El secreto de la princesa - Kate Hewitt - E-Book
SONDERANGEBOT

El secreto de la princesa E-Book

Kate Hewitt

0,0
1,99 €
Niedrigster Preis in 30 Tagen: 1,99 €

-100%
Sammeln Sie Punkte in unserem Gutscheinprogramm und kaufen Sie E-Books und Hörbücher mit bis zu 100% Rabatt.
Mehr erfahren.
Beschreibung

¡Que paren las rotativas! La princesa Natalia de Santina ha sido vista del brazo del multimillonario Ben Jackson, famoso por ser implacable y frío en los negocios, por su increíble atractivo y por su desdén hacia la prensa. Ben, sin embargo, no pudo evitar las cámaras yendo en compañía de Natalia, una habitual de fiestas y saraos. Lo más sorprendente de todo es que se sabe que la princesa estuvo trabajando todo el día en la oficina de Jackson. ¿Habrá cambiado la alta costura y los cócteles por la fotocopiadora? Una cosa está clara: si todas pudiéramos tener un jefe tan carismático e interesante como el atractivo Ben, el trabajo sería mucho más excitante…

Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:

Android
iOS
von Legimi
zertifizierten E-Readern

Seitenzahl: 225

Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.



Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

© 2012 Halequin Books S.A. Todos los derechos reservados.

EL SECRETO DE LA PRINCESA, Nº 3 - mayo 2013

Título original: The Scandalous Princess

Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.

Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.

® Harlequin, logotipo Harlequin y Bianca son marcas registradas por Harlequin Books S.A.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

I.S.B.N.: 978-84-687-3056-1

Editor responsable: Luis Pugni

Imágenes de cubierta:

Mujer: DANIELKROL/DREAMSTIME.COM

Ciudad: LITTLENY/DREAMSTIME.COM

Conversión ebook: MT Color & Diseño

www.mtcolor.es

Para Meg Lewis y Anna Boatman, que me han ayudado a terminar este libro. Muchas gracias.

Uno

–Bueno, al menos hay un Jackson que se ha superado en la vida.

La princesa Natalia Santina miró a su madre, cuyo tono glacial contradecía lo que había sonado como un cumplido. La reina Zoe tenía los ojos entornados y los labios apretados en gesto de desaprobación. Pero esa era su expresión habitual. Natalia se giró para ver quién era el destinatario del poco entusiasta elogio de su madre. Deslizó la mirada por el grupo de gente adinerada que había acudido a la fiesta del inesperado compromiso entre Alessandro, su hermano mayor, y Allegra, la hija del ex futbolista Bobby Jackson, un habitual de los periódicos sensacionalistas británicos. Finalmente posó la vista sobre Ben Jackson, el hermano mayor de Allegra, un millonario que se había hecho a sí mismo. Aunque el dinero no era una cuestión a tener en cuenta para su madre. Le gustaba decir, levantando la nariz, que cualquiera podía ganar dinero. Lo importante era la buena cuna.

Después de todo, el ex prometido de Natalia, que afortunadamente había roto hacía poco el compromiso, no tenía mucho dinero. El príncipe Michel, del pequeño principado de montaña de Montenavarre, había asegurado que Natalia tenía unos gustos demasiado caros, y sin duda era cierto. Era el segundo en la línea de sucesión al trono y no tenía ni un céntimo. Y además Natalia no estaba dispuesta a pasarse la vida metida en un castillo helado de los Alpes escuchando cómo su esposo le contaba una y otra vez la aburrida y noble historia de su país.

La pregunta de qué pensaba hacer con su vida no tenía respuesta. Se conformaba con disfrutar de la tregua que le concedía no tener que casarse en seguida. En su opinión, no había nada que recomendara el matrimonio.

Entornó los ojos al fijarse en la poderosa figura de Ben Jackson. Iba vestido con un impecable traje gris y sobria corbata azul marino, y sus movimientos eran precisos y contenidos mientras hablaba con otro invitado. A diferencia de su padre, cuya corbata chillona, tono alto y gestos grandilocuentes lo definían como a un nuevo rico, Ben Jackson era la personificación de la elegancia masculina. A Natalia le había hecho gracia que la reina Zoe le tendiera los dedos a Bobby Jackson para estrecharle la mano y que diera un respingo cuando éste le besó el dorso.

–¿Cómo se gana la vida Ben Jackson? –preguntó a su madre, que se puso tensa ante la vulgaridad de la pregunta.

Natalia sabía que no había que preguntar a qué se dedicaba la gente, porque por supuesto, la gente con clase no hacía nada. No para ganar dinero. A la reina Zoe ni siquiera le gustaba mencionar las exitosas aventuras empresariales que había emprendido su hijo y heredero al trono. A veces Natalia se preguntaba si su madre no habría salido de las páginas de una novela victoriana o de una máquina del tiempo. Su actitud, desde luego, no era de este siglo.

–Hasta donde yo sé, es un emprendedor –afirmó Zoe con tirantez–. Algo relacionado con las finanzas.

Qué aburrido, pensó Natalia mientras miraba al mayor de los Jackson con indiscutible admiración femenina. La anchura de los hombros que se adivinaban bajo la chaqueta gris era impresionante. Él alzó una mano de dedos largos para indicar algo, y sus ojos brillantes y el gesto de la boca compusieron una expresión de controlado entusiasmo. Natalia pensó que sentía muchas cosas pero no quería que nadie lo supiera. Siempre se le había dado bien leer las expresiones e identificar las actitudes de la gente. Sin duda eso había ayudado durante los doce años de incomprensible educación, cuando en muchas ocasiones la curvatura de los labios o enarcar las cejas era la única forma de saber si estaba haciendo las cosas bien o no.

–¿Con quién está hablando? –le preguntó a su madre–. Me refiero a Ben Jackson.

Zoe emitió uno de aquellos suspiros de decepción a los que Natalia estaba tan acostumbrada.

–Está hablando con el ministro de Turismo y Cultura –le dijo–. Algo que sabrías si mostraras algún tipo de interés en tu deber hacia tu país y hacia tu familia.

Natalia no respondió. Sabía que su madre se estaba refiriendo a la reciente ruptura de su compromiso. Sus padres querían quitársela de en medio y que se marchara del país. Con veintisiete años, soltera y con una vida social bastante activa, era una rémora para la familia real.

–Tienes razón, madre –murmuró Natalia con toda la docilidad que pudo–. Debería conocer a los ministros de Santina. Creo que voy a poner ahora mismo remedio a eso.

Y contoneando de forma sugestiva las caderas, se dirigió hacia donde estaba Ben Jackson, que le seguía pareciendo misteriosamente… apasionado.

Aunque la palabra apasionado no era la correcta. Sí, tenía unos hombros impresionantes, pero todo en aquel hombre, desde el traje austero hasta el corte de pelo indicaba que era una persona contenida. Controlada. Aburrida incluso. Una persona que guardaba sus pasiones celosamente. Si es que las tenía.

–¡Alteza! –el ministro de Turismo y Cultura inclinó la cabeza a modo de saludo cuando ella se acercó.

Natalia sonrió y extendió la mano.

–Ministro, qué alegría volver a verlo.

El ministro parpadeó y ella lamentó no haber preguntado su nombre antes de acercarse. Habría sido un detalle por su parte.

–Igualmente, Alteza –respondió el ministro tras una breve pausa.

Sin dejar de sonreír, Natalia se giró hacia Ben Jackson. De cerca no parecía tan aburrido. Su cuerpo irradiaba poder, y a pesar de su aura de riqueza y prestigio, percibió en él un escepticismo que la intrigó. Tal vez se hubiera superado a sí mismo, pero no había dejado atrás al niño que fue. Aunque lo cierto era que nunca se podía dejar atrás la infancia por mucho que uno lo deseara. Desesperadamente.

Tenía los ojos de un azul parecido al de la corbata y, en ese instante, los tenía entornados no como si la estuviera admirando u observando, sino como si se estuviera divirtiendo. Natalia se quedó asombrada. Se estaba riendo de ella. La certeza le provocó una punzada de irritación. Si había algo que no podía soportar era que se rieran de ella. Le había ocurrido demasiadas veces en el pasado.

–Creo que no nos han presentado –dijo extendiendo la mano.

Y Ben Jackson alzó las comisuras de los labios en gesto burlón.

–Formalmente no –reconoció–. Aunque sé que eres una de las princesas de Santina, y sin duda tú sabes que yo soy un Jackson –le estrecho los dedos en un levísimo apretón de manos.

–Ah, pero ¿qué Jackson? –respondió ella alzando las cejas–. Porque sois muchos.

Ben entornó la mirada y apretó los labios. Natalia le dirigió una sonrisa insípida. No volvería ser el objeto de burla de nadie. Nunca más. Nadie volvería a reírse de ella por lo que podía o no podía hacer.

–Los Santina también sois muchos –respondió él con un tono tan insípido como su sonrisa–. Las familias numerosas son una bendición, ¿verdad?

–Oh, sí –murmuró Natalia, aunque no podía considerar a su numerosa familia una bendición. La relación era demasiado distante y fracturada. A excepción de su hermana gemela Carlotta, Natalia no se sentía particularmente unida a nadie de su familia, y menos a sus padres. Aunque sabiendo lo que sabía sobre el clan de Bobby Jackson, tampoco le parecía que una familia así fuera una bendición.

El ministro se excusó con un murmullo y Natalia asintió cuando se dio la vuelta.

–Estabas teniendo una charla muy agradable con nuestro ministro de Turismo y Cultura. ¿Tienes pensado pasar algún tiempo en nuestra bella isla? –le habló con tono juguetón, coqueteando con él con la mirada.

Pero Ben Jackson permaneció impávido. Impasible. O tal vez todavía se estuviera divirtiendo.

–La verdad es que sí.

–¿De vacaciones, tal vez?

–No exactamente.

Sin duda se estaba divirtiendo. Natalia contuvo otra punzada de irritación. Estaba acostumbrada a manejar mejor aquel tipo de conversaciones, o para ser sincera, a tener a hombres como Ben Jackson dando vueltas a su alrededor. No, a hombres como Ben Jackson no. Tenía la sensación de que no había conocido a muchos hombres así, algo que tenía que agradecer. Porque era irritante.

–Entonces tal vez estés aquí para vigilar a tu hermana –sugirió–. Para asegurarte de que se comporte.

–Mi hermana es una mujer adulta y está perfectamente capacitada para comportarse –respondió Ben con frialdad–. A diferencia de otras mujeres que han aparecido en las páginas de muchos periódicos sensacionalistas europeos.

Natalia retrocedió un poco, impactada por la repentina dureza de su tono. Ya no parecía estar divirtiéndose, lo que parecía era que la estaba juzgando y condenando. Ella sabía que aparecía con mucha frecuencia en los periódicos y en las revistas del corazón. Buscaba deliberadamente aquella publicidad. Y sin embargo, escuchar a aquel hombre mofarse de ella por las historias siempre exageradas que se contaban sobre su persona hacían que temblara de furia… y de vergüenza.

–Entonces debes estar aquí vigilando al resto de tu familia –afirmó con tono áspero deslizando la mirada por la sala hasta clavarla en su padre, que se estaba riendo demasiado fuerte. Luego la dirigió hacia una de sus hermanas, que discutía acaloradamente con un invitado, para después clavarla en otra, una famosa televisiva de medio pelo que desde luego estaba muy en su papel. Finalmente miró a otra hermana, una rubia con curvas que coqueteaba descaradamente con un hombre que le doblaba la edad–. No creo que todos ellos sepan comportarse, ¿no te parece?

Ben no varió ni un ápice su expresión, pero Natalia experimentó un escalofrío de incomodidad. Volvió a notar un latigazo de su poder.

–Creo que éste es el típico caso de la sartén diciéndole al cazo: «No te acerques, que me tiznas» –murmuró con suavidad.

Natalia alzó la barbilla.

–No creo que nuestras familias puedan compararse, a pesar de que sean de un tamaño parecido.

–Ah, entiendo. Además de una niña malcriada, eres una clasista.

Natalia dio un paso atrás. Estaba impactada. Nadie se atrevía a hablarle así, y menos un plebeyo en un evento público. Dentro de los muros de palacio ya era otra cuestión.

–Deberías saber –le dijo con frialdad–, que podría hacer que te echaran de aquí por hacer ese tipo de comentarios.

–¿Es una amenaza?

Natalia no dijo nada. Era una amenaza, pero bastante inútil. Podía ir a buscar a alguno de los guardias con librea que estaban de centinelas en las puertas del salón de baile del palacio y pedirle que echaran a Ben Jackson a la calle. Pero era poco probable que lo hiciera. Ben Jackson era el hermano de la futura reina de Santina y, a pesar del origen popular de su familia, era un invitado de honor. Y el personal de palacio, siguiendo órdenes de sus padres, se tomaba cualquiera de sus peticiones con una irritante dosis de escepticismo y cautela. Había sido una estúpida.

–Considérate advertido –le dijo.

Ben se rio entre dientes.

–Al menos tienes algo de sentido común.

–Y tú no tienes ninguna educación –le espetó Natalia.

Él volvió a alzar las cejas y otra sonrisa burlona se dibujó en sus labios.

–¿Sartén? –le recordó–. ¿Cazo?

Natalia resistió el deseo de recordarle que tenía sangre real. Y de darle una patada en las espinillas. O tal vez un poco más arriba. Agarró una copa de champán de la bandeja que pasó un camarero y le dio un largo trago.

–Y dime –murmuró mirándolo por encima del borde de la copa–. ¿Por qué estás considerando la posibilidad de pasar un tiempo en Santina?

Ben la miró un instante y luego pareció como si se encogiera de hombros, aunque como eran tan anchos apenas se movieron.

–Voy a promocionar un campamento deportivo para los jóvenes menos favorecidos de la isla.

Natalia se quedó sorprendida. Esperaba que le dijera que pensaba hacer turismo o alquilar un yate privado o un palazzo. Las razones habituales por las que los millonarios aburridos venían a sus playas.

–Qué solidario por tu parte –murmuró finalmente.

–Gracias.

–Y supongo que confías en encontrar al próximo Lionel Messi o al próximo David Beckham, ¿verdad?

Ben entornó los ojos.

–Si estás insinuando que voy a organizar ese campamento para encontrar una futura estrella del fútbol y beneficiarme económicamente de ello, estás muy equivocada.

–Vamos, no me negarás que tienes un motivo oculto. ¿O vas a pasarte las semanas o meses que hagan falta montando ese campamento sin obtener ningún beneficio?

–Por increíble que te parezca, así es –murmuró Ben.

Natalia sacudió la cabeza. Sabía lo suficiente del mundo de los negocios, o al menos de los hombres, para saber que nadie hacía nada gratis. Siempre había un precio, solo se trataba de quién lo pagaba. Y aunque Ben tuviera los motivos más altruistas del mundo, aun así quería fastidiarlo. Sobre todo porque él la había molestado mucho.

–Tal vez no se trate de buscar una futura estrella –reconoció–, pero la publicidad no te vendrá mal.

–¿Sabes lo que dicen de la publicidad? Que es mejor que hablen de ti aunque sea mal. Supongo que esa es la norma que rige tu vida, ¿verdad?

Dejó la pregunta en el aire, pero la firmeza de su mirada le dejó claro a Natalia a qué se refería. Sin ir más lejos, la semana anterior había sido fotografiada al salir de una discoteca a las cuatro de la mañana en compañía de dos playboys muy conocidos. Probablemente, a un hombre como Ben Jackson aquello le parecería una vergüenza.

–En cualquier caso –continuó él–, la publicidad que pueda generar un club juvenil en esta isla tan pequeña no aportará nada a mis negocios ni a mis beneficios.

Natalia no supo si reírse o sentirse ultrajada ante el calificativo de «isla pequeña». Seguramente su madre se habría desmayado.

–Bueno –dijo manteniendo un tono despreocupado–, ya que pareces ser un gran conocedor de la prensa sensacionalista europea, estoy segura de que conseguirás dar la información necesaria a los oídos adecuados para garantizarte un par de primeras páginas.

Ben se la quedó mirando durante un largo instante, lo suficiente para que perdiera la confianza en sí misma y empezara retorcerse. O al menos a querer retorcerse. Por suerte permaneció quieta.

–¿Siempre eres tan bromista? –le preguntó él.

–No, es que me has pillado en un buen momento –respondió.

Ben contuvo una carcajada seca, y eso la sorprendió. Así que Ben Jackson el aburrido tenía sentido del humor. Al menos un poco.

–Tiemblo al pensar qué pasaría si te pillara en un mal momento –aseguró él con voz melosa.

Tal vez fuera contenido y aburrido, pero también era tremendamente atractivo.

Natalia sabía que había sido un poco brusca, pero solo porque él se había puesto a la defensiva. En cuanto la conoció, Ben Jackson la había examinado y descartado en cuestión de minutos. Natalia había invertido mucho tiempo perfeccionando su aire de pulida sofisticación y no le gustaba que alguien como Ben se lo echar por tierra. Que viera la verdad. Que se riera de ella.

–Pues no tiembles –le aconsejó–. No creo que volvamos a vernos nunca más.

Ben Jackson deslizó la mirada por su cuerpo con demasiada parsimonia. Natalia sintió como si estuviera viendo a través de ella, y también que le estaba quitando la ropa. Y no es que llevara demasiada. El vestido plateado era de alta costura, muy corto, y tenía un escote pronunciado. Sintió cómo le ardía el cuerpo bajo su escrutinio y supo que Ben Jackson notaba el revelador sonrojo que se apoderó de ella. Desgraciadamente, le salían ronchas cuando se sonrojaba. No era el aspecto que quería tener y, además, suponía una respuesta ridícula hacia un hombre que la había tratado de manera abominable. Tenía que salir de allí antes de que Jackson viera demasiado.

Ben observó con interés cómo Natalia se sonrojaba y experimentó una repentina punzada de deseo. Era una mujer muy bella, eso tenía que reconocerlo. Sexy, sofisticada, con un brillo travieso en la mirada y la barbilla orgullosamente alzada. El vestido que llevaba era escandaloso. En otras circunstancias le habría sugerido que salieran de allí y fueran a buscar un lugar más íntimo. Muy íntimo. Y sin embargo, estaba convencido, por lo que había leído y por lo que acababa de vivir, de que la princesa Natalia no hacía nada en privado. Él había tenido suficiente publicidad para toda una vida, y había visto cómo sus efectos destrozaban a su familia como un tornado de rumores y mentiras.

No, tenía otra sugerencia para la princesa. Vio cómo se daba la vuelta, todavía orgullosa y herida por la afrenta, y dijo de manera casi indolente:

–Puedes despreciar mi campamento de fútbol todo lo que quieras, pero apuesto a que no durarías ni un día…, mejor dicho, ni una hora trabajando allí de voluntaria.

Natalia se dio la vuelta y entornó los ojos hasta convertirlos en dos rayas de jade.

–No querría ser voluntaria allí ni durante una hora –le espetó.

Ben sonrió. No podía evitarlo. Pelear con ella le divertía, le hacía sentirse vivo como hacía mucho tiempo que no se sentía. Aunque ella fuera muy molesta.

–Eso no me sorprende en absoluto.

–Deja que te lo aclare –dijo ella con frialdad–. No sería voluntaria si tú estuvieras presente.

–¿Tanto te molesto? –le preguntó con coquetería.

–Sencillamente, prefiero no pasar el tiempo con brutos arrogantes.

Ben se rio entre dientes, admirando el hecho de que no se rindiera. Ni por un segundo.

–Me has definido muy rápido.

–Igual que tú a mí –respondió ella.

Y para sorpresa suya, a Ben le pareció distinguir un tono dolido bajo su desdén. La idea le hizo sentirse incómodo. Casi decepcionado. Quería pensar que la princesa Natalia era lo que parecía, nada más.

–En cualquier caso, deberías presentarte como voluntaria –no lo decía en serio, por supuesto. No le gustaba la idea de que hubiera una princesa paseándose por la oficina, interrumpiendo a su eficaz personal y generando toda clase de publicidad y de rumores. Y sin embargo, no había podido evitar provocarla.

–Gracias por la sugerencia, pero me temo que tendré que declinar la oferta –le dijo Natalia con dulzura.

De repente se sintió molesto, aunque sabía que no era razonable. Tan poco razonable como la princesa, que se negaba siquiera a considerar la posibilidad.

–¿Está muy por debajo de ti?

Ella alzó la barbilla y le brillaron los ojos.

–Al parecer eso es lo que tú piensas.

–Creo que te haría bien.

–¿Quieres darme una lección? Gracias pero no. Sigue adelante con tu proyecto-juguete si eso te hace sentir mejor, pero a mí déjame en paz.

La molestia se convirtió en rabia. Ben sabía que estaba reaccionando de manera emotiva ante los trucos de aquella mujer, pero no podía evitarlo. No podía evitar sentir ira ante el modo en que le estaba despreciando no solo a él, sino a algo que era importante para él. Natalia ya se estaba dando la vuelta para marcharse.

–Me apuesto algo contigo –le dijo con tono desafiante.

Ella se detuvo.

–Yo no juego.

Ben dio un paso hacia ella.

–No es exactamente un juego. Se trata más bien de ponerte a prueba.

Natalia adquirió una expresión pétrea y Ben supo lo que quería. Podía lidiar con la teatralidad de la princesa, incluso con la publicidad. Además, con todo lo que estaba pasando en la familia real, seguramente la prensa no se lanzaría sobre la princesa Natalia porque acudiera a una oficina todos los días. Y la idea de verla morder el polvo o incluso de darle una lección le resultaba atractiva.

Como ella misma…, durante un instante Ben se preguntó por qué estaba haciendo aquello. Pero apartó de sí aquel pensamiento e inclinó la cabeza de modo que pudo aspirar su aroma sorprendentemente fresco y sentir su femenino calor.

–Apuesto –susurró– a que puedo convencer a tu padre para que te hagas voluntaria.

Ella se puso tensa e inclinó la cabeza. Si Ben se hubiera movido sus labios se habrían rozado. Sintió un escalofrío de deseo. La profundidad y la fuerza de la atracción lo sorprendió, lo alarmó incluso. Demasiado. Le dio la impresión de que Natalia quería dar un paso atrás pero no lo hizo. Inclinó la cabeza para mirarlo y Ben se fijó en que tenía un pequeño lunar en la comisura de la boca.

–¿Convencer a mi padre? Lo dudo.

–Entonces ¿aceptas la apuesta?

Natalia lo miró con frialdad y Ben supo que estaba dudando entre demostrar quién era y mantenerse a salvo. Igual que él. ¿En qué estaba pensando al invitarla a su oficina, a su vida? Pero cuando ella bajó las pestañas para ocultar cualquier emoción que asomara a los ojos, Ben se dio cuenta de que no le importaba. Quería ver qué pasaba.

–Yo no he dicho eso –dijo finalmente.

–¿Tienes miedo, Alteza?

Natalia se incorporó.

–Te tomas demasiadas libertades. Y no, no tengo miedo. Sencillamente, no me interesa. Dudo mucho que mi padre te reciba, y mucho menos que escuche tus argumentos.

Su resistencia le llevaba a presionar más.

–Entonces ¿por qué no aceptas la apuesta?

–¿Por qué debería hacerlo?

–Claro. Debes obtener algo a cambio.

–Por ejemplo, podrías publicar una disculpa pública por tu maleducada actitud hacia mí en todos los tabloides de aquí y de Londres.

Ben se rio entre dientes.

–Qué extraña petición. Ni que alguien hubiera escuchado nuestra conversación.

–Es que me gustaría verte perder.

–No lo dudo.

A Natalia le brillaron los ojos y la atracción se despertó de nuevo entre ellos, amenazando con convertirse en una llama. Ben sabía que ella también la estaba sintiendo. Él desde luego sí la notaba. ¿Debería soltarla del gancho, evitar que ambos se quemaran? Quería mantener un perfil bajo en Santina, y relacionarse de cualquier modo con Natalia sin duda no era una buena idea. Además, la princesa era el tipo de mujer que no podía soportar.

Y sin embargo, no dijo nada, no se movió.

–Sin duda te gusta apostar –Natalia se encogió de hombros como si no tuviera ni una sola preocupación en la vida–. De acuerdo, intenta convencer a mi padre. No llegarás muy lejos. Y si gano yo y él se niega a garantizar tu proposición…

Se detuvo, y Ben esperó con la adrenalina disparada, como si estuviera en el campo de fútbol. Aquel era sin duda un partido igualado. Estaba deseando oír lo que quería de él.

–… entonces estarás bajo mis órdenes durante un día.

¿A sus órdenes? Unas imágenes provocativas cruzaron por la mente de Ben.

Natalia sonrió.

–¿Te parece justo?

–¿Y si gano yo? –murmuró mirándola fijamente.

–Entonces seré voluntaria –respondió ella encogiéndose de hombros–. Y me mandarás de todas formas.

Hablaba sin intención, y sin embargo la intención estaba allí. El deseo le atravesó las venas, pero Ben se dijo a sí mismo que podía manejarlo. Podía manejarla a ella.

–Estoy deseándolo –dijo en voz baja extendiendo la mano para estrechársela. Quería tocarla–. Entonces ¿trato hecho?

Natalia aceptó desafiante su mano y Ben vio cómo reaccionaba al contacto entre ambos, lo vio en el brillo de sus ojos, en el ligero jadeo de su respiración. Luego ella sonrió como si todo le diera lo mismo.

–Trato hecho.

Dos

–¿Qué? –Natalia escuchó su propio grito agudo resonar contra las paredes de la sala de audiencias de su padre.

Al parecer él también, porque se estremeció ligeramente mientras levantaba un papel de una mesa ornamental y lo observaba con escaso interés.

–Por favor, Natalia, baja la voz. Y compórtate como una princesa.

Natalia estaba furiosa.

–¿Y las princesas se dedican a enseñar a jugar al fútbol a niños desarrapados?

–Esos niños –le recordó el rey Eduardo con frialdad– son los ciudadanos de tu país. Tienes un deber para con ellos.

–¿El deber de enseñarles a jugar al fútbol? –Natalia estaba convencida de que los deberes de sus padres no iban más allá de los muros del palacio, a menos que tuvieran que dar alguno discurso o saludar.

El rey Eduardo suspiró y dejó el papel, girándose hacia Natalia como si estuviera harto de su hija. A ella le había molestado que la convocara en la sala de audiencias, una estancia antigua y ornamental pensada para que los plebeyos presentaran sus peticiones al rey, no para las conversaciones familiares.

–Natalia, lo cierto es que creo que trabajar de voluntaria será beneficioso para ti.

–Beneficioso…

–Deja que me explique –le pidió el rey con sequedad.

Natalia guardó silencio. No podía permitirse el lujo de enfadar a su padre en aquel momento.

–Llevas demasiado tiempo sin hacer nada, llevando un estilo de vida inapropiado. Hice la vista gorda porque te ibas a casar con el príncipe Michel, pero ya que él ha roto el compromiso, lo que ha supuesto una humillación importante para la familia, veo que hace falta tomar otras medidas.

Natalia se mordió con fuerza el labio para no hablar. Sabía que había tensado demasiado la cuerda de la aceptación de sus padres con sus salidas nocturnas. Por supuesto, los periódicos sensacionalistas lo exageraban todo, pero en el mundo de sus padres, ir a una discoteca ya bordeaba el perímetro de un comportamiento apropiado. ¿Qué se suponía que debía hacer? No tenía una formación superior, no podía trabajar y no le apetecía pasarse la vida como su madre, vistiéndose para el almuerzo, tomando el té siempre a la misma hora y saludando al pueblo desde el balcón. Y al menos cuando salía con gente más alegre sabía que la prensa se fijaría en eso y en nada más.

–En cualquier caso –continuó su padre con tono implacable–. Creo que un poco de publicidad positiva sería bueno para ti y para toda la familia. Cuando pienso en lo que ha hecho Sophia…

–¿Sophia? –repitió Natalia incapaz de seguir mordiéndose la lengua–. ¿Qué ha hecho Sophia? –Sophia nunca hacía nada malo. La prensa la adoraba y su padre había anunciado la noche anterior su compromiso con el príncipe Rodrigo durante la fiesta de anuncio de compromiso de Alex y Allegra. A diferencia de Natalia, Sophia lo estaba haciendo todo bien, ¿verdad?