El novio soñado - Susan Mallery - E-Book
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El novio soñado E-Book

Susan Mallery

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Beschreibung

Según la leyenda familiar, Chloe Bradley Wright estaba destinada a soñar con el hombre de su vida durante la noche de su vigésimoquinto cumpleaños. Chloe no creía en la magia, por eso se llevó una buena sorpresa cuando su camino se cruzó con el del atractivo arqueólogo con el que había soñado. Arizona Smith era todo lo que deseaba en un hombre, pero no se quería enamorar de él, sobre todo porque Arizona no se quedaba mucho tiempo en el mismo lugar. Sin embargo, sus besos apasionados y su encanto irresistible le hicieron cambiar de opinión. Hasta cabía la posibilidad de que la profecía fuera cierta.

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Editado por Harlequin Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

© 1999 Susan W. Macias

© 2014 Harlequin Ibérica, S.A.

El novio soñado, n.º 2029 - noviembre 2014

Título original: Dream Bride

Publicada originalmente por Silhouette® Books

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Julia y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

I.S.B.N.: 978-84-687-5601-1

Editor responsable: Luis Pugni

Conversión ebook: MT Color & Diseño

www.mtcolor.es

Índice

Portadilla

Créditos

Índice

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Capítulo 16

Publicidad

Capítulo 1

OjalÁ estuviera a punto de soñar con el hombre de mi vida —dijo Cassie, sonriendo—. Debes de estar entusiasmada…

Chloe Bradley Wright acarició la suave tela del camisón que tenía entre las manos y, tras mirar a su hermana, replicó:

—Sí, tanto que no encuentro palabras para expresarlo. ¿Seguro que tengo que ponerme el camisón?

—No tienes que hacer nada si no quieres.

A Chloe le habría gustado que fuera cierto, pero estaba obligada a ponerse el estúpido camisón. Era el día de su vigesimoquinto cumpleaños y, en consecuencia, no le quedaba más remedio que participar en la leyenda de la familia. Sin embargo, ella no creía ni en la magia ni en los amores eternos. Desde su punto de vista, el amor era una forma prácticamente segura de terminar con el corazón roto.

Abrió la boca para decir lo que pensaba al respecto y la volvió a cerrar. Chloe no era creyente, pero a su hermana, Cassie, le sobraba la fe que a ella le faltaba. Además, ¿quién era ella para intentar que cambiara de opinión? Si Cassie quería creer en esas cosas, estaba en su derecho. Y, por otra parte, tampoco era para tanto.

Clavó la vista en un rostro que le resultaba casi tan familiar como el suyo. Cassie era adoptada, pero habían crecido juntas desde su más tierna infancia y, como Chloe solo le sacaba seis meses, eran las mejores amigas del mundo.

—Está bien, me lo pondré.

Cassie se acercó a ella y la abrazó.

—¡Lo sabía!

La hermana de Chloe saltó de la cama. Su corto y castaño cabello osciló suavemente alrededor de su cara.

—Iré a decírselo a la tía Charity —continuó—. Seguro que se lleva una sorpresa.

—Lo dudo —dijo en voz baja.

Chloe sabía que su tía tenía un sexto sentido para esas cosas, y estaba segura de que ya habría imaginado con quién iba a soñar.

En cuanto se quedó a solas, se quitó la camiseta y los vaqueros.

—Charity se equivoca. No voy a soñar con nadie —se dijo en voz alta—. Solo es un camisón. No tiene poderes mágicos… ¿Quién cree en esas cosas a estas alturas?

Se desabrochó el sostén y lo dejó en el suelo. Después, volvió a recoger el camisón y se lo puso. La tela estaba tan fría que se estremeció.

—No es nada —declaró en un intento por convencerse a sí misma.

Sin embargo, Chloe no las tenía todas consigo. ¿Qué pasaría si la leyenda era real? ¿Qué pasaría si efectivamente soñaba con el hombre que estaba destinado a ser su amor?

—Tonterías. Esa idea es tan absurda como la idea de que aparezcan unos extraterrestres y me rapten.

—Yo no estaría tan segura de eso…

Chloe se sobresaltó al oír la voz de su tía, que acababa de entrar en el dormitorio.

—¿Qué ha hecho Cassie para conseguir que te pongas el camisón? —siguió hablando—. ¿Retorcerte el brazo?

Chloe se encogió de hombros.

—No ha hecho nada. Simplemente, he pensado que es un rito tan inevitable entre las Bradley como los cumpleaños y los impuestos. Solo siento que se vaya a llevar una decepción por la mañana…

—Sí, será una pena. Cassie es de las pocas personas que creen de verdad en la leyenda. Ya no quedan muchas.

Chloe había cumplido veinticinco años, pero en ese momento se sintió como si tuviera diez y Charity la estuviera mirando con recriminación por no haber sacado notas tan buenas como esperaba.

—No me digas que tú crees en la leyenda, tía.

Chloe se sentó en el borde de la cama y su tía se acomodó a su lado. Charity era de altura media y tenía los ojos y el cabello oscuro de todos los Wright. Debía de haber cumplido los cincuenta y cinco años, pero se conservaba tan bien que habría podido pasar por una mujer de cuarenta y tres o cuarenta y cuatro.

—Bueno, he viajado por todo el mundo y he visto cosas verdaderamente maravillosas —dijo—. En cuanto a la magia y las leyendas… ¿Quién sabe qué es real y qué no lo es?

Chloe soltó un bufido irónico.

—Oh, vamos. ¿Intentas convencerme de que este camisón tiene varios siglos de antigüedad y, por si eso fuera poco, poderes mágicos?

Esta vez fue Charity quien se encogió de hombros.

—No pretendo convencerte de nada.

Chloe acarició la tela de nuevo.

—Para ser tan viejo, está perfecto.

—Como yo, cariño —afirmó Charity.

—Tú no eres vieja… —Chloe suspiró—. No sabes cuánto me gustaría que la leyenda fuera verdad, pero no lo creo.

—Porque eres periodista —observó con humor.

—Sí, es posible. Pero es importante que alguien tenga sentido práctico en nuestra familia. Cassie y tú estáis todo el día con la cabeza en las nubes.

Justo entonces, Cassie entró en la habitación.

—Ya estoy aquí —dijo.

Cassie llevaba algo en la mano, pero Chloe no se pudo interesar al respecto porque su hermana lo lanzó al aire antes de que pudiera preguntar. Docenas de pétalos de color rosa, rojo y amarillo cayeron sobre ellas.

—Es mi contribución —declaró con una sonrisa.

Cassie se sentó en el pequeño sillón de orejas que estaba junto a la puerta del armario. Chloe se quitó los pétalos del cabello y, al ver lo bonitos que eran, su enfado por tener que participar en la tradición de la familia desapareció al instante.

—Como ves, has ganado —dijo, levantándose de la cama.

Su tía también se levantó.

—Es lo mejor, cariño. Ya lo verás…

Charity se dirigió a la puerta y, antes de salir, dijo:

—Que duermas bien.

Cassie se acercó entonces a su hermana y sonrió.

—Espero que sueñes con un hombre maravilloso; un hombre muy guapo y que quiera estar contigo para siempre.

—Eres una romántica —replicó con ironía—. Pero haré lo que pueda.

—Cuando amanezca, me lo contarás todo. Y con todo lujo de detalles.

—Está bien…

Cassie salió de la habitación. Chloe apagó la luz y se metió en la cama donde dormía desde los trece años. Había redecorado varias veces la estancia, pero la cama era la misma y, normalmente, tenía la impresión de que no había cambiado nada.

Sin embargo, aquella noche no era como las demás. Todo le parecía distinto.

Se tapó con el edredón, cerró los ojos y sonrió al pensar en su fiesta de cumpleaños. No quería que fuera grande, de modo que solo invitó a unos cuantos familiares y amigos. Charity y Cassie se encargaron de preparar la cena y, tras el postre, le dieron los regalos.

Su mente ya se estaba empezando a relajar cuando se acordó de la leyenda. Por lo visto, una joven había salvado la vida a una vieja gitana que, a cambio, le regaló un camisón. La joven era una Bradley, y la gitana le había asegurado que, si las mujeres de su familia se ponían ese camisón durante la noche de su vigesimoquinto cumpleaños, soñarían con el hombre del que se iban a enamorar y serían felices con él.

—Qué tontería —susurró Chloe—. Eso es tan probable como que aparezca un príncipe en un caballo blanco y me rapte.

Chloe sabía exactamente lo que iba a soñar: lo que siempre había soñado, nada en absoluto. Sus noches eran tan tranquilas y poco interesantes como un cajón vacío y, a decir verdad, le gustaban así.

Una vez más, pensó que el camisón no era mágico y que la leyenda solo era una leyenda.

Luego, se quedó dormida.

Apareció en mitad de la oscuridad. No en un caballo blanco, sino en un jeep que rugía por la pendiente de una montaña.

—Esto no puede estar pasando —se dijo Chloe dentro del sueño.

Desconcertada, se apoyó en una roca y se quedó sorprendida cuando el viento azotó su camisón e hizo que se hinchara como la vela de un barco. No llevaba más ropa que la prenda supuestamente mágica.

—Estás soñando —continuó—. No es más que un sueño. No pasará nada.

Momentos después, el jeep se detuvo a su lado y el hombre bajó del vehículo. Era delgado y alto; sustancialmente más alto que ella, que medía un metro setenta. Chloe pensó que al menos era guapo y se alegró por no estar soñando con una especie de ogro.

El hombre no dijo nada. Se limitó a acercarse, arrancarse la camisa y abrazarla con fuerza, contra su pecho desnudo.

—Me gusta —dijo ella en voz alta.

—Calla, amor mío. Soy tu destino.

—Sí, claro… Y yo soy descendiente de la reina Victoria.

Chloe clavó la mirada en los ojos más verdes que había visto nunca. El sueño era increíblemente real. Podía sentir el viento, el calor del desconocido y el aliento que le acariciaba la mejilla. Incluso podía sentir su erección.

—Te deseo —declaró él.

—Pues tómame. Soy tuya.

El hombre la besó y ella soltó un gemido de sorpresa y de placer. Su boca la conquistó de la más perfecta y experta de las formas. Se sintió pequeña, delicada y, paradójicamente, inmensamente libre. Pero era un sueño. Nada más.

Chloe rompió el contacto y dijo:

—Quiero pedirte una cosa.

—Lo que tú quieras.

—No desaparezcas hasta que hayamos terminado. Odio esas ensoñaciones eróticas que se estropean treinta segundos antes de llegar a lo mejor.

En lugar de contestar, él la alzó en vilo y la llevó a una cueva, en la que ardía un fuego. Al ver la suave y limpia cama de paja que estaba dentro, Chloe sonrió y dio las gracias a su imaginación por ser tan previsora.

—¿Quién eres? —le preguntó cuando ya se habían tumbado.

—Tu destino —repitió él.

—Sí, ya lo has dicho antes, pero tendrás un nombre… ¿O quieres que te llame Destino?

Él la miró con tanta intensidad que ella se sintió como si pudiera ver hasta los lugares más recónditos de su alma. Quiso decir algo más, pero no pudo. Sabía que aquello era un sueño, pero habría dado cualquier cosa con tal de que no lo fuera.

—Ya me conocerás —respondió él.

La cueva se quedó completamente a oscuras. Chloe intentó aferrarse al desconocido, que se difuminó como un fantasma.

Cuando se quiso dar cuenta, él se había ido y ella estaba sola.

—¿Y bien? ¿Cómo ha sido? Cuéntamelo todo, desde el principio.

Chloe parpadeó al sentir la brillante luz del sol y comprendió que ya había amanecido. Estaba en su cama, en su dormitorio, mirando a una Cassie que sonreía de oreja a oreja.

—Bueno, ¿quién es él? ¿Con quién has soñado? —insistió su hermana.

—¿Cómo?

Chloe notó que estaba más embotada que de costumbre. Era como si no hubiera descansado; como si hubiera estado corriendo toda la noche o, más bien, haciendo el amor con un desconocido verdaderamente guapo.

Sacudió la cabeza y se dijo que eso era una tontería, que no había pasado nada, que el desconcertante sueño era consecuencia de haber tomado demasiada tarta durante su fiesta de cumpleaños.

—No me digas que no has soñado con nadie…

Chloe se sentó en la cama. Los músculos le dolían más que agradablemente, y había una extraña humedad entre sus piernas; pero, a pesar de eso, se dijo que solo había sido un sueño erótico, nada que ver con ninguna leyenda familiar.

—No, no he soñado con nadie —mintió.

Mientras hablaba, se acordó otra vez del sueño. El inmensamente atractivo hombre del jeep desapareció durante unos instantes después de llevarla a la cueva, pero reapareció después y le hizo el amor. Para Chloe, era una situación de lo más embarazosa. ¿Qué le podía decir a su hermana? ¿Qué había tenido una experiencia sexual maravillosa en un simple sueño? Simplemente, no se sentía capaz.

—Entonces, ¿la leyenda no es cierta? —preguntó Cassie, decepcionada.

Chloe se sintió culpable. Acababa de destrozar las esperanzas de Cassie; pero se repitió a sí misma que no le podía decir la verdad.

—Lo siento mucho. Solo es un camisón, como cualquier otro.

Cassie asintió con tristeza.

—Bueno, la tía Charity me advirtió de que la leyenda podía ser falsa, pero no la quise creer… En fin, será mejor que preparé café.

Cuando Chloe se quedó a solas, se volvió a tumbar en la cama. Se sentía rara por dentro, como si hubiera perdido el centro de su equilibrio emocional.

—La leyenda no ha tenido nada que ver. Solo ha sido un sueño erótico, una invención de mi inconsciente… una forma de decirme que ya es hora de volver a salir con hombres —se dijo en voz alta—. Está bien, me daré por aludida. Hoy, en cuanto llegue a la oficina, empezaré a buscar un candidato.

Se levantó de la cama y entró en la ducha, pero su mente se negó a pensar en los candidatos posibles y le devolvió una vez más el rostro del hombre del sueño. Fue tan inquietante como irritante para ella, aunque se sintió aliviada cuando bajo la cabeza y vio que la piel de sus hombros y de sus senos era la de siempre. Casi esperaba encontrar alguna marca, algún recuerdo tangible de su noche de amor.

—Tendré que hablar con Charity y preguntarle si hay casos de locura en la familia —dijo con sarcasmo.

Quince minutos después, ya se había secado y vestido. Se dirigió a la cocina con intención de tomarse un café. Cassie estaba sentada, cambiando de canal. Tenían la costumbre de ver la televisión mientras desayunaban.

Chloe alcanzó la cafetera y se sirvió una taza. Justo entonces, oyó una voz familiar que la dejó helada.

—La exposición de piedras preciosas es una verdadera maravilla, pero se equivoca quien piense que soy el único responsable del hallazgo y de que se pueda ver en la universidad. Ha sido un trabajo colectivo, en el que han tomado parte muchas personas.

A Chloe se le erizó el vello de la nuca. Era él. No tenía la menor duda al respecto.

Dejó la taza y la cafetera en la encimera de la cocina y, a continuación, muy despacio, se dio la vuelta y miró la pantalla del televisor.

La cámara había regresado a la presentadora del programa de la mañana, pero el ángulo cambió enseguida y Chloe se encontró ante un hombre verdaderamente atractivo, un hombre que había visto por primera y última vez en un sueño. En otras circunstancias, habría dudado de que fuera él. Pero lo sabía. Lo había tocado, lo había probado y conocía tan bien su aroma que lo podría haber encontrado en plena oscuridad.

—¿Por qué crees que siempre eres tú quien realiza los grandes descubrimientos? —preguntó la presentadora.

El hombre sonrió y Chloe se estremeció sin poder evitarlo. Por mucho que lo intentara olvidar, su cuerpo lo recordaba perfectamente.

—Supongo que es cuestión de suerte…

A la presentadora, que se lo comía con los ojos, le faltó poco para suspirar.

—Desgraciadamente, nos estamos quedando sin tiempo. Le recuerdo a nuestros espectadores que Arizona Smith dará una conferencia en la universidad sobre su magnífico descubrimiento. Todavía hay entradas, pero será mejor que se den prisa, porque la exposición solo estará hasta finales de mes… Señor Smith, me alegro de que haya podido estar con nosotros. Ha sido un verdadero placer.

Chloe se sintió celosa por la actitud de la presentadora, pero se intentó convencer de que le disgustaba porque era poco profesional.

Al menos, ahora sabía su nombre. Arizona Smith. Y si tenía un nombre y, además, había salido en televisión, ya no podía negar que era absolutamente real. Tan real como la leyenda de las Bradley.

Respiró hondo y pensó que no podía ser cierto. No era posible que estuviera destinada a enamorarse de aquel hombre. Pero se dijo que no importaba, porque solo estaría en la ciudad hasta finales de mes, poco más de siete días. Y, por otra parte, había pocas posibilidades de que se cruzaran.

—Me voy. Quiero llegar pronto al trabajo —informó a Cassie.

—¿Te vas sin tomar café? —preguntó su hermana, sorprendida.

—Me tomaré uno por el camino.

Chloe ni siquiera se despidió. Salió de la casa a toda prisa, ansiosa por olvidar a Arizona Smith y recobrar su libertad.

Chloe se estaba tomando un café en un bar, justo enfrente del edificio donde se encontraba su oficina. Pero Arizona Smith la perseguía a todas partes. Su cara adornaba los anuncios de los autobuses y de casi todas las marquesinas ante las que había pasado. Empezaba a pensar que era una maldición.

—Respira hondo y relájate… —se dijo.

Era de lo más extraño. Todo era realmente raro. Suponía que los anuncios se habían puesto días atrás; pero, extrañamente, no se había fijado en él hasta aquella mañana.

—Yo no creo en el destino.

Harta de dar vueltas al asunto, se terminó el café, cruzó la calle y entró en el edificio de la oficina. La sede de la revista estaba en la segunda planta. Cuando llegó, se detuvo en recepción para recoger el correo.

—Jerry te quiere ver —dijo Paula, la recepcionista—. Ha dicho que tiene un encargo especial para ti.

—Excelente.

Chloe se animó de inmediato. Si estaba ocupada, no pensaría en la leyenda ni en su desconcertante noche de amor.

Cuando llegó a su mesa, dejó las cosas y se dirigió al despacho del director. Bradley Today era una pequeña pero prestigiosa revista quincenal. Chloe trabajaba en ella desde poco después de terminar la carrera de Periodismo en la Universidad de Berkeley. Su plan consistía en marcharse a Nueva York y conseguir un empleo en alguna de las grandes revistas del país; pero, de momento, Bradley Today le servía para ganar experiencia.

—¿Querías verme, jefe? —preguntó.

—Sí. Siéntate, por favor.

Jerry señaló el sillón del otro lado de su mesa. Solo eran las ocho y media de la mañana, pero su camisa ya estaba arrugada y su corbata, aflojada y torcida. Cualquiera habría pensado que había dormido sin quitarse la ropa.

Tras alcanzar una carpeta, Jerry dijo:

—Nancy está embarazada.

Ella asintió.

—Sí. Lo está desde hace siete meses.

—Lo sé. Niños… ¿quién los necesita? —se preguntó con exasperación—. Anoche, Nancy me llamó por teléfono y me dijo que no está en condiciones de ejercer de reportera y que prefiere quedarse aquí, en la oficina, con un trabajo tranquilo que le permita descansar.

Chloe sonrió.

—Dios mío… Qué insensible —ironizó.

—Desde luego que lo es. En lugar de avisarme con antelación, me llama ayer mismo, en plena noche, y me deja en la estacada —declaró su jefe, que empujó la carpeta hacia Chloe—. En fin, ahora es tuyo. Buena suerte.

Cuando tocó la carpeta, Chloe sintió el mismo estremecimiento que había sentido la noche anterior, al ponerse el camisón. El vello de la nuca se le volvió a erizar y, en ese momento, supo lo que contenía la carpeta y supo que no podía hacer nada por evitarlo. El destino tenía sus propios planes.

—Me han dicho que estará tres semanas en la ciudad —continuó Jerry—. Acompáñalo a todas partes. No debería ser muy difícil, porque desea el reportaje tanto como nosotros… Estúdialo a fondo y escribe algo brillante, algo que relance tu carrera y te consiga un empleo en un medio importante. Es una gran oportunidad, niña. Estas cosas no surgen todos los días. Y ahora, lárgate de aquí… Estoy muy ocupado.

Jerry levantó el auricular del teléfono y marcó un número. Chloe tomó la carpeta, salió del despacho y se dirigió a su cubículo, nerviosa.

No se atrevía a abrirla. Hasta llegó a pensar que, si esperaba el tiempo suficiente, desaparecería. Pero era un pensamiento absurdo, de modo que se armó de valor, abrió la carpeta y clavó la mirada en una foto.

Era él. Aparecía en lo alto de una montaña, apoyado en una peña que Chloe también reconoció. Sabía que, justo detrás, había una cueva. Y que, en su interior, había un fuego y una cama de paja.

—Esto no me gusta —se dijo—. Es muy extraño…

—Aquí lo tienes.

Chloe alzó al mirada y vio a Paula, que acababa de dejar un montón de portafolios encima de su mesa.

—¿Qué es?

—Todo lo que Nancy ha podido encontrar sobre ese tipo, Smith. Ha dicho que la llames a casa si necesitas consejo o ayuda —Paula miró la fotografía—. Vaya… Es como Indiana Jones. No se parece nada a Harrison Ford, pero te aseguro que no protestaría si apareciera una noche y se metiera en mi cama.

Paula dio media vuelta y se fue.

—Al parecer, yo tampoco lo expulsaría —dijo Chloe.

Se quedó helada durante unos minutos. En poco más de doce horas, un desconocido se había abierto paso en su inconsciente y, a continuación, en su trabajo. ¿Qué podía hacer? Chloe conocía la respuesta. Jerry tenía razón al afirmar que una posibilidad como esa no surgía todos los días.

Por lo visto, la suerte le estaba haciendo un favor. O el destino.

—Tonterías. El destino no tiene nada que ver —dijo en voz baja, intentando convencerse—. Será mejor que me ponga a trabajar.

Durante el resto del día, se dedicó a estudiar las notas de Nancy y a ampliar la información por Internet. A las cuatro y media de la tarde, estaba tan cansada que le dolían los ojos y la cabeza. Aún seguía desconcertada por lo ocurrido, pero no tenía tiempo que perder. Nancy había organizado un encuentro a la mañana siguiente, en la universidad. Smith le enseñaría la exposición y charlaría un rato con ella.

Recogió los documentos y los metió en su maletín, con intención de seguir trabajando cuando llegara a casa. Cuarenta y cinco minutos después, llegó a la mansión victoriana que había pertenecido a la familia durante varias generaciones.

Abrió la puerta y cruzó el vestíbulo.

—¡Ya estoy aquí! —gritó.

—Estamos en la cocina… —respondió su tía.

A Chloe le extrañó que hablara en plural, porque se había dado cuenta de que el coche de Cassie no estaba en el vado; pero, por otra parte, su tía era una viajera tan empedernida que conocía a todo tipo de gente, de todo el mundo, y era relativamente habitual que invitara a alguien.

¿Quién sería esta vez? ¿Un príncipe de Oriente Medio? ¿El jefe de una tribu africana? Chloe no estaba de humor para hablar con nadie, pero respiró hondo, echó los hombros hacia atrás y entró en la cocina con una sonrisa en los labios, preparada para comportarse como la mejor de las anfitrionas.

La sonrisa se convirtió en un rictus.

El alto e inmensamente atractivo hombre que estaba con su tía Charity no era un príncipe de Oriente Medio ni el jefe de una tribu. Era algo mucho más peligroso. Era Arizona Smith, el hombre de su sueño.

Capítulo 2

Arizona, te presento a una de mis sobrinas, Chloe. Es periodista, ¿sabes? Chloe, te presento a Arizona Smith… tengo entendido que lo viste esta mañana, en televisión, cuando bajaste a desayunar.

Chloe no dijo nada, y Arizona cambió de posición, incómodo. Estaba acostumbrado a que sus seguidores se quedaran sin habla cuando lo veían, pero Chloe Bradley Wright no parecía de la clase de personas que se quedaban fascinadas con los famosos. De hecho, lo miraba como si tuviera un cuerno en la frente.

—Hola, Chloe —dijo, intentando ser amable.

Arizona le ofreció la mano, pero ella se limitó a mirarla y replicó:

—Encantada de conocerte.

—Lo mismo digo.

Chloe miró entonces a su tía.

—No sabía que tuvieras invitados para cenar. Creo que hay un asado en la nevera, pero tendría que calentarlo y…

—Ya me he ocupado de todo —la interrumpió su tía—. Sírvete algo de beber y siéntate con nosotros. Arizona y yo estábamos hablando de los viejos tiempos. Siempre tiene historias maravillosas. Seguro que te interesarán.