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Este volumen recoge toda la producción tanto en prosa como en verso de don Francisco de Quevedo, uno de los autores más señeros de la literatura española en todo el mundo. Articulado en torno a su temática y cronología, el volumen abarca la producción de uno de los mayores genios de las letras españolas.-
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Seitenzahl: 472
Veröffentlichungsjahr: 2021
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Francisco de Quevedo
SOCIEDAD DE BIBLIÓFILOS ANDALUCES VILLEGAS EDICIÓN CRÍTICA, ORDENADA É ILUSTRADA POR D. AURELIANO FERNÁNDEZ-GUERRA Y ORBE de la Real Academia Española CON NOTAS Y ADICIONES DE D. MARCELINO MENÉNDEZ Y PELAYO de la misma Academia.
Saga
Obras completas de don Francisco de Quevedo
Copyright © 1903, 2021 SAGA Egmont
All rights reserved
ISBN: 9788726485448
1st ebook edition
Format: EPUB 3.0
No part of this publication may be reproduced, stored in a retrievial system, or transmitted, in any form or by any means without the prior written permission of the publisher, nor, be otherwise circulated in any form of binding or cover other than in which it is published and without a similar condition being imposed on the subsequent purchaser.
This work is republished as a historical document. It contains contemporary use of language.
www.sagaegmont.com
Saga Egmont - a part of Egmont, www.egmont.com
Sale á luz este segundo tomo de las Obras de D. Francisco de Quevedo, y primero de sus Poesías, sin el aparato de notas y comentarios que debía acompañarle, pero que, por su extensión y por dificultades tipográficas de última hora, ha sido forzoso reservar para otro volumen, en que irán juntas todas las ilustraciones relativas á los versos de Quevedo, los cuales han de llenar, por lo menos, tres tomos de la presente colección.
Para proceder con algún orden en tan vasta y enmarañada selva de poesía, hemos establecido tres divisiones. En la primera incluimos todas las composiciones de Quevedo cuya fecha exacta, ó siquiera aproximada, hemos podido fijar. Esta cronología se funda las más veces en el contexto de las poesías mismas, cuando son de circunstancias ó contienen alusiones claras á sucesos recientes. Cuando esta luz nos falta, colocamos la poesía en el año en que por primera vez fué impresa ó en que fué compilada la más antigua colección manuscrita en que se halla, ó en que apareció el primer libro donde está citada. Bien comprendemos que este método es imperfecto, pero cuando no cabe otro, tiene, por lo menos, la ventaja de marcar un límite. De este modo sabemos á ciencia cierta que las 21 composiciones incluidas en las Flores de Poetas Ilustres de Pedro de Espinosa (entre las cuales está la popular letrilla Poderoso caballero...) son anteriores á 1603, en que Espinosa había obtenido ya aprobaciones y privilegio para su libro, aunque éste no saliese de la imprenta hasta 1605; que el conocido romance Diéronme ayer la minuta... es, por lo menos, de 1605, por estar incluído en la Segunda Parte del Romancero de Miguel de Madrigal; que las Silvas morales más célebres, entre ellas la del Sueño, estaban escritas en 1611, cuando D. Juan Antonio Calderón recopiló la Segunda Parte de las Flores; que la Sátira del Matrimonio tiene que ser anterior á 1617, puesto que Lope de Vega la cita como cosa familiar á todos en una carta escrita en dicho año; que el Poema á Cristo Resucitado está mencionado ya por Bartolomé Ximénez Patón en 1621. Basten estos ejemplos; y en las notas que cada composición ha de llevar quedará justificada, según entendemos, esta cronología que con grande estudio comenzó á formar D. Aureliano Fernández-Guerra, y que hemos procurado completar en todo lo posible, sin arredrarnos tan árido trabajo, en que es muy fácil el error, y el lucimiento escaso.
Sólo una mitad próximamente de las poesías de Quevedo incluidas por D. Jusepe Antonio González de Salas en el Parnaso Español (1648) y por el sobrino de Quevedo, D. Pedro Aldrete, en Las Tres Musas Últimas Castellanas (1670) hemos logrado fechar sin grave recelo de equivocarnos. Presentamos las demás en el orden en que las ofrecen los antiguos editores, respetando la tradicional división en Musas, y formando con ellas la segunda serie de las obras poéticas de nuestro D. Francisco. La tercera queda reservada para las composiciones inéditas, así líricas como dramáticas, y para todas las que, presentando visos de autenticidad, hayan sido impresas fuera de las dos colecciones citadas. Las únicas novedades que respecto de éstas nos hemos permitido son suprimir en Las Tres Musas Últimas Castellanas todas las poesías evidentemente apócrifas, dando la razón de ello, y transportar á la sección de Teatro los entremeses que allí se encuentran, para que puedan leerse juntos todos los que compuso nuestro autor, ó con alguna razón se le atribuyen.
Para fijar el texto de las poesías de Quevedo hemos seguido, de acuerdo con el plan que dejó trazado D. Aureliano Fernández-Guerra, las siguientes reglas:
Por nota van las principales variantes de los textos. Las aclaraciones de otra índole, así como la bibliografía completa y razonada de las ediciones y manuscritos de que nos hemos valido, se pondrán al fin de este nuevo Parnaso.
M. M. y P.
AUTOR DEL LIBRO CONCEPTOS DE DIVINA POESÍA (Alcalá de Henares, 1599.) (a) D. FRANCISCO DE QUEVEDO AL LECTOR
1. Bien debe coronar tu ilustre frente,
Lucas, el rubio Febo, y murmurando 1
El generoso Henares ir cantando
Tu nombre al ronco són de su corriente.
Y de las perlas que en sus senos siente
Y va con frío humor alimentando
Hacer lenguas que vayan dilatando
Tu nombre por el ancho mar de Oriente.
Bien te debe la fama el ocuparse
En sólo celebrar tu nombre y gloria,
Si su clarín tan gran aliento alcanza.
Bien te debe (mas no puede pagarse
Tal deuda) sus anales la memoria,
Y, al fin, todos te deben alabanza.
DE LOPE DE VEGA (Sevilla, Clemente Hidalgo, 1604.)
2. Las fuerzas, Peregrino celebrado,
Afrentará del tiempo y del olvido
El libro que, por tuyo, ha merecido
Ser del uno y del otro respetado.
Con lazos de oro y yedra acompañado,
El laurel en tu frente está corrido
De ver que tus escritos han podido
Hacer cortos los premios que te ha dado.
La envidia su verdugo y su tormento
Hace del nombre que cantando cobras,
Y con tu gloria su martirio crece.
Mas yo disculpo tal atrevimiento,
Si con lo que ella muerde de tus obras
La boca, lengua y dientes enriquece.
(En la Primera parte de las Flores de Poetas Ilustres de España, ordenada por Pedro Espinosa. Valladolid, Luís Sánchez, 1605.)
3. Estábase la efesia cazadora
Dando en aljófar el sudor al baño,
En la estación ardiente, cuando el año
Con los rayos del sol el Perro dora.
De sí, como Narciso, se enamora,
Vuelta pincel de su retrato extraño,
Cuando sus ninfas, viendo cerca el daño,
Hurtaron á Acteón 3 á su señora.
Tierra le echaron todas por cegalle,
Sin advertir primero que era en vano,
Pues no pudo cegar con ver su talle.
Trocó en áspera frente el rostro humano,
Sus perros intentaron de matalle,
Mas sus deseos ganaron por la mano.
(En las Flores de Poetas Ilustres.)
Con su pan se lo coma.
Que el viejo que con destreza
Se ilumina, tiñe y pinta
Eche borrones de tinta
Al papel de su cabeza;
Que emiende á naturaleza,
En sus locuras protervo;
Que amanezca negro cuervo,
Durmiendo blanca paloma,
Con su pan se lo coma.
Que la vieja detraída
Quiera agora distraerse,
Y que quiera moza verse,
Sin servir en esta vida;
Que se case persuadida
Que concebirá cada año 4,
No concibiendo el engaño
Del que por mujer la toma,
Con su pan se lo coma.
Que mucha conversación,
Que es causa de menosprecio,
En la mujer del que es necio
Sea de más precio ocasión;
Que case con bendición
La blanca con el cornado,
Sin que venga dispensado
El parentesco de Roma,
Con su pan se lo coma.
Que en la mujer deslenguada,
(Que á tantos hartó la gula)
Hurte la cara á la Bula 5
El renombre de Cruzada;
Que ande siempre persinada
De puro buena mujer;
Que en los vicios quiera ser,
Y en los castigos, Sodoma 6,
Con su pan se lo coma.
Que el sastre que nos desuella
Haga con gran sentimiento
En la uña el testamento
De lo que agarró con ella;
Que deba tanto á su estrella,
Que las faltas en sus obras
Sean para su casa sobras,
Cuando ya la Muerte asoma 7,
Con su pan se lo coma.
FÁBULA (De las Flores de Poetas Ilustres.)
5. Delante del Sol venía
Corriendo Dafne, doncella
De extremada gallardía,
Y en ir delante tan bella
Nueva Aurora parecía.
Cansado más de cansalla
Que de cansarse á sí Febo,
A la amorosa batalla
Quiso dar principio nuevo,
Para mejor alcanzalla.
Mas, viéndola tan crüel,
Dió mil gritos doloridos,
Contento el amante fiel
De que alcancen sus oídos
Las voces, ya que no él.
Mas, envidioso de ver
Que han de gozar gloria nueva
Las palabras en su sér,
Con el viento que las lleva
Quiso parejas correr.
Pero su padre, celoso,
En su curso cristalino
Tras ella corrió furioso,
Y en medio de su camino
Los atajó sonoroso.
El sol corre por seguilla;
Por huir corre la estrella;
Corre el llanto por no vella;
Corre el aire por oílla,
Y el río por socorrella.
Atrás los deja arrogante,
Y á su enamorado más;
Que ya, por llevar triunfante
Su honestidad adelante,
Á todos los deja atrás.
Mas, viendo su movimiento,
Dió las razones que canto,
Con dolor y sin aliento,
Primero al correr del llanto
Y luego al volar del viento:
«Dí, ¿por qué mi dolor creces
Huyendo tanto de mí
En la muerte que me ofreces?
Si el Sol y luz aborreces,
Huye tú misma de ti.
»No corras más, Dafne fiera,
Que en verte huir furiosa
De mí, que alumbro la esfera,
Si no fueras tan hermosa,
Por la Noche te tuviera.
»Ojos que en esa beldad
Alumbráis con luces bellas
Su rostro y su crüeldad,
Pues que sois los dos estrellas,
Al Sol que os mira mirad.
»En mi triste padecer
Y en mi encendido querer,
Dafne bella, no sé cómo
Con tantas flechas de plomo
Puedes tan veloz correr.
»Ya todo mi bien perdí;
Ya se acabaron mis bienes;
Pues hoy, corriendo tras ti,
Aun mi corazón, que tienes,
Alas te da contra mí.»
Á su oreja esta razón,
Y á sus vestidos su mano,
Y de Dafne la oración,
Á Júpiter soberano
Llegaron á una sazón.
Sus plantas en sola una
De lauro se convirtieron;
Los dos brazos le crecieron,
Quejándose á la fortuna,
Con el ruido que hicieron.
Escondióse en la corteza
La nieve del pecho helado,
Y la flor de su belleza
Dejó en la flor un traslado
Que al lauro presta riqueza.
De la rubia cabellera
Que floreció tantos mayos,
Antes que se convirtiera,
Hebras tomó el Sol por rayos,
Con que hoy alumbra la esfera.
Con mil abrazos ardientes
Ciñó el tronco el Sol, y luego,
Con las memorias presentes,
Los rayos de luz y fuego
Dasató en amargas fuentes.
Con un honesto temblor,
Por rehusar sus abrazos,
Se quejó de su rigor,
Y aun quiso inclinar los brazos,
Por estorbarlos mejor.
El aire desenvolvía
Sus hojas, y no hallando
Las hebras que ver solía,
Tristemente murmurando
Entre las ramas corría.
El río, que esto miró,
Movido á piedad y llanto,
Con sus lágrimas creció
Y á besar el pie llegó
Del árbol divino y santo.
Y, viendo caso tan tierno,
Digno de renombre eterno,
La reservó en aquel llano,
De sus rayos el verano,
Y de su yelo el invierno.
(En las Flores de Poetas Ilustres.)
Poderoso caballero
Es don Dinero.
6. Madre, yo al oro me humillo;
Él es mi amante y mi amado,
Pues de puro enamorado
Anda contino amarillo 8;
Que pues, doblón ó sencillo,
Hace todo cuanto quiero,
Poderoso caballero
Es don Dinero.
Nace en las Indias honrado,
Donde el mundo le acompaña;
Viene á morir en España,
Y es en Génova enterrado;
Y pues quien le trae al lado
Es hermoso, aunque sea fiero,
Poderoso caballero
Es don Dinero9.
Son sus padres principales,
Y es de nobles decendiente,
Porque en las venas de Oriente
Todas las sangres son reales;
Y pues es quien hace iguales
Al rico y al pordiosero 10,
Poderoso caballero
Es don Dinero.
¿Á quién no le maravilla 11
Ver en su gloria sin tasa
Que es lo más ruin de su casa 12
Doña Blanca de Castilla?
Mas pues que su fuerza humilla
Al cobarde y al guerrero 13,
Poderoso caballero
Es don Dinero 14.
Es tanta su majestad,
Aunque son sus duelos hartos,
Que aun con estar hecho cuartos,
No pierde su calidad;
Pero pues da autoridad
Al gañán y al jornalero 15,
Poderoso caballero
Es don Dinero16.
Más valen en cualquier tierra
(Mirad si es harto sagaz)
Sus escudos en la paz
Que rodelas en la guerra;
Pues al natural destierra 17,
Y hace propio al forastero,
Poderoso caballero
Es don Dinero.
SONETO (En las Flores de Poetas Ilustres.)
Si, con los mismos ojos que leyeres
Las letras deste mármol, no llorares
Amargas fuentes y copiosos mares 18,
Tan mármol, huésped, como el mármol eres.
Mira, si extrañas cosas ver quisieres 19,
Estos sagrados túmulos y altares;
Que es bien que en tanta majestad repares 20,
Si llevar que contar donde vas quieres.
No he de decirte el nombre de su dueño 21;
Que si le sabes, parecerte ha poca
Toda aquesta grandeza á sus despojos.
Sólo advierte que esconde en mortal sueño
Al Sol de Lerma aquesta dura roca 22;
Y vete, que harto debes á tus ojos.
ROTA Y REMENDADA (En las Flores de Poetas Ilustres.)
8. Oye la voz de un hombre que te canta,
Y, en vez de dulces pasos de garganta,
Escucha amargos trancos de gaznate;
Oye, dama, el remate
De mis razones, la sentencia extrema 23,
Que, por ser dada en Rota, es la suprema.
El que por ti se muere en dulces lazos,
Muere con propiedad por tus pedazos,
Pues estando tan próspera de bienes 24,
Tantos remiendos tienes,
Hermosísimo bien del alma mía,
Que siendo tan cruel, pareces pía 25.
Eres rota, señora, de tal modo 26,
Que tienes rota la conciencia y todo;
Y tus hermosos ojos celebrados
También son muy rasgados;
Mas en tu desnudez hay compañeros 27;
Que el vino y el amor andan en cueros.
En la batalla, la bandera rota
Del arcabuz soberbio con pelota,
Cuanto más rota, muestra más vitoria,
Y en su dueño más gloria:
Así tus vestiduras celebradas 28
Muestran más gloria cuanto más rasgadas.
Rompe la tierra el labrador astuto,
Porque rota la tierra da más fruto:
Así el amor, bellísima señora,
Te rompe alegre agora,
Como á la tierra simples labradores 29,
Por dar más fruto, y por mostrar más flores.
Y desnuda, rotísima doncella 30,
Tan linda estás, estás tan rica y bella,
Que matas más de celos y de amores
Que vestida á colores 31;
Y eres así á la espada parecida,
Que matas más desnuda que vestida 32.
Mas como el guante rompen los amantes
Para que puedan verse los diamantes,
Así quiso romperte la pobreza,
Para que la belleza
Que está en todo tu cuerpo repartida,
No quedase en las ropas escondida 33.
Cansada está mi musa de cansarte,
Mas yo no estoy cansado de alabarte,
Pues no podrá hacerse de tus trapos,
Tus chías y harapos,
Tanto papel, aunque hagan mucha suma,
Como en loarte ocupará mi pluma 34.
(En las Flores de Poetas Ilustres.)
9. No os espantéis, señora Notomía,
Que me atreva este día,
Con exprimida voz convaleciente,
Á cantar vuestras partes á la gente;
Que de hombres es, en casos importantes,
El caer en flaquezas semejantes.
Cantó la pulga Ovidio, honor romano,
Y la mosca Luciano;
De las ranas Homero; yo confieso
Que ellos cantaron cosas de más peso;
Yo escribiré con pluma más delgada
Materia más sutil y delicada.
Quien tan sin carne os viere, si no es ciego,
Yo sé que dirá luego,
Mirando en vos más puntas que en rastrillo,
Que os engendró algún Miércoles Corvillo;
Y quien pece os llamó no desatina,
Viendo que, tras ser negra, sois espina.
Dios os defienda, dama, lo primero,
De sastre ó zapatero,
Pues por punzón ó alesna es caso llano
Que cada cual os cerrará en la mano;
Aunque yo pienso que, por mil razones,
Tenéis por alma un viernes con ceciones.
Mirad que miente vuestro amigo, dama,
Cuando «mi carne» os llama;
Que no podéis jamás en carnes veros,
Aunque para ello os desnudéis en cueros;
Mas yo sé bien que quedan en la calle
Picados más de dos de vuestro talle.
Bien sé que apasionáis los corazones,
Porque dais más pasiones
Que tienen diez cuaresmas, con la cara:
Que amor hiere con vos como con jara;
Que si va por lo flaco, tenéis voto
De que sois más sutil que lo fué Scoto.
Y aunque estáis tan angosta, flaca mía,
Tan estrecha y tan fría,
Tan mondada y enjuta y tan delgada,
Tan roída, exprimida y destilada,
Estrechamente os amaré con brío;
Que es amor de raíz el amor mío.
Aun la sarna no os come con su gula,
Y sola tenéis bula
Para no sustentar cosas vivientes;
Por sólo ser de hueso tenéis dientes,
Y de acostarse ya en partes tan duras,
Vuestra alma diz que tiene mataduras.
Hijos somos de Adán en este suelo,
La Nada es nuestro abuelo,
Y salístesle vos tan parecida,
Que apenas fuistes algo en esta vida;
De ser sombra os defiende, no el donaire,
Sino la voz, y aqueso es cosa de aire.
De los tres enemigos que hay del alma
Llevárades la palma,
Y con valor y pruebas excelentes
Los venciérades vos entre las gentes,
Si por dejar la carne de que hablo,
El mundo no os tuviera por el diablo.
Díjome una mujer por cosa cierta
Que nunca vuestra puerta
Os pudo un punto dilatar la entrada,
Por causa de hallarla muy cerrada,
Pues por no deteneros aun llamando,
Por los resquicios os entráis volando.
Con mujer tan aguda y amolada,
Consumida, estrujada,
Sutil, dura, buída, magra y fiera,
Que ha menester, por no picar, contera,
No me entremeto; que si llego al toque,
Conocerá de mí el señor san Roque.
Con vos, cuando muráis tras tanta guerra,
Segura está la tierra
Que no sacará el vientre de mal año;
Y pues habéis de ir flaca en modo extraño,
Sisándole las ancas y la panza,
Os podrán enterrar en una lanza.
Sólo os pido, por vuestro beneficio,
Que el día del juicio
Troquéis con otro muerto en las cavernas
Esas devanaderas y esas piernas;
Que si salís con huesos tan mondados,
Temo que haréis reir los condenados.
Salvaros vos tras esto es cosa cierta,
Dama, después de muerta,
Y tiénenlo por cosa muy sabida
Los que ven cuán estrecha es vuestra vida;
Y así, que os vendrá al justo se sospecha
Camino tan angosto y cuenta estrecha.
Canción, ved que es forzosa
Que os venga á vos muy ancha cualquier cosa;
Parad, pues es negocio averiguado
Que siempre quiebra por lo más delgado.
(En las Flores de Poetas Ilustres.)
10. Yace en esta tierra fría,
Digna de toda crianza,
La vieja cuya alabanza
Tantas plumas merecía.
No quiso en el cielo entrar
Á gozar de las estrellas,
Por no estar entre doncellas
Que no pudiese manchar.
(En las Flores de Poetas Ilustres.)
Punto en boca.
11. Las cuerdas de mi instrumento
Ya son en mis soledades
Locas en decir verdades,
Con voces de mi tormento:
Su lazo á mi cuello siento
Que me aflige y me importuna
Con los trastes de fortuna;
Mas pues su puente, si canto,
La hago puente de llanto
Que vierte mi pasión loca,
Punto en boca.
Hemos venido á llegar
Á tiempo, que en damas claras
Son de solimán las caras 36,
Las almas de rejalgar:
Piénsanse ya remozar
Y volver al color nuevo,
Haciendo Jordán un huevo
Que les renueve los años;
Quiero callar desengaños,
Y pues á todas les toca 37,
Punto en boca.
Dase al diablo, por no dar,
El avaro al pobre bajo 38,
Y hasta los días de trabajo
Los hace días de guardar,
Cautivo por ahorrar,
Pobre para sí en dinero,
Rico para su heredero,
Pues de miedo del ladrón
Á sí se hurta el bolsón,
Y cuando muere le invoca 39.
Punto en boca.
Coche de grandeza brava
Trae con suma bizarría
El hombre que aun no lo oía
Sino cuando regoldaba.
Y el que solo estornudaba,
Ya á mil negros estornuda;
El tiempo todo lo muda;
Mujer casta es por mil modos
La que la hace con todos;
Mas pues á muchos les toca,
Punto en boca.
(En las Flores de Poetas Ilustres.)
12. En aqueste enterramiento
Humilde, pobre y mezquino,
Yace envuelto en oro fino
Un hombre rico avariento.
Murió con cien mil dolores,
Sin poderlo remediar,
Tan sólo por no gastar
Ni aun gasta malos humores 40.
(En las Flores de Poetas Ilustres.)
13. La voluntad de Dios por grillos tienes,
Y escrita en el arena ley te humilla,
Y, por besarla, llegas á la orilla,
Mar obediente, á fuerza de vaivenes.
En tu soberbia misma te detienes;
Que humilde eres bastante á resistilla;
A ti misma tu cárcel maravilla,
Rica, por nuestro mal, de nuestros bienes.
¿Quién dió al pino y abeto 42 atrevimiento
De ocupar á los peces su morada,
Y al lino de estorbar el paso al viento?
Sin duda, el verte presa encarcelada,
La codicia del oro macilento,
Ira de Dios al hombre encaminada.
(En las Flores de Poetas Ilustres.)
14. Aquí yace mosén Diego,
Á santo Antón tan vecino,
Que, huyendo de su cochino,
Vino á parar en su fuego.
(En las Flores de Poetas Ilustres.)
15. No sé á cuál crea de los dos,
Viéndoos, Ana, cual os veis:
Si vos la muerte traéis,
Ó si os trae la muerte á vos.
Queredme la muerte dar,
Porque mis males remate,
Que en mí tiene hambre que mate
Y en vos no hay ya qué matar.
(En las Flores de Poetas Ilustres.)
16. Mi madre tuve entre ásperas montañas 43;
Si inútil con la edad soy seco leño,
Mi sombra fué regalo á más de un sueño,
Supliendo al jornalero sus cabañas 44.
Del viento desprecié sonoras sañas,
Y al encogido invierno el cano ceño 45,
Hasta que á la segur villano dueño
Dió licencia de herirme las entrañas.
Al mar di remos y á la patria fría
De los granizos velas; fuí el primero
Que acompañó del hombre la osadía 46.
¡Oh amigo caminante! ¡oh pasajero!
Díle blandas palabras este día
Al polvo de Jasón mi marinero!
(En las Flores de Poetas Ilustres.)
17. Escondida debajo de tu armada
Gime la mar, la vela llama al viento
Y á las lunas del Turco el firmamento
Eclipse les promete en tu jornada.
Quiere en las venas del Inglés tu espada
Matar la sed al Español sediento,
Y en tus armas el sol desde su asiento
Mira su lumbre en rayos aumentada.
Por ventura la tierra, de envidiosa,
Contra ti arma ejércitos triunfantes,
En sus monstruos soberbios, poderosa:
Que viendo armar de rayos fulminantes
¡Oh Júpiter! tu diestra valerosa,
Pienso que han vuelto al mundo los Gigantes.
(En las Flores de Poetas Ilustres.)
18 Sólo en ti, Lesbia, vemos que ha perdido 48
El adulterio la vergüenza al cielo,
Pues que tan claramente y tan sin velo
Has los hidalgos huesos ofendido 49.
Por Dios, por ti, por mí, por tu marido,
Que no sepa tu infamia todo el suelo 50;
Cierra la puerta, vive con recelo;
Que el pecado nació para escondido 51.
No digo yo que dejes tus amigos;
Mas digo que no es bien que sean notados 52
De los pocos que son tus enemigos.
Mira que tus vecinos, afrentados,
Dicen que te deleitan los testigos
De tus pecados más que tus pecados.
(En las Flores de Poetas Ilustres.)
19. Yacen de un home en esta piedra dura
El cuerpo yermo y las cenizas frías;
Médico fué, cuchillo de natura,
Causa de todas las riquezas mías,
Y agora cierro en honda sepultura
Los miembros que rigió por largos días,
Y, aun con ser Muerte yo, no se la diera,
Si dél para matarle no aprendiera.
(En las Flores de Poetas Ilustres.)
20. Llegó á los pies de Cristo Madalena,
De todo su vivir arrepentida,
Y viéndole á la mesa, enternecida,
Lágrimas derramó en copiosa vena.
Soltó del oro crespo la melena
Con orden natural entretejida,
Y, deseosa de alcanzar la Vida,
Con lágrimas bañó su faz serena.
Con un vaso de ungüento los sagrados
Pies de Jesús ungió, y Él, diligente,
La perdonó, por paga, sus pecados.
Y, pues aqueste ejemplo veis presente,
¡Albricias, boticarios desdichados;
Que hoy da la Gloria Cristo por ungüente!
EN SU SEPULCRO (En Las tres Musas últimas castellanas.)
21. Aqueste es el poniente y el nublado
Donde el tiempo, Nerón, tiene escondido
El claro sol que en su carrera ha sido
Por el divino Josué parado.
Estos leones, cuyo aspecto airado
Se muestra 53 por su dueño enternecido,
Á una águila real guardan el nido
De un cordero en el templo venerado.
Éstas las urnas son en piedra dura
De las cenizas donde nace al vuelo
La fénix Catalina, hermosa y pura.
Aquéstos son los siete pies del suelo
Que al mundo miden la mayor altura,
Marca que á vuestras glorias pone el Cielo.
(En Las tres Musas últimas castellanas.)
22. Yace debajo desta piedra fría
La que la vuelve, de piedad, en cera,
Cuya belleza fué de tal manera,
Que respetada de la edad vivía.
Aquí yace el valor y gallardía,
En quien hermosa fué la muerte fiera,
Y los despojos, y la gloria entera,
En quien más se mostró su tiranía.
Yace quien tuvo imperio en ser prudente
Sobre la rueda de Fortuna avara,
La nobleza mayor que mármol cierra.
Que el cielo, que soberbia no consiente,
Castigó en derribar cosa tan rara,
La que de hacerla tal tomó la tierra.
(En Las tres Musas últimas castellanas.)
23. La que de vuestros ojos lumbre ha sido
Convierta en agua el sentimiento agora,
Ilustre Duque, cuyo llanto llora
Todo mortal que goza de sentido.
Vuestra paloma huyó de vuestro nido,
Y ya le hace en brazos del Aurora;
Estrellas pisa, estrellas enamora
Del nuevo Sol con el galán vestido.
Llorad, que está en llorar vuestro consuelo;
No cesen los suspiros que, por ella,
Con sacrificios acompaña el suelo.
Llorad, señor, hasta tornar á vella,
Y ansí, pues la llevó de envidia el cielo,
Le obligaréis de lástima á volvella.
(En la Musa VI de El Parnaso Español.)
24. Óyeme riguroso,
Ya que no me escuchaste enternecido;
No cierres el oído,
Como al conjuro el áspid ponzoñoso:
Ablanda esa, pues, ya condición dura
Á mi verdad, siquiera por ser pura.
Lo que por ti he llorado
Sordas piedras moviera y duros bronces;
Sacara de sus gonces
El palacio de estrellas coronado:
Y á ti no mueve de mi llanto el río,
No sé si por ser agua, ó por ser mío.
Mas ya que á mis pasiones
Ceden, en fin, mi enojo y mi cuidado,
Oye de un desdichado
Las revueltas en lágrimas razones;
Aunque dicen que yerro en escribirlas,
Pues de tenerlas gustas más que oirlas.
Con mi tormento lucho,
Mas de ignorancia tengo el alma llena,
Pues á ti, mi sirena,
Siempre confieso yo que sabes mucho,
Si el que toma la zorra y la desuella,
Canta el refrán, que ha de saber más que ella.
Mejora, pues, mi suerte,
Siquiera por poder asegurarte
Que has, cierto, de gozarte,
Pues no en agraz te llevará la muerte;
Que tan devota siendo de las cubas,
Ya no podrá llevarte sino en uvas.
Dichosos tus galanes,
Aunque de amor por ti penando mueran;
Que, si piedad no esperan,
Un no pequeño alivio á sus afanes
No han de negar que gozan placenteros,
Pues te ven la mitad del año en cueros.
Si á San Martín 54 pidieras
Caridad, cual su pobre fué afligido,
De todo su vestido
Bien sé yo para mí que tú escogieras,
Aunque tus proprias carnes vieras rotas,
No la capa partida, mas las botas.
Y aun el cuero intentaras
Quitar al santo, y no un pelo á su ropa,
Porque en galas no topa
Tu codicia, aunque en cueros te quedaras;
Pues que en Bartolomé tienes ya talle
De convertille, á puro desollalle.
Pero yo, en mis placeres,
Tu amante, pretendí tu compañía,
Porque sé que este día
Eres tú sola, en todas las mujeres
Que entretienen lascivos pensamientos,
La que aun aguar no sabe los contentos.
Permite, pues, yo sea
El olmo de esa vid, y que con lazos,
Dándote mil abrazos,
Tejida en laberintos mil te vea;
Que en lo que toca á besos, comedido,
Menos de los que das al jarro, pido.
Tan linda te hizo el cielo,
Que, porque no murieses cual Narciso,
Con providencia quiso
Darte en el agua tanto desconsuelo;
Aunque el morir no fuera el verte bella,
Sino el dolor de haberte visto en ella.
Porque la agua los quita,
Huyes de los pecados veniales;
Y también de los males,
Por no andar entre Cruz y agua bendita;
Y los diablos tendrás junto á ti quedos,
Por no hacer el asperges con los dedos.
Pero si tú adoleces,
Ya saben que el humor, de donde empieza,
Aunque esté en la cabeza,
Es de entre cuero y carne las más veces,
Y del que tu favor haya alcanzado,
De cuero y no de carne es el pecado.
Si el cielo ves ceñudo
Y de nubes echado el papahigo,
No el rigor enemigo
Del rayo amedrentarte jamás pudo,
Ni contra ti recelas que se fragua,
Y tiemblas, sólo, que te toque el agua.
Canción, detente un poco,
Mientras, juntando á un ramo de taberna
El que tengo de loco,
Para aquella te doy tan dura y tierna
Que, ya alegre y ya triste, se apasiona,
Con pámpanos tejida una corona.
DE QUIEN SE HALLABA MALEFICIADO (En la Musa VI de El Parnaso Español.)
25. Marica, yo confieso
Que, por tenerte amor, no tuve seso.
Pensé que eras honrada,
Mas no hay verdad que tanto sea probada.
De entradas diste en ser entremetida,
Y salístete, al fin, con ser salida.
¡Válgate, y quién pensara
Que hicieras tal barato de tal cara!
La boquita pequeña,
Que á todos huele mal por pedigüeña,
Y los dientes pulidos,
Que comerán cuando aun estén comidos,
Sin dulces más y más, echarán menos
Mis versos dulces de mentiras llenos;
Pues en muchas canciones
Perlas netas llamé sus neguijones.
Si alguna liendre hallaba
En tus cabellos, alma la llamaba
De las que andan en penas,
Haciendo purgatorio tus melenas.
Á tu cara fingí del sol compuesta,
Por lo que el solimán del sol la presta,
Y á tus labios, de grana,
Siendo, como se ven, de carne humana.
Mas lo que admiro en esto
Es ver que tengas ojos en el gesto,
Pues sé de tus antojos
Que se te van tras cada real los ojos,
Sin saber despreciar moneda alguna;
Que antes crecen por cuartos, como luna.
¡Triste de tu velado,
Que, entre tanto doblón, se ve cornado!
Mas lo que más me aqueja
Memorias son de aquella santa vieja
Cuya casa pudiera
Ser, por sus muchas trampas, ratonera;
Cuyos consejos son, sin faltar uno,
Todos de Hacienda, de Órdenes ninguno.
Pelóme; mas, en suma,
Para su fama me dejó una pluma.
Y ¿quién tendrá lenguaje
Para decir de aquel bendito paje
Los dichos, y los hechos
De aquel criado tuyo, y á tus pechos,
De aquel tu corredor, que, si otra fueras,
De que ése te corriera te corrieras?
Mas está disculpado:
Que él solo es proprio mozo de recado.
Algo creí en la treta
Del hacerte creer que eres discreta;
Pero después de darte entendimiento,
Atisbabas mi argento;
Mas si el cultiparlar se te conceda
Quieres, no has de mentar á la moneda;
Que mi bolsa estremeces
Cuando, de tu vendimia, está en las heces.
(Citado en la Eloquencia Española, de Jiménez Patón, 1604, y publicado en Las tres Musas últimas castellanas.)
26. De los tiranos hace jornaleros
El Dios que de su Cruz hizo bandera,
En los gloriosos mártires que espera
Para vestir sus llagas de luceros.
¿Ves los que sobre Esteban llueven fieros
Piedras, porque cubierto de ellas muera?
Pues trilladores son de aquella era
Que colma á Dios de fruto los graneros.
Cuando con piedras acabar quisieron
Á Cristo, las negó ser instrumento
De su muerte, y en ella lo sintieron.
Premia en Esteban hoy su sentimiento,
Pues las da por la muerte que le dieron,
Para reliquias del blasón cruento.
ROMANCE BURLESCO (En la Segunda parte del Romancero General y Flor de diversa poesía, recopilados por Miguel de Madrigal. Valladolid, 1605.)
27. De Valladolid la rica,
De arrepentidos de verla 56,
La más sonada del mundo
Por romadizos que engendra;
De aquellas riberas calvas
Adonde corre Pisuerga
Entre frisones nogales 57,
Por éticas alamedas;
De aquellas buenas salidas,
Que, por salir de él, son buenas,
Do, á ser búcaros 58 los barros,
Fuera sin fin la riqueza;
De aquel que es agora Prado
De la santa Madalena,
Pudiendo ser su desierto 59,
Cuando hizo penitencia,
Alegre, madre dichosa,
Llego á besar tus arenas,
Arrojado de la mar
Y de sus olas soberbias.
Traigo arrastrando los grillos,
Á colgarlos en tus puertas,
Donde sirvan de escarmiento
Á los demás que navegan.
Tres años há que no miro
Estos valles ni estas cuestas,
Enterneciendo con llanto
Otros montes y otras peñas.
Tocas se ha puesto mi alma,
Viuda de aquestas riberas 60,
Y mi ventura mulata
Se ha puesto del todo negra 61.
Mas, después que vi tus prados
Con verde felpa de yerbas,
Y vi tus campos con flores,
Y tus mujeres sin ellas;
Y después que á Manzanares
Vi correr por tus arenas 62,
Y que aun murmurar no osa
Por ver que castigan lenguas;
Considerada tu puente,
Cuyos ojos claro muestran 63
Que aun no les basta su río
Para llorar esta ausencia;
Después que miré tus aves,
Puestas en ramas diversas,
Alegrar, como truhanes,
Con música tu tristeza;
Vista la Casa del Campo,
Donde es tan buena la tierra,
Que, aun sin tener esperanzas 64,
Produce verdes las yerbas;
Consideradas las fuentes
Que el hermoso Prado riegan 65,
Y, por no salirse de él,
Se entretienen con mil vueltas;
Vistos los álamos altos,
Que, celosos de sus yerbas,
Estorban al sol la vista,
Juntándose las cabezas;
Bien paseadas tus calles,
Donde no han quedado piedras:
Que la lástima de verse
Las ha convertido en cera;
Mirados los edificios
En cuya suma belleza
Tuvo fianzas el mundo
De hacer su máquina eterna;
Consideradas las torres
Que adornaban tu presencia,
Que han parecido de viento,
Siendo de mármoles hechas;
Y, después de haber mirado
Cómo en todas tus iglesias
Siempre de la Soledad
Halla imagen el que reza;
Visto el insigne Palacio,
Cuya majestad inmensa
Al tiempo le prometía
Por excepción de sus reglas;
Miradas de tu Armería
Las armas de tu defensa,
Hechas á prueba de golpes,
Mas no de fortuna á prueba;
Después de consideradas
Del Pardo insigne las fieras,
Que hacen ventaja á los hombres
En no dejar sus cavernas,
Tantas lágrimas derramo,
Que temo, si más se aumentan,
Que ha de acabar con diluvio
Lo que la fortuna empieza.
Enmedio me vi de ti,
Y no te hallaba á ti mesma 66,
Jerusalén asolada,
Troya por el suelo puesta,
Babilonia destruida
Por confusión de las lenguas,
Levantada por humilde,
Derribada por soberbia.
Eres lástima del mundo,
Desengaño de grandezas,
Cadáver sin alma frío,
Sombra fugitiva y negra,
Aviso de presunciones,
Amenaza de soberbias,
Desconfianza de humanos,
Eco de tus mismas quejas.
Si algo pudieren mis versos,
Puedes estar, Madrid, cierta
Que has de vivir en mis plumas,
Ya que en las del tiempo mueras.
(En Las tres Musas últimas castellanas.)
Después que me vi en Madrid,
Yo os diré lo que vi.
28. Vi una alameda excelente;
Que á Madrid el tiempo airado
De sus bienes le ha dejado
Las raíces solamente;
Vi los ojos de una puente,
Ciegos á puro llorar;
Los pájaros vi cantar;
Las gentes llorar oí.
Yo os diré lo que vi.
Médicos vi en el lugar,
Que sus desdichas rematan,
Y la hambre no la matan
Por no haber ya que matar;
Vi á los barberos jurar
Que en sus casas, en seis días,
Por sobrar tantas vacías,
No entraba maravedí.
Yo os diré lo que vi.
Vi de pobres tal enjambre,
Y una hambre tan cruel,
Que la propia sarna en él
Se está muriendo de hambre;
Vi, por conservar la estambre,
Pedir hidalgos honrados
Al reloj cuartos prestados,
Y aun quizá yo los pedí.
Yo os diré lo que vi.
Vi mil fuentes celebradas,
Que son, aunque agua les sobre,
Fuentes en cuerpo de pobre:
Que dan lástima miradas;
Vi muchas puertas cerradas
Y un pueblo echado por puertas;
De sed vi lámparas muertas
En los templos que corrí.
Yo os diré lo que vi.
Vi un lugar á quien su norte
Arrojó de las estrellas,
Que, aunque agora está con mellas,
Yo le conocí con corte.
No hay quien sus males soporte,
Pues por no le ver su río,
Huyendo corre con brío
Y es arroyo baladí.
Yo os diré lo que vi
Después que me vi en Madrid.
(En la Segunda parte del Romancero general y Flor de diversa poesía, de Miguel de Madrigal. 1605.)
29. Diéronme ayer la minuta,
Señora doña Teresa,
De las cosas que me manda
Traer para cuando venga 68.
¡No está mala la memoria!
Y así yo la deje buena
Cuando desta vida vaya 69,
Que no la he de tener de ella.
Si su voluntad á todos
Esta memoria les cuesta,
Es falta de entendimiento
En no tenerla por fea 70.
Son sus ternezas con uñas,
Como el sol de aquesta tierra,
Pues se me muestra amorosa
Con fondos en pedigüeña.
¡Yo tengo muy buen despacho!
¡Mi suerte ha sido muy buena,
Topando agora demanda 71
Donde buscaba respuesta!
Pues son tantas las partidas 72
Que en su billete se encierran,
Que, teniendo siete el mundo,
Tiene su papel setenta.
Pídeme unas zapatillas,
Y en esto anduvo muy cuerda 73;
Que, por ser hombre que esgrimo,
Las tengo en espadas negras;
Mas la cantidad de paño
Que para arroparse espera,
Podréla dar de mi cara,
Mas no de Segovia ó Cuenca.
No hay tela para enviarla;
No hay sino vestirse apriesa
De la que mantiene á todos,
Pues también se llama tela 74.
Fué yerro pedirme raso
En Valladolid la bella,
Donde aun el cielo no alcanza
Un vestido desta seda.
Traeré, sin duda ninguna,
Las sayas de primavera 75,
Cortadas el mes de abril,
De los troncos de estas sierras 76.
Pediré, para enviarla
Las tres vueltas de cadena,
Los eslabones á un preso,
Y á algún gitano las vueltas.
En lo que toca á los brincos,
No serán de plata ó perlas;
Mas procuraré enviarlos,
Aunque de una danza sean.
El regalillo de martas
Que pide con tantas veras,
Como Lázaro su hermano,
Le enviaré de Madalenas.
La partida de descansos 77
Será una cosa muy cierta,
Si hubiere algún portador,
Que los traiga de escalera 78.
En cuanto á lo de los barros,
No sé de cuáles le ofrezca:
Si los que tengo en la cara 79,
Ó los que hará cuando llueva.
La cantidad de bocados
No sé quien llevarlos pueda,
Si no es enviando un alano
Que se los saque por fuerza 80.
No pongo, por no cansarme,
Las arracadas y medias,
Los tocados y los dijes
Que pide con desvergüenza.
Dejo que para los gastos 81
De tan endiablada cuenta
Recebí dos miraduras
De noche por una reja 82;
Dos sortijas que en la mano
Me mostró, yéndose fuera,
Y un guante que perdió adrede,
De puro viejo, en la iglesia;
Siete dientes, que me quiso
Hacer creer que eran perlas,
Y unos cabellos, de oro
Por la gracia de un poeta 83.
Tengo gastado hasta ahora,
En descuento de esta cuenta,
El sufrimiento en desdenes 84
Y en agravios la paciencia;
Mucho tiempo en esperar
Y muchas noches en vela;
Todo mi juicio en concetos 85,
En coplas toda mi vena.
Si con aqueste descargo
Debiere yo alguna resta,
De lo que fuere, prometo
Que compraré aquestas prendas 86;
Pero si saliere en paz,
Déjese de impertinencias,
Y no pida que la traiga
El que quisiere que vuelva 87.
Bien sé que es alta señora
Si se sube en una cuesta,
Y tan grave como todas,
Cargada de plomo y piedras;
Que tiene buen parecer,
Por lo letrado y lo vieja,
Y que es de sangre tan clara 88,
Que jamás ha sido yema;
Y aun, apesar de bellacos,
Yo confieso que es tan cuerda 89,
Que á cualquier buen instrumento
Puede servir de tercera.
También conozco que soy
Indigno de tal alteza,
Y un hombre hecho de polvo 90,
Que se ha de volver en tierra.
Aunque, si acaso es amiga
De títulos, por grandeza,
Los de grados y corona
Tengo sellados con cera 91.
Pues para ser señoría,
No me falta sino renta:
Por tener dos en un mapa 92,
Que son Génova y Venecia.
Si el ser señor de lugares
Es cosa que da grandeza 93,
Mi estado es pueblos en Francia,
Cosa de muy grande renta.
Y á ser tan grandes mis deudos
Como son grandes mis deudas,
Delante del Rey, sin duda,
Cubrirse muy bien pudieran.
Mas si es lisiada por cruces 94,
Para tenerla más cierta,
Me meteré á cimenterio,
Por andar cargado de ellas.
Hábito tuvo mi padre,
Y con él murió mi abuela,
Y hábito tengo yo hecho
Á no decir cosa buena.
No soy encomendador;
Pero, si hablamos de veras,
Más tengo, en sola su carta,
De decinueve encomiendas 95.
Pues lo de ser caballero
No sé cómo me lo niega,
Viendo que hablo despacio 96
Y que hago mala letra;
Ellos, al fin, son achaques,
Y tretas contra moneda;
Que no puede querer bien
Mujer que quiere á cualquiera 97.
Y aunque la parezco pobre,
Tengo razonable hacienda:
Un castillo en un ochavo
Y una fuente en una pierna;
Tengo un monte en un Calvario
Y en una estampa una sierra,
Y de mil torres de viento
Es señora mi cabeza;
Y, además de aquesto, gozo
Un campo y una ribera,
En el romance que dice:
Ribera agostada y seca.
Soy señor de mucha caza
En el jubón y las medias,
Y, en ser dueño de mí mismo,
Lo soy de muy buena pesca;
Y, tras todo aquesto, tengo
Voluntad tan avarienta,
Que sólo la daré al diablo,
Y harto será que la quiera.
(En la Segunda parte del Romancero general y Flor de diversa poesía, de Miguel de Madrigal. 1605.)
30. Ya que descansan las uñas
De aquel veloz movimiento
Con que á ti, dulce enemiga,
Regalaron y sirvieron,
Escriba un poco la pluma
Que tanto escarbó aquel tiempo
En que, de gorda y lozana,
Reventaste en el pellejo.
No quiera Dios que yo olvide
Á quien me dió ratos buenos;
Que de desagradecidos
Dicen se puebla el Infierno.
Quiero, deleitosa sarna,
Cantar tu valor inmenso,
Si pudieren alcanzar
Tanto el arte y el ingenio.
Que si algún necio dijere
Te reverencio por miedo 98,
Como aquel que á la cuartana
Hizo altar y labró templo,
Tú responderás por mí 99
Y dirás que no te temo:
Que soy fuerte, como España,
Por la falta del sustento.
Y que hay tan poco en mi casa,
Que saliste della huyendo,
Por no hallar en qué ocupar
Tus insaciables alientos.
Oigan tus apasionados,
Porque den gracias al Cielo,
Que tantas quiso juntar
En ti su apacible dueño 100.
Y tú, que todo lo rindes
Y á nadie guardas respeto,
Contra quien no hay casa fuerte,
Ni cerrado monasterio;
Á quien rinden vasallaje
Pobres, ricos, mozos, viejos,
Papas, reyes, cardenales,
Oficiales y hombres buenos,
Del calor que les infundes
Envía un rayo, y sea de lejos,
Porque, de lejos que venga,
Bastará á dejarme ardiendo.
Diré de tus muchas partes
Las pocas que comprehendo,
Y, pues todo es empezar,
En tu servicio comienzo.
Cuando me nieguen algunas,
No podrán negarme, al menos,
Que eres de sangre de reyes,
Y aun ellos te pagan pecho.
No naciste de pastores
Entre lanudos pellejos,
Ni de pecheros villanos 101
En pobres y humildes techos,
Sino en camas regaladas,
Entre delicados lienzos 102,
Do el regalo y la abundancia,
Tu padre y madre, vivieron.
De que con reyes casaste
Testimonio hay verdadero,
Contra quien no hay que alegar 103
El antiguo privilegio.
De que adonde estás te den,
Como á su reina, aposento,
Y no sólo media casa 104,
Sino la mitad del cuerpo.
Y aunque eres mal recibida,
Si te ves una vez dentro,
No aciertan á despedirte 105:
Tal es tu buen tratamiento.
¿Quién no teme un año caro,
Sino tú, que á un mesmo precio
Comes en cualquier lugar,
En año abundante y seco 106?
Si el de benigno en un rey
Es el más noble epiteto,
¿Quién da al mundo, como tú,
Beninos de ciento en ciento?
Si el bien, dicen que ha de ser
Deleitable, útil y honesto,
¿En quién como en ti se junta
Todo, ni con tanto extremo? 107
Que deleitas, es muy llano;
Que eres útil, es muy cierto;
Pues á quien te tiene excusas
Mil achaques y mil duelos.
¿Quién da, cual tú, honestidad
Aun á los más deshonestos,
Haciendo que no descubran
Aun las puntas de los dedos?
Si ha de ser comunicable,
¿Qué cosa hay en este suelo
Que se comunique más
Y se ensoberbezca menos?
El hombre, que entre animales
Es el más noble y perfecto,
¿Tuviera superfluidad,
Á no estar tú de por medio?
Pues cuando naturaleza,
Que nada crió imperfecto,
Les dió para defenderse
Uñas, conchas, picos, cuernos 108,
Al hombre, á quien dió por armas
La razón y entendimiento,
Aunque después la malicia
Le dió acero, plomo y hierro,
En vano le hubiera dado
Las uñas, si demás de esto
No le diera que rascar 109
Y tuviera algo superfluo.
Tú veniste á remediarlo,
Y viendo que contra el yelo
Nace sin defensa alguna
De plumas, conchas y pelos,
Tú te cobijas de escamas 110,
Con que en mitad del invierno
Se contraponga y resista
Al más caluroso cierzo 111.
Tú das á los holgazanes
Sabroso entretenimiento,
Y apacibles alboradas
Á los que coges despiertos.
¿Quién jamás corrió parejas
Con el hijuelo de Venus
Sino tú, que eres su igual,
Y aun que le excedes sospecho?
Que si él va en cueros ó en carnes
Por uno y otro hemisferio,
Tú corres éste y aquél,
Y andas entre carne y cuero.
Eres, cual él, dulce llaga 112,
Eres gustoso veneno,
Eres un fuego escondido,
Eres aguado contento.
Eres congoja apacible,
Sabroso desabrimiento,
Eres alegre dolor,
Eres gozoso tormento 113.
Enfermedad regalada,
Pena sufrible, mal bueno,
Que le aumenta y hace más
Lo que parece remedio.
Eres enferma salud,
Eres descanso inquïeto,
Eres daño provechoso,
Eres dañoso provecho.
Eres, en fin, un retrato
De amor y de sus efectos,
Do tan presto como el gusto
Llega el arrepentimiento.
Biennacida, noble, ilustre,
Reina, huésped de aposento,
Privilegiada señora,
Igualadora de precios.
Bien útil y deleitable,
Comunicable y honesto,
Suplefaltas de natura,
Retrato del dios flechero.
Dulce, gustosa, escondida,
Regalo, alegría, contento,
Apacible, regalada,
Salud, descanso, provecho.
Otro más sabio te alabe;
Que ya he dicho lo que siento,
Aunque de ti es lo mejor
Decir más y sentir menos.
(En la Segunda parte del Romancero general y Flor de diversa poesía, de Miguel de Madrigal. 1605.)
31. Estaba Amarilis,
Pastora discreta,
Guardando ganado
De su hermana Aleja 115,
Sentada á la sombra
De una parda peña,
Haciendo guirnaldas
Para su cabeza.
Cortaba las flores
Que topaba cerca;
Veníanse á sus manos
Las que estaban lejas 116;
Las que se ceñía
Siempre estaban frescas;
Mas las que dejaba,
De envidiosas, secas 117.
El aire jugaba
Con sus rubias trenzas,
Por mostrar al cielo
Soles en la tierra.
Cantábale el río
Con voz tan serena
Como enamorado
Que su dama alegra 118.
El sol, que la mira
Tan hermosa, piensa
Que, ó tiene dos caras 119,
O que el sol es ella.
Su ganado, ufano,
Anda por las cuestas,
Con tanta hermosura 120,
Sin temor de fieras,
Gordo; mas ¿qué mucho 121
Que lo estén ovejas
Que de la sal gozan 122
Sólo con el verla?
Á mirar se puso
Unas ramas tiernas
Que arrojaba el aire
Dentro de Pisuerga:
Mira cómo el tronco
El agravio venga,
Azotando el viento
Con la verde cresta.
Dióla un sueño blando 123;
Ambos soles cierra 124,
Dando noche á todos 125
En que tristes duerman.
Quedó reclinada
Sobre verdes yerbas,
Á la dulce sombra
De un haya grosera 126,
Cuando por un lado
Vi venir ligeras 127
Á su bello rostro
Nueve ó diez abejas,
Que, buscando flores,
Engañadas piensan
Que son sus mejillas
Rosas y azucenas,
Sus labios claveles,
Jazmín y violetas
El aliento dulce,
Y ella primavera.
Alegres llegaron,
Y en su cara mesma
Hicieron asiento
Cuatro ó cinco de ellas:
Las alas pulieron 128
Para hurtar belleza 129,
Y hacer de sus flores
Dulce miel y cera.
Yo las daba voces;
Yo les dije:—«¡Necias,
Que queréis de un mármol
Sacar blanda cera 130;
»Venís engañadas;
Que son flores éstas 131
Que aun no le dan fruto
A quien os las muestra 132.
»Si queréis fiaros
De mis experiencias,
No hagáis miel de flores,
Que veneno engendran:
»Dulces son, sin duda;
Mas Amor, que vuela,
Cual zángano goza
Todas sus colmenas.»
Ella, en este punto,
Del sueño despierta:
Abrió entrambos ojos
Con belleza inmensa,
Y las avecillas,
Con dos soles ciegas 133,
Por no tener vista
De águilas soberbias,
Murmurando huyen,
Y, cobardes, piensan
Que luz que ha cegado 134
Sus ojuelos, quema.
La miel que buscaban 135
En sus bellas prendas,
De sólo miralla,
La llevaron hecha.
MUDÁNDOSE LA CORTE DELLA (En El Parnaso Español, Musa VI.)
32. No fuera tanto tu mal,
Valladolid opulenta,
Si ya que te deja el rey,
Te dejaran los poetas.
Yo apostaré que has sentido,
Según eres de discreta,
Más lo que ellos te componen,
Que el verte tú descompuesta.
Pues, vive Dios, ciudad noble,
Que tengo por gran bajeza
Que, siendo tantos á uno,
Te falte quien te defienda.
No quiero alabar tus calles,
Pues son, hablando de veras,
Unas tuertas y otras bizcas,
Y todas de lodo ciegas.
Á fuerza de pasadizos
Pareces sarta de muelas,
Y que cojas son tus casas,
Y sus puntales muletas.
Tu sitio yo no le abono,
Pues el de Troya y de Tebas
No costaron en diez años
Las vidas que en cinco cuestas.
Claro está que el Espolón
Es una salida necia,
Calva de yerbas y flores
Y lampiña de arboledas.
Que digan mal de tus fuentes,
Ni me espanta, ni me altera;
Pues, por malas y por sucias,
Hechas parecen en piernas.
Mas que se hayan atrevido
Á poner algunos mengua
En tus nobles edificios,
Es muy grande desvergüenza.
Pues, si son hechos de lodo,
De él fueron Adán y Eva;
Y, si le mezclan estiércol,
Es para que con él crezcan.
¿En qué ha pecado el Ochavo,
Siendo una cosa tan bella,
Que, como en real de enemigos,
Ha dado sobre él cualquiera?
De su castillo y león
Son uñas, y son troneras,
Los mercaderes que hurtan,
Y lo oscuro de las tiendas.
De esto pueden decir mal,
Pues los sastres que en él reinan
De ochavo le hacen doblón,
Con dos caras que le prestan.
Tu plaza no tiene igual,
Pues en ella cualquier fiesta
Con su proporción se adorna,
Mas nada la adorna á ella.
Pero el mísero Esguevilla
Se corre y tiene vergüenza
De que conviertan las coplas
Sus corrientes en correncias.
Más necesaria es su agua
Que la del mismo Pisuerga,
Pues, de puro necesaria,
Públicamente es secreta.
¿Qué río de los del mundo
Tan gran jurisdición muestra,
Que se iguale á los mojones
Y á los términos de Esgueva?
Solas las suyas son aguas,
Pues, si bien se considera,
De las que todos hacemos
Se juntan y se congelan.
Yo sé que el pobre llorara
Esta ida y esta vuelta,
Mas vánsele tras la corte
Los ojos con que se aumenta.
Yo le confieso que es sucio;
Mas ¿qué importa que lo sea,
Si no ha de entrar en colegio,
Ni pretender encomienda?
Todo pudiera sufrirse,
Como no se le subieran
Al buen Conde Peranzules
Á la barba larga y crespa.
Si en un tiempo la peinó,
Ya enojado la remesa;
Que, aun muerto y en el sepulcro,
No le ha valido la iglesia.
¿Qué culpa tiene el buen Conde
De los catarros y reuma?
Que él fué fundador del pueblo,
Mas no del dolor de muelas.
Pues al buen Pedro Miago,
Yo no sé por qué le inquietan,
Que él en lo suyo se yace
Sin narices ni contiendas.
El ser chato no es pecado:
Déjenle con su miseria;
Que es mucho que, sin narices,
Tan sonado español sea.
Culpa es del lugar, no es suya,
Aunque suya sea la pena:
Pues sus fríos romadizos
Gastan narices de piedra.
Dejen descansar tus muertos,
Ciudad famosa y soberbia,