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Bianca 2011 ¿Podría ser que deseara que el seductor príncipe se la llevara a la cama? Comprometida contra su voluntad con el famoso príncipe Karim, la candorosa Eva cuenta con un plan para dejarle plantado. Lo convencerá de que es una mujer moderna y con experiencia en el terreno sexual, lo que la convertirá inmediatamente en una candidata poco adecuada para ser su esposa. Sin embargo acaba casándose con él. Por si esto fuera poco, su esposo está produciendo en ella un efecto inesperado…
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Seitenzahl: 174
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Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2009 Kim Lawrence
© 2021 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
El jeque seductor, n.º 2011 - octubre 2022
Título original: The Sheikh’s Impatient Virgin
Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 978-84-1141-246-9
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Créditos
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Si te ha gustado este libro…
A VER SI lo he entendido…
Luke la miraba como si estuviera esperando que ella completara la frase de algún modo ingenioso.
–Eres una especie de… ¿princesa? –añadió, con una sonrisa a medias–. ¿Eres la princesa Evie?
Soltó una carcajada.
Eva no imitó su gesto, pero comprendía en cierto modo su escepticismo. Incluso a ella le había costado convencerse cuando, a la muerte de su madre hacía ya un año, se había materializado en su vida una familia de la que, hasta entonces, no había tenido noticia alguna. Además, no se trataba de una familia cualquiera.
Enganchó los pulgares en la cinturilla del vaquero que llevaba puesto, levantó la barbilla con altivez y se arrojó el echarpe sobre el hombro. Entonces, preguntó con voz dolida:
–¿Acaso estás insinuando que no tengo un aspecto regio?
Luke Prentice podía pensar en muchos epítetos, entre los que se incluían las palabras «bellísima» y «sensual», para describir a la hija de una mujer que, en el reducido círculo del mundo académico, había sido una leyenda.
No sabía si Eva era consciente de que su madre lo había seducido cuando era un estudiante de dieciocho años que asistía a una de sus clases para ampliar sus horizontes, algo que, decididamente, había conseguido. Sin embargo, de lo que sí era consciente era de que no tenía oportunidad alguna con la hija, una situación sobre la que Luke se mostraba muy filosófico. Aunque se podía decir que era un novato en lo que se refería a las relaciones platónicas con las mujeres, la compañía de Eva le resultaba muy relajante.
–No te puedo decir que haya asociado jamás las pecas y el cabello rojizo a la realeza de Oriente Medio.
–Yo tampoco –admitió Eva con un suspiro.
Incluso en aquel momento todo parecía un poco surrealista. Su madre, su encantadora e inteligente madre, no había sido lo que Eva siempre había creído, sino más bien la esposa abandonada de un príncipe árabe. El rey, el abuelo de Eva, había tenido nueve hijos y el padre de ella era el menor de todos. Por lo tanto, tal y como le había explicado su tío Hamid cuando llegó al entierro en una enorme limusina de cristales blindados, Eva era una princesa. Para demostrárselo, le había enseñado unos papeles que lo confirmaban. Por fin tenía la familia que tanto había anhelado, una familia que había encontrado en el peor momento de su vida.
–¿Princesa Eva? No lo entiendo –dijo Luke, el profesor de Economía más joven de la historia de la facultad–. Tu madre nunca estuvo casada, aunque no le faltaba la compañía masculina. Espero que no te ofendas por mis palabras…
Así había sido. Su madre nunca había ocultado sus amantes, muchos más jóvenes que ella. Las relaciones que tenía con ellos nunca duraban mucho. Al contrario que los demás, Luke había seguido siendo un amigo. Resultaba irónico que, siendo su madre una mujer sexualmente muy liberada, Eva fuera aún virgen a la edad de veintitrés años.
–Resulta que sí lo estuvo, pero tuvo una gran discusión con mi padre.
Realmente deseaba conocerlo. Había estudiado fotos de él y el retrato que colgaba junto al de sus hermanos en el palacio. Ninguno de los rasgos de Eva reflejaba el parentesco, aunque tampoco había heredado la serena belleza de su madre. El cabello rojizo, las pecas y la piel blanca le venían a Eva de su bisabuelo, que era irlandés.
–¿Se divorciaron?
–No. Él murió en un accidente náutico antes de que la separación fuera legal.
–¿Y tú nunca tuviste noticias de esto hasta que tu madre murió?
–No. Mi abuelo cree que es su deber casarme y, antes de que puedas decir nada, sé que estamos en el siglo XXI, pero ése es su modo de pensar. Desde que nació, se le ha hecho creer que una mujer necesita la protección de su familia o de un esposo. Creo que, con el tiempo, se dará cuenta de que soy más que capaz de cuidarme sola, pero soy su única nieta. Hay muchos chicos, pero yo soy la única mujer…
–Y por eso quiere casarte con un hombre que podría tener halitosis o barriga cervecera…
–De cerveza nada –le recordó Eva–. Ni tampoco podrá obligarme a nada…
–Sin embargo, esperan que te cases con… ¿cómo has dicho que se llama?
–Karim Al-Nasr. No. No me obligarán, pero si no me caso, algo que evidentemente no voy a hacer, parecerá que les estoy arrojando a la cara toda su amabilidad y calidez. Sé que a nosotros nos parece raro, Luke, pero éstas son sus costumbres. Sería mucho más fácil para mí si ese tal príncipe Karim fuera quien me rechazara…
–¿Y el hecho de que tú no seas una virgen inocente va a ayudarlos a cambiar de opinión?
–Creo que sí. Son muy tradicionales –suspiró Eva.
–Nadie lo es tanto, Eva. Como tú has dicho, estamos en el siglo XXI y tú no te has pasado los últimos veintitrés años en un palacio en medio del desierto –comentó Luke mirándola de la cabeza a los pies–. Además, eres una mujer excepcionalmente guapa.
Eva se sintió algo incómoda por la mirada y el comentario de Luke.
–¿Te parece que dejemos mis credenciales sexuales fuera de esta conversación? ¿Vas a hacerlo o no?
–¿Fingir que vivo contigo y que soy tu amante? –le preguntó él. Siguió mirándola de un modo que hizo que Eva se sintiera intranquila.–. A ver si puedes impedírmelo.
–Eres un ángel –contestó ella, aliviada.
–Y tú eres virgen… La mujer que está escribiendo una tesis sobre cómo la revolución sexual afecta a la mujer del siglo XXI es una princesa virgen. ¡Me encanta! –exclamó Luke frotándose las manos.
–Cállate y deja tu cuchilla de afeitar en mi cuarto de baño.
–Te aseguro que ésa es una oferta que ningún hombre podría rechazar…
El médico, un galeno con fama mundial en el tratamiento del cáncer en niños, no solía sentir aprensión a la hora de dar consejos a los padres, en especial a los que estaban tan agotados como aquél, que llevaba cuatro días al lado de la cama de su hija. Sin embargo, al acercarse a la alta e imponente figura que, a pesar de la fatiga y el agotamiento totales que se reflejaban en unos penetrantes ojos color platino, sintió un temblor. El hombre estaba junto a la ventana, mirando al exterior, mientras que las enfermeras acomodaban a su hija en la cama.
–¿Príncipe Karim?
–¿Hay noticias? –preguntó él volviendo el rostro.
–Como ya le he explicado, Alteza, no conoceremos los resultados hasta mañana.
–Sin embargo, si los niveles se encuentran dentro de unos parámetros seguros, ¿proseguirá usted?
–Sí, pero supongo que entenderá que, aunque podamos continuar con el tratamiento, no hay garantías de… Este tratamiento está aún en fase experimental.
–Soy consciente de las estadísticas, doctor –replicó él. Entonces, se giró un poco más para contemplar la figura de su hija Amira, que yacía sedada en la cama. Sintió una profunda y desgarradora rabia en su interior. Era consciente de que no podía hacer nada y eso lo desesperaba.
–Señor, creo que debería usted descansar…
–Estoy bien.
–Su hija no sabe que está usted aquí. Está muy sedada.
Karim apretó los labios. Sabía que no le serviría a su hija si terminaba cayendo él también enfermo.
–Quiero estar a su lado cuando despierte…
–Por supuesto, pero, mientras tanto, podría descansar algunas horas. Tenemos habitaciones aquí…
Karim tardó unos segundos en responder. De mala gana, asintió.
–Estupendo, señor. Lo prepararé todo para que…
–Limítese a darle a Tariq los detalles –replicó Karim. Y regresó junto al lecho de su hija.
El médico asintió con una débil sonrisa y fue a buscar al hombre en cuestión, un individuo de edad indeterminada que resultaba algo más sociable que su señor.
–La habitación es adecuada –dijo Tariq, aunque sin estar demasiado convencido de sus palabras–. Lo despertaré dentro de cuatro horas.
–De dos.
–Como desee, señor –respondió Tariq, que era mucho más que un simple asistente para Karim–. Pondré la guardia al final del pasillo. Le he dejado una infusión encima de la mesilla de noche. Podría ayudarlo a conciliar el sueño.
–Muy bien…
Estaba seguro de que nada podría impedirle dormir, pero estaba muy equivocado. Se tumbó en la cama, pero no parecía conseguir que su pensamiento se relajara. Permaneció media hora mirando el hecho. Su cuerpo estaba completamente agotado, pero le resultaba imposible conseguir que su cerebro se desconectara. De repente, chascó los dedos y se levantó
–Ya no aguanto más…
Se dirigió a la puerta. Tal vez le vendría bien darse un paseo por el exterior antes de regresar a la habitación de Amira…
Cuando salió, los guardias que estaban al final del pasillo estaban dormidos. Si iba a dar un paseo para aclararse la cabeza, sería mucho más agradable que, por una vez, no llevara a nadie pisándole los talones.
Se dirigió a la escalera de incendios y, sorprendentemente, no se encontró con nadie. Bajó rápidamente los escalones y salió del edificio. Estaba lloviendo en el exterior, pero Karim casi no se dio cuenta. Comenzó a andar pensando en las dos semanas que habían pasado desde que a Amira se le diagnosticó su enfermedad. Casi le parecía increíble que, tan sólo un mes atrás, su vida fuera completamente normal, sólo cuatro semanas antes de que se percatara de las profundas ojeras en el rostro de su amada hija… ¿Cuánto tiempo llevaban allí? ¿Qué clase de padre no sabía algo así?
Apartó el sentimiento de culpabilidad que inevitablemente sentía cuando pensaba en sus limitaciones como padre. Cuando Amira nació, Karim decidió que la niña no sufriera nunca por los engaños de su madre ni por su propia estupidez. Decidió que se comportaría hacia ella del mismo modo en el que lo habría hecho si la criatura hubiera llevado su sangre, que era exactamente lo que pensaba todo el mundo.
Cuando la niña nació ocho meses después de la boda, la mayoría de la gente fingió no saber nada de matemáticas. No obstante, su padre le dedicó una mirada de triste indulgencia y comentó algo sobre la impaciencia de los jóvenes. Sus primos no dejaron de realizar comentarios jocosos sobre el tema. Sus reacciones habrían sido muy diferentes si hubieran sabido la verdad, si hubieran sabido que, lejos de anticiparse a los votos matrimoniales, él jamás se había acostado con su esposa. Ella eligió la noche de bodas para informarle de que estaba embarazada del hijo de otro hombre.
Karim jamás pensó que experimentaría sentimientos que un hombre tendría hacia su propio hijo, hacia aquella niña, pero se equivocó. Bastó sólo que le pusieran en los brazos a la niña. Ésta lo miró directamente y, cuando dejó de llorar, Karim sintió que la pequeña le había arrebatado por completo el corazón.
La niña tenía ya ocho años y la situación no había cambiado, a excepción de que, desde la muerte de la madre dos años atrás, él era el único que conocía el secreto: Amira no era su hija biológica.
Hasta su enfermedad. Cuando surgió el tema de la donación de médula espinal, Karim se vio forzado a admitir que él no podría ser donante porque no era su padre biológico ni sabía quién podía ser.
Por primera vez, lamentó amargamente que no hubiera mostrado interés alguno por el amante de su esposa. Si lo hubiera hecho, habría alguien que podría ayudar a Amira.
Por supuesto, si hubiera amado a Zara, la situación podría haber sido diferente. No había sido así. Daba las gracias diariamente por su aparente incapacidad por enamorarse. La historia estaba plagada de hombres que quedaban destruidos y humillados cuando las mujeres a las que amaban los habían engañado y mentido.
No tenía intención alguna de colocarse en esa situación. Si alguna vez hubiera sido un hombre romántico, su matrimonio le habría abierto los ojos hacia los peligros de esa condición. No lo era. Karim se casaría por deber. Buscaría el amor, o más bien el sexo, en otra parte.
CUANDO vio el coche aparcado junto a la acera del otro lado de la estrecha calle, lo primero que Karim pensó fue que sus guardaespaldas lo habían visto abandonar el hospital hacía unos minutos y lo habían seguido. ¿Cuánto tiempo había pasado desde entonces?
Frunció el ceño y trató de pensar. ¿Por qué no podía hacerlo? Se miró y su frustración se hizo aún mayor. Estaba completamente empapado.
Miró a su alrededor. No recordaba haber salido de los límites que imponía la valla de hospital. No sabía cómo había llegado hasta allí. Había salido para tomar un poco el aire, pero, evidentemente, había tomado más de lo que había esperado. A pesar del que suponía había sido un largo paseo, no había logrado escapar de sus oscuros pensamientos. Tenía que regresar al hospital, pero no sabía dónde estaba. No reconocía nada, lo incluía los hombres que se encontraban en el interior del vehículo aparcado. Ellos parecían estar vigilando el edificio junto al que se encontraban. Karim centró la mirada en la placa que había a la entrada de la fachada de ladrillos rojos. Church Mansions. Un nombre muy pomposo para un edificio que no lo era tanto. Se trataba de una típica casa de estilo eduardiano que había sido dividida en pisos, como le había ocurrido al resto de las otras de la calle.
Trató de secarse la frente con la mano. ¿Por qué le resultaba familiar aquel nombre? ¿Por qué no era capaz de pensar?
Cuando se daba la vuelta para volver sobre sus pasos, lo recordó. Allí era donde vivía la nieta del rey Hassan. Era la dirección a la que debía haber ido a buscarla el jueves por la noche. La cita se había organizado antes de que Amira fuera diagnosticada. Suponía que Tariq, su mano derecha, se había ocupado de disculparse.
¿En qué día estaba? Jueves. No, viernes… Y justamente allí estaba él. ¿Acaso lo habría guiado el destino?
Karim no creía en la mano arbitraria de la providencia. No le gustaba la idea de no estar a cargo de su propio destino. Él se hacía responsable de sus propias decisiones. De las buenas y también de las malas.
¿Era ésa una mala decisión? Se hizo esta pregunta mientras examinaba los nombres que figuraban en la puerta hasta que encontró el que estaba buscando.
Por su sentido del deber, había accedido a conocer a aquella chica, pero la cita jamás había tenido lugar. Lo había hecho por respeto a Hassan Al-Hakin, rey de Azharim, un país que compartía frontera con Zuhaymi. Los dos países llevaban mucho tiempo siendo aliados, pero años atrás habían sido enemigos acérrimos.
El rey Hassan no había sido el primero en sugerirle que ya iba siendo hora que volviera a casarse, pero sí el único en sugerirle una posible esposa. A pesar de que no sentía inclinación alguna a aceptar la proposición de su vecino, no podía insultarlo negándose a conocer a la posible candidata. Esta actitud podría crear cierta tensión en la relación entre los dos países.
Comprendía el deseo del rey Hassan por casar a su nieta. Además, por nacimiento, aquella muchacha cumplía con todos los requisitos para convertirse en la novia de un príncipe.
Sin embargo, el linaje no era suficiente. Aquella mujer había vivido toda su vida ajena a una tradición que la empujaba a aceptar su papel de esposa con un hombre al que no conocía. Esperar algo así era como suponer que un niño de diez años puede dar una conferencia sobre astrofísica.
Karim sabía que tenía que casarse y era realista al respecto. No esperaba encontrar su alma gemela, sino alguien a la que, en primer lugar, no le disgustara la idea de compartir la cama con él. De todos modos, él no tenía prisa. Sólo tenía treinta y dos años. Disfrutaba mucho de su libertad y era un hombre joven, aunque no tanto como algunos. Amira sólo tenía ocho años y habría dado cualquier cosa por cambiar su sitio con el de ella.
Por supuesto, si Amira hubiera sido un chico, la situación habría sido muy diferente. No estaría tan presionado por los que tanto insistían en que se casara. No obstante, no necesitaba que otros le señalaran sus obligaciones. Sabía que, tarde o temprano, tendría que casarse y proporcionar el heredero que todos esperaban.
Era la una de la mañana. Eva decidió darse una ducha. Se sentía demasiado nerviosa y agitada como para poder conciliar el sueño. Resultaba verdaderamente irracional. No era que ella hubiera deseado que se presentara, pero los malos modales seguían siendo malos a pesar de que no tuviera motivo para quejarse del resultado.
Su noche había empezado muy mal y había ido cada vez peor. Para empezar, su ordenador se había estropeado y había perdido el trabajo de toda una semana. Entonces, el jefe del bar del hotel en el que ella trabajaba para complementar su beca de posgraduado la había llamado para que cubriera un turno. Había tenido que rechazar la oferta, por lo que, la siguiente vez, ella no sería la primera y, con su ordenador a punto de romperse del todo, le vendría bien el dinero. En realidad, no es que no tuviera dinero. La pensión que su abuelo había insistido en concederle estaba en el banco, donde iba a seguir estando. Utilizarla habría sido como renunciar en cierto modo a su libertad.
El día entero había sido una pérdida de tiempo. Como si no hubiera tenido nada mejor que hacer que pasarse horas decidiendo que era lo menos adecuado para ponerse y tras colocar artísticamente objetos personales de Luke en el cuarto de baño y varias prendas de ropa por el piso para que diera la impresión de que él estaba viviendo allí con ella.
Por supuesto, tendría que haberse imaginado que el príncipe tenía tan pocas ganas de conocerla como ella a él cuando un asistente la llamó un mes atrás para concertar la cita.
–¡Maldito sea! –exclamó mientras se quitaba los zapatos de una patada y se despojaba del resto de su poco adecuado atuendo–. ¿Quién se cree que es? Aparte de ser rico y poderoso… Evidentemente, la cortesía y los buenos modales no se aplican a la realeza.
Era una pena que todos los hombres que había en su vida no se hubieran olvidado de ella del mismo modo.
Luke llegó precisamente en ese instante.
–¿Dónde está?
–Aquí no.
Luke quiso conocer todos los detalles y disfrutó inmensamente de lo ocurrido.
–Vaya, vaya… parece que ese tipo no estaba tan interesado como tú pensabas, princesa.
Luke siguió haciendo un comentario tras otro sin recibir respuesta alguna de Eva.
–¡Tienes que apreciar la ironía de lo ocurrido, Evie!
En este momento, ella decidió abrir la puerta e invitarlo a marcharse.
Mientras se metía en la ducha, pensó que lo mejor era olvidarse de lo ocurrido. Si el asistente del aquel maldito príncipe la llamaba para volver a concertar una nueva cita, ella se estaría lavando el cabello.
Acababa de abrir el grifo cuando el estridente sonido del timbre de la puerta la sacó de su ensoñación.