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Las tres musas últimas castellanas es una recopilación poética de Francisco de Quevedo. En ella hay preeminencia del soneto, aunque cultiva también otro tipo de poemas. Los temas abarcan desde el amor y la soledad a la mitología y el plano bucólico, siempre desde el pesimismo barroco tan típico en Quevedo.-
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Seitenzahl: 62
Veröffentlichungsjahr: 2021
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Francisco de Quevedo
Saga
Las tres musas últimas castellanas
Copyright © 1670, 2021 SAGA Egmont
All rights reserved
ISBN: 9788726485592
1st ebook edition
Format: EPUB 3.0
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This work is republished as a historical document. It contains contemporary use of language.
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Viéndote sobre el cerco de la luna
triunfar de tanto bárbaro contrario,
¿quién no temiera, ¡oh noble Belisario!,
que habías de dar envidia a la Fortuna?
Estas lágrimas tristes, una a una,
bien las debo al valor extraordinario
Conque escondiste en alto olvido a Mario,
que mandando nació desde la cuna.
Y ahora, entre los míseros mendigos,
te tiraniza el tiempo y el sosiego
la memoria de altísimos despojos.
Quisiéronte cegar tus enemigos,
sin advertir que mal puede ser ciego
quien tiene en tanta fama tantos ojos.
¡Cómo de entre mis manos te resbalas!
¡Oh, cómo te deslizas, edad mía!
¡Qué mudos pasos traes, oh muerte fría,
pues con callado pie todo lo igualas!
Feroz, de tierra el débil muro escalas,
en quien lozana juventud se fía;
mas ya mi corazón del postrer día
atiende el vuelo, sin mirar las alas.
¡Oh condición mortal! ¡Oh dura suerte!
¡Qué no puedo querer vivir mañana
sin la pensión de procurar mi muerte!
Cualquier instante de la vida humana
es nueva ejecución, con que me advierte
cuán frágil es, cuán mísera, cuán vana.
Disparado esmeril, toro herido;
fuego que libremente se ha soltado,
osa que los hijuelos le han robado,
rayo de pardas nubes escupido;
serpiente o áspid con el pie oprimido,
león que las prisiones ha quebrado,
caballo volador desenfrenado,
águila que le tocan a su nido;
espada que la rige loca mano,
pedernal sacudido del acero,
pólvora ha quien llegó encendida mecha;
villano rico con poder tirano,
víbora, cocodrilo, caimán fiero
es la mujer si el hombre la desecha.
¡Aquí Del Rey Jesús! ¿y qué es aquesto?
No le vale la iglesia al desdichado,
que entró a matarle dentro de sagrado,
sin temer casa Real, ni Santo puesto.
Favor a la justicia, alumbren presto,
corran tras de él, prendan al culpado;
no quiere resistirse, que embozado
de esperar a la ronda está dispuesto.
Llegaron a prenderle por codicia,
no de la espada ser mayor de marca;
mas visto que la trae de sangre llena,
preguntole quien era la justicia,
desembozose y dijo: Soy la Parca.
¿La Parca sois? Andad de enhorabuena.
A Lísida, pidiéndole unas flores que tenía en la mano, y persuadiéndola imite a una fuente
Ya que huyes de mí, Lísida hermosa,
imita las costumbres de esta fuente,
que huye de la orilla eternamente,
y siempre la fecunda generosa.
Huye de mí cortés, y, desdeñosa,
sígate de mis ojos la corriente;
y, aunque de paso, tanto fuego ardiente
merézcate una yerba y una rosa.
Pues mi pena ocasionas, pues te ríes
del congojoso llanto que derramo
en sacrificio al claustro de rubíes,
perdona lo que soy por lo que amo;
y cuando, desdeñosa, te desvías,
llévate allá la voz con que te llamo.
A Lisis, presentándole un perro, que había quitado un cordero de los mismos dientes del lobo
Este cordero, Lisis, que tus yerros
sobrescribieron como al alma mía,
estando ayer recién nacido el día,
de un lobo le cobraron mis dos perros.
En el denso teatro de estos cerros,
Melampo aventajó su valentía:
ya le viste otra vez, con osadía,
defender a tus voces los becerros.
Conoce que soy tuyo en tu ganado,
pues, por guardarle, desamparo el mío,
y en mi pérdida estimo su cuidado.
Pues te sirven sus dientes y sus brío,
recíbele, no pierda desdeñado
lo que él merece, porque yo le envío.
A Aminta, que imite el sol en dejarle consuelo cuando se ausenta
Pues eres sol, aprende a ser ausente
del sol, que aprende en ti luz y alegría;
¿no viste ayer agonizar el día
y apagar en el mar el oro ardiente?
Luego se ennegreció, mustio y doliente,
el aire adormecido en sombra fría;
luego la noche, en cuanta luz ardía,
tantos consuelos encendió el Oriente.
Naces, Aminta, a Silvio del ocaso
en que me dejas sepultado y ciego;
sígote oscuro con dudoso paso.
Concédele a mi noche y a mi ruego,
del fuego de tu sol, en que me abraso,
estrellas, desperdicios de tu fuego.
A una fuente en que salió a mirarse Lísida
Fuente risueña y pura (que a ser río
de las dos urnas de mi vista aprendes,
pues que te precipitas y desciendes
de los ojos que en lágrimas te envío),
si en mentido cristal te prende el frío,
en mi llanto por Lísida te enciendes,
y siempre ingrata a mi dolor atiendes,
siendo el caudal con que te aumentas mío;
tú de su imagen eres siempre avara,
yo prodigo de llanto a tus corrientes,
y a Lísida de la alma y fe más rara.
Amargos, sordos, turbios, inclementes
juzgué los mares, no la amena y clara
agua risueña y dulce de las fuentes.
Con ejemplo del invierno imagina Sistra admitido su fuego del yelo de Lisi
Pues ya tiene la encina en los tizones
más séquito que tuvo en hoja y fruto,
y el nubloso Orïón manchó con luto
las (otro tiempo) cárdenas regiones;
pues perezoso Arturo, y los Trïones
dispensan breve el sol, y poco enjuto,
y con imperio cano y absoluto
labra el yelo las aguas en prisiones;
hoy que se busca en el calor la vida,
gracias al dueño invierno, amante ciego,
a quien desprecia Amor y Lisi olvida,
al yelo hermoso de su pecho llego
mi corazón, por ver si, agradecida,
se regala su nieve con mi fuego.
Con la comparación de dos toros celosos, pide a Lisi no se admire del sentimiento de sus celos
¿Ves con el polvo de la lid sangrienta
crecer el suelo y acortarse el día
en la celosa y dura valentía
de aquellos toros que el amor violenta?
¿No ves la sangre que el manchado alienta;
el humo que de la ancha frente envía
el toro negro, y la tenaz porfía
en que el amante corazón ostenta?
Pues si lo ves, ¡oh Lisi!, ¿por qué admiras
que, cuando Amor enjuga mis entrañas
y mis venas, volcán, reviente en iras?
Son los toros capaces de sus sañas,
¿y no permites, cuando a Bato miras,
que yo ensordezca en llanto las montañas?
Culpa a Flor injusta en el premio de su favor con el ejemplo de una vaca pretendida en el soto: es imitación de Virgilio en las Geórgicas
¿Ves gemir tus afrentas al vencido
toro, y que tiene, ausente y afrentado,
menos pacido el soto que escarbado,
y de sus celos todo el mundo herido?
¿Vesle ensayar venganzas con bramido,
y en el viento gastar ímpetu armado?
¿Ves que sabe sentir ser desdeñado,
y que su vaca tenga otro marido?
Pues considera, Flor, la pena mía,
cuando por Coridón, pastor ausente,
desprecias en mi amor mi compañía.
Ofreciose la vaca al más valiente,
y con razón premió la valentía:
tú me desprecias, Flor, injustamente.
Aconseja al Amor que para vencer el desdén de Lisis, deje las flechas
comunes, y tome las con que hirió a Júpiter, para que se enamorase de Europa