En el fondo del corazón - La amante cautiva - Susan Mallery - E-Book

En el fondo del corazón - La amante cautiva E-Book

Susan Mallery

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Beschreibung

En el fondo del corazón Qué hacer cuando la prueba de embarazo da positivo… 1.Hacérsela una y otra vez. 2.Aceptar que estaba embarazada… 4.Empezar a pensar en cómo decirle al padre que la única noche que habían pasado juntos iba a darle una buena sorpresa. 5.Besarlo apasionadamente para prepararlo para recibir la noticia. 6.Darse cuenta de que cada vez que besaba a aquel hombre se le olvidaba todo lo demás… La amante cuativa Victoria McCallan había decidido ofrecerse como pago a las deudas de juego de su padre al príncipe Kateb de El Deharia. Sin embargo, la joven secretaria, que trabajaba en palacio, no esperaba que el príncipe le hiciese una contraoferta… Cuando el príncipe Kateb, viudo desde hacía cinco años, se llevó a Victoria al desierto para que fuera su amante durante seis meses, no lo hizo con la intención de enamorarse de ella

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

© 2021 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

N.º 236 - julio 2021

© 2007 Susan Mallery, Inc.

En el fondo del corazón

Título original: Her Last First Date

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

© 2009 Susan Mallery, Inc.

La amante cautiva

Título original: The Sheik and the Bought Bride

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

Estos títulos fueron publicados originalmente en español en 2007 y 2010

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Dreamstime.com.

I.S.B.N.: 978-84-1375-968-5

Índice

 

Créditos

Indice

En el fondo del corazón

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

La amante cautiva

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

Crissy Phillips creía que el chocolate era bueno para un corazón roto, que el ejercicio era bueno para todo lo demás y que todo el mundo tenía segundas oportunidades... menos ella.

Por eso llevaba un cuarto de hora en la puerta del Kumquat Diner. No había entrado porque entrar significaba perdonarse a sí misma y no quería hacerlo todavía.

Se sabía de memoria lo que había sucedido. Era demasiado joven, y en aquel momento había tomado la mejor decisión posible.

Si a una amiga suya le hubiera sucedido lo mismo, le habría dicho muy alegremente que se olvidara y siguiera adelante con su vida. Siempre resultaba mucho más fácil dar consejos a otros que seguirlos una misma. La vida de los demás parecían mucho más fácil de arreglar mientras que la suya le parecía un verdadero caos.

¿Qué hacía hablando consigo misma en mitad del aparcamiento? Crissy dio un paso al frente en dirección a la puerta del restaurante, pero volvió a pararse.

«Tengo que hacerlo, tengo que hacerlo, tengo que hacerlo», se dijo.

Al ver que aquello no le daba resultado, sacudió la cabeza y sintió el pelo en la nuca. Se había gastado más de doscientos dólares en reflejos rojizos y dorados y en un corte de pelo a la última que le quedaba de maravilla. ¿Acaso no quería lucirlo?

No podía soportar la inseguridad. Era una mujer de negocios a la que todo le iba bien en el terreno profesional, una persona acostumbrada a las responsabilidades. Tomaba decisiones con facilidad y, excepto el punto, que se le daba fatal, absolutamente todo lo que probaba se le daba bien.

Crissy se dijo que sólo era una reunión, que no debía asustarse, que tenía que entrar...

En aquel momento, se abrió la puerta del restaurante y salió un hombre alto y guapo de pelo castaño y ojos verdes como el musgo enmarcados por larguísimas pestañas.

Crissy no se tenía por una persona excesivamente sentimental, pero se dijo que aquellos ojos bien merecerían un par de poemas.

—Hola —sonrió el hombre—. ¿Eres tú la persona a la que llevo esperando un buen rato?

Crissy sonrió también mientras pensaba que semejante frase era digna de una película—

—Te ha faltado solamente decir «toda mi vida» —bromeó.

—¿Eres Crissy?

Así que, al final, no había tenido que entrar ella a conocer al demonio, sino que él había salido en su busca.

La verdad era que Josh Daniels no parecía un demonio en absoluto. Era un hombre amable que se había ofrecido a ayudarla por indicación de su hermano.

—Hola, Josh, encantada de conocerte —contestó Crissy.

El aludido enarcó las cejas.

—No sé si estarás muy encantada de verdad, porque llevas diez minutos decidiendo si entrabas o no. ¿Te has quedado bailando en el aparcamiento por mí o por las circunstancias?

—No estaba bailando —contestó Crissy.

Era obvio que Josh la había visto y se había dado cuenta de que no sabía muy bien qué hacer con aquella reunión.

—Estaba intentando conectar con mi... con mi...

—¿Contigo misma? —la ayudó Josh.

—¿Exactamente.

—¿Y lo has conseguido?

—Más o menos.

—Muy bien —dijo Josh abriéndole la puerta—. Tenemos mesa reservada con maravillosas vistas al aparcamiento. Te va a gustar. Anda, entra, que no va a ser para tanto.

Dado que había sido ella quien había propuesto aquella reunión, Crissy no tuvo más remedio que seguir a Josh al interior del restaurante. Efectivamente, su mesa daba al aparcamiento.

—Así que has presenciado mi lucha interior —comentó mientras se sentaba—. La verdad es que me gusta la idea. Ahora que ya has visto lo peor de mí misma, sólo me queda mostrarte lo mejor.

Josh se sentó frente a ella.

—Si eso es lo peor de ti misma, eres mejor que la mayoría de la gente —le dijo, estudiándola—. Mira, esta situación es poco convencional y, desde luego, extraña, así que vamos a ir despacio. Para empezar, me gustaría que comenzáramos hablando de cosas normales. ¿Qué te parece la idea?

—Bien —contestó Crissy sinceramente—. Te estás comportando como una persona encantadora.

—Lo cierto es que soy un hombre encantador además de increíblemente inteligente y talentoso, pero no hemos venido aquí a hablar de mí.

Crissy sonrió.

—Resulta maravilloso conocer a un hombre que tenga tan claro qué lugar ocupa en el universo.

En aquel momento, apareció una camarera y tanto Crissy como Josh pidieron café.

—Gracias por haber accedido a esta reunión —dijo Crissy una vez a solas de nuevo—. Pete y Abbey siempre se han mostrado abiertos, pero a mí nunca me ha parecido bien... —se interrumpió, pero decidió que debía decir la verdad—. Lo cierto es que Brandon existía más en la teoría que en la realidad para mí. Cuando Abbey me mandaba una carta o me llamaba, yo no sabía qué decir. Me resultaba más fácil mantenerme alejada. No quiero complicar las cosas —le aseguró—. Simplemente, me encantaría conocerlo.

Crissy se preguntó si Josh se daría cuenta de que estaba a punto de cumplir treinta años y de que su reloj biológico la estaba llamando a gritos. Josh se limitó a quedarse mirándola con aquellos preciosos ojos verdes y no dijo nada.

—¿En qué estás pensando? —le preguntó Crissy tras unos minutos en silencio.

—En que llevas muchos años culpabilizándote por haber entregado a tu hijo en adopción. ¿Qué edad tenías? ¿Diecisiete años?

Efectivamente, diecisiete años cuando se había quedado embarazada y dieciocho al dar a luz.

—Había terminado el colegio —contestó Crissy.

Lo cierto era que Josh tenía razón. Se fustigaba continuamente porque, según ella, había elegido el camino fácil, había elegido tener la vida que había planeado en lugar de hacerse cargo de su hijo. Por mucho que se empeñara en justificarse, lo cierto era que no le parecía que su decisión hubiera sido muy honorable.

—Abbey no puede tener hijos. Te lo dijo, ¿verdad?

Crissy asintió.

—Sí, cuando nos conocimos. Tuvo un accidente cuando era joven y, como resultado, se quedó estéril. Pete y ella comenzaron a buscar un bebé que pudieran adoptar en cuanto se casaron. Mis padres conocían a su abogado, y en su primer aniversario de boda quedamos parar a hablar sobre la adopción de Brandon.

Crissy no recordaba mucho de aquella reunión, pero sí que Pete y Abbey se habían mostrado muy amables y comprensivos. Al instante, la habían hecho sentir bien, y Crissy había decidido que eran ellos los padres a los que quería entregar su bebé.

Aun así, nunca había querido formar parte de su familia aunque ellos la habían invitado muchas veces. No se lo había permitido a sí misma. Había sido su castigo.

—Pete y Abbey querían tener muchos hijos, y tú les diste el primero. A mí me parece absolutamente genial.

—¿Absolutamente genial? —sonrió Crissy.

—Si no te gusta esa frase, puedes elegir otra —contestó Josh muy sonriente.

—No, esa me gusta —contestó Crissy, doblando y desdoblando la servilleta—. Bueno, tengo otra pregunta. ¿Por qué son tan comprensivos con todo esto? Han pasado casi trece años y, de repente, a mí se me ocurre que quiero conocer a Brandon. ¿No tienen miedo de que haga algo horrible como intentar quitárselo o convertirme en la persona más importante de su vida?

—¿Son ésas tus intenciones?

—No, pero ellos no lo saben.

—Sí, sí lo saben.

Crissy se quedó en silencio.

—Quiero conocer a Brandon —dijo.

Era la primera vez que pronunciaba aquellas palabras en voz alta. Se las había escrito a Abbey en el correo electrónico, pero nunca las había expresado verbalmente.

—Quiero conocerlo, pero no en profundidad desde el primer momento, sino de manera fácil y casual.

—No hay problema.

—No le quiero decir quién soy —continuó Crissy.

Brandon sabía que era adoptado y que tenía una madre biológica en algún lugar del mundo, pero una cosa era saberlo, y otra, conocerla. Todavía era un crío. Primero tenían que conocerse y, luego, si todo iba bien, entrarían en temas mayores.

—Abbey me ha dicho lo que le propusiste, y a todos nos parece bien —continuó Josh—. Crissy, es lógico. Pete y Abbey han querido que formaras parte de la vida de Brandon desde el principio porque están convencidos de que mantener una relación con su madre biológica le vendrá bien para estar en contacto con sus raíces.

—Tengo la impresión de que se me castigará —comentó Crissy en voz alta sin querer—. Creo que debería ser castigada, de que se me castigará.

—¿Por querer conocer al niño que diste en adopción?

—Más o menos. Es como si no creyera que me merezco una segunda oportunidad.

—No soy psicólogo...

—Vaya, ahora viene eso de «pero» y a continuación un consejo —sonrió Crissy.

—Te crees que lo sabes todo.

—Sé muchas cosas.

—Como iba diciendo, no soy psicólogo, pero...

—¿Lo ves?

Josh ignoró la interrupción.

—Pero a mí me parece que la única persona que se está juzgando y que se quiere castigar eres tú. Ha llegado el momento de seguir adelante.

Buen consejo. Un consejo que Crissy sabía que debería seguir.

—¿Y tú qué pintas en todo esto? Sé que eres el hermano de Pete, pero ¿a qué te dedicas?

—Soy médico. Oncólogo pediátrico.

—¿Trabajas con niños que tienen cáncer?

Josh asintió.

—Sí, me encargo de los casos más difíciles, los que ya nadie quiere. Me paso los días buscando la manera de hacer milagros.

A Crissy siempre le había parecido que tanto Pete como Abbey eran dos personas maravillosas. Por lo visto, era algo de familia.

—Supongo que será un trabajo muy duro.

Josh se encogió de hombros.

—La verdad es que no tenemos una estadística de éxitos muy elevada, pero yo no tiro la toalla. Estoy decidido a darles a esos niños y a sus familias la esperanza que necesitan para seguir adelante.

Lo había dicho con compasión, y Crissy entendió por qué le resultaba tan fácil para él no darle importancia a lo que ella había hecho. En su mundo, dar un bebé perfectamente sano en adopción a una pareja encantadora que se moría de ganas por empezar una familia no era nada negativo.

Tal vez, debería empezar a mirar su situación desde el punto de vista de Josh.

Crissy no era el tipo de mujer que Josh habría esperado. Sabía que debía de rondar los treinta años, pero esperaba encontrar a una adolescente asustada. Claro que, teniendo en cuenta que Brandon había crecido y había pasado de ser un bebé a un niño de doce años feliz y deportista, tenía sentido que su madre biológica también hubiera cambiado.

Sabía muy poco de Crissy, que procedía de buena familia, que había ido a la universidad, que no estaba casada y que depositaba dinero en el fondo universitario de Brandon todos los años en su cumpleaños. Y, sobre todo, que aunque Pete y Abbey la habían animado a formar parte de su familia, nunca había aceptado.

Hasta ahora.

Josh siempre había pensado en ella en términos de «la madre biológica», nunca como en una persona. Hasta que no la había conocido, no se había parado a considerar que había alguien en el mundo que tenía los ojos y la sonrisa de Brandon.

—Me recuerdas a él —comentó.

—¿Para mal o para bien?

—Para bien.

Crissy sonrió y, aunque era cierto que en ella veía a su sobrino, también la veía a ella, una mujer bonita de pelo corto y brillantes ojos enormes que se movía de manera sensual y...

Josh tiró del freno inmediatamente. ¿Sensual? ¿Desde cuándo se fijaba en cosas así?

—Abbey dice que se le dan muy bien los deportes —comentó Crissy—. Su padre jugaba al fútbol americano en el colegio y hacía atletismo. A mí siempre me gustó el deporte también. De hecho, fui a la universidad con una beca de béisbol. Me creía muy dura.

—Seguro que lo eras —sonrió Josh.

—¿No te sientes intimidado?

—Estoy temblando de pies a cabeza, ¿no se nota?

—No, pero gracias por fingir.

—Abbey me ha dicho en alguna ocasión que eres empresaria, pero no sé a qué te dedicas exactamente.

—Tengo gimnasios para mujeres. Actualmente, tengo seis, todos en esta zona.

—Impresionante.

Aquello explicaba el cuerpo que le había llamado tanto la atención. Era cierto que no era una mujer alta, pero estaba en forma y tenía unas curvas maravillosas. De repente, a Josh le entraron unas imperiosas ganas de verla en ropa de deporte.

¿Qué quería decir aquello? ¿Acaso después de cuatro años completamente solo estaba empezando a resucitar?

Pete llevaba dos años insistiéndole para que saliera con mujeres, pero Josh siempre se excusaba alegando que tenía mucho trabajo. La idea de mantener una relación se le hacía muy lejana, pero tener algo casual le apetecía más.

—¿Estás preparada para dar un paso más en tu relación con Brandon?

Crissy se estremeció.

—No, pero no creo que lo esté jamás, así que me voy a lanzar a la piscina y a ver qué pasa.

—Por cierto, a Pete y a Abbey les acaban de decir que les han concedido finalmente la adopción de Hope, la última niña que solicitaron. Van a dar una gran fiesta a la que van a ir muchos amigos y familiares. Se me ocurre que podrías mezclarte con ellos.

Crissy tragó saliva.

—No me parece mala idea. ¿Cuándo es la fiesta?

—El sábado a las tres de la tarde.

Crissy se llevó la mano al pecho.

—No sé si voy a empezar a hiperventilar. ¿Se supone que tienes que llevar un regalo a una fiesta de adopción?

—No es requisito indispensable.

—¿Y si me apetece hacerlo?

—Abbey ha puesto una lista de compras en esta tienda —contestó Juan, dándole el nombre del establecimiento en cuestión.

—Me encantan las cositas de bebé —sonrió Crissy—. Toda esa ropita pequeñita y... supongo que no será lo tuyo, ¿no?

—No, más bien, no.

—¿Y qué es lo que te gusta ti? ¿Qué te gusta hacer para divertirte?

Buena pregunta. Hacía cuatro años que no hacía nada para divertirse. Cuando vivía Stacey, su mujer, les encantaba hacer cualquier cosa al aire libre. A ella le encantaba cocinar y ocuparse de las plantas. Además, iban a clase de italiano juntos porque querían ir a Venecia.

Nunca habían llegado a ir.

—La verdad es que sólo tengo tiempo para trabajar —contestó Josh—. ¿Y tú?

—Yo también tengo mucho trabajo —contestó Crissy—. Tener tu propia empresa es muy cansado, pero me gusta. Vivir aquí, en Riverside, me da acceso a un montón de actividades al aire libre. Me encanta salir a caminar por las montañas y hacer esquí en el invierno. Además, intento hacer punto. Se me da fatal, pero insisto porque a mis amigas les encanta. Soy tan mala, que le tuve que regalar un año de gimnasio gratis a la profesora, que es la dueña de la tienda, para que me dejara seguir yendo a clase.

Aquello hizo reír a Josh.

—No es broma —protestó Crissy—. Debo de tener un gen antipunto. La lana me odia. Me parece que están recogiendo firmas. Resulta que, si firman suficientes madejas de lana, me echan de clase —bromeó a continuación.

Aquella mujer le caía bien, y Josh era consciente de que eso era precisamente lo primero que su cuñada le iba a preguntar.

—Bueno, entonces hemos quedado en que iré a la fiesta del sábado —suspiró Crissy—. ¿Estás seguro de que a nadie le importará?

Josh alargó el brazo y le tomó la mano. Lo había hecho para consolarla, y se sorprendió sobremanera al sentir una descarga eléctrica.

—Todo irá bien —le aseguró, ignorando las sensaciones y retirando la mano a toda velocidad.

—No lo sabes. El hecho de que seas médico y de que estés acostumbrado a decir cosas así, no te da la certeza de que vaya a ser así.

Josh sonrió.

—Respira profundamente.

—No me servirá de nada —contestó Crissy, poniéndose en pie—. Allí estaré. A las tres. Bueno, a lo mejor a las tres y diez. Para dar tiempo a los demás a que lleguen.

Tras pagar, Josh se sacó una tarjeta de visita del bolsillo y escribió algo en el reverso.

—Mi teléfono móvil. Llámame cuando estés a cinco minutos de la fiesta, y saldré a buscarte a la puerta. No quiero que entres sola.

Crissy lo miró con gratitud.

—Muchas gracias. Así, si no puedo controlar los nervios y comienzo a vomitar sin parar, me podrás recetar algo, ¿no?

—Si es necesario, sí —rió Josh.

—Muchas gracias, Josh. Te agradezco de verdad lo que estás haciendo.

A continuación, se quedaron mirando durante un segundo, transcurrido el cual Crissy se giró y se alejó. Josh se quedó donde estaba, observando el vaivén de sus caderas y el balanceo de su cabello.

De repente, se le antojó que sentirse vivo de nuevo no estaba nada mal.

—¿Te ha caído bien? —le preguntó Abbey en cuanto Josh puso un pie en casa—. A mí siempre me ha caído bien. Me parece una mujer maravillosa, pero ¿a ti qué te ha parecido?

Josh se inclinó sobre su cuñada y la besó en la mejilla.

—Me ha caído bien —contestó.

—¿De verdad?

—Lo juro.

—Bien —sonrió Abbey, mirando a su marido—. Le ha caído bien.

—Ya lo he oído.

Abbey se había recogido el pelo y algunos mechones se le salieron mientras corría hacia la cocina, indicándole a Josh que la siguiera.

—Tengo un par de amigas que no se fían mucho de que Crissy quiera conocer a Brandon. Tienen miedo de que cause algún problema —le explicó, abriendo el horno y sacando un par de panes.

Josh sintió que la boca se le hacía agua. Abbey tenía muchas cualidades, pero a él siempre le había parecido que cocinar era la mejor de ellas.

—Sólo quiere conocerlo —contestó Josh.

—Eso es lo que yo les he dicho. La hemos invitado muchas veces a que formara parte de la familia, pero ella nunca ha querido —comentó Crissy mientras colocaba el pan en unas cestas para que se enfriara—. Ella tiene familia, pero no viven por aquí, y me pregunto si no se sentirá sola.

Pete suspiró y le pasó el brazo por los hombros a su mujer.

—Deja de ir por ahí intentando arreglarle la vida a todo el mundo, cariño. Crissy es una empresaria a quien todo le va muy bien y no necesita que te metas en sus asuntos.

—No me meto en sus asuntos. Yo lo único que digo es que nos necesita.

Pete miró a Josh y puso los ojos en blanco.

—Crissy está bien —insistió.

—Tal vez, podríamos buscarle pareja.

—Crissy es perfectamente capaz de encontrar el hombre que a ella le apetezca. ¿No te parece que ya tienes bastantes cosas de las que ocuparte?

Mientras su hermano y su cuñada mantenían aquella conversación familiar, Josh se acercó al tarro de galletas de chocolate que Abbey había preparado el día anterior y se comió dos.

Pete y Abbey habían nacido el uno para el otro. Desde que se habían conocido, habían sabido que estarían siempre juntos. Nunca habían jugado a jueguecitos, ni se habían cuestionado nada ni habían discutido. Habían comenzado a salir en el colegio y, desde aquella primera noche, habían sabido que su futuro estaría unido.

—¿Va a venir a la fiesta? —le preguntó Abbey.

—Eso ha dicho —contestó Josh—. Quiere conocer a Brandon.

—Qué bien —sonrió Abbey—. Vamos a ser una gran familia. Quiero que Crissy conozca a Brandon y, cuando llegue el momento, cuando esté relajada, le diga que es su madre biológica —añadió, girándose hacia Pete—. ¿Y Zeke? Sigue soltero, ¿no?

—Escapa mientras puedas —le aconsejó Pete a su hermano—. Cuanto se pone así, no hay quien la pare.

A Crissy le encantaba el concepto de fin de semana, pero, en aquella ocasión, le pareció que el sábado llegaba demasiado pronto.

Llevaba toda la mañana intentando dilucidar qué ropa ponerse para una fiesta de «hola, hemos adoptado un niño». Quería causar buena impresión, pero no resaltar demasiado. Quería ir casual, pero no demasiado. Quería estar guapa, pero no sexy.

Se había dicho una y otra vez que Brandon era un chico de doce años y que ni siquiera repararía en ella, pero, aun así, cada vez que pensaba que lo iba a conocer, sentía mariposas en el estómago.

Al final, se puso unos vaqueros ajustados, un jersey de punto fino y una cazadora de cuero y decidió ponerse botas para parecer más alta. A continuación, se peinó, se maquilló un poco y se miró en el espejo más veces de las que jamás se había mirado para salir con un hombre.

Lo cierto era que hacía mucho tiempo que no salía con uno. Lo odiaba. Salir con hombres era una porquería, y la primera cita era la peor de todas.

Tras cambiarse de pendientes por enésima vez, se dirigió al salón, donde el rey Eduardo, su gato, descansaba al sol.

—¿Qué tal estoy? —le preguntó, girando sobre sí misma—. Si fueras un chico de doce años, ¿te gustaría que tu madre biológica fuera así vestida?

El gato levantó la cabeza, parpadeó dos veces y bostezó.

—Ya —murmuró Crissy, agarrando las llaves y saliendo de casa.

En menos tiempo del que le hubiera gustado, estaba frente a una casa estilo rancho situada en un barrio acomodado de Riverside. Era aquél uno de esos barrios donde los niños montan en bici en la calle y los vecinos se ayudan a llevar la compra los unos a los otros.

Había muchos coches. Desde luego, Josh se había quedado corto cuando le había dicho que se trataba de una gran fiesta. Crissy se dijo que no le iba resultar difícil perderse entre los invitados.

Tal y como le había dicho, lo había telefoneado antes de llegar, y allí estaba Josh, esperándola en el porche. A Crissy se le hizo más alto y más guapo que cuando lo había conocido. Le encantaba su sonrisa e intentó centrarse en él y no en la razón por la que estaba allí.

—¿Estás nerviosa? —le preguntó al acercarse a ella.

—Paralizada. No sé si me voy a poner a babear.

—Si te pones a babear, todo el mundo se va a fijar en ti —bromeó Josh, metiéndose las manos en los bolsillos—. Venga, no pasa nada. Toma aire. Lo vas a hacer muy bien.

—Tengo una imaginación increíble y se me ocurren trescientas escenas desastrosas en las que podría meterme en menos de un minuto.

—Impresionante.

—Podrías mostrarte un poco más solidario —le recriminó Crissy—. Es mi vida la que está en juego.

—No seas exagerada. Sólo es...

Pero a Josh no le dio tiempo de convencerla de lo imposible porque, en aquel momento, se abrió la puerta principal de la casa y apareció un chico de doce años a la carrera.

—¡Tío Josh, ven! Vamos a jugar al fútbol, y quiero que juegues en mi equipo.

Crissy sintió que no le llegaba el aire a los pulmones y que el mundo se tambaleaba bajo sus pies. Se quedó mirando aquel rostro que solamente había visto en fotografía. Había visto a aquel chico una vez y había sido hacía casi trece años, una mañana de jueves, cuando la enfermera se lo había ofrecido envuelto en una toalla.

Crissy se había negado a tenerlo en brazos y había señalado a Abbey, que observaba la escena con lágrimas en los ojos.

—Su madre es ella —había dicho en aquella ocasión sinceramente.

¿Lo seguía creyendo así?

Capítulo 2

Crissy intentó no quedarse mirando fijamente a Brandon.

Era la primera vez que se veían, y no quería que el chaval tuviera la sensación de que era una mujer extraña, pero se le hacía difícil comportarse de manera normal porque el corazón le latía aceleradamente.

Por suerte, a Brandon le interesaba mucho más el partido de fútbol que una adulta a la que no conocía de nada.

—Ahora mismo voy —le dijo su tío—. Empezad sin mí.

—No, imposible. Quiero ganar y, si tú no estás, no ganaremos.

—Ganar no lo es todo.

—Siempre dices eso, pero, luego, cuando jugamos y perdemos, te enfadas.

Josh chasqueó la lengua.

—Es un pequeño defectillo que tengo y que no quiero que tú lo saques.

Brandon puso los ojos en blanco y sonrió.

—Sabes perfectamente que te apetece jugar. Te dejo ser quarterback.

—¿Me intentas sobornar?

Crissy permaneció en silencio a lo largo de toda la conversación, intentando centrarse en Josh, pero su mirada se iba una y otra vez al chico alto y delgado que quería ganar.

Verlo era surrealista.

Crissy veía partes de sí misma y de su familia en él, reconocía determinada forma de ladear la cabeza o una sonrisa similar.

La verdad era que nunca se había parado a pensar si Brandon se parecería a ella. El hecho de que así fuera la llenaba de felicidad y desconcierto a partes iguales. Por una parte, quería salir corriendo de allí, pero, por otra, deseaba saber más de aquel niño.

La cosa se complicaba.

Josh se acercó a ella y le pasó el brazo por los hombros.

—Mira, te presento a Crissy —dijo—. Es una amiga mía. Crissy, éste es Brandon Daniels.

—Hola —dijo Crissy, intentando sonreír con normalidad—. Encantada de conocerte.

—Lo mismo digo —contestó el niño automáticamente, mirando de nuevo a su tío—. ¿Has venido con una chica?

—Sucede de vez en cuando.

—¿Ah, sí? ¿Cuándo? Yo nunca te he visto con una chica —objetó Brandon visiblemente intrigado—. ¿Es tu novia?

¿Josh no llevaba chicas a casa de su hermano? Crissy sabía que era soltero, Abbey se lo había dicho. Entonces, ¿por qué no salía con mujeres? Parecía un hombre perfecto, pues era guapo, divertido, encantador y, además, médico.

—No, somos amigos —contestó Josh.

Brandon miró a Crissy y sonrió.

—Encantado de conocerte —le dijo alargando el brazo.

Crissy estrechó la mano de su hijo y sintió que mil emociones se apoderaban de ella. Aquel chiquillo se había formado en sus entrañas, ella le había dado la vida y lo había abandonado.

Eran dos desconocidos, pero estaban conectados todo lo íntimamente que dos seres humanos pudieran estarlo.

Crissy sintió que la cabeza comenzaba a darle vueltas.

—Vete a jugar —le dijo a Josh.

—¿Estás segura?

Crissy asintió.

—Venga, tío, vamos —insistió Brandon—. Si quieres algo, sigues el pasillo y estarás en la cocina. Mi madre está ahí —le indicó a Crissy.

Crissy entró en la casa y se encontró en un salón algo caótico, pero de aspecto muy confortable.

—Volveré pronto —le prometió Josh.

Dicho aquello, se perdió por el pasillo. Antes de seguir buscando la cocina, Crissy se distrajo observando las fotografías que colgaban de las paredes. Había fotografías por todas partes. Se veía a Brandon de bebé y, luego, con cuatro o cinco años y otro bebé, que resultó ser una preciosa niña. Unas fotografías más adelante, a la parejita se le unía un tercero.

Crissy se preguntó si tenía derecho a estar allí. A pesar de que Abbey la había invitado muchas veces a que conociera a Brandon, se sentía como una desconocida con el poder de destrozar aquella familia feliz.

—Jamás lo haré —murmuró para sí misma.

Había ido para conocer a su hijo, pero no con el propósito de hacer sufrir a nadie. En aquel momento, Crissy se prometió a sí misma que, si ocurriera algo negativo, desaparecería y no volvería jamás.

Al llegar a la cocina, vio que había seis o siete mujeres muy parecidas a las que iban por sus gimnasios, mujeres modernas a las que les gustaba cuidarse. De repente, una de ellas que estaba cortando fresas, levantó la mirada.

—Ah, has venido —exclamó encantada, yendo hacia ella—. Eh, chicas, os quiero presentar a Crissy. Es una amiga de Josh. Crissy, éstas son mis amigas. Te voy a presentar a todas, pero no espero que te aprendas sus nombres a la primera.

—¿Cómo que no? —bromeó una preciosa pelirroja—. Te vamos a ir diciendo nuestros nombres y, luego, te los preguntaremos. Si no te lo sabes, atente a las consecuencias.

—No le metas miedo el primer día —añadió una rubia—. Déjalo para el segundo. Es más divertido.

—No les hagas caso —dijo Abbey—. En realidad, son un encanto.

Crissy presentía que así era. A continuación, intentó recordar los rostros y los nombres de las mujeres que Abbey le fue presentando, pero no lo consiguió. En parte, porque todas ellas comentaban sobre Josh y ella.

—Ya sabía yo que ese hombre era demasiado fabuloso para quedarse soltero por mucho tiempo —murmuró una de las mujeres.

Crissy supuso que aquello formaba parte de la historia que habían inventado para justificar su presencia en la fiesta. Al presentarla como una amiga de Josh, los demás habrían supuesto que estaban saliendo, algo que a Crissy no le importaría en absoluto.

La verdad era que no le importaría nada salir con él de vez en cuando, pero no era aquél el momento de pensar en ello.

Aun así, aceptó la bromas.

—Vaya, ya ha empezado el partido —comentó Abbey mientras le servía a Crissy un té con hielo—. Creo que sería mejor que salierais para que no haya accidentes como la última vez —añadió.

Las amigas abandonaron la cocina, y Crissy se quedó a solas con Abbey.

—Espero que estés bien.

—Sí —contestó Crissy—, pero esto es un poco fuerte. Te quiero dar las gracias por todo. Podrías haberte negado a dejarme conocer a Brandon.

—¿Por qué? Cuanta más familia seamos, mejor. Es importante que Brandon conozca a su familia biológica. Estoy encantada de que hayas venido.

Crissy pensó que, si la situación hubiera sido a la inversa, a lo mejor ella no se habría mostrado tan comprensiva como Abbey.

—Eres una mujer fascinante.

—No digas eso, por favor. Yo sólo quiero lo que sea mejor para Brandon. Me parece que tu idea de hacer las cosas poco a poco es buena para todos —contestó, poniendo las fresas en un cuenco—. Me he puesto en contacto con Marty.

Crissy tardó unos segundos en relacionar aquel nombre con el jugador de fútbol con el que había salido en el colegio, el chico con el que se había acostado por primera vez, el padre biológico de Brandon.

—¿Y qué te ha dicho?

—Vive en Boston y trabaja como abogado. Se mostró muy educado en todo momento, pero me dijo que aquella parte de su vida había quedado atrás, que había renunciado por escrito a los derechos sobre su hijo y que, si creía que iba poder sacarle dinero, estaba muy equivocada.

—Vaya —dijo Crissy, haciendo una mueca de disgusto—. Supongo que sería un trago amargo.

Abbey se encogió de hombros.

—Hay gente que es así, que se cree que todo en la vida es dinero. Bueno, Marty ha seguido adelante con su vida, y me parece bien. No lo juzgo.

—Cuando salíamos en el colegio no era así —comento Crissy—. Bueno, o yo no me daba cuenta.

En aquel momento, entró una niña corriendo en la cocina.

—Mamá, ¿me das zumo?

—Claro, cariño —contestó Abbey, yendo hacia el frigorífico—. Emma, te presento a Crissy, una amiga del tío Josh.

La niña debía de tener ocho o nueve años, era alta y delgada y llevaba unas zapatillas de deporte con princesitas.

—Hola —saludó tímidamente y, en cuanto su madre le dio el zumo, corrió al jardín.

—No paras —comentó Crissy—. ¿Cómo has hecho para ocuparte de tres niños?

—Gracias a Dios, empecé con uno —sonrió Abbey, sacando cuencos de ensalada del frigorífico—. Hemos tenido suerte con todos nuestros hijos. Hope, la pequeña, acaba de cumplir dos años. Ahora está durmiendo la siesta, pero, cuando se despierte, te la presento. Ya verás, es encantadora. Brandon es el deportista, y Emma, la solitaria. Lo que más le gusta en el mundo es pasarse una tarde entera leyendo. Me encanta que sean tan diferentes y ver cómo sus personalidades van creciendo.

—¿Todo esto lo has hecho tú? —preguntó Crissy, sorprendida al ver la cantidad de comida que había en las encimeras.

Abbey se encogió de hombros.

—Sí, me gusta que mi familia coma bien, así que cocino yo, y todo lo que entra en esta casa es biológico. Tenemos un huerto muy grande. Brandon y Emma me ayudan, ¿sabes? Además, hago pan, galletas y bizcochos. Vamos, que soy un ama de casa en toda regla —le explicó—. Supongo que a ti todo esto te resultará la mar de aburrido, teniendo en cuenta que eres empresaria.

—En absoluto —contestó Crissy sinceramente, intentando recordar la última vez que había encendido el horno de su casa—. Lo cierto es que a mí los quehaceres domésticos se me dan fatal. No sé cocinar y llevo meses dando clases de punto y todavía no sé por dónde empezar.

—Pero se te dan bien otras cosas, las cosas propias del mundo laboral —sonrió Abbey—. A veces pienso en buscar un trabajo porque vivimos todos del sueldo de Pete y en ocasiones no llega... la cosa se suele poner peor cuando adoptamos.

—No entiendo —contestó Crissy, frunciendo el ceño—. Hope vive con vosotros desde hace dos años, ¿no? Entonces, ¿por qué os cuesta más ahora que la habéis adoptado?

—Porque, cuando tienes a un niño en acogida en tu casa, el Estado te paga, pero, cuando decides aceptarlo, te retira esa subvención —le explicó Abbey—. Hay gente que nos dice que no los adoptemos, que los mantengamos en acogida, pero Pete y yo queremos que nuestros hijos sepan que forman parte de esta familia. Cuando estás completamente sola en el mundo, como es el caso de Emma y de Hope, es importante saber que tienes un hogar.

—Por supuesto —murmuró Crissy.

Lo cierto era que no conocía nada del sistema de acogida ni de adopción, pero se dijo que no debía de haber mucha gente dispuesta a apretarse el cinturón de aquella manera para darle a un niño un hogar.

Desde luego, Abbey y ella vivían en mundos diferentes. Aquello hizo que Crissy se preguntara si ella estaría dispuesta a hacer el mismo tipo de sacrificios. Ella siempre se había tenido por una buena persona, pero, en comparación con la generosidad de Abbey, no estaba tan segura.

Crissy miró por la ventana y vio a Brandon corriendo a la carrera por el campo de fútbol mientras Josh le pasaba el balón. A continuación, Brandon agarró el balón en el aire, aterrizó y marcó. Para celebrarlo, sonrió y se marcó una pequeña danza.

Crissy sonrió al ver toda la escena.

—Es un chico muy especial —comento Abbey, colocándose a su lado—. En muchos aspectos. Nos hiciste un gran regalo al permitir que nos ocupáramos de él.

Crissy sintió que la emoción la desbordaba.

—Te aseguro que no he venido a crear problemas.

—Ya lo sé —le aseguró Abbey—. No te preocupes, confío en ti y en que lo que hagas sea lo mejor para Brandon, porque sé que lo quieres.

¿Quererlo? ¿Quería a su hijo? Crissy ni siquiera había querido admitir su existencia. Desde luego, aquello no era amor. Abbey la sobreestimaba. No merecía la bondad de aquella familia.

—Vamos a ir poco a poco. Si todo sale bien, le podrás decir quién eres —continuó Abbey.

—No se me ocurriría decírselo sin hablar primero con vosotros.

—Gracias. Ya verás, todo va a salir bien. Las cosas se suelen solucionar solas.

—Me maravilla lo confiada que eres. El mundo no es siempre un lugar hermoso.

—Yo creo que casi siempre lo es. Pete me toma el pelo y me dice que Dios sólo cuida a los niños y a los que son muy ingenuos, pero me quiere de todas maneras. Para nosotros, la familia lo es todo. Desde siempre supimos que íbamos a tener que adoptar hijos, y Brandon fue nuestra primera bendición.

—Ahora ya tenéis tres. ¿Cuántos queréis?

—No se lo digas a Pete, pero yo quiero siete. Cada vez que se lo digo, se lleva la mano al pecho.

¿Siete hijos? ¿Siete? ¿Buscados?

—Yo soy más de la opinión de Pete —comentó Crissy, imaginándose el caos que sería tener siete hijos.

—Ya veremos —sonrió Abbey—. Si lo que toca es que nos quedemos con los hijos que tenemos hasta ahora, me parece bien, pero, si hay más niños que necesitan un hogar estable, haremos sitio. Hemos tenido suerte. Para Josh ha sido más difícil.

—¿Por qué lo dices? —preguntó Crissy con curiosidad.

—Ya sabes que es viudo, ¿no?

—No, no lo sabía —contestó Crissy, muy sorprendida—. Su mujer debió de morir muy joven.

—Demasiado joven —contestó Abbey—. Stacey apenas tenía veintisiete años. Murió de cáncer. Lo había tenido de niña y, entonces, consiguieron curárselo, pero siempre supo que podía volver a aparecer, y así fue. Murió muy rápido. Fue hace cuatro años. Josh quedó destrozado. Durante un tiempo, no supimos si iba a poder soportarlo, pero parece que, por fin, está mejorando. Ya sonríe más, se divierte e incluso sale con mujeres.

Crissy intentó asimilar todo lo que Abbey le estaba contando. Supuso que Josh y Stacey no habrían podido pasar mucho tiempo juntos. Ella nunca había perdido a un ser amado, y no podía imaginarse lo que tenía que doler.

Jamás habría dicho hablando con Josh que hubiera sucedido algo así. Josh era de esos hombres que...

Crissy se dio cuenta de que Abbey la estaba mirando con un brillo inequívoco en los ojos. Al recordar la conversación que acababa de tener lugar entre ellas, recordó una frase.

Sale con mujeres.

—¿Te refieres a mí? —preguntó, dando un paso atrás—. Josh y yo no estamos saliendo. Sólo me está ayudando con el tema de Brandon.

—Ya, pero ha vuelto a sonreír —contestó Abbey—. ¿Sales con alguien?

Aquello hizo reír a Crissy.

—¿Intentas emparejarnos?

—¿Por qué no?

—Demasiadas complicaciones. Josh es el último hombre con el que saldría —contestó Crissy. Es el tío de Brandon, la situación sería imposible.

—Es un hombre fantástico —insistió Abbey.

—Ya me he dado cuenta, pero no, gracias.

—¿No te parece sexy?

Crissy miró por la ventana y observó al aludido.

—No está mal.

—¿Sólo eso?

—Sólo eso —mintió Crissy.

—Entonces, te buscaré a otro.

Estupendo. Así que Abbey era una celestina en toda regla.

—¿Y si te dijera que ahora mismo no me interesan los hombres?

Abbey sonrió.

—No te creería.

Después de comer, Crissy recogió los platos y se dirigió a la cocina. Iba para allá cuando Abbey la llamó.

—¿Te importaría traer los helados que hay en el congelador? —le pidió.

—Claro que no —contestó Crissy.

—Gracias. Brandon, cariño, ayuda Crissy, por favor.

—Muy bien, mamá.

Crissy sintió que las piernas le flaqueaban, pero continuó andando hacia el interior de la casa. Por lo visto, a Abbey le gustaba meterse no solamente en la vida amorosa de los demás, sino también en otros aspectos.

Crissy hizo todo lo que pudo para que el pánico no se apoderara de ella. Lo cierto era que había intentado no tener ningún tipo de contacto con el chico. Lo había observado mientas jugaba al fútbol antes de comer, y lo había escuchado mientras hablaba con los amigos de sus padres durante la comida. Lo había hecho así porque prefería observarlo y conocerlo sin que se diera cuenta.

Mientras dejaba los platos sobre la mesa de la cocina, se dio cuenta de que no sabía qué decir, así que decidió no decir nada y fue directamente hacia el congelador.

—Madre mía, tu madre es realmente increíble —exclamó al ver que Abbey había preparado canastillas de diferentes sabores de helado.

—Sí, le encanta darnos de comer —contestó Brandon—. Siempre nos lleva bizcochos y galletas y cosas así al colegio.

—Supongo que tus amigos te querrán mucho...

—Desde luego —contestó el chico, sacando las dos bandejas del congelador.

—Yo no cocino mucho, la verdad —comentó Crissy—. Para mí comida casera significa comprar una ensalada.

—Eso es comida de chicas —murmuró Brandon, arrugando la nariz.

—Oye, no vayas a subestimarme por el hecho de que sea una mujer. Para que lo sepas, te he visto correr durante el partido y te digo que corro más rápido que tú.

—Sí, claro.

—¿Quieres verlo? —lo retó Crissy, sacando la bandeja de los helados.

—¿Con esas botas?

—Sí.

—Te advierto que soy muy rápido.

—Yo soy más rápida que tú —insistió Crissy, saliendo hacia el porche.

Brandon se paró y se giró hacia ella.

—Si te crees muy dura, puedes jugar el siguiente partido. Empieza en cuanto terminemos el postre.

—Muy bien.

—¿Lo dices en serio? —se maravilló el chico, mirándola con los ojos muy abiertos.

—Por supuesto, cuando veas lo buena que soy, tendrás que bajar la cabeza y pedir perdón.

Brandon sonrió.

—Ni en sueños.

—Ya lo verás.

Se estaba poniendo el sol, pero Pete lo tenía todo bien organizado, y el campo de fútbol estaba bien iluminado. Josh agarró una cerveza de la nevera y se sentó en una tumbona dispuesto a presenciar el partido que estaba a punto de comenzar y en el que había elegido no participar.

De repente, se fijó en la alineación de uno de los equipos y se quedó perplejo. ¿Crissy? ¿Jugando al fútbol y con aquellas botas? No, imposible... un momento, acababa de dar comienzo el encuentro y, efectivamente, Crissy iba a jugar. De hecho, estaba en primera línea, con Pete enfrente.

—No vas a poder pararme —le dijo con una gran sonrisa.

—Eso es lo que tú te crees.

Crissy se rió, se giró y observó el saque. Segundos después, volaba sobre el terreno de juego. A pesar de que llevaba botas de tacón, ni siquiera Brandon, que solía ser el más rápido de todos los jugadores, pudo alcanzarla. Crissy se paró de repente, se giró y agarró el balón al vuelo. A continuación, cruzó la portería y marcó sin problemas.

—¿Qué te ha parecido eso? —le dijo a Brandon.

—Increíble —contestó el chaval con la respiración entrecortada—. Ha sido espectacular. Aunque seas chica.

—A ver si ahora empiezas a darte cuenta de lo que somos capaces de hacer las chicas.

—Desde luego.

Brandon se había quedado con la boca abierta, y Josh estaba anonadado. Sabía que Crissy tenía unos cuantos gimnasios, y no le extrañaba que entrenara, pero nunca hubiera dicho que jugara al fútbol así.

Por supuesto, jamás se le ocurriría quedar con ella para salir a correr. No quería que le hiciera morder el polvo.

Los dos equipos volvieron a alinearse. En aquella ocasión, tenía el balón el equipo de Pete. En cuanto su hermano comenzó a correr con el balón en la mano, Crissy lo siguió a toda velocidad. Pronto estuvo a su nivel y, con total naturalidad, alargó el brazo y le robó el balón. Segundos después, corría en la otra dirección y marcaba otro tanto.

Brandon gritó encantado, corrió hacia ella y se chocaron las manos.

—Vivan las chicas —exclamó.

Abbey se sentó junto a Josh.

—Debería haber más Crissys en el mundo.

—Creo que con una tenemos suficiente.

—Sabes perfectamente que, si estuvieras jugando, te estaría ganando.

—Sí, lo sé, pero no hace falta que te pongas tan contenta.

—Solidaridad femenina —sonrió Abbey, reclinándose en la tumbona—. Todo va bien.

—Creo que puede salir bien, sí. Todos os lo merecéis.

—¿Ese todos incluye a Crissy?

—No lo sé.

—Confía en ella. Pete y yo confiamos en ella.

Josh pensó que Pete y Abbey siempre había sido unos soñadores convencidos de que la gente era buena. Josh había accedido a participar como moderador en aquella situación, sobre todo para conocer a Crissy y prevenir cualquier problema que pudiera ocasionar. Alguien tenía que cuidar de su hermano y de su cuñada.

De momento, le gustaba lo que veía. Crissy no había intentado nada raro, se había mantenido en un segundo plano, observando.

Era cierto. A lo mejor, las cosas salían bien.

—No está casada —comentó Abbey.

—Déjame en paz —contestó Josh.

—¿Por qué? Es un encanto. Está bien físicamente y, además, es inteligente. Una combinación irresistible.

Josh ya se había dado cuenta de todo aquello y mucho más. Además de que estaba bien físicamente y de que era inteligente, era lo suficientemente sexy como para despertar su cuerpo dormido, pero una cosa era darse cuenta y otra pasar a la acción.

—No puedes seguir viviendo como un monje para siempre.

—No tengo intención de hacerlo —mintió Josh.

—La tienes delante de tus narices. Haz algo.

—¿Lo dices en serio?

—Por supuesto. Necesitas una mujer. Ya sabes a lo que me refiero.

A Josh no le apetecía nada tener aquella conversación.

—¿Me estás sugiriendo que utilice a la madre biológica de Brandon para mantener una relación sexual?

—Tendrás que empezar por alguien, y ella forma parte de la familia.

—Precisamente por eso, debo mantenerme alejado de ella. Si me acostara con Crissy, las cosas se complicarían.

—Muy bien, lo que quieras, pero necesitas una mujer. Si no es Crissy, búscate otra. ¿Has salido con alguien desde que murió Stacey?

Josh no contestó, pues ambos sabían la verdad. No le interesaba ninguna mujer. No había sido que no hubiera querido tener ninguna relación sexual con otra mujer, sino que realmente no le había apetecido. A veces, tenía la sensación de que una parte de él se había muerto con su esposa.

—No te estoy diciendo que arriesgues el corazón —insistió Abbey—. Simplemente te aconsejo que pongas el equipo en funcionamiento y a ver qué pasa.

—No pienso ponerme a hablar de mi vida sexual contigo.

—Pero si no tienes vida sexual de ningún tipo —protestó Abbey—. Josh, por favor. Ya ha pasado mucho tiempo. No puedes quedarte toda la vida solo.

Aquello era exactamente lo que Josh quería, una vida sin emoción y sin sentimientos, porque enamorarse de Stacey y perderla había estado a punto de destrozarlo, y no quería volver a arriesgarse.

Capítulo 3

Crissy hizo el firme propósito de irse con la primera hornada de invitados, pues no quería quedarse más de la cuenta y crear una situación extraña. De momento, la visita había resultado fácil, así que, ¿por qué complicar las cosas?

Así que, tras recoger su cazadora y su bolso, fue a despedirse de Abbey y de Pete.

—Gracias por venir. Todo hay ido muy bien —le dijo el hermano de Josh.

—Sí, yo también lo creo —contestó Crissy—. Los dos habéis sido maravillosos.

—Estamos encantados de que hayas venido —intervino Abbey—. ¿Cuál crees que debería ser el siguiente paso?

Crissy no tenía ni idea.

—Necesito tiempo para pensarlo.

—Muy bien. Llámame cuando quieras, y hablamos.

Crissy asintió y se dirigió a la puerta principal, donde se paró cuando alguien le tocó el brazo.

—¿Te vas? —le preguntó Josh.

—Sí, te quería dar las gracias por tu ayuda.

—Te acompaño —se ofreció Josh—. Bonito coche —comentó al ver el BMW 330i de Crissy.

—Un caprichito —contestó ella—. Hace poco terminé de pagar dos créditos bancarios, y lo célebre yéndome de compras.

—Y, en lugar de comprarte el típico par de zapatos, te compraste un coche, ¿no?