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Deseo 1621 No pensaba dejarlo volver si no era por amor. La noticia de que el romance con Jenna Baker había desembocado en el nacimiento de dos preciosos niños fue muy difícil de digerir para Nick Falco. El magnate nunca se había considerado de los que sentaban la cabeza, pero ahora que sabía que era padre tenía intención de darles su apellido a sus hijos. Pero Jenna no estaba dispuesta a dejar que regresara a su vida… a menos que dijera aquellas dos palabras que Nick no había pronunciado jamás.
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Seitenzahl: 169
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Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Avenida de Burgos 8B
Planta 18
28036 Madrid
© 2008 Maureen Child
© 2022 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
El corazón del millonario, n.º 1621 - dic-22
Título original: Baby Bonanza
Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.
Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.
Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.
Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 978-84-1141-649-8
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Créditos
Capítulo Uno
Capítulo Dos
Capítulo Tres
Capítulo Cuatro
Capítulo Cinco
Capítulo Seis
Capítulo Siete
Capítulo Ocho
Capítulo Nueve
Capítulo Diez
Si te ha gustado este libro…
–¡Ah!
Jenna Baker saltó sobre su pie derecho y se agarró los doloridos dedos del izquierdo. Lanzó una furiosa mirada a la mesa que había atornillada al suelo de su minúsculo camarote y maldijo en silencio al hombre culpable de que estuviese haciendo aquella pesadilla de crucero.
Nick Falco.
Se le apareció su imagen en la mente y, durante un segundo, disfrutó de la ola de calor que la invadió. Pero el calor desapareció un momento después y fue reemplazado por una heladora ira.
Lo mejor sería que se concentrase en aquella emoción en particular. Al fin y al cabo, y al contrario que el resto de los pasajeros del Falconʼs Pride, ella no estaba allí para divertirse. Estaba allí por otra razón. Por una buena razón.
Con el pie todavía dolorido, dio un paso y medio hasta llegar hasta un pequeñísimo armario. Ya había colocado la ropa y las pocas cosas que había llevado. Descolgó una blusa amarilla clara de la percha y se fue con ella al baño, al que se llegaba con sólo dar otro paso.
El baño era del tamaño de los de los aviones, pero en él había una ducha diseñada para un enano. De hecho, la apertura de la mampara era tan estrecha que cuando salía se cubría el pecho con un brazo, por miedo a hacerse daño en los pezones.
–Desde luego, Nick –murmuró–, cuando arreglaste este viejo barco para convertirlo en tu buque insignia, deberías haber pensado un poco más en las personas que no viven en el ático del dueño, en la cubierta superior.
Se dijo que era típico en él. Ella sabía cómo era Nick antes de conocerlo personalmente aquella sofocante noche de verano, algo más de un año antes. Era un hombre que se dedicaba a ver cómo su línea de cruceros se convertía en la más importante del mundo. Hacía lo que tenía que hacer y cuando tenía que hacerlo. Y no se disculpaba por ello.
Trabajaba para él cuando lo conoció. Era la asistente del director de uno de sus otros transatlánticos. Le encantaba el trabajo y la idea de viajar y había cometido la estupidez de enamorarse del jefe. Todo por culpa de un romántico encuentro bajo la luz de la luna y del innegable encanto de Nick.
Por entonces ya sabía que el jefe nunca tendría una relación con una de sus empleadas. Por eso, cuando el sexy e impresionante Nick Falco se había tropezado con ella y había dado por hecho que era una pasajera, no le había dicho lo contrario. Debía haberlo hecho, y lo sabía, ¿pero qué mujer no se habría dejado llevar por aquella mandíbula tan bien esculpida, esos ojos azules y un pelo moreno y grueso en el que daban ganas de enredar los dedos?
Suspiró un poco, apoyó las manos a ambos lados del pequeño lavabo y recordó cómo se había sentido la primera vez que él la había tocado. Había sido mágico. Ni más ni menos. Había sentido un cosquilleo en la piel y el corazón había empezado a latirle tan rápidamente que le había costado trabajo respirar. Nick había bailado con ella allí, bajo las estrellas, con la brisa del mar acariciándolos y la música proveniente de la cubierta flotando en el aire como un suspiro.
Y después del primer baile había habido otro, y al sentir los brazos de Nick alrededor de su cuerpo no había podido evitar mentirle, error que había empezado a pagar menos de una semana después. Había tenido una aventura. Un encuentro sexual abrasador que había sacudido su alma y que le había destrozado el corazón.
Y después, cuando una semana más tarde Nick había descubierto por otra persona que Jenna trabajaba para él, había roto con ella, negándose a escucharla y la había despedido nada más llegar a puerto.
Aquel… despido, seguía doliéndole tanto como el día en que había ocurrido.
–Dios mío, ¿qué estoy haciendo aquí? –suspiró. Le dolía el estómago de unos nervios que llevaban carcomiéndola por dentro desde hacía meses.
Si hubiese habido otra manera de hacer aquello, lo habría hecho. Después de todo, no tenía ningunas ganas de volver a ver a Nick.
Apretó los dientes, levantó la barbilla, se volvió bruscamente y golpeó la puerta con el codo. Hizo un gesto de dolor y se miró en el estrecho espejo rectangular.
–Estás aquí porque es lo que debes hacer –se dijo a sí misma–. Además, él no te ha dejado ninguna otra opción.
Tenía que hablar con Nick, tarea nada sencilla. Dado que vivía en el buque insignia de su flota de transatlánticos, no podía plantarle cara en tierra firme. Y las pocas veces que el barco estaba en puerto en San Pedro, California, Nick se encerraba en un ático con más seguridad que la Casa Blanca. Dado que no había conseguido hablar con él en persona, había intentado hacerlo por teléfono. Y cuando ese método también había fracasado, había empezado a escribirle correos electrónicos. Al menos dos por semana durante los últimos seis meses, pero, al parecer, él debía de haberlos borrado sin tan siquiera abrirlos. Finalmente, se había visto obligada a hacer una reserva en el Falconʼs Pride y embarcarse en un crucero que, ni le apetecía, ni podía permitirse.
Hacía más de un año que no subía a bordo de un barco e incluso el leve movimiento de aquel enorme transatlántico hacía que le temblasen un poco las rodillas. Había habido una época en la que le había encantado montar en barco. Había disfrutado de la aventura de un trabajo en el que nunca se estaba dos días seguidos en el mismo lugar y en el que cada mañana veía un paisaje distinto por el ojo de buey de su camarote.
–Aunque eso era cuando tenía ojo de buey –admitió irónicamente.
En aquella ocasión viajaba en el camarote más barato que había encontrado, que no tenía ventana y era como ir en las bodegas del barco.
Una sensación extraña e inquietante.
Tal vez se hubiese sentido de otra manera si hubiese conseguido dormir un poco. Pero la noche anterior se había sobresaltado al oír el ruido de la cadena del ancla cuando la levaban. Había sido como si el barco hubiese estado partiéndose en dos, y después de haberse imaginado aquello, no había sido capaz de volver a conciliar el sueño.
–Todo por culpa de Nick –le dijo a su reflejo, y le alegró que éste asintiese con la cabeza, dándole la razón–. El señor multimillonario, que está demasiado ocupado y es demasiado importante para contestar su correo electrónico.
¿Se acordaría de ella? ¿Habría visto su nombre en los mensajes y se habría preguntado quién demonios era? Jenna frunció el ceño sin dejar de mirarse al espejo. «Claro que sabe quién soy. No lee mis mensajes porque no quiere, para volverme loca. No ha podido haber olvidado aquella semana».
A pesar de cómo había terminado, esa semana con Nick Falco había hecho que toda su vida diese un vuelco. Era imposible que ella fuese la única afectada.
–Seguro que sigue yendo por ahí de conquistador –dijo–. Es probable que haya seguido teniendo relaciones con otras mujeres tan tontas como yo, que tampoco se darán cuenta, hasta que sea demasiado tarde, de que no es el hombre perfecto.
Vaya.
Aquello era mentira.
En realidad sí que era perfecto. Era alto, guapo, tenía el pelo oscuro y grueso, los ojos azules claros y una sonrisa encantadora y maliciosa. Nick Falco era capaz de poner los vellos de punta a cualquier mujer, incluso antes de demostrarle lo buen amante que era.
Jenna apoyó la frente en el espejo.
–Tal vez esto no haya sido buena idea –susurró al notar que se le encogía el estómago y que otras partes de su cuerpo entraban en calor sólo con recordar.
Cerró los ojos y no pudo evitar acordarse de las noches que había pasado con Nick, bailando en la cubierta bajo la luz de las estrellas. Haciendo un picnic nocturno los dos solos en la proa del barco. Cenando en su terraza, bebiendo champán y dejando caer unas gotas sobre su escote para que él las lamiese. Tumbada en su cama, entre sus brazos, oyendo como le susurraba al oído promesas de placer.
¿Cómo era posible que sólo el recuerdo de aquel hombre pudiese seguir haciéndola temblar de deseo? Jenna no quería encontrar una respuesta a aquella pregunta. No estaba en aquel barco por lujuria, ni por lo que había tenido en el pasado. El sexo no formaba parte de la ecuación en esa ocasión y ella iba a tener que encontrar el modo de ocuparse de su pasado mientras luchaba por su futuro. Así pues, se obligó a apartar aquellas imágenes de su mente y a volver a la realidad. Abrió los ojos, se miró en el espejo y se armó de valor para hacer lo que había ido a hacer.
El pasado la había llevado allí, pero no tenía la intención de despertar viejas pasiones.
Su vida era diferente en esos momentos. Ya no buscaba ninguna aventura. Tenía un objetivo, y Nick iba a escucharla, quisiese o no.
–¿Así que está demasiado ocupado para responder a mis mensajes? –murmuró–. ¿Piensa que, si no me hace caso, acabaré desapareciendo? Pues se va a llevar una buena sorpresa.
Se lavó los dientes, se maquilló un poco y se peinó el pelo largo y liso antes de recogérselo con una cinta ancha. Salió de lado del cuarto de baño y se acercó al tocador que había debajo de la televisión, que estaba sujeta a la pared. Tomó unos pantalones cortos de color blanco, se los puso y se metió la camisa amarilla por dentro. Luego se calzó unas sandalias, agarró su bolso y se aseguró de que dentro de él seguía habiendo un pequeño sobre azul cerrado. Luego dio dos pasos y llegó hasta la puerta de su camarote.
Abrió la puerta, salió al pasillo y se tropezó con un camarero.
–¡Lo siento! –se disculpó.
–Ha sido culpa mía –insistió él, levantando la bandeja que llevaba en la mano para que Jenna pudiese pasar por debajo–. Estos viejos pasillos no están hechos para tanta gente –comentó mirando el corto pasillo, después se volvió de nuevo hacia ella–. A pesar de las reformas que se hicieron en el barco, sigue habiendo zonas… –se calló de repente, como si acabase de recordar que trabajaba allí y que no debía hablar mal del barco.
–Supongo que no –contestó Jenna sonriéndole. El chico debía de tener unos veinte años y los ojos le brillaban de emoción. Supuso que era su primer crucero–. ¿Te gusta el trabajo?
Él bajó la bandeja a la altura del pecho, se encogió de hombros y contestó:
–Es mi primer día, pero, por ahora, sí. Me gusta. Aunque…
Dejó de hablar, se giró para mirar por encima de su hombro para asegurarse de que no le oía nadie.
–¿Pero?
–¿No le parece que esta zona da un poco de miedo? Quiero decir, que se oye como el agua golpea el casco, y está tan… oscuro.
Jenna había pensado lo mismo unos minutos antes, pero, no obstante, contestó:
–Bueno, tiene que ser mejor que los camarotes de la tripulación, ¿no? Quiero decir, que yo he trabajado en varios barcos y los empleados siempre estábamos en el piso más bajo.
–Nosotros no –dijo él–. Los camarotes de la tripulación están un nivel por encima de éstos.
–Estupendo –murmuró Jenna, pensando que incluso las personas que trabajaban para Nick Falco dormían mejor que ella.
Se abrió una puerta y asomó la cabeza una mujer rubia de unos cuarenta años.
–Gracias a Dios –dijo–. Había oído voces y pensaba que el barco estaba encantado.
–No, señora –respondió el camarero poniéndose muy recto y recordando de repente a qué había bajado allí–. Le traigo un desayuno para dos personas, tal y como ha pedido.
–Estupendo –comentó la rubia abriendo más la puerta–. Aunque… no tengo ni idea de dónde va a ponerlo. A ver si encuentra sitio.
Mientras el camarero desaparecía en el camarote, la rubia le ofreció la mano a Jenna.
–Hola, soy Mary Curran. Mi marido, Joe, y yo, estamos de vacaciones.
–Jenna Baker –se presentó ella dándole la mano–. Tal vez volvamos a vernos arriba.
–Lo que está claro es que no creo que nos veamos mucho por aquí abajo –admitió Mary–. Es asqueroso, pero… –se encogió de hombros–, lo importante es que estamos haciendo un crucero. Sólo tenemos que dormir aquí y espero sacarle a este viaje todo el provecho.
–Es gracioso –comentó Jenna con una sonrisa–. Yo estaba diciéndome justamente lo mismo.
Dejó a Mary con su desayuno y fue hacia el ascensor que la llevaría arriba y la sacaría de la oscuridad. Agarró con fuerza el sobre que iba hacer llegar a Nick y se preparó para el día que tenía por delante. El ascensor empezó a moverse y ella golpeó el pie contra el suelo mientras subía de las bodegas del barco. Lo que necesitaba en esos momentos era aire fresco, mucho café y uno o dos bollos. Luego, después de que Nick hubiese leído su carta, estaría preparada. Preparada para hacer frente a la bestia. Para desafiar al león en su guarida. Para mirar a los ojos azules claros de Nick y pedirle que hiciese lo que tenía que hacer.
–Si no –juró levantando la cara hacia el cielo cuando se abrieron las puertas y pudo salir a la luz del sol–, se lo haré pagar muy caro.
–El sistema de sonido del escenario de la Cubierta Calipso tiene algún problema, pero los técnicos dicen que estará arreglado antes de la hora del espectáculo.
–Bien.
Nick Falco apoyó la espalda en su sillón de cuero granate y cruzó las manos por encima de su vientre mientras escuchaba como su asistente, Teresa Hogan, le daba el informe diario. Todavía no había terminado la mañana y ya habían solucionado media docena de crisis.
–No quiero ningún problema grave –le dijo–. Sé que éste es un crucero de prueba, pero no quiero que nuestros pasajeros se sientan como conejillos de Indias.
–Eso no ocurrirá. El barco está bien y tú lo sabes –le contestó Teresa sonriendo con confianza–. Tenemos algunos problemas menores, pero nada que no podamos solucionar. Si hubiese algún problema de verdad, no habríamos dejado puerto ayer por la noche.
–Ya lo sé –comentó Nick mirando por encima de su hombro, hacia el océano–. Sólo quiero que te asegures de que vamos siempre un paso por delante de esos problemillas.
–¿Acaso no lo hago siempre?
–Sí –asintió él–. Es verdad.
Teresa tenía casi sesenta años, el pelo corto y moreno, ojos verdes y la capacidad de organización de un general del ejército. No se achantaba ante nadie, ni siquiera ante Nick, y era leal y tenaz como un pit bull hambriento. Llevaba trabajando para él ocho años, desde que había muerto su marido y había decidido buscar un trabajo lleno de aventuras.
Lo había conseguido. Y se había convertido en el brazo derecho de Nick.
–El jefe de cocina de la Cubierta Paraíso se está quejando de los hornos nuevos –comentó pasando las hojas que llevaba en su inseparable carpeta.
Nick resopló.
–¿Son los más caros del mundo y no funcionan bien?
–Según el chef Michele, no calientan lo suficiente –explicó Teresa.
Todavía no llevaban un día en alta mar y ya estaba recibiendo críticas.
–Pues dile que mientras calienten, que se dedique a hacer el trabajo por el que le pago.
–Ya se lo he dicho.
Nick arqueó una ceja.
–Entonces, ¿por qué me lo cuentas?
–Porque eres el jefe.
–Gracias por recordármelo de vez en cuando –dijo él, se sentó hacia delante y acercó la silla al escritorio, donde tenía un pequeño montón de correspondencia personal esperándolo.
Teresa ignoró aquella pulla y volvió a consultar sus papeles.
–El capitán dice que la previsión meteorológica es estupenda y que vamos a ir hacia Cabo a toda velocidad. Deberíamos estar allí mañana a las diez de la mañana.
–Eso está bien.
Nick tomó el primer sobre del montón que tenía delante. Despreocupadamente, golpeó la mesa con el borde mientras Teresa repasaba la lista de problemas, quejas y halagos, y recorrió su despacho con la mirada. Desde allí, la Cubierta Esplendor, una cubierta por debajo del puente de mando, las vistas eran fabulosas. Por eso había querido que estuviesen allí tanto su despacho, como su lujosa suite. Había insistido en que hubiese muchas ventanas. Le gustaba ver la inmensidad del océano a su alrededor. Le daba sensación de libertad incluso cuando estaba trabajando.
Su despacho estaba amueblado con cómodos sillones, mesas bajas y un bar completamente equipado. Los pocos cuadros que colgaban de las paredes pintadas de azul oscuro eran de llamativos colores y el suelo de madera brillaba bajo la luz del sol, atenuada muy ligeramente por los cristales tintados.
Aquél era el primer crucero de ese barco. Nick se lo había comprado a un competidor que había decidido salirse del negocio y había pasado los últimos seis meses reformándolo y redecorándolo para convertirlo en el bastión de su flota. Lo había llamado Falconʼs Pride, el Orgullo de Falcon, y, por el momento, estaba haciendo honor a su nombre.
Algunos de sus empleados le habían contado la reacción de los pasajeros el día que habían embarcado en el puerto de San Pedro, en Los Ángeles. Aunque la mayoría de los pasajeros eran jóvenes e iban con ganas de fiesta, se habían quedado impresionados con la lujosa decoración del barco y con el ambiente en general.
Nick había comprado su primer barco diez años antes, y pronto había convertido la Línea Falcon en el primer destino festivo del mundo. El Falconʼs Pride iba a hacer que su reputación mejorase todavía más. Sus pasajeros querían diversión. Emoción. Una fiesta de dos semanas de duración. Y él iba a encargarse de proporcionársela.
Sólo contrataba a los mejores jefes de cocina, a los mejores grupos de música y las mejores actuaciones. Sus empleados eran jóvenes y atractivos, al pensar en aquello, no pudo evitar que su mente se fuese a otra parte y le recordase una ex empleada en particular. Una mujer que le había calado muy hondo hasta la noche en que había descubierto sus mentiras. No había vuelto a verla ni a hablar con ella desde entonces, pero después de aquello había tenido mucho más cuidado con lo que hacía.
–¿Me estás escuchando?
Nick apartó aquellos pensamientos de su mente al momento, un poco molesto por seguir pensando en Jenna Baker más de un año después de haberla visto por última vez. Levantó la vista hacia Teresa y le sonrió con encanto.
–Supongo que no. ¿Por qué no seguimos después de la comida?
–Por supuesto –contestó ella mirándose el reloj–. He quedado con alguien en la Cubierta Galería. Uno de los directores del crucero tiene un problema con el karaoke.
–Bien. Ocúpate de él –dijo Nick mirando de nuevo el montón de correspondencia y conteniendo un suspiro. No fallaba. En todos los cruceros había un montón de mujeres que lo invitaban a cenar, a alguna fiesta privada o a tomar algo a la luz de la luna.
–Ah –comentó Teresa con un sobre azul claro en la mano–. Uno de los camareros me ha dado esto cuando venía hacia aquí –se lo tendió sonriendo–. ¿Será otra mujer solitaria que busca compañía? Parece que sigues siendo el dios del amor.