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En "El entierro prematuro", de Edgar Allan Poe, un hombre obsesionado con el miedo a ser enterrado vivo relata casos conocidos de entierros prematuros. Su fijación le lleva a extremos para evitar su destino, hasta que se enfrenta a la realidad de su mayor fobia de un modo estremecedor.
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“En "El entierro prematuro", de Edgar Allan Poe, un hombre obsesionado con el miedo a ser enterrado vivo relata casos conocidos de entierros prematuros. Su fijación le lleva a extremos para evitar su destino, hasta que se enfrenta a la realidad de su mayor fobia de un modo estremecedor.
Catalepsia, Superstición, Muerte
Este texto es una obra de dominio público y refleja las normas, valores y perspectivas de su época. Algunos lectores pueden encontrar partes de este contenido ofensivas o perturbadoras, dada la evolución de las normas sociales y de nuestra comprensión colectiva de las cuestiones de igualdad, derechos humanos y respeto mutuo. Pedimos a los lectores que se acerquen a este material comprendiendo la época histórica en que fue escrito, reconociendo que puede contener lenguaje, ideas o descripciones incompatibles con las normas éticas y morales actuales.
Los nombres de lenguas extranjeras se conservarán en su forma original, sin traducción.
Hay ciertos temas cuyo interés es absorbente, pero que son demasiado horribles para los propósitos de una ficción legítima. El mero romántico debe evitarlos si no quiere ofender o disgustar. Sólo se tratan con propiedad cuando la severidad y la majestad de la Verdad los santifican y sostienen. Nos estremecemos, por ejemplo, con el más intenso de los "dolores placenteros" ante los relatos del Paso del Beresina, del Terremoto de Lisboa, de la Peste de Londres, de la Masacre de San Bartolomé, o de la asfixia de los ciento veintitrés prisioneros en el Agujero Negro de Calcuta. Pero en estos relatos lo que emociona es el hecho, la realidad, la historia. Como invenciones, deberíamos considerarlas con simple aversión.
He mencionado algunas de las más prominentes y augustas calamidades registradas; pero en éstas es la extensión, no menos que el carácter de la calamidad, lo que impresiona tan vívidamente la imaginación. No necesito recordar al lector que, del largo y extraño catálogo de miserias humanas, podría haber seleccionado muchos casos individuales más repletos de sufrimiento esencial que cualquiera de estas vastas generalidades del desastre. La verdadera desdicha, en efecto, la desdicha última, es particular, no difusa. Que los horribles extremos de la agonía sean soportados por el hombre como unidad, y nunca por el hombre como masa, ¡por esto demos gracias a un Dios misericordioso!