Entre rumores - Maureen Child - E-Book

Entre rumores E-Book

Maureen Child

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Beschreibung

¿Algo que ocultar? Siete años atrás, el sheriff Nathan Battle le había pedido a su novia, que se había quedado embarazada, que se casase con él, pero Amanda Altman le había destrozado el corazón, se había marchado de su pueblo natal y había sufrido un aborto. Amanda había vuelto y Nathan necesitaba olvidarse de ella de una vez por todas, pero su plan de seducirla y borrarla de su mente no estaba funcionando. Al volver a Royal, Texas, Amanda no quería que Nathan se diese cuenta de que seguía queriéndolo. No obstante, resistirse a él era imposible. En especial, tras descubrir que estaba embarazada… otra vez.

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Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2013 Harlequin Books S.A.

© 2015 Harlequin Ibérica, S.A.

Entre rumores, n.º 113 - enero 2015

Título original: Rumor Has It

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-687-6103-9

Editor responsable: Luis Pugni

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño

www.mtcolor.es

Índice

 

Portadilla

Créditos

Índice

Capítulo Uno

Capítulo Dos

Capítulo Tres

Capítulo Cuatro

Capítulo Cinco

Capítulo Seis

Capítulo Siete

Capítulo Ocho

Capítulo Nueve

Capítulo Diez

Capítulo Once

Epílogo

Publicidad

Capítulo Uno

 

Amanda Altman había vuelto a la ciudad.

No se hablaba de otra cosa y Nathan Battle estaba empezando a cansarse. No había nada que odiase más que ser el centro de las habladurías y ya lo había sido en una ocasión, hacía años.

Por suerte, había conseguido escapar de lo peor mudándose a Houston y metiéndose en la academia de policía y, más tarde, centrándose en su trabajo.

Pero en esa ocasión no iba a funcionar. Tenía su casa allí y no iba a marcharse a ninguna otra parte. Sobre todo, porque Nathan Battle no huía. Así que tendría que lidiar con aquello hasta que surgiese otro tema del que hablar en el pueblo.

Así era la vida en Royal, Texas. Un pueblo demasiado pequeño para tener intimidad y demasiado grande como para tener que repetir el mismo cotilleo una y otra vez.

Ni siquiera allí, pensó Nathan, entre las sagradas paredes del Club de Ganaderos de Texas, podía escapar de las habladurías ni de la especulación. Incluso de su mejor amigo.

—Entonces, Nathan —le dijo Chance sonriendo con malicia—. ¿Ya has visto a Amanda?

Nathan miró al hombre que tenía enfrente. Chance McDaniel era el dueño del rancho y hotel McDaniel’s Acres. Chance había heredado el terreno de su familia y había decidido construir en él, y había hecho muy buen trabajo.

—No —se limitó a responder él.

Se dijo que, siendo conciso, transmitiría mejor el mensaje. Y tal vez le habría funcionado con cualquier otra persona, pero Chance no se iba a dar por vencido tan pronto. Eran amigos desde hacía demasiado tiempo y no había nadie que lo conociese mejor que él.

—No vas a poder evitarla eternamente —comentó Chance, dándole un sorbo a su copa de whisky.

—Por el momento ha funcionado —le respondió Nathan, levantando también su vaso.

—Por supuesto —dijo su amigo riendo—. Por eso llevas un par de semanas tan tranquilo.

Nathan frunció el ceño.

—¿Y te parece gracioso?

—No te imaginas cuánto —admitió su amigo, haciendo una mueca—. Entonces, sheriff, ¿dónde te tomas el café si estás evitando ir al Royal Diner?

Nathan agarró su copa con fuerza.

—En la gasolinera.

Al oír aquello, Chance se rio a carcajadas.

—Debes de estar muy desesperado. Tal vez sea buen momento para aprender a hacer un buen café tú solo.

—Y tal vez sea buen momento para que me dejes en paz —replicó Nathan, molesto.

Toda su rutina se había trastocado cuando Amanda había vuelto a Royal. Solía empezar el día tomándose un buen café y en ocasiones unos huevos en la cafetería. La hermana de Amanda, Pam, siempre le tenía el café preparado cuando llegaba. Pero desde que Amanda había vuelto a su mundo, había tenido que conformarse con el horrible café de la gasolinera y un bollo industrial.

Por mucho que intentase evitarlo, Amanda le estaba fastidiando.

—En serio, Nate —continuó Chance en voz baja para que los demás miembros del club allí presentes no lo oyeran—, es evidente que Amanda ha venido para quedarse. Al parecer, está haciendo algunos cambios en la cafetería e incluso está buscando una casa, o eso dice Margie Santos.

Nathan también lo había oído. Margie era la agente inmobiliaria de Royal y una de las personas más cotillas del pueblo. Si Margie decía que Amanda estaba buscando un lugar en el que vivir era porque iba a quedarse una buena temporada.

Lo que significaba que él no podría seguir haciendo como si no estuviese allí durante mucho tiempo más.

Era una pena, porque por fin había conseguido dejar de pensar en ella. O casi. Unos años antes, no había podido pensar en otra cosa, día y noche. La pasión que habían compartido lo había consumido por completo.

Incluso habían llegado a estar prometidos.

Frunció el ceño y clavó la vista en su copa de whisky. «Los tiempos cambian», reflexionó.

—Vamos a hablar de otra cosa, Chance —murmuró, mirando a su alrededor.

Mientras su amigo empezaba a hablar del rancho, Nathan pensó que el club no había cambiado prácticamente nada a lo largo de los años. El tiempo parecía haberse detenido en él. A pesar de que las mujeres eran oficialmente aceptadas, la decoración no había cambiado: las paredes estaban forradas con paneles de madera, los sofás y los sillones eran de piel oscura, las paredes estaban adornadas con bodegones de caza y había una enorme pantalla de televisión en la que se visionaban todos los acontecimientos deportivos de Texas.

El aire olía a cera con aroma a limón y tanto los suelos de madera como las mesas brillaban bajo la luz de la lámpara. La televisión estaba encendida, pero sin voz, y había varios miembros del club sentados leyendo el periódico y charlando.

Una risa de mujer inundó el salón y Nathan sonrió al ver que Beau Hacket se estremecía. Beau tenía casi sesenta años y pensaba que aquel no era un lugar para las mujeres, que ellas debían quedarse en casa, en la cocina y, además, lo decía sin ningún pudor.

En esos momentos, Beau miró a su alrededor con el ceño fruncido.

Nadie hizo ningún comentario, pero Nathan sintió la tensión en el ambiente. Estaban allí porque iba a celebrarse la reunión semanal del club y a la vieja guardia no le gustaba que hubiese mujeres.

—Parece que Abigail se está divirtiendo —murmuró Chance.

—Abby siempre se está divirtiendo —respondió Nathan.

Abigail Langley Price, casada con Brad Price, había sido la primera mujer miembro del club. Y, por supuesto que se estaba divirtiendo, porque ya tenía otras mujeres con las que charlar. No obstante, no le había sido fácil abrirse un hueco allí. A pesar de haber contado con el apoyo de Nathan, Chance y otros miembros del club, había tenido que luchar por hacerse sitio y Nathan la admiraba por ello.

—¿A ti no te resulta extraño, que haya mujeres en el club? —le preguntó Chance.

—No —respondió él terminándose su copa y dejándola en la mesa, delante de él—. Me resultaba más extraño que no has hubiese.

—Sí —dijo su amigo—. Te entiendo. Pero a algunos hombres, como Beau, no les hace ninguna gracia.

Nathan se encogió de hombros.

—Algunos hombres, como Beau, necesitan estar siempre quejándose de algo. Se acostumbrarán.

Luego le dijo a su amigo lo que había estado pensando solo unos minutos antes:

—Los tiempos cambian.

—Eso es cierto. Fíjate en lo que vamos a votar esta noche.

Nathan se sintió aliviado al ver que su amigo no volvía a hablarle de Amanda e intentó centrarse él también en la votación. Con la llegada de las mujeres al club, se habían propuesto ideas nuevas y esa noche iba a votarse una de las más importantes.

—¿La guardería?

Chance asintió.

—Los miembros más conservadores se van a enfadar más que nunca.

—Es cierto —dijo Nathan—. Aunque a mí me parece que tiene sentido, tener un lugar donde dejar a los niños mientras sus padres están aquí. Tenía que haberse hecho hace años.

—Pienso lo mismo que tú, pero me temo que Beau no va a estar de acuerdo.

—Beau nunca está de acuerdo con nada —comentó Nathan riendo.

Al ser el sheriff, Nathan tenía que lidiar con Beau de manera regular, ya que el hombre se quejaba de todo.

—Cierto.

El reloj que había encima de la chimenea de piedra dio las campanadas y ambos se pusieron en pie.

—Supongo que es hora de que empiece la reunión.

—Va a ser divertido —comentó Chance, siguiendo a Nathan hacia la sala de reuniones.

 

 

Una hora más tarde seguían discutiendo acerca de la guardería. Beau Hacket tenía el apoyo de Sam y Josh Gordon, los gemelos dueños de Gordon Construction.

—Yo diría que Sam Gordon cada vez se parece más a Beau Hacket —le comentó en un susurro Nate a su amigo Alex Santiago.

—Estoy de acuerdo —respondió su amigo, también en voz baja—. Incluso su gemelo parece sorprendido.

Alex llevaba poco tiempo en Royal, pero había hecho muchos amigos en el pueblo y se había integrado bien. Era inversor de capital de riesgo y tenía mucho dinero, así que pronto se había convertido en una de las personas más influyentes del pueblo. Nate se había preguntado alguna vez qué hacía un hombre tan rico en un lugar como Royal, pero también era probable que muchas personas se preguntasen qué hacía él de sheriff allí. Era dueño de la mitad del rancho Battlelands, así que no necesitaba trabajar para vivir.

Nate miró a los miembros presentes en la reunión. No estaban todos, pero eran suficientes para votar. Ryan Grant, que había sido una estrella de los rodeos, estaba asistiendo a su primera reunión y parecía divertido. Dave Firestone, cuyo rancho estaba al lado del de la familia de Nathan, se había puesto cómodo en la silla y observaba la discusión como si estuviese viendo un partido de tenis. Chance estaba sentado al lado de Shannon Morrison, que parecía estar deseando levantarse y decirle a Beau Hacket lo que pensaba de sus opiniones.

Y luego estaba Gil Addison, presidente del club, presidiendo la mesa. A juzgar por cómo le brillaban los ojos, estaba llegando al límite de su paciencia.

Justo entonces, Gil golpeó la mesa con su mazo hasta que consiguió que todo el mundo guardase silencio y dijo:

—Ya es suficiente. Vamos a votar. Quien esté a favor de que se cree una guardería en el club, que diga «sí».

Todas las mujeres votaron a favor rápidamente, incluidas Missy Reynolds y Vanessa Woodrow, y Nathan, Alex, Chance y varios hombres más las apoyaron.

—Quien esté en contra, que diga «no» —añadió Gil.

Los votos en contra fueron pocos.

Gil volvió a golpear la mesa con el mazo.

—Moción aprobada. El Club de Ganaderos de Texas tendrá una guardería.

Beau y los miembros de la vieja guardia estaban furiosos, pero no podían hacer nada al respecto.

Nathan los vio salir por la puerta y casi sintió pena por ellos. Los comprendía, pero uno no podía quedarse anclado en el pasado. El mundo cambiaba todos los días y había que evolucionar con él. Una cosa eran las tradiciones y, otra muy distinta, quedarse atrapado en el barro.

Las cosas cambiaban y lo mejor era aceptarlo y adaptarse. Y eso mismo tendría que hacer él con Amanda.

—Es estupendo —dijo Abigail Price sonriendo de oreja a oreja a todo el mundo—. Y nuestra Julia será la primera en estrenarla.

—Por supuesto que sí, cariño —le contestó su marido—. Es una pena que Beau y los demás se hayan disgustado, pero lo superarán.

—Tú ya lo has hecho —le recordó Abigail sonriendo.

Nate pensó que era cierto. Brad Price había hecho todo lo posible por evitar que Abby entrase en el club, y después se habían enamorado y casado, y tenían una niña preciosa.

—¿Por qué no vamos a tomar un café y un trozo de tarta? —sugirió Alex a todo el mundo.

—Buena idea —respondió Chance, mirando a Nathan.

Él se dijo que tenía unos amigos muy pesados. Estaban intentando que viese a Amanda, pero no iba a funcionar. Ya la vería. Cuando llegase el momento. A su manera. No quería montar un espectáculo para todo el pueblo.

—No, gracias —respondió, levantándose—. Tengo que ir al despacho a terminar unos papeles y después me marcharé a casa.

—¿Sigues escondiéndote? —murmuró Alex.

—Es complicado esconderse en un pueblo del tamaño de Royal.

—Pues que no se te olvide —le dijo Chance.

Molesto, Nathan apretó los dientes y se marchó. No merecía la pena discutir.

 

 

Amanda estaba tan ocupada que no tenía tiempo de preocuparse por Nathan.

O casi.

Lo cierto era que, a pesar de tener que ocuparse de la cafetería familiar, de buscar casa y de conseguir que le arreglasen la transmisión del coche, todavía tenía espacio en la cabeza para Nathan Battle.

—Es lo normal —se dijo por enésima vez esa mañana.

Volver a Royal había removido todos los recuerdos, que eran muchos.

Conocía a Nathan prácticamente de toda la vida y había estado loca por él desde los trece años. Todavía recordaba la emoción que había sentido cuando Nathan, en último año de instituto, la había llevado a ella, que estaba en primero, al baile de fin de curso.

—Si nos hubiésemos quedado ahí, la historia habría tenido un final feliz —murmuró mientras rellenaba el agua de la cafetera y el café recién molido.

Le dio al botón de la máquina y luego se giró a mirar a su alrededor. A pesar de los cambios que había realizado en la cafetería en las últimas semanas, seguía sintiéndose allí como en casa.

Había crecido en la cafetería de sus padres y había trabajado en ella cuando había sido lo suficientemente mayor. Royal Diner era toda una institución en el pueblo y ella estaba decidida a que siguiese siéndolo. Por eso había vuelto a casa después de la muerte de su padre, para ayudar a su hermana mayor, Pam, a llevar el negocio.

Al recordar aquello, Amanda puso los hombros rectos y asintió. No había vuelto por Nathan Battle. Aunque se estremeciese solo de pensar en él. Eso no significaba nada. Su vida había cambiado.

Ella había cambiado.

—Amanda, cariño, ¿cuándo vas a casarte y a venirte conmigo a Jamaica?

Salió de sus pensamientos y sonrió al ver a Hank Bristow, que tenía ochenta años y, como ya no podía trabajar en el rancho familiar, pasaba la mayor parte de su tiempo en la cafetería, charlando con sus amigos.

—Hank, solo me quieres por mi café —respondió Amanda, rellenándole la taza que el anciano tenía en la mano.

—Una mujer que sabe hacer bien el café vale su peso en oro —comentó él muy serio.

Ella sonrió, le dio una palmadita en la mano y recorrió la barra con la jarra de café recién hecho en la mano para atender a sus demás clientes. Era todo tan… fácil. Había recuperado su vida en Royal como si jamás se hubiese marchado de allí.

—¿Por qué has encargado cartas nuevas?

Amanda pensó que tal vez no todo fuese tan fácil. Se giró hacia Pam, que, como de costumbre, parecía enfadada con ella. En realidad, nunca se habían llevado bien. Ella había vuelto a Royal principalmente para ayudarla, pero lo cierto era que necesitar ayuda y quererla eran dos cosas diferentes.

Amanda volvió a recorrer la barra, dejó la cafetera y respondió:

—Porque había que cambiar las viejas. Estaban rotas. Y los menús, desfasados.

Vio que Hank las miraba con interés y bajó la voz para añadir:

—Ya no servimos la mitad de las cosas que aparecían en ellas, Pam.

Su hermana, que era de estatura baja y pelo castaño, iba vestida con una camiseta roja, vaqueros y unas sandalias moradas, y golpeaba con una de ellas el suelo de la cafetería.

—Nuestros clientes habituales lo saben. No les gustan los menús modernos, Amanda.

Ella suspiró.

—Las cartas nuevas no son modernas, pero por lo menos no son cutres.

Su hermana resopló.

—Está bien, lo siento —dijo Amanda, haciendo acopio de paciencia—. Estamos en esto juntas, ¿no? Me dijiste que necesitabas ayuda y he venido a ayudarte. Vamos a llevar la cafetería juntas.

Pam se quedó pensativa unos segundos y luego respondió.

—Yo no te pedí que vinieras y tomases las riendas.

—No estoy tomando las riendas, Pam. Estoy intentando ayudar.

—¿Cambiándolo todo? —inquirió su hermana.

Luego bajó la voz y continuó:

—Aquí se valora la tradición. ¿O es que se te ha olvidado, después de vivir en Dallas tanto tiempo?

Amanda no pudo evitar sentir una punzada de culpabilidad. Era cierto que no había ido mucho por Royal en los últimos años. Y sabía que tenía que haberlo hecho. Después de la muerte de su madre, años antes, su padre, Pam y ella se habían distanciado. Y Amanda sabía que lamentaría durante el resto de su vida no haber pasado más tiempo con su padre cuando había podido hacerlo.

Pero ella había crecido en la cafetería, igual que Pam. Así que tampoco le resultaba fácil cambiar las cosas. En parte, odiaba deshacerse de cosas que su padre había llevado allí, pero los tiempos cambiaban, lo quisiesen o no.

—Papá nos contó que cuando heredó el negocio de su padre hizo muchos cambios —argumentó.

Pam frunció el ceño.

—No se trata de eso.

Amanda respiró hondo. Olía a café recién hecho, a huevos y beicon.

—Entonces, ¿de qué se trata, Pam? Me pediste que volviese a casa a ayudarte, ¿recuerdas?

—A ayudarme, no a asumir el mando.

Tal vez hubiese realizado los cambios demasiado pronto. Tal vez no se hubiese tomado el tiempo de hablarlos con su hermana antes de tomar las decisiones. Era cierto, y estaba dispuesta a admitirlo. Aunque en su defensa tenía que decir que casi no había visto a Pam desde que había vuelto al pueblo. No obstante, sabía que si se lo decía volverían a discutir, así que se lo calló.

—Tienes razón —dijo, viendo cómo su hermana ponía gesto de sorpresa—. Tenía que haber hablado contigo de las cartas. Y también de la barra y las mesas. Y… no lo hice.

Hizo una pausa para mirar a su alrededor.

—Supongo que no me había dado cuenta de lo mucho que había echado de menos este lugar. Y, cuando volví, me zambullí directamente en él.

—No me puedo creer que hayas echado de menos la cafetería —murmuró Pam.

Amanda se echó a reír.

—Yo tampoco. Las dos trabajamos tanto aquí de niñas, que jamás pensé que querría volver a hacerlo de adulta.

Pam suspiró y se apoyó en la barra. Miró con el ceño fruncido a Hank, que seguía intentando escuchar su conversación. El anciano puso los ojos en blanco y apartó la vista.

—Me alegro de que estés aquí —dijo Pam por fin—. Y creo que, juntas, deberíamos ser capaces de llevar este sitio y de tener nuestra vida.

—Por supuesto —respondió Amanda sonriendo.

—Pero he dicho «juntas», Amanda —añadió Pam con firmeza—. No tomes tú todas las decisiones y esperes a que me entere de que has cambiado la carta cuando ya está hecho.

—Tienes toda la razón. Tenía que haber hablado contigo y lo haré a partir de ahora.

—Bien —dijo Pam—. Me alegro. Ahora, tengo que salir. He quedado con un proveedor nuevo de verduras orgánicas y…

Amanda sonrió y dejó de escuchar a su hermana. Su mirada recorrió el local y luego se posó en la calle. La calle principal de Royal. Las aceras ya estaban llenas de personas que habían madrugado para hacer las compras. Había coches aparcados en la curva. Y el sheriff avanzaba por la acera, hacia la cafetería.

El sheriff iba hacia la cafetería.

A Amanda se le aceleró el corazón, se le secó la boca y no pudo apartar la mirada del único hombre del mundo al que, al parecer, era incapaz de olvidar.

 

 

Nathan supo que tenía que enfrentarse a Amanda.

Dejó a su ayudante, Red Hawkins, en el despacho y salió a la calle. Hacía una mañana soleada, que auguraba la llegada del caluroso verano a Texas.

Y eso le encantaba.

Saludó a los viandantes y se detuvo a sujetarle una puerta a Macy Harris, que iba con un bebé en un brazo y un niño pequeño de la mano.

Aquel era su sitio. Nathan había tenido que pasar unos años en Houston, trabajando de policía, para darse cuenta, pero había vuelto y sabía que jamás volvería a marcharse de Royal. Había encontrado su lugar y no iba a permitir que Amanda Altman le hiciese sentirse incómodo en él.

Así que avanzó por la calle, sorteando algún coche, directo a Royal Diner.

Era un lugar emblemático en el pueblo. Na-than recordaba haber ido allí de niño con sus padres y, más tarde, de adolescente, reunirse allí con sus amigos después de los partidos de fútbol y en las largas y aburridas tardes de verano.

Era el corazón no oficial del pueblo, lo que significaba que había gente a cualquier hora del día. Gente que observaría su reencuentro con Amanda con interés.

—Me da igual —murmuró justo antes de llegar a la puerta de cristal—. Que hablen todo lo que quieran.

Abrió la puerta, entró y se detuvo, miró a su alrededor y se dio cuenta de que habían pintado las paredes, que ya no eran blancas, sino de un color verde claro, y estaban adornadas con fotografías del local a lo largo de los años. También habían cambiado la barra, que seguía siendo roja, pero era nueva y brillante. Habían pulido los suelos de baldosas blancas y negras y habían renovado los sillones de vinilo rojo. Había sillas nuevas alrededor de las mesas y la luz del sol entraba por las ventanas, que daban a la calle principal.

Pero, en realidad, a él no le importaba nada de eso.

¿Cómo iba a importarle?

Tenía todos los sentidos puestos en la mujer que había detrás de la nueva barra, mirándolo.

Amanda Altman.

Vaya. Estaba demasiado guapa.

Nathan respiró hondo. No había esperado sentir aquella repentina oleada de calor. Se había convencido a sí mismo de que se había olvidado de ella, de que había olvidado cómo había sido estar con ella.

Pero se había equivocado.

—Hola, Nathan.

—Amanda —la saludó, ignorando los murmullos a su alrededor.

Ella se fue hasta un extremo de la barra y se colocó detrás de la caja registradora. ¿Sería un movimiento defensivo?

En cualquier caso, eso lo relajó y le dio confianza. Al parecer, a Amanda tampoco le gustaba aquel encuentro público.