El vínculo de los enemigos - Vanesa Cantero - E-Book

El vínculo de los enemigos E-Book

Vanesa Cantero

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Beschreibung

HQÑ 376 Dos pueblos rivales, un odio ancestral. Un amor capaz de desafiarlo todo. La princesa Aislynn de Valon vive feliz cuidando e instruyendo a su hermano pequeño, futuro rey. Enamorada en secreto de su primo bastardo, a Aislynn solo le preocupan los intermitentes ataques de sus enemigos los Lantis. Pero durante un asalto su hermano muere y ella termina en manos de los bárbaros. Forzada a convivir con sus enemigos, descubrirá que todo aquello que daba por sentado acerca de ellos no era real. Kai, un guerrero Lantis, cae prisionero de los enemigos y se ve obligado a utilizar a Aislynn para escapar y regresar con los suyos. Sin embargo, el destino es caprichoso: un extraño y poderoso vínculo nace entre ambos y un amor que ninguno esperaba sentir comenzará a forjarse entre ellos. Un amor que desafiará a la enemistad entre sus pueblos y amenazará con tambalear sus vidas. ¿Será su amor capaz de vencer al odio entre Valon y Lantis y acabar con la guerra que los enfrenta? - Una maravillosa fantasía medieval romántica llena de acción y aventuras. - El amor puro e intenso fraguado a fuego lento es capaz de vencer el odio ancestral entre dos pueblos. - Traiciones, magia, secretos y venganza en un escenario medieval que une a un guerrero leal y justo y a una princesa resolutiva y valiente. - Las mejores novelas románticas de autores de habla hispana. - En HQÑ puedes disfrutar de autoras consagradas y descubrir nuevos talentos. - Contemporánea, histórica, policiaca, fantasía, romance… ¡Elige tu historia favorita! - ¿Dispuesta a vivir y sentir con cada una de estas historias? ¡HQÑ es tu colección!

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S. A.

Avenida de Burgos, 8B - Planta 18

28036 Madrid

 

© 2023 Vanessa Cantero Manzanares

© 2023 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S. A.

El vínculo de los enemigos, n.º 376 - diciembre 2023

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S. A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, HQÑ y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imágenes de cubierta utilizadas con permiso de Dreamstime.com y Shutterstock.

 

I.S.B.N.: 9788411805452

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Primera parte Ocaso

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Capítulo 16

Capítulo 17

Capítulo 18

Capítulo 19

Capítulo 20

Capítulo 21

Capítulo 22

Capítulo 23

Segunda parte Amanecer

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Capítulo 16

Capítulo 17

Capítulo 18

Capítulo 19

Capítulo 20

Capítulo 21

Epílogo

Agradecimientos

Si te ha gustado este libro…

Primera parte Ocaso

1

 

 

 

 

 

Aislynn observaba el cielo asomada al balcón de su alcoba. Con las manos entrelazadas a la espalda y el semblante serio, se preguntaba si más allá de las tierras de Valon alguien más pensaría que el cielo de una mañana otoñal era algo hermoso que merecía la pena contemplar con detenimiento.

—Te toca —dijo Ethan, interrumpiendo sus pensamientos.

Aislynn se giró despacio mientras ordenaba sus ideas y se concentraba de nuevo en el juego.

—Esta vez has tardado más de lo acostumbrado —apuntó.

—Bueno, es porque hoy me estoy esforzando —respondió él, mientras se recostaba en su silla y apoyaba los pies sobre la de Aislynn. Ella se acercó a la mesa y comenzó a observar el tablero.

—Esa es la actitud que quiero, ¿ves como no es tan…? ¡Ethan! —gruñó, de pronto—. Ese peón no estaba ahí. Intentas embaucarme de nuevo.

—Esperaba que no te dieras cuenta.

—¡Ni que fuera tonta! —exclamó indignada.

—Ibas a ganarme, ¿qué otra cosa podía hacer?

—Pensar un poco, por ejemplo.

—Pensar —repitió Ethan y emitió una sonora carcajada—, sabes que no se me da bien.

—Ethan, no te burles.

—No lo hago, Lynn, de veras. Llevas meses intentando enseñarme a jugar pero no he conseguido ganarte ni una sola vez.

—El ajedrez es un juego de estrategia, como una batalla, solo tienes que aprender a adelantarte al movimiento de tu adversario.

—Como una batalla, sí, pero mucho más aburrido.

Aislynn dejó escapar una exclamación de desagrado. Ethan siempre pensaba en lo mismo, siempre anteponía la diversión a su educación y, si podía, también a sus obligaciones.

—Ya es mediodía —dijo con firmeza para disimular el disgusto en su voz—, deberíamos ir juntos a visitar al maestro Thomas, a los dos nos gustaría que charlaras más a menudo con nosotros, él tiene mucho que enseñarnos.

—Y yo mucho que aprender, ya lo sé, pero las enseñanzas del maestro son secundarias para mí. No puedo perder tanto tiempo con él, tengo demasiadas cosas que hacer.

—Ethan, escúchame, el tiempo con el maestro Thomas no es tiempo perdido, todo lo que puedas aprender de él siempre será poco. Dime, ¿qué clase de rey quieres ser? ¿Otro bruto e ignorante como padre, que jamás ve más allá de sus narices?

—Lynn, cuidado con lo que dices —advirtió él.

Aislynn cruzó los brazos y suspiró profundamente. Ethan bajó los pies de la silla y la agarró por la cintura, luego tiró de ella y la sentó sobre sus piernas.

—Me preocupa la situación de Valon, eso es todo —dijo Aislynn, conciliadora.

—A mí también, pero eso no nos da derecho a cuestionar a nuestro padre, él es el rey y debemos obedecerlo tome la decisión que tome.

—Sabes que no estoy de acuerdo, pero no voy a discutir contigo, por lo menos hoy no.

—Pues es un alivio, porque eres insoportable cuando crees que tienes razón —dijo Ethan y plantó un sonoro beso en la mejilla de la muchacha.

—Bobo —exclamó ella, entre risas, y luego pellizcó la fina barba dorada que sobresalía del mentón de su joven hermano.

A lo lejos se escucharon unos acelerados pasos que se dirigían hacia la alcoba en donde se encontraban los hermanos.

—Siento molestar —dijo la voz masculina que acompañaba al sordo taconeo.

—Tú nunca molestas, Cedric —apuntó Ethan con rapidez. Aislynn dio un salto apartándose de su hermano, se irguió y se alisó el pliegue del vestido sin levantar la vista.

—Hola, Aislynn.

—Hola, Cedric —respondió con el rostro encendido. Ethan les dedicó una mirada de soslayo y sonrió para sus adentros.

—Ethan —dijo el recién llegado, volviéndose hacia el muchacho—, tu padre te está buscando.

—¿Algo urgente?

—No estoy seguro, creo que tiene algo que ver con la construcción de la nueva muralla.

—Entonces será mejor que me dé prisa, padre siempre se alarma con ese tema.

—Te acompañaré —se ofreció Cedric.

—No, tú quédate y termina la partida de ajedrez por mí, ¿quieres?

—Sí, claro.

—Te veo luego —dijo a Lynn y la besó en el pelo. Luego pasó ante Cedric y le golpeó ligeramente en el hombro con el puño a lo que este respondió con un movimiento de cabeza; después desapareció de la habitación, dejándolos a solas.

—¿Cómo estás? —preguntó él.

—Bien, como siempre, ya sabes.

Cedric señaló el ajedrez con todas las figuras esparcidas a lo largo del tablero y entremezclando sus matizados blanco y negro.

—¿Aún intentas enseñarle a jugar? —preguntó, por iniciar conversación con ella, pues sabía de sobra la respuesta.

—Sí, y aunque sea difícil de conseguir, no pienso darme por vencida. Insistiré.

—Sigue cambiando los peones, ¿verdad?

—Cada día.

Ambos rieron y los ojos azul transparente de Cedric buscaron los de idéntico color de Aislynn. La risa se fue apagando lentamente hasta que permaneció una tímida sonrisa en el rostro de la pareja.

—¡Qué muchacho! No cambiará nunca, desde luego —exclamó Cedric, mirando hacia un lado.

—Pues no, no lo hará y, en el fondo, yo espero de corazón que así sea. Sé que será mejor rey que mi padre —añadió convencida.

—¿De verdad lo piensas?

—¡Por supuesto! ¿Acaso dudas de las cualidades de Ethan para gobernar, Cedric?

—No, no lo hago, Lynn, es solo que creo que aún no está preparado para ello, es todo.

—Tiene dieciocho años, es muy joven, ya lo sé, pero tiene más virtudes que defectos y estará preparado cuando llegue el momento, estoy segura. Y tú deberías estarlo también.

Aislynn se cruzó de brazos y Cedric acortó distancia entre los dos con disimulo.

—Siento haberte ofendido, Lynn. En ningún momento pretendí insultar a Ethan. De sobra sabes lo mucho que quiero a mi primo, pero estoy preocupado por la situación que estamos viviendo últimamente. Los ataques son cada vez más frecuentes.

Aislynn dejó caer los brazos y apoyó las manos sobre la mesa, estaba de acuerdo con Cedric, casi siempre lo estaba. Tenían la misma edad y pensaban de manera parecida, lo que hacía que ella se sintiera más a gusto con él de lo que se consideraba correcto, teniendo en cuenta que ella era la princesa de los Valon y Cedric su primo bastardo.

La madre de Cedric había sido la hermana pequeña de su padre y cuando este accedió al trono se vio forzado a proporcionarse una buena alianza a través del matrimonio, así que eligió al heredero de Namuria, el principado más allá del mar, para desposarlo con su hermana, pero ella se negó. Desafió la autoridad de su hermano como rey al no obedecer y traicionó su confianza cuando huyó del castillo con un caballero sin dinero ni linaje del que se había enamorado y que la abandonó sin ningún remordimiento poco después.

Sabedor de la suerte que había corrido su hermana, el rey la buscó sin descanso hasta hallarla agonizando en un convento. Con su último aliento, la madre de Cedric suplicó el perdón de su hermano por el bien de su único hijo. El rey consintió en dar cobijo al niño y aunque jamás dio muestras de quererlo o de sentir predilección por él, Aislynn tenía la impresión de que a veces deseaba que Cedric fuese su hijo y no Ethan.

—Yo también estoy muy angustiada por los ataques, Cedric —respondió—, y por eso reacciono de esa forma tan desaforada. Debes disculparme tú también, pero ya sabes que cuando se trata de Ethan, me altero enseguida.

—Desde luego, eres igual que una loba protegiendo a sus cachorros.

—No es para menos —sonrió ella con una mezcla de dulzura y melancolía—, es mi hermano pequeño y lo más preciado para mí. Tengo la obligación de cuidarlo y velar por él. Padre jamás se ha preocupado por darnos nada salvo criados; nunca un consejo o una muestra de cariño, ni siquiera una palabra amable.

Cedric posó su mano sobre el hombro de Lynn y la deslizó con suavidad de arriba abajo, conocía a la perfección los sentimientos que la muchacha albergaba hacia su progenitor.

—Por eso —continuó Lynn—, intento educar día a día a Ethan de todas las formas que están a mi alcance, para que sea mejor hombre. Quiero que se convierta en un dirigente justo y benévolo, que aprecie la vida y a las personas que hay a su alrededor y que no se limite solo a fomentar aún más la guerra. Es lo que Valon necesita y por eso es mi prioridad.

—¿Tu prioridad?

—Sí.

—Lynn…, después de tantos años creo que te conozco bien. Eres una mujer franca e inteligente pero siempre intentas aparentar ser más fuerte y autosuficiente de lo que en realidad eres. Sé que deseas algo más para tu futuro que ser espada y escudo de tu hermano.

—¿A qué te refieres?

Los dedos de Cedric acariciaron la pálida piel del dorso de la mano de Lynn, ella se estremeció y quiso apartarla pero Cedric la retuvo bajo la suya.

—Tú necesitas a alguien que esté siempre a tu lado, alguien que sea como tú —susurró y le tomó la otra mano.

—Cedric…

—Alguien que te comprenda y te proteja.

Su voz penetraba en ella al igual que lo hacían los rayos del sol o la fragancia de las flores, sin que se diera cuenta. Solo cuando Cedric acarició su mejilla y sintió el aliento sobre su rostro comprendió lo que estaba a punto de suceder. Cedric la acariciaba como jamás antes había hecho, se había atrevido a traspasar la barrera del amor fraternal que los había unido hasta ese momento.

Aislynn dejó caer los párpados y esperó ese primer beso que tan solo había imaginado en sueños. Cedric cerró los labios en torno a los suyos, ella le rodeó la cintura con sus pálidos brazos temblorosos y sintió cómo la calidez de aquel beso la invadía de la cabeza a los pies.

De pronto se oyó un estruendo seguido de unos cuantos gritos. Se apartaron asustados y se asomaron con presteza al balcón para averiguar el motivo de aquel escándalo.

—¡Dios mío! —exclamó Lynn al instante.

Gran parte de la nueva muralla que se estaba construyendo en torno al castillo se había derrumbado y unos cuantos campesinos desperdigados corrían esquivando las piedras que rodaban por la pequeña pendiente.

Lo primero que acudió a la mente de Aislynn era que Ethan podría estar herido. Dio media vuelta y echó a correr, Cedric había reaccionado también y ya le llevaba varios cuerpos de ventaja.

Llegaron rápidamente al lugar en el que se había producido el derrumbe. Soldados y campesinos daban tumbos de un lado a otro gritando, más por sorpresa que por miedo.

—¿Qué diablos ha ocurrido? —inquirió Cedric.

—Se ha venido abajo —respondió Ethan furioso—. El trabajo de un mes entero se ha venido abajo en un momento.

—¡Ethan! —gritó Aislynn en cuanto llegó junto a ellos—. ¿Te encuentras bien?

—Sí, tranquila, estoy bien.

Lynn respiró con gran alivio y miró con preocupación a su alrededor.

—¿Hay heridos? —preguntó.

—Parece ser que no, aunque no estoy seguro. Por suerte, estaba charlando un momento con los trabajadores lejos de la muralla cuando ha ocurrido el derrumbe pero no sé si alguno de los campesinos se encontraba lo bastante cerca.

—Iré a ver —dijo, resuelta, y se alejó a toda prisa por la pendiente. Desde que era pequeña, Aislynn había aprendido cómo utilizar las plantas para sanar y si alguien había resultado herido, ella era la mejor opción en todo Valon.

—Creí que lo tenías todo controlado —dijo Cedric, con reproche, en cuanto Lynn estuvo lo bastante alejada como para no escucharle.

—¡Y lo estaba!

—¡Sí, desde luego, ya lo veo! Apuesto una bolsa de oro a que los cimientos no estaban asegurados.

—No ha sido culpa mía. Yo quise hacerlo bien pero padre insistió en que debía levantarse en el menor tiempo posible.

—Podría haber muerto gente, Ethan, y ahora estaremos todavía más desprotegidos. No quiero ni pensar en qué ocurrirá si nos atacan en estas circunstancias.

—Lo sé, no creas que no lo lamento, pero ¿qué debía hacer? No puedo contrariar a mi padre.

—No, claro, eres incapaz de hacer algo por ti mismo. Espabila —dijo, señalándolo con el dedo y dando cortos pasos hacia atrás para alejarse de él— porque Lynn y yo no vamos a estar siempre a tus espaldas esperando a que te equivoques para responder por ti.

Ethan se quedó petrificado mirando cómo Cedric le daba la espalda y se marchaba sin esperar una respuesta por parte de su primo. Aislynn se acercó y le tocó en el hombro. Ethan se sobresaltó.

—¿Qué ha pasado? ¿Estabais discutiendo?

—No, solo nos hemos alterado un poco por el incidente, nada más.

—Entiendo.

—¿Cómo has encontrado las cosas? ¿Muchos heridos?

—No, muy pocos, y sin importancia. Nada que no se arregle con un poco de bálsamo.

—Es un alivio.

Ethan suspiró con pesadumbre y echó la vista hacia el castillo.

—Debo ir a hablar con padre sobre esto.

—Iré contigo.

—Esta vez no, Lynn, es algo que debo hacer yo solo.

—Como quieras. Me ocuparé entonces de poner orden aquí.

—Gracias.

Ethan la besó en la mejilla y se alejó hacia el castillo apretando los puños.

 

 

—¿Maestro, estáis ahí? —preguntó Lynn, echando un vistazo a la alcoba a través de la ranura dejada por la puerta entreabierta.

—Entra, pequeña —respondió este.

Aislynn se adentró en la habitación dando pasos cortos, procurando así no romper la calma que impregnaba aquel lugar.

La habitación del maestro Thomas, que en otros tiempos había sido uno de los varios salones del castillo, ahora hacía las veces de alcoba y lugar de estudio del anciano, por lo que prácticamente vivía recluido allí. Olía a rancio, estaba poco iluminada y tan repleta de libros apilados desde el suelo hasta el techo a cada lado de la pared, que solo dejaba un estrecho pasillo libre hasta el final de la misma, donde el maestro tenía su pequeña cama y una mesa en donde se dedicaba por completo al estudio. Pero, a pesar de todo eso, a Lynn la invadía siempre la calma cuando entraba allí, tenía la sensación de que se encontraba en su hogar más que en cualquier otra parte.

—¿Cómo os encontráis hoy, maestro? —preguntó la joven inclinándose hacia el hombre que se hallaba encorvado sobre un grueso volumen.

—Cansado, estos viejos ojos ya no son los que eran —respondió el anciano. Levantó la vista del libro para fijarla en su visita y se desprendió de los pequeños anteojos que llevaba ajustados a la nariz.

—Tomad —Aislynn le entregó una botella que traía consigo—. Os he preparado esto. Es menta, os aliviará el dolor.

—Gracias, pequeña, siempre estás en todo.

—¿Por qué no os acomodáis un rato en vuestro lecho? Apuesto a que no habéis descansado en muchas horas.

—Y no te equivocas, muchachita.

Aislynn lo ayudó a levantarse de la silla y a recostarse sobre la cama. El anciano maestro respiraba con dificultad y se movía con lentitud.

—Veo que hoy tampoco ha venido tu hermano.

—No, ni creo que lo haga en bastante tiempo, ayer tuvimos un mal día.

—La muralla —afirmó el maestro—. Estoy al corriente de todo.

Lynn asintió y su rostro se nubló paulatinamente.

—Creo que Ethan discutió con nuestro padre, aunque no estoy segura del todo, no he hablado con él desde entonces.

—¿Qué te preocupa, mi niña? —preguntó el anciano, sin necesidad de mirarla—. Y no me digas que únicamente se trata del incidente de la muralla porque sé que hay algo más.

—Es Ethan, maestro —respondió con un suspiro—. Después de lo de ayer he empezado a preguntarme si no estaré confiando demasiado en sus cualidades como rey. Sé que mi padre piensa que no las tiene, pero es su único hijo varón y no tiene otra alternativa. Además, al parecer también Cedric lo piensa. Yo siempre he confiado en que mejoraría con el tiempo pero ahora me asaltan las dudas.

—Comprendo. Escucha, en mis ochenta años he servido a tres reyes, incluido tu padre, y ninguno de los tres ha conseguido mejorar la situación política y económica de Valon, pero tampoco la ha empeorado. Ciertamente, no creo que el joven Ethan vaya a ser diferente a sus predecesores. No es una perspectiva tan mala después de todo. Si las cosas no pueden mejorar, al menos que se queden como están.

—Ese es un punto de vista muy cómodo y muy impropio de vos, maestro.

—Sí, lo es, y admito que lo he adoptado ahora que soy viejo. Cuando era joven como tú pensaba todo lo contrario y siempre intenté hacérselo ver a tus antepasados pero nunca quisieron escucharme. La voluntad del ser humano es fuerte, niña mía, pero la de una sola persona no puede cambiar los acontecimientos.

Aislynn reflexionó las palabras del maestro, luego inspiró y apretó los puños.

—Sí, puede. Una sola persona puede cambiar las cosas, solo necesita coraje y determinación para hacerlo.

—¡Y suerte también! —exclamó el maestro con una risotada—. ¿Coraje y determinación? Tal vez, pero esas palabras me resultan lejanas, soy demasiado viejo. Ahora bien, ambas son cualidades que tú tienes. Imagina por un momento que hubieses nacido hombre, eres mayor que Ethan, por lo tanto, ahora serías heredero al trono. Dime, ¿qué harías tú si reinases?

—Acabaría con la guerra entre Valon y Lantis —respondió sin pensarlo dos veces.

—Por supuesto, pero, ¿cómo lo llevarías a cabo? ¿Qué harías que fuese distinto a lo que todos los reyes de Valon han intentado antes que tú?

Aislynn bajó la mirada mientras meditaba acerca de la pregunta que había formulado el maestro, luego echó un vistazo general a la alcoba mientras cavilaba. Un rato después respondió:

—Creo que el problema radica en que siempre se ha intentado terminar una guerra exterminando al enemigo. Puede que la solución sea firmar la paz.

—¿La paz con los Lantis? Aislynn, pequeña mía, la enemistad de los Valon y los Lantis es tan vieja como la historia de nuestro pueblo.

—Lo sé, pero, ¿a qué es debida? ¡Nadie lo sabe! Ni siquiera vos. La historia de Valon se pierde hace trescientos años y desde entonces estamos en guerra con los Lantis, ¿y por qué? No lo entiendo y quisiera entenderlo, maestro. Pienso que si alguno de nosotros, una persona al menos, se preocupase por entender a los Lantis, por comprender su naturaleza, sus costumbres, tal vez entonces las cosas cambiarían y dejaríamos de matarnos unos a otros inútilmente.

El maestro Thomas suspiró con debilidad.

—Tienes una fortaleza increíble, pequeña.

Aislynn sonrió ante el cumplido de su viejo maestro y seguidamente cogió un libro.

—Basta de charla por ahora. Descansad y yo leeré.

El anciano sonrió con un matiz de orgullo en sus apagados ojos y los cerró mientras la voz de ella penetraba en sus cansados oídos.

 

 

Aislynn decidió salir a pasear un rato por los alrededores del castillo. Llevaba un libro de antiguos poemas que deseaba leer acomodada sobre la hierba fresca, igual que hacía tantas otras veces. Salió del castillo y se encaminó hacia las afueras. Allí, los hombres habían reanudado la construcción de la muralla y Ethan se encontraba supervisando el trabajo.

—¡Lynn! —exclamó al verla acercarse.

—Hola, hermanito.

—¿Qué has estado haciendo todo el día? No te he visto por ningún sitio.

—Nada importante. Solo estudiando unos textos que me dio el maestro Thomas. Si me necesitabas no tenías que esforzarte mucho en buscarme, estuve en mis aposentos.

—No te necesitaba, me pareció extraño no verte merodeando por aquí como siempre.

Aislynn refunfuñó.

—Pero tengo razón —murmuró Ethan para sí y, aunque ella había oído perfectamente, lo dejó pasar. Estaba demasiado acostumbrada a esas niñerías de su hermano pequeño como para tenerlo en cuenta.

—Voy a pasear un rato por los alrededores —dijo—, ¿por qué no me acompañas?

—Está bien, pero solo un poco. Aunque no lo creas, estoy bastante ocupado.

Lynn empezó a caminar y Ethan la siguió. Anduvieron bordeando los lindes que separaban el castillo del bosque, pues ir más allá podría resultar peligroso si no iban con escolta.

—Cuéntame cómo te fue ayer con padre. ¿Qué ocurrió? —preguntó poco después de haber comenzado su caminata.

—Nada.

—Vamos, di.

Ethan suspiró pesadamente.

—Expliqué lo que había sucedido por su empeño en apresurar la construcción y él argumentó que fue culpa mía por no cumplir con sus órdenes como era debido.

—Propio de padre. No hagas caso, cree que humillándote conseguirá que obedezcas siempre.

—Pues esta vez haré las cosas como debí hacerlas antes y llevaré la reconstrucción a mi manera.

Aislynn miró a su hermano con los ojos muy abiertos.

—Me sorprende esa actitud —dijo—. Estoy muy orgullosa de ti.

Ethan sonrió.

—Gracias, aunque reconozco que Cedric ha tenido mucho que ver.

—¿De veras? —preguntó asombrada.

—Sí, algo que dijo anteayer hizo que me diera cuenta de que tenía que cambiar un poco de actitud.

—¿Qué dijo?

—Nada importante, en realidad… Disculpa, pero tengo que volver —dijo, echando un vistazo hacia el castillo—, si dejo a los muchachos solos mucho tiempo se desperdigarán y a mi vuelta los encontraré ciegos de hidromiel.

Aislynn asintió sonriendo y Ethan la besó en la mejilla.

—No te alejes demasiado —advirtió, mientras volvía al castillo a toda prisa.

—¡Descuida! —gritó ella, pero su hermano no pareció oírla.

Cuando Ethan desapareció por completo de su vista, Aislynn decidió no caminar más y acomodarse allí mismo. Eligió el grueso tronco de un árbol viejo para apoyarse en él, cruzó las piernas sobre la hierba fresca y abrió el libro que llevaba consigo.

Llevaba allí bastante tiempo, tanto que no se había dado cuenta de que comenzaba a anochecer. Seguía tan inmersa en aquellos poemas, memorizando cada párrafo, que no se percató de que Cedric la había localizado e iba a su encuentro.

—¿Qué haces aquí tan tarde? —preguntó el joven.

Aislynn se sobresaltó y el libro se le escurrió de las manos cayendo a su lado. Cedric se agachó para recogerlo.

—¿Qué estabas leyendo?

—Solo unos antiguos poemas.

—Deben ser muy buenos, ya que estabas tan concentrada que ni me has oído llegar.

Cedric apartó un mechón de pelo dorado que resbalaba sobre la mejilla de la muchacha y la besó. Aislynn lo tomó de la mano y apoyó la cabeza en su hombro. Juntos contemplaron como el sol terminaba de ocultarse tras el horizonte, dando vida a sus últimos y más hermosos haces de luz.

—¿En qué piensas? —preguntó Cedric, apretando la mano de su compañera.

—En Ethan. Hoy lo he notado un poco cambiado y mencionó que algo que tú comentaste tuvo que ver. ¿Qué dijiste, Cedric?

—Más que un comentario, le hice una advertencia. Dije que debía espabilar porque tú y yo no íbamos a estar siempre pendientes de él. Tiene que aprender a responder por sí mismo y lo hará si sabe que no cuenta con alguien que lo respalde.

—Estoy de acuerdo en que ha de aprender responsabilidades —convino Aislynn—, pero Ethan sabe que siempre contará conmigo.

—Y conmigo, pero no tiene que depender de nosotros. Tú y yo deberíamos seguir nuestro propio camino y no el que él nos marque.

—Mi camino es el de mi hermano, Cedric —respondió, posando su mano en el rostro del joven—. Ocurra lo que ocurra siempre estaré con él. Me necesita demasiado.

—¿Y qué hay de mí?

Por un momento, Aislynn pensó en lo ridículo que resultaba que tuviera celos de Ethan, sin embargo no le dio importancia. Rodeó el cuello del joven con los brazos y le dio un tímido beso en los labios. Cedric la estrechó y la retuvo hasta que ella se apartó con el mismo cuidado con el que se había acercado a él.

—Será mejor que regresemos al castillo, es tarde —dijo.

—Tienes razón, la noche ya se cierne sobre nosotros. Vamos.

Se pusieron en pie y caminaron con las manos entrelazadas hacia el castillo pero cuando ya estaban llegando, Aislynn lo soltó.

—No pueden vernos entrar así —explicó.

—¿Te da vergüenza que alguien se entere de que estás enamorada de mí? —se burló Cedric, sonriente.

—No quiero dar más de que hablar a los charlatanes —protestó ella, contenta de que la creciente oscuridad ocultase sus mejillas ardientes—. Ya sabes que en Valon…

Cedric la hizo callar de súbito, colocando sus dedos sobre los labios de ella; luego giró sobre sí mismo. Miró tras él y a la lejanía, con el ceño fruncido y la boca entreabierta, prestando atención a los ruidos provenientes de los alrededores.

—¿Qué sucede? Me estás asustando.

—Tranquila —respondió él momentos después—. Me pareció oír algo, como una especie de silbido, pero ha debido ser el viento.

—Menos mal; estaba empezando a preocuparme de verdad.

Cedric avanzó unos pocos pasos, sin embargo, Aislynn, que se había quedado un poco rezagada, echó la vista hacia donde el sol acababa de ocultarse y entonces lo vio.

Primero fue un punto de luz en la oscuridad que ascendía a gran velocidad y pasaba sobre sus cabezas en dirección al castillo. Luego, en un solo instante, se multiplicaron como estrellas de fuego que caían del cielo.

—¡Cedric! —chilló Aislynn, a pleno pulmón. Este se volvió y vio la lluvia de flechas ardientes caer sobre ellos.

2

 

 

 

 

 

Cedric reaccionó agarrando a Aislynn por los hombros. La tiró al suelo y se echó sobre ella, protegiéndola con su cuerpo.

—¡Lantis! ¡Lantis! —gritó con todas sus fuerzas—. ¡Nos atacan!

Los proyectiles impactaron sobre la hierba, la mayoría de ellos alrededor de la pareja. Cuando la primera refriega terminó, Cedric levantó a Aislynn y echó a correr hacia el interior del castillo, llevándola prácticamente en volandas.

El pánico cundió entre los Valon. Los primeros soldados ya estaban armados y salieron al encuentro del enemigo con celeridad. Aislynn podía oír los gritos de horror y auxilio de los campesinos más allá del castillo mientras que el olor a madera quemada ya llegaba hasta ella.

—¿Estás herida? —preguntó jadeante, sujetando el rostro de la chica entre sus manos—. Lynn, responde, ¿te han herido?

Aislynn negó con la cabeza, estaba demasiado aterrorizada como para hablar. Cedric respiró aliviado y la rodeó con un brazo.

Ethan apareció de la nada con espada en la mano y velozmente se dirigió hacia ellos.

—¡Lynn! ¡Cedric! ¿Estáis bien?

—Sí —respondió él por ambos.

—¡Muchachos, ya sabéis cuáles son las nuevas órdenes! —gritó a los soldados que corrían a enfrentarse a los Lantis—. Quiero prisioneros. Ya has oído tú también, Cedric. Y ahora pon a salvo a Lynn.

—¿Prisioneros? Los Lantis son muy escurridizos, no se dejarán atrapar así como así —protestó Cedric—. ¿En qué estás pensando, Ethan?

—Dijiste que tenía que tomar la iniciativa, ¿no? Pues eso estoy haciendo. Te contaré el resto después, ahora obedece y saca a mi hermana de aquí —ordenó con firmeza.

Aislynn lo vio marchar hacia la batalla que se libraba a las afueras del castillo. Vislumbró a los Lantis acercarse cabalgando, a la vez que disparaban flechas de fuego y proferían un alarido de guerra que se oía muy por encima de los gritos y el bullicio de los Valon y que heló la sangre de la joven.

—Vamos —la instó Cedric, y tiró nuevamente de ella. Aislynn se agarró a él y lo siguió, temblando.

Ethan se plantó con sus hombres frente al grupo de enemigos que cabalgaban hacia ellos. Los Lantis resultaban temibles porque siempre aparecían como si emergieran del interior de la tierra y cuando se los veía, ya era tarde. Su puntería era certera y su grito de guerra estremecedor. Mataban sin piedad a todo el que se interponía en su camino y saqueaban todo lo que podían en el menor tiempo posible, luego huían sin dejar rastro, tal y como habían llegado.

Los Lantis lanzaron su lluvia de flechas sobre los Valon, pero estos se protegieron bajo sus escudos y luego se lanzaron al contraataque.

—¡Rodeadlos! —ordenó Ethan.

Los Lantis iban a caballo pero eran inferiores en número. Los soldados Valon, provistos de lanzas, cercaron a los jinetes y comenzaron a acometerlos. Pero los Lantis no se intimidaron y se abrieron camino entre los soldados aplastándolos con los caballos.

La mayoría escapaba, dejando a su paso bastantes soldados heridos pero dos de ellos estaban atrapados entre los Valon que habían logrado derribarlos de sus caballos. Era suficiente para Ethan, estaba a punto de alcanzar su objetivo.

Los Lantis resultaban terribles a larga distancia pero en la pelea cuerpo a cuerpo eran fáciles de vencer. No estaban provistos de espadas sino de una especie de enormes cuchillos curvados y jamás iban protegidos, no llevaban ni cascos ni armaduras como los Valon, sino que peleaban con el torso desnudo y pintado con una mezcla de colores similares a los de la sangre y la tierra.

—Amarradlos bien, los quiero vivos —ordenó a los soldados.

De pronto, los Lantis que huían se detuvieron para lanzar una nueva ráfaga de flechas contra los Valon con la esperanza de llevarse a alguno más por delante. Las flechas cayeron sobre los soldados, algunos de ellos gritaron y otros se echaron al suelo, momento que los prisioneros aprovecharon para salir corriendo. Uno de los Lantis logró escabullirse, el otro fue interceptado por los soldados, que lo hirieron en brazos y piernas para que no pudiera llevar a cabo su huida.

Ethan se agachó al escuchar el silbido de las flechas sobre él, estaba tan orgulloso de haber conseguido prisioneros que no se preocupó de que sus enemigos pudieran lanzar un último ataque. Maldijo a los arqueros Lantis por su destreza cuando sintió un pinchazo en la espalda.

Se llevó la mano al foco del dolor, una flecha le había alcanzado cerca del cuello. La agarró y sin pensarlo se la arrancó de un tirón. Apretó los dientes reprimiendo un grito de dolor. Había sido fácil de extraer, por lo que intuyó que era superficial. Sangraría bastante pero Lynn le curaría sin problema.

Se puso en pie con algo de dificultad y miró el resultado de la pelea. Los Lantis ya se habían marchado, dejando al menos una decena de cadáveres y otro tanto de heridos, eso sin contar a los campesinos, que de seguro serían más. Ethan refunfuñó, rabioso; todo aquello por un rehén. En ese momento se lamentó pero trató de convencerse a sí mismo de que era una victoria, aunque a largo plazo.

El estómago se le revolvió y la herida le quemaba, se sintió estúpido y contuvo las ganas de vomitar.

El ataque había cesado y Valon comenzaba a recuperar la calma. En ese momento, Aislynn apareció corriendo y se lanzó en brazos de su hermano. El joven se quejó cuando ella lo estrechó con fuerza y Aislynn se apartó asustada.

—¡Te han herido!

—No te alarmes, es superficial.

—¡Hay que curarte ahora mismo…! —exclamó nerviosa.

—Hermana, no te preocupes, no es importante —dijo con calma—. No deberías estar aquí, ¿y Cedric?

—No lo sé, me dejó dentro y se marchó. Dijo que no me moviera pero no le hice caso. Lo siento, estaba preocupada.

—Tranquila, está bien, ahora…

Ethan interrumpió sus propias palabras, un súbito dolor le invadió el pecho, se sintió mareado de nuevo, tenía calor pero a la vez un escalofrío recorrió su cuerpo.

—Ethan, ¿qué te ocurre?

—No lo sé, estoy un poco mareado.

—Estás perdiendo sangre y por eso te mareas, te curaré ahora mismo.

—De acuerdo, pero antes deja que ponga orden aquí.

—Cedric lo hará por ti —respondió Aislynn, enojada.

—Mi señor —intervino uno de los muchos soldados que seguían allí custodiando a los Lantis—, ¿qué hacemos con el salvaje que hemos capturado?

—Es… —Ethan trató de hablar pero sintió que la lengua se le había hinchado. Se secó la frente perlada de sudor con la mano temblorosa.

En aquel momento Cedric se presentó allí apresuradamente.

—¿Qué está pasando aquí? —preguntó enojado, luego analizó la escena e hizo un rápido esquema mental de todo lo que había pasado en los últimos minutos.

—Un prisionero —murmuró al ver al Lantis rodeado por una docena de soldados—. Está bien, fuera de aquí, llevadlo a las mazmorras —ordenó.

Cedric se acercó a su primo dispuesto a felicitarlo porque, contra todo pronóstico, su descabellado plan había dado resultado y era la primera vez que los Valon capturaban a un Lantis. Pero vio que Ethan estaba pálido y con la mirada perdida en la nada.

—¿Ethan?

—Está mareado, le han herido —respondió Aislynn por su hermano—, encárgate de que lleven al resto de los heridos a las dependencias del castillo. Me ocuparé de ellos en cuanto cure a Ethan.

Cedric asintió, conforme, y se puso en marcha, no había tiempo que perder.

—¡Ethan, estás pálido! —exclamó asustada—. Vamos, te ayudaré.

Rodeó la cintura de su hermano con el brazo y él se apoyó con dificultad sobre su hombro. Empezaron a caminar muy despacio, pues los pasos de Ethan eran cortos y torpes. Lynn comenzó a alterarse, debían llegar lo más pronto posible al castillo, no era normal que Ethan estuviese en tal estado, quizás la herida era más profunda de lo que había supuesto.

—No te preocupes, en cuanto comas algo te encontrarás mejor —habló con tono superficial tratando de no preocupar más a su hermano.

—Lynn… —balbució Ethan con agonía, sus piernas flaquearon y cayó de rodillas al suelo. Aislynn intentó sostenerle pero no pudo con el peso de su cuerpo.

—¿Qué sucede?, ¿qué tienes? —bramó.

Ethan se llevó las manos a la garganta.

—Me abrasa… —logró articular. Entonces se giró y de su boca salió un hilo de sangre espumosa.

—¡Oh, Dios! ¿Qué te está pasando? ¡Cedric, socorro! —chilló Aislynn.

—Lynn… ayúdame… me ahogo…

Ethan abría la boca tratando de atrapar el aire. De súbito, su cuerpo se retorció y comenzó a convulsionarse.

—Ethan, reacciona. ¡Cedric! —gritó de nuevo, desesperada.

Cedric llegó volando y se dejó caer a su lado, algunos de los campesinos se habían acercado anonadados ante tal escena, pero nadie se atrevía a intervenir para ayudar.

—¿Qué le ocurre?

El cuerpo de Ethan dejó de convulsionarse y emitió un quejido agónico.

—¡No lo sé! —chilló cegada por las lágrimas.

Cedric agarró a Ethan para levantarlo, entonces se dio cuenta de que su joven primo estaba rígido.

—Lynn… —musitó. Ella no comprendió lo que Cedric advertía o no quiso comprenderlo.

Aislynn se echó sobre su hermano y tomó su rostro. Tenía los ojos desorbitadamente abiertos y fijos, y sus pupilas se habían apagado. Su boca estaba abierta y de ella no escapaba ni un ápice de vida.

—Ethan —lo llamó como si fuera un niño pequeño al que trataba de despertar suavemente—, Ethan.

—Lynn…

Cedric cogió las manos de la muchacha y trató de apartarla de su hermano. Aislynn lo miró y sacudió la cabeza de un lado a otro con violencia.

—No, no… —dijo, y se echó sobre el cuerpo de Ethan, abrazándolo. Cedric la abrazó a su vez y tiró de ella pero Aislynn se aferraba con una fuerza sobrehumana al cuerpo sin vida de su hermano pequeño.

Los gritos de Aislynn habían alertado a todos en Valon, por lo que en ese momento una multitud los rodeaba, anonadados, sin atreverse a decir o hacer algo. Estaban tan acongojados por el dolor de la princesa que nadie era capaz de mover un músculo.

—Aislynn, por favor —suplicó Cedric, separándola con tremendo esfuerzo de Ethan.

La princesa se rindió, quedándose inmóvil, con la mirada tan perdida como la de su hermano.

Cedric hizo un gesto a los soldados que se agolpaban afligidos a su alrededor y estos cogieron el cuerpo de Ethan y lo levantaron del suelo para llevarlo en volandas hacia el castillo.

—¡El príncipe ha muerto! —gritó uno de ellos y los demás murmuraron una plegaria al Señor.

Aislynn lo oyó y salió de su ensimismamiento, se levantó y gritó. Gritó para sacar todo el dolor que llevaba dentro y no morir ella también esa noche. Lo hizo de una manera tan desgarrada que ese momento quedaría grabado para siempre en la memoria de los Valon.

El cuerpo de Ethan era introducido en el castillo mientras afuera los gritos de dolor de la princesa enmudecían Valon.

 

 

El funeral tuvo lugar a mediodía.

Todo Valon estuvo presente para dar sepultura a Ethan. Clero, soldados y campesinos asistieron, lanzando sus plegarias al cielo por el alma del joven príncipe. Los Valon estaban desolados, nunca antes había sucedido algo parecido. Era la primera vez en la historia de Valon que los Lantis conseguían acabar con la vida de un miembro de la realeza. Habían asesinado a su príncipe, el miedo y la desesperanza se cernían sobre ellos como un negro manto que les impedía ver la salida del sol.

El acto duró poco tiempo, el sacerdote pronunció unas cuantas palabras sobre la bondad de Ethan y su valentía al enfrentarse a los Lantis.

Aislynn asistió al entierro de su hermano sin prestar la más mínima atención a las palabras del sacerdote o al consuelo que las sirvientas trataban de darle entre sollozos. No lloraba, ya no podía. Había derramado tantas lágrimas en tan poco tiempo que se sentía tan seca por dentro como vacía por la pérdida de Ethan. Tenía la sensación de que habían rajado su estómago y arrancado las entrañas.

Durante las exequias, tanto Cedric como el maestro Thomas permanecieron a su lado. Cedric la agarraba de la mano y sostenía la mayor parte del peso de su cuerpo, que ella apoyaba sobre él sin ser consciente. Cuando todo terminó y la gente se retiró poco a poco, ellos tres continuaron un buen rato frente a la tumba de Ethan sin mediar palabra.

El primero en romper el silencio fue Cedric:

—Lynn, deberíamos irnos —dijo con suavidad.

—Aún no —respondió Aislynn, con la voz ronca.

—Yo me quedaré con ella, muchacho —habló el maestro—. Tú márchate, por desgracia hoy tendrás que ocuparte de muchas cosas.

Cedric miró a Lynn y esta le devolvió la mirada asintiendo. El joven apretó la mano de la doncella y se la llevó a los labios para besarla antes de marcharse.

El viento del este trajo un pequeño grupo de nubes grisáceas que se detuvieron sobre Valon y, como si acompañaran al espíritu de la ciudad, descargaron una fina lluvia sobre ella. A pesar de aquello, ni Aislynn ni el anciano se movieron.

—No pude salvarle, maestro —habló Lynn, secándose las gotas de lluvia del rostro.

El viejo maestro suspiró y cogió a la muchacha del brazo buscando el apoyo de su joven cuerpo.

—Ahora que estamos a solas necesito que hablemos —dijo—. Sé que esto es lo más difícil a lo que te has enfrentado en tu vida pero quiero que me cuentes con detalle lo que ocurrió.

—¿Por qué? —indagó Aislynn con dolor en su voz.

—Cuando llevaron el cuerpo de tu hermano al interior del castillo, yo lo examiné. El lugar y la profundidad de la herida… —El maestro ladeó la cabeza—. Aislynn, pequeña, es imposible que muriera por eso. Ha de haber algo más.

—¿El qué? —preguntó angustiada—. ¿En qué pensáis, maestro?

—Solo son conjeturas, no quiero aventurarme a asegurar nada sin antes saber qué le ocurrió a Ethan antes de morir.

Aislynn se mordisqueó el labio inferior y explicó paso a paso los terribles minutos acontecidos la noche anterior. El maestro Thomas se acarició el mentón con ademán pensativo mientras escuchaba.

—Lo que me has contado coincide con lo que sospechaba.

—¿De qué se trata? —insistió nerviosa.

—Veneno —expuso—, Ethan murió envenenado. La flecha que lo hirió estaba impregnada de una sustancia venenosa. En cuanto el veneno tuvo contacto con su sangre se extendió rápidamente. Imposible de curar.

—¿Estáis seguro?

—Me temo que sí.

—Dios mío, eso es horrible. Pero, ¿cómo es posible?

—El veneno es algo fácil de conseguir —explicó el maestro—. En los bosques pueden encontrarse unas setas que contienen una sustancia nociva para el hombre, yo mismo las estudié en su día. El veneno no es difícil de extraer y de preparar; me atrevería incluso a asegurar que cualquiera podría hacerlo. Una pequeña dosis adecuadamente administrada tiene consecuencias letales, tú misma has tenido la desgracia de comprobarlo con tus propios ojos.

—¿Cómo sabéis eso? ¿Acaso lo habéis probado alguna vez?

—Sí —confesó el anciano a media voz.

—¡Oh, por el cielo!

—Fue hace muchos años, con los ladrones y asesinos que eran condenados a muerte. Tu abuelo lo consideraba una buena forma de acabar con ellos, pero tu padre lo prohibió más tarde. Estoy seguro de que los Lantis conocían sus propiedades mucho antes de que yo las descubriese.

Aislynn miró al maestro Thomas y por primera vez en su vida el desprecio destelló en sus ojos al mirar al anciano.

—¿Cómo pudisteis hacer algo así? —reprochó indignada.

—Era joven y egoísta, Aislynn, y creía que la búsqueda del conocimiento imperaba sobre todo lo demás. Y no me importaba porque esas personas hubieran muerto ahorcadas de todas formas.

Aislynn observó atónita a su viejo maestro, estaba segura de ser la persona en todo Valon que mejor lo conocía, pero en unos pocos minutos había descubierto que bajo esa sabiduría y esa apariencia de fragilidad, el maestro escondía una faceta oscura. Su venerado instructor, el hombre al que quería más que a su propio padre se había convertido en un auténtico desconocido para ella.

—Me habéis decepcionado —dijo Aislynn, escupiendo las palabras una a una mientras se apartaba de él. Luego echó a correr dejándolo allí solo.

 

 

—Lynn, ¿estás dormida?

—No.

Cedric entró en la alcoba y cerró la puerta tras de sí. Aislynn estaba tumbada sobre su cama, aún estaba vestida y había pasado casi un día entero así.

Cedric se tumbó cerca, ella estaba de lado, dándole la espalda y parecía no tener intención de moverse. Se aproximó y la rodeó con el brazo.

—¿Cómo te encuentras? —preguntó lo más suavemente que supo.

Un suspiro se dejó oír en la alcoba a modo de respuesta.

—¿Has dormido o comido algo en todo el día?

Aislynn no contestó.

—Me iré —anunció Cedric, molesto por la actitud tan apática y taciturna que había decidido tomar su prima.

—Quédate conmigo —pidió a media voz.

Cedric sonrió, parecía haber reaccionado, se apretó contra ella y la besó en el pelo. Su brazo le rodeaba la cintura. Lynn notaba el calor del cuerpo del joven a su espalda y el aliento sobre su nuca. Se sintió reconfortada y protegida, con él a su lado tendría el valor suficiente como para enfrentarse a su padre y al destino que se había trazado para ella en tan solo dos días.

—Cedric, ya solo te tengo a ti —susurró.

—Lynn, sé lo mal que lo estás pasando pero no seas tan fatalista, yo no soy lo único que tienes. Todos en Valon te adoran.

—Ahora solo me importa lo que tú sientas. ¿Me quieres, Cedric?

—Sabes que sí.

—Entonces, si es así, vayámonos lejos de aquí. Abandonemos Valon y estemos juntos.

—No podemos hacerlo.

—Sí podemos —insistió con firmeza.

—Lynn, las cosas no son tan fáciles.

—Esta mañana he tenido una discusión con mi padre; quiere que me case de inmediato, pero yo me he negado.

Aislynn se giró hacia él y dejó que viera su labio y su carrillo hinchados por los golpes que le había propinado el soberano ante su negativa.

—No pienso obedecerle, no voy a casarme con quien él quiera y por eso voy a marcharme de aquí.

—Huir no es la solución. Si lo hacemos removerá cielo y tierra para encontrarnos. A mí me ahorcará y a ti te obligará a casarte de todos modos.

—Entonces estás de acuerdo con su decisión —se quejó Aislynn, dolida.

—Yo no he dicho eso.

Aislynn apartó el brazo de Cedric de su cuerpo y se puso de rodillas sobre el lecho. Se sentía lastimada y traicionada, primero Ethan, luego el maestro y ahora Cedric. Todo lo que quería estaba desapareciendo de un solo golpe.

—Creí que te importaba lo que yo sentía pero ya veo que no —dijo con reproche—. Ethan jamás me hubiese obligado a hacer algo que no quisiera. Él hubiese buscado otra alternativa.

—Lynn, escúchame —dijo Cedric colocándose frente a ella y agarrándola por las muñecas.

—¿Qué vas a decirme? ¿Me dirás que me quieres pero que es mi deber; que es necesario? No pienso permitir que mi padre me utilice.

—Te estás poniendo muy nerviosa, ¿por qué no te calmas y dejas de decir sandeces?

Aislynn trató de apartarse de Cedric pero él la retenía sujetándola por las muñecas con fuerza.

—¿Acaso crees que soy idiota? No pienso permitir que te cases con otro que no sea yo, pero no podemos huir, ¿entiendes? Lo solucionaremos, pero lo haremos a mi manera.

Aislynn lo miró con un atisbo de duda pero se obligó a sí misma a darle una oportunidad de explicarse, después de todo, parecía dispuesto a seguir a su lado.

—¿Cuál es tu manera? —preguntó algo más tranquila.

Cedric le soltó las muñecas ahora que parecía haber entrado en razón y la tomó de las manos con más delicadeza.

—Convenceré a tu padre de que soy la mejor opción que tiene para ser tu esposo.

—¿Cómo vas a hacerlo?

—Sabré persuadirlo, no te preocupes, pero necesitaré tu ayuda.

Aislynn arqueó una ceja y la sombra de la duda se cernió de nuevo sobre ella. Cedric comprendió su expresión y la besó en las manos para tranquilizarla.

—¿Recuerdas al Lantis que fue capturado? —comenzó Cedric.

—Sí.

—Estuve pensando y creo saber lo que Ethan planeaba al querer conseguir rehenes. Lo he sopesado y parece una buena idea.

—¿Para qué lo quería? ¿De qué sirve un rehén Lantis?

—Él será la clave para derrotar a los Lantis —respondió con una seguridad que despistaba a Aislynn.

—Cedric, no adivino a qué te refieres.

—En todos estos años no hemos sido capaces de derrotarlos porque nunca hemos podido encontrarlos. Siempre nos han atacado ellos apareciendo como por arte de brujería y desapareciendo de igual modo, sin apenas darnos tiempo a reaccionar. Si localizamos su escondite acabaremos con ellos en una sola batalla. Cuerpo a cuerpo y desprevenidos son presa fácil.

—Ya comprendo. Pretendes que ese Lantis revele el paradero de los demás.

—Sí, encontraré la forma de conseguir que nos lleve hasta ellos.

—Lo tienes todo controlado, entonces dime, ¿para qué quieres mi ayuda? —preguntó, encogiéndose de hombros.

—Oh, sí, se trata de algo fácil para ti. El Lantis está herido y necesito que viva. Tienes que curarlo, Lynn. Solo tú puedes hacerlo.

—¿Quieres que salve la vida a uno de los responsables de la muerte Ethan?

—Quiero que cumplas con la voluntad de tu hermano —corrigió él—. Esto era idea de Ethan, él te lo hubiera pedido también.

Aislynn escudriñó el rostro de Cedric, parecía muy seguro de sí mismo y tenía razón en lo que decía, seguro que Ethan le habría pedido algo así y ella no se hubiese negado. Le ardían las entrañas solo de pensar en tener que ayudar a uno de los asesinos de su hermano.

—Jaque mate, Cedric —dijo—. Tú ganas. Lo haré.

—Vuelves a ser mi Lynn —murmuró, abrazándola fuertemente. Ella se acurrucó entre sus brazos y apoyó la cabeza en su pecho.

—¿Estás seguro de que saldrá bien?

—Por supuesto. Traeré a Valon la victoria sobre los Lantis y el rey no podrá negarse a darme la mano de su hija a cambio. Tu padre alcanzará la gloria y pasará a la historia como el soberano que derrotó al eterno enemigo de los Valon, yo te tendré a ti y tú no tendrás que casarte con alguien a quien no quieras. Todos saldremos ganando.

—Pareces demasiado convencido.

—Lo estoy. Confía en mí, Lynn, yo siempre consigo lo que me propongo.

3

 

 

 

 

 

Aquella noche Aislynn durmió poco y tuvo un sueño intranquilo en el que se veía acechada por las sombras. Se levantó y se asomó al balcón para tomar un poco de aire fresco. Estaba amaneciendo y la brisa le golpeó el rostro, llenándola de vigor. Permaneció inspirando, como si de aquella manera pudiera absorber la vida que la rodeaba y hacerla renacer en su interior. Volvió dentro de la alcoba decidida a llevar a cabo la parte del plan que Cedric y ella habían trazado. Se aseó un poco y se cambió la ropa, luego bajó a las mazmorras.

Una pareja de soldados custodiaba la celda en la que se encontraba el Lantis. Uno de ellos abrió la puerta y ambos se apartaron para dejarla pasar. Aislynn se adentró en la celda. Era la primera vez que pisaba una de ellas y el espanto la invadió por completo al primer vistazo.

Era un habitáculo muy reducido, a lo ancho solo había espacio para que un hombre adulto cupiera estirado. A lo largo el espacio era el doble, pero allí dentro Aislynn tenía la sensación de que era mucho menor.

El lugar carecía de ventanas, tan solo la estrecha rendija en la puerta por dónde se introducía la comida al prisionero servía como ventilación, por lo que el hedor allí dentro se hacía prácticamente insoportable.

El Lantis estaba acurrucado en posición fetal, con los brazos cubriéndole la cabeza. Aislynn observó que estaba encadenado a la pared, no sería una amenaza, por lo que decidió acercarse a él aunque estaba más asustada de lo que pretendía aparentar.

Aislynn se agachó a su lado y alargó la mano para tomarle el pulso. El corazón del Lantis latía muy deprisa y su piel ardía; sin duda tenía fiebre. Aislynn supuso que debía tener alguna herida infectada, la buscó con la mirada y no tardó en encontrarla a pesar de la falta de luz.

En el costado tenía una raja de unos cinco centímetros, bastante profunda, cubierta por una fina costra sangrante.

—¡Cielos! —exclamó Aislynn que, aunque había visto muchas heridas en su vida, aquella le pareció especialmente desagradable.

Se puso en pie casi al instante y salió de la celda conteniendo la respiración. Afuera, los dos soldados, que esperaban con impaciencia que saliera pronto, la miraron con alivio.

—El prisionero tiene que ser trasladado, lo llevaréis a uno de los cuartos de servicio —ordenó recuperando la compostura.

Los soldados asintieron a su orden y la princesa se marchó a las cocinas, resuelta a preparar todo lo necesario para curar la herida del Lantis.

 

 

Hacia el mediodía lo tenía todo listo.

Cuando se presentó en la alcoba destinada al Lantis vio que había cuatro soldados afincados en la puerta. Todos hicieron una reverencia al verla.

—Alteza —dijo uno de los hombres—, no deberíais entrar sola.

—Es solo un hombre y está herido, no me hará ningún daño y si preciso algo os lo haré saber.

Los soldados parecieron satisfechos con la explicación y la dejaron pasar.

El Lantis yacía boca arriba sobre el lecho y estaba desatado, lo que consiguió que Aislynn se arrepintiera por un momento de haber entrado sin compañía. Se aposentó al lado del Lantis y colocó la mano temblorosa sobre la frente del hombre. Estaba ardiendo e inconsciente, lo que la tranquilizó bastante.

Ahora que había luz y lo tenía tan cerca, por primera vez le vio bien.

El Lantis no podía ser más diferente a los Valon. Era un hombre corpulento, su estatura debía ser al menos como la de Cedric si no era aún más alto, pero su torso era mucho más ancho y sus brazos eran más musculosos que los de cualquier Valon.

La piel de los Valon era pálida, podía decirse hasta que adquiría un tono ceniciento, sin embargo la del Lantis era de un color extrañamente anaranjado con tintes pardos que se asemejaba al color de la hoja caduca.

«Realmente sí que somos diferentes», pensó la muchacha.

Tomó un paño y lo mojó en agua. Lo escurrió, lo pasó por el rostro del Lantis y comenzó a retirarle el barro de las mejillas. Lo hizo con cuidado, con más cuidado del que habría puesto si hubiera pensado en algún momento que estaba frente a un enemigo ancestral de su pueblo. A medida que lo limpiaba continuó pensando. Pensó en que no solo la piel era diferente sino también el cabello. Mientras el de los Valon era tan fino y sobrio como el de la tierra yerma, el Lantis tenía el pelo tan oscuro como una noche sin estrellas. Era grueso y lo llevaba en parte trenzado, sin embargo, no tenía vello ni en su rostro ni en su pecho como sí lo tenían los Valon.

«¿Y sus ojos? —se preguntó—. ¿Cómo serán sus ojos? Los míos son azules, los de Cedric también y los de Ethan eran idénticos».

—Negros —susurró—, seguro que son negros.

«Oscuros como su pelo y como su piel. Oscuros al igual que sus almas», especuló.

Sin embargo, la princesa no tardaría en averiguarlo, pues mientras terminaba de limpiar el rostro del Lantis, este abrió los ojos súbitamente. Aislynn se sobresaltó, se echó hacia atrás y reprimió un grito de terror. Efectivamente tenía razón, sus ojos eran tan oscuros o incluso más que su cabello.

El Lantis no la miró, seguramente ni siquiera la vio, murmuró algo en su lengua y volvió a caer desmayado. Lynn volvió a respirar y se llevó la mano al corazón; latía desbocado por el susto. No esperaba que se despertase, al menos no de momento y entonces se dio cuenta de que realmente tenía miedo. Tenía miedo de aquel hombre y de lo que era capaz de hacer. Era sin duda alguien peligroso, era un enemigo mortal y uno de los responsables de la muerte de Ethan.

La idea pasó fugaz como un rayo por su mente y encontró varias formas de hacerlo en un solo segundo. Podría ahogarlo, podría apuñalarlo o simplemente dejar que la herida continuara infectándose hasta que afectase a un órgano vital. Era fácil, quitar una vida era lo más fácil y más rápido del mundo.

Ese hombre estaba indefenso y a su merced, y ella estaba herida en lo más profundo de su ser por la muerte de su hermano. El Lantis no tenía elección, pronto moriría de todas formas y ella podría cobrarse su venganza. Sangre por sangre.

Sacudió la cabeza tratando de expulsar aquellos terribles pensamientos de su mente. Ella no era así, odiaba la violencia, odiaba la muerte y la destrucción y había despreciado al maestro Thomas por haber hecho algo en su pasado similar a lo que ella misma acababa de pensar. Se sintió hipócrita y detestable, si lo hiciera estaría traicionando lo que había defendido toda su vida y sabía que a Ethan no le hubiese gustado que se comportase de ese modo. Además, también estaba la promesa que le había hecho a Cedric de que salvaría a ese hombre para que pudiera proporcionarles una victoria que los favorecería a ambos.

Hizo acopio de fuerzas y fue a sentarse de nuevo junto al Lantis. Le colocó el paño humedecido sobre la frente, luego tomó otro paño y limpió con mucho cuidado la herida que el Lantis tenía en el costado.

Tomó el ungüento que había preparado y lo aplicó directamente sobre la herida abierta. El Lantis gimió de dolor. Dejó que hiciera efecto sobre la misma y luego la cosió. Después aplicó un poco del bálsamo que utilizaba para las heridas más superficiales, pues el prisionero tenía los brazos cubiertos de arañazos y heridas menores, y más tarde se los vendó.

Después de terminar con los vendajes le dio de beber y cambió el paño húmedo de la frente. Había pasado poco tiempo como para que el Lantis hubiese mejorado su estado, sin embargo a Aislynn le pareció que respiraba con más normalidad y que la temperatura de su cuerpo había bajado un poco.

Se sintió satisfecha con el trabajo que había realizado y se marchó de la alcoba consciente de que, por el momento, no podía hacer más por él salvo dejarlo que descansara mientras el ungüento que le había aplicado a la herida hacía el resto.

 

 

La mañana siguiente despertó tranquila. La lluvia había cesado, el cielo estaba despejado y el sol brillaba con más fuerza que en las últimas semanas. Aislynn había logrado descansar algo más, aunque cada minuto que pasaba durante el día echaba de menos a Ethan.

Cuando llegó a la puerta de la habitación en donde estaba recluido el Lantis se fijó en que solo había un soldado vigilando en la puerta y no cuatro como el día anterior.

—¿Dónde está el resto de los soldados? —preguntó con preocupación al que quedaba.

—A partir de ahora solo yo vigilaré que el prisionero no escape, princesa. Son órdenes de mi señor Cedric —respondió el joven soldado, visiblemente turbado.

Aislynn se encogió de hombros, no pondría en entredicho las decisiones de Cedric.

El soldado abrió la puerta que mantenía cerrada con llave y la princesa entró en el cuarto muy despacio. El Lantis estaba despierto, se había sentado en la cama y apoyado la espalda contra la pared.

Al verlo así, Aislynn venció su instinto de echar a correr y se acercó a él, temerosa. El Lantis parecía estar bastante más recuperado, no estaba atado y esta vez sí que mostraba un aspecto realmente peligroso aunque no parecía dispuesto a saltar sobre ella o golpearla.

—Voy a examinar la herida —dijo despacio y con voz calmada, aunque era consciente de que no la comprendería, quería dejar claro que no resultaba una amenaza.

Se inclinó sobre la herida. A primera vista estaba mucho mejor que el día anterior y estaba segura de que también la fiebre había remitido pero no se atrevía a tocar al Lantis para comprobarlo. Estaba asombrada por lo rápido que se estaba recuperando. El Lantis la miró y dijo algo, Aislynn volvió a negar con la cabeza. El hombre se puso la mano en el pecho y dijo:

—Kai.

Luego extendió el brazo y puso la mano sobre el hombro de la princesa.

Aislynn saltó hacia atrás aterrada, dispuesta a chillar o a lanzarle cualquier cosa a la cabeza si se movía, pero el prisionero ni siquiera pestañeó.

—No vuelvas a tocarme, ni lo intentes otra vez u ordenaré que te corten las manos, te lo aseguro —dijo amenazante y abandonó la alcoba con presteza.

Mantuvo la compostura frente al soldado que volvió a echar la llave a la puerta cuando la vio salir pero, luego, una vez alejada de allí, se echó a temblar.