El mercader de Venecia - William Shakespeare - E-Book

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William Shakespeare

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Beschreibung

El mercader de Venecia es una de las comedias más sobrias y menos anticuadas de Shakespeare, el prestamista judío Shylock acepta prestar dinero a un rival comercial odiado, el comerciante cristiano Antonio, si Antonio acepta entregar una libra de carne «más cerca de su corazón» en caso de un incumplimiento del préstamo.

Antonio acepta alegremente el trato porque está seguro de que nada saldrá mal, pero sus barcos no hacen sus entregas y él no cumple. Mientras tanto, el buen amigo de Antonio, Bassanio, va a probar suerte en un juego de habilidad o rompecabezas creado por el fallecido padre de la rica Portia para decidir quién se casará con ella. (Se muestran otros pretendientes que intentan y no pasan la prueba). Además, la hija de Shylock, Jessica, planea secretamente fugarse con su novio.

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Veröffentlichungsjahr: 2021

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William Shakespeare

William Shakespeare

EL MERCADER DE VENECIA

Traducido por Carola Tognetti

ISBN 979-12-5971-136-6

Greenbooks editore

Edición digital

Enero 2021

www.greenbooks-editore.com

ISBN: 979-12-5971-136-6
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Indice

EL MERCADER DE VENECIA

EL MERCADER DE VENECIA

PERSONAS DEL DRAMA.

EL DUX.

EL PRÍNCIPE DE MARRUECOS.

EL PRÍNCIPE DE ARAGON, pretendientes de Pórcia. ANTONIO, mercader de Venecia.

BASANIO, su amigo.

SALANIO.

SALARINO.

GRACIANO.

SALERIO, amigos de Antonio. LORENZO, amante de Jéssica. SYLOCK, judío.

TÚBAL, otro judío, amigo suyo. LANZAROTE GOBBO, criado de Sylock. EL VIEJO GOBBO, padre de Lanzarote. LEONARDO, criado de Basanio.

BALTASAR.

ESTÉFANO, criados de Pórcia. PÓRCIA, rica heredera.

NERISSA, doncella de Pórcia. JÉSSICA, hija de Sylock.

Senadores de Venecia, Oficiales del Tribunal de Justicia, Carceleros,

Criados y otros.

La escena es parte en Venecia, parte en Belmonte, quinta de Pórcia, en el continente.

ACTO I.

ESCENA PRIMERA.

Venecia.—Una calle.

ANTONIO, SALARINO y SALANIO. ANTONIO.

No entiendo la causa de mi tristeza. Á vosotros y á mí igualmente nos fatiga, pero no sé cuándo ni dónde ni de qué manera la adquirí, ni de qué orígen mana. Tanto se ha apoderado de mis sentidos la tristeza, que ni áun acierto á conocerme á mí mismo.

SALARINO.

Tu mente vuela sobre el Océano, donde tus naves, con las velas hinchadas, cual señoras ó ricas ciudadanas de las olas, dominan á los pequeños traficantes, que cortésmente les saludan cuando las encuentran en su rápida marcha.

SALANIO.

Créeme, señor: si yo tuviese confiada tanta parte de mi fortuna al mar, nunca se alejaria de él mi pensamiento. Pasaria las horas en arrancar el césped, para conocer de dónde sopla el viento; buscaria continuamente en el mapa los puertos, los muelles y los escollos, y todo objeto que pudiera traerme desventura me seria pesado y enojoso.

SALARINO.

Al soplar en el caldo, sentiria dolores de fiebre intermitente, pensando que el soplo del viento puede embestir mi bajel. Cuando viera bajar la arena en el reloj, pensaria en los bancos de arena en que mi nave puede encallarse desde el tope á la quilla, como besando su propia sepultura. Al ir á misa, los arcos de la iglesia me harian pensar en los escollos donde puede dar de traves mi pobre barco, y perderse todo su cargamento, sirviendo las especias orientales para endulzar las olas, y mis sedas para engalanarlas.

Creeria que en un momento iba á desvanecerse mí fortuna. Sólo el pensamiento de que esto pudiera suceder me pone triste. ¿No ha de estarlo Antonio?

ANTONIO.

No, porque gracias á Dios no va en esa nave toda mi fortuna, ni depende mi esperanza de un solo puerto, ni mi hacienda de la fortuna de este año. No nace del peligro de mis mercaderías mi cuidado.

SALANIO.

Luego, estás enamorado. ANTONIO.

Calla, calla.

SALANIO.

¡Conque tampoco estás enamorado! Entonces diré que estás triste porque no estás alegre, y lo mismo podias dar un brinco, y decir que estabas alegre porque no estabas triste. Os juro por Jano el de dos caras, amigos mios, que nuestra madre comun la Naturaleza se divirtió en formar séres extravagantes. Hay hombres que al oir una estridente gaita, cierran estúpidamente los ojos y sueltan la carcajada, y hay otros que se están tan graves y sérios como niños, aunque les digas los más graciosos chistes.

( Salen Basanio, Lorenzo y Graciano.) SALANIO.

Aquí vienen tu pariente Basanio, Graciano y Lorenzo. Bien venidos. Ellos te harán buena compañía.

SALARINO.

No me iria hasta verte desenojado, pero ya que tan nobles amigos vienen, con ellos te dejo.

ANTONIO.

Mucho os amo, creedlo. Cuando os vais, será porque os llama algun

negocio grave, y aprovechais este pretexto para separaros de mí. SALARINO.

Adios, amigos mios. BASANIO.

Señores, ¿cuándo estareis de buen humor? Os estais volviendo ágrios é indigestos. ¿Y por qué?

SALARINO.

Adios: pronto quedaremos desocupados para serviros. ( Vanse Salarino y Salanio.)

LORENZO.

Señor Basanio, te dejamos con Antonio. No olvides, á la hora de comer, ir al sitio convenido.

BASANIO.

Sin falta.

GRACIANO.

Mala cara pones, Antonio. Mucho te apenan los cuidados del mundo. Caros te saldrán sus placeres, ó no los gozarás nunca. Noto en tí cierto cambio desagradable.

ANTONIO.

Graciano, el mundo me parece lo que es: un teatro, en que cada uno hace su papel. El mio es bien triste.

GRACIANO.

El mio será el de gracioso. La risa y el placer disimularán las arrugas de mi cara. Abráseme el vino las entrañas, antes que el dolor y el llanto me hielen el corazon. ¿Por qué un hombre, que tiene sangre en las venas, ha de ser como una estatua de su abuelo en mármol? ¿Por qué dormir

despiertos, y enfermar de capricho? Antonio, soy amigo tuyo. Escúchame. Te hablo como se habla á un amigo. Hombres hay en el mundo tan tétricos que sus rostros están siempre, como el agua del pantano, cubiertos de espuma blanca, y quieren con la gravedad y el silencio adquirir fama de doctos y prudentes, como quien dice: «Soy un oráculo. ¿Qué perro se atreverá á ladrar, cuando yo hablo?» Así conozco á muchos, Antonio, que tienen reputacion de sabios por lo que se callan, y de seguro que si despegasen los labios, los mismos que hoy los ensalzan serian los primeros en llamarlos necios. Otra vez te diré más sobre este asunto. No te empeñes en conquistar por tan triste manera la fama que logran muchos tontos. Vámonos, Lorenzo. Adios. Despues de comer, acabaré el sermon.

LORENZO.

En la mesa nos veremos. Me toca el papel de sabio mudo, ya que Graciano no me deja hablar.

GRACIANO.

Si sigues un año más conmigo, desconocerás hasta el eco de tu voz. ANTONIO.

Me haré charlatan, por complacerte. GRACIANO.

Harás bien. El silencio sólo es oportuno en lenguas en conserva, ó en boca de una doncella casta é indomable.

( Vanse Graciano y Lorenzo.) ANTONIO.

¡Vaya una locura!

BASANIO.

No hay en toda Venecia quien hable más disparatadamente que Graciano. Apenas hay en toda su conversacion dos granos de trigo entre dos fanegas de paja: menester es trabajar un dia entero para hallarlos, y aún despues no compensan el trabajo de buscarlos.

ANTONIO.

Dime ahora, ¿quién es la dama, á cuyo altar juraste ir en devota peregrinacion, y de quien has ofrecido hablarme?

BASANIO.

Antonio, bien sabes de qué manera he malbaratado mi hacienda en alardes de lujo no proporcionados á mis escasas fuerzas. No me lamento de la pérdida de esas comodidades. Mi empeño es sólo salir con honra de los compromisos en que me ha puesto mi vida. Tú, Antonio, eres mi principal acreedor en dineros y en amistad, y pues que tan de veras nos queremos, voy á decirte mi plan para librarme de deudas.

ANTONIO.

Dímelo, Basanio: te lo suplico; y si tus propósitos fueren buenos y honrados, como de fijo lo serán, siendo tuyos, pronto estoy á sacrificar por tí mi hacienda, mi persona y cuanto valgo.

BASANIO.

Cuando yo era muchacho, y perdia el rastro de una flecha, para encontrarla disparaba otra en igual direccion, y solia, aventurando las dos, lograr entrambas. Pueril es el ejemplo, pero lo traigo para muestra de lo candoroso de mi intencion. Te debo mucho, y quizá lo hayas perdido sin remision; pero puede que si disparas con el mismo rumbo otra flecha, acierte yo las dos, ó lo menos pueda devolverte la segunda, agradeciéndote siempre el favor primero.

ANTONIO.