El retrato de Dorian Gray - Oscar Wilde - E-Book

El retrato de Dorian Gray E-Book

Oscar Wilde

0,0
2,99 €

oder
-100%
Sammeln Sie Punkte in unserem Gutscheinprogramm und kaufen Sie E-Books und Hörbücher mit bis zu 100% Rabatt.
Mehr erfahren.
Beschreibung

El retrato de Dorian Gray (original en inglés: The Picture of Dorian Gray) es una novela que escribió el autor irlandés Oscar Wilde, publicada en el Lippincott's Monthly Magazine el 20 de junio de 1890. Posteriormente, Wilde revisaría la obra, haría varias modificaciones y agregaría nuevos capítulos.El retrato de Dorian Gray es considerada una de las últimas obras clásicas de la novela de terror gótica con una fuerte temática faustiana, además muestra un pintor con afecto íntimo y directo con el personaje principal. El libro causó controversia cuando fue publicado por primera vez; sin embargo, es considerado en la actualidad como «uno de los clásicos modernos de la literatura occidental.»

Das E-Book können Sie in Legimi-Apps oder einer beliebigen App lesen, die das folgende Format unterstützen:

EPUB

Veröffentlichungsjahr: 2017

Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.



EL RETRATO DE DORIAN GRAY

de Oscar Wilde

EL RETRATO DE DORIAN GRAY

CAPITULO I

        Un intenso olor de rosas penetraba en el estudio, y cuando, entre los        árboles del jardín, comenzaba la brisa, llegaban por la puerta abierta el        denso aroma de las filas o el más delicado perfume de los agavanzos        en flor.

        Desde el rincón del diván de alforjas persas en que yacía, fumando,        según costumbre, cigarrillo tras cigarrillo, Lord Henry Wotton podía        divisar el resplandor dorado de las flores color de miel de un cítiso,        cuyas ramas trémulas apenas parecían capaces de soportar el peso        de tan flamante belleza, y de cuando en cuando, las sombras        fantásticas de los pájaros cruzaban las largas cortinas de seda que        cubrían el ancho ventanal, produciendo una especie de efecto japonés        momentáneo, y haciéndole pensar en esos pintores de Tokyo, de        rostro jade pálido, que por medio de un arte forzosamente inmóvil        tratan de dar la impresión de la rapidez y el movimiento. El zumbido        adusto de las abejas, abriéndose camino a través de la alta hierba sin        segar, o revoloteando con monótona insistencia en torno de las        polvorientas cabezuelas doradas de una dispersa madreselva, parecía        hacer aún más abrumadora esta quietud. El sordo estrépito de Londres        era como el bordón de un órgano lejano.

        En el centro de la habitación, sostenido por un caballete, veíase el        retrato, de tamaño natural, de un joven de extraordinaria belleza, y        frente a di, sentado a poca distancia, al pintor en persona, Basil        Hallward, cuya súbita desaparición pocos años antes había causado        tanta sensación y dado origen a tantas extrañas conjeturas.

        Contemplaba el pintor la forma grácil y encantadora que tan        diestramente reflejara su arte, y una sonrisa de satisfacción cruzó su        rostro, pareciendo demorarse en él. Pero, de pronto, estremeciéndose,        cerró los ojos y oprimióse los párpados con los dedos, como si quisiera        aprisionar en su cerebro algún extraño sueño, del que temiera        despertar.

        -Es tu mejor obra, Basil; lo mejor que has hecho hasta ahora dijo Lord        Henry, lánguidamente -. Debes enviarla el año próximo ala exposición        Grosvenor. La Academia es demasiado grande y demasiado vulgar.        Siempre que he ido, o había tanta gente que no he podido ver los        cuadros, cosa sumamente desagradable, o tantos cuadros que no he        podido ver la gente, cosa peor todavía. Realmente, Grosvenor, es el        único sitio.

-Creo que no lo enviaré a ninguno -contestó el pintor, echando hacia        atrás la cabeza con aquel ademán singular que tanto hacía reír a sus        condiscípulos de Oxford -. Sí; a ninguno.

        Lord Henry enarcó las cejas, mirándole con estupor a través de las        tenues espirales azules en que se rizaba caprichosamente el humo de        su cigarrillo opiado.

        - ¿Qué no piensas enviarlo a ningún sitio? ¿Y por qué, puede saberse?        ¿Tienes algún motivo? ¡Qué gente tan absurda sois los pintores!        Andáis de coronilla para haceros una reputación, y en cuanto la        conseguís, parecéis deseosos de echarla a rodar. Una tontería; pues        sólo hay una cosa en el mundo peor que el que se hable mal de uno, y        es que no se hable. Un retrato como éste te colocaría a cien codas        por encima de todos los pintores jóvenes de Inglaterra, y haría rabiar        de envidia a los viejos, si es que los viejos son todavía capaces de        alguna emoción.

        -Sé que vas a reírte de mí- replicó el pintor -; pero te aseguro que        realmente no puedo exponerlo. He puesto demasiado de mí mismo en        él.

        Lord Henry se repatingó en el diván, soltando la carcajada.

        -Sí, ya sabía que te reirías; pero, a pesar de todo, es verdad.

        - ¡Demasiado de ti mismo en él! Palabra de honor, Basil: no sabía que        fueras tan presuntuoso. Te aseguro que no veo la menor semejanza        entre tú, con esa cara ceñuda y viril, y este joven Adonis, que parece        hecho de marfil y de rosas. ¡Caramba!, querido Basil: éste es un        narciso, y tú... claro que tienes una expresión inteligente, no hay que        decir.

        Pero la belleza, la verdadera belleza, acaba donde comience una        expresión intelectual. La inteligencia es en sí misma un modo de        exageración, y destruye la armonía de cualquier rostro. Desde el        momento en que uno se sienta para meditar, se vuelve todo nariz, o        frente, o cualquier otra cosa horrenda. Fíjate en los hombres que        sobresalen en todas las profesiones doctas. Son, sencillamente,        repugnantes. Excepto, claro está, en la Iglesia. Pero es porque en la        Iglesia no piensan. Un obispo continúa diciendo a los ochenta lo que le        enseñaron a decir a los diez y ocho; por eso, y como consecuencia        natural, siempre resulta delicioso.

        Tu misterioso amigo, cuyo nombre todavía no me has dicho, peco        cuyo retrato realmente me fascina, no piensa nunca; estoy        completamente seguro. Es una criatura admirable y sin seso, para        tener en invierno, cuando no hay flores que mirar, y en verano,        cuando necesitamos refrescar el entendimiento. No te hagas ilusiones,        Basil; no te pareces a él lo más mínimo.

-No me has entendido, Harry -contestó el artista -. Naturalmente que