El Origen del Hombre - Charles Darwin - E-Book

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Charles Darwin.

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Charles Darwin escribió "El Origen del Hombre" en 1871, donde aplicó sus ideas evolutivas a la comprensión de la historia humana. En este libro, Darwin aplicó los principios de su teoría evolutiva, como la selección natural y la descendencia con modificaciones, a la comprensión de la historia evolutiva de la especie humana. Darwin argumentó que los humanos compartían un ancestro común con otros primates, basándose en evidencias anatómicas, fósiles y comportamentales. Explicó cómo la selección natural y la selección sexual habían moldeado las características físicas y mentales de los seres humanos a lo largo del tiempo. "El Origen del Hombre" aborda temas como la evolución de la mente humana, la estructura y función del cerebro, la capacidad del lenguaje, la moralidad y el comportamiento social desde una perspectiva evolutiva. Darwin también discute la descendencia del hombre desde antepasados comunes y la diversidad humana en términos de raza y etnicidad. "El Origen del Hombre" consta de dos partes principales que abordan diferentes aspectos de la evolución humana y la teoría evolutiva en general. En este Audiolibro presentamos la primera de estas dos partes.

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CHARLES DARWIN

EL ORIGEN DEL HOMBRE

ÍNDICE

ÍNDICE

INTRODUCCIÓN

CAPÍTULO I: PRUEBAS DE QUE EL HOMBRE DESCIENDE DE UNA FORMA INFERIOR

CAPÍTULO II: FACULTADES MENTALES DEL HOMBRE Y DE LOS ANIMALES INFERIORES

CAPÍTULO III: LAS FACULTADES MENTALES DEL HOMBRE Y DE LOS ANIMALES INFERIORES

CAPÍTULO IV: MODO COMO EL HOMBRE SE HA DESARROLLADO DE ALGUNA FORMA INFERIOR

CAPÍTULO V: DESARROLLO DE LAS FACULTADES MORALES E INTELECTUALES EN LOS TIEMPOS PRIMITIVOS Y EN LOS CIVILIZADOS

CAPÍTULO VI: AFINIDAD Y GENEALOGÍA DEL HOMBRE

CAPÍTULO VII: LAS RAZAS HUMANAS

FIN

Título: El Origen del Hombre

Autor: Charles Darwin

Título Original: The Descent of Man, and Selection in Relation to Sex

Editorial: AMA Audiolibros

© De esta edición: 2024 AMA Audiolibros

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c/ Miquel Tort, 18

08750 Molins de Rei

Barcelona

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Audiolibro, de esta misma versión, disponible en servicios de streaming, tiendas digitales y el canal AMA Audiolibros en YouTube.

INTRODUCCIÓN

Charles Darwin nació el 12 de febrero de 1809 en Inglaterra. Proveniente de una familia acomodada, mostró un interés temprano por la naturaleza y la ciencia. Estudió medicina en la Universidad de Edimburgo, pero abandonó la carrera debido a su aversión por la cirugía. Más tarde, ingresó en la Universidad de Cambridge para estudiar teología y ciencias naturales.

Durante su tiempo en Cambridge, Darwin se interesó por la geología y la historia natural y después de graduarse, en 1831, embarcó en un viaje de cinco años, como naturalista, a bordo de la embarcación HMS Beagle. Durante esta expedición, que lo llevó a Sudamérica, Australia, Sudáfrica y otras regiones, Darwin recopiló una cantidad significativa de datos y especímenes que sentarían las bases para sus teorías posteriores.

Su trabajo más destacado, "El Origen de las Especies", publicado en 1859, propuso la teoría de la evolución a través del proceso de selección natural, donde Darwin argumentó que todas las especies de seres vivos se han desarrollado a lo largo del tiempo a partir de antepasados comunes a través de un proceso de descendencia con modificaciones, impulsado por la selección natural.

A lo largo de su vida, Darwin continuó trabajando en una variedad de temas, incluida la botánica, la geología y la psicología animal. Falleció el 19 de abril de 1882 en Kent, Inglaterra, dejando un legado duradero en la ciencia y la comprensión del mundo natural.

Darwin también escribió "El Origen del Hombre" en 1871, donde aplicó sus ideas evolutivas a la comprensión de la historia humana. En este libro, Darwin aplicó los principios de su teoría evolutiva, como la selección natural y la descendencia con modificaciones, a la comprensión de la historia evolutiva de la especie humana.

Darwin argumentó que los humanos compartían un ancestro común con otros primates, basándose en evidencias anatómicas, fósiles y comportamentales. Explicó cómo la selección natural y la selección sexual habían moldeado las características físicas y mentales de los seres humanos a lo largo del tiempo.

El libro aborda temas como la evolución de la mente humana, la estructura y función del cerebro, la capacidad del lenguaje, la moralidad y el comportamiento social desde una perspectiva evolutiva. Darwin también discute la descendencia del hombre desde antepasados comunes y la diversidad humana en términos de raza y etnicidad.

"El Origen del Hombre" consta de dos partes principales que abordan diferentes aspectos de la evolución humana y la teoría evolutiva en general. En este Audiolibro presentamos la primera de estas dos partes.

CAPÍTULO IPRUEBAS DE QUE EL HOMBRE DESCIENDE DE UNA FORMA INFERIOR

Para afirmar que el hombre es el descendiente modificado de alguna forma preexistente, es menester averiguar antes si varía en sí mismo, por poco que sea, en su conformación corporal y facultades mentales, y, caso de ser así, si las variaciones se transmiten a su prole siguiendo las leyes que rigen para los animales inferiores, tales como la de la transmisión de los caracteres a la misma edad o sexo. Por lo que podemos juzgar, dada nuestra ignorancia, ¿son dichas variaciones debidas a las mismas causas, o dependen de idénticas leyes que los demás organismos, por ejemplo, las de correlación, efectos hereditarios del uso y de la falta de uso, etc.? ¿Está sujeto el hombre a las mismas deformaciones, debidas a cesación de desarrollo, duplicación de partes, etc.; y presenta en sus anomalías alguna reversión a un tipo de conformación anterior y antiguo? Natural también es preguntar, si, como tantos otros animales, el hombre ha dado lugar a variedades y razas tan distintas entre sí, que deben clasificarse como especies dudosas. ¿De qué modo estas razas están distribuidas sobre la tierra, y cómo influyen unas sobre otras, tanto en la primera como en las demás generaciones, cuando hay entre ellas cruzamientos?

La investigación debería después tratar de dilucidar la importante cuestión de si el hombre tiende a multiplicarse con bastante rapidez para que nazcan rigurosas luchas por la vida, cuyo resultado ha de ser la conservación en la especie de las variaciones ventajosas del cuerpo y del espíritu, y la consiguiente eliminación de las que son perjudiciales. Las razas o especies humanas, llámeselas como se quiera, ¿se sobreponen mutuamente y se reemplazan unas a otras hasta el punto de llegar a extinguirse algunas? La respuesta a todas o a la mayor parte de estas preguntas, veremos que, como para los animales inferiores, debe para la mayoría de esas especies ser evidentemente afirmativa. Haciendo, por ahora, caso omiso de las consideraciones que preceden, pasemos a ver hasta qué punto la conformación corporal del hombre presenta vestigios, más o menos claros, de su descendencia de alguna forma inferior. En los dos capítulos siguientes examinaremos las facultades mentales del hombre, comparadas con las de los animales que le son inferiores en la escala zoológica.

Conformación corporal del hombre

Sabido es de todos que el hombre está constituido sobre el mismo tipo general o modelo que los demás mamíferos. Todos los huesos de su esqueleto son comparables a los huesos correspondientes de un mono, de un murciélago, o de una foca. Lo mismo se puede afirmar de sus músculos, nervios, vasos sanguíneos y vísceras internas. El cerebro, el más importante de todos los órganos, sigue la misma ley, como lo han probado Huxley y otros anatomistas. Bischoff admite también que cada hendidura principal y cada repliegue del cerebro humano tiene su análogo en el del orangután; pero añade que los dos cerebros no concuerdan completamente en ningún período de su evolución; concordancia que, por otra parte, no puede esperarse, ya que de verificarse serían iguales las facultades mentales de ambos. Vulpian hace la observación siguiente: «Las diferencias reales que existen entre el encéfalo del hombre y el de los monos superiores, son excesivamente tenues. Sobre este particular no podemos hacernos ilusiones. Por los caracteres anatómicos de su cerebro, el hombre se aproxima más a los monos antropomorfos, que éstos no sólo a ciertos mamíferos, sino aun a ciertos cuadrumanos, como los macacos». Pero aquí sería superfluo dar más detalles sobre la correspondencia entre el hombre y los mamíferos superiores, en lo tocante a la estructura del cerebro y de todas las demás partes del cuerpo.

Tal vez será útil especificar algunos puntos, que, aunque ni directa ni aparentemente se relacionan con la conformación, atestiguan claramente esta correspondencia o parentesco.

El hombre puede tomar de animales inferiores, o comunicarles a su vez, enfermedades tales como la rabia, las viruelas, etc., hecho que prueba la gran similitud de sus tejidos, tanto en su composición como en su estructura elemental con mucha más evidencia que la comparación hecha con la ayuda del microscopio, o del más minucioso análisis químico. Los monos están sujetos a muchas de nuestras enfermedades no contagiosas; Kengger, que ha observado durante mucho tiempo el Cebus Azarae en su país natal, le ha visto padecer catarros, con sus ordinarios síntomas, y terminando, cuando con demasiada frecuencia se repetían, por la tisis. Estos monos sufren también apoplejías, inflamaciones y cataratas. Los remedios producen en ellos los mismos efectos que en el hombre. Muchas especies de monos tienen un pronunciado gusto por el té, el café y las bebidas espirituosas; fuman también el tabaco con placer, como he tenido ocasión de observar yo mismo. Brehm asegura que los habitantes del África Norte oriental cazan los mandriles, poniendo en los lugares que frecuentan, vasos conteniendo una cerveza fuerte, con la que se embriagan. Ha observado algunos de estos animales cautivos, en estado de embriaguez, y da un relato curioso de las extrañas gesticulaciones a que se entregan. Al día siguiente parecen encontrarse sombríos y de mal humor, cogiéndose la cabeza entre las manos y presentando una expresión lastimera; se apartan con disgusto cuando se les ofrece cerveza o vino, y sólo apetecen el jugo del limón. Estos hechos, poco importantes, prueban cuán semejantes son los nervios del gusto en el hombre y los monos, y cuán parecidamente puede ser afectado el sistema nervioso de ambos.

Infestan el cuerpo del hombre parásitos internos, que a veces producen funestos efectos, y le atormentan parásitos externos; todos pertenecen a los mismos géneros o familias que los que se encuentran en los demás mamíferos. Los mismos procedimientos curativos cicatrizan sus heridas.

En todos los mamíferos, la marcha en conjunto de la importante función de la reproducción, presenta las mayores similitudes, desde las primeras asiduidades del macho hasta el nacimiento y la cría de la prole. Los monos nacen en un estado tan débil como nuestros propios hijos. El hombre difiere de la mujer por su talla, su fuerza muscular, su vellosidad, etc., como también por su inteligencia, como sucede entre los dos sexos de muchos mamíferos. En una palabra, no es posible negar la estrecha correspondencia que existe entre el hombre y los animales superiores, principalmente los monos antropomorfos, tanto en la conformación general y la estructura elemental de los tejidos, como en la composición química y la constitución.

Desarrollo del embrión

El hombre se desarrolla de una ovula de cerca de dos centímetros de diámetro, que no difiere en ningún punto de la que da origen a los demás animales. El embrión humano, en un período precoz, puede a duras penas distinguirse del de otros miembros del reino de los vertebrados. En este período, las arterias terminan en las ramas arqueadas, como para llevar la sangre a branquias, que no existen en los vertebrados superiores, por más que las hendiduras laterales del cuello persistan marcando su posición anterior. Algo más tarde, cuando se han desarrollado las extremidades, como hace notar el célebre de Baer, «las patas de los lagartos y mamíferos, las alas y patas de las aves, como las manos y los pies del hombre, todas derivan de una misma forma fundamental». «Sólo —dice el profesor Huxley— en las últimas fases del desarrollo es cuando el nuevo ser humano presenta diferencias marcadas con el joven mono, mientras este último se aleja por su elevación del perro, tanto como lo hace el hombre. Por extraordinaria que parezca esta aserción, está demostrada como verdadera».

Después de estas citas es inútil entrar en más detalles para probar la gran semejanza que ofrece el embrión humano con el de los otros mamíferos. Añadiré, con todo, que se parece igualmente, por muchos puntos de su conformación, a ciertas formas, que, en estado adulto, son inferiores. El corazón, por ejemplo, no es al principio sino un simple vaso pulsátil; efectúanse las deyecciones por un pasaje cloacal; el hueso coxis sobresale como una verdadera cola «extendiéndose mucho más que las piernas rudimentarias». Ciertas glándulas, conocidas bajo el nombre de cuerpos de Volt, que existen en los embriones de todos los animales vertebrados de respiración aérea, corresponden a los riñones de los peces adultos, y funcionan de un modo semejante. Pueden llegarse a observar, en un período embrionario más avanzado, algunas semejanzas sorprendentes entre el hombre y los animales inferiores. Bischoff asegura que a fines del séptimo mes, las circunvoluciones del cerebro de un embrión humano se presentan en el mismo estado de desarrollo que en el babuino adulto. Terminaré tomando de Huxley la respuesta que da a la pregunta de si el hombre debe su origen a una marcha distinta de la que representa el origen del perro, del ave, de la rana o del pez: «Es incontestable que el modo de origen y las primeras fases del desarrollo humano, son idénticas a las de los animales que ocupan los grados inmediatamente inferiores a él en la serie zoológica, y que, bajo este punto de vista, está mucho más cerca de los monos que éstos lo están del perro».

Rudimentos

No se podría encontrar un solo animal superior que no presentase alguna parte en un estado rudimentario, y esta regla no hace excepción ninguna a favor del hombre. Deben distinguirse, lo que no es siempre fácil en ciertos casos, los órganos rudimentarios de los que sólo se ven en estado naciente. Los primeros son absolutamente inútiles, como las mamas de los cuadrúpedos machos, o los incisivos de los rumiantes, que no llegan a atravesar la encía; o prestan tan ligeros servicios a sus posesores actuales que no podemos suponer de ningún modo que se hayan desarrollado en las condiciones con que hoy existen. Los órganos, en este último estado, no pueden llamarse estrictamente rudimentarios, pero tienden a serlo. Los órganos rudimentarios son eminentemente variables; hecho que fácilmente se comprende, ya que, siendo inútiles, o poco menos, no están sometidos a la acción de la selección natural. A menudo desaparecen por completo; con todo, cuando así sucede, pueden ocasionalmente reaparecer por reversión, hecho que merece una atención especial.

Los principales agentes que parecen provocar el estado rudimentario en los órganos, son la falta de uso.

Sobre muchos puntos del cuerpo humano se han observado rudimentos de músculos diversos; los hay entre ellos que, existiendo regularmente en algunos animales inferiores, pueden, ocasionalmente, volverse a encontrar en estado muy reducido en el hombre. Conocido es por todos la aptitud que tienen muchos animales, y especialmente el caballo, para mover ciertas partes de la piel, por la contracción del panículo muscular. Se encuentran restos de este músculo en estado de actividad, en algunos puntos del cuerpo humano: en la frente, por ejemplo, donde hace pestañear. Los músculos que sirven para mover el aparato externo del oído, y los músculos especiales que determinan los movimientos de las distintas partes pertenecientes al sistema paniculoso, se presentan en estado rudimentario en el hombre. En su desarrollo, o almenos en sus funciones, presentan variaciones frecuentes. He tenido ocasión de ver un individuo que podía mover hacia adelante sus orejas, y otro que podía retirarlas hacia atrás. La facultad de enderezar las orejas y dirigirlas en distintos sentidos, presta indudablemente grandes servicios a muchos animales, que pueden así conocer el punto de peligro, pero nunca he oído hablar de hombre alguno que tuviese la menor aptitud a enderezar las orejas, único movimiento que le pudiera ser útil. Toda la parte externa de la oreja, en forma de concha, puede ser considerada como un rudimento, lo propio que los diversos repliegues que en los animales inferiores sostienen y refuerzan la oreja, cuando está tiesa, sin aumentar en mucho su peso. Las orejas de los chimpancés y orangutanes son singularmente parecidas a las del hombre, y los guardianes del Zoolical Gardens me han asegurado que estos animales no las mueven ni las enderezan nunca; están, por lo tanto, consideradas como una función, en el mismo estado rudimentario que en el hombre. No sabemos decir por qué estos animales, como los antepasados del hombre, han perdido la facultad de enderezar las orejas. Es posible, aunque esta idea no me satisface por completo, que poco expuestos al peligro, en consecuencia, de su costumbre de vivir en los árboles, y de su fuerza, hayan movido con poca frecuencia las orejas durante un largo período, perdiendo así la facultad de hacerlo. Este hecho sería semejante al que ofrecen las aves grandes y de peso que habitando las islas oceánicas, donde no estaban expuestas a los ataques de los animales carniceros, han perdido, consiguientemente, el poder de servirse de sus alas para huir.

Existe muy desarrollado en los ojos de los pájaros un tercer párpado, colocado en el ángulo interno que, por medio de músculos accesorios, puede subir rápidamente la parte delantera del ojo. El mismo párpado se encuentra en algunos reptiles y anfibios, y en algunos peces, como el tiburón. Se le ve también, bastante desarrollado, en las dos divisiones inferiores de la serie de los mamíferos, los monotremas y los marsupiales, y en algunas más elevadas. En el hombre, los cuadrúpedos y mamíferos restantes, existe, como admiten todos los anatomistas, bajo la forma de un simple rudimento: el pliegue semilunar.

El sentido del olfato tiene una gran importancia para la mayor parte de los mamíferos, ya advierta a unos el peligro, como en los rumiantes; ya permita a otros descubrir su presa, como en los carnívoros; ya sirva para los dos objetos, como en el jabalí. Pero son pocos los servicios que presta aún a los salvajes, entre los que está más desarrollado generalmente que entre las razas más civilizadas. Ni les advierte del peligro, ni les guía hacia su sustento; no impide a los esquimales dormir en una atmósfera de las más fétidas, ni a muchos salvajes comer la carne medio podrida. Los que creen en el principio de la evolución gradual no admitirán fácilmente que este sentido, tal como existe hoy, ha sido adquirido en su estado actual originariamente por el hombre. Sin duda ha heredado esta facultad debilitada y rudimentaria de algún antecesor antiquísimo a quien era útil, y que de ella hacía continuo uso. Esto nos permite comprender por qué, como justamente observa Maudsley, en el hombre el sentido del olfato está «notablemente sujeto a recordar vivamente la idea y la imagen de las escenas y de los sitios olvidados»; porque en los animales que tienen este mismo sentido muy desarrollado, como los perros y los caballos, vemos también una asociación muy marcada entre antiguos recuerdos de lugares y de personas y entre su olor.

El hombre difiere notablemente por su desnudez de todos los demás primates. Algunos pelos, cortos y esparcidos, se encuentran, con todo, sobre la mayor parte del cuerpo en el sexo masculino, y véase sobre el del otro sexo un finísimo bozo. No puede caber duda alguna en que los pelos desparramados por el cuerpo sean rudimentos del revestimiento velloso uniforme de los animales inferiores. Confirma la probabilidad de esta opinión el hecho de que el vello corto puede ocasionalmente transformarse en «pelos largos, unidos, más bastos y oscuros cuando está sometido a una nutrición anormal, debida a su situación en la proximidad de superficies que sean desde mucho tiempo asiento de una inflamación».

El fino bozo lanudo de que está cubierto el feto humano en el sexto mes, presenta un caso más curioso. En el quinto mes se desarrolla en las cejas y la cara, principalmente en torno de la boca, donde es mucho más largo que sobre la cabeza. Eschricht ha observado esto último en un feto hembra, circunstancia menos sorprendente de lo que a primera vista parece, porque los dos sexos se parecen generalmente por todos los caracteres exteriores durante las primeras fases de la evolución. La dirección y colocación de los pelos en el cuerpo del feto son los mismos que en el adulto, pero están sujetos a una gran variabilidad. La superficie entera, comprendiendo hasta la frente y las orejas, está cubierta de este modo de un espeso revestimiento, pero es un hecho significativo el que las palmas de las manos y las plantas de los pies quedan completamente desprovistas de pelo, como las partes anteriores de las cuatro extremidades en la mayor parte de los animales inferiores. No pudiendo ser accidental tal coincidencia, hemos de considerar la cubierta vellosa del embrión como un representante rudimentario de la primera cubierta de pelos, permanente en los animales que nacen vellosos. Esta explicación es mucho más completa y más conforme con la ley habitual del desarrollo embrionario que la que se ha basado en los raros pelos diseminados que se encuentran sobre el cuerpo de los adultos.

Parece que las muelas más posteriores tienden a convertirse en rudimentarias en las razas humanas más civilizadas. Son más pequeñas que las demás muelas, caso igual al que ofrecen las muelas correspondientes del chimpancé y el orangután, y sólo tienen dos raíces distintas. No atraviesan la encía antes de los diecisiete años, y me han asegurado que son susceptibles de cariarse más pronto que los demás dientes, cosa que algunos niegan.

En lo que concierne al tubo digestivo, sólo he encontrado un caso de un simple rudimento; el apéndice vermiforme coecum.

En los cuadrumanos y algunos otros órdenes de mamíferos, sobre todo en los carnívoros, existe cerca la extremidad inferior del húmero una abertura supracondiloidea, al través de la que pasa el gran nervio del miembro anterior y a menudo su arteria principal. Ahora bien; conforme ha demostrado el doctor Struthers y otros, existen en el húmero del hombre vestigios de este pasaje, que llega a estar algunas veces bien desarrollado y formado por una apófisis encorvada y completada por un ligamento. Cuando se presenta, el nervio del brazo, lo atraviesa siempre, lo cual indica evidentemente que es el homólogo y el rudimento del orificio supracondiloideo de los animales inferiores. El profesor Turner calcula que este caso se observa en cerca del 1 por 100 de los esqueletos actuales.

Hay otra perforación del húmero, que se puede llamar la intercondiloidea, que se observa en distintos géneros de antropoideos y otros monos, y se presenta algunas veces en el hombre. Es notable que este pasaje parece haber existido mucho más frecuentemente en los tiempos pasados que en los recientes.

En muchos casos las razas antiguas presentan a menudo, en ciertas conformaciones, mayores semejanzas con las de los animales más inferiores que las razas modernas, lo cual es interesante. Una de las causas principales de ello, puede ser la de que las razas antiguas, en la larga línea de la descendencia, se encuentran algo más próximas que las modernas de sus antecesores primordiales, menos distintos de los animales por su conformación.

Aunque no funcionando en ningún modo como cola, el coxis del hombre representa claramente esta parte de los demás animales vertebrados. En el primer periodo embrionario, es libre, y como hemos visto, excede las extremidades posteriores. En ciertos casos raros y anómalos, según I. Geoffroy, Saint-Hilaire y otros, se sabe que ha alcanzado a formar un pequeño rudimento externo de cola. El hueso coxis es corto, no comprendiendo ordinariamente más que cuatro vértebras que se ofrecen en estado rudimentario, ya que, exceptuando la de la base, únicamente presenta la parte central sola. Poseen sólo algunos pequeños músculos uno de los cuales, según me ha indicado el profesor Turner, ha sido descrito por Thelle, como una repetición rudimentaria del extensor de la cola, tan marcadamente desarrollado en muchos mamíferos.

En el hombre, la médula espinal no se extiende más allá de la última vértebra dorsal, o de la primera lumbar, pero un cuerpo filamentoso (filum terminale), se continúa en el eje de las sacras y aun por lo largo de la parte posterior de la sección caudal o región coxígea del espinazo. La parte superior de este filamento, según Turner, es sin duda alguna, el homólogo del cordón espinal, pero la parte inferior está aparentemente formada tan sólo por la membrana vascular que la rodea. Aun en este caso, el coxis puede considerarse como poseyendo un vestigio de una conformación tan importante como lo es la de su cordón espinal, aunque ya sólo esté contenido en un canal huesoso. El hecho siguiente, que me ha dado a conocer también Turner, prueba claramente que el coxis corresponde a la verdadera cola de los animales inferiores: Luschka ha descubierto recientemente, en la extremidad de la parte coxígea, un cuerpo muy particular, arrollado, continuo con la arteria sacra mediana. Este descubrimiento ha inducido a Krause y a Meyer a examinar la cola de un mono (macaco) y la de un gato, y han encontrado en ambas, aunque no en la extremidad, un cuerpo arrollado semejante.

El sistema de reproducción ofrece diversas estructuras rudimentarias, pero que difieren de los casos precedentes por un punto importante. Ya no se trata de vestigios de partes que no pertenecen a la especie en ningún estado efectivo, sino de una parte que está siempre presente y es activa en un sexo, mientras en el otro se halla representada por un simple rudimento. Con todo, la existencia de rudimentos de esta clase es tan difícil de explicar cómo los casos precedentes, cuando se quiere admitir la creación separada de cada especie. Sabido es que los machos de todos los mamíferos, incluso el hombre, tienen mamas rudimentarias. Su identidad esencial en ambos sexos está probada por el aumento ocasional que ofrecen durante un ataque de sarampión. La construcción homológica de todo el sistema de miembros de la misma clase es comprensible, si admitimos su descendencia de un antecesor común, unida a la adaptación subsiguiente de las condiciones diversificadas. No considerándolo de este modo, la similitud del plan sobre el que están construidas la mano del hombre o del mono, el pie del caballo, la paleta de la foca, las alas del murciélago etcétera, es completamente inexplicable; afirmar que todas estas partes han sido formadas sobre un mismo plan ideal, no es dar ninguna explicación científica. En lo que concierne al desarrollo, según el principio de que las variaciones que sobrevienen en un período embrionario algo tardío son heredadas en una época correspondiente, podemos explicarnos claramente el por qué los embriones de formas muy distintas conservan aún, más o menos perfectamente, la conformación de su antecesor común. Nunca se ha podido explicar de otra manera el hecho maravilloso de que el embrión de un hombre, perro, foca, murciélago, reptil, etc., apenas presentan entre sí diferencias apreciables. Para comprender la existencia de los órganos rudimentarios, basta suponer que un progenitor de una época remota haya poseído los órganos en cuestión de una manera completa, y que, bajo la influencia de cambios en las costumbres vitales, se hayan dichas partes reducido considerablemente, bien sea por falta de uso, bien por la selección natural de los individuos menos embarazados con órganos ya superfluos, junto con los medios anteriormente indicados.

Así podemos darnos cuenta del modo como el hombre y todos los demás vertebrados han sido construidos según un mismo modelo general; de por qué pasan por las mismas fases primitivas de desarrollo, y de cómo conservan algunos rudimentos comunes. Deberíamos, por lo tanto, admitir francamente su comunidad de descendencia, ya que toda otra opinión sólo puede conducirnos a considerar nuestra conformación y la de los animales que nos rodean, como una asechanza preparada para sorprender nuestro juicio. Encuentra esta conclusión un inmenso apoyo con sólo mirar rápidamente el conjunto de los miembros de la serie animal y las pruebas que de sus afinidades nos suministra su clasificación, su distribución geográfica y su sucesión geológica. Tan sólo las preocupaciones y la vanidad que indujeron a nuestros padres a declarar que descendían de semidioses, nos incita hoy a protestar de una afirmación contraria. Pero no está lejano el momento en que considerarán sorprendente que naturalistas bien instruidos sobre la conformación comparativa del hombre y de los demás mamíferos, hayan podido creer tanto tiempo que cada uno de ellos fuese producto de un acto separado de creación.

CAPÍTULO IIFACULTADES MENTALES DEL HOMBRE Y DE LOS ANIMALES INFERIORES

En la conformación corporal del hombre se descubren señales evidentes de su procedencia de una forma inferior, pero se puede objetar que esta afirmación debe ser errónea, ya que el hombre difiere tan considerablemente del resto de los animales por la potencia de sus facultades mentales. Efectivamente; visto bajo este aspecto, la diferencia es inmensa, aunque escojamos por términos de comparación un salvaje del orden más inferior (cuyo lenguaje no tiene palabras para expresar números mayores de cuatro, ni términos abstractos para traducir los afectos) y un mono organizado privilegiadamente. La diferencia no sería menos inmensa, aun para un mono superior, civilizado como lo está el perro, si se le comparase a su forma tronco, el lobo o el chacal. Los habitantes de la tierra de fuego son contados entre los salvajes más inferiores; pero siempre he quedado sorprendido al ver como tres de ellos, a bordo del Beagle, que habían vivido algunos años en Inglaterra y hablaban algo el inglés, se parecían a nosotros por su disposición y por casi todas nuestras facultades mentales. Si ningún ser organizado, excepto el hombre, hubiese poseído estas facultades, o si fuesen en el hombre distintas de como lo son en los animales, nunca nos hubiéramos podido convencer de que pudiesen resultar de un desarrollo gradual. Pero es fácil demostrar claramente que no existe entre las del hombre y las de los animales ninguna diferencia fundamental de esta clase. También debemos admitir que hay un intervalo infinitamente mayor entre la actividad mental de un pez de orden inferior y la de uno de los monos superiores, que entre la de éste y la del hombre; este intervalo puede ser llenado por innumerables gradaciones.

La diferencia en la disposición moral no es tampoco tan tenue entre el bárbaro que, por una leve falta, arroja un tierno hijo contra unas peñas, y un Howard o un Clarkson; y en inteligencia, entre el salvaje que no emplea ninguna palabra abstracta y un Newton o un Shakespeare. Las diferencias de este género que existen entre los hombres más eminentes de las razas elevadas y los salvajes más embrutecidos, están enlazadas por una serie de gradaciones delicadas. Es, pues, posible que pasen y se desarrollen de unas a otras.

Mi principal objeto en este capítulo es probar que no hay ninguna diferencia fundamental entre el hombre y los mamíferos más elevados en las facultades mentales. Buscar cómo se han desarrollado primitivamente en los animales inferiores, sería tan inútil como buscar el origen de la vida. Problemas son ambos reservados a una época muy lejana todavía, si es que alguna vez puede llegar el hombre a resolverlos.

Poseyendo el hombre los mismos sentidos que los animales, sus intuiciones fundamentales deben ser las mismas. Tiene el hombre con ellos algunos instintos comunes, tales como el de la propia conservación, el amor sexual, el amor de la madre por sus hijos recién nacidos y otros muchos. Con todo, el número de instintos del hombre es tal vez menor al de los que poseen los animales a él inmediatos en la serie zoológica. El orangután y el chimpancé construyen plataformas sobre las que duermen; teniendo ambas especies la misma costumbre, se podría deducir que es un acto instintivo, pero no podemos estar seguros de que no sea un resultado de idénticas necesidades, sentidas por dos especies dotadas de igual raciocinio. Estos monos evitan los muchos frutos venenosos de los trópicos, cosa que el hombre no sabe; pero como nuestros animales domésticos, trasladados a países lejanos, comen a menudo al principio hierbas venenosas que luego rechazan, tampoco podemos negar en absoluto que los monos hayan aprendido, por experiencia propia o hereditaria, a conocer los frutos que debían escoger. Con todo, es positivo que los monos sientan un terror instintivo en presencia de la serpiente, y, probablemente, de otros animales venenosos.

Los instintos de los animales superiores son pocos y simples cuando se comparan con los de los animales inferiores. Los insectos que poseen instintos más notables son, ciertamente, los más inteligentes. En la serie de los vertebrados, los miembros menos inteligentes, tales como los peces y anfibios, no tienen instintos complicados, y entre los mamíferos, el animal más notable por los suyos, el castor, posee una gran inteligencia.

Aunque, según Spencer, en sus Principios de Psicología, los primeros albores de la inteligencia se hayan desarrollado por la multiplicación y coordinación de actos reflejos, y por más que llegando gradualmente muchos instintos simples a ser actos de aquella clase, no puedan casi distinguirse de ellos, los instintos más complicados parecen haberse formado independientemente del raciocinio. No se crea por esto que trato de negar que acciones instintivas puedan perder su carácter fijo, siendo reemplazadas por otras cumplidas por la libre voluntad. Por otra parte, ciertos actos inteligentes, como el de las aves de las islas oceánicas que aprender a huir del hombre, pueden, después de haber sido practicadas por muchas generaciones, convertirse en instintos hereditarios. Entonces puede decirse que tienen un carácter de inferioridad, ya que no los hace realizar la razón ni la experiencia. A pesar de todo, la mayor parte de los instintos más complejos parecen haber sido adquiridos por una selección natural de las variaciones de actos instintivos más simples. Semejantes variaciones podrían resultar de las mismas causas desconocidas que, ocasionando ligeras variaciones en las otras partes del cuerpo, obran también sobre la organización cerebral y determinan de este modo cambios que, en nuestra ignorancia, consideramos como espontáneos. Poco es lo que sabemos de las funciones del cerebro, pero podemos notar que a medida que las facultades intelectuales se desenvuelven, las diversas partes del cerebro deben estar en las más complejas relaciones de comunicación, y que, por consiguiente, cada parte distinta debe tender a perder su aptitud para responder de una manera definida y uniforme, es decir, instintiva, a sensaciones particulares o asociadas.