El desafio del rival - Abby Green - E-Book
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El desafio del rival E-Book

Abby Green

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Beschreibung

Al día siguiente descubrió que el desconocido con el que había pasado la noche era ¡su rival! Orla Kennedy había estado tan nerviosa por el importante acuerdo de negocios que tenía al día siguiente, que decidió aceptar la copa que le ofreció un guapo desconocido en el bar del hotel. Pero la copa se convirtió en una noche de pasión que nunca iba a olvidar. Antonio no habría querido tener que volver nunca a uno de los hoteles de su familia, pero su hermana lo necesitaba y eso era motivo más que suficiente para regresar a Londres. Sin embargo, cuando descubrió en la sala de conferencias quién era la mujer con la que había compartido una noche de pasión, se dio cuenta de que la adquisición de sus hoteles no era el tipo de fusión que tenía en mente cuando la miraba.

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Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

© 2014 Harlequin Books S.A.

© 2015 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

El desafío del rival, n.º 105 - junio 2015

Título original: Rival’s Challenge

Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcasregistradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

I.S.B.N.: 978-84-687-6376-7

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

Portadilla

Créditos

Índice

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

Antonio Chatsfield trató de hacerle entender a la bella morena que no dejaba de mirarlo desde el otro lado de la barra del bar que no estaba interesado. La mujer lucía un escote que no dejaba nada a la imaginación y llevaba ya algún tiempo lanzándole sugerentes miradas desde su taburete.

No le atraía ese tipo de mujer. Era demasiado provocativa, con una belleza demasiado perfecta para que fuera real. Lo mismo le pasaba con ese sitio. Era demasiado brillante, demasiado lujoso.

Miró a su alrededor. Estaba en el elegante y famoso bar del hotel insignia de su familia, el Chatsfield de Londres. Durante la última década, se había acostumbrado a estar en un entorno completamente distinto, rodeado de escombros y con el terrible olor del caos, la muerte y el pánico. Pero prefería no dejarse llevar por ese tipo de pensamientos. No era el momento.

Había preferido tomarse una copa en uno de los oscuros rincones del bar en vez de emborracharse en la suite del hotel que era en esos momentos su hogar. Sonrió con tristeza, al menos estaba siendo lo bastante inteligente como para querer beber en presencia de otras personas en vez de hacerlo a solas. Sabía que su psicólogo estaría orgulloso de él.

Le había costado mucho llegar a esa situación. Aun así, sabía que las pesadillas y los sudores fríos seguían estando muy cerca, a la vuelta de la esquina. No podía llegar a deshacerse por completo del terror que lo atenazaba en los momentos más insospechados, cuando se veía de repente de vuelta en el pasado, sumergido de nuevo en el dolor.

Pero la bebida no estaba ayudándole esa noche. Era como si la amargura que albergaba en su interior estuviera diluyendo los efectos del alcohol. Vio que incluso la mujer que tanto lo había mirado había terminado por perder el interés en él. Estaba dedicándole en esos momentos toda su atención a otro hombre que acababa de llegar al bar. Vio que intercambiaban miradas.

Él creía que ya había tenido en su vida suficientes encuentros como ese. No estaba de humor para ese tipo de relaciones. Tenía que reconocer que llevaba mucho tiempo desinteresado, más de lo que querría admitir. No había estado de humor para esas cosas, había preferido enterrarse en el trabajo para tratar así de no pensar en el enorme abismo que había dentro de él. No quería llenarlo con encuentros sin sentido.

Después de años de exilio, solo llevaba un par de meses de vuelta en Londres. Y estaba allí porque su familia estaba pasando por un momento crucial. Su padre le había dado el puesto de director general a Christos Giatrakos con el fin de que se hiciera cargo de la cadena de hoteles de lujo que la familia tenía por todo el mundo, una empresa que había sido sinónimo de glamour y lujo desde que se abriera el primer hotel en1920.

Pero, durante los últimos años, la reputación de la empresa había sufrido daños casi irreparables. Su hermana Lucilla le había pedido que fuera a Londres para ayudarlos. El resto de los hermanos, todos más pequeños que él, parecían estar demasiado ocupados tratando de arruinar aún más el prestigio de la familia con todo tipo de escándalos y apariciones frecuentes en las revistas del corazón.

Tenía que reconocer que también él había pasado por una etapa bastante destructiva. Se había ido de casa cuando sus hermanos eran aún niños o adolescentes, así que no los conocía lo suficientemente bien como para poder juzgarlos.

Desde que se fuera, le había dado también la espalda a su herencia y a la empresa. Algo que no había cambiado por mucho que el autoritario nuevo director general tratara de convencerlo para utilizar su experiencia militar y financiera con el fin de ayudarlo a orquestar la resurrección y la expansión de la marca Chatsfield.

Pero su hermana Lucilla le había rogado que reconsiderara la oferta de Giatrakos. Creía que el puesto que le ofrecía era la posición perfecta para que él la ayudara a derrotar al nuevo director general. Al parecer, Giatrakos no sabía que no convenía invitar al enemigo a la casa de uno.

Además, los ruegos de Lucilla habían conseguido ablandar su corazón y esa parte de él que aún se empeñaba en tratar de arreglar las cosas. Sentía que había dejado que pasara demasiado tiempo antes de intervenir para tratar de ayudar a sus otros hermanos y Lucilla, con su petición, le estaba dando la oportunidad de intentar arreglar las cosas. Su hermana quería demostrarle a Giatrakos que podían restaurar el prestigio algo empañado de los Chatsfield haciéndose a través de una operación secreta con uno de los negocios hoteleros con los que competían, el Grupo Kennedy. Se trataba de una operación que debía tener lugar antes de la junta de accionistas de agosto. De ese modo, Lucilla quería demostrar que no tenían necesidad de que un extraño como Giatrakos tomara las riendas de la empresa.

Había decidido acudir en ayuda de su hermana. Aunque para ello había tenido que volver a un lugar al que habría preferido no tener que regresar.

Sintió un pinchazo de dolor en el pecho al pensar en sus hermanos. Creía que, por culpa de los padres que habían tenido, ninguno de ellos, tampoco él mismo, había tenido posibilidades de triunfar en la vida. Durante algún tiempo, había luchado por conseguirlo, pero no había sido suficiente.

No había olvidado la terrible discusión que había tenido con su padre hacía ya más de diez años. Se había dado cuenta entonces de que sus esfuerzos eran inútiles y de que lo mejor que podía hacer por su familia era alejarse de ellos y dejar que siguieran adelante sin él. Como su progenitor le había recordado una y otra vez, él no era el padre de sus hermanos y nunca iba a serlo. Le había aconsejado entonces que dejara de intentarlo.

Sonrió con tristeza. Lucilla lo conocía muy bien, sabía que se sentía culpable por haberse ido de casa. A pesar de que había sido ella la que le había animado a que se fuera. Su hermana sabía también que se sentía afligido, insatisfecho y desarraigado.

Pero creía que Lucilla contaba sobre todo con que la ayudara por su sentido de la responsabilidad. Esa parte de sí mismo seguía intacta. Habían estado unidos por la pesada carga que habían llevado sobre sus hombros desde que su madre los abandonara a todos. Desde ese día, no habían vuelto a saber de ella.

A pesar de todas las imágenes que había acumulado en la mente durante la última década, a cada cual más horrible que la anterior, sabía que nunca iba a ser capaz de borrar la imagen de Lucilla, aún una adolescente, sosteniendo a su hermana recién nacida en sus brazos mientras lloraba desconsolada.

–Antonio, se ha ido... Nos ha abandonado. Estamos solos... –le había dicho Lucilla con voz entrecortada.

Había estado demasiado enfadado y abrumado por las circunstancias como para decir nada. Se había limitado a abrazar a Lucilla y a su hermana pequeña mientras se prometía que nunca iba a dejar que su familia se desmoronara. Entonces, había estado dispuesto a cualquier cosa para evitarlo. Aunque solo había sido un chaval de quince años en ese momento.

Pero no quería pensar en esas cosas. Miró su vaso y se terminó su bebida. Estaba a punto de levantarse para irse cuando se abrió la puerta del bar y entró una mujer. Se quedó completamente en blanco al verla y decidió no moverse de donde estaba.

No habría sabido decir qué era lo que tenía que había conseguido atraer su atención de manera tan poderosa. Destacaba entre los otros clientes del bar por su pálida tez, resaltada aún más por su vestido negro. También atrajeron su atención esas largas y bellas piernas y sus clásicos zapatos de tacón. No podía moverse, siguió con los ojos los elegantes movimientos de esa mujer.

Se acercó a la barra y esperó pacientemente a que el camarero se le acercara. Era pelirroja y llevaba su vibrante melena recogida en un moño alto que dejaba al descubierto su delicado cuello. Le pareció que tenía los ojos azules, pero de un azul oscuro. Y el vestido que llevaba era a la vez discreto y sexy. Era de seda y caía recto desde sus hombros hasta la mitad de sus muslos, un cinturón bien ceñido era todo el adorno que llevaba.

Tenía los brazos delgados, muñecas delicadas y las uñas bastante cortas y pintadas con esmalte transparente. Parecía una mujer práctica, poco dada a excesos. Solo llevaba unos pequeños pendientes de diamantes y ninguna otra joya. No era tan alta como le había parecido en un principio. Quizás un metro sesenta sin tacones.

Sin saber por qué, ese detalle, esa aparente fragilidad tan femenina, provocó una reacción casi inmediata en su cuerpo y sintió una oleada de calor que se concentraba en su ingle. Pudo sentir cómo se despertaba su deseo sin que pudiera hacer nada para evitarlo. Tuvo que moverse un poco sobre el taburete para ajustar su postura, le frustraba la facilidad con la que la recién llegada parecía haber conseguido despertarlo, sobre todo cuando su reacción había sido tan distinta con la otra mujer, la que no había dejado de mirarlo.

Aunque su vestido no tenía escote, le dio la impresión de que sus pechos eran pequeños, pensó que quizás lo suficientemente pequeños como para que no tuviera que usar sujetador.

Justo en ese momento la mujer se movió ligeramente y Antonio se dio cuenta de que había una abertura en la parte delantera de su vestido, desde el cuello hasta justo debajo de sus pechos, tan discreta que no se había dado cuenta hasta ese instante, cuando pudo entrever la tentadora curva de un pecho pálido y firme.

El deseo lo envolvió mientras fantaseaba con deslizar su mano por esa abertura para acariciar su pecho y sentir el roce de un duro pezón contra la palma de la mano.

Orla Kennedy trató de calmarse mientras esperaba a que el camarero le sirviera lo que había pedido. Una parte de ella quería salir corriendo de allí. Ese bar tan elegante le intimidaba, pero recordó que estaba allí para tratar de reunir el coraje que iba a necesitar en la reunión del día siguiente y, de paso, conocer mejor los hoteles Chatsfield.

Estaba incómoda. Nunca iba sola a los bares. No quería parecer patética o que los clientes pensaran que estaba allí para ligar.

Miró a su alrededor, había varias parejas en las mesas más apartadas y un grupo de jóvenes ejecutivos en la mesa más grande, en la parte trasera del bar. Suspiró al ver que nadie parecía estar riéndose ni señalándola con el dedo.

El camarero le sirvió su copa y tomó un sorbo para tratar de calmarse, pero seguía incómoda, como si alguien la estuviera observando. Pensó que quizás no hubiera sido buena idea alojarse en el hotel donde iba a tener lugar la reunión. Lo había hecho para poder así conocer mejor a la empresa que quería hacerse con el negocio hotelero de su familia.

Tal y como había esperado, era un hotel suntuoso y muy exclusivo, como todos los que tenía la cadena Chatsfield por el mundo. Pero también era cierto que su reputación había empeorado mucho durante los últimos años por culpa de las escandalosas hazañas de los herederos Chatsfield.

Apretó los labios al recordar por qué estaba allí. La cadena Chatsfield parecía estar cambiando de estrategia y una de sus nuevas políticas de empresa consistía en adquirir cadenas hoteleras menores y en apuros.

Como el Grupo Kennedy, empresa irlandesa que su padre había puesto en marcha en los años sesenta, cuando compró un pequeño hotel al oeste del país. Gracias a su duro trabajo y determinación, había conseguido construir poco a poco un imperio hotelero. Años después, decidió trasladar sus operaciones empresariales a Inglaterra, a donde se fue a vivir con su esposa y su pequeña hija, Orla.

Por desgracia, la crisis económica los había golpeado con mucha dureza y habían tenido que cerrar unos cuantos hoteles, lo que había disminuido mucho el valor total de la cadena, haciéndolos vulnerables a ofertas públicas de adquisición por parte de empresas más ambiciosas y agresivas.

Estaban muy lejos de cadenas como la Chatsfield en cuanto a volumen de operaciones en todo el mundo, pero Orla tenía muy claro por qué estaban interesados en comprar sus hoteles. Su exclusiva clientela era similar a la de los Chatsfield y tenían buena reputación.

La sensación de que alguien la observaba era tan intensa en ese momento que Orla miró instintivamente a su izquierda y se quedó sin aliento cuando vio a un hombre en la penumbra. Estaba sentado frente a la barra y la miraba fijamente. Le sorprendió ver que no apartaba la mirada. Y le inquietó aún más darse cuenta de que tampoco ella era capaz de dejar de mirarlo.

No podía creer que se le hubiera pasado por alto, que no lo hubiese visto hasta ese momento. Y tampoco entendía por qué se sentía como si la hubiera hipnotizado con su mirada inquietante y oscura. No comprendía por qué no lo había visto cuando miró a su alrededor, su presencia era poderosa. Era moreno, con el pelo corto, de anchos hombros y rasgos muy masculinos y duros. No sonreía, pero no pudo evitar fijarse en su boca. Tenía labios carnosos y no pudo evitar imaginarse cómo sería sentirlos sobre su boca.

Se dio cuenta de repente de lo que estaba haciendo. No pudo creer que estuviera estudiando la boca de un completo extraño mientras se preguntaba cómo sería besarlo. Se sintió tan avergonzada que se sonrojó. Apartó la mirada y se concentró en su copa. Decidió que no podía quedarse donde estaba, bajo las luces de la barra.

Horrorizada pensando que ese hombre pudiera haber malinterpretado su mirada, recogió su bolso y la copa y se trasladó a una de las mesas del bar. Suspiró aliviada al ver que allí estaba algo más oculta.

El corazón le latía con más fuerza de la habitual y sentía un cosquilleo en la parte baja de su abdomen. Miró de nuevo hacia donde seguía ese hombre. Estaba segura de que ya no estaría observándola.

Pero no tardó en darse cuenta de que seguía mirándola. Se le aceleró aún más el pulso, nunca había experimentado nada parecido. Era una situación nueva para ella y muy sexy.

Pudo sentir cómo se tensaban sus pechos bajo la sedosa tela del vestido y una oleada de calor recorría su cuerpo. Hasta que no deshizo la maleta, no se había dado cuenta de que había olvidado el sujetador que usaba con ese vestido. Pero no le había quedado más remedio que ponérselo, no había querido bajar a tomar una copa con el traje que había reservado para la reunión del día siguiente.

Se había imaginado que el vestido, que era bastante suelto, ocultaría sus pechos. Además, tenía la suerte o la desgracia de tener poco pecho. Pero, en ese instante, se estaba sintiendo casi desnuda y era muy consciente de la abertura que tenía el vestido. Normalmente, solo mostraba un atisbo de su sujetador, pero creía que esa noche estaba enseñando demasiado si alguien la miraba fijamente. Tan fijamente como lo estaba haciendo ese hombre. Sintió un intenso calor concentrándose entre sus piernas que no tardó en convertirse en humedad. Apartó la mirada y se concentró en su copa. No quería dar a nadie una idea equivocada.

Además de todo lo que le estaba haciendo sentir con sus ojos, no entendía que hubiera podido atraer el interés de un hombre como ese. Por lo que había visto, le parecía que hacía mejor pareja con la joven de amplio escote que estaba bebiendo cerca de él.

Pero la miró de nuevo y vio que estaba concentrada en otro cliente. Era tan obvio lo que quería que sintió vergüenza ajena por ella. Supuso que, en cualquier momento, saldrían del bar en dirección a una de las habitaciones de ese hotel. Aunque no entendía ese tipo de conducta, no pudo evitar sentir una punzada de algo muy parecido a la envidia, pero solo durante un segundo.

Llevaba mucho tiempo sin tener relaciones sexuales. De hecho, ya más de un año. La verdad era que nunca había tenido una relación que durara más de unas pocas semanas. Pero, en su defensa, a los hombres que conocía no les solía gustar el hecho de que ella pareciera sentir más pasión por el negocio de su familia que por ninguna otra cosa.

Se había contentado pensando que su trabajo era su pareja, su compañero de cama. Y hasta entonces, había sido una relación atípica, pero muy satisfactoria. Era cierto también que a veces se sentía algo sola y frustrada cuando veía a parejas enamoradas entrando a su hotel para pasar un romántico fin de semana.

Pero ella había decidido cómo quería que fuera su vida. Por eso no entendía por qué estaba de repente pensando en esas cosas ni por qué sentía esa fuerte sensación de calor e insatisfacción por todo el cuerpo.

Todo por la mirada descarada e interesada de un desconocido. No entendía qué le pasaba. Creía que probablemente fuera el tipo de hombre dispuesto a acostarse con cualquiera que...

–¿Le importaría que me sentara con usted?

Orla levantó tan rápidamente la cabeza que le crujió el cuello. Durante un segundo, se quedó como si alguien acabara de golpearla. Todo se desvaneció de repente. El hombre en el que había estado pensando, el que la había estado observando, estaba allí, de pie frente a ella. Llevaba un traje oscuro y una camisa blanca sin corbata y con el cuello abierto. Era aún más atractivo de cerca y enorme... Muy alto y fuerte. Casi demasiado alto.

Se sentía tan aturdida que no podía hablar. El hombre tomó su silencio como una invitación y se sentó frente a ella.

Seguía sin poder decir nada. Se limitó a mirarlo boquiabierta. Le parecía increíble que hubiera osado acercarse a ella y sentarse sin más. El hombre dejó su copa en la pequeña mesa y ese sonido consiguió sacarla por fin de su ensoñación.

–No le he dado permiso para que se siente –le dijo ella.

Su corazón latía tan rápidamente que estaba sin aliento. Sentía por todo su ser una oleada de algo que se parecía demasiado al deseo. Estaba enfadada consigo misma, no entendía qué le estaba pasando, por qué estaba reaccionando ante ese hombre de una manera tan desenfrenada. Estaba a punto de levantarse cuando él le habló de nuevo.

–Por favor, no se vaya –le susurró con urgencia.

Tenía una voz tan sensual que consiguió despertar todas sus terminaciones nerviosas con un cosquilleo imposible de controlar. Se detuvo y lo miró. Era un tipo tan grande, tenía una presencia abrumadora, poderosa y fuerte. Y, de cerca, tenía un aspecto aún más masculino, con rasgos bien definidos y muy viriles, parecía extranjero, pero su acento no lo era. Frunció el ceño.

–¿Es inglés?

Él asintió con la cabeza.

–Sí. ¿Por qué?

–No lo sé...

Se sonrojó antes de terminar de hablar. Acababa de darse cuenta de que su comentario le daba a entender que había pensado en él, que se había fijado en ese hombre, y se sintió muy avergonzada. Pero ya no había marcha atrás.

–Me pareció... Tiene aspecto de extranjero.

El hombre torció la boca y a Orla se le fueron los ojos a esos labios.

–Soy medio italiano, medio inglés.

Asintió con la cabeza, sin saber qué decir.

–¿Y usted?

Estaba tan abrumada que tardó en contestar.

–Soy irlandesa. Bueno, nací allí, pero siempre he vivido en Inglaterra.

–Supongo que eso explica que sea pelirroja.

Orla lo miró a los ojos y se preguntó de qué color eran. Parecían negros en la penumbra del bar y no pudo evitar estremecerse. No sabía muy bien por qué. Era de pronto consciente de la dureza que emanaba de ese hombre, algo que no había notado hasta ese momento. Tenía un aspecto algo peligroso.

Recordó entonces dónde estaba y se puso rígida de nuevo.

–Bueno, ¿podría irse, por favor? No le he pedido que se siente conmigo –le recordó.

Se hizo un silencio tenso entre ellos y el hombre no se movió. Resoplando, Orla volvió a levantarse.

–Muy bien, si no va a tener la cortesía de hacer lo que le pido, lo haré yo.

Pero él la agarró por la muñeca y Orla sintió una descarga eléctrica y una sensación de intenso calor que se dirigió directamente a su entrepierna.

–Por favor... Me haría un inmenso favor si se queda unos minutos en la mesa conmigo y finge que nos conocemos.

Se quedó mirándolo. Estaba sin palabras. Y no solo porque seguía tocándola.

–¿De qué me está hablando? –le preguntó ella con suspicacia.

–¿Ve a esa mujer de la barra?

Miró hacia donde le había indicado y vio a la provocativa mujer que había estado hasta hacía pocos minutos dedicándole toda su atención a otro cliente del bar. El hombre se había ido y la joven estaba sola otra vez.

–Sí, la veo –respondió ella con reticencia.

–Me temo que voy a ser el siguiente en su lista de objetivos –le dijo el hombre.

Se lo decía fingiendo inocencia, como si de verdad estuviera atemorizado. Le costaba creerse lo que estaba pasando, que ese hombre estuviera coqueteando con ella de esa manera. Y no pudo evitar que su cuerpo reaccionara aún con más intensidad. Sintió cómo se contraían sus pezones y cruzó los brazos sobre el pecho para evitar que él lo notara.

Lo miró con la expresión más seria de su repertorio, esa expresión con la que siempre conseguía amedrentar a sus empleados.

–¿Está tratando de hacerme creer que no podría defenderse de esa mujer? –le preguntó entonces.

El hombre levantó una ceja y le dedicó media sonrisa. No podía dejar de admirar su atractivo y sexy rostro. Cada vez le parecía más peligroso.

–No ha funcionado, ¿no?

Orla negó con la cabeza y apenas pudo esconder una sonrisa.

Vio entonces algo de movimiento detrás del hombre, junto a la barra.

–Parece que está a salvo. La víctima actual de esa mujer acaba de regresar. Supongo que estaba en el baño.

Él no se dio la vuelta para ver si era verdad lo que le contaba, pero notó que levantaba la vista y se dio cuenta de que podía ver la barra reflejada en el espejo veneciano que ella tenía sobre su asiento.

La miró y sonrió.

–Supongo que me he quedado sin excusa para venir a hablar con usted –reconoció el hombre.

El corazón le dio un vuelco. Podía levantarse y salir de allí, pero no quería hacerlo. No entendía por qué, pero prefería seguir allí. Ese hombre podía ser encantador, pero no del todo, no como otros tipos que había conocido. Había algo duro y áspero en su personalidad, algo que le intrigaba.

Tampoco podía negar cómo su cuerpo estaba reaccionando a su presencia. Había conseguido despertar lo más femenino e íntimo de su ser, sobre todo en la zona de su cuerpo donde parecía estar concentrándose un fuerte calor.

–¿Puedo invitarla a una copa para resarcirla por haber perturbado su paz? –le preguntó él como si hubiera podido sentir que sus fuerzas empezaban a ceder un poco.

Dudó unos segundos.

Tenía la sensación de que ese hombre estaba a punto de perturbar su paz aún más. Creía que, si le presionaba para que se fuera, se iría. Pero, por otro lado, pensó que una copa con él no era mala idea.

Se estaba sintiendo en esos momentos más sensible a todo lo que la rodeaba y más viva de lo que lo había estado en mucho tiempo. Apartó los brazos de su pecho y se encogió de hombros.

–De acuerdo, ¿por qué no?

Como por arte de magia y, antes de que tuviera tiempo de arrepentirse, se les acercó un camarero para tomar nota de lo que querían.

No tardaron en volver a quedarse solos y ella cada vez se sentía más acalorada, era como si hubiera conseguido derretirla por completo.

Sintió una humedad entre sus piernas que ya no podía ignorar. Algo incómoda, cruzó las piernas y notó que el movimiento atraía de inmediato la atención de ese hombre hacia sus muslos. Lamentó haber elegido ese vestido. Colocó las manos sobre la pierna y lo miró a los ojos. Estaba sonriéndole, como si quisiera darle a entender que sabía exactamente lo incómoda que se sentía en esos instantes.

–Dígame, ¿está aquí por trabajo?

Orla asintió con la cabeza, pero no quería hablar de su trabajo ni tener que recordar la realidad a la que tenía que enfrentarse, el fin de su empresa familiar. Así que prefirió no entrar en detalles.

–Sí, trabajo en ventas.

En parte, era cierto. Aunque también se encargaba del marketing, de la administración, de las relaciones públicas, del entretenimiento...

El hombre hizo una mueca al oírlo.

–¿En serio? Yo trabajo en adquisiciones. Muy aburrido, ¿verdad?

Lo miró con suspicacia. Ese hombre no se parecía en nada a los típicos hombres de negocios que vivían atrapados por la rutina diaria y sus grises existencias, pero decidió no llevarle la contraria. Algo le decía que también él había decidido fingir que era otra persona y no darle más detalles.

Estaba a punto de responder cuando se le ocurrió algo bastante desagradable. Miró su mano y no vio ninguna alianza, pero eso no significaba nada.

–¿Está casado?

El hombre negó la cabeza.

–¿Y usted? –le preguntó frunciendo el ceño.

Orla también sacudió la cabeza rápidamente. No pensaba casarse nunca, amaba demasiado su trabajo para eso. Por desgracia, había visto los efectos perjudiciales que el matrimonio podía llegar a tener en una empresa.

–No –le dijo con firmeza.

–Bueno, entonces ya tenemos los dos claro que estamos libres y sin compromiso –comentó él–. ¿Por dónde íbamos?

Se estremeció al escuchar sus palabras. Apenas podía controlar el deseo que ese hombre había despertado en ella, sentía que había perdido por completo el control de lo que estaba sucediendo en esos momentos.

No podía seguir así, tenía que mantener la mente despejada.

–Estábamos hablando de ventas y adquisiciones, creo –murmuró ella.

Sin saber muy bien por qué, le pareció algo muy sugerente.

–¡Ah! Es verdad.

El camarero apareció con sus bebidas, dos copas de whisky.

Él levantó su bebida hacia ella.

–Por los encuentros casuales.

Orla también levantó su copa.

–Por los hombres lanzados, pero con patéticas excusas a la hora de entablar conversación con las mujeres –repuso ella.

El hombre sonrió.

Y ella también lo hizo. Tomaron un sorbo de sus copas y fue muy agradable sentir la suavidad del alcohol bajando por su garganta, calentando aún más su cuerpo. De repente, se sintió más sensual que nunca, era como si estuviera soñando.

–¿No deberíamos intercambiar nombres? –le sugirió él.

Se quedó sin aliento. Los nombres eran demasiada información, no quería hacer nada que tuviera que ver con su realidad, con quién era ella.

–Creo que las presentaciones están sobrevaloradas. Además, lo más probable es que nunca volvamos a vernos. ¿Qué sentido tiene que nos presentemos?

A pesar de la penumbra que reinaba en el bar, vio que le brillaban los ojos y sonreía.

–No tenemos por qué usar nuestros nombres de verdad –le dijo él–. Pero me gustaría poder llamarte de alguna manera.

Sintió que se estremecía de nuevo. Se preguntó si quería que le diera un nombre para poder usarlo más tarde, durante un momento de pasión. Le bastó con pensar en ello para que su corazón comenzara a latir con más fuerza aún.

Él le tendió una mano con una mirada traviesa en los ojos.

–Hola, soy Marco.

Ella aceptó su mano y, durante un segundo, su mente se quedó en blanco al sentir el calor de su piel. Era una mano tan grande que envolvía por completo la de ella. Tampoco se le pasó por alto la aspereza de los callos que tenía en la piel.

–Y yo soy... Soy Kate.

–Encantado de conocerte, Kate...

No entendía lo que le estaba pasando, por qué ese hombre le estaba afectando tanto. La verdad era que no había conocido nunca a nadie como él. Hacía que fuera muy consciente de su naturaleza sexual, que se sintiera muy viva y llena de energía.

–¿Tiene trabajo en el hotel mañana? ¿Alguna reunión o conferencia? –le preguntó Marco.

Pero ella no quería otro recordatorio de la realidad y negó con la cabeza.

–No quiero hablar de mañana.

Marco se quedó inmóvil y entrecerró los ojos mientras la observaba. Podía sentir que estaba con los ojos fijos en su boca, ni siquiera se atrevía a respirar.