El escarabajo de oro - Edgar Allan Poe - E-Book

El escarabajo de oro E-Book

Edgar Allan Poe

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Beschreibung

Publicado por primera vez en 1843, "El escarabajo de oro" es un cuento del escritor estadounidense Edgar Allan Poe. 

"El escarabajo de oro" cuenta la historia de William Legrand, un hombre inteligente e intuitivo que vive junto a un ya liberado sirviente llamado Júpiter en una isla cercana a la costa de Carolina del Sur. Legrand ha perdido su fortuna, pero el azar lo ayuda a encontrar un código secreto que si es descifrado puede salvarlo de su ruina. 

"La aventura, la analítica, el desplazamiento cronológico de la narración, los términos siempre exactos: todo contribuye a ensamblar de forma insuperable esta obra cumbre de la literatura universal: El escarabajo de oro. Pero, entre el amor y la desesperación, la miseria y la esperanza, unas veces ebrio y otras sobrio, Poe escribió otros setenta relatos, de los que este volumen ofrece una cuidada y representativa selección. Maestro en el manejo de elementos fantásticos, inventor de la novela policíaca, ingenioso constructor de ambientes inquietantes en los que se mueven turbadoras presencias, E. A. Poe, sumiéndonos gradualmente en el horror inseparable del ser, nos invita a tratar de entender por qué la certeza sólo se encuentra en los sueños."

Publicado por primera vez en el Dollar Newspaper en junio de 1843.

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Edgar Allan Poe

El escarabajo de oro

Tabla de contenidos

EL ESCARABAJO DE ORO

El escarabajo de oro

EL ESCARABAJO DE ORO

El escarabajo de oro

Hola, hola! ¡Este mozo es un danzante loco!Le ha picado la tarántula.(Todo al revés.)

Hace muchos años trabé amistad íntima con un míster William Legrand. Era de una antigua familia de hugonotes, y en otro tiempo había sido rico; pero una serie de infortunios habíanle dejado en la miseria. Para evitar la humillación consiguiente a sus desastres, abandonó Nueva Orleáns, la ciudad de sus antepasados, y fijó su residencia en la isla de Sullivan, cerca de Charleston, en Carolina del Sur.

Esta isla es una de las más singulares. Se compone únicamente de arena de mar, y tiene, poco más o menos, tres millas de largo. Su anchura no excede de un cuarto de milla. Está separada del continente por una ensenada apenas perceptible, que fluye a través de un yermo de cañas y légamo, lugar frecuentado por patos silvestres. La vegetación, como puede suponerse, es pobre, o, por lo menos, enana. No se encuentran allí árboles de cierta magnitud. Cerca de la punta occidental, donde se alza el fuerte Moultrie y algunas miserables casuchas de madera habitadas durante el verano por las gentes que huyen del polvo y de las fiebres de Charleston, puede encontrarse es cierto, el palmito erizado; pero la isla entera, a excepción de ese punto occidental, y de un espacio árido y blancuzco que bordea el mar, está cubierta de una espesa maleza del mirto oloroso tan apreciado por los horticultores ingleses. El arbusto alcanza allí con frecuencia una altura de quince o veinte pies, y forma una casi impenetrable espesura, cargando el aire con su fragancia.

En el lugar más recóndito de esa maleza, no lejos del extremo oriental de la isla, es decir, del más distante, Legrand se había construido él mismo una pequeña cabaña, que ocupaba cuando por primera vez, y de un modo simplemente casual, hice su conocimiento. Este pronto acabó en amistad, pues había muchas cualidades en el recluso que atraían el interés y la estimación. Le encontré bien educado de una singular inteligencia, aunque infestado de misantropía, y sujeto a perversas alternativas de entusiasmo y de melancolía. Tenía consigo muchos libros, pero rara vez los utilizaba. Sus principales diversiones eran la caza y la pesca, o vagar a lo largo de la playa, entre los mirtos, en busca de conchas o de ejemplares entomológicos; su colección de éstos hubiera podido suscitar la envidia de un Swammerdamm.

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En todas estas excursiones iba, por lo general, acompañado de un negro sirviente, llamado Júpiter, que había sido manumitido antes de los reveses de la familia, pero al que no habían podido convencer, ni con amenazas ni con promesas, a abandonar lo que él consideraba su derecho a seguir los pasos de su joven massa Will. No es improbable que los parientes de Legrand, juzgando que éste tenía la cabeza algo trastornada, se dedicaran a infundir aquella obstinación en Júpiter, con intención de que vigilase y custodiase al vagabundo.