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El diario de Anne Frank (1947) fue publicado por primera vez con el nombre de Het Achterhuis (La casa de atrás), por una editorial neerlandesa. El diario fue entregado por Otto Frank, padre de Anne, y el único de la familia que sobrevivió. Anne Frank cuenta su día a día de los últimos dos años antes de ser capturada por los nazis, y posteriormente llevada a Auschwitz. Nos cuenta con detalle con quién vivió, qué comían, cómo se organizaban, cómo sobrevivían… Un libro conmovedor que muestra el sufrimiento de una familia y la persecución de un pueblo.
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ANNE FRANK
DIARIO
Annelies Marie Frank
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© Editorial Ardea, s.l.
ISBN: 978-84-10011-06-9
Escribir un diario es una experiencia realmente extraña para alguien como yo. No solo porque nunca antes había escrito nada, sino que también porque me parece que más adelante ni yo ni nadie estará interesado en las cavilaciones de una colegiala de trece años.
Anne Frank
El diario de Anne Frank
Viernes, 12 de junio de 1942
Espero confiarte todo como aun no he podido hacerlo con nadie, y espero que seas un apoyo para mí.
Anotación (28 de septiembre de 1942)
Hasta ahora has sido un gran apoyo, y también Kitty, a quien le escribo regularmente. Esta forma de escribir en el diario me agrada mucho y ahora me cuesta esperar a que llegue el momento para sentarme a escribir en ti. ¡Estoy tan feliz de haberte traído conmigo!
Domingo, 14 de junio de 1942
Lo mejor será empezar desde el momento en que te recibí, o sea, cuando te vi en la mesa de los regalos de cumpleaños (porque también estuve en el momento de la compra, pero eso no cuenta). El viernes 12 de junio, a las seis de la mañana ya me había despertado, ya que era mi cumpleaños. Pero a las seis todavía no me dejan levantarme, así que tuve que aguantar mi curiosidad hasta las siete menos cuarto. Entonces ya no pude más: me levanté y me fui al comedor, donde Moortje, el gato, me recibió haciéndome cariños.
Poco después de las siete fui a saludar a papá y mamá y luego al salón, a desenvolver los regalos, lo primero que vi fuiste tú, y quizá hayas sido uno de mis regalos favoritos. Luego un ramo de rosas y dos ramas de peonías. Papá y mamá me regalaron una blusa azul, un juego de mesa, una botella de zumo de uva que según pienso sabe un poco a vino (¿acaso el vino no se hace con uvas?), un rompecabezas, un tarro de crema, un billete de 2.50 florines y un vale para comprarme dos libros. Después me regalaron otro libro, La cámara oscura de Hildebrand (pero como Margot ya lo tiene, lo he cambiado), una bandeja de galletas caseras (hechas por mí, porque últimamente he aprendido a hacer galletas), muchos dulces y una tarta de fresas hecha por mamá. También una carta de la abuela, que ha llegado justo a tiempo; pero ha sido, naturalmente, una casualidad.
Entonces pasó a buscarme Hanneli y nos fuimos al colegio. En el recreo ofrecí galletas a los profesores y a los alumnos, y luego tuvimos que regresar a clase. Llegué a casa a las cinco, había ido a gimnasia (aunque no me dejan participar porque se me dislocan fácilmente los brazos y piernas) y como juego de cumpleaños elegí el voleibol para que jugaran mis compañeras. Al llegar a casa ya me estaba esperando Sanne Lederman. A Ilse Wagner, Hanneli Goslar y Jacqueline van Maarsen las traje conmigo de la clase de gimnasia, porque son compañeras del colegio. Hanneli y Sanne eran mis mejores amigas, y cuando nos veían juntas, siempre nos decían: «Ahí van Anne, Hanne y Sanne». A Jacqueline van Maarsen la conocí hace poco en el Liceo Judío y es ahora mi mejor amiga. Ilsa es la mejor amiga de Hanneli, y Sanne va a otro colegio, donde tiene sus amigas.
El club me ha regalado un libro precioso, Sagas y leyendas neerlandesas, pero por equivocación me han regalado el segundo tomo, y por eso he cambiado otros dos libros por el primer tomo. La tía Helene me ha dado otro rompecabezas, la tía Stephanie un broche muy lindo y la tía Leny un libro muy divertido, Las vacaciones de Daisy en la montaña. Esta mañana cuando me estaba bañando, pensé en lo bonito que sería tener un perro como Rin-tin-tin. Yo también lo llamaría Rin-tin-tin, y en el colegio siempre lo dejaría con el conserje, o cuando hiciera buen tiempo, en el garaje para las bicicletas.
Lunes, 15 de junio de 1942
El domingo por la tarde celebramos mi cumpleaños, Rin-tin-tin les gustó mucho a mis compañeros. Me regalaron dos broches, una señal para libros y dos libros. Ahora quisiera contar algunas cosas sobre las clases y el colegio, empezando por los alumnos.
Betty Bloemendaal tiene aspecto de pobretona, y creo que tal vez lo es, vive en la Jan Klasenstraat, una calle al oeste de la ciudad, que ninguno sabe dónde queda. En el colegio es buena alumna, pero solo porque es muy aplicada, su inteligencia va dejando que desear. Es una chica muy tranquila.
A Jacqueline van Maarsen la consideran mi mejor amiga, pero nunca he tenido una verdadera amiga. Al principio pensé que Jacque lo sería, pero me ha decepcionado. D.Q.1 es una chica muy nerviosa que se olvida de las cosas y a la que en el colegio la castigan seguido. Es muy buena chica, sobre todo con G.Z.
E.S. es una chica que habla demasiado que termina cansándote. Cuando te pregunta algo, siempre se pone a tocarte el pelo o los botones. Dicen que no le caigo nada bien, pero no me importa, ya que ella a mí no me agrada mucho.
Henni Mets es una chica alegre y divertida, pero habla muy alto y cuando juega en la calle se nota que aun es una niña. Es una lástima que tenga una amiga, llamada Beppy, que influye negativamente en ella, ya que esta es una marrana y una grosera.
J.R., a quien podríamos dedicar capítulos enteros, es una chica presumida, murmuradora, desagradable, que le gusta hacerse la mayor; siempre anda con tapujos y es una hipócrita. Se ha ganado a Jacqueline, lo que es una lástima. Llora por cualquier cosa, es quisquillosa, y sobre todo muy melindrosa. Siempre quiere que le den la razón. Es muy rica y tiene el armario lleno de vestidos hermosos, pero que la hacen ver mayor. La tonta se cree que es muy guapa, pero es todo lo contrario. Ella y yo no nos soportamos para nada.
Ilse Wagner es una niña alegre y divertida, pero es una quisquillosa y por eso también latosa. Ilse me aprecia mucho. Es muy guapa, pero holgazana.
Hanneli Goslar o Lies, como la llamamos en el colegio, es una chica un poco curiosa. Por lo general es tímida, pero en su casa es fresca. Todo lo que le cuentas se lo cuenta a su madre. Pero tiene opiniones muy definidas y últimamente la aprecio mucho.
Nannie Van Praag-Sigaar es una niña graciosa, bajita e inteligente. Me cae bien. Es bastante guapa. No hay mucho que decir acerca de ella.
Eefje de Jong es muy guapa. Solo tiene doce años y ya es toda una damisela. Me trata siempre como a un bebé. También es muy servicial y por eso me cae muy bien.
J.Z. es la más hermosa del curso. Tiene una cara preciosa, pero para las cosas del colegio es bastante quedada. Creo que tendrá que repetir curso, pero eso, naturalmente, nunca se lo he dicho. Para gran sorpresa, G.Z. no ha tenido que repetir curso. Y la última de las doce chicas de la clase soy yo, que soy compañera de pupitre de G.Z.
Acerca de los chicos hay mucho, aunque a la vez poco que contar. Maurice Coster es uno de mis muchos admiradores, pero es un chico bien pesado.
Sallie Springer es un chico demasiado grosero y corre el rumor que ha perdido su virginidad. Sin embargo, me cae bien, porque es muy divertido.
Emiel Bonewit es el admirador de G.Z., pero ella a él no le hace mucho caso. Es un chico bastante aburrido.
Rob Cohen también ha estado enamorado de mí, pero ahora ya no lo soporto. Es hipócrita, mentiroso, llorón, latoso, está loco y se da unos humos tremendos.
Max van Der Velde es hijo de unos granjeros de Medemblik, pero es un buen tipo, como diría Margot.
Herman Koopman también es un grosero, igual que Jopie de Beer, es un don juan y un mujeriego.
Leo Blom es el amigo del alma de Jopie de Beer pero se le contagia su grosería.
Albert de Mesquita es un chico que ha venido del colegio Montessori y que se ha saltado un curso. Es muy inteligente.
Leo Slager ha venido del mismo colegio, pero no es tan inteligente.
Ru Stoppelmon es un chico bajito y gracioso de Almelo, que ha comenzado el curso más tarde.
C.N. hace todo lo que está prohibido.
Jacques Kosernot está sentado atrás de nosotras con Pam y nos hace morir de risa (a G. y a mi).
Harry Schaap es el chico más decente de la clase, y es bastante simpático.
Werner Joseph también lo es, pero por culpa de los tiempos que corren es un poco callado, por lo que parece un chico aburrido.
Sam Salomon parece uno de esos pillos arrabaleros, un granuja. (¡Otro admirador!)
Appie Riem es bastante ortodoxo, pero otro insignificante.
Ahora debo terminar. La próxima vez tendré muchas cosas que escribir en ti, es decir, que contarte. ¡Adiós! ¡Estoy contenta de tenerte!
Sábado, 20 de junio 1942
Para alguien como yo es una sensación extraña escribir un diario. No solo porque nunca he escrito, sino porque me da la impresión de que más tarde ni a mí ni a ninguna otra persona le interesarán las confidencias de una colegiala de trece años. Pero eso da igual, tengo muchas ganas de escribir y mucho más aun de desahogarme y sacarme unas cuantas espinas. «El papel es más paciente que los hombres». Me acordé de esta frase uno de esos días melancólicos cuando estaba sentada con la cabeza apoyada entre las manos, aburrida y desganada, sin saber si salir o quedarme en casa, y finalmente me puse a cavilar sin moverme de donde estaba. Sí, es cierto, el papel es paciente, pero como no tengo intención de enseñarle a nadie este cuaderno de tapas duras llamada pomposamente «diario», a no ser que alguna vez en mi vida tenga un amigo o una amiga que se convierta en el amigo o amiga «del alma», lo más probable es que a nadie le interese.
He llegado al punto donde nace toda esta idea de escribir un diario: no tengo ninguna amiga.
Para ser más clara tendré que añadir una explicación, porque nadie entenderá por qué una chica de trece años está sola en el mundo. Es que tampoco es así: tengo unos padres muy buenos y una hermana de dieciséis y tengo como treinta amigas más, entre buenas y menos buenas. Tengo un montón de admiradores que tratan de que nuestras miradas se crucen, cuando no hay otra posibilidad, intentan mirarme durante la clase a través de un espejito roto. Tengo a mis parientes, a mis tías, que son muy buenas y un buen hogar. Al parecer no me falta nada, salvo la amiga del alma. Con las chicas que conozco lo único que puedo hacer es divertirme y pasarla bien. Nunca hablamos de otras cosas que no sean las cotidianas, nunca llegamos a hablar de cosas íntimas. Y ahí está justamente el asunto. Tal vez la falta de privacidad sea culpa mía, el asunto es que las cosas son así y lamentablemente no se pueden cambiar. De ahí este diario.
Para realzar todavía más mi fantasía de la idea de la amiga tan anhelada, no quisiera apuntar en este diario los hechos sin más, como hace todo el mundo, sino que haré que este diario sea esa amiga, y esa amiga se llamará Kitty.
¡Mi historia! (¡Cómo podría ser tan tonta de olvidármela!)
Como nadie entendería nada de lo que fuera a contarle a Kitty si lo hiciera así, si ninguna introducción, tendré que relatar brevemente la historia de mi vida, por poco que me interese hacerlo.
Mi padre, el más bueno de todos los padres que he conocido en mi vida, no se casó hasta los treinta y seis años con mi madre, que tenía veinticinco.
Mi hermana Margot nació en 1926 en Alemania, en Fráncfort del Meno. El 12 de junio de 1929, le seguí yo. Viví en Fráncfort hasta los cuatro años. Como somos judíos (de pura cepa) mi padre se vino a Holanda en 1933, donde fue nombrado director de Opekta, una compañía holandesa de preparación de mermeladas. Mi madre, Edith Hollander, también vino a Holanda en septiembre, y Margot y yo fuimos a Aquisgrán, donde vivía mi abuela. Margot vino a Holanda en diciembre y yo en febrero, cuando me pusieron encima de la mesa como regalo de cumpleaños para Margot.
Pronto comencé el jardín del colegio Montessori y allí estuve hasta que tuve seis años. Luego pasé al primer curso de la primaria. En sexto tuve a la señora Kuperus, la directora. Nos emocionamos al despedirnos al final de curso y lloramos juntas, porque yo había sido admitida al Liceo Judío, al que también iba Margot.
Nuestras vidas seguían con cierta agitación, ya que el resto de familia que se había quedado en Alemania, seguía siendo víctima de las medidas antijudías decretadas por Hitler. Tras los saqueos y matanzas de judíos en 1938, mis dos tíos maternos huyeron y llegaron sanos y salvos a Norteamérica; mi pobre abuela, que ya tenía setenta y tres años, se vino a vivir con nosotros.
Después de mayo de 1940, los buenos tiempos quedaron definitivamente atrás: primero la guerra, luego la capitulación, la invasión alemana, y así comenzaron las desgracias para nosotros los judíos. Las medidas antijudías se dieron rápidamente y se nos privó de muchas libertades. Los judíos deben llevar una estrella de David; deben entregar sus bicicletas; no se les permite viajar en tranvía; no se les permite viajar en coche, tampoco en coches particulares; los judíos solo pueden hacer las compras desde la tres hasta las cinco de la tarde; solo pueden ir a una peluquería judía; no pueden salir a la calle desde las ocho de la noche hasta las seis de la madrugada; no está permitido entrar a los teatros, cines y otros lugares de esparcimiento público; no se les permite la entrada a las piscinas, pistas de tenis, de hockey ni de ningún otro deporte; no se les permite practicar remo; no pueden practicar algún deporte en público; no se les permite estar sentados en sus jardines después de las ocho de la noche, tampoco en los jardines de sus amigos; los judíos no pueden entrar en casa de cristianos; tienen que ir a colegios judíos; y otras cosas por el estilo.
Así pasaban nuestros días: que si esto no lo podíamos hacer, que si lo otro tampoco. Jacques siempre me dice: «ya no me atrevo a hacer nada, porque tengo miedo a que esté prohibido».
En el verano de 1941, la abuela enfermó gravemente. Hubo que operarla y mi cumpleaños apenas lo festejamos. En el verano de 1940 tampoco, porque hacía poco que había terminado la guerra en Holanda. La abuela murió en enero de 1942. Nadie sabe lo mucho que la pienso, y cuanto la sigo queriendo. Este cumpleaños de 1942 lo hemos celebrado para compensar los anteriores, y también encendimos la vela de la abuela.
Nosotros cuatro todavía estamos bien, y así hemos llegado al día de hoy, 20 de junio de 1942, fecha en el que estreno mi diario con alegría.
Sábado, 20 de junio de 1942
Querida Kitty,
Comienzo ya mismo. En casa está todo tranquilo. Papá y mamá han salido y Margot ha ido a jugar ping-pong, últimamente yo también lo juego mucho, tanto que incluso hemos fundado un club con otras cuatro chicas, llamado «La Osa Menor menos dos». Un nombre algo curioso, que se basa en una equivocación. Buscábamos un nombre original, y como las socias somos cinco pensamos en las estrellas de la Osa Menor. Creíamos que estaba formada por cinco estrellas, pero nos equivocamos: tiene siete, igual que la Osa Mayor.
De ahí lo de «menos dos». En casa de Ilse Wagner hay un juego de ping-pong, y la gran mesa del comedor de los Wagner está siempre para nosotras. Como a las cinco jugadoras de ping-pong nos gusta mucho el helado, en especial en verano, y jugando al ping-pong nos acaloramos mucho, nuestras partidas suelen terminar en una visita a alguna de las heladerías más próximas abiertas a los judíos, como Oase o Delphi. No nos molestamos en llevar nuestros monederos, porque Oase está muy concurrido que entre los presentes siempre hay algún señor generoso perteneciente a nuestro amplio círculo de amistades, o algún admirador, que nos ofrece más helado del que podríamos tomar en una semana.
Supongo que te extrañará que a mi edad te esté hablando de admiradores. Lamentablemente, aunque en algunos casos no tanto, en nuestro colegio parece ser un mal inevitable. Tan pronto como un chico me pregunta si me puede acompañar a casa en bicicleta y entablamos una conversación, nueve de cada diez veces puedes estar segura de que el muchacho en cuestión tiene la maldita costumbre de apasionarse y no quitarme los ojos de encima. Después de algún tiempo, el enamoramiento se les va pasando, sobre todo porque yo no hago mucho caso de sus miradas fogosas y continúo pedaleando alegremente. Cuando a veces la cosa se pasa de castaño a oscuro, sacudo un poco la bici, se me cae la cartera, el joven se siente obligado a detenerse para recogerla, y cuando me la entrega yo ya he cambiado de tema. Estos no son sino los más inofensivos; también los hay que te lanzan besos o que intentan agarrarte el brazo, pero conmigo lo tienen difícil: freno y me niego a seguir aceptando su compañía, o me hago la ofendida y les digo sin rodeos que se vayan a su casa.
Basta por hoy. Ya hemos sentado las bases de nuestra amistad.
¡Hasta mañana!
Tu Anne.
Domingo, 21 de junio de 1942
Querida Kitty,
Toda la clase tiembla. El motivo, claro, es la reunión de profesores que se avecina. Media clase se pasa el día apostando a que si aprueban o no el curso. G.Z. y yo nos morimos de risa por culpa de nuestros compañeros de atrás, C.N. y Jacques Kocernoot, que ya han puesto en juego todo el capital que tenían para las vacaciones. «¡Qué tú apruebas!», «¡que no!», «¡que sí!», y así todo el santo día, pero ni las miradas suplicantes de G. pidiendo silencio, ni las cosas que yo les digo, hacen que ellos dos se calmen.
Calculo que la cuarta parte de mis compañeros de clase deberán repetir curso, por lo zoquetes que son, pero como los profesores son personas muy caprichosas, quién sabe si ahora, a modo de excepción, no les da por repartir buenas notas.
En cuanto a mis amigas y a mí misma no me hago problemas, creo que todo saldrá bien. Solo las matemáticas me preocupan un poco. En fin, habrá que esperar. Mientras tanto, nos damos ánimo mutuamente.
Con todos mis profesores y profesoras me entiendo bastante bien. Son nueve en total: siete hombres y dos mujeres. El profesor Keesing, el viejo de matemáticas, estuvo un tiempo muy enojado conmigo porque hablaba demasiado. Me previno y me previno, hasta que un día me castigó. Me mandó a hacer un escrito; tema: «La parlanchina». ¡La parlanchina! ¿Qué se podría escribir acerca de ese tema? Ya lo vería más adelante. Lo apunté en mi agenda, guardé la agenda en la cartera y traté de tranquilizarme.
Por la noche, cuando ya había acabado con todas las demás tareas, descubrí que todavía me quedaba el escrito. Con el lápiz en la boca, me puse a pensar en lo que iba a escribir. Era muy fácil ponerse a desvariar y escribir lo más espaciado posible, pero dar una prueba que convenciera de la necesidad de hablar ya resultaba difícil. Estuve pensando y repensando, luego se me ocurrió una cosa, llené las tres hojas que me había dicho el profe y me quedé satisfecha. Los argumentos que había mencionado era el hablar propio de las mujeres, que intentaría moderarme un poco, pero lo más probable era que la costumbre de hablar no se me quitara nunca, ya que mi madre hablaba tanto como yo, si no más, y que los rasgos hereditarios eran muy difíciles de cambiar.
Al profesor Keesing le hicieron mucha gracia mis argumentos, pero cuando en la clase siguiente continué hablando, tuve que hacer un segundo escrito esta vez acerca de «La parlanchina empedernida». También entregué ese escrito, y Keesing no tuvo motivo de queja durante dos clases. En la tercera, sin embargo, le pareció que había vuelto a pasarme de la raya. «Anne Frank, castigada por hablar en clase. Escrito sobre el tema: «Cuacuá, cuacuá, parpaba la pata». Todos mis compañeros echaron a reír. No tuve más remedio que reírme con ellos, aunque ya se me había agotado la imaginación en cuanto a los escritos del parloteo. Tendría que ver si le encontraba un giro original al asunto. Mi amiga Sanne, poetisa eminente, me ofreció su ayuda para hacer el escrito en verso de principio a fin, con lo que dio una gran alegría. Keesing quería ponerme en evidencia mandándome a hacer un escrito sobre un tema tan ridículo, pero con mi poema yo le pondría en evidencia a él por partida triple. Logramos terminar el poema y quedó muy bonito. Trataba de una pata y un cisne que tenía tres patitos. Como los patitos eran tan parlanchines, el papá cisne los mató a picotazos. Keesing por suerte entendió y soportó la broma; leyó y comentó el poema en clase y hasta en otros cursos. A partir de eso no estuvo en contra de que hablara en clase y nunca más me castigó: al contrario, ahora es él el que siempre está haciendo bromas.
Tu Anne.
Miércoles, 24 de junio de 1942
Querida Kitty,
¡Qué calor! Nos estamos asando, y con este calor tengo que ir caminando a todas partes. Hasta ahora no me había dado cuenta de lo cómodo que puede resultar un tranvía, sobre todo los que son abiertos, pero ese privilegio ya no lo tenemos los judíos: a nosotros nos toca ir en el «coche de San Fernando». Ayer a mediodía tenía cita con el dentista en la Jan Luykenstraat, que desde el colegio es un buen trecho. Lógico que luego por la tarde en el colegio casi me durmiera. Menos mal que las personas te ofrecen algo de tomar sin tener que pedirlo. La ayudante del dentista es demasiado amable.
El único medio de transporte que nos está permitido tomar es el transbordador. El barquero del canal Jozef Israelskade nos cruzó tan solo con pedírselo. De verdad, los holandeses no tienen la culpa de que los judíos suframos tantas desgracias.
Ojalá no tuviera que ir al colegio. En las vacaciones de Semana Santa me robaron la bici, y la de mamá, papá la ha dejado en casa de unos amigos cristianos. Pero por suerte ya se acercan las vacaciones: una semana más y ya todo habrá quedado atrás.
Ayer por la mañana me ocurrió algo muy cómico. Cuando pasaba por el garaje de las bicicletas, escuché que alguien me llamaba. Me volví y vi detrás de mí a un chico muy simpático que conocí antenoche en casa de Wilma, y que es un primo segundo suyo, Wilma es una chica que al principio me caía muy bien, pero que se pasa el día hablando solo de chicos, y eso aburre. El chico se me acercó algo tímido y me dijo que se llamaba Helio Silberberg. Yo estaba un tanto sorprendida y no sabía muy bien que quería, pero no tardó en decírmelo: buscaba mi compañía y quería acompañarme al colegio. «Ya que vamos en la misma dirección, podemos ir juntos», le respondí, y juntos salimos. Helio ya tiene dieciséis años y me cuenta cosas muy entretenidas.
Hoy por la mañana me estaba esperando otra vez, y supongo que de aquí en adelante lo seguirá haciendo.
Tu Anne.
Miércoles, 1 de julio de 1942
Querida Kitty,
Hasta hoy te aseguro que no he tenido tiempo para volver a escribirte.
El jueves estuve toda la tarde en casa de unos amigos, el viernes tuvimos visitas y así sucesivamente hasta hoy.
Helio y yo nos hemos conocido más a fondo esta semana. Me ha contado muchas cosas de su vida.
Nació en Gelsenkirchen y vive en Holanda en casa de sus abuelos. Sus padres están en Bélgica, pero no tiene posibilidades de viajar allí para reunirse con ellos.
Helio tenía una novia, Úrsula. La conozco, es la dulzura y el aburrimiento personificado. Desde que me conoció a mí, Helio se ha dado cuenta de que al lado de Úrsula se duerme. O sea, que soy una especie de anti somnífero, ¡Una nunca sabe para lo que puede llegar a servir!
El sábado por la noche, Jacque se quedó a dormir en casa, pero por la tarde se fue a casa de Hanneli y me aburrí como una ostra. Helio había quedado en pasar por la noche, pero a eso de las seis me llamó por teléfono. Descolgué el teléfono y me dijo:
—Habla Helmuth Silberberg. ¿Me podría poner con Anne?
—Sí, Helio, soy Anne.
—Hola, Anne. ¿Cómo estás?
—Bien, gracias.
—Siento tener que decirte que esta noche no podré pasar por tu casa, pero quisiera hablarte un momento. ¿Te parece bien que vaya dentro de diez minutos?
—Sí, está bien. ¡Hasta ahora!
—¡Hasta ahora!
Colgué el auricular y corrí a cambiarme de ropa y a arreglarme el pelo. Luego me asomé nerviosa, por la ventana. Por fin lo vi llegar. De milagro no me lancé escaleras abajo, sino que esperé hasta que sonó el timbre. Bajé a abrirle y él fue directamente al grano:
—Mira, Anne, mi abuela dice que eres demasiado joven para que esté saliendo contigo. Dice que tengo que ir a casa de los Lowenbach, aunque tal vez ya sepas que no salgo con Úrsula.
—No, no lo sabía. ¿Acaso discutieron?
—No, al contrario. Le he dicho a Úrsula que de todos modos no nos entendíamos bien y que era mejor que dejáramos de salir juntos, pero que en casa siempre sería bien recibida, y que yo esperaba serlo también en la de ella. Es que yo pensé que ella estaba viendo a otro chico, y la traté como si así fuera. Pero resultó que no era verdad, y ahora mi tío me dijo que debo pedirle disculpas, pero yo no quería hacerlo, y por eso he terminado con ella, pero ése es solo uno de muchos motivos. Ahora mi abuela quiere que vaya a ver a Úrsula y no a ti, pero yo no opino lo mismo y no tengo intención de hacerlo. La gente mayor tiene a veces ideas anticuadas, pero creo que no pueden obligarlo a uno. Es cierto que necesito a mis abuelos, pero ellos de alguna manera también me necesitan. Ahora resulta que los miércoles por la noche tengo libre porque se supone que voy a clase de talla de madera, pero en realidad voy a una de esas reuniones del partido sionista. Mis abuelos no quieren que vaya porque no están de acuerdo con el sionismo. Yo no es que sea fanático, pero me interesa, aunque últimamente están armando tal alboroto que había pensado en no ir más. El próximo miércoles será la última vez que vaya. Entonces podremos vernos los miércoles por la noche, los sábados por la tarde y por la noche, los domingos por la tarde, y quizá también otros días.
—Pero si tus abuelos no quieren, no deberías hacerlo a sus espaldas.
—El amor no se puede forzar.
En ese momento pasamos por la librería Blankevoort, donde estaban Peter Schiff y otros chicos. Era la primera vez que me saludaba después de mucho tiempo, y me dio mucha alegría. El lunes, al finalizar la tarde, vino Helio a casa a conocer a papá y mamá. Yo había comprado una tarta y dulces, y además había té y galletas, pero ni Helio ni yo queríamos estar sentados uno al lado del otro, así que salimos a dar una vuelta, y no regresamos hasta las ocho y diez. Papá se enfadó mucho, dijo que no podía ser que llegara a casa tan tarde. Tuve que prometerle que en adelante estaría en casa a las ocho menos diez a más tardar. Helio me ha invitado a ir a su casa el sábado que viene. Wilma me ha contado que un día que Helio fue a su casa le preguntó:
—¿Quién te gusta más, Úrsula o Anne?
Y entonces él le dijo:
—No es asunto tuyo.
Pero cuando se fue, después de no haber cambiado palabra con Wilma en toda la noche, le dijo:
—¡Pues Anne! Y ahora me voy. ¡No se lo digas a nadie!
Y se marchó.
Todo indica que Helio está enamorado de mí, y a mí, para variar, no me desagrada. Margot diría que Helio es un buen chico, y yo opino igual, y aun más. También mamá está todo el día hablando bien de él. Que es un muchacho apuesto, que es muy cortés, simpático. Me alegro de que en casa a todos les caiga tan bien, menos a mis amigas, a las que él encuentra muy niñas, y tiene razón. Jacque siempre me está tomando el pelo por lo de Helio. Yo no es que esté enamorada, nada de eso. ¿Es que no puedo tener amigos? No estoy haciendo mal a nadie.
Mamá sigue preguntándome con quién querría casarme, pero creo que ni se imagina que es con Peter, porque yo lo desmiento una y otra vez sin pestañear. Quiero a Peter como nunca he querido a nadie, y siempre trato de convencerme de que solo vive persiguiendo a todas las chicas para esconder sus sentimientos. Quizá él ahora también crea que Helio y yo estamos enamorados, pero eso no es cierto. No es más que un amigo o como dice mamá, un galán.
Tu Anne.
Domingo, 5 de julio de 1942
Querida Kitty,
El acto de fin de curso del viernes en el Teatro Judío salió muy bien. Las notas que me han dado no son nada malas: un solo insuficiente (un cinco en álgebra) y por lo demás todos sietes, dos ochos y dos seis. Aunque en casa se pusieron felices, cuando de notas se trata mis padres son muy diferentes a otros padres; nunca les importa mucho que mis notas sean buenas o malas; solo se fijan en si estoy sana, en que no sea demasiado relajada y en si me divierto. Mientras estas tres cosas estén bien, lo demás viene solo.
Yo soy todo lo contrario: no quiero ser mala alumna. Me aceptaron en el Liceo de forma condicional, ya que en realidad me faltaba ir al séptimo curso del colegio Montessori, pero cuando a los chicos judíos nos obligaron a ir a colegios judíos, el señor Elte, después de algunas idas y venidas, a Lies Goslar y a mí nos dejó matricularnos de manera condicional. Lies también ha aprobado el curso, pero tendrá que hacer un examen de geometría de recuperación bastante difícil.
Pobre Lies, en su casa casi nunca puede sentarse a estudiar tranquila.
En su habitación se pasa jugando todo el día su hermana pequeña, una niñita consentida que está a punto de cumplir dos años. Si no hacen lo que ella quiere, se pone a gritar, y si Lies no le presta atención la que se pone a gritar es su madre. De esa manera es imposible estudiar, y tampoco ayudan mucho las incontables clases de recuperación que tiene seguido. Y es que la casa de los Goslar es una verdadera casa de tócame Roque. Los abuelos maternos de Lies viven en la casa de al lado, pero comen juntos. Luego hay una criada, la niñita, el eternamente distraído y despistado padre y la siempre nerviosa y malgeniada madre, que está nuevamente embarazada. Con un panorama así, la torpe de Lies está completamente perdida.
A mi hermana Margot también le ha ido bien con sus notas, como siempre. Si en el colegio existiera el cum laude, se lo habrían dado. ¡Es un hacha!
Papá está mucho en casa últimamente; en la oficina no tiene nada que hacer. No debe ser nada agradable sentirse un inútil. El señor Kleiman se ha hecho cargo de Opekta; y el señor Kugler, de Gies & Cía., la compañía de los sustitutos de especias, fundada hace poco, en 1941.
Hace unos días, cuando estábamos dando una vuelta por la plaza, papá comenzó a hablar del tema de la clandestinidad. Dijo que será muy difícil vivir completamente separados del mundo. Le pregunté por qué me estaba diciendo eso.
—Mira, Anne —me dijo—. Ya sabes que desde hace más de un año estamos llevando ropa, alimentos y muebles a casa de otra persona. No queremos que nuestras cosas caigan en manos de los alemanes, pero menos aun que nos pesquen a nosotros. Por eso, nos iremos por propia iniciativa y no esperaremos a que vengan por nosotros.
—Pero papá, ¿cuándo será eso?
La seriedad de las palabras de mi padre me dio miedo.
—De eso no te preocupes, ya lo arreglaremos nosotros. Disfruta de tu vida despreocupada mientras puedas.
Eso fue todo. ¡Ojalá que estas tristes palabras tarden mucho en cumplirse!
Acaban de llamar al timbre. Es Helio.
Tu Anne.
Miércoles, 8 de julio de 1942
Querida Kitty,
Desde la mañana del domingo hasta ahora parece que hubieran pasado dos años. Han pasado tantas cosas que es como si el mundo estuviera patas arriba, pero ya ves Kitty, aun estoy viva, y eso es lo importante, como dice papá. Sí, es cierto, aun estoy viva, pero no me preguntes dónde ni cómo. Hoy no debes entender nada de lo que te escribo, de modo que empezaré por contarte lo que pasó el domingo por la tarde.
A las tres de la tarde Helio acababa de salir un momento, después regresaría. Alguien tocó a la puerta. Yo no lo escuché, ya que estaba leyendo en una silla al sol en la galería. Al rato apareció Margot toda alterada por la puerta de la cocina.
—Ha llegado una citación de las SS para papá —murmuró—. Mamá ya ha salido para la casa de Van Daan.
(Van Daan es un amigo y socio de papá).
Me asusté muchísimo. ¡Una citación! Todo el mundo sabe lo que es eso. En mi mente imaginé campos de concentración y celdas solitarias. ¿Acaso íbamos a permitir que a papá se lo llevaran a semejantes lugares?
—Está claro que no irá —me aseguró Margot cuando nos sentamos a esperar en el salón a que mamá regresara—. Mamá ha ido a preguntarle a Van Daan si podemos instalarnos en nuestro escondite mañana. Los Van Daan se esconderán con nosotros. Seremos siete.
Silencio. Ya no podíamos hablar. Pensar en papá, que sin sospechar nada había ido al asilo judío a hacer unas visitas, esperar a que volviera mamá, el calor, la angustia, todo ello junto hizo que guardáramos silencio.
De pronto llamaron de nuevo a la puerta.
—Debe de ser Helio —dije yo.
—No abras —me detuvo Margot, pero no hacía falta, oímos a mamá y al señor Van Daan abajo hablando con Helio. Luego entraron y cerraron la puerta. A partir de ese momento, cada vez que llamaron a la puerta, una de nosotras debía bajar sigilosamente para ver si era papá; no abriríamos la puerta a extraños. A Margot y a mí nos hicieron salir del salón; Van Daan quería hablar a solas con mamá.
Una vez en nuestra habitación, Margot me contó que la citación no iba dirigida a papá, sino a ella. De nuevo me asusté y empecé a llorar. Margot tiene dieciséis años. De modo que quieren llevarse a chicas solas tan jóvenes como ella, pero por suerte no iría, lo había dicho mamá, y seguro que a eso se había referido papá cuando hablaba conmigo sobre escondernos. Escondernos, ¿Dónde nos esconderíamos? ¿En la ciudad, en el campo, en una casa, en una cabaña, cómo, cuándo, dónde? Eran muchas las preguntas que no podía hacer, pero que me venían a la mente una y otra vez.
Margot y yo empezamos a guardar lo indispensable en una cartera del colegio. Lo primero que guardé fue este cuaderno de tapas duras, luego unas plumas, pañuelos, libros del colegio, un cepillo, cartas viejas. Pensando en el escondite, guardé en la cartera las cosas más tontas, pero no me arrepiento. Me importan más los recuerdos que los vestidos.
A las cinco llegó por fin papá. Llamamos por teléfono al señor Kleiman, solicitándole que viniera esa misma tarde. Van Daan fue a buscar a Miep. Miep vino y en una bolsa se llevó algunos zapatos, vestidos, chaquetas, ropa interior y medias, y prometió regresar en la noche. Luego hubo un gran silencio en la casa, ninguno de nosotros quería comer nada, aun hacía calor y todo nos resultaba extraño.
La habitación grande del piso de arriba se la habíamos alquilado a un tal Goldschmidt, un hombre divorciado de más de treinta años, que al parecer no tenía nada que hacer, se quedó con nosotros hasta las diez, no hubo forma de hacerle entender que se fuera.
A las once llegaron Miep y Jan Gie. Miep trabaja para papá desde 1933 y es una íntima amiga de la familia al igual que su esposo. Desaparecieron medias, zapatos, libros y ropa interior, metidos en la cartera de Miep y en los bolsillos del abrigo de Jan, y a las once y media también desaparecieron ellos.
Yo estaba muy cansada, aun sabiendo que era la última noche que iba a dormir en mi cama, me dormí de inmediato y no desperté hasta las cinco y media, mamá me llamó. Por suerte, hacía menos calor que el domingo; durante todo el día llovió. Nos pusimos demasiada ropa como si tuviéramos que pasar la noche en un lugar muy frío, con el fin de llevarnos toda la ropa posible. Ningún judío hubiera pensado en salir de su casa con una maleta llena. Yo llevaba dos camisetas, tres pantalones, un vestido, encima una falda, una chaqueta, un abrigo de verano, dos pares de medias, zapatos cerrados, un gorro, un pañuelo y otras cosas más. Sentía que me ahogaba, pero no había otra cosa más que hacer.
Margot, con su cartera llena de libros del colegio, sacó su bicicleta para seguir a Miep hacia un destino desconocido. Y es que yo no sabía cuál sería nuestro destino. A las siete y media, cerramos la puerta de la casa. Del único que pude despedirme fue de Moortje, mi gato, que encontraría un buen hogar en casa de los vecinos, según nuestras últimas indicaciones al señor Goldschmidt por medio de una nota. Dejamos en la cocina el desayuno sin recoger; medio kilo de carne para el gato, las camas quedaron deshechas, parecía una partida precipitada. Pero, no nos importaba lo que pudieran pensar, teníamos que irnos, queríamos irnos, salir de allí, hacia un lugar seguro.
Continuaré mañana.
Tu Anne.
Jueves, 9 de julio de 1942
Querida Kitty,
Caminamos bajo una lluvia fuerte, papá, mamá y yo, llevando cada uno una cartera de colegio y una bolsa llena de toda clase de cosas. Las personas que se dirigían a su trabajo nos miraban y en sus rostros expresaban la pena de no poder ofrecernos un medio de transporte; nuestra estrella amarilla era bastante elocuente.
Durante el camino, papá y mamá me contaron en detalle el plan de nuestro escondite. Hacía varios meses estaban sacando muebles y enseres, habían tomado la decisión de entrar en clandestinidad de manera voluntaria, esto para el 16 de julio. A raíz de la citación, el asunto se adelantó diez días, de modo que debíamos contentarnos con un lugar menos ordenado.
El escondite estaba en el edificio donde tenía papá sus oficinas. Es un poco difícil de entender, por ello pasaré a dar una explicación. El personal de papá no era numeroso: El señor Kugler, Kleiman y Miep, además de Bep Voskuijl, la secretaria de 23 años. Todos estaban pendientes de nuestra llegada. El señor Voskuijl trabajaba en el almacén, quien era padre de Bep, junto con dos jóvenes, quienes no sabían nada.
El edificio está constituido de la siguiente manera: en la planta baja hay un gran almacén, que sirve para el depósito de mercancías. Este está subdividido en diferentes habitaciones, una para moler la canela, el clavo y algo similar a la pimienta, luego está la habitación de las provisiones. Al lado de la puerta del almacén está la puerta de entrada de la casa, detrás de la cual hay una segunda puerta que da acceso a la escalera. Subiendo las escaleras se llega a una puerta de vidrio transparente, en la que anteriormente estaba escrito «OFICINA» en letras negras. Es la oficina principal del edificio, muy grande, con mucha luz, muy llena. De día es donde trabajan Bep, Miep y el señor Kleiman. Atravesando por un cuarto pequeño donde hay una caja fuerte, el armario en el que se guardan cosas de escritorio, se llega a una pequeña habitación oscura y húmeda que da al patio. Esta era la oficina del señor Kugler y del señor Van Daan, pero que ahora solo es del primero. También se puede llegar a la oficina del señor Kugler desde el pasillo, que se abre desde el interior de la oficina y no desde afuera. Saliendo de la oficina hay un corredor estrecho y largo, se pasa por la carbonera y después de subir cuatro escalones, se llega a la habitación que es el orgullo del lugar: la oficina principal. En esta se encuentran muebles elegantes, un piso muy fino y alfombras, una radio, una hermosa lámpara, todo es muy bello. Al lado está una gran cocina con calentador de agua y dos hornillos y del lado de la cocina un baño. Ese es el segundo piso.
Desde el pasillo de la planta baja se sube por una escalera de madera, en donde hay un pequeño corredor, al que le llamamos descansillo. Allí se ven dos puertas, una está a la derecha y la otra a la izquierda del descansillo; la de la izquierda comunica con la casa del frente donde hay almacenes y un desván. En esta parte del edificio hay unas escaleras empinadas, al estilo holandés (de esas escaleras en las que se puede tener fácilmente un accidente), que llevan a una segunda puerta que da a la calle.
La puerta de la derecha del descansillo, lleva a «la casa de atrás». Nadie sospecharía que esta simple puerta pintada de gris, sin nada particular, esconde tantas habitaciones. Delante de ella hay un escalón alto por el cual es la entrada. Frente a esta puerta de entrada se encuentra una escalera empinada; a la izquierda hay un pequeño pasillo y una habitación que se ha transformado para la familia Frank, al lado otra habitación más pequeña; un cuarto de estudio y alcoba de las señoritas Frank. A la derecha de la escalera, una habitación sin ventanas con un baño cerrado y otra puerta que tiene acceso a la habitación de Margot y mía. Al subir las escaleras y al abrir la puerta de arriba, es sorprendente encontrar tanto espacio y tanta iluminación en una casa tan antigua. En este espacio hay un fogón (esto se le debe a que Kugler tenía un laboratorio antes) y un lavadero. O sea, que esa era la cocina y a la vez el dormitorio de la familia Van Daan, cuarto de estar general, comedor y estudio. Luego, un cuartito cerca al corredor servirá de alcoba para Peter Van Daan y finalmente, hay un desván tan grande como las habitaciones que sirven de depósito en el piso de abajo. Y aquí finaliza la presentación de la casa de atrás, la cual es hermosa.
Tu Anne.
Viernes, 10 de julio de 1942
Querida Kitty,
Seguramente te has aburrido con esa fastidiosa descripción de la casa, pero me parece importante que tú sepas dónde estoy. En mis próximas cartas te contaré cómo estamos viviendo.
Ahora quisiera continuar con la historia del otro día, que aun no he finalizado. Tan pronto llegamos al edificio Prinsengracht 663, Miep nos hizo subir por la escalera de madera, directamente a la casa de atrás. Cerró la puerta detrás de nosotros y nos dejó solos. Ya que había llegado en bicicleta antes, Margot nos estaba esperando. Se encontraban llenas de cosas y en un desorden inimaginable todas las habitaciones. Las cajas que habían sido llevadas a la oficina, estaban en el suelo y sobre las camas. En el cuartito, había gran cantidad de ropa de cama. Si queríamos dormir esa noche en camas decentes, debíamos ponernos a arreglar de manera urgente. Ni mamá ni Margot estaban en condiciones de ayudar, ellas estaban sobre las camas acostadas, agotadas y desganadas, mientras que papá y yo, los «ordenadores» de la familia, queríamos iniciar lo más pronto posible.
Todo el día estuvimos organizando, arreglando los armarios, para por fin caer tan agotados en camas limpias y bien hechas. No habíamos comido nada caliente en todo el día, pero no nos habíamos preocupado por esto; mamá y Margot se sentían demasiado cansadas y ansiosas como para comer y junto con papá teníamos cosas por hacer.
El martes en la mañana retomamos el trabajo del lunes. Bep y Miep, se encargaron de nuestro aprovisionamiento, comprando las raciones, papá oscureció las ventanas, que no resultaban suficientes, lavamos el piso de la cocina y estuvimos trabajando fuertemente desde la mañana hasta la noche. Hasta el miércoles no tuve tiempo para pensar en los cambios que habían surgido. Solo entonces, por primera vez desde que llegamos, encontré el momento para contarte todo lo que había pasado y fui más consciente de todo lo que podría pasarme.
Tu Anne.
Sábado, 11 de julio de 1942
Querida Kitty,
Ni mi papá, ni mi mamá, ni Margot han podido acostumbrarse al sonido de las campanas de la iglesia del Oeste, que suenan anunciando la hora cada quince minutos. Yo si me siento a gusto con el sonido, es una sensación de aliento. Estarás interesado en saber si siento agrado de cómo estoy viviendo y de mi escondite, pues te digo que ni yo lo sé aun. Creo que nunca podré sentirme como en mi hogar, no significa que este mal o me desagrade; ya que siento como si fueran unas vacaciones en un lugar extraño. Así se dieron las cosas y no puedo hacer nada. Nuestro escondite es ideal como refugio; aunque esté todo inclinado y sea húmedo, no se encontraría un escondite tan cómodo en Ámsterdam, tal vez ni siquiera en toda Holanda.
Nuestra habitación, la de Margot y mía, tenía aspecto desolador; gracias a papá, que había traído mis fotos de artistas de cine y postales, pude decorar toda una pared de la habitación. Quedó muy bonito, se ve alegre. Cuando lleguen los Van Daan, construiremos con la madera del desván algún armario y estantes.
Mamá y Margot se sienten mejor. Ayer mamá se sintió lo suficientemente bien como para hacer una sopa de arvejas, pero por estar conversando abajo, se olvidó de ella, de tal manera que quedaron algo carbonizadas.
Ayer en la noche los cuatro fuimos a la oficina privada de papá para oír la radio inglesa. Yo estaba tan asustada pensando que alguien pudiera oírnos que le supliqué a papá que regresáramos arriba. Comprendiendo mi temor mamá me acompañó arriba. También en otros aspectos tenemos mucho miedo de que los vecinos nos descubran. Debido a esto, confeccionamos cortinas, no son cortinas propiamente dichas, ya que están hechas de retazos de tela diferentes en cuanto a la forma, el color, la clase y el diseño. Papá y yo las cosimos, aun sin saber nada de costura. Estos ornamentos han sido puestos con chinches en las ventanas y ahí quedarán hasta nuestra salida de aquí.
El edificio del lado derecho está ocupado por una sede de la compañía Keg, de Zaandam, y el edificio de la izquierda por un fabricante de muebles. Nadie se queda en esos inmuebles después de la jornada laboral, pero no hay que confiarse. Por ese motivo, Margot tiene prohibido toser de noche, pues tiene un fuerte resfriado, por ello le damos medicamentos en grandes cantidades.
Pienso con alegría en la llegada de los Van Daan, quienes llegan el martes. Será divertido y habrá menos silencio. Puesto que el silencio me asusta en las noches me gustaría que uno de nuestros protectores viniera a dormir aquí.
No es tan horrible la vida aquí, ya que podemos cocinar; y en la oficina de papá podemos escuchar la radio. El señor Kleiman y Miep, también Bep Voskuijl nos han ayudado bastante. Nos han traído frutas y no creo que nos aburramos tan pronto. Tenemos varias cosas para entretenernos. Eso sí, no podemos hacer ruidos por temor a ser descubiertos.
Ayer tuvimos demasiado trabajo; estuvimos deshuesando cerezas para la oficina. El señor Kugler quería hacer conservas con ellas. Con las cajas de madera de las cerezas, haremos estantes para poner los libros.
Me llaman.
Tu Anne.
Anotación (28 de septiembre de 1942)
Me angustia mucho el no poder salir fuera, y tengo mucho miedo de ser descubiertos y que nos fusilen. Sé que no es una perspectiva muy positiva.
Domingo, 12 de julio de 1942
Hoy hace un mes todos fueron buenos conmigo, cuando fue mi cumpleaños, pero ahora siento que me estoy distanciando de mamá y Margot. Hoy he trabajado duro y he sido elogiada por ello, pero luego empezaron los regaños.
Es bastante diferente como me tratan a mí y a Margot. Mi hermana ha roto la aspiradora y ante eso mamá le dijo:
—Pero Margot, se nota que no estás acostumbrada a trabajar, si no, te hubieras dado cuenta que no debías desenchufar la aspiradora tirando del cable.
Margot respondió algo y todo quedó ahí.
Pero en cambio yo hoy no acaté una orden de mamá y en seguida comenzaron los regaños en los cuales participó toda la familia.
Siento cada vez más como si no encajara en la familia. Siempre hablan de que somos una familia unida y de que estamos tan bien juntos, pero no se dan cuenta de que yo no siento ni opino lo mismo.
Solo mi papá me entiende de vez en cuando, pero casi siempre está del lado de mamá y Margot. Tampoco me agrada que les cuenten a los extraños lo mal que he estado, o si lloro, o de lo inteligente que soy. También hablan de mi gato y eso tampoco me gusta, ya que es mi lado vulnerable. Extraño mucho a Moortje, y nadie sabe cuánto lo pienso. Siempre lo recuerdo y lloro. Él es tan bueno y lo quiero mucho… sueño siempre con su regreso.
Aquí tengo sueños agradables, también sé que tendremos que quedarnos aquí hasta que termine la guerra. Nunca podemos salir, solo recibimos vistas de Miep, su marido Jan, Bep Voskuijl, el señor Kugler, el señor Kleiman y la señora Kleiman, aunque ella casi nunca viene ya que le parece algo peligroso.
Anotación (Septiembre de 1942)
Papá siempre es bueno. Me entiende y a veces me gustaría hablar más con él, sin ponerme a llorar. Pero al parecer tiene que ver con la edad. Quisiera escribir todo el tiempo, pero eso sería aburrido.
Hasta ahora lo único que he escrito son pensamientos, no he podido escribir historias divertidas para podérselas leer a alguien más. Pero de ahora en adelante no seré más sentimental y estaré más en la realidad.
Viernes, 14 de agosto de 1942
Querida Kitty,
Hace un mes que te abandoné, pero en verdad no había bastantes novedades para contarte. Los Van Daan llegaron el 13 de julio. Los esperábamos el 14, pero como los alemanes habían empezado a generar ansiedad a una cantidad de personas entre el 13 y el 16 de julio, con citaciones a diestra y siniestra, los Van Daan prefirieron llegar antes por seguridad.
A las nueve y media de la mañana, cuando todavía estábamos desayunando, llegó Peter, el hijo de los Van Daan, quien no ha cumplido aun los dieciséis años. Es un muchacho, desgarbado y tímido, no espero gran cosa de él como compañía. El señor y la señora Van Daan llegaron media hora más tarde. La señora provocó nuestra alegría al sacar de su sombrerera un enorme orinal.
—Sin él no me siento cómoda —declaró, y el orinal fue lo primero a lo que se le asignó un lugar fijo: debajo del diván. El señor Van Daan no había traído el orinal, pero si su mesa plegable para el té.
Desde el comienzo hicimos todas las comidas juntos, después de tres días, todos sentimos que nos habíamos transformado en una sola familia, pero con la diferencia de que aun los Van Daan tenían muchas cosas que contarnos del mundo exterior. Entre otras cosas, lo que más nos interesaba era qué había sido de nuestra casa y del señor GoldSchmidt.
El señor Van Daan nos relató lo siguiente: