El misterio del portero fantasma - Roberto Santiago - E-Book

El misterio del portero fantasma E-Book

Roberto Santiago

0,0

Beschreibung

¡Comienza en curso y comienza la Liga para los futbolísimos! Sin embargo, las cosas enseguida se complican: se han apuntado al equipo siete chicos nuevos que son un crack. Además, su plaza en la Liga Intercentros depende de que ganen dos partidos, y luego está lo de los besos, y lo de ese chico chino que parece que para los goles con la mente...

Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:

Android
iOS
von Legimi
zertifizierten E-Readern

Seitenzahl: 190

Das E-Book (TTS) können Sie hören im Abo „Legimi Premium” in Legimi-Apps auf:

Android
iOS
Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.



1

Un minuto y veintinueve segundos.

Estamos empatados.

Camuñas tiene en su equipo a Messi, Kun Agüero y Neymar.

Yo tengo en el mío a Iniesta, Falcao y Cristiano Ronaldo.

El «3 contra 3» es el mejor videojuego del mundo.

El tiempo sigue corriendo.

Solo faltan un minuto y diecisiete segundos para que acabe.

Messi hace una pared con el Kun, regatea a Iniesta y dispara... al poste.

Seguimos empatados.

Se juega sin portero.

Solo tres jugadores contra otros tres jugadores.

Y el primero que mete diez goles, gana el partido.

Un minuto y ocho segundos.

Falcao atrapa el balón en el centro del campo. Avanza unos metros y, sin pensarlo, chuta a portería... Huuuuuuuuuuy.

El balón sale rozando el larguero.

Solo hay una excepción: si se cumple el tiempo reglamentario y ninguno de los dos equipos han llegado a diez goles, los dos pierden.

No existe el empate.

Solo hay victoria o derrota.

Quedan cincuenta y tres segundos.

Y estamos empatados a nueve goles.

El primero que meta gol, gana.

El Kun gira con el balón controlado y pasa a Neymar, que sale corriendo por la banda.

Cristiano intenta pararle, pero el brasileño salta por encima.

Centra al área... y allí llega Messi a rematar.

Pero en el último segundo, Iniesta despeja.

Camuñas y yo estamos jugando el último partido del verano en la Wii.

El definitivo.

Hoy es domingo, 6 de septiembre.

Mañana lunes empieza el nuevo curso en el colegio.

Llevamos todo el verano jugando al «3 contra 3».

Y llevamos exactamente 286 partidos ganados cada uno.

Hemos cambiado de jugadores.

Hemos cambiado de campo.

Hemos cambiado de camiseta.

Hemos hecho todas las pruebas posibles.

Y al final, estamos empatados.

Treinta y nueve segundos.

Falcao la coge de nuevo, se va del Kun por velocidad, parece que va a centrar... Pero en el último momento se interna en el área grande, se da la vuelta y, sin que nadie se lo espere, le pega un tremendo chut al balón.

Los dos nos quedamos mirando sin movernos.

La pelota se dirige a toda velocidad hacia la portería... Pero se estrella en el poste, rebota y cae a los pies de Cristiano. Está solo con el balón delante y la portería vacía.

Solo tengo que empujar el balón y meter gol.

Me quedo parado un segundo o dos antes de chutar. No quiero equivocarme.

Demasiado tiempo.

Neymar se tira en plancha y se lleva el balón.

He perdido una ocasión de oro.

Veintidós segundos.

Si ninguno mete gol, todo el verano habrá quedado en nada.

Además, Camuñas y yo hemos hecho una apuesta muy importante.

El que pierda tendrá que plantarse el primer día de colegio en mitad del patio y darle un beso a una chica delante de todos.

Tiene que ser una chica del colegio. Esa es la única condición.

Es una tontería.

Pero es lo que hemos apostado.

Camuñas mueve su mando como si estuviera poseído.

Se pone en pie.

Le miro a él y luego miro la pantalla. Allí veo a Neymar, que pega un tremendo pelotazo hacia el campo contrario.

Llega Messi y controla el balón.

Tengo que pararle como sea.

Casi no queda tiempo.

Messi caracolea y regatea a Iniesta.

Miro de reojo a Camuñas. Está rojo del esfuerzo.

Pienso que tal vez podría darle un empujón.

Pero no lo hago.

Messi continúa avanzando con el balón.

Falcao viene corriendo por detrás.

Tengo que llegar, tengo que llegar... Tengo que pararle.

Yo también me pongo de pie y aprieto el mando con todas mis fuerzas.

Ocho segundos.

Me viene a la cabeza una idea: puedo desenchufar la videoconsola y decir que ha sido sin querer.

Messi sigue corriendo con el balón en los pies.

Falcao galopa detrás de él.

Seis segundos.

Cinco.

Cuatro.

Messi chuta a portería.

El balón vuela.

Tres.

Yo me quedo inmóvil.

Dos.

El balón está a punto de entrar.

Uno.

Y...

GOL.

Golazo de Camuñas.

En el último segundo.

2

El primer día de colegio, todo el mundo se mira como si tuviera muchas cosas que contar.

–¿Qué has hecho este verano?

–He estado en el pueblo con mis abuelos.

–Estás más gordo.

–Pues tú estás más flaco.

–Y tú más alto.

–Pues tú no.

Y así todo el mundo.

Después de cinco minutos te das cuenta de que ya no tienes nada más que contar, y entonces empieza de verdad el nuevo curso.

Lo que pasa es que este año el primer día de colegio fue un día muy especial.

Para empezar, tenía que besar a una chica en el patio, delante de todos.

Esa era la apuesta.

Camuñas no se había olvidado.

Nada más llegar al colegio, a las nueve menos dos minutos, se acercó a mí y me dijo:

–Tiene que ser delante de todo el mundo.

–Que sí –dije yo.

–Elige bien, porque te van a ver todos –insistió.

–Ya, ya...

Y entré en clase.

No podía pensar en otra cosa.

Tenía que besar a una chica.

Y tenía que hacerlo hoy.

¿Quién me manda hacer una apuesta tan absurda?

Por allí estaban la mayoría de mis compañeros del equipo de fútbol, hablando sobre sus veranos.

Estaban Tomeo y Angustias, los dos defensas. Angustias se quejaba de las picaduras de los mosquitos, y Tomeo contaba que había batido el récord mundial del pueblo de sus padres de comer helados de chocolate.

Marilyn, la capitana, le contaba a Anita, la portera suplente, que había ido a Colombia a ver a sus tíos y sus abuelos.

Toni, la estrella del equipo, el chulito metegoles, le pegó una colleja a Ocho.

–Para que estrenes corte de pelo –le dijo.

Y siguió a lo suyo.

–¿Has pensado ya a quién le vas a dar el beso? –insistió Camuñas.

–Noooo –dije yo.

Pero era mentira. Tenía clarísimo a quién dárselo.

Pero no la veía por ninguna parte.

Cuando estaba pensando en todo eso, de pronto escuché una voz detrás de mí.

–Hola, Pakete, ¿es que ya no saludas?

Me giré y vi a... Helena con hache.

Estaba más guapa que nunca.

Y más alta.

Y más... de todo.

Era la misma y no era la misma. No sé si me explico.

–Hola –dije.

Solo hacía un mes que no la veía, pero había cambiado mucho durante este tiempo.

–He estado con mis padres en un camping en Laredo. Íbamos todos los días a la playa, y hemos subido en un globo y también en una avioneta sin motor, y todas las noches cenábamos al aire libre delante de una hoguera... Volvimos justo anoche, y eso porque hoy empezaba el colegio, que si no, nos habríamos quedado allí más tiempo –dijo Helena–. ¿Y tú qué has hecho?

Yo pensé en el «3 contra 3».

Y en la apuesta.

Tenía a Helena justo delante de mí.

Podía darle un beso ahora mismo.

Y ya está.

Al fin y al cabo, no sería el primero.

Sin embargo, en ese momento supe que me daba mucha más vergüenza besarla a ella que a cualquier otra chica del colegio o del mundo.

–Entonces, ¿qué has hecho este verano? –insistió Helena.

Podía decirle la verdad: «Me he pasado todo el verano jugando a la Wii con Camuñas».

Pero en lugar de eso, me encogí de hombros.

–He estado por ahí –dije.

Ella me clavó sus enormes ojos y se rio.

Y eso fue todo.

Porque a continuación sonó el timbre y empezó la primera clase del primer día.

No podía ser otra: matemáticas.

3

Con las matemáticas me pasa siempre lo mismo.

Abro el libro al principio de curso con la esperanza de que ese año me gusten, como si pudiera encontrar algo distinto, y entonces me doy cuenta de que siguen siendo el mismo rollo de siempre.

La cosa es así: el curso pasado estuve a punto de suspender matemáticas. Sin embargo, acabé aprobando gracias al fútbol,por raro que suene. De pronto me entraron muchas ganas de saber las probabilidades que teníamos de ganar el último partido de la liga y salvar a nuestro equipo, así que el Tábano me acabó aprobando «por el interés que había mostrado».

El Tábano es nuestro profesor de matemáticas.

Cada vez que habla parece que está haciendo un ruido como si fuera una mosca volando: zzzzzzzzzzzzzz...

Por eso le llaman el Tábano.

El Tábano me caía un poco mejor que el año pasado, porque me aprobó y me libró de estar todo el verano estudiando matemáticas.

Por eso ahora tenía esperanzas.

Pero el Tábano me hizo volver pronto a la realidad.

Todavía no nos habíamos acabado de sentar, y ya nos estaba poniendo el primer examen del año.

–Un examen sorpresa de bienvenidazzzzzzzzzzz –dijo.

El Tábano explicó que este curso era muy importante porque íbamos a estudiar matemáticas aplicadas a la vida real, que por lo visto son igual que las matemáticas que habíamos estudiado otros cursos, pero más complicadas.

–Este año tenéis que estar más preparados que nunca –añadió–. Uno no puede ir por la vida sin saber matemáticas.

Mis padres también me dicen todo el tiempo que algún día me daré cuenta de lo importantes que son las matemáticas.

–Algún día –dice mi madre.

–Exactamente –añade mi padre.

Y se quedan tan anchos.

El Tábano se levantó y empezó a escribir las preguntas del examen a toda velocidad en la pizarra.

El primer problema que puso tenía que ver con el fútbol.

Dibujó un campo de fútbol, nos dio las medidas de ancho y de largo, y luego nos hizo calcular la superficie de todo lo que había en él: las áreas grandes, las áreas pequeñas, el círculo central, el semicírculo de cada área... Hasta el cuarto de círculo del córner.

Había que calcular tantas cosas que me entró dolor de cabeza solo de pensarlo.

Entonces, cuando llevábamos diez minutos de examen y mi cabeza estaba llena de números, se abrió la puerta.

Y entró alguien que iba a hacer que aquel principio de curso fuera el más increíble de nuestra vida.

4

–Mira qué bajito –susurró Anita.

–Y qué delgado –dijo Marilyn.

–Y qué guapo –añadió Anita.

No sé si era guapo o no.

Pero, desde luego, era muy bajo.

Y muy delgado.

Y muchas cosas más. Cosas que supimos después.

¡Ah! También era chino.

–Este es Deng Wao –dijo Esteban, el director del colegio, que le acompañaba cuando entraron en clase–. Es vuestro nuevo compañero. Ha venido con sus padres desde Tianjín, que es la

cuarta ciudad más importante de China y que está en el suroeste del país...

–Estamos en medio de un examen, zzzzz –le interrumpió el Tábano–. Si no le importa...

Esteban subió un poco las cejas.

Al director de nuestro colegio le encanta hablar y demostrar siempre lo mucho que sabe de todas las cosas.

–Un examen, ya veo –dijo Esteban.

Seguramente a él también le extrañó que estuviéramos haciendo un examen el primer día de clase.

–Ocupe su asiento, señor Wao –dijo el Tábano, que nos llama a todos de usted, aunque tengamos once años.

Deng Wao tuvo que recorrer la clase entera hasta la primera fila, que era el único sitio libre. Todos le miramos, y las chicas murmuraron otra vez.

–A mí me parece demasiado flaco: parece un fideo –dijo Camuñas, que estaba de mal humor desde que habíamos llegado.

Cuando Deng Wao se sentó, Esteban volvió a su despacho y el examen continuó.

Wao se levantó, cogió uno de los folios que tenía el Tábano en una esquina de su mesa, volvió a su sitio y empezó a escribir.

–Usted no está obligado a hacer el examen, no se preocupe...

–No problema –dijo Deng Wao, y siguió escribiendo sin parar.

Al cabo de unos minutos, se levantó muy serio, entregó el examen y se volvió a sentar.

El Tábano le miró sorprendido, con los ojos por encima de las gafas, como si Deng Wao le estuviera tomando el pelo.

Después, bajó la vista a la hoja de papel... y abrió mucho los ojos.

Se pasó el resto de la hora corrigiendo los exámenes y mirando de vez en cuando a Deng Wao, por encima de las gafas.

A cada hoja que corregía hacía un «zzzz», que significaba «mal» o «muy mal», según hiciera el ruido corto o largo. Cuando llegó al mío lo adiviné porque hizo «zzzz» tres veces.

El Tábano terminó de corregir, empujó sus gafas desde la punta de la nariz hacia arriba, nos miró a todos muy serio y nos dijo:

–Este año os vais a cambiar de sitio en la hora de matemáticas.

Después añadió que los sobresalientes se iban a sentar con los suspensos.

Así que, por primera vez desde el principio de los tiempos, por primera vez en toda nuestra historia en el colegio Soto Alto, Camuñas y yo nos íbamos a sentar separados en clase.

Hubo murmullos y protestas.

–¿Y los aprobados? –preguntó Helena.

–No hay aprobados en el examen de hoy, zzzzzz –dijo el Tábano–. Solo he puesto sobresalientes a los que han entendido

las preguntas, y suspensos a los que no han entendido nada. No hay punto medio.

Al que peor le sentó la noticia fue a Toni.

–Yo no quiero cambiarme de sitio –murmuró.

Toni siempre se quedaba con el mejor sitio el primer día del curso.

En la última fila. Justo al lado de la ventana, para mirar cuando se aburre, y junto al radiador, para no pasar frío en invierno.

No sé si he dicho ya que Toni es un superchulito.

Todos nos levantamos y nos fuimos cambiando según nos iba diciendo el Tábano.

A mí me tocó con Marilyn, que es la capitana del equipo de fútbol y que además siempre saca buenas notas en matemáticas, y también en cono y en lengua y literatura.

Cuando se sentó a mi lado, Anita empezó a cuchichear con otra chica.

Las dos señalaban a Marilyn y murmuraban.

Y al verlas cuchichear, Marilyn se puso muy nerviosa.

–¿Estás bien? –le pregunté.

–Sí, sí –respondió Marilyn enseguida, sin mirarme.

Y apartó la vista.

A Camuñas le tocó sentarse con el nuevo.

–Lo que faltaba: me mandan con el chino –dijo Camuñas.

–No llamo chino, llamo Deng Wao –dijo Deng Wao.

Toni se rio.

Camuñas se quedó un poco cortado.

El Tábano mostró a todos el examen de Wao y dijo:

–Es un prodigio, zzzzzz. Deberíais tomar ejemplo de vuestro nuevo compañero: acaba de llegar de China, aún no conoce bien nuestro idioma, y ya está más adelantado que el resto en matemáticas...

Tomeo levantó la mano.

–¿Qué sucede? –preguntó el Tábano.

–Que a lo mejor en Tianjín están más adelantados en matemáticas.

Todos se rieron al escuchar a Tomeo.

Aunque, la verdad, no sé por qué.

El caso es que Wao había contestado correctamente todas las preguntas.

La única que se había acercado un poco era Marilyn, que había contestado bien la mitad.

Además de ser nuestra capitana del equipo de fútbol y de mandar mucho, Marilyn hace todas las operaciones de cabeza y siempre sabe la respuesta correcta.

Las preguntas que había puesto el Tábano eran sobre temas que todavía no habíamos estudiado. Eran precisamente sobre las cosas que nos iban a enseñar durante este curso.

–Entonces, ¿cómo íbamos a contestar bien? –preguntó Angustias.

El Tábano le miró.

Y dijo:

–Esa es justamente la cuestión, zzzzzzzzzzzzzzzzzz.

A continuación dijo que nos iba a dictar algunos ejercicios para casa.

–Completen los números que faltan en las siguientes operaciones: espacio, 4, 8, 4, 6...

Y entonces Wao dijo:

–Yo sé.

Y se puso a escribir a toda velocidad.

–Pero si todavía no he terminado el ejerc... –empezó a decir el Tábano.

Pero no terminó la frase.

Wao escribía rapidísimo.

No hacía ruido, pero escribía tan deprisa y tan concentrado que nos quedamos mirándole.

–¿Está usted bien? –le preguntó el Tábano.

Wao murmuró algo en chino y siguió escribiendo.

Unos segundos después, le dio su hoja al Tábano.

El Tábano miró el folio, miró a Wao y dijo:

–Pero ¿cómo lo has sabido? Si no he terminado de enunciar el ejercicio, y además era para resolver en casa...

Wao no dijo nada.

Yo crucé una mirada con Camuñas.

¿Cómo lo había hecho?

¿Era una especie de genio?

¿O un mago?

¿O le había leído el pensamiento al Tábano?

5

El primer recreo del curso es el momento de decidir muchas cosas:

• Quién lleva los vaqueros nuevos más chulos (en nuestro colegio no llevamos uniforme).

• Quién tiene el álbum de cromos de la liga de fútbol completo (este año, nadie).

• Quién ha pasado el verano más guay (siempre era Toni, pero este año no pudo hacer ningún viaje alucinante porque la fábrica de patatas fritas de su padre va mal y está a punto de cerrar).

• Y también quiénes son el guapo y la guapa oficiales del año.

Pero este año, todo eso no tenía ninguna importancia.

Este año solo hablábamos de una cosa.

–Yo creo que tiene poderes. Muchos chinos tienen poderes. Lo he leído en internet –dijo Tomeo.

–Pero... ¿estáis seguros de que le leyó la mente? –preguntó Helena.

Helena era la única del equipo que no iba a la misma clase que nosotros, y muchas veces le teníamos que contar las cosas que pasaban.

Estábamos en el patio, discutiendo sobre lo que había hecho Deng Wao durante la clase de matemáticas.

–Si le ha leído la mente al Tábano, entonces también puede hacerlo con nosotros –dijo Angustias, nervioso–. ¡Yo no quiero que me lea el pensamiento, os lo digo desde ya!

–Pues a mí me encantaría –dijo Anita, pensativa.

–Si es capaz de leer la mente, también podría freírnos el cerebro –dijo Marilyn mirando a Angustias, muy seria–. Lo he visto en una película: una niña china hacía explotar la cabeza a la gente solo mirándoles.

Angustias se puso blanco.

–Mi padre dice que los chinos van a conquistar el mundo entero –dijo Camuñas.

–Tu padre está en la cárcel y no sabe lo que dice –dijo Toni.

–¿Qué has dicho? –dijo Camuñas.

–Pues eso –dijo Toni, y miró a Camuñas muy fijamente, desafiándole.

Quique, el padre de Camuñas, estaba en la cárcel por intentar amañar partidos durante nuestro torneo en Benidorm este verano. Le habían condenado a tres años, y por lo visto estaba en una cosa que se llama régimen abierto y podía salir todos los fines de semana y también algunos días. Como estaba en una cárcel que se encuentra muy cerca de nuestro pueblo, en Soto del Real, podía ir a casa todas las semanas. Es la única persona que yo he conocido en mi vida que está en la cárcel.

Toni y Camuñas se miraron con cara de pocos amigos.

–¿Creéis que podría ver el futuro también? –preguntó Ocho.

–¿Y mover objetos con la mente? –siguió Anita.

–¿Pero de qué estáis hablando? –dijo Helena–. Si no ha hecho nada... Solo responder un problema de matemáticas.

–Tú no estabas allí –dijo muy serio Tomeo–. Fue muy raro, de verdad. Tenías que haberle visto.

–Yo tampoco creo que el chino tenga poderes. Seguro que sabía la pregunta. La debió de ver en la mesa del Tábano o algo. Es un mentiroso –dijo Camuñas–. Un mentiroso, un estafador, un jeta, como todos los chinos...

–Bueno, un mentiroso tampoco, porque él no ha dicho que tenga poderes, eso lo hemos dicho nosotros –dije yo.

–¿Pero tú de parte de quién estás? –me dijo Camuñas, enfadado.

Camuñas se había pasado el resto de la clase evitando hablar con Wao y mirándole con mala cara.

Estaba claro que no le había caído precisamente bien.

–¿Qué te pasa con Wao? –le preguntó Marilyn.

–Lo que yo tenga con él es asunto mío –respondió Camuñas, de mal humor.

–Si acaba de llegar al colegio... ¿Qué te ha hecho? –insistí yo.

Camuñas hizo un gesto como si quisiera que le dejásemos en paz.

Pero Toni no estaba dispuesto.

–Los padres de Wao son los que han montado la nueva agencia de viajes –dijo Toni.

Ahora encajaba todo.

Cuando le metieron en la cárcel, el padre de Camuñas tuvo que vender su agencia de viajes, la única que hay en el pueblo.

Los nuevos propietarios, por lo visto, eran los padres de Wao.

Habían venido de China para llevar su propio negocio.

Y ahora lo tenían.

–Los chinos quieren conquistar el mundo –insistió Camuñas–. Quieren ser los dueños de todo.

Le miramos intentando entender por qué estaba tan rabioso. Nadie quería decirle a Camuñas que si su padre no hubiera hecho el tonto en Benidorm, nada de eso habría pasado. Aunque yo creo que todos lo pensábamos.

–No sabía que los Wao son los de la agencia de viajes –dije yo.

–Eso no tiene nada que ver –dijo enseguida Camuñas.

Pero estaba claro que tenía mucho que ver.

–No pasa nada, Camuñas. Seguro que tu padre sale pronto de la cárcel y vuelve a montar otro negocio y... –dijo Helena.

–Dejadme en paz –dijo Camuñas, cortándola.

Se fue de allí sin decir nada más.

–En el fondo tiene razón –dijo Toni–. Los chinos están invadiendo todo.

–Eso es una tontería muy grande –le respondió enseguida Marilyn–. Una cosa es que lo diga Camuñas, que lo está pasando fatal por lo de su padre, pero que lo digas tú... Te debería dar vergüenza.

–Además, ¿qué culpa tienen los chinos de que el padre de Camuñas intentara hacer trampas y le metieran en la cárcel y tuviera que vender su negocio? –preguntó Tomeo.

Yo salí corriendo detrás de Camuñas.

–No te pongas así, oye, Camuñas, espera –dije.

Camuñas se paró un momento. Se dio la vuelta, se acercó a mí y me dijo al oído:

–Tú mejor te callas y cumples con lo que ya sabes, que para eso has perdido la apuesta.

Me lo dijo muy serio.

–Has perdido –insistió–. Paga la apuesta. Ya.

–¡Está bien! –le dije.

Me tenía harto. Además, conociendo lo cabezón que es Camuñas, si no lo hacía cuanto antes, se pasaría toda la semana dándome la tabarra. Y todo el mes. Y todo el curso. Y toda la vida, si hacía falta.

Tenía que hacerlo.

Ahora o nunca.

Me di la vuelta.

Estábamos en mitad del patio.

Helena estaba delante de mí, a unos pocos metros. Caminé unos pasos hasta ella. La miré, tratando de sonreír.

–¿Estás bien, Pakete? –me preguntó ella–. ¿Qué te ha dicho Camuñas?

Yo tragué saliva.

–Nada –dije.

–Es normal que esté enfadado con el chino, con todo lo que le ha pasado a su padre –dijo Helena–, pero hay que ayudarle para que no piense esas cosas...

Ella hablaba. Pero yo ya no la escuchaba.

Estaba concentrado en una sola cosa: tenía que besarla. Acabar con aquello de una vez.