El parnaso español - Francisco de Quevedo - E-Book

El parnaso español E-Book

Francisco de Quevedo

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Beschreibung

El parnaso español es una recopilación poética de Francisco de Quevedo. En ella hay preeminencia del soneto, aunque cultiva también otro tipo de poemas. Los temas abarcan desde el amor y la soledad a la mitología y el plano bucólico, siempre desde el pesimismo barroco tan típico en Quevedo.-

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Seitenzahl: 173

Veröffentlichungsjahr: 2021

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Francisco de Quevedo

El parnaso español

 

Saga

El parnaso español

 

Copyright © 1648, 2021 SAGA Egmont

 

All rights reserved

 

ISBN: 9788726485608

 

1st ebook edition

Format: EPUB 3.0

 

No part of this publication may be reproduced, stored in a retrievial system, or transmitted, in any form or by any means without the prior written permission of the publisher, nor, be otherwise circulated in any form of binding or cover other than in which it is published and without a similar condition being imposed on the subsequent purchaser.

This work is republished as a historical document. It contains contemporary use of language.

 

www.sagaegmont.com

Saga Egmont - a part of Egmont, www.egmont.com

- V - A la estatua de bronce del Santo Rey Don Felipe III, que está en la casa del campo de Madrid, traída de Florencia

¡Oh cuánta majestad! ¡Oh cuánto numen,

en el tercer Filipo, invicto y santo,

presume el bronce que le imita! ¡Oh cuánto

estos semblantes en su luz presumen!

Los siglos reverencian, no consumen,

bulto que igual adoración y espanto

mereció amigo y enemigo, en tanto

que de su vida dilató el volumen.

Osó imitar artífice toscano

al que a Dios imitó de tal manera,

que es, por rey y por santo, soberano.

El bronce, por su imagen verdadera,

se introduce en reliquia, y éste, llano,

en majestad augusta reverbera.

- VI a - A la misma estatua

Más de bronce será que tu figura

quien la mira en el bronce, si no llora,

cuando ya el sentimiento, que te adora,

hará blando al metal la forma dura.

Quiere de tu caballo la herradura

pisar líquidas sendas, que la aurora

a su paso perfuma, donde Flora

ostenta varia y fértil hermosura.

Dura vida con mano lisonjera

te dio en Florencia artífice ingenioso,

y reinas en las almas y en la esfera.

El bronce, que te imita, es virtuoso.

¡Oh cuánta de los hados gloria fuera,

si en años le imitaras numeroso!

- VI b - A Roma, sepultada en ruinas

Buscas en Roma a Roma, ¡oh peregrino!,

y en Roma misma a Roma no la hallas:

cadáver son la que ostentó medallas,

y tumba de sí propio el Aventino.

Yace donde reinaba el Palatino;

y limadas del tiempo, las medallas

más se muestran destrozo a las batallas

de las edades que blasón latino.

Sólo el Tibre quedó, cuya corriente,

si ciudad la regó, ya, sepultura,

la llora con funesto son doliente.

¡Oh, Roma!, en tu grandeza, en tu hermosura,

huyó lo que era firme, y solamente

lo fugitivo permanece y dura.

- VII a - Inscripción de la estatua augusta del César Carlos V en Aranjuez

Las selvas hizo navegar, y el viento

al cáñamo en sus velas respetaba,

cuando, cortés, anhélito tasaba

con la necesidad del movimiento.

Dilató su victoria el vencimiento

por las riberas que el Danubio lava;

cayó África ardiente; gimió esclava

la falsa religión en fin sangriento.

Vio Roma en la desorden de su gente,

si no piadosa, alegre valentía,

y de España el rumor sosegó ausente.

Retiró a Solimán, temor de Hungría,

y por ser retirada más valiente,

se retiró a sí misma el postrer día.

- VII b - A un retrato de Don Pedro Girón, Duque de Osuna, que hizo Guido Boloñés, armado, y grabadas de oro las armas

Vulcano las forjó, tocolas Midas,

armas en que otra vez a Marte cierra,

rígidas con el precio de la sierra,

y en el rubio metal descoloridas.

Al ademán, siguieron las heridas

cuando su brazo estremeció la tierra;

no las prestó el pincel: diolas la guerra;

Flandes las vio sangrientas y temidas.

Por lo que tienen del Girón de Osuna

saben ser apacibles los horrores,

y en ellas es carmín la tracia luna.

Fulminan sus semblantes vencedores;

asistió al arte en Guido la Fortuna,

y el lienzo es belicoso en los colores.

- VIII a - A la fiesta de los toros y cañas en el buen Retiro, en día de grande nieve

Llueven calladas aguas en vellones

blancos las nubes mudas; pasa el día,

más no sin majestad, en sombra fría,

y mira el sol, que esconde, en los balcones.

No admiten el invierno corazones

asistidos de ardiente valentía:

que influye la española monarquía

fuerza igualmente en toros y rejones.

El blasón de Jarama, humedecida,

y ardiendo, la ancha frente en torva saña,

en sangre vierte la purpúrea vida.

Y lisonjera al grande rey de España,

la tempestad, en nieve oscurecida,

aplaudió al brazo, al fresno y a la caña.

- VIII b - Al Duque de Maqueda en ocasión de no perder la silla en los grandes corcovos de su caballo, habiendo hecho buena suerte en el toro

Descortésmente y cauteloso el hado,

vuestro valor, ¡oh Duque esclarecido!,

solícito envidioso y, atrevido,

logró apenas lo mal intencionado.

Por derribaros, de soberbia armado,

diligencia en que estrellas han perdido

la silla, el animal enfurecido

más alabanza os dio que os dio cuidado.

Poca le pareció su valentía

al toro, presunción de la ribera,

para desalentar vuestra osadía.

Vuestro caballo os duplicó la fiera;

mas en vos vencen arte y valentía,

juntas a la que os lleva y os espera.

- IX - Túmulo a Scévola

Tú que, hasta en las desgracias envidiado,

con brazo, Mucio, en ascuas encendido,

más miedo diste a Júpiter temido

que el osado Jayán con ciento armado;

tú, cuya diestra con imperio ha estado

reinando entre las llamas; tú, que has sido

el que con sólo un brazo que has perdido

las alas de la fama has conquistado;

tú, cuya diestra fuerte, si no errara,

hiciera menos, porque no venciera

un ejército solo cara a cara,

de esas cenizas, fénix nueva espera,

y de ese fuego, luz de gloria clara,

y de esa luz, un sol que nunca muera.

- X a - Exhortación a la Majestad del Rey Nuestro Señor Felipe IV para el castigo de los rebeldes

Escondido debajo de tu armada

gime el Ponto, la vela llama al viento,

y a las lunas de Tracia con sangriento

eclipse ya rubrica tu jornada.

En las venas sajónicas tu espada

el acero calienta, y, macilento,

te atiende el belga, habitador violento

de poca tierra, al mar y a ti robada.

Pues tus vasallos son el Etna ardiente

y todos los incendios que a Vulcano

hacen el metal rígido obediente,

arma de rayos la invencible mano:

caiga roto y deshecho el insolente

belga, el francés, el sueco y el germano.

- X b - Al retrato del Rey Nuestro Señor hecho de rasgos y lazos, con pluma, por Pedro Morante

Bien con argucia rara y generosa

de rasgos, vence el único Morante

los pinceles de Apeles y Timante;

bien vuela así su pluma victoriosa.

Vive en imitación maravillosa,

grande Filipo, augusto tu semblante,

y, laberinto mudo, si elegante,

la tinta anima en semejanza hermosa.

Propiamente retratan tu belleza

lazos, pues que son lazos tus facciones

a Venus, como a Marte tu grandeza.

Tus ejércitos, naves y legiones

lazos son de tu inmensa fortaleza,

en que cierran los mares y naciones.

- XI - Al toro a quien con bala dio muerte el Rey Nuestro Señor

En el bruto, que fue bajel viviente

donde Jove embarcó su monarquía,

y la esfera del fuego donde ardía

cuando su rayo navegó tridente,

yace vivo el león que, humildemente,

coronó por vivir su cobardía,

y vive muerta fénix valentía,

que de glorioso fuego nace ardiente.

Cada grano de pólvora le aumenta

de primer magnitud estrella pura,

pues la primera magnitud le alienta.

Entrará con respeto en su figura

el sol, y los caballos que violenta,

con temor de la sien áspera y dura.

- XII a - Al mismo toro y al propio tiro

En dar al robador de Europa muerte,

de quien eres señor, monarca ibero,

al ladrón te mostraste justiciero

y al traidor a su rey castigo fuerte.

Sepa aquel animal que tuvo suerte

de ser disfraz a Júpiter severo,

que es el León de España el verdadero,

pues de África el cobarde se lo advierte.

No castigó tu diestra la victoria,

ni dio satisfacción al vencimiento:

diste al uno consuelo, al otro gloria.

escribirá con luz el firmamento

duplicada señal, para memoria,

en los dos, de tu acierto y su escarmiento.

- XII b - Memoria inmortal de Don Pedro Girón, Duque de Osuna, muerto en la prisión

Faltar pudo su patria al grande Osuna,

pero no a su defensa sus hazañas;

diéronle muerte y cárcel las Españas,

de quien él hizo esclava la Fortuna.

Lloraron sus envidias una a una

con las propias naciones las extrañas;

su tumba son de Flandes las campanas,

y su epitafio la sangrienta luna.

En sus exequias encendió al Vesubio

Parténope, y Trinacria al Mongibelo;

el llanto militar creció en diluvio.

Diole el mejor lugar Marte en su cielo;

la Mosa, el Rhin, el Tajo y el Danubio

murmuran con dolor su desconsuelo.

- XIII - Al Duque de Lerma, Maese de campo, General en Flandes

Tú, en cuyas venas caben cinco grandes,

a quien hace mayores tu cuchilla,

eres Adelantado de Castilla,

y, en el pliego, adelantado en Flandes.

Aguarda la Victoria que la mandes:

que tu ejemplo sin voz sabe rejilla;

y pues desprecias miedos de la orilla,

nadando es justo que en elogios andes.

No de otra suerte Cesar, animoso,

del Rubicón los rápidos raudales

penetró con denuedo generoso.

Fueron, sí, las acciones desiguales;

pues en el corazón suyo, ambicioso,

eran traidoras, como en ti leales.

- XIV a - A la huerta del Duque de Lerma, favorecida y ocupada muchas veces del Señor Rey Don Felipe III, y olvidada hoy de igual concurso

Yo vi la grande y alta jerarquía

del magno, invicto y santo Rey Tercero

en esta casa, y conocí lucero

al que en sagradas púrpuras ardía.

Hoy desierta de tanta monarquía,

y del nieto, magnánimo heredero,

yace; pero arde en glorias de su acero,

como la pompa en que ostentar solía.

Menos envidia teme aventurado

que venturoso; el mérito procura;

los premios aborrece escarmentado.

¡Oh, amable, si desierta arquitectura,

más hoy al que te ve desengañado,

que cuando frecuentada en tu ventura!

- XIV b - Es de sentencia alegórica todo este soneto

Pequeños jornaleros de la tierra,

abejas, lises ricas de colores,

los picos y las alas con las flores

saben hacer panales, mas no guerra.

Lis suena flor, y Lis el pleito cierra

que revuelve en Italia los humores;

si, vos, no vobis, sois revolvedores,

pues el León y el Águila os afierra.

Son para las Abejas las venganzas

mortales, y la guerra rigurosa

no codicia aguijones, sino lanzas.

Hace punta la Águila gloriosa;

hace presa el León sin acechanzas;

el Delfín nada en onda cautelosa.

- XV a - Al Cardenal de Rucheli, movedor de las armas francesas, con alusión al nombre «ruceli», que es «arroyo» en significación italiana, por estar escrito en esa lengua

Dove, Ruceli, andate col pie presto?

Dove sangre, non púrpura conviene;

per tributari el fiume, il mar vi tiene;

y Ruceli nel mar han fin funesto.

Et hor Ruceli, onde procede questo,

che senza il Rosignuolo il Gallo vene,

et rauco grida, et vol bater le pene

nel nido, che gli a stato mai infesto?

Credo che il Ciel ad ambi dui abassi,

che vi attende la mente di Scipione,

e gli occhi msi nelle vigilie lassi,

un'Ocha, se riguardi ai tempi buoni,

scacciò y galli de y tarpei Sassi,

hor che faranno l'Aquile e y Leoni.

- XV b - Figurada contraposición de dos valimentos

Sabe, ¡oh rey tres cristiano!, la festiva

púrpura, sediciosa por tus alas,

deshojarse las lises con las balas,

pues cuanto te aventura, tanto priva.

Sabe, ¡oh humana deidad!, también tu oliva

armar con su Minerva a Marte y Palas,

y, laurel, coronar prudentes galas,

y, próvida, ilustrar paz vengativa.

Saber poner tu púrpura en tus manos,

decimotercio rey, con prisión grave,

tu esclarecida madre y tus hermanos.

Tu oliva, ¡oh gran monarca!, poner sabe

en tu pecho los tuyos soberanos,

con la unidad que en los imperios cabe.

- XVI - Al Rey Don Felipe, en ocasión de haber salido en un día muy lluvioso a jugar cañas, y haberse serenado luego el cielo

Aquella frente augusta que corona

cuanto el mar cerca, cuanto el sol abriga

(pues lo que no gobierna lo castiga

Dios con no sujetarlo a su persona),

pudo, vistiendo a Flora y a Pomona,

mandar que el tiempo sus colores siga,

haciendo que el invierno se desdiga

de los yelos y nieves que blasona.

Pudo al sol que a diciembre volvió mayo

volverle, de envidioso, al Occidente,

la luz con ceño, el oro con desmayo.

Correr galán y fulminar valiente

pudo; la caña en él, ser flecha y rayo;

pudo Lope cantarle solamente.

- XVII a - Parenética alegoría

Decimotercio rey, esa eminencia

que tu alteza a sus pies tiene postrada

querrá ver la ascendencia coronada,

pues osó coronar la descendencia.

Casamiento llamó la inteligencia,

y en él sólo de ha visto colorada

la desvergüenza. Díselo a tu espada,

y dale al cuarto mandamiento audiencia.

Si te derriba quien a ti se arrima,

su fábrica en tus ruinas adelanta,

y en cuanto te aconseja, te lastima.

¡Oh muy cristiano rey!, en gloria tanta,

ya el azote de Dios tienes encima:

mira que el Cardenal se te levanta.

- XVII b - A Don Luis Carrillo, hijo de Don Fernando Carrillo, Presidente de Indias, Cuatralbo de las galeras de España y Poeta

Ansí, sagrado mar, nunca te oprima

menos ilustre peso; ansí no veas

entre los altos montes que rodeas

exenta de tu imperio alguna cima;

ni, ofendida, tu blanca espuma gima

agravios de haya humilde, y siempre seas,

como de arenas, rico de preseas,

del que la luna más que el sol estima.

Ansí tu mudo pueblo esté seguro

de la gula solícita, que ampares

de Thetis al amante, al hijo nuevo:

pues en su verde reino y golfo oscuro,

don Luis la sirve, honrando largos mares,

ya de Aquiles, valiente, ya de Febo.

- XVIII b - Al Rey Nuestro Señor saliendo a jugar cañas

Amagos generosos de la guerra

en esa mano diestra esclarecidos

militan, y estremecen referidos,

y el ademán ejércitos encierra.

El pino, que fue greña de la sierra

y copete de cerros atrevidos,

fulminando con hierros sacudidos,

rígida era amenaza de la tierra.

La caña descansó el temor al día

en que tu lanza aseguró campañas

que ardor disimulado prometía;

figurando, en la entrada de estas cañas,

cortés y religiosa profecía,

la de Jerusalén a tus hazañas.

- XIX - Al Rey Católico, Nuestro Señor Don Felipe IV, infestado de guerras

No siempre tienen paz las siempre hermosas

estrellas en el coro azul ardiente;

y, si es posible, Jove omnipotente

publican que temió guerras furiosas.

Cuando armó las cien manos belicosas

Tifeo con cien montes, insolente,

víboras de la greña de su frente

atónitas lamieron a las Osas.

Si habitan en el cielo mal seguras

las estrellas, y en él teme el Tonante,

¿qué extrañas guerras, tú, qué paz procuras?

Vibre tu mano el rayo fulminante:

castigarás soberbias y locuras,

y, si militas, volverás triunfante.

- XXX - Desterrado Scipión a una rústica casería suya, recuerda consigo la gloria de sus hechos y de su posteridad

Faltar pudo a Scipión Roma opulenta;

mas a Roma Scipión faltar no pudo;

sea blasón de su envidia, que mi escudo,

que del mundo triunfó, cede a su afrenta.

Si el mérito africano la amedrenta,

de hazañas y laureles me desnudo;

muera en destierro en este baño rudo,

y Roma de mi ultraje esté contenta.

Que no escarmiente alguno en mí, quisiera,

viendo la ofensa que me da por pago,

porque no falte quien servirla quiera.

Nadie llore mi ruina ni mi estrago,

pues será a mi ceniza cuando muera,

epitafio Aníbal, urna Cartago.

- LIX - Muestra con ilustres ejemplos cuán ciegamente desean los hombres

Próvida dio Campania al gran Pompeo

piadosas, si molestas, calenturas;

la salud le abundó de desventuras

y le usurpó a sus glorias el trofeo.

¿Quién podrá disculpar nuestro deseo

si en el cerco del sol camina a oscuras?

Sobráranle en Campania sepulturas;

fáltanle de su muerte en el rodeo.

Si Mario la alma espléndida exhalara,

opima con los triunfos de la guerra,

lagos, destierro y cárcel ignorara.

Mucha tiniebla y grande noche cierra

cuanto destina el hombre, y todo para

en pretendida muerte y poca tierra.

- L a - Enseña cómo es rico el que tiene mucho caudal

Quitar codicia, no añadir dinero,

hace ricos los hombres, Casimiro:

puedes arder en púrpura de Tiro

y no alcanzar descanso verdadero.

Señor te llamas; yo te considero,

cuando el hombre interior que vives miro,

esclavo de las ansias y el suspiro,

y de tus propias culpas prisionero.

Al asiento del alma suba el oro;

no al sepulcro del oro l'alme baje,

ni le compita a Dios su precio al lodo.

Descifra las mentiras del tesoro;

pues falta (y es del cielo este lenguaje)

al pobre, mucho; y al avaro, todo.

- L b - Séneca vuelve a Nerón la riqueza que le había dado

Esta miseria, gran señor, honrosa,

de la humana ambición alma dorada;

esta pobreza ilustre acreditada,

fatiga dulce y inquietud preciosa;

este metal de la color medrosa

y de la fuerza contra todo osada

te vuelvo: que alta dádiva envidiada

enferma la fortuna más dichosa.

Recíbelo, Nerón; que, en docta historia,

más será recibirlo que fue darlo,

y más seguridad en mí el volverlo:

pues juzgarán, y te será más gloria,

que diste oro a quien supo despreciarlo

para mostrar que supo merecerlo.

- LI a - Respuesta de Nerón a Séneca, no admitiéndole lo que le volvía

Séneca, el responder hoy de repente

a tu razonamiento prevenido,

gloria es de tu enseñanza que ha podido

formar mi lengua contra ti elocuente.

A lo que yo te debo aún no es decente

eso que de mi mano has recibido;

y, para lo que a mí me debo, ha sido

empezar a premiarte escasamente.

Quieres, a costa de la fama mía,

que alaben tu modestia y tu templanza,

y que acusen mi avara hidropesía.

El premio, pues, debido a mi enseñanza

goza, porque el volvérmele este día

y no admitirle yo, no sea alabanza.

- LI b - Un delito igual se reputa desigual si son diferentes los sujetos que le cometen, y aun los delitos, desiguales

Si de un delito propio es precio Lido

la horca, y en Menandro la dilema,

¿quién pretendes, ¡oh Júpiter!, que tema

el rayo a las maldades prometido?

Cuando fueras un pobre endurecido,

y no del cielo majestad suprema,

gritaras, tronco, a la injusticia extrema,

y, dios de mármol, dieras un gemido.

Sacrilegios pequeños se castigan;

los grandes en los triunfos se coronan,

y tienen por blasón que se los digan.

Lido robó una choza, y le aprisionan;

Menandro un reino, y su maldad obligan

con nuevas dignidades que le abonan.

- LII a - El pecar intercede por los premios, prefiriéndose a la virtud

Si gobernar provincias y legiones

ambicioso pretendes, ¡oh Licino!,

procura que el favor que desatino

aseguren de infames tus acciones.

No merezca ninguno las prisiones

mejor que tú, pues cuanto más vecino

al suplicio te vieres, el destino

más te apresurará las elecciones.

Felices son y ricos los pecados:

ellos dan los palacios suntuosos,

llueve el oro, adquieren los estados.

Alábense los hombres virtuosos;

mas, para los que viven alabados,

quien los alaba elige los viciosos.

- LII b - Qué desengaños son la verdadera riqueza

¿Cuándo seré feliz con mi gemido?

¿Cuándo sin el ajeno afortunado?

El desprecio me sigue desdeñado;

la envidia, en dignidad constituido.

U del bien u del mal vivo ofendido;

y es ya tan insolente mi pecado,

que, por no confesarme castigado,

acusa a Dios con llanto inadvertido.

Temo la muerte, que mi miedo afea;

amo la vida, con saber es muerte:

tan ciega noche el seso me rodea.

Si el hombre es flaco y la ambición es fuerte,

caudal que en desengaños no se emplea,

cuanto se aumenta, Caridón, se vierte.

- LIII a - Por más poderoso que sea el que agravia, deja armas para la venganza

Tú, ya, ¡oh ministro!, afirma tu cuidado

en no injuriar al mísero y al fuerte;

cuando le quites oro y plata, advierte

que le dejas el hierro acicalado.

Dejas espada y lanza al desdichado,

y poder y razón para vencerte;

no sabe pueblo ayuno temer muerte;

armas quedan al pueblo despojado.

Quien ve su perdición cierta, aborrece,

más que su perdición, la causa de ella;

y ésta, no aquélla, es más quien le enfurece.

Arma su desnudez y su querella

con desesperación, cuando le ofrece