El dominio de Arnheim - Edgar Allan Poe - E-Book

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Edgar Allan Poe

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Beschreibung

Desde la cuna a la tumba un viento de prosperidad impulsó a mi amigo Ellison. Y no uso la palabra prosperidad en un sentido meramente mundano. La empleo como sinónimo de felicidad.

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EL DOMINIO DEARNHEIM O ELPAISAJE DEL JARDIN

Edgar Allan Poe

1

Desde la cuna a la tumba, una brisa de prosperidad acompañó a mi amigo Ellinson. Y no uso la palabra prosperidad en un mero sentido mundano. La empleo como sinónimo de felicidad.

La persona de quien hablo parecía nacida con el propósito de simbolizar las doctrinas de Turgot, Price, Priestley y Condorcet: de servir de ejemplo a lo que se ha llamado "la quimera de los perfeccionistas". En la breve existencia de Ellinson creo haber visto refuta-do el dogma de que en la mayoría de los hombres yace algún principio oculto, enemigo de la felicidad. Un examen minucioso de su carrera me ha llevado al convencimiento de que, en general, la miseria de la humanidad procede de la violación de algunas pequeñas leyes de la naturaleza; que como especie tenemos en nuestra posesión elementos de felicidad todavía vírgenes; y que aun ahora, en la presente oscuridad y locura de todo pensamiento sobre la gran cuestión de la condición social no es imposible que el hombre, individualmente considerado, pueda ser dichoso bajo determinadas condiciones poco frecuentes y altamente fortuitas.

Mi joven amigo estaba totalmente imbuido de opiniones como éstas; y por eso es digno de observación que el ininterrumpido disfrute que distinguió su vida, fue en gran medida el resultado de un previo acuerdo. Es evidente, por tanto, que con algo menos de esa filoso-fía que de vez en cuando ocupa también el papel de la experiencia, míster Ellinson se hubiera visto precipitado, por los muchos extraordinarios éxitos de su vida, en el frecuente torbellino de la desgracia que se abre a los pies de aquellos que poseen dotes ex-traordinarias.

Pero, no es mi intención escribir un ensayo sobre la felicidad. Las ideas de mi amigo pueden resumirse en pocas palabras. Admitía solamente cuatro principios elementales, o más estrictamente: cuatro condiciones de felicidad. La que él consideraba principal era (extraño parece decirlo) pura y simplemente la del ejercicio al aire libre. La salud, según él, obtenida por otros medios es apenas dig-na de merecer tal nombre. Ponía por ejemplo el éxtasis del cazador de zorros y señalaba que los labradores eran la única gente que, como clase, puede ser cabalmente considera-da más feliz que las otras. Su segunda condición era poseer el amor de una mujer. Su tercera, y más difícil de lograr, era el desprecio de la ambición; y su cuarta era perseguir siempre un objetivo, sosteniendo que siendo iguales las otras cosas, la extensión de la felicidad conseguida estaba en proporción con la espiritualidad del objetivo perseguido.

Ellin son fue notable por la continua profu-sión de dones que la fortuna derramó sobre él. En gracia personal y en belleza, excedía a los demás hombres.

Su inteligencia era del orden de aquellas para las que la adquisición de conocimientos es menos un trabajo que una intuición y una necesidad. Su familia era una de las más ilus-tres del imperio. Su esposa, la más enamora-da y abnegada de las mujeres. Sus posesio-nes siempre habían sido cuantiosas; pero al alcanzar la mayoría de edad se descubrió que uno de esos extraordinarios caprichos del destino, que sorprenden a todo el mundo social donde ocurren, y que raras veces dejan de alterar radicalmente la forma de ser de quienes son objeto de ellos, se había realizado sobre él.

Parece ser que un siglo antes de que míster Ellinson alcanzara la mayoría de edad, falleció en una provincia remota un tal míster Seabright Ellinson. Este caballero había re-unido una principesca fortuna, y no teniendo parientes cercanos, tuvo el capricho de per-mitir que su fortuna se acumulara un siglo después de su muerte. Disponiendo minucio-samente los varios modos de invertirla, pre-vino en su testamento que el capital así acu-mulado fuera para el pariente consanguíneo más cercano que llevase el apellido de Ellinson, y viviente en el momento de transcurrir los cien años. Se hicieron muchos intentos para dejar sin efecto aquel singular testamento, pero no se consiguió por su carácter condicional, si bien despertó la atención de un gobierno celoso de sus funciones que me-diante un decreto legislativo prohibió en lo sucesivo tales acumulaciones. Este hecho, sin embargo, no impidió que el joven Ellinson, a los veinticinco años de edad, como heredero de su antepasado Seabright, entrara en posesión de la fortuna, que ascendía a cuatrocien-tos cincuenta millones de dólares.