El indómito millonario - Miranda Lee - E-Book

El indómito millonario E-Book

Miranda Lee

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Beschreibung

Pasó de hacer su cama… a compartirla   El carismático Jake Sanderson siempre había azorado a Abby Jenkins, su tímida ama de llaves. Ella evitaba deliberadamente su embriagadora presencia mientras limpiaba su mansión de Sídney hasta que, tras un emotivo encuentro, comenzó a ver la otra cara de su enigmático jefe… Verse de repente en el mundo de Jake, y entre sus brazos, fue una experiencia muy reveladora para la joven viuda. Entusiasmada por la química que había entre ambos, logró por fin escapar de las sombras de su pena, más segura en sí misma que nunca. Sin embargo, la regla número uno de Jake era que nunca había compromiso en sus relaciones. ¿Cómo podría la sencilla Abby domar al indómito millonario?

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Avenida de Burgos, 8B - Planta 18

28036 Madrid

 

© 2019 Miranda Lee

© 2024 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

El indómito millonario, n.º 2860 - noviembre 2024

Título original: Maid for the Untamed Billionaire

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales , utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 9788410745933

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Prólogo

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Capítulo 16

Capítulo 17

Capítulo 18

Capítulo 19

Capítulo 20

Capítulo 21

Capítulo 22

Capítulo 23

Capítulo 24

Capítulo 25

Capítulo 26

Capítulo 27

Capítulo 28

Capítulo 29

Capítulo 30

Capítulo 31

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

Prólogo

 

 

 

 

 

Jake necesitaba un ama de llaves, pero no interna. Lo último que quería era alguien que estuviera siempre en medio, recogiendo sus cosas, obligándolo a entablar conversación e invadiendo su espacio.

Se podía permitir perfectamente pagar a alguien para que se ocupara de todo. Ya era un hombre rico antes del éxito de su programa de televisión, por lo que nunca había sido cuestión de dinero, sino más bien de intimidad.

Quería una persona que trabajara solo durante los días laborales. Tendría que llegar cuando él ya se hubiera marchado al trabajo por las mañanas y se marcharía antes de que él llegara a casa, algo que con frecuencia no ocurría hasta muy tarde. Producir y presentar Australia a mediodía consumía cada minuto de su tiempo, desde la mañana hasta última hora de la tarde.

El principal problema era que todas las mujeres que había entrevistado hasta el momento habían sido seguidoras acérrimas de su programa. Todas se habían mostrado demasiado efusivas. Demasiado ansiosas. No hacía más que imaginárselas poniendo comentarios, además de fotos, sobre su maravilloso nuevo trabajo y su maravilloso jefe en las redes sociales en las que sin duda estarían.

Como resultado, no había contratado aún a nadie. En aquellos momentos, estaba esperando que llegara otra candidata. Le había pedido a Barbara, la directora de la agencia, que encontrara a alguien adecuado. Ella le había prometido encontrarle la candidata perfecta.

Por ello, allí estaba Jake, sentado en su despacho a las dos menos cinco del sábado, esperando a entrevistar a la persona que Barbara le había recomendado, convencido de que, una vez más, estaba perdiendo el tiempo. Abby Jenkins, la mujer que Barbara le enviaba era, para empezar, demasiado joven. Solo tenía veintisiete años. Y encima viuda. Al menos, no tenía hijos. Aparentemente, estaba buscando trabajo, pero no tenía muchas cualificaciones. Su breve currículo mostraba que había dejado el instituto a los diecisiete años para trabajar en una tienda de fish and chip hasta que se casó a los veinte años. Después, dejó de trabajar para convertirse en ama de casa.

Oyó que un coche se detenía en el exterior. Miró el reloj. Las dos en punto. Al menos, era puntual. Se puso de pie y se dirigió a la puerta principal. La abrió sin saber qué esperar.

Sintió que la respiración se le cortaba al ver a una mujer rubia y menuda, cuyos preciosos ojos verdes lo miraban con expresión preocupada y nerviosa. No hacía más que morderse el labio inferior y aferrarse al asa del bolso negro que llevaba colgado del hombro como si fuera un salvavidas.

Jake supuso que era normal que estuviera nerviosa y examinó el resto de su apariencia. Llevaba unos vaqueros azules oscuros y un jersey de punto color crema. Los dos se ceñían a su cuerpo y mostraban una buena figura. Tenía el cabello largo y liso, recogido en una coleta baja. No llevaba maquillaje, ni siquiera lápiz de labios. A Jake le agradó que no se hubiera arreglado en exceso, como las otras mujeres a las que había entrevistado.

–¿Señor Sanderson? –le preguntó ella dubitativa.

Jake levantó las cejas al darse cuenta de que ella no le había reconocido. Algo a favor de la mujer. También estaba dispuesto a pasar por alto el hecho de que no solo era demasiado joven, sino también demasiado guapa. De hecho, si la contrataba, no estaría en casa con ella, así que no corría el peligro de caer en la tentación. Aquellos ojos eran difíciles de ignorar. Y la boca…

Jake apartó la mirada antes de que su mente comenzara a adentrarse en territorio prohibido.

–Usted debe de ser Abby –dijo con una ligera sonrisa.

–Sí –respondió ella, sonriéndole también tímidamente. Además de los jugosos labios, tenía unos dientes preciosos y muy blancos–. Le agradezco mucho que me conceda esta entrevista.

–Viene muy recomendada por Barbara.

–¿De verdad? –preguntó ella. Parecía asombrada.

–Así es. Entre para que sigamos hablando.

–Sí, de acuerdo –respondió ella.

–Tal vez primero debería enseñarle la casa –le sugirió Jake mientras la hacía pasar al interior–. Así podría mostrarle a lo que tendría que enfrentarse. Tal vez no quiera el trabajo, aunque yo se lo ofrezca.

–Estoy segura de que sí lo querré, señor Sanderson –comentó ella.

–Excelente –afirmó, sabiendo que por fin había encontrado a su ama de llaves.

A Jake le preocupaba que encontraba a Abby muy deseable, pero decidió ignorar aquel pensamiento y organizar su vida de manera que casi nunca tuviera que verla.

Después de todo, ojos que no ven, corazón que no siente.

Capítulo 1

 

 

 

 

 

Doce meses después…

 

Abby canturreaba llena de felicidad mientras cerraba la puerta de su pequeña casa para dirigirse a trabajar. Nunca se lamentaba de que fuera lunes. Le gustaba su trabajo y cuidar de la hermosa casa de Jake Sanderson. Y también cuidar de Jake Sanderson, a pesar de que no sentía mucha simpatía por él.

Tenía que admitir que los lunes por la mañana cuando llegaba, la casa estaba más desordenada que de costumbre. Ella siempre sabía cuando Jake había tenido compañía durante el fin de semana. Al hombre que había sido votado la personalidad más popular de la televisión a principios de año nunca le faltaba la compañía femenina.

Megan, la hermana de Abby, que era adicta a Twitter y a las revistas del corazón, mantenía a esta bien informada sobre con quién estaba saliendo Jake en cada momento. Su último ligue era una presentadora de informativos. Se llamaba Olivia y era una impresionante morena con grandes ojos castaños y una figura de escándalo. Lo mismo que su sonrisa.

En otro momento de su vida, Abby se habría sentido celosa de aquella sonrisa. Ya no.

Dejó de canturrear y se tocó los dientes con la lengua. Aún le sorprendían lo maravillosos que eran. Las carillas de porcelana eran caras. Abby aún no había terminado de pagar el préstamo personal que había pedido para ponérselas, pero había sido un caso de pura necesidad y no de vanidad. Había sufrido de fluorosis, un problema dental que se debe al exceso de flúor causado por haberse comido de niña la pasta dental. Wayne le había dicho siempre que era hermosa tal y como era, pero Abby nunca le había creído. Por ello, cuando Wayne no había estado para oponerse a ello, ella había seguido el consejo de Megan y había ido al dentista. Aquella decisión había sido la mejor de toda su vida, a pesar de que le había endeudado.

No obstante, no sería por mucho tiempo más. Cada semana, ahorraba todo lo que podía y casi no se compraba ropa. Se las arreglaba con lo que tenía. Casi nunca salía. Si no había más gastos inesperados, se libraría de aquella deuda en Navidad y, por fin, podría empezar a ahorrar dinero para poder viajar.

Siempre había querido ver el mundo, había soñado con viajar por todo el mundo. Cuando se casó con Wayne, esos sueños se vieron reemplazados por otros, como el de crear una familia, la clase de familia que ni Wayne ni ella habían tenido nunca. Sin embargo, aquellos sueños tampoco se habían hecho realidad…

Tragó saliva durante unos instantes para tratar de apartar de su lado los horribles recuerdos y centrarse en los sueños que por fin parecían posibles y que podrían hacerle olvidar. Decían que el tiempo lo curaba todo. El tiempo y los viajes.

Poco antes de las nueve y media, tomó la calle que conducía a la casa de Jake. Aparentemente, cuando la compró, sufría de una lesión en la pierna que se hizo mientras trabajaba en el extranjero. Él se lo había contado todo el día en el que la contrató para el trabajo, cuando le mostró la casa y le explicó lo que esperaba que ella hiciera. Francamente, le había hablado más aquel día de lo que lo había hecho en la totalidad de los doce meses siguientes.

Megan siempre le estaba haciendo preguntas sobre el famoso y guapo jefe que ella tenía. No se podía creer que Abby apenas supiera nada sobre él aparte de lo más básico: que en el pasado se había dedicado a hacer documentales y que, en aquellos momentos, era un famoso presentador de televisión. Megan probablemente sabía mucho más sobre él que Abby, dado que veía ávidamente su programa todos los días. Se llamaba Australia a mediodía. Era un programa en directo que se centraba en entrevistas a personas famosas y temas de actualidad.

Abby ponía el programa de vez en cuando mientras almorzaba, pero no le gustaba tanto como a su hermana. Le costaba relacionar el hombre encantador que veía en la televisión con el ser hosco que apenas le decía más de dos palabras en las escasas ocasiones en las que se encontraban.

Al entrar en la casa, vio lo que estaba escrito en la pizarra blanca que había en el lavadero, en la que su jefe le escribía lo que quería que hiciera o lo que había que comprar. Nunca le enviaba mensajes y parecía preferir aquel método de comunicación tan impersonal.

 

Estaré en casa sobre las tres. Tengo que hablarte sobre algo.

Jake.

 

Abby sintió que el corazón le daba un vuelco. Lo primero que pensó era que había hecho algo malo y que él iba a despedirla. Entonces, prevaleció el sentido común y se le ocurrió que seguramente no era nada importante, probablemente quería mostrarle algo que quería que hiciera.

Sin embargo, a medida que fue pasando el tiempo, el pánico iba a acrecentándose. Trabajó a tope para que cuando él llegara a las tres, la casa estuviera limpia y reluciente. Ni siquiera se sentó para almorzar.

A las tres menos diez, se quitó los guantes y se arregló el cabello, peinándose su ya habitual coleta.

Suspiró al mirarse en el espejo del lavadero. Ojalá tuviera mejor aspecto. Se habría tomado más molestias con su aspecto aquella mañana si hubiera sabido que iba a tener una reunión con el jefe. Decidió que, además, debería ir a comprarse algo de ropa nueva.

Llegaron las tres y Jake no apareció por ninguna parte. Después de diez minutos, Abby se preguntó si debería llamarlo. Tenía su número de teléfono, pero él le había dejado claro desde el principio que ella no debía llamarlo, a no ser que se tratara de una emergencia. No era una emergencia que él llegara tarde, pero Abby decidió que, si no había aparecido a las tres y media, le enviaría un mensaje. Mientras tanto, fue a la cocina y preparó café.

Capítulo 2

 

 

 

 

 

Jake descendió del ferry y respiró profundamente. Aún tenía un nudo en el estómago. Aquel día, había hecho su programa lo mejor que había podido, pero no se había sentido demasiado centrado en su trabajo. Tampoco le importaba. Francamente, no le importaría lo más mínimo si no volvía a hacer otro programa.

Se mesó el cabello con frustración. Suspiró y se dirigió al borde del muelle, para mirar el agua. Cerró los ojos y se dejó llevar por la pena. No se podía creer que su tío hubiera muerto. Ni siquiera el entierro del viernes pasado lo había hecho real. No se podía imaginar a Craig metido en un ataúd ni concebir el hecho de que jamás volvería a verlo ni a hablar con él.

Craig había sido mucho más que un tío para Jake. Había sido su mentor y su amigo. También su ídolo. Desde niño, Jake había admirado el modo en el que su tío había vivido su vida.

Craig no había sido un hombre tradicional, con un trabajo de nueve a cinco, casado y con hijos. Había sido corresponsal en el extranjero y había viajado por todo el mundo. Había permanecido soltero.

Por supuesto, había habido mujeres en su vida. Muchas. Mujeres hermosas y maravillosas que se habían llevado a la cama al apuesto Craig Sanderson, sabiendo perfectamente que no debían esperar de él nada más que su estimulante compañía.

Jake había decidido que aquella era la vida para él. No pensaba seguir los pasos de su padre, que se había casado antes de cumplir los veinte años, cuando su novia, aún más joven, se quedó embarazada. Luego se había matado a trabajar, literalmente, para mantener a su cada vez más numerosa prole.

A Jake no se le ocurría nada peor. No recordaba que su padre, cuando estaba vivo, tuviera tiempo para sí mismo. Todo lo que hacía era para su familia. Cuando murió de un ataque al corazón a la edad de cuarenta y siete años, Jake se quedó desolado, pero se sintió más decidido que nunca a abrazar la soltería.

Se había mantenido firme en su decisión. Durante la veintena, se dedicó a realizar documentales por todos los rincones del mundo, ganando una pequeña fortuna al mismo tiempo. De hecho, aún seguiría en el extranjero, viviendo aquella vida, si un encontronazo con un grupo de rebeldes en África no le hubiera obligado a dar un giro a su vida.

Trabajar en televisión era algo muy tranquilo en comparación, pero tenía sus momentos. Jake no podía quejarse. Además, tenía que admitir que desde que dejó de viajar de un lugar a otro, había dejado de tener aventuras de una noche en favor de relaciones más largas. Es decir, si se podía decir que una relación de unos pocos meses lo fuera. Su actual novia era una mujer muy centrada en su carrera y muy profesional que era una estupenda compañera, una excelente amante y que, además, sabía que no servía de nada presionarle con el matrimonio o, mucho menos, un bebé

Y aquello había sido exactamente lo que había estado haciendo hasta que el abogado de Craig había hecho explotar la bomba. Jake ya sabía que su tío le había dejado la mayor parte de sus pertenencias, dado que Craig le había entregado una copia de su testamento. Lo que no sabía era que Craig había llamado a su abogado pocos días antes de su muerte y le había dado una carta para Jake con el objetivo de que se la entregara en el entierro.

Jake se sacó la carta del bolsillo, la desdobló y la leyó por milésima vez.

 

Querido Jake:

Espero que no estés enfadado conmigo por no haberte dicho lo de mi enfermedad, pero no se podía hacer nada y sabes que odio la compasión. He tenido una buena vida y solo me lamento de no poder marcharme con más estilo. Una bala o una bomba habrían sido mucho más propios de mí.

La razón de esta carta, Jake, es que hay algo que quiero que hagas en mi nombre. El pasado mes de julio, cuando me alojé en tu casa después de lesionarme la rodilla, pude conocer muy bien a tu ama de llaves. Abby fue muy amable conmigo e hizo todo lo que pudo y mucho más para que yo estuviera cómodo y disfrutara de mi estancia. Y no, no ocurrió nada entre nosotros. Ella no es esa clase de mujer.

Volviendo al asunto de lo que deseo pedirte, no quería añadir un codicilo a mi testamento porque supone demasiadas molestias a estas alturas. Sin embargo, me gustaría que tú Jake le compraras a Abby un coche nuevo para que pueda deshacerse de ese montón de chatarra que conduce. Algo pequeño y con estilo, pero también con una garantía larga.

También quiero que le des veinticinco mil dólares de tu considerable herencia para que los destine a sus viajes. Por favor, insístele que no debe usarlos para ningún otro propósito. No permitas que se los dé a ninguno de esos parientes gorrones que tiene.

Tengo completa seguridad de que harás esto en mi nombre. Eres un buen hombre y no eres avaricioso. Dile a Abby que la aprecio mucho y que no espere demasiado para ir a ver mundo. La vida hay que vivirla.

Y lo mismo te digo a ti, muchacho. Te estaré observando desde ahí arriba.

Tu tío Craig.

 

Jake cerró los ojos mientras volvía a doblar la carta. Se le había formado un nudo en la garganta.

–Maldita sea, Craig –susurró con el corazón afligido por la pena–. Deberías haberme dicho que estabas enfermo. Podría haberte apoyado tal y como tú siempre me has apoyado a mí. No deberías haber tenido que morir solo.

«Y deberías haber añadido un maldito codicilo a tu testamento», pensó con exasperación.

Era imposible no hacer lo que Craig le había pedido, pero le enojaba de todos modos. No era una cuestión de dinero. Tenía mucho. Era más bien el hecho de que para cumplir la voluntad de su tío tendría que meterse en el espacio personal de Abby, algo que llevaba evitando desde el momento en el que la contrató.

Sin embargo, no había salida. Tendría que hacer lo que su tío le había pedido.

Capítulo 3

 

 

 

 

 

A las tres y veinte, Jake se presentó por fin. Parecía algo agobiado, pero estaba muy guapo con un traje gris muy elegante y una impecable camisa blanca que hacía destacar su cabello oscuro, su piel morena y sus profundos ojos azules. Abby tenía que admitir que su jefe era imponente.

–Siento llegar tarde –dijo Jake mientras entraba en la cocina en la que Abby estaba preparando café–. El maldito ferry ha llegado con retraso. ¿Te importa prepararme a mí también un café? Solo, sin azúcar –añadió, mientras se sentaba en uno de los taburetes de la cocina y se aflojaba la corbata al mismo tiempo.

–¿Sobre qué querías hablarme? –le preguntó en cuanto le entregó al taza. Ella permaneció al otro lado de la barra del desayuno. No se atrevía a tomarse su propio café por miedo a derramarlo–. Vas a despedirme, ¿verdad? –añadió ella sin poder contenerse.

–¿Qué? No. ¡Claro que no! Dios santo, ¿es esa la razón por la que creías que quería hablar contigo?

–No sabía qué pensar…

–¿Y por qué diablos iba yo a querer despedirte? Eres la mejor ama de llaves que un hombre podría tener. Siento si ha sido eso lo que has pensado. Tiene que ver con el testamento de Craig.

–¿Con el testamento de Craig? –repitió ella. Se sentía muy confusa–. ¿Me estás diciendo que tu tío ha muerto?

–Sí, sí… Murió la semana pasada. Cáncer incurable –añadió él con un profundo suspiro.

–¡Pero eso es imposible! Es decir, parecía estar muy sano no hace mucho tiempo.

–Y qué me vas a contar –dijo Jake mientras se mesaba el cabello con la mano–. A mí también me dejó atónito. Supongo que se enteró durante una revisión de lo de la rodilla, pero no se lo dijo nunca a nadie, ni siquiera a mí. Y los dos estábamos muy unidos. Yo no sabía nada de su enfermedad hasta que su abogado me llamó para decirme que había fallecido.

–¡Pero eso es terrible! –exclamó Abby muy disgustada. No podía comprender que alguien eligiera morir de esa manera. Solo

Jake se encogió de hombros con resignación.

–Fue lo que él quería. Me sorprende que no te hayas enterado de su muerte. Salió en todas las noticias durante el fin de semana. Era bastante famoso.

–Yo… no suelo ver las noticias.

–Entiendo.

Abby sintió que los ojos se le llenaban de lágrimas al darse cuenta de que, efectivamente, aquel hombre tan agradable había muerto.

–Me… me dijo que se iba a tomar unas vacaciones –musitó, con un nudo en la garganta.

–A mí me dijo lo mismo –dijo Jake.

–Y, en vez de eso, fue a morirse… Solo…

A Abby no se le ocurría nada más triste que morirse solo. Era una de las cosas que aún la turbaban sobre la muerte de Wayne. Él había estado solo, allí en el mar, con la tormenta desatada a su alrededor y pocas posibilidades de ser rescatado. ¿Habría terminado perdiendo la esperanza al final? ¿Se había apoderado de él la desesperación en los instantes antes de ahogarse?

De repente, una oleada de profundo pesar se apoderó de ella, una angustia emocional que no pudo contener. Los ojos se le llenaron de lágrimas tan rápidamente que terminaron cayéndole por las mejillas.

Entonces, un sollozo se le escapó de la garganta, lo que hizo que Jake la contemplara horrorizado.

Ella se sintió muy avergonzada, pero no podía contenerse. Los sollozos hicieron temblar su cuerpo y lo único que Abby pudo hacer fue ocultarse el rostro entre las manos. Entonces, unos fuertes brazos la estrecharon contra un cálido cuerpo, lo que la dejó totalmente rígida. Lo último que habría esperado era un abrazo y mucho menos de su jefe, siempre tan distante. Desgraciadamente, aquella amabilidad tan inesperada solo consiguió que llorara más.