Erhalten Sie Zugang zu diesem und mehr als 300000 Büchern ab EUR 5,99 monatlich.
Su futuro se extiende ante usted como un camino que lleva al horizonte. A lo largo de este camino, surgen ambiciones que anhela hacer realidad, deseos que quiere satisfacer. Para hacer realidad sus ambiciones y sus deseos, primero debe triunfar en el terreno financiero. Aplique los principios fundamentales claramente enunciados en las páginas de este libro y podrá lograrlo. Deje que estos principios lo lleven más allá de las dificultades que trae la pobreza, y que le ofrezcan la vida feliz y plena que da una bolsa bien provista. Estos principios son universales e inmutables, como la ley de la gravedad y podrán enseñarle, como ya lo han hecho a tantos otros antes que usted, la manera de llenar su bolsa, de aumentar el saldo de su cuenta bancaria y de asegurarse un notable éxito económico. El dinero abunda para quienes comprenden las simples reglas de la adquisición de bienes.
Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:
Seitenzahl: 197
Das E-Book (TTS) können Sie hören im Abo „Legimi Premium” in Legimi-Apps auf:
Título original The Richest Man in Babylon
Traducción: Daniela Quiceno
Primera edición en esta colección: abril de 2022
George Samuel Clason
© Sin Fronteras Grupo Editorial
ISBN: 978-628-7544-11-6
Coordinador editorial: Mauricio Duque Molano
Edición: Juana Restrepo Díaz
Diseño de colección y diagramación: Paula Andrea Gutiérrez Roldán
Reservados todos los derechos. No se permite reproducir parte alguna de esta publicación, cualquiera que sea el medio empleado: impresión, fotocopia, etc, sin el permiso previo del editor.
Sin Fronteras, Grupo Editorial, apoya la protección de copyright.
Diseño epub:Hipertexto – Netizen Digital Solutions
PREFACIO
CAPÍTULO 1
EL HOMBRE QUE DESEABA ORO
CAPÍTULO 2
EL HOMBRE MÁS RICO DE BABILONIA
CAPÍTULO 3
LOS SIETE MEDIOS PARA LLENAR UNA BOLSA VACÍA
CAPÍTULO 4
LA DIOSA DE LA FORTUNA
CAPÍTULO 5
LAS CINCO LEYES DEL ORO
CAPÍTULO 6
EL PRESTAMISTA DE ORO DE BABILONIA
CAPÍTULO 7
LAS MURALLAS DE BABILONIA
CAPÍTULO 8
EL COMERCIANTE DE CAMELLOS DE BABILONIA
CAPÍTULO 9
LAS TABLILLAS DE BARRO DE BABILONIA
CAPÍTULO 10
EL BABILONIO MÁS AFORTUNADO
NOTAS AL PIE
Su futuro se extiende ante usted como un camino que lleva al horizonte. A lo largo de este camino, surgen ambiciones que anhela hacer realidad, deseos que quiere satisfacer.
Para hacer realidad sus ambiciones y sus deseos, primero debe triunfar en el terreno financiero. Aplique los principios fundamentales claramente enunciados en las páginas de este libro y podrá lograrlo. Deje que estos principios lo lleven más allá de las dificultades que trae la pobreza, y que le ofrezcan la vida feliz y plena que da una bolsa bien provista.
Estos principios son universales e inmutables, como la ley de la gravedad y podrán enseñarle, como ya lo han hecho a tantos otros antes que usted, la manera de llenar su bolsa, de aumentar el saldo de su cuenta bancaria y de asegurarse un notable éxito económico.
El dinero abunda para quienes comprenden las simples reglas de la adquisición de bienes.
1. Comience a llenar su bolsa.
2. Controle sus gastos.
3. Haga que su dinero dé frutos.
4. Proteja sus tesoros de las pérdidas.
5. Haga de su propiedad una inversión rentable.
6. Asegure ingresos para el futuro.
7. Aumente su habilidad para adquirir bienes.
La prosperidad de la nación depende de la prosperidad personal de cada uno de sus habitantes.
Este libro trata del éxito personal de cada uno. El éxito procede de los logros producidos gracias a nuestros esfuerzos y habilidad. Una buena preparación es la clave del éxito. Nuestras acciones no pueden ser más sabias que nuestros pensamientos. Nuestra manera de pensar no puede ser más sabia que nuestro entendimiento.
Este libro de tratamiento para los bolsillos vacíos constituye una guía financiera. Su objetivo es ofrecer una visión de cómo conseguir dinero, cómo conservarlo, y cómo hacer que dé frutos a quienes buscan el éxito financiero.
En las páginas siguientes, le transportaremos a Babilonia, cuna de las reglas básicas de la economía que aún hoy son reconocidas y aplicadas en todo el mundo.
El autor desea que este libro sirva de inspiración para sus nuevos lectores, como lo ha sido para tantos otros en todo el país, a fin de que el saldo de su cuenta bancaria incremente constantemente, de que aumenten sus éxitos económicos y de que descubra la solución a sus problemas financieros.
El autor aprovecha la ocasión para expresar su gratitud a los administradores que han compartido generosamente estos relatos con sus amigos, parientes, empleados y asociados. Ningún apoyo habría sido más convincente que el de los hombres prácticos que han aprendido y atesorado estas enseñanzas y han triunfado utilizando las reglas que propone este libro.
Babilonia fue la ciudad más rica del mundo en la antigüedad porque sus ciudadanos eran las personas más prósperas de aquellos tiempos. Apreciaban el valor del dinero. Aplicaron reglas básicas inmutables para obtenerlo, conservarlo y hacerle dar fruto. Consiguieron lo que todos deseamos: ingresos para el futuro.
G.S.C.
En el curso de la historia, no ha habido una ciudad más majestuosa que Babilonia. Su nombre evoca visiones de riqueza y esplendor, y las historias sobre sus tesoros de oro y joyas eran fabulosas. Podríamos pensar que una ciudad así tenía un emplazamiento maravilloso, rodeada de ricos recursos naturales como bosques o minas en un exuberante clima tropical. Pero este no era el caso: Babilonia se extendía a lo largo del curso de los ríos Tigris y Éufrates en un valle árido y plano. No había bosques, minas, ni una sola piedra para la construcción. No estaba situada en una vía comercial natural y las lluvias eran insuficientes para la agricultura.
Babilonia es un ejemplo de la capacidad del hombre para alcanzar grandes objetivos usando los medios que tiene a su alcance. En ella, todos los recursos habían sido desarrollados por el hombre y todas las riquezas eran producto del trabajo humano.
Babilonia poseía tan solo dos recursos naturales: una tierra fértil y el agua del río. Gracias a una de las más grandes proezas técnicas de todos los tiempos, los ingenieros babilonios desviaron las aguas del río mediante diques e inmensos canales de irrigación. Los canales atravesaban todos los parajes del árido valle para llevar agua al fértil suelo. Estas obras constituyen uno de los primeros trabajos de ingeniería de la historia y el sistema de irrigación permitió que las cosechas fueran más abundantes de lo que habían sido nunca.
Afortunadamente, Babilonia fue gobernada durante su larga existencia por sucesivos linajes de reyes que solo ocasionalmente se dedicaban a las conquistas y a los saqueos. Aunque la ciudad se embarcó en diversas guerras, estas fueron locales o para defenderse de los ambiciosos conquistadores llegados de otros países que codiciaban sus fabulosos tesoros. Los extraordinarios dirigentes de Babilonia pasaron a la historia a causa de su sabiduría, audacia y justicia. Babilonia no produjo monarquías ambiciosas que querían conquistar el mundo conocido y forzar a las naciones a someterse a ella. Babilonia ya no existe como ciudad: cuando las fuerzas humanas, que construyeron y mantuvieron la ciudad durante miles de años desaparecieron, se convirtió rápidamente en un cúmulo de ruinas desiertas. Estaba situada en Asia, a unos mil kilómetros del canal de Suez, justo al norte del Golfo Pérsico. Su latitud se acerca a los treinta grados sobre el Ecuador, al igual que la de Yuma, Arizona, y poseía un clima semejante al de esta ciudad, caliente y seco.
El valle del Éufrates, en otro tiempo una poblada región agrícola, es hoy una llanura árida barrida por el viento. Las escasas hierbas y los arbustos del desierto luchan contra la arena llevada por el viento. Los fértiles campos, las grandes ciudades y las largas caravanas de los ricos comerciantes ya no existen. Las tribus árabes nómadas son las únicas habitantes del valle desde la era cristiana y subsisten gracias a sus pequeños rebaños.
La región está salpicada de colinas. Durante siglos fueron consideradas como tales, pero los fragmentos de alfarería y ladrillos desgastados por las ocasionales lluvias llamaron finalmente la atención de los arqueólogos. Se organizaron campañas para realizar excavaciones financiadas por museos europeos y americanos. Los picos y las palas demostraron rápidamente que aquellas colinas eran ciudades antiguas, las podríamos llamar ‘tumbas de ciudades’.
Babilonia es una de ellas: los vientos habían esparcido sobre ella el polvo del desierto durante veinte siglos. Las murallas, originalmente construidas con ladrillo, se habían desintegrado y habían vuelto a la tierra. Así es actualmente la entonces rica ciudad de Babilonia: un montón de tierra abandonada hace tanto tiempo que nadie conocía su nombre hasta que se retiraron los escombros acumulados durante siglos en las calles, los nobles templos y los palacios.
Muchos científicos consideran que las civilizaciones babilónica y las de las otras ciudades del valle son las más antiguas de las que se tiene conocimiento. Se ha demostrado de manera fehaciente que datan de hasta los 8.000 años de antigüedad.
Un hecho interesante es la forma en la que se establecieron estas fechas: en las ruinas de Babilonia se descubrieron descripciones de un eclipse solar; de este modo, los astrónomos modernos calcularon fácilmente cuándo hubo un eclipse visible en Babilonia y pudieron así establecer la relación entre su calendario y el nuestro.
Así se pudo calcular que hace 8.000 años, los sumerios que ocupaban Babilonia vivían en ciudades fortificadas. Sin embargo, no se puede calcular desde cuándo existían dichas ciudades. Sus habitantes no eran simples bárbaros que vivían en el interior de unas murallas protectoras, sino personas cultas e inteligentes. En la medida en que podemos remontarnos en el pasado en la historia escrita, fueron los primeros ingenieros, astrónomos, matemáticos, financieros, y el primer pueblo que poseyó una lengua escrita.
Ya hemos hablado de los sistemas de irrigación que transformaron el árido valle en un exuberante vergel. Los vestigios de los canales aún son visibles, aunque la mayor parte esté llena de arena. Algunos de ellos eran tan grandes que, cuando no llevaban agua, una docena de caballos podían galopar uno al lado del otro en su interior. Podrían compararse en amplitud con los canales más anchos de Colorado y Utah.
Además de regar la tierra, los ingenieros babilonios llevaron a cabo otro proyecto igualmente vasto: recuperar una inmensa región pantanosa en la desembocadura del Éufrates por medio de un sistema de drenaje con el fin de hacerla cultivable.
Heródoto, historiador y viajero griego, visitó Babilonia tal como era durante su apogeo y nos dejó la única descripción conocida hecha por un extranjero. Sus escritos presentan una descripción detallada de la ciudad y algunas de las peculiares costumbres de sus habitantes. Menciona la notable fertilidad de la tierra y las abundantes cosechas de trigo y cebada que se recogían.
La gloria de Babilonia se ha apagado, pero su sabiduría ha sido conservada para nuestro beneficio gracias a los archivos. En aquellos tiempos lejanos, el papel no había sido todavía inventado, y, en su lugar, la gente grababa laboriosamente sus escritos en tablillas de arcilla húmeda. Una vez terminadas, las cocían y quedaban duras. Medían aproximadamente seis por ocho pulgadas y el espesor era de una pulgada.
Estas tablillas de barro, como se les llama comúnmente, eran utilizadas de la misma forma que nosotros empleamos las formas de escritura modernas: se grababan leyendas, poesía, historia, transcripciones de decretos reales, leyes del país, títulos de propiedad, billetes e, incluso, cartas que eran enviadas mediante mensajeros hacia ciudades lejanas. Gracias a estas tablillas, hemos podido conocer sobre asuntos personales e íntimos de sus habitantes. Una tablilla que seguramente provenía de los archivos del almacén de la ciudad cuenta, por ejemplo, que un cliente llevó una vaca y la cambió por siete sacos de trigo, tres entregados en el momento de la transacción y los otros cuatro a conveniencia del cliente.
Los arqueólogos recuperaron bibliotecas enteras de estas tablillas, cientos de miles de ellas, protegidas por los escombros de las ciudades.
Las inmensas murallas que rodeaban la ciudad constituían una de las extraordinarias maravillas de Babilonia. En la antigüedad, se les comparaba con las pirámides de Egipto y se les consideraba una de las siete maravillas del mundo. El mérito de la construcción de las primeras murallas se le atribuye a la reina Semiramis, pero los arqueólogos modernos no han podido encontrar vestigios de estas primeras construcciones, ni establecer su altura exacta. Por los relatos de los primeros escritores, se estima que medían entre unos cincuenta y sesenta pies en la parte exterior, que estaban hechos de ladrillos cocidos y además protegidos por un profundo foso de agua.
Las murallas más recientes y célebres fueron construidas unos seiscientos años antes de Cristo por el rey Nabopolasar, quien concibió una construcción tan colosal que no pudo vivir para ver las obras culminadas. Fue su hijo Nabucodonosor, cuyo nombre aparece en la Biblia, quien las terminó.
La altura y la longitud de estas murallas más recientes son dignas de asombro. Una autoridad digna de confianza informó que debieron de tener alrededor de cincuenta y dos metros; es decir, la altura de un edificio moderno de quince plantas. Se estima que la longitud total de las murallas era de entre quince y diecisiete kilómetros y su anchura era tal, que en su parte superior podía correr un carro tirado por seis caballos. Hoy no queda prácticamente nada de esta formidable estructura, a excepción de una parte de los cimientos y el foso. En adición a los destrozos de la naturaleza, los árabes se llevaron los ladrillos restantes para construir en otros lugares.
Uno tras otro, los ejércitos victoriosos de casi todos los conquistadores de ese periodo de guerras invasoras se enfrentaron contra las murallas de Babilonia. Una multitud de reyes asedió Babilonia, pero todo fue en vano. Los ejércitos invasores de aquel entonces no eran nada despreciables: los historiadores hablan de tropas de 10.000 caballeros, 25.000 carros y de 1.200 regimientos de infantes de 1.000 hombres cada uno. A menudo se necesitaba de dos o tres años de preparación para reunir el material de guerra y los depósitos de alimentos a lo largo de la línea de batalla propuesta.
La ciudad de Babilonia estaba organizada casi como una ciudad moderna. Había calles y tiendas, vendedores ambulantes que ofrecían sus mercancías en los barrios residenciales, sacerdotes que oficiaban en templos magníficos. Un muro aislaba los palacios reales en el interior de la ciudad. Dicen que esas murallas eran más altas que las de la ciudad.
Los babilonios eran artesanos hábiles que trabajaban en la escultura, la pintura, el tejido, la orfebrería, y también fabricaban armas de metal y maquinaria agrícola. Los joyeros creaban piezas de gusto exquisito y algunas muestras que han sido recuperadas de las tumbas de los ciudadanos más prósperos han sido exhibidas en museos de todo el mundo.
En una época muy lejana, cuando el resto del mundo cortaba árboles con hachas de piedra o cazaba y luchaba con lanzas y flechas con punta de piedra, los babilonios ya usaban hachas, lanzas y flechas de metal. Eran financieros y comerciantes brillantes. Por lo que sabemos, fueron los inventores del dinero como moneda de cambio, de los billetes y de los títulos de propiedad escritos.
Babilonia no fue conquistada por sus enemigos hasta cerca de 540 años antes de Cristo. Pero tampoco entonces fueron tomadas las murallas. La historia de la caída de Babilonia es de lo más extraordinaria: Ciro, uno de los grandes conquistadores de la época, proyectaba atacar la ciudad y tomar las impenetrables murallas.
Los consejeros de Nabonido, rey de Babilonia, le persuadieron para que fuera ante Ciro y librara batalla, en lugar de esperar a que la ciudad estuviera asediada. El ejército babilonio, tras consecutivas derrotas, se alejó de la ciudad. Ciro entró entonces por las puertas abiertas de la ciudad, la cual no opuso resistencia.
El poder y el prestigio de Babilonia fueron declinando gradualmente hasta que, al cabo de unos siglos, fue abandonada, dejada a merced de vientos y tormentas que la devolvieron al desierto sobre el que se había alzado en su origen. Babilonia había caído para no volverse nunca a levantar, pero debemos mucho a su civilización.
Los eones han reducido a polvo las orgullosas paredes de sus templos, pero su sabiduría aún persiste.
El dinero es el medio por el cual se mide el éxito terrenal.
El dinero hace posible el disfrute de las mejores cosas que la vida tiene para ofrecer.
El dinero abunda para aquellos que entienden las leyes simples que rigen su adquisición.
El dinero de nuestro tiempo se rige por las mismas leyes que existían cuando los prósperos habitantes de Babilonia transitaban sus calles hace seis mil años.
Bansir, el fabricante de carros de la ciudad de Babilonia, se sentía muy desanimado. Sentado en el muro que rodeaba su propiedad, contemplaba tristemente su modesta casa y su taller, en el que había un carro sin acabar.
Su mujer salía a menudo a la puerta. Lanzaba una mirada furtiva en su dirección, recordándole que ya casi no les quedaba comida y que tendría que estar acabando el carro, es decir, clavando, tallando, puliendo y pintando el cuero sobre las ruedas, preparándolo de este modo para ser entregado y posteriormente pagado por el acaudalado cliente.
Sin embargo, su cuerpo grande y musculoso permanecía inmóvil, apoyado en la pared. Su mente lenta daba vueltas a un asunto al que no encontraba solución alguna.
El cálido sol tropical, tan típico del valle del Éufrates, caía sobre él sin piedad. Gotas de sudor perlaban su frente y se deslizaban hasta su pecho velludo.
Detrás de su casa se erigían los muros que rodeaban las terrazas del palacio real. Muy cerca de allí, la torre pintada del Templo de Bel se hendía en el azul del cielo. A la sombra de una majestad tal se dibujaba su modesta casa, y muchas otras también, mucho menos limpias y cuidadas que la suya. Así era Babilonia: una mezcla de suntuosidad y miseria, de cegadora riqueza y de terrible pobreza, sin orden alguno en el interior de las murallas de la ciudad.
Si se hubiera molestado en darse la vuelta, Bansir habría visto cómo los ruidosos carros de los ricos empujaban y hacían tambalearse, tanto a los comerciantes que llevaban sandalias, como a los mendigos descalzos. Incluso los ricos se veían obligados a meter los pies en los desagües para dar paso a las largas filas de esclavos y de portadores de agua que estaban al servicio del rey. Cada esclavo llevaba una pesada piel de cabra repleta de agua que luego vertía en los jardines colgantes.
Bansir estaba demasiado absorto en su propio problema para oír o prestar atención al ajetreo confuso de la próspera ciudad. Fue el sonido familiar de una lira el que le extrajo de su ensoñación. Se dio la vuelta y vio el rostro expresivo y sonriente de su mejor amigo, Kobi el músico.
—Que los dioses te bendigan con gran generosidad, mi buen amigo —dijo Kobi a modo de saludo—. Pero me parece que son tan generosos que ya no tienes ninguna necesidad de trabajar. Me alegro de que tengas esa suerte. Es más, me gustaría participar de ella. Te ruego que me hagas el favor de sacar dos séqueles de tu bolsa, que debe estar bien llena, puesto que no estás trabajando en tu taller, y me los prestes hasta después del festín de los nobles de esta noche. No los perderás, te los devolveré.
—Si tuviera dos séqueles —respondió tristemente Bansir— no podría prestárselos a nadie, ni a ti, mi mejor amigo, porque serían toda mi fortuna. Nadie presta toda su fortuna ni a su mejor amigo.
—¿Qué dices? —exclamó Kobi sorprendido—. ¿No tienes ni un séquel en tu bolsa y permaneces sentado en el muro como una estatua? ¿Por qué no acabas ese carro? ¿Cómo sacias tu hambre? No te reconozco, amigo mío. ¿Dónde está tu energía desbordante? ¿Hay algo que te aflija? ¿Acaso los dioses te han causado algún problema?
—Debe de ser un suplicio que me han enviado los dioses —comentó Bansir—. Comenzó con un sueño, un sueño que no tenía sentido, en el que yo era un hombre afortunado. De mi cintura colgaba una bolsa repleta de pesadas monedas. Tenía séqueles que tiraba despreocupadamente a los mendigos, monedas de oro con las que compraba las más finas ropas para mi mujer y todo lo que deseaba para mí; incluso tenía monedas de oro que me permitían pensar en el futuro confiadamente y gastar con libertad. Me invadía un maravilloso sentimiento de satisfacción. Si me hubieras visto, no habrías reconocido al esforzado trabajador que soy, ni en mi esposa a la mujer arrugad… Habrías encontrado en su lugar una mujer con el rostro pletórico de felicidad que sonreía como al comienzo de nuestro matrimonio.
—Un bello sueño en efecto —comentó Kobi—, pero ¿por qué sentimientos tan placenteros te habrían de convertir en una estatua colocada sobre el muro?
—¿Por qué? Porque en el momento que me he despertado y he recordado hasta qué punto mi bolsa se encontraba vacía, me ha invadido un sentimiento de rebeldía. Pero hablemos más sobre esto. Como dicen los marinos, los dos remamos en la misma barca. De jóvenes fuimos a visitar a los sacerdotes para aprender su sabiduría. Cuando nos hicimos hombres, disfrutamos de los mismos placeres. En la edad adulta, siempre hemos sido buenos amigos. Estábamos satisfechos de nuestra suerte. Nos sentíamos satisfechos de trabajar largas horas y de gastar libremente nuestro salario. Ganamos mucho dinero durante los años pasados, pero los goces de la riqueza solo los hemos podido experimentar en sueños. ¿Acaso somos estúpidos borregos? Vivimos en la ciudad más rica del mundo. Los viajeros dicen que ninguna otra ciudad la iguala. Ante nosotros se extiende esta riqueza, pero no participamos de ella. Tras haber pasado la mitad de tu vida trabajando arduamente, tú, mi mejor amigo, tienes la bolsa vacía y me pregunta, ‘¿Me puedes dejar una suma tan insignificante como dos séqueles hasta después del festín de los nobles de esta noche?’. ¿Y qué es lo que yo te respondo? ¿Digo que aquí tienes mi bolsa, y que comparto contigo su contenido? No, admito que mi bolsa está tan vacía como la tuya. ¿Qué es lo que no funciona? ¿Por qué no podemos conseguir más plata y más oro, más de lo necesario para poder comer y vestirse?
»Consideremos a nuestros hijos. ¿No están siguiendo el mismo camino de sus padres? ¿También ellos con sus familias, y sus hijos con las suyas, tendrán que vivir entre los acaparadores de oro y se tendrán que contentar con beber la consabida leche de cabra y alimentarse de caldo claro?
—Durante todos estos años que hemos sido amigos, nunca habías hablado así —replicó Kobi intrigado.
—Durante todos estos años, jamás había pensado así. Desde el alba hasta el ocaso he trabajado haciendo los más bellos carros que pueda fabricar un hombre, sin casi atreverme apenas a esperar que un día los dioses reconocerían mis buenas obras y me darían una gran prosperidad, lo que jamás han hecho. Al fin me doy cuenta de que nunca lo harán. Por eso estoy triste. Deseo ser rico. Quiero poseer tierras y ganado, lucir bellas ropas y llenar mi bolsa de dinero. Estoy dispuesto a trabajar para ello con todas mis fuerzas, con toda la habilidad de mis manos, con toda la destreza de mi cabeza, pero deseo que mis esfuerzos sean recompensados. ¿Qué nos ocurre? Te lo vuelvo a preguntar: ¿Por qué no tenemos una parte justa de todas las cosas buenas, tan abundantes, que pueden conseguir los que poseen el oro?
—¡Ay si conociera la respuesta! —respondió Kobi—. Yo no estoy más satisfecho que tú. Todo el dinero que gano con mi lira se gasta rápidamente. A menudo he de planificar y calcular para que mi familia no pase hambre. Yo también tengo en mi fuero interno el deseo de tener una lira suficientemente grande para hacer recrear la grandiosa música que me viene a la mente. Con un instrumento así podría producir una música tan exquisita que ni el mismo rey habría oído nunca nada parecido.
—Tú deberías tener una lira así. Nadie en la ciudad de Babilonia podría hacerla sonar mejor que tú, hacerla cantar tan melodiosamente que, no solo el rey, sino los mismos dioses quedarían maravillados. Pero, ¿cómo podrías conseguirla si tú y yo somos tan pobres como los esclavos del rey? ¡Escucha la campana! ¡Ya vienen! —señaló una larga columna de hombres medio desnudos, los portadores de agua que venían del río, sudando y sufriendo por una estrecha calle. Caminaban en columna de a cinco encorvados bajo la pesada piel de cabra llena de agua.
—El hombre que los guía es hermoso —Kobi indicó al hombre que tocaba la campana y andaba al frente de todos—sin carga—. En su país es fácil encontrar a hombres hermosos.