La cuna y la sepultura - Francisco de Quevedo - E-Book

La cuna y la sepultura E-Book

Francisco de Quevedo

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Beschreibung

Quevedo es conocido sobre todo por su poesía, pero destacó igualmente como ensayista y filósofo. «La cuna y la sepultura» es el resultado de la reescritura de una obra anterior, «Doctrina moral», publicada cuatro años antes sin su autorización. La obra, de carácter filosófico y moralista, está dividida en dos partes: «La cuna y la vida» y «Muerte y entierro» (o «La doctrina de morir»), y trata sobre los grandes temas existenciales del ser humano.-

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Seitenzahl: 125

Veröffentlichungsjahr: 2021

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Francisco de Quevedo

La cuna y la sepultura

para el conocimiento propio y desengaño de las cosas ajenas

caballero de la Orden de Santiago, señor de la villa de la Torre de Juan Abad

Saga

La cuna y la sepultura

 

Copyright © 1634, 2021 SAGA Egmont

 

All rights reserved

 

ISBN: 9788726749410

 

1st ebook edition

Format: EPUB 3.0

 

No part of this publication may be reproduced, stored in a retrievial system, or transmitted, in any form or by any means without the prior written permission of the publisher, nor, be otherwise circulated in any form of binding or cover other than in which it is published and without a similar condition being imposed on the subsequent purchaser.

This work is republished as a historical document. It contains contemporary use of language.

 

www.sagaegmont.com

Saga Egmont - a part of Egmont, www.egmont.com

Al señor don Juan de Chaves y Mendoza, caballero del hábito de Santiago, presidente del Consejo de las Órdenes y del Consejo y Cámara de su Majestad, conde de la Calzada, señor de la villa de Santa Cruz de la Sierra.

 

Esta dedicatoria, señor, en Vuestra Señoría se enoblece en el oficio antiguo, añadiendo al ser reconocida el ser fiel; pues no lleva a sus manos esta obra mía por elección, sino por deuda. Menos es de mi estudio que de Vuestra Señoría, pues, siendo arte de adquirir las virtudes y despreciar los vicios, le doy un traslado de sus gloriosas acciones. Secretos son de la Verdad que buscan en Vuestra Señoría voz viva que los declare; pues ha sido y es original que los enseña ministro tan grande que en sus manos ha visto siempre la justicia que sus balanzas han gobernado su espada, no la espada sus balanzas. Por esto las asistencias inumerables a la conservación del bien público en un mismo tiempo se han valido de Vuestra Señoría como si fuera multiplicado en personas. Y con esto confesaron cuánto [echaran] menos que no fuese muchos, si, solo, no experimentaran que valía por todos, repartiéndose en cuidado infatigable por tantos tribunales, juntas y presidencia, haciendo en todos, con las costumbres de luz, oficio de día. Vistiéronse en Vuestra Señoría las letras de púrpura en la gran sangre de sus venas, derivada de la esclarecida casa de Chaves, cuya [ilustrísima] memoria está bien poblada de tantos ricos hombres y señores, pues sin sus blasones no se lee corónica desde la primera antigüedad de España ni privilegio donde no sean blasón los señores della. Por otra parte, la casa de Mendoza, por tantos lados real, siempre grande, de quien se inundan todos los reinos de grandezas y señoríos, se añade por prerrogativa los méritos de las letras y integridad con que Vuestra Señoría en tan grandes cargos hace amable su veneración, y docta su admirada y espléndida gloria. Y lo que más se debe estimar es que, por todas estas razones, es Vuestra Señoría, con toda su sangre y su casa, una viva alabanza y una ardiente aclamación de las sumamente providentes elecciones de la majestad soberana del rey nuestro señor don Felipe el Grande, cuarto deste nombre, que, continuando y creciendo las de su santo padre, ha dado a Vuestra Señoría aquellos puestos que necesitaban de ministro tan digno. Yo, señor, por desquitar la culpa que tiene quien escribe lo que no obra, lo dedico a Vuestra Señoría, que lo obra y no lo escribe. El título deste libro es Conocimiento propio y desengaño de las cosas ajenas. Si como le sé dedicar le he sabido escribir, será digno de la protección de Vuestra Señoría, a quien Jesucristo nuestro Señor dé su gracia y larga vida con buena salud, como deseo. Madrid, 14 de mayo de 1633.

Don Francisco de Quevedo Villegas

A los doctos, modestos y piadosos

Siendo bastantes mis inorancias para culparme, la malicia ha añadido a mi nombre obras impresas y de mano que nunca escribí (algunas impresas antes de «mi impresión» con nombres de sus autores). No deja de ser nota mía el ser tal que se me puedan achacar semejantes tratados. He tenido aviso que prosiguen en esta persecución por dar los riesgos de su intención a mi persona. Y viendo cuán impíamente han perseverado en esta maldad los invidiosos de las obras de don Luis de Góngora, sin hartarse de venganza en la primera impresión, [añadiéndole en] esta postrera cosas que no hizo, he determinado de imprimir lo que he escrito todo. Conténtense con el mal que me hacen en obligarme a padecer la penitencia de mis yerros, imprimiéndolos de miedo de que no me los aumenten; escogiendo por mejor el padecer su reprehensión vivo que su venganza muerto. Y protesto que nada es mío sino lo que yo, pidiendo licencia para imprimir, lo [sacare] a luz. Y todo lo escribo debajo de la corrección de la santa Iglesia Romana y de sus ministros.

Don Francisco de Quevedo Villegas

Proemio

Al doctísimo y reverendísimo padre fray Cristóbal de Torres, religioso del glorioso patriarca santo Domingo, verdadero dicípulo de la santa dotrina del angélico doctor santo Tomás, predicador evangélico de la majestad del rey nuestro señor.

 

Son la cuna y la sepultura el principio de la vida y el fin della y, con ser al juicio del divertimiento las dos mayores distancias, la vista desengañada no sólo las ve confines sino juntas, con oficios recíprocos y convertidos en sí propios; siendo verdad que la cuna empieza a ser sepultura, y la sepultura, cuna a la postrera vida.

Empieza el hombre a nacer y a morir; por esto cuando muere acaba a un tiempo de vivir y de morir. Yo, que de las horas a que me prestó la cuna he sido desperdicio y no logro, por desquitar mi culpa escribo Dotrina para que otros no me imiten y me sobrescribo como peligro que todos deben evitar. Y ya que no escribo lo que he obrado para el ejemplo público, escribo lo que he dejado de hacer para el escarmiento. Que la virtud tanto se vale para su crédito de lo que padece el malo, que no la sigue, como de lo que goza el bueno, que la obedece. Y como en mí he reconocido la dolencia de los perdidos, determiné de escribir este tratado, breve porque no amedrente con prolijidad el gasto de muchas horas. Y considerando cuán poco puede con los hombres distraídos la autoridad, por estar los sentidos y potencias humanas más de parte de lo que ven que de lo que se les promete, de donde nace caudalosa la licencia en las culpas, he querido —viendo que el hombre es racional y que desto no puede huir—, valiéndome de la razón, aprisionarle el entendimiento en ella. Y para fabricar este lazo, en que consiste su verdadera libertad, me he valido en los cuatro primeros capítulos de la dotrina de los estoicos. Y siguiendo a santo Tomás, que en ellos, cristiana y religiosamente, impugnó el principio de la insensibilidad de afectos (lo que en la gentilidad habían hecho Aristóteles y Plutarco), tomo otro principio en que se acomoda bien su dotrina: en lo más, útil y eficaz y verdaderamente varonil y robusta, y que aun en la idolatría animó con esfuerzo hazañoso las virtudes morales. Dotrina que, en aquel siglo que no había amanecido Jesucristo nuestro Señor, Dios y hombre verdadero, tuvo por séquito las mayores almas que vivieron aquellas tinieblas. Y porque los filósofos no usurpen con sus estudios la gloria de alguna verdad que escribieron, siendo cierto que la verdad, dígala quien la dijere, es del Espíritu Santo y dél viene y se deriva, afirmo que Zenón y Epiteto la mendigaron del libro sagrado de Job, trasladándola y haciendo sus preceptos de sus obras y palabras; y si bien a la prueba universal desto me remito al libro que tengo escrito sobre Job, cuyo título es Themanites redivivus in Job, por prenda desta opinión mía la verifico desta manera.

En el Manual de Epicteto, el capítulo XV dice estas palabras: «Nunca digas que perdiste nada, sino que lo volviste. ¿Murió tu hijo? [Di que le] pagaste. Hurtáronte la hacienda, ¿por ventura no dirás que la pagaste? Dirás que no, porque es malo quien la hurtó. ¿Qué te toca a ti calificar las personas por quien cobra lo que te ha dado el que te lo dio? Sólo te toca gozarlo, como ajeno, el tiempo que te lo concediere su dueño».

¿ Quién será tan impío y tan inorante que no confiese este preceto, que es la llave de toda la enseñanza estoica, por hurto literal de la principal acción de la historia de Job? En el capítulo primero, dice el texto sagrado que vino un mensajero a Job y le dijo que, estando banqueteándose sus hijos y sus hijas en casa de su hijo primogénito, vinieron los sabeos y los robaron y degollaron los criados. Otro vino, hablando éste, y dijo: «Fuego cayó del cielo y abrasó tus ganados y tus pastores». Y, antes que éste acabase de hablar, vino otro y dijo: «Los caldeos en tres escuadrones acometieron a tus camellos y los llevaron y pasaron a cuchillo los que los guardaban». Y estando hablando éste, vino otro y dijo: «Estando en la casa de tu hijo mayor tus hijos y tus hijas comiendo y bebiendo, de repente se arrojó un huracán de la región del desierto y, acometiendo los cuatro ángulos de la casa, la derribó y con ella enterró tus hijos».

Aquí se ven a la letra los sucesos que en su capítulo especifica Epitecto: muerte de hijos y hacienda robada por los ladrones. Y Job respondió las mismas palabras que Epitecto manda que se respondan: «Dios me lo dio, Dios me lo quita; como Dios quiere ha sucedido; sea el nombre de Dios bendito». No dice que lo pierde, sino que lo paga; que Dios, que lo dio, lo cobra. Y lo mismo que responde al fuego que bajó del cielo y al viento que derribó la casa, responde a los ladrones que le robaron la hacienda y los ganados. Conoció Job, y enseñólo a Epitecto y a Zenón, que no toca al hombre calificar sus cobradores a Dios; y que, como lo es el fuego y el huracán, lo es el ladrón. Y esto, que es en lo que Epitecto hace fuerza, lo dice Job clarísimamente en el capítulo XIX, en el verso 12: «Simul venerunt latrones eius, et fecerunt sibi viam per me, et obsederunt [in giro] tabernaculum meum. Juntos [vinieron] sus ladrones y se hicieron camino por mí y sitiaron en torno mi tabernáculo».

Aquí, hablando con Dios, dice que usa su providencia de los ladrones para cobradores, como del fuego y de la tempestad, y los llama suyos.

Y por no hacer libro este proemio, no verifico todo el Manual de Epitecto, remitiéndome a mi impresión, pues este lugar, que es el mayor, da promesa digna de crédito para los demás.

Por estas razones, hallé calificada la dotrina estoica para gastar en ella los cuatro capítulos que, con el quinto y postrero, [perfeciono] en la verdad cristiana con la poquedad y mengua de mi dotrina.

El tratado «De la sepultura», previniendo los riesgos de la postrera hora, he dividido en dos defensas de que a mi parecer necesita el hombre, que en poco rato abrevia cuenta de muchos años.

El primero es que no desconfíe por sus pecados de la misericordia de Dios, fiando en ella y en su sangre y intercesión de los santos.

El segundo, que no se confíe en algunas buenas obras que a su parecer ha hecho, porque no le condene la presunción propia asegurada en sí.

Yo puedo asegurar a Vuestra Paternidad Reverendísima que mi intento en este libro es bueno, si le acompaña pobremente mi inorancia. Esta confesión, ya que no lo mejora, me disculpa.

Suplico a Vuestra Paternidad Reverendísima lleve a cuenta de su humildad, con la modestia ejemplar que tiene, esta mortificación de verse nombrado en este proemio mío y perdone con caridad lo que se baja por lo que me autoriza. Y dé Dios a Vuestra Paternidad Reverendísima larga vida con buena salud, como deseo y ha menester la voz de la verdad y la dotrina verdadera para las mejoras de la conciencia. Madrid, 20 de mayo 1633.

Don Francisco de Quevedo Villegas

Cuna y vida

CAPÍTULO I

Informa el juicio de la opinión que ha de tener de todas las cosas, alumbra el conocimiento propio, y amanece con el desengaño la noche de la presunción.

 

Dos cosas traes encargadas, hombre, cuando naces: de la naturaleza, la vida, y de la razón, la buena vida. Aquella primera te solicitan y acuerdan las necesidades del cuerpo, y esta postrera, los deseos de la alma. Advierte que en lo necesario no contradice una a otra; antes, al vivir de aquélla, añade ésta que sea bien; sólo son contrarias cuando la una quiere para vivir lo superfluo, que la parte del alma contradice porque embaraza con la vanidad su pretensión, que es lo más importante.

Debes, según esto, lo primero considerar, antes que uses destas dos cosas, para qué te fueron dadas; y tomar firmemente la opinión que [dellas] conviene. Y si lo miras, tu principal parte es el alma, que el cuerpo se te dio para navío desta navegación en que vas sujeto a que el viento dé con él en el bajío de la muerte. Y dántele como instrumento que sigue la condición de los demás que sirven a algún ministerio; pues cuando tú no lo gastes con el uso, él se consumirá con su propia composición, que [encierra] muerte y nació della. [Dentro] de tu propio cuerpo, por pequeño que te parece, peregrinas; y si no miras bien por donde llevas tus deseos, te perderás dentro de tan pequeño vaso para siempre. Has de tratarle no como quien vive por él, que es necedad, ni como quien vive para él, que es delito, sino como quien no puede vivir sin él. Trátale como al criado: susténtale y vístele y mándale, que sería cosa fea que te mandase quien nació para servirte y que nació confesando con lágrimas su servidumbre y, muerto, dirá en la sepultura que por sí aun eso no merecía.

Bien permite la razón que vivas con el cuerpo, y lo ama, mas no se halla con caudal de sustentar sus apetitos, que ésos, como hijos de la vanidad, te gastarán todo el caudal y desperdiciarán los tesoros del entendimiento.

Y si bien conocieres lo que es la vida y para qué te la prestan y con qué condiciones, hallarás que [no eres] señor de un momento y que todo te has menester para dar buena cuenta de ti.