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Una poderosa dinastía donde los secretos y el escándalo nunca duermen Despiadado en los negocios y reverenciado por muchos, Sebastian se hallaba en la cima de su carrera profesional. Emocionalmente se mantenía encerrado en sí mismo, solitario e inaccesible. Algunos aseguraban que tenía el corazón de piedra. La estrella de Bollywood Aneesa Adani había escapado de la farsa de su boda y una mirada al frío Sebastian bastó para cautivarla. Él se llevó a la novia fugada a su ático, a pesar de que la apasionada Aneesa era el mayor riesgo al que se había enfrentado. Su cercanía podría encender la llama, una llama capaz de fundir hasta el más duro de los corazones.
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Seitenzahl: 218
Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2011 Harlequin Books S.A. Todos los derechos reservados.
EL REFUGIO DE LA NOVIA, Nº 3 - mayo 2012
Título original: The Restless Billionaire
Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.
Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.
® Harlequin, logotipo Harlequin y Bianca son marcas registradas por Harlequin Books S.A.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
I.S.B.N.: 978-84-687-0093-9
Editor responsable: Luis Pugni
Imágenes de cubierta:
Mujer: LUBA V NEL/DREAMSTIME.COM
Ciudad: PEFOSTUDIO/DREAMSTIME.COM
ePub: Publidisa
LOS WOLFE
Una poderosa dinastía en la que los secretos y el escándalo nunca duermen.
La dinastía
Ocho hermanos muy ricos, pero faltos de lo único que desean: el amor de su padre. Una familia destruida por la sed de poder de un hombre.
El secreto
Perseguidos por su pasado y obligados a triunfar, los Wolfe se han dispersado por todos los rincones del planeta, pero los secretos siempre acaban por salir a la luz y el escándalo está empezando a despertar.
El poder
Los hermanos Wolfe han vuelto más fuertes que nunca, pero ocultan unos corazones duros como el granito. Se dice que incluso la más negra de las almas puede sanar con el amor puro. Sin embargo, nadie sabe aún si la dinastía logrará resurgir.
A mis compañeras Wolfe: Sarah, Janette, Caitlin, Lynn, Robyn, Jennie y Kate.¡Gracias por vuestra ayuda y vuestros ánimos a lo largo del camino!
Aneesa Adani se hallaba atrapada en una pesadilla, solo que estaba despierta. Luchó contra una oleada de pánico cuando su hermana pequeña y sus tías la guiaron hacia el lugar donde su prometido esperaba para convertirla en su esposa.
El elaborado sari nupcial que llevaba puesto constreñía sus movimientos y añadía una sensación de claustrofobia. Le colgaban joyas de la cabeza, las orejas, el cuello, los brazos y las manos, haciéndole sentir pesada. Luchando contra la desesperada urgencia de liberarse y escapar, se dijo una vez más que ella era la única culpable de su situación. Si no hubiera sido tan ingenua, tan complaciente, tal vez no estaría allí.
Fue empujada hacia delante y de pronto su prometido y sus padres la vieron llegar. Se escuchó un susurro entre los invitados que estaban en el enorme y bello patio interior, iluminado con el seductor brillo de cientos de farolillos. Aquel patio era la pieza central de uno de los hoteles más exclusivos de Bombay, la joya de la corona. La opulencia del lugar la aterrorizaba en esos momentos, y la realidad de lo que estaba haciendo cayó sobre ella.
Con una terrible sensación de inminente fatalidad, Aneesa avanzó a regañadientes, pero justo entonces un pequeño movimiento captó su atención a un lado. Miró y, por un instante, se quedó cegada por la mirada azul de un hombre. Estaba algo oculto entre las sombras, pero eso no lograba ocultar que era alto y guapo, tanto que la distrajo momentáneamente de lo que tenía alrededor.
Al ver a aquel desconocido moreno que sin duda se había colado para curiosear en la boda más prestigiosa del año, la realidad volvió a caer sobre ella, como si aquel hombre representara algún tipo de escapatoria y de liberación para ella. Y supo en aquel momento que no había sido capaz de ocultar el miedo ni la confusión en la mirada. Él lo había visto todo, y Aneesa solo podía estar agradecida de que fuera un completo desconocido. Apartando la mirada, se preparó mentalmente y se dirigió a encontrarse con su destino…
Sebastian Wolfe todavía temblaba ligeramente tras la ardiente mirada que había compartido con la novia.
Se deshizo de aquella incómoda sensación. Tenía que admitir que nunca había visto a una novia más guapa. Sonrió con ironía. No es que él tuviera ninguna intención de ver a una novia avanzando por el pasillo hacia él. Venía de una familia muy extensa con muchos hermanastros, era hijo de un hombre que se había casado tres veces, había tenido muchas aventuras y era padre de ocho hijos. Sebastian no tenía precisamente un alto concepto de la santidad del matrimonio.
Haciendo un gran esfuerzo, se concentró una vez más en lo que lo rodeaba y no en el campo de minas que era su familia, que se había dispersado a los cuatro vientos en cuanto pudieron escapar de la mansión Wolfe.
En el centro del enorme y ornamental patio interior decorado había un cenador, cubierto con telas vaporosas bajo el cielo del atardecer. La novia, aunque era de estatura normal, tenía un porte regio y elegante que la hacía parecer más alta.
Su rostro era una suave máscara de intensa concentración y, dado el elaborado ritual de las bodas indias tradicionales, no podía culparla. A él le daba la impresión de que consistían en una impresionante selección de encuentros minuciosamente elaborados, cada uno más importante que el anterior y que seguían un estricto código. Llevaba varios días celebrándose, y culminaba con aquella ceremonia. El aire estaba aromatizado por el incienso quemado.
Poco antes, Sebastian había presenciado la llegada del novio en una silla de oro, vestido con una túnica de seda dorada y pantalones a juego. Fue recibido por su familia política con el rostro oculto tras un velo de caléndulas frescas.
Luego las mujeres llevaron a la novia, que tenía sus delicados brazos cubiertos con brazaletes dorados, plateados y rojos. Sebastian había visto los intrincados tatuajes de henna que le adornaban las manos hasta el antebrazo. Con el brillante sari rojo y dorado, el elaborado peinado y la joya de perlas y diamantes que tenía en el centro de la frente, parecía una princesa india.
El recuerdo de la mirada que habían intercambiado le produjo un escalofrío en el pecho. Resultaba extraño, pero tenía la sensación de haber visto algo parecido al pánico y a la desesperación en sus grandes ojos marrones pintados de negro.
Frunció el ceño; tenía que estar equivocado, porque en ese instante, al ver a los novios colocándose el uno al otro una guirnalda por la cabeza, parecía muy serena. Y sin embargo… ¿no era un temblor lo que había visto en sus delicadas manos?
Sebastian se reprendió a sí mismo mentalmente. ¿Qué le importaba a él el estado emocional de una completa desconocida el día de su boda? Lo único que le importaba era que todo saliera bien y que no hubiera fallos en la celebración.
Aquel hotel era uno más de su exitosa cadena de hoteles a lo largo y ancho del mundo. El hotel de superlujo Bombay Grand Wolfe. Y él estaba allí para asistir a la boda del año. La de Aneesa Adani con Jamal Kapoor Khan, dos de las estrellas de Bollywood más importantes.
Según el informe que había elaborado su relaciones públicas indio sobre la boda, Aneesa Adani había sido coronada Miss India unos años atrás y, tras una exitosa carrera como modelo, había empezado a trabajar en las películas de Bollywood, convirtiéndose en su mayor estrella con una enorme lista de éxitos a su espalda. El romance y posterior boda con su compañero de éxitos, Jamal Kapoor Khan, los convertiría en la pareja más poderosa del cine indio durante los próximos años. Estaban en el epicentro de la adulación de las masas, lo que no era nada desdeñable en un país de más mil millones de habitantes.
Sebastian miró a su alrededor y observó satisfecho a los guardias de seguridad fuertemente armados y a los policías de paisano mezclados con los miembros de su equipo. Nada había sido dejado al azar, y confiaba plenamente en las estrictas medidas de seguridad y en la discreción que podía garantizar en todos sus hoteles. Aquella era una de las razones por las que el Bombay Grand Wolfe había sido escogido para celebrar esa boda, además de por la belleza del entorno.
Desde donde estaba podía ver la luna brillando sobre el mar Arábigo y el contorno iluminado del Arco del Triunfo de la India, el punto más representativo de Bombay.
Sebastian esperaba experimentar la habitual satisfacción que se apoderaba de él cuando vivía un momento así, cuando tenía la rara oportunidad de observar entre bambalinas el duro trabajo que había hecho. El momento en el que levantaba la cabeza lo suficiente para reconocer los frutos de su éxito. Pero no llegó. Y fue entonces cuando se dio cuenta de que llevaba bastante tiempo sin experimentarlo.
Ligeramente perturbado por aquella idea, volvió a mirar al centro de la carpa, donde los novios estaban sentados el uno al lado del otro sobre sendos tronos regios, encima de una tarima.
El exquisito rostro de la novia seguía siendo una fría máscara de serenidad, pero Sebastian sintió que se le erizaba el vello de la nuca, como si hubiera presentido que se trataba solo de una fachada.
Y entonces experimentó algo mucho más terrenal en la entrepierna. Embutida como estaba en el elaborado atuendo nupcial, solo podía ver pedacitos de su piel aceitunada, una provocadora visión de la curva desnuda de su cintura y de la parte posterior de la cadera bajo el apretado corpiño. Imaginó el tacto sedoso de aquella piel, que sin duda sería tan suave como un pétalo de rosa.
Para su completo disgusto, Sebastian se dio cuenta de que se estaba comiendo con los ojos a una novia en medio de su ceremonia nupcial y que el mero hecho de mirarla lo estaba excitando de una manera que no había sentido desde que terminara su última aventura unas semanas atrás. También se dio cuenta de que tenía celos del novio a un nivel primario, porque él iba ser quien descubriera los secretos de la exótica belleza de su recién estrenada esposa.
Sebastian se maldijo a sí mismo. No le cabía ninguna duda de que Aneesa Adani era como todas las demás jóvenes de clase media alta. Una pequeña princesa. Su matrimonio con aquel hombre no era más que el siguiente paso en una vida de lujo e indolencia, a pesar de su carrera como actriz. Y tampoco le cabía ninguna duda de que no sería una virgen sonrojada en su noche de bodas. A pesar de la castidad de las películas de Bollywood, en el mundo real las estrellas eran tan promiscuas como en Hollywood, y llevaba varios meses de relación altamente publicitada con aquel hombre.
A pesar de aquellas aseveraciones, necesitó más esfuerzo del que estaba dispuesto a reconocer para apartarse de allí. Vio a uno de sus ayudantes más cercanos esperando pacientemente en la sombra su siguiente movimiento. Sebastian agradeció la distracción y dejó a un lado los perturbadores pensamientos sobre aquellos ojos pintados de negro.
Salió del patio, dejó la boda atrás y sonrió con tristeza. Su mente le había jugado una mala pasada, tal vez el ritual y el incienso habían influido. Dirigiéndose hacia la zona de recepción, que era una magnífica fusión de estilo morisco clásico y diseño portugués, ignoró las miradas de admiración que despertaba su alta estatura y su poderoso cuerpo. La atención de las mujeres era algo que ni a Sebastian ni a sus hermanos les faltaba nunca. La conseguían sin ningún esfuerzo desde que tenían uso de razón.
Unos minutos más tarde, tras consultar con el director del hotel, entró en su ascensor privado y sintió la habitual constricción que experimentaba al estar dentro de un traje, y la familiar necesidad de hacer algo de deporte para aclararse la mente y tranquilizarla. El deporte era para Sebastian como una droga, una salida que utilizaba desde que podía recordar. Lo había ayudado a escapar del caos de su disfuncional infancia y ahora lo ayudaba a escapar de los rígidos confines de su vida. También calmaba la insatisfacción que sentía cada vez más a menudo y lo ayudaba en las frecuentes noches en las que tenía suerte si lograba dormir tres horas.
Sebastian no se fijó en las impávidas líneas de su rostro en el espejo del ascensor; había aprendido hacía tiempo el arte de proyectar una fachada controlada, aunque por dentro estuviera lleno de contradicciones. Pero sus pensamientos volvían invariablemente hacia la pareja que estaba abajo. No le cabía la menor duda de que con el tiempo la realidad se haría patente, y la farsa que suponían todos los matrimonios se haría visible en el suyo. Y en un país que tenía una de las tasas de divorcio más bajas del mundo, casi sentía compasión por la feliz pareja, ya que era poco probable que se les permitiera escapar de los confines de su unión, sobre todo si tenían hijos.
Sebastian se reprendió a sí mismo. ¿Quién era él para juzgarlos? Apretó los labios, malhumorado. Después de todo, él no había tenido una infancia precisamente normal.
Mientras pensaba en ellos se abrieron las puertas y Sebastian entró en la suite del ático del Grand Wolfe, la mejor del hotel. Cuando se quitó la chaqueta y la corbata, deseó mentalmente lo mejor del mundo a la pareja de abajo y apartó de su mente la imagen de la exquisita novia.
Aneesa apenas era consciente del ritual nupcial que estaba teniendo lugar a su alrededor.
Se sentía entumecida por dentro y por fuera, y supo que aquella sensación era una manera de protegerse, aunque peligrosamente endeble.
La cabeza le dolía, como le venía sucediendo desde que su confortable, privilegiado y seguro mundo había estallado en pedazos dos noches atrás. Había ido a las habitaciones de Jamal en el hotel para sorprenderlo, con la esperanza de animarlo a que diera un paso más en su casta relación.
La idea de llegar virgen a la noche de bodas la llenaba inexplicablemente de miedo; tal vez entonces ya supiera que lo que Jamal y ella compartían no era normal y había buscado provocarlo de alguna manera. Nunca había entendido la reticencia de su novio a la parte física de su relación.
En lugar de encontrarlo leyendo tranquilamente el nuevo guión, que era lo que le había dicho que iba a hacer, se lo encontró en la cama. Con su asistente. Un hombre.
Aneesa sabía que todavía no había asimilado completamente el impacto de aquel momento. Había ido al baño y vomitó con fuerza. Para entonces el amante de Jamal había desaparecido y Jamal había intentado calmarla.
Aneesa recordaba su bello rostro, una máscara de compasión y condescendencia, cuando le preguntó cómo era posible que no lo supiera si todas sus amigas estaban al tanto. Y Aneesa estuvo a punto de vomitar otra vez cuando recordó las miradas maliciosas que ella había tomado por celos. También tuvo que reconocer que entre aquellas amigas, que en ese momento estaban reunidas en el patio de aquel exclusivo hotel, no había ni una sola en la que sintiera que podía confiar.
Había sido una píldora difícil de tragar reconocer lo superficial que se había vuelto su vida y la facilidad con la que había dejado atrás a sus buenos amigos cuando se hizo famosa.
En el espacio de una noche, toda su vida había sufrido un sutil pero sísmico cambio. Y en los dos días posteriores, Aneesa había pasado de ser una joven relativamente consentida que lo daba todo por hecho a ser alguien más maduro y menos ingenuo. El impulso de encontrar consuelo echando balones fuera había resultado fútil, porque sabía que ella también era culpable de la situación.
La seca advertencia que Jamal le había hecho aquella noche todavía resonaba en sus oídos, y había acallado su impulso de pedir ayuda o consejo.
–Si has pensado por un segundo en huir de este matrimonio, tendrás que despedirte de tu carrera para siempre. ¿Quién querría casarse contigo después de semejante escándalo? Porque puedes estar segura de una cosa: si te marchas y tratas de salvar la cara diciéndole a la gente la verdad lo negaré y me enfrentaré a ti. Este matrimonio es mi pasaporte a la respetabilidad. Nuestros hijos le harán creer a todo el mundo que somos la pareja perfecta. ¿Y quién te va a creer a ti frente a mí, su adorado Jamal Kapoor Khan?
Aneesa sabía que tenía razón. Si alguna vez intentaba revelar la verdad, sería crucificada por los millones de fans devotos de Jamal. Aunque ella fuera famosa, él lo era mucho más. Se convertiría en una paria y no volvería a hacer ninguna película en la India. Aparte de eso, era la primera de su familia en casarse. Su querida abuela paterna tenía casi noventa años y decía que seguía aferrada a la vida solo para verla casarse.
Aneesa también sabía que aunque la gente pensara que su familia nadaba en la abundancia, lo cierto era que su padre llevaba un tiempo luchando por mantener a flote el negocio de sedas. Solo su madre y ella conocían la verdad, y aquella boda iba a ahogar económicamente a su padre.
Sin embargo sabía que su padre preferiría enfrentarse a la ruina económica antes que a la ignominia de no poder pagar la boda de su hija. Estaba muy orgulloso de no haber permitido que Aneesa lo ayudara económicamente. Aunque no cobraba tanto como las actrices de Hollywood, para los estándares indios era una mujer rica.
¿Y cómo iba a contarles a sus padres el secreto de Jamal? Eran muy conservadores. La respetabilidad era parte de su apellido, se quedarían destrozados. La presión en la cabeza creció y sintió un dolor más intenso.
Podía sentir el peso de la mirada de Jamal a la izquierda y no fue capaz de girarse hacia él. Conocía muy bien la falsa adoración que vería dibujada en sus bellas facciones. Era una expresión que había perfeccionado a lo largo de muchos años en las películas. Una expresión que a ella misma la había engañado cuando se conocieron en su primera película y que había creído sincera.
No era de extrañar que la hubiera engañado con tanta facilidad, pensó en ese momento con amargura. La había visto llegar desde lejos: una joven mimada, inmadura y tremendamente ingenua. Había caído rendida ante su actuación, seducida por su belleza y sus palabras. Por no mencionar la intensa atención que le dedicaba y su modo de adularla. Había apelado a las peores partes de ella, y tendría que vivir con aquella vergüenza durante el resto de su vida.
Sus pensamientos fueron bruscamente interrumpidos cuando el sacerdote les pidió que se pusieran de pie. Se estaban acercando a la parte más sagrada de la ceremonia. Después de aquello, Aneesa sabía que sus posibilidades de escapar desaparecerían para siempre.
El extremo de su sari y la larga chaqueta de Jamal estaban atadas, y estaban a punto de rodear el fuego sagrado siete veces mientras pronunciaban las siete bendiciones, cada una de ellas sobre diferentes aspectos del matrimonio.
Cuando empezaron a caminar despacio alrededor del fuego, Aneesa sintió de nuevo una punzada de pánico. El entumecimiento que sentía dio paso a los temblores en reacción por lo que estaba haciendo.
Sus sueños de niña de enamorarse y casarse se habían convertido en polvo hacía ya tiempo. Ahora tenía los ojos bien abiertos, y cada paso que daba con Jamal alrededor del fuego la acercaba más a un futuro de sufrimiento y dolor. ¿Cómo iba a tener hijos en un matrimonio así, en el que el padre se acostaría con la madre solo para procrear y mantener una fachada?
En aquel segundo, Aneesa recordó los penetrantes ojos azules del hombre que había visto entre las sombras y de pronto un impulso más fuerte que nada que hubiera experimentado con anterioridad la atravesó. En medio del pánico y del impacto, actuó con una seguridad de movimientos que la sorprendió. Se paró, se agachó y rápidamente deshizo el nudo que unía su sari a la chaqueta de Jamal. Apenas escuchó cómo él tomaba aliento y susurraba:
–Aneesa, ¿qué crees que estás haciendo?
Entonces ella se bajó del estrado. Con el corazón latiéndole con fuerza, se dirigió directamente hacia su padre, que la miraba boquiabierto, y lo tomó de la mano. Era consciente de que todo el mundo estaba paralizado por la sorpresa, y supo inconscientemente que debía aprovecharse de la situación. Se llevó la mano de su padre a los labios y depositó allí un beso, diciéndole con los ojos llenos de lágrimas:
–Lo siento mucho, papá, no puedo hacer esto. Te devolveré el dinero. Por favor, perdóname.
Y salió huyendo.
Aneesa no sabía hacia dónde corría, solo sabía que tenía poco tiempo antes de que la gente reaccionara y su padre enviara a alguien a buscarla. Tampoco podía pensar en la confusión y el disgusto de sus padres, porque entonces se vendría abajo. Y tampoco podía darse la vuelta y regresar. Se detuvo un instante con el corazón latiéndole con fuerza en el pecho. Había subido varios tramos de escalera cuando vio lo que parecía un ascensor para el personal. Aneesa confió en que la llevara a un lugar lejos del patio y más tranquilo, donde pudiera analizar la situación en la que se encontraba. Quería aire puro y sentía la ropa más apretada que nunca.
El ascensor subió en silencio y luego se detuvo con suavidad. Las puertas se abrieron y se encontró en lo que parecía ser una habitación para la plancha, aunque muy lujosa.
Se acercó a la puerta y la abrió con el corazón en la boca. Al asomarse vio que estaba en una suite enorme con muchas habitaciones. Todo estaba en silencio. Allí no había nadie. Dio por hecho que había encontrado una de las suites vacías del gigantesco hotel. Dejó escapar un gran suspiro de alivio y se dirigió hacia la oscura cocina. Vio un elegante comedor y más allá una enorme cristalera que daba a una terraza abierta. Observó la línea del horizonte de Bombay, extendida como una brillante alfombra. No se trataba de una suite normal, era la suite del ático.
Cuando pensó en su suite nupcial, con la cama de matrimonio cubierta de pétalos de rosas, sintió que sudaba. Se dirigió casi tropezándose con el largo sari hacia las puertas de cristal y trató de abrirlas para recibir aire fresco.
Cuando por fin lo consiguió, salió al exterior, se quitó la pesada guirnalda de flores del cuello y la tiró al suelo. Le dio la impresión de que se había encendido una luz cerca, pero no estaba segura. Cuando se acercó a la barandilla echó la cabeza hacia atrás y escuchó los caóticos sonidos del enloquecido tráfico de Bombay que se oían muy abajo.
El corazón empezó a latirle otra vez más despacio. Entonces escuchó una voz profunda diciendo:
–No me digas que estás pensando en saltar…
Aneesa gritó.
Aneesa se dio la vuelta tan rápido que se mareó y se agarró con las dos manos a la barandilla. Y entonces lo vio bajo la tenue iluminación. Lo reconoció al instante por sus penetrantes ojos azules, que parecían dos trozos de hielo. Era el hombre que había visto abajo, entre las sombras. Y también se fijó en algo que le había pasado completamente desapercibido en la terraza: una piscina ultramoderna iluminada por debajo del agua.
El hombre estaba cruzado de brazos, con aspecto despreocupado, como si estuviera acostumbrado a que entraran mujeres histéricas con atuendo nupcial en su terraza. Tenía el cabello mojado y pegado a su perfecto cráneo, y las mandíbulas apretadas. Alzó una de sus oscuras cejas y Aneesa fue consciente, una vez más, de lo extraordinariamente guapo que era. Fue una reacción física que nunca había experimentado con Jamal, ni siquiera cuando creía estar enamorada de él.
Aquella certeza la impactó.
–¿No deberías estar besando al novio ahora mismo?
Sus lacónicas palabras y la imagen que las acompañaba provocaron en Aneesa ganas de vomitar.
–Lo único que le debe preocupar a Jamal ahora mismo es su preciada reputación –dijo sin pensárselo.
Al escuchar su propia voz en medio del silencio, sintió otra vez la angustia. Tenía que marcharse. Salir de allí. Sin embargo, cuando trató de moverse se dio cuenta de que le temblaban las piernas. Para horror suyo, se dobló por la cintura como una muñeca de trapo.
Pasó tan deprisa que Aneesa no tuvo tiempo de darse cuenta de que el hombre había salido de la piscina y estaba de cuclillas frente a ella. Las gotas de agua se deslizaban por su musculoso cuerpo. Unas manos grandes la levantaron por los brazos y de pronto la elevó como si no pesara más que una muñeca.
Las palabras empezaron a salirle a borbotones.
–Yo… lo siento mucho… no sabia que hubiera alguien aquí. Corrí… tenía que irme. Me iré… No debería estar aquí.
Aneesa era consciente de que le castañeteaban los dientes y de que el hombre la sostenía sin ningún esfuerzo mientras atravesaba las puertas y entraba en un lujoso salón, encendiendo las luces mientras avanzaba. La colocó sobre el lujoso sofá con delicadeza y luego se puso de cuclillas para mirarla. Si antes le había parecido guapo, de cerca era sencillamente impresionante.
Aunque tenía el pelo mojado, vio que llevaba un corte casi militar. Sus ojos azules brillaban sobre la nariz patricia, que le proporcionaba un aspecto regio. El labio superior, delgado, indicaba un frío control. Pero el de abajo, carnoso, hablaba de pasión, de una innata sensualidad. Y aunque era un completo desconocido, Aneesa sintió la abrumadora necesidad de deslizar un dedo por aquel labio y ver si los fríos ojos azules podían oscurecerse con una promesa de satisfacción sensual.
Sorprendida por el giro tan extraño de sus pensamientos, recuperó la compostura y deseó no haber visto tan de cerca sus anchos hombros y el musculado pecho cubierto de fino vello masculino.
Algo brilló en sus ojos y él también se retiró.
–¿Vas a estar bien si voy un minuto a ponerme algo de ropa encima? –le preguntó.