granero. Los parientes más cercanos de Rob se acercan y la abrazan, y su madre le tiende un regalo. Doy un paso atrás mientras ella saluda a todos, con lágrimas en los ojos por la sorpresa.

«Gracias a Dios», pienso, y el alivio me invade. Entonces veo a Natalia revoloteando fuera del grupo de gente que rodea a Belle. Me acerco.

—Eres un sol —le digo—. Y, ¡vaya!, estás preciosa —Creo que nunca había visto a Natalia con un vestido.

Hace una mueca.

—No fue una guadaña fácil de hacer —responde, encontrando una sonrisa detrás de la angustia que se refleja en su rostro.

Hago una pausa, frunciendo el ceño.

—Oh... quieres decir «hazaña». —Intento no reírme—. Pero bien hecho por traerla aquí. Honestamente, pensé que no llegaría.

—Sí, te mereces un extra por conseguirlo —dice Rob, deslizándose cerca de mí. Me coge la mano y me la aprieta—. Ahora, puedes relajarte y disfrutar de la fiesta, amor.

—Oh, créeme, lo haré. —Me río y me lanzo a por otra copa de Prosecco cuando pasa una camarera. Cojo una de más y se la doy a Natalia—. Toma, te lo mereces. Rob no bebe, así que puedes dejar tu coche aquí y volver con nosotros. Lo recogeremos mañana.

—Gracias, Hannah —dice, aunque su expresión vuelve a ser ansiosa. Cambia el peso de un pie a otro, mira por encima del hombro y parece como si quisiera decir algo, pero no encontrara las palabras.

—Debería avisar a los del catering de que Belle está aquí —le digo a Rob, que asiente con la cabeza mientras me alejo y me quita la mano del hombro.

—¡Mamá!

Me detengo al oír la voz de Belle.

—Espera un segundo, mamá.

Veo que me hace señas con la mano y tiene una sonrisa radiante en la cara, así que me giro y vuelvo.

—Hay alguien a quien quiero que tú y papá conozcáis.

Un hombre se acerca a ella. Es alto, con el pelo oscuro y una barba igualmente oscura en su mandíbula cuadrada. Va vestido con ropa cara: unos pantalones tostados y una camisa azul marino entallada y, por el rabillo del ojo, capto el brillo de sus zapatos negros. Su reloj también parece caro, como un Rolex. No está sonriendo como tal, pero la comisura de su boca se curva hacia arriba.

Al principio, no me doy cuenta de por qué mi mano se desliza alrededor de la muñeca de Rob, estabilizándome, y tampoco noto de manera consciente que mi corazón se ha acelerado a un galope estruendoso.

Sus ojos, negros como el azabache, me atrapan. Todo y nada se oculta tras ellos.

—Mamá, papá, quiero que conozcáis a Jack —dice Belle, dando saltitos arriba y abajo. Todavía tiene una sonrisa en la cara.

—Hola... Jack —le dice Rob al hombre, con una nota de cautela en la voz mientras le estrecha la mano. Soy vagamente consciente de que mira a Belle, esperando a que ella le explique quién es: un profesor, el padre de una de sus amigas quizá, tal vez alguien del trabajo de fin de semana que tuvo hace un tiempo.

Aunque sé que no es ninguna de esas cosas.

—¿Mamá? —oigo decir a Belle.

Observo cómo el brazo de Belle se enlaza con el de Jack mientras ella se aprieta contra él, y siento que me congelo por dentro.

Es como si estuviera bajo el agua, todo borroso y surrealista a mi alrededor. No le quito los ojos de encima. Estoy petrificada. Ni siquiera puedo levantar la mano o decir una palabra.

—Jack es mi prometido —dice Belle, acurrucándose contra él. Ella apoya la cabeza en su hombro—. ¿No es emocionante? Vamos a casarnos.

CAPÍTULO CINCO

MOLLY - ENTONCES

Oyó voces al otro lado de la puerta mientras contenía la respiración, sin atreverse a abrirla. Pero sabía que tenía que entrar. Al fin y al cabo, él se lo había dicho y ella no tenía a dónde ir. Hasta ahora, se había portado bien con ella, ¿verdad? Pero Molly no podía negar que una parte de ella estaba asustada. Una gran parte de ella, de hecho. No estaba en casa, lo cual ya era bueno de por sí. Pero algo no encajaba, como si estuviera a punto de entrar en otra vida, en un mundo del que no sabía nada. Y su instinto le gritaba que tuviera cuidado y que huyera mientras pudiera.

Con la mano en el pomo de la puerta, se dijo a sí misma que, pasara lo que pasara aquí, sería lo mejor, el comienzo de su nueva vida. Simplemente, no tenía elección.

Se oía música dentro de la habitación, una canción que no reconoció con un ritmo pegadizo que sonaba en la radio. Y risas. Se colgó la mochila al hombro, deseando haber podido llevar más cosas. En realidad, no tenía mucho más de lo que llevaba en la mochila, aunque había tenido que dejar algunos enseres. No le quedaba otra, dadas las circunstancias. Giró el pomo y empujó la puerta para abrirla un poco. Un soplo de aire cálido y perfumado llenó sus fosas nasales, con el sabor del humo de un cigarrillo.

—¿Quién es? —dijo una voz femenina.

«Ahora o nunca», pensó Molly, respirando hondo mientras empujaba la puerta para abrirla.

Tres chicas de la sala la miraron fijamente, recorriendo con la mirada su cuerpo de arriba abajo. Sabía que iba hecha un desastre; no había tenido donde lavarse desde... desde su audición. Así lo había llamado él, aunque no se parecía en nada a la audición que ella había hecho para la obra del instituto hacía un par de años. Se rio mentalmente al pensar en eso... y al pensar en el instituto. Llevaba mucho tiempo haciendo novillos. Si sus profesores pudieran verla ahora...

—¿De qué te ríes? —Una de las chicas, unos años mayor que Molly, se levantó de un viejo y hundido sofá y se acercó a la puerta. La bata de satén escarlata que llevaba se abrió por delante, dejando al descubierto un sujetador negro y unas bragas de encaje a juego. Tenía el vientre plano y una joya brillante en el ombligo.

Molly dio un paso atrás, sacudiendo la cabeza.

—Perdón, yo...

—No mastiques con la boca abierta —continuó la chica, levantando el dedo y presionando hacia arriba bajo la barbilla de Molly—. Cuida tus modales. —Su rostro severo se transformó en una sonrisa.

Molly se tragó el chicle.

—Pasa. —Se hizo a un lado, abriendo más la puerta—. Te ha enviado él, ¿verdad? ¿Darren?

Molly asintió, mirándola. Era tan alta como un hombre con esos tacones.

—Aquí hay normas, ¿de acuerdo? Si te atienes a ellas, no te pasará nada —dijo la chica, cerrando de nuevo la puerta. Aunque parecía más mujer que chica, pensó Molly, aventurándose a entrar.

—¿Cómo te llamas? —preguntó otra chica, echando un vistazo. Estaba sentada ante un tocador desordenado, mirándose en un espejo.

—Molly.

—Soy Hannah —le dijo la primera chica, la de la túnica escarlata—. Esa es Vanessa —señaló a la chica que se maquillaba— y esta es Lilly. —Señaló con la mano el sofá, donde otra chica, de edad similar a Molly, estaba acurrucada bajo una manta—. Está enferma.

Lilly levantó una mano y tosió. No se podía negar que no tenía buen aspecto. Tenía la cara pálida y la piel casi mimetizada con el pelo rubio recogido, en contraste con el bronceado de Vanessa y Hannah. Sin embargo, Molly pensó que era falso. Las marcas en la piel eran evidentes.

—Hola —dijo Molly, enganchando de nuevo su mochila. Se mordió el labio inferior y miró a su alrededor. El lugar parecía acogedor, aunque estaba desordenado: una mezcla de dormitorio de ensueño de una niña que no se había limpiado en un mes y un antro de crack, aunque no es que tuviera experiencia en ninguna de las dos cosas.

—Deja que te enseñe dónde dormirás. —Hannah cogió a Molly de la mano y la guio por la habitación abuhardillada. Molly agachó la cabeza cuando atravesaron una puerta baja y entraron en otra habitación. Había tres juegos de literas y un par de viejos armarios de melamina—. Esa puede ser la tuya —dijo Hannah, señalando la litera de arriba, en la esquina—. Es la de repuesto.

Molly la miró fijamente. El colchón estaba desnudo, con una bola de sábanas grises y blancas arrugadas sobre él.

—Hay que lavar la ropa de cama, pero puedes hacerlo mañana. Servirá para esta noche.

Molly asintió.

—Gracias. —Las sábanas, sucias o no, eran más de lo que estaba acostumbrada. Durante las dos últimas semanas, lo único que había tenido era su saco de dormir roto para pernoctar en varios portales de tiendas. El cartón sobre el frío cemento había hecho estragos en su espalda, incluso a su edad.

—Apuesto a que le gustabas —dijo Hannah, mirando a Molly mientras encendía un cigarrillo. Echó humo hacia el techo amarillento.

Molly asintió, sin saber muy bien a qué se refería, y levantó su mochila, que dejó sobre el colchón. El armazón metálico de la cama crujió.

—Tendrás que prepararte pronto —dijo Hannah—. Pero no te preocupes, te ayudaremos. Hay cosas que te servirán.

—¿Prepararme? —preguntó Molly.

—Para trabajar. —Hannah le ofreció un cigarrillo. Molly cogió uno. Mejor que robarle a su madre y que le diera una colleja.

—Ah, claro, sí —dijo Molly.

«Nada en la vida es gratis —había dicho Darren cuando le ofreció el trabajo, en un lugar al que había llamado Los Soportales—. Pero tendrás comida y una habitación.Y compañía.Mucha compañía».

Ella sabía a qué se refería. No era estúpida. Aunque tras la audición, en la que después lo había mirado con ojos agotados y entrecerrados, había intentado no pensar en lo que implicaría su nuevo trabajo. A fin de cuentas, no tenía elección.

—El baño está en el rellano, por donde has subido las escaleras —le dijo Hannah—. Nos turnamos para limpiarlo, aunque normalmente lo hacemos mis guantes de goma y yo. Lo mismo con la cocina. Si se nos acaba algo, escríbelo en la pizarra junto a la nevera. Vamos juntas a comprar. Tú también puedes venir. Es divertido.

Molly tragó saliva y asintió. Se sentía mareada por el cigarrillo. No había fumado uno desde que se fue de Leeds, y le parecía que había pasado una eternidad, aunque hacía menos de tres semanas.

—No estés tan preocupada —dijo Hannah, acariciándole el brazo—. Estarás cómoda. Todas están nerviosas cuando vienen por primera vez, pero Luba te tratará bien.

—¿Luba?

Hannah asintió enseñando los dientes. Le faltaba uno en la parte trasera y los delanteros estaban un poco torcidos, pero seguía siendo bonita.

—La novia de Darren. Él no es el jefe. No lo vemos muy a menudo, a Vaughn. Y tendrás a tus clientes habituales. Suelen dar buenas propinas. Te adaptarás a la rutina.

—Seguro, sí —dijo Molly. Tomó aire. Eso era mejor que estar en la calle. O estar de vuelta en casa—. Creo que voy a darme una ducha.

—Buena idea —dijo Hannah, escabulléndose hacia la otra habitación—. Y luego ven a tomar una copa con nosotras. La vas a necesitar.

CAPÍTULO SEIS

BELLE - AHORA

—Mamá, ¿no vas a decir nada? —El rostro inexpresivo de su madre no delata ninguna emoción. Tal vez fuera un error anunciar así su compromiso, pero no tenía ni idea de que habían organizado una fiesta para ella.

—¿Papá?

A diferencia de su madre, la cara de su padre cambia de expresión. Su barbilla se echa hacia atrás, su boca se transforma en una mueca y, luego, en una sonrisa forzada.

—Muy buena, Belle —le dice dándole una palmadita en el brazo—. Por un minuto, casi me lo creo.

Belle tira de la manga de Jack. ¿No va a decir nada? Después de todo, fue idea suya dar la noticia esta noche. Ella pensó que esperar unos meses más antes de anunciar su compromiso habría sido lo más sensato, dejar que lo conocieran primero. Intentó explicarle cómo era su madre, cómo se le pegaba como una lapa para ver todo lo que hacía, pero él no lo entendió.

Su madre niega con la cabeza.

—No —susurra ella, aunque su voz queda ahogada por el ruido de la música y la charla—. Eso es ridículo, Belle. Anda, disfruta de la fiesta, ¿quieres? —Y pone una de sus sonrisas falsas, riendo nerviosamente.

—Sé que debe parecer un poco... una sorpresa —dice Jack, mirando a Hannah—. Pero estamos muy enamorados. ¿Verdad, cariño?

«Por fin», piensa Belle, mirando a Jack, agradecida de que haya hablado.

—No... —susurra de nuevo su madre. Tiene los ojos vidriosos y el cuerpo rígido.