Everfound - Neal Shusterman - E-Book

Everfound E-Book

Neal Shusterman

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Beschreibung

Los aliados de Mary Hightower, que yace en un ataúd de cristal, han emprendido su espantosa misión. A su ejército se une un recién llegado: Jix, espía del rey maya de Everlost, cuyas intenciones puede que no sean tan claras como creen. Mikey intenta desesperadamente rescatar a Allie, mientras que Nick apenas recuerda quién era antes. Y entretanto, a medida que se forjan nuevas alianzas e intrigas, la lucha por el alma de Everlost llega a su punto álgido. En la evocadora trilogía de Everlost, Neal Shusterman -autor de libros tan exitosos como Siega y ganador del Premio Nacional de Literatura Juvenil en Estados Unidos- explora temas como la vida, la muerte y lo que podría haber a medio camino.

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Título original: Everfound

Spanish language copyright © 2023 by Nocturna Ediciones

Original English language edition: Copyright © 2011 by Simon & Schuster

Text copyright © 2011 by Neal Shusterman

Published by arrangement with Simon & Schuster Books For Young Readers, an imprint of Simon & Schuster Children’s Publishing Division. All rights reserved. No part of this book may be reproduced or transmitted in any form or by any means, electronic or mechanical, including photocopying, recording or by any information storage and retrieval system, without permission in writing from the Publisher.

© de la traducción: Adolfo Muñoz. Traducción cedida por Grupo Anaya, S.A.

© de la presente edición: Nocturna Ediciones, S.L.

c/ Corazón de María, 39, 8.º C, esc. dcha. 28002 Madrid

[email protected]

www.nocturnaediciones.com

Primera edición en Nocturna: junio de 2023

ISBN: 978-84-19680-14-3

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com; 91 702 19 70 / 93 272 04 47).

Para la bibliotecaria de la escuela de primaria en que estudié,

que me convirtió en lector.

Gracias, señora Shapiro,

¡dondequiera que esté usted!

Escribir Everfound, como toda la trilogía de «Everlost», ha sido un fantástico viaje, y han sido muchas las personas que han contribuido a hacer posible ese viaje. En primer lugar, me gustaría darle las gracias a mi editor, David Gale, así como a Justin Chanda, a Navah Wolfe, a Paul Crichton y a toda la gente de Simon & Schuster por creer en estos libros.

Gracias a mis padres por estar siempre ahí, y a mis hijos Brendan, Jarrod, Erin, y en especial a Joelle, que leyó el primitivo esbozo de Everfound y me hizo importantes observaciones.

Gracias a Chris Goethals por su asombroso apoyo, que continuó durante todos los dolores del parto de Everfound, y por ser una guía constante. Mi más profunda gratitud a mi ayudante, Wendy Doyle, que trabajó incansablemente tanto transcribiendo mis incoherentes divagaciones como encontrando traducciones al ruso y al swahili (aun cuando terminé por no utilizar estas últimas). Y ya que hablo de traducción, gracias a Gabriela Hebin, por corregir mi dudoso castellano.

Gracias a Andrea Brown, Trevor Engelson, Nick Osborne, Shep Rosenman, Lee Rosenbaum y Danny Greenberg, que impidieron que mi trayectoria profesional se hundiera hasta el centro de la Tierra. Igualmente, quiero transmitir mi sincero reconocimiento a Naketha Mattocks, a Allison Thomas, a Gary Ross y a Jeff Kirschenbaum por concebir el sueño de imaginar estos libros como películas, y mantener el entusiasmo de que ese sueño se haga realidad un día.

Quisiera dar las gracias a Daniel J. Grossman por su página web (airships.net), que contiene asombrosa información sobre el Hindenburg.

Y a Brody Kelley, Amber Loranger, a Alex Easton y al resto de mis fans en Facebook y seguidores de Twitter, por propagar comentarios sobre estos libros.

Gracias a ese niño que preguntó: «¿Qué le ocurre a un secuestrador de piel cuando lo desconectan?». ¡Esas son las cosas que mantienen despierto a un escritor!

EVERFOUND

PREGUNTAS FRECUENTES QUE LE HACEN A ALLIE LA APARTADA

Si acabas de despertar en Everlost, tal vez te sientas asustado y confundido. No te preocupes, todo irá bien. Más o menos. A mí me llaman Allie la Apartada, y he preparado aquí una lista de preguntas que suelen hacerse los recién llegados. Creo que resultará útil leerlas, incluso para los que llevan ya un tiempo aquí, pues en Everlost es demasiado fácil olvidar…

¿QUÉ ES EVERLOST?

Everlost es un mundo intermedio entre la vida y la muerte. Si te has quedado aquí es porque no llegaste a la luz. Por supuesto, a nuestro alrededor, nosotros seguimos viendo el mundo de los vivos. Pero ya no somos parte de él.

¿POR QUÉ NO CONSIGO TOCAR NADA NI HABLAR CON LA GENTE? ¿POR QUÉ EL MUNDO QUE ME RODEA PARECE BORROSO Y DESVAÍDO?

Estás muerto. Acéptalo. Eres un espíritu o, como nosotros decimos, una neoluz. Nos llamamos neoluces porque emitimos un leve resplandor, circunstancia que nos facilita ver las cosas en la oscuridad. Somos nuestra propia linterna, vamos. A las neoluces que acaban de despertar las llamamos «almas verdes».

ERA INVIERNO CUANDO PASÉ A EVERLOST, PERO AHORA ES OTOÑO. ¿POR QUÉ?

Todas las neoluces duermen nueve meses al pasar a Everlost. Ese es el tiempo que lleva «nacer» en Everlost. A los espíritus que aún no han despertado los llamamos «entreluces».

¿POR QUÉ ME HUNDO EN EL SUELO Y ME QUEDO PARADO?

Tú eres un espíritu, y los espíritus pueden atravesar las paredes. Y el suelo no es más que una pared que se encuentra bajo los pies. Nos hundimos más aprisa en un suelo de madera que en uno de hormigón, de tierra o de piedra. Es preferible mantenerse fuera de los edificios del mundo de los vivos, pues de lo contrario puede uno encontrarse hundiéndose hasta el centro de la Tierra.

SI SOY UN FANTASMAa, ¿POR QUÉ ALGUNOS LUGARES RESULTAN SÓLIDOS PARA MÍ?

Esos lugares son lo que se llama «puntos muertos». Los lugares que ya no existen pero que fueron muy apreciados o muy importantes en algún sentido esencial también cruzan a Everlost, al igual que los objetos muy queridos.

¿QUÉ ES ESA EXTRAÑA MONEDA QUE TENGO EN EL BOLSILLO?

¡No la pierdas, y tampoco dejes que nadie te la quite! Esa moneda te llevará adonde tienes que ir, cuando de verdad estés preparado para ello.

EH…, ¿ADÓNDE IBA YO?

Me gustaría saberlo, pero los que estamos en Everlost no podemos ver en la luz que se encuentra al final del túnel, así que nadie sabe lo que hay allí. Tal vez haya lo que tú crees que hay… o tal vez no.

¿CUÁNTO TIEMPO ESTARÉ EN EVERLOST?

Eso depende. Si estás preparado para irte, y conservas tu moneda, podrás irte muy pronto. Pero si pierdes la moneda, o decides quedarte, puedes permanecer aquí bastante tiempo.

NO PARA DE OCURRIRME ALGO MUY EXTRAÑO: ME QUEDO METIDO DENTRO DE PERSONAS VIVAS. OIGO SUS PENSAMIENTOS, Y PARECE QUE ME APODERO DE SU CUERPO. ¿QUÉ ES LO QUE ME OCURRE?

Si te pasan esas cosas, es que eres un secuestrador de piel. ¡Enhorabuena! Gozas de uno de los dones más asombrosos del mundo, puedes entrar en quien quieras. Pero tienes que tener cuidado y emplear ese don con prudencia. Yo misma soy secuestradora de piel, así que sé lo tentador que resulta abusar de esa habilidad. Es muy importante que recuerdes que no debes quedarte mucho tiempo en el mismo cuerpo, ¡o de lo contrario no podrás salir!

¿POR QUÉ YO PUEDO SECUESTRAR LA PIEL Y OTROS NO?

Porque tú no estás completamente muerto. Tu cuerpo se encuentra en coma.

YO NO SOY CAPAZ DE SECUESTRAR LA PIEL, PERO SÍ QUE ME VEO CAMBIANDO DE MODO EXTRAÑO. ¿POR QUÉ?

Somos lo que recordamos. Si recordamos que teníamos las orejas grandes, nuestras orejas se irán haciendo más grandes poco a poco. Si recordamos que teníamos pecas, empezarán a aparecernos pecas por todas partes. Yo tenía un amigo que murió con una mancha de chocolate en la cara, y será mejor que no te cuente lo que le pasó…

¿POR QUÉ ME DESCUBRO HACIENDO LAS MISMAS COSAS UNA Y OTRA VEZ, UN DÍA TRAS OTRO?

¿Te acuerdas de que la gente que ve fantasmas los describe como haciendo la misma cosa una y otra vez? Bien, pues nosotros somos fantasmas. Intenta romper esa rutina si puedes, o de lo contrario te encontrarás con que han pasado los años sin que te hayas dado cuenta. Es más fácil romper la rutina si hay secuestradores de piel a tu alrededor.

NO CONSIGO RECORDAR MI NOMBRE, ¡Y ESO ME DA MIEDO!

A menos que seas un secuestrador de piel, tendrás tendencia a olvidar las cosas. Tal vez olvides todo lo que te ha sucedido en la vida. Por eso muchas neoluces tienen apodo: porque no recuerdan su nombre verdadero. Los secuestradores de piel también pueden tener apodo, pero por razones completamente distintas.

HE ÓIDO HABLAR MUCHO DE MARY HIGHTOWER, Y DE CÓMO PUEDE AYUDARME. ¿DEBERÍA IR EN SU BUSCA?

¡Desde luego que no! No importa lo que te digan, Mary Hightower NO es amiga tuya…, y si te topas con alguno de sus libros, recuerda que la mitad de lo que leas en ellos será mentira. ¡Lo malo es que no sabrás cuál es esa mitad!

ME ACABO DE CAER POR UN ACANTILADO Y NI SIQUIERA ME HE HECHO DAÑO. ¿CÓMO ES POSIBLE?

Según mi experiencia, en Everlost no podemos sentir dolor físico. Las heridas curan al instante, y los huesos rotos se recomponen, porque en realidad no son huesos, tan solo un recuerdo de huesos.

ODIO INTENSAMENTE LA CAMISA QUE LLEVO PUESTA, PERO NO CONSIGO QUITÁRMELA. ¿QUÉ PASA?

Estás ligado a todo aquello con lo que moriste. Ahora forma parte de ti, una parte tan permanente como tu piel. Puedes cubrir la camisa con otra cosa, si consigues encontrar alguna prenda que haya cruzado a Everlost, pero no puedes quitarte lo que llevabas puesto al morir. Alégrate de no haber muerto con aquel disfraz de árbol que llevabas en la obra de teatro de fin de tercero, ni con una de esas máscaras de lucha libre…

¿NO HAY ADULTOS EN EVERLOST?

No. Y para explicarlo hay muchísimas teorías. Algunos dicen que los adultos cruzan con tanto equipaje que se hunden hasta el centro de la Tierra, pero yo no lo creo. Lo que yo creo es que cuanto mayor es uno, más difícil es salirse del túnel. Para los adultos, ese túnel que conduce a la luz es tan sólido que no hay manera de escaparse. Así que van adonde tienen que ir, quieran o no.

¿HE VISTO DE VERDAD LO QUE ME PARECE HABER VISTO? ¿UN GLOBO PLATEADO Y GIGANTESCO, EN MEDIO DEL CIELO?

Se trata de un dirigible, un globo de estructura rígida, a diferencia de los mongolfier. Para ser más exactos, lo que has visto es el Hindenburg, que se incendió en 1937. Desde entonces permanece aquí, en Everlost.

¿QUÉ ES UN VAPOR?

Es lo que tú llamarías un grupo de neoluces. Ya sabes: lo correcto es decir «un cardumen de peces», «una recua de asnos» y «un vapor de neoluces». Es Mary la que se inventó el palabro. Le encantan esas cosas.

EN REALIDAD, ESTOY BASTANTE CONTENTO CON TODO ESTO. DE HECHO, ME ENCUENTRO MEJOR QUE NUNCA.

Entonces estás listo para irte. ¡Te deseo un buen viaje hacia la luz!

TENGO MUCHÍSIMAS PREGUNTAS MÁS, ¿ME LAS PODRÍAS RESPONDER?

Lo siento, hay cosas que tendrás que aprender por ti mismo. ¡Buena suerte!

ALLIEe LA APARTADA

PRIMERA PARTE

Anudamiento infernal

1

Jix

El muchacho secuestró un jaguar, deslizándose al interior de su esbelto cuerpo y relegando al sueño su mente felina. Acababa de apoderarse del animal, y ahora poseía su carne, dotada de esa magia muscular erigida sobre cuatro patas, aquel armazón perfectamente diseñado para correr, para acechar, para matar…

Se había puesto el nombre de Jix (una de las múltiples palabras que tienen los mayas para «jaguar»), debido a su inclinación por los grandes felinos, y nunca desperdiciaba la ocasión de secuestrar uno. De entre todos ellos, prefería a los jaguares salvajes que vivían en las selvas de la península mexicana de Yucatán, que eran criaturas que no habían perdido su deseo de cazar.

La especialidad de Jix era el rastreo y acecho de neoluces a las que Su Majestad el Rey consideraba una amenaza. Neoluces tales como la Bruja de Oriente, a la que llamaban Mary Hightower.

Su Majestad había creado una barrera de viento en el río Misisipi para impedir que pasaran ella y otros posibles intrusos, pero la Bruja de Oriente era astuta y tozuda. Con la ayuda de sus propios secuestradores de piel, había destruido un puente del mundo de los vivos, haciendo que cruzara a Everlost. Después, con un tren lleno de esclavos y seguidores, había cruzado el río impulsada por una potente locomotora.

Al menos eso era lo que se contaba.

Otros decían que ella en persona no había llegado a viajar porque le había sucedido algo extraño y misterioso, pero nadie se ponía de acuerdo en qué era eso que le había sucedido. Había desaparecido en el aire. O se había derretido. O se había convertido en piedra. O se había convertido en carne. Cada nueva teoría era más estrafalaria que la anterior, y nadie estaba muy seguro de que fuera cierta ninguna de ellas.

Se le ordenó a Jix que vigilara muy de cerca. Que descubriera cuántos eran, cuáles eran sus intenciones, y que volviera ante el rey a contárselo todo. Si aquellas neoluces intrusas eran una verdadera amenaza, habría que encargarse de ellas rápidamente, y no volverían a ver la luz del día. Todo dependía de las informaciones que trajera Jix.

—Deberías secuestrar al piloto de alguna máquina voladora —le había sugerido Su Majestad a Jix—. Porque en este asunto la rapidez nos complacería mucho.

Sin embargo, Jix se había resistido.

—Pero, señor, mi habilidad para acechar proviene de los dioses jaguares. Si hago mi viaje de modo impuro, se enojarán y me despojarán de mi don.

Su Majestad había hecho entonces un gesto displicente con la mano.

—Haz como te plazca, siempre y cuando nos traigas lo que te demandamos.

El rey siempre decía «nos» y «nosotros» para referirse a sí mismo, aunque no hubiera nadie más con él en la sala.

Así, un soleado día de otoño, Jix partió en el secuestrado cuerpo de un jaguar, y encarnado en ese veloz animal, atravesó ríos y montañas, descansando cuando tenía que hacerlo, pero nunca durante mucho tiempo. Al acercarse a pueblos humanos, oía diferentes lenguas. Restos de lenguas antiguas, además de español e inglés. Cuando oyó inglés y vio carteles escritos en esa lengua, comprendió que ya se encontraba cerca, pese a que no lo habían visto ni una vez, pues para pasar desapercibido contaba con las mejores habilidades de las dos especies: los agudos sentidos de un jaguar y las facultades de la mente humana.

El tren fantasma había cruzado el puente de Memphis, así que hacia allí debería dirigirse él. Estaba seguro de que podría distinguir el olor de lo sobrenatural y seguir su rastro. Al acercarse más, sintió la emoción de la caza. Los intrusos no tenían ninguna posibilidad de escapársele.

2

Mascarón de proa

Si Allie Johnson podía encontrar algo agradable en el hecho de estar atada al frente de un tren, era las vistas. Las puestas de sol resultaban magníficas. Ni siquiera en Everlost, donde los colores y las texturas del mundo de los vivos aparecían desvaídas, casi apagadas, los espectaculares cielos perdían nada de su majestuosidad, y teñían las cambiantes hojas de noviembre de cada árbol, ya estuviera vivo o muerto, en tonos de fuego, antes de que la puesta de sol se disolviera en el anochecer. Eso le hacía preguntarse a Allie si las nubes, las estrellas y el sol no existirían al mismo tiempo en Everlost y en el mundo de los vivos. Indudablemente, la luna era la misma para los vivos y para los muertos.

«No, muertos no —tuvo que recordarse—. Atrapados entre la vida y la muerte…». Aunque Allie estaba más cerca de la vida que la mayoría de los que andaban por Everlost. Eso la convertía en una persona valiosa, eso la hacía peligrosa, y por eso se encontraba atada al frente de un tren fantasma.

Precisamente en aquel momento, Allie no disfrutaba de vistas magníficas. Lo único que podía ver era la portada de una blanca ermita de madera. La hubiera encontrado muy pintoresca de no ser porque la tenía a un palmo de la nariz.

El tren llevaba horas parado ante la ermita, mientras Milos, Speedo y un puñado de los mejores y más inteligentes muchachos de Mary Hightower se preguntaban qué hacer.

No parecía que pudieran preguntarle a la propia Mary.

Speedo, que goteaba eternamente agua del ridículo bañador que llevaba cuando murió, siempre ofrecía las soluciones más complicadas a los obstáculos que encontraban en el camino.

—Podríamos volver —sugirió—, buscar otra vía muerta y seguir por ella. —Pues un tren fantasma como aquel solo podía viajar por vías que ya no existieran en el mundo de los vivos.

Milos, que en ausencia de Mary hacía las veces de jefe, negó con la cabeza.

—Nos llevó mucho tiempo encontrar una vía que no fuera un callejón sin salida. ¿Qué posibilidades tenemos de encontrar otra? —Hablaba con un leve acento ruso que Allie en cierto momento había encontrado encantador.

—¿Por qué no os dais por vencidos y ya? —intervino Allie, que se encontraba en el sitio perfecto para interrumpirlos—. Al fin y al cabo, Milos, a estas alturas ya deberías estar acostumbrado a fracasar. ¡Lo haces tan bien…!

Milos la miró.

—Tal vez debiéramos atravesar la ermita —propuso Milos—, empleando tu cara como ariete.

Allie se encogió de hombros.

—Por mí no hay problema —dijo, sabiendo que no podía recibir heridas en Everlost—. Me encantará ver la cara que pones cuando el tren descarrile y se hunda hasta el centro de la Tierra.

Milos profirió un gruñido, sabiendo que Allie tenía razón. Uno podría pensar que al arremeter contra un edificio de madera, este simplemente se haría astillas, y el tren lo atravesaría sin problemas, pero Everlost no era el mundo de los vivos. La ermita había cruzado a Everlost, y las cosas que cruzan a Everlost son permanentes. No se podían romper, a menos que su finalidad fuera romperse. Ni se podían destruir a menos que estuvieran diseñadas para ello. Así que arremeter contra la ermita supondría descarrilar el tren, ya que la estabilidad del recuerdo de la ermita sería probablemente más fuerte que una locomotora de tren.

—¿Cómo es posible que esté eso ahí? —se preguntaba Speedo, furioso. Como maquinista, tenía una sola misión: mantener el tren en movimiento. Cualquier cosa que no fuera ese impulso hacia delante era competencia de Milos, y por tanto un fracaso de él. Típico de un niño de trece años. Milos, que había pasado a Everlost con dieciséis, lo veía todo con mucha más calma. Aun así, Allie se alegraba para sus adentros de que cada problema que encontraban hiciera parecer a Milos menos competente y digno de su cargo. El carisma no lo era todo.

—Esto está aquí —explicó Milos con calma— porque fue construido y derribado antes que las vías.

—Entonces —dijo Speedo, impaciente como siempre—, ¿por qué está en medio de nuestro camino?

Milos lanzó un suspiro, y Allie metió baza:

—Porque, lumbrera, si el mundo de los vivos derriba dos cosas en el mismo sitio y ambas cruzan a Everlost, nosotros tenemos que apechugar con las dos.

—¡No te hemos preguntado a ti! —soltó Speedo.

—Pero tiene razón —admitió Milos—. Mary lo llamaba «anudamiento».

—Efectivamente. Y también tenemos el «maryficamiento» —añadió Allie—, que consiste en el «inventamiento» de palabros por parte de Mary Hightower para parecer más lista de lo que en realidad es.

Speedo la fulminó con la mirada.

—Como vuelvas a decir algo sobre la señorita Mary, tu nuevo sitio estará dentro de la caldera.

—Anda, ve a que te sequen —le respondió ella, cosa que a él le irritó porque, como todo el mundo sabía, nadie podía hacer tal cosa. Allie odiaba el hecho de que Mary, que se autoproclamaba salvadora de los niños perdidos, hubiera sido elevada al estatus de diosa por su mera ausencia. En cuanto al anudamiento, Allie había encontrado muchos ejemplos a lo largo de sus viajes. El más extraño de todos consistía en una escuela de los años cincuenta que había sido erigida en el mismo lugar en que se había asentado un fuerte de la guerra de la Independencia. Cuando la escuela se incendió y cruzó a Everlost, el resultado era una extraña yuxtaposición de piedra y ladrillo, de aulas y patios de armas. En Everlost los dos edificios seguían existiendo en el mismo lugar, y se habían fundido de la manera más extraña que se pueda imaginar.

Las apariencias apuntaban allí a la misma clase de fenómeno: que los cimientos de la ermita y las vías del tren se habían combinado de tal modo que el ferrocarril quedaba enfrentado a un obstáculo insalvable y permanente.

Allie, sin embargo, sabía algo que no sabían ni Milos ni Speedo, y si jugaba bien sus cartas, podría negociar por fin su libertad.

—Yo conozco la manera de pasar la ermita —dijo Allie.

Speedo pensó que ella volvía a tomarles el pelo, pero Milos la conocía lo suficiente para saber que no diría tal cosa si no era verdad. Se subió al quitapiedras, encajándose entre el tren y la ermita para acercarse más a Allie. Lo suficiente para agarrarla, o para abofetearla, aunque Allie sabía que no haría tal cosa. Pese a todo, Milos era un caballero. Más o menos.

—¿Qué idea tienes? —le preguntó él.

—¿Por qué iba a decírtelo?

—Porque puedes mejorar tu situación —le dijo Milos—, si cooperas.

Eso era justo lo que Allie esperaba que dijera.

—No quiere más que hacernos perder el tiempo —murmuró Speedo.

Pero Milos no le hizo ningún caso, y se acercó más a ella para que Speedo no oyera lo que decía.

—No puedo ofrecerte la libertad —susurró—. Eres demasiado peligrosa.

—Pero no tengo por qué seguir atada a la locomotora.

—Es por tu propia seguridad —comentó Milos, tal como le había dicho antes—. Los niños de Mary quieren una cabeza de turco. Necesitan verte castigada, y como en Everlost no se puede sentir dolor, atarte delante del tren parece algo mucho más terrible de lo que realmente es. De hecho —añadió—, te envidio. Tu viaje hacia el oeste es mucho más interesante que el mío.

—Hay cosas peores que el dolor —le dijo Allie, pensando en la humillación que había tenido que soportar como cautiva expuesta en público.

—¿Qué te parece esto? —ofreció Milos—. Si lo que tienes que decir nos sirve de ayuda, continuarás tu cautiverio de un modo mucho más cómodo.

—Desátame primero —repuso Allie—, y te lo diré.

Milos sonrió.

—De eso nada.

Allie sonrió a su vez.

—Bueno, tenía que intentarlo.

Sabía que Milos era vanidoso e interesado, y que su conciencia no llegaba más allá de donde alcanzaban sus necesidades, pero tenía un código moral, si se le puede llamar así. Era un hombre de palabra. Era extraño que, después de todas las cosas terribles que le había visto hacer, Allie siguiera teniendo la impresión de que podía confiar en él.

—Veo muchas cosas desde este sitio —dijo Allie—. Cosas que los demás no veis. —Se calló, creando expectativas sobre lo que acababa de decir. Entonces prosiguió—: Vi algo cuando el tren entró en este valle, no hace ni un par de kilómetros.

—¿Qué es lo que viste? —preguntó Milos.

—Si no me desatas, tendrás que averiguarlo por ti mismo.

—Muy bien —dijo Milos—. No tenemos prisa. Ya encontraremos la manera de seguir el camino. —Entonces se volvió para mirar la blanca y vacía superficie de la pared de la ermita que tenían delante—. Mientras tanto, disfruta de las vistas.

* * *

Milos se alejó de Allie molesto, negándose a permitir que Allie lo utilizara. Era la prisionera, no él, aunque cada vez le embargaba más la impresión de tener las manos atadas. A su alrededor, docenas de los niños de Mary habían salido ya del tren. Unos jugaban al escondite o al pillapilla, moviéndose siempre lo bastante rápido para no hundirse en el mundo de los vivos. En el techo de los vagones había niñas que jugaban a la comba, y niños debajo de las ruedas jugando a las cartas, como si supieran que permanecerían allí parados durante días, tal vez semanas. De hecho, lo esperaban.

Por supuesto, siempre podían dejar el tren y seguir a pie, pero Milos había decidido que eso no sería prudente, pues el tren les servía de fortaleza, les protegía contra cualquier cosa con la que se cruzaran. Y aunque no habían visto a una sola neoluz desde que cruzaron el Misisipi, no significaba que no las hubiera.

En las semanas que llevaban como dueñas del tren, las neoluces de Mary se habían ido buscando cada una su propio rincón en el que encontrarse cómodas. El pasaje del tren se dividía según fronteras predecibles, o al menos predecibles según los niveles de Everlost. Había un vagón solo de chicas y un vagón solo de chicos, para aquellos que solo querían amigos de su mismo sexo. Había vagones de insomnes, para aquellos que renunciaban por completo al sueño, ya que dormir era opcional para las neoluces. Había un vagón para las neoluces deportivas que, cada vez que el tren se paraba, echaban a correr y se ponían a jugar a algún juego de pelota. También había un vagón para aquellos niños cuyas rutinas, a diario repetidas, consistían en actividades tranquilas y hogareñas. Y, naturalmente, estaban el vagón litera y el vagón prisión, que solo servían para la función que se les había asignado.

Para mantener a los niños de Mary felices y controlados, Milos ponía buen cuidado en que el tren se detuviera dos veces al día durante varias horas de recreo. Cada día, los juegos imitaban de modo inquietante los del día anterior, hasta las puntuaciones, las peleas y las cosas que los niños se gritaban unos a otros. Cada niño caía en su propio patrón personal, que repetía día tras día, y constituía lo que Mary llamaba «perfectición»: la repetición perfecta del día perfecto de un niño. Por su parte, Milos pensaba que cuanto más hondo cavaran los niños de Mary en el surco de su propio círculo personal, menos le molestarían a él.

Y luego había ocasiones como aquella, cuando el tren llegaba a un punto del que no podía pasar y se quedaba atascado durante días, hasta que se les ocurría lo que había que hacer.

Milos miró atrás, a la ermita, y se preguntó qué hubiera hecho Mary en su lugar…, pero su consejo iba a tardar en llegar.

Mientras recorría el tren de un extremo al otro, meditando sobre la situación en que se encontraban, se presentó ante él Jacking Jill. Como siempre, su pelo rubio estaba revuelto y lleno de ortigas, como si la hubiera atacado una planta rodadora. ¿Era la imaginación de Milos, o realmente se le estaban multiplicando las ortigas que tenía en el pelo?

—Si nos habéis vuelto a dejar aquí parados, tal vez deberíamos ir a secuestrar a alguien —dijo ella. Como secuestradora de piel que era, Jill, como Milos, estaba mucho más cerca de la vida que los demás, y no era tan propensa a caer en rutinas diarias. Pero Milos sabía que Jill no solo quería ir a secuestrar pieles. Cuando quería poseer a algún vivo, era porque tenía en mente algún otro propósito más oscuro.

—Llámalo por su nombre —dijo Milos—. Tú no quieres ir a secuestrar pieles. Lo que tú quieres es recolectar una pequeña cosecha de muerte, ¿no?

—Las últimas órdenes que recibí de Mary fueron bien claras —repuso Jill—. No voy a dejar de hacerlo solo porque tú seas un gallina.

Milos se giró bruscamente. Él nunca le pegaría a una chica, pero Jill muchas veces estaba a punto de hacerle perder los estribos:

—Lo que hice por Mary demuestra que soy cualquier cosa menos un gallina.

—Entonces, ¿por qué no vamos a recolectar más que una vez a la semana?

—¡Porque tiene que haber límites! —gritó Milos.

—La ambición de Mary no tiene límites, ¿a que no?

El hecho de que Jill pudiera seguir tan tranquila le ponía a él aún más furioso, pero hizo un esfuerzo por mantener la calma. Si él perdía los estribos, eso le permitiría a ella dominar la situación, y allí era él el que estaba al mando. No podía olvidarlo.

—La diferencia entre tú y yo —dijo Milos—, es que yo recolecto porque es lo que quiere Mary; mientras que tú lo haces porque te gusta.

Jill no lo negó.

—En un mundo ideal —respondió ella—, ¿no debería todo el mundo disfrutar de su trabajo?

* * *

Milos accedió a salir de recolección aquella noche con los demás secuestradores, pero solo bajo unas normas estrictas:

—No recolectaremos más de lo que podamos traer, y elegiremos dónde y cuándo.

—Lo que tú digas —dijo Jill, a la que solo le importaba tener la ocasión de hacer su sucio trabajo.

Alce y Ardillo también eran parte del grupo de secuestradores de piel, así que sumaban cuatro en total. Aunque Allie también lo era, Milos sabía que nunca se pondría a recolectar, aunque la liberara de sus ataduras.

—¿Puedo coged doz, Milosh? —preguntó Alce—. ¿Podfa…?

Alce era un linebacker de fútbol americano que había hecho su desgraciado cruce a Everlost durante un partido de su instituto. Como tal, estaba condenado a llevar para siempre un uniforme de color azul y plata. Ese uniforme incluía un casco y una eterna protección bucal entre los dientes, así que todo lo que pronunciaba salía confuso.

—Sí, sí —dijo Ardillo—, Alce puede llevar el mío de vuelta al tren.

—¡No ez ezo lo que quiedo decid! —exclamó Alce.

Ardillo era un niño nervioso. Milos no sabía cómo había cruzado a Everlost, lo único que sabía era que su salida del mundo de los vivos había tenido que resultar sumamente embarazosa, como demostraba el hecho de que, al mencionarlo, a Ardillo se le enrojecían las mejillas y las orejas. Y como las neoluces no tenían ni carne ni sangre, era mucho lo que uno tenía que avergonzarse para que el lejano recuerdo de la sangre consiguiera colorear su rostro.

—Como he dicho, cogeremos lo que podamos traer —le dijo Milos—. No hay que ser avariciosos.

Salieron del tren al anochecer. Tal vez fuera su imaginación o tal vez solo sus recelos, pero Milos no podía quitarse de encima la incómoda sensación de que alguien los estaba vigilando.

3

Dignos de morir

Metido en el cuerpo del jaguar, Jix había ido tras el tren fantasma desde Memphis a Oklahoma, siguiendo el leve aroma de lo sobrenatural. Aunque no se trataba de un aroma propiamente dicho, sino más bien de una ausencia de olor. Se trataba de esa extrañísima sensación que, aparentemente sin motivo, eriza los pelos de la piel.

Sin embargo, por muy agudos que fueran los sentidos del felino, Jix no podría ver en Everlost. Así que cuando supo que se hallaba cerca, entró con aquel jaguar en un parque público, a plena luz del día, y antes de abandonar el cuerpo del animal permitió que lo capturaran los empleados de la protectora. Volvía a ser él y a encontrarse en Everlost, pero, aun siendo un espíritu de Everlost, había absorbido lo suficiente de su receptor felino para dar muestras de una gran agilidad y sigilo. Se pasaba tanto tiempo secuestrando felinos que eso ya lo había transformado. Hasta había empezado a semejarse a ellos exteriormente. Aunque seguía llevando los vaqueros destrozados que tenía puestos la noche que había cruzado a Everlost, había llegado sin camisa, y ahora su pecho musculoso había adquirido un leve brillo naranja aterciopelado que tenía algo de pelaje felino. Hasta habían empezado a salirle manchas de jaguar, sus colmillos habían crecido muy poco a poco, y las orejas se habían alzado ligeramente en la cabeza, haciéndose más pequeñas y puntiagudas. Jix era bajo para sus quince años, al menos para lo que suelen ser los estadounidenses, pero no parecía joven para su edad, pues el cuerpo se le había llenado de hermosos músculos, y la seria expresión de su rostro dejaba bien claro que no se podía jugar con él.

Jix encontró el tren fantasma justo al sur de la ciudad de Oklahoma. No se movía, porque las vías del ferrocarril estaban bloqueadas. Había una especie de demonio en la parte de delante del tren, así que Jix no sería tan tonto como para acercarse. ¿Quién sabía de lo que sería capaz aquel demonio? Jix guardó las distancias, vigilando y aguardando.

Luego, al ocaso del sol, un grupo de secuestradores abandonó el tren. Sabía que eran secuestradores de piel por el modo en que se movían, pisando fuerte con los pies, aun cuando la tierra amenazara con absorberlos. Caminaban con aquella arrogancia excesiva de la carne, aun cuando no tuvieran carne propia. Era el mismo andar que tenía Jix, con la seguridad de que la vida y el aliento estaban a la vuelta de la esquina.

Eran cuatro. El jefe era un chico alto de quince o dieciséis años al que los demás llamaban Milos. Había una chica desagradable con el pelo enmarañado, un chico con uniforme de fútbol americano, y otro chico escuálido que hablaba mucho pero no decía nada. Jix conocía su idioma: había llegado a dominar el inglés, ya que se había pasado una gran parte de la vida vendiendo baratijas a turistas americanos en Cancún. El éxito de uno dependía de cuánto inglés supiera, y Jix había llegado a manejarlo con gran fluidez. Aun así, el intrascendente parloteo de aquellos cuatro no le proporcionó información de mucha utilidad.

¿Eran esos los secuestradores de piel que habían volado el puente? No había modo de asegurarse a menos que los siguiera, pero en cuanto ellos secuestraran a alguien, ya no sería capaz de seguirlos…, a no ser que se metiera en el cuerpo de una criatura que tuviera sentidos agudos.

Cuando los secuestradores llegaron a la autovía, se metieron en los cuatro cuerpos humanos que ocupaban un Cadillac que pasaba en dirección a la ciudad de Oklahoma.

Fue entonces cuando Jix decidió visitar el zoo.

Encontrar un felino adecuado era más fácil allí que en la selva. Allí, los buenos depredadores estaban reunidos en una zona central, encerrados en jaulas que olían a demonios. Por suerte, las jaulas cerradas no constituían problema para un secuestrador de piel.

Como el zoo de Oklahoma no tenía jaguares y el tiempo apremiaba, Jix eligió una pantera de piel gris antracita que parecía azul a la luz de la luna. Era un buen camuflaje para la noche en una ciudad. Jix le secuestró la piel a un guardián del zoo solo el tiempo suficiente para abrir la cerradura de la jaula, aunque dejó la puerta cerrada. Entonces, en cuanto hubo secuestrado a la pantera, abrió la puerta con la zarpa. Había un no sé qué muy gratificante en hacer aquello siendo un animal, pues así tenía algo de fuga honesta y auténtica.

El zoo estaba tranquilo, y el vigilante nocturno no tenía ni idea de que anduviera suelta una de las fieras más peligrosas. Estaban más preocupados por los niños que iban armados con aerosoles de pintura que por los animales. Los vigilantes siempre eran fáciles de burlar.

Afuera, en la noche, saltando en las sombras, siguió el rastro de su presa. Ahora disponía de un auténtico aroma que perseguir, pues el aroma del humano sometido al secuestro de piel resulta intenso, y tan fácil de distinguir como el rastro de sangre de un ciervo herido. Un humano secuestrado olía a ozono, a sudor y a nervios. Olía a relámpago húmedo.

Al acercarse al centro, le llegó un rastro del aroma de los secuestadores, mezclado con muchos otros olores de la ciudad. Pasar sin ser visto en una zona tan densamente poblada no era moco de pavo, pero él vivía para las dificultades, y dado que la gente de la ciudad no se esperaba ver una pantera oculta en las sombras, el pasar desapercibido era más fácil de lo que uno podría imaginarse.

El olfato lo llevó hacia una parte que seguía despierta mucho después de que se hiciera de noche, una avenida principal llena de cafés y clubes. Rápidamente, escrutó la calle en busca de callejones y rincones oscuros, lugares desde los que pudiera acechar sin ser visto. Después, siguió sigilosamente su rastro.

Pero ocurrió algo. Algo inesperado y terrible.

Jix sintió el golpe antes de oírlo. Lo olió antes de ver los añicos de cristal que salían volando: el Cadillac de los secuestradores se acababa de empotrar en el escaparate de un café.

Contra lo que le dictaba la prudencia, Jix avanzó al trote para observar el accidente más de cerca.

Todo el escaparate del café había desaparecido, y ante él se desarrollaba una escena de pánico: los vivos que se desperdigaban, los heridos que gemían, los muertos que callaban… Pese a que Jix no se sentía especialmente próximo al mundo de los vivos, no pudo evitar sufrir por la escena que tenía ante los ojos. ¡Algo le decía que aquello no era un accidente, sino algo intencionado! Aquellos secuestradores que venían del este eran ángeles de la muerte, que entraban o salían de la carne a su antojo para provocar desastres. El corazón, que le había palpitado de modo regular durante la persecución, empezó de pronto a palpitar de sorpresa y de terror al mismo tiempo.

Saltó sobre el capó del Cadillac, y a través del cristal roto en forma de tela de araña del parabrisas, miró al interior del coche. Los airbags y los cinturones de seguridad habían salvado la vida de los cuatro pasajeros, que se encontraban tan aterrados y confusos como todos los demás, lo cual significaba que los secuestradores de piel ya se habían ido. Habían estrellado el coche y a continuación habían dejado tirados a sus humanos receptores.

¿Dónde estarían en aquel momento?

Jix ya no podía olerlos, lo que quería decir que ya no estaban secuestrándole la piel a nadie. Tenían que haber regresado a Everlost, y tal vez se encontraran justo delante de él, pero mientras él estuviera dentro de la pantera, no podría verlos.

—¡Dios mío! ¿Eso no es una especie de tigre? —gritó alguien.

Jix se volvió y gruñó de modo amenazante, insultado al verse confundido con sus brutales primos. Entonces se desprendió de la pantera, abandonando el mundo de los vivos y regresando a Everlost.

Sufrió un instante de desorientación al dejar atrás el mundo de la carne. El mundo vivo se volvió borroso a su alrededor. Había regresado a Everlost, donde el mundo de los vivos parece un poco menos real, y las únicas cosas que se presentan como sólidas son las que ya no existen.

De inmediato vio los túneles: eran cuatro, y estaban abiertos ante él. No dudó al identificar lo que eran, pese a que hasta aquel día solo había visto uno de aquellos túneles una vez. Pero el pasaje a la neovida no es algo de lo que uno se olvide fácilmente, es el túnel que cada alma ve en el momento de su muerte. La mayoría de esas almas no se queda en Everlost, pues para la mayoría de la gente, Everlost no es más que una piedra de las que uno pisa para cruzar el río, o un trampolín desde el que lanzarse a través del túnel hacia…, bueno, hacia donde quiera que haya que ir.

Pero de vez en cuando algo va mal.

Ante la boca de aquellos túneles se encontraban las víctimas del accidente: por su aspecto, parecían muchachos de instituto. Estaban en el lugar equivocado en el momento equivocado, y habían muerto en el instante en que el Cadillac se estrelló contra el café. Estaban allí quietos, en lo que parecía un breve instante de transición, y pese al impacto de su repentina muerte, parecían listos para moverse, ya fuera alcanzando la luz, que parecía imposiblemente lejana, o acercándose lo bastante para el contacto. Aquel momento era tan personal, tan privado, que a Jix le daba vergüenza mirar, pese a lo cual era incapaz de apartar los ojos.

Fue entonces cuando sucedió aquello: aparecieron otras cuatro siluetas tras esas desgraciadas almas. ¡Eran los secuestradores de piel!

Cada uno de ellos cogió a una de las almas que cruzaban y la agarró con fuerza, clavando en el suelo los pies e inclinándose hacia el lado contrario de la luz con toda la fuerza de su voluntad para evitar que las víctimas atravesaran el túnel. Eso funcionó con tres de ellos, pero el más escuálido no tuvo la fuerza suficiente y perdió a su víctima, que se fue hacia la luz. Lanzó una maldición al ver que se le escapaba.

Al final, los túneles se desvanecieron y, gracias a los secuestradores de piel, Everlost recibió tres nuevos espíritus que se desplomaron en un profundo sueño: el sueño de nueve meses por el que todos los recién llegados tenían que pasar antes de despertar como ciudadanos de Everlost.

—¡Los habéis matado! —Jix ni siquiera se había dado cuenta de que lo decía en voz alta, hasta que los secuestradores de piel se volvieron hacia él.

—¿Quién demonios eres tú? —preguntó la chica del pelo alborotado. Pero el que se llamaba Milos le puso la mano para hacerla callar.

—Los hemos liberado —dijo Milos—. Los hemos liberado de una vida de dolor. Los hemos salvado de ese mundo.

Jix dudó. Hasta aquel instante, nunca se le había pasado por la imaginación que se pudiera traer a la gente a Everlost a propósito, ni que cruzar a Everlost por la fuerza pudiera ser algo deseable. Hubiera querido pensar en ello, dejar que su mente lo contemplara desde todos los posibles puntos de vista, pero no había tiempo para pensar.

—Vamos, vamos, Milos. Salgamos de aquí —dijo el que parecía una ardilla.

—No —respondió él—, no dejaré las cosas enfangadas si puedo evitarlo. —Entonces se giró de nuevo hacia Jix—. ¿Estás solo? ¿Hay más como tú?

Pero antes de que pudiera responder, desgarró el aire un grito procedente del mundo de los vivos, y una situación que ya era mala se tornó de repente mucho peor.

Jix siempre había tenido cuidado en dejar a los grandes felinos que secuestraba en lugares donde no pudieran provocar daño, pero esta vez, en el fragor de aquel momento extraordinario y terrible, había liberado a su animal en medio de la multitud. Confuso y asustado, hizo lo que hacen los depredadores cuando se asustan: atacó.

La pantera se volvió contra una chica que no tendría más de doce años y llevaba un vestido carmesí. Seguramente fue el color de sangre del vestido lo que más llamó la atención del felino. Su vida acabó pronto, al primer embiste de la pantera. Entonces el animal se alejó de unos pocos saltos y desapareció en la oscuridad. Jix se echó a llorar al ver las consecuencias mortales de su error.

En ese momento, el espíritu de la niña estaba en Everlost, en la boca de su propio túnel, y todo por su culpa. Los ojos de la niña se quedaron prendidos en la luz, y ya empezaba a dirigirse hacia ella.

—Ezta ez pada mí —dijo el secuestrador que llevaba el uniforme de fútbol americano.

Entonces arrancó del túnel a la niña, como si placara a un contrincante. La niña cayó a los pies de Jix, y el túnel desapareció. Jix se arrodilló, sujetándose la cabeza con las manos.

—¡Lo siento! —dijo Jix—. ¡Lo siento…!

Ella levantó la mirada hacia él, con las pupilas dilatadas, sin comprender aún nada de lo que había sucedido.

—Tengo sueño —dijo—. Diles a mis papás que me voy a dormir…

Entonces se le cerraron los ojos y su alma se sumergió en una siesta de nueve meses.

Milos se arrodilló a su lado. Mientras la muchacha del pelo alborotado se mostraba impaciente, el de aspecto de ardilla se asustaba y el jugador de fútbol se mostraba orgulloso de su triunfo, Milos pareció sentir un auténtico pesar.

—Lo hecho hecho está —dijo Milos—. Al menos ahora está en paz. Y una vez despierte, se mantendrá joven y bella para siempre, ¿no? Puede que algún día te dé las gracias.

—¿Darme las gracias? ¡No me perdonará nunca! —gritó Jix.

Jix agarró a la durmiente, apartándole el pelo de la cara. Era una hispana con intensos rasgos indios, igual que él. ¿Cómo podía haberle pasado tal cosa?

—Tengo una amiga muy sabia —le explicó Milos— que se llama Mary. Ella dice que la vida en Everlost es un don. Dice que todos nosotros somos los elegidos, porque hemos sido jugados dignos.

—¡Juzgados! —le corrigió la chica del pelo alborotado—. ¡Juzgados dignos!

—Sí —dijo Milos—. Perdonad mi inglés. El hecho es que, si hemos sido elegidos para estar aquí, entonces no hay motivo para que te sientas culpable.

Jix se volvió hacia Milos, estudiando su rostro y sus ojos: eran de un azul brillante, con motitas blancas, como un cielo tachonado de nubes.

—¿Qué me dices de ti? —le preguntó a Milos—. ¿No te sientes culpable por lo que has hecho?

Milos se tomó un instante antes de responder:

—En absoluto —dijo, y repitió—: En absoluto.

Pero los dos sabían que estaba mintiendo.

A su alrededor, en el mundo de los vivos, el caos surgido de aquella espantosa velada se asentaba. La multitud se reunía, las personas cercanas a las víctimas proferían lamentos, las sirenas distantes se acercaban. Jix se alegraba de que las neoluces pudieran dejar de prestar atención tan fácilmente al mundo de los vivos. No quería seguir presenciando las consecuencias de las acciones de aquellos cuatro y de él.

—Bueno, ¿qué hacemos con él? —preguntó la chica del pelo alborotado.

—¡Al centro de la Tierra! ¡Al centro de la Tierra! —dijo el de aspecto de ardilla.

—No —repuso Milos—, es un secuestrador de piel. Se merece algo mejor. —Entonces le ofreció la mano—. Ven con nosotros, y te prometo que formarás parte de algo grande y glorioso.

Pero Jix no hizo movimiento alguno. Al trabajar para Su Majestad, Jix siempre había soñado con ser parte de algo más grande que él mismo. Hasta había soñado con formar parte del círculo íntimo del rey, pues Jix era un explorador muy respetado. Pero la exploración lo mantenía a distancia, y en lo que se refería al rey, que no lo viera equivalía a que no se acordara de él. Cada vez que Jix regresaba con noticias, no importaba lo importantes que fueran, Su Majestad ni siquiera se dignaba recordar su nombre.

Mientras Jix observaba a aquellos secuestradores de piel malvados y bárbaros, se le despertaba la curiosidad, y se sentía extrañamente atraído por su modo de vida. Era muy poco lo que se sabía sobre Mary, la Bruja de Oriente, pero ahí tenía la ocasión de saber más. Lo que al final hiciera con aquella información, sería cosa suya.

Bajó la mirada a la durmiente que yacía en sus brazos, y tomó una decisión.

—Quiero estar con ella cuando despierte. Quiero ser lo primero que vea al abrir los ojos. Entonces le pediré perdón.

La muchacha del pelo alborotado puso los ojos en blanco.

—Lo que tú digas.

Jix levantó con suavidad el espíritu de la durmiente y se lo echó al hombro.

—Llevadme ante la Bruja de Oriente.

* * *

Los cinco regresaron al tren, cada uno llevando un espíritu dormido, excepto Ardillo.

—No ha sido culpa mía —se quejaba este—. No pude sujetarla, tenía las manos grasientas.

—Tus manos siempre están grasientas —observó Alce.

—Vale, de acuerdo…, ¡pero no es culpa mía!

Jix habló muy poco durante el viaje, pero, aun así, continuó siendo el centro de atención. Todos lo miraban, unos de manera más patente que otros. Jacking Jill ni siquiera intentaba disimular que lo miraba fijamente.

—He visto un montón de neoluces raras, pero nunca una como tú —le dijo por fin.

Jix no se molestó. Se enorgullecía de la transformación que estaba experimentando. Esperaba que con el tiempo su forma encajara con su espíritu animal. Aquellas neoluces de Oriente no sabían nada sobre espíritus animales. Eran como los vivos, personas desconectadas del universo, que se veían a sí mismos como seres solitarios. ¡Tan egocéntricos! No obstante, Milos le había preguntado si quería formar parte de algo más grande que sí mismo, lo que apuntaba a cierto objetivo elevado. Ciertamente, aquellas neoluces de Oriente merecían un examen más detenido.

—Tiene mérito lo que has hecho contigo mismo —le dijo Milos a Jix, y este asintió, aceptando el halago.

—Entonces, ¿sois más en la camada? —preguntó Jill. Y este no necesitó verle la cara para notar la sorna con que lo decía.

—Solo yo —respondió Jix, que no quería contarle nada.

—Tú eres la primera neoluz que vemos al oeste del río Misisipi —comentó Milos.

—Entonces, ¿estás tú solo? —insistió Jill—. ¿Sin jefe, sin amigos…?

Jix pensó un poco antes de responder a la pregunta:

—Los felinos somos animales solitarios.

Llegaron al tren después del alba, llevando con ellos sus almas durmientes. Los niños que Jix había visto jugando el día antes estaban metidos en los vagones del tren, pero ahora que el sol estaba en lo alto, no tardarían en salir para volver a jugar a sus juegos. Hasta entonces Jix solo había visto el tren de lejos, así que, al acercarse con los secuestradores de piel, iba tomando nota de todo.

Lo primero y más llamativo era aquella pequeña ermita que bloqueaba el paso por las vías. Ya había visto en ocasiones anteriores ejemplos de anudamiento, aunque no tuviera una palabra tan estrambótica para designarlo. Aquella dificultad le provocó una sonrisa: ¡un edificio tan pequeño, tan sencillo, allí en el camino de un potente tren fantasma! Le recordó la ilustración de un libro que había visto en la biblioteca, cuando estaba vivo. En la ilustración figuraba un hombre que estaba de pie, delante de un tanque gigantesco, en algún lugar de China. Sin embargo, ahora sospechaba que en aquella pequeña ermita había más de lo que veían los ojos.

El demonio seguía atado en la parte de delante del tren, y en aquel momento pudo distinguir que se trataba de una diablesa, tal vez la Llorona, aunque no parecía estar llorando. Y no es que Jix se hubiera encontrado nunca una diablesa, ni que estuviera seguro de que existieran tales seres, pero había oído historias.

Lo siguiente que vio fue, al otro extremo del tren, un furgón de cola decorado con luces de Navidad y adornos brillantes que reflejaban el sol naciente. Pensó que, en cuanto tuviera la seguridad de obtener una respuesta seria, tendría que preguntar a qué venía todo aquello.

Y entonces vio el cuarto vagón de pasajeros. Todos los demás parecían abarrotados de niños, pero el cuarto estaba abarrotado de otro modo muy distinto: en las ventanas había caras apretadas contra los cristales. Aquel vagón estaba literalmente embutido de neoluces, tal vez hubiera mil almas allí, apretujadas en aquel pequeño espacio. Jix recordó una ocasión en que Su Majestad había pedido a un grupo de neoluces que se apretujaran para meterse en un gran jarro de cerámica que había cruzado a Everlost. En el mundo de los vivos no hubieran podido entrar más que dos o tres personas, pero las neoluces, que son puro espíritu y no tienen una verdadera sustancia física, pueden encajarse donde les venga en gana. Así que no había parado de entrar gente en el jarrón, y Su Majestad empezó a aburrirse cuando la cuenta alcanzó los cincuenta. Por eso era imposible saber cuántas almas estarían embutidas en aquel vagón del tren.

—Una pazada, ¿eh? —dijo Alce, mirando el vagón abarrotado—. Como payazoz en un coche.

En las ventanas, los rostros no parecían angustiados, y Jix se imaginó que llevarían allí mucho tiempo, porque se habían acostumbrado a la situación. Como mucho, la cosa parecía incómoda y embarazosa, pero seguían conversando unos con otros, como si aquel fuera un día normal para ellos.

—¿Por qué están ahí? —preguntó Jix—. ¿Para que alguien se divierta? —Esto hizo reír a Ardillo, y su carcajada no era un sonido agradable.

—Eran un ejército enemigo —explicó Milos—. Los derrotamos hace unos meses, y ahora los guardamos ahí por seguridad.

—Sí, sí —dijo Ardillo—. Son prisioneros de guerra.

—Me apuezto a que nunca habíaz vizto tantaz neolucez juntaz —dijo Alce.

Por un momento, Jix sintió tentaciones de alardear contándoles lo que era la gran Ciudad de las Almas, pero decidió guardárselo para sí.

Llevaron sus cuatro espíritus durmientes a una neoluz que aguardaba junto al vagón litera.

—Dejádmelos a mí —les dijo la neoluz, pero Jix se quedó dudando.

—Pierde cuidado —le dijo Milos—. Sandman les pondrá una etiqueta y los marcará con la fecha en que tienen que despertar.

Pero Jix se negó a dejarle a Sandman su niña durmiente. Por el contrario, la metió él mismo en el vagón litera.

—¡Eh! —exclamó Sandman—, no puedes entrar ahí.

Jix se volvió hacia él, le enseñó los dientes y lanzó un gruñido. Aunque su gruñido tenía más de hombre que de fiera, Sandman se asustó lo bastante para dejarlo en paz.

El vagón litera ya estaba abarrotado. Cada litera superior o inferior contenía a dos, a veces a tres durmientes, cuyo pecho se inflaba y desinflaba con el recuerdo de la respiración, aunque ninguno de ellos roncaba ni hacía el más leve ruido. Jix encontró un lugar cómodo y dejó en él a su niña durmiente, asegurándose de que quedaba colocada en una posición cómoda, y después le dio un beso en la frente, pues sabía que ella ya no tenía padres que pudieran hacerlo, y además porque no lo veía nadie. A continuación salió del vagón litera y se dirigió directamente hacia Milos.

—Ahora quiero ver a Mary, la Bruja de Oriente.

—La verás —dijo Milos—, cuando ella esté lista para verte.

—¿Y cuándo será eso?

Milos le dedicó una larga mirada, quizá tratando de descubrir algo en su expresión, pero el oficio de acechar requería también una cara fría e inexpresiva. Jix nunca revelaba nada que no quisiera revelar.

—Hoy no —fue cuanto respondió Milos.

—Mientras tanto —sugirió Jacking Jill—, ¿por qué no te dedicas a acicalarte con la lengua como un gatito bueno?

Jix sospechaba que él y Jill no se llevarían bien nunca.

4

La diosa verde

Milos no había olvidado lo que le había dicho Allie, y aunque le daba rabia que ella supiera algo que él no, comprendía que tenía que averiguar qué era lo que había visto desde su posición al frente del tren. «No hace ni un par de kilómetros —le había dicho ella—. Tendrás que descubrirlo por ti mismo». En cuanto las almas recién recolectadas quedaron bien colocadas en el vagón litera, Milos decidió salir solo para hacer precisamente eso: descubrir por sí mismo la solución a su problema. Dejó a Jill al cargo de Jix, cosa que a ella le molestó.

—No confío en él —dijo Jill—. Ninguna persona normal secuestra animales.

—¿Prefieres que lo vigilen Alce y Ardillo? —sugirió Milos.

Ella lanzó un gruñido de disgusto: aquellos dos mantenían la atención durante un tiempo demasiado corto para poder vigilar a nadie.

—Tal vez podrías sonsacarle algo más sobre su procedencia —dijo Milos con una sonrisa—. Al fin y al cabo, tú también tienes algo de felino.

Ella levantó la mano como si fuera una zarpa.

—En tal caso, ¿por qué no te quitó esa sonrisa de la cara de un arañazo?

Pero Milos siguió sonriendo. Hacía tiempo se había enamorado de Jill, igual que de Allie, pero en ambas ocasiones el amor se había visto apagado por la traición, y lo había dejado con el corazón, si no roto, por lo menos lastimado.

Pero ahora estaba Mary.

Todo lo demás en su vida, y en su neovida, había sido una mera preparación para ella. Ella era su salvación y, en un sentido muy real, él era la salvación de ella.

Milos dejó el tren a primera hora de la tarde y siguió la vía, mirando a su alrededor cada par de minutos, intentando captar cualquier cosa que se saliera de lo común, pero sin ver nada. Al mirar atrás, el tren, con su locomotora enfrentada a la pequeña ermita blanca que se erigía en medio del camino, parecía una visión surreal. El modo en que su campanario apuntaba al cielo producía la impresión de que le estaba sacando el dedo al tren.

Milos no encontró nada a la distancia indicada por Allie. Nada más que una vía muerta, rodeada por el mundo de los vivos. Fuera lo que fuera lo que había visto Allie, no se le había presentado a Milos por sí mismo. Se volvió hacia el tren. Su neobrillo tiraba un poco al rojo a causa de la frustración.

Cuando llegó al tren, todo parecía igual que siempre: los niños jugaban, moviendo los pies sin parar para evitar hundirse en el mundo de los vivos.

Speedo llegó hasta él corriendo en cuanto lo vio regresar.

—¿Qué había? ¿Qué has visto?

—Nada —respondió Milos—. No he visto nada de nada.

—Entonces, ¿qué hacemos ahora?

—¡Ya se me ocurrirá algo! —le gritó Milos—. ¡No vuelvas a preguntarme!

Al mirar a su alrededor, vio que su enfado había atraído la atención de algunos niños que jugaban por allí. Cuando los niños de Mary lo veían, solían apartar la mirada, demasiado tímidos y respetuosos para soportar la suya.

Pero entonces ellos aguantaron su mirada con frialdad, y había un reproche en sus ojos. «¿Qué estás haciendo por nosotros? —parecían decir—. ¿Para qué sirves?». Y esta vez fue Milos quien apartó la mirada ante los ojos de ellos.

Pensó si seguir hacia la parte de delante del tren, para negociar con Allie y lograr que le contara lo que había visto, o tal vez para amenazarla, pero no quería darle la satisfacción de quedar por encima de él. Así que se dio la vuelta y se dirigió hacia el furgón de cola.

—Espera, ¿adónde vas…?

Y Milos le dijo:

—Tengo que hablar con Mary.

* * *

Cuando el ejército de Mary capturó el tren del Ogro de Chocolate, este no tenía furgón de cola. Era entonces una simple locomotora de vapor que arrastraba nueve vagones de pasajeros, cada uno perteneciente a una época diferente. El furgón de cola se añadió por insistencia de Milos antes de que dejaran Little Rock, en Arkansas. Milos se negó rotundamente a continuar el viaje hacia el oeste hasta que encontraran un vagón de cola, pero que fuera especial. Nadie discutió con él. De hecho, aquella fue la única orden suya que no había obtenido ningún tipo de resistencia.

Al final encontraron aquel lujoso furgón de cola en un pequeño tramo de vía muerta, escondido en el interior de un complejo de apartamentos del mundo de los vivos. Una vez encontrado, añadirlo al tren había sido relativamente fácil. Como lo fue el decorarlo, pues los adornos de Navidad eran cositas al mismo tiempo queridas y frágiles, motivo por el cual eran bastante abundantes en Everlost. Las lucecitas de colores incluso brillaban allí sin necesidad de enchufarlas.

El furgón de cola fue decorado por los niños de Mary, que la adoraban, y la puerta quedó cerrada para todos menos para Milos, que era el único que conocía la combinación de números que la abría.

En aquel momento, mientras giraba las ruedecillas de la combinación, Milos aspiró hondo; aunque ya no necesitara respirar, el mero acto de hacerlo le ayudaba a armarse del valor que necesitaba para entrar. Entonces, una vez seguro de que estaba listo, entró.

Ya era media tarde. La luz entraba por las ventanas del furgón de cola para iluminar un objeto posado en el centro. Era lo único que había.

Ese objeto era un sarcófago.

No era de madera, como uno se habría esperado, y tampoco de piedra, como se hacían en tiempos remotos. Aquel sarcófago estaba hecho por completo de cristal, y estaba formado por muchos trocitos pegados meticulosamente con chicle y con cualquier otra cosa lo bastante pegajosa para cumplir esa función. Había trozos de cristal que provenían de arañas de luz que habían cruzado a Everlost. Había botellas y cristales de ventana, y lentes de gafas de sol, todo colocado artísticamente, y pequeñas vidrieras de esas que se cuelgan para añadir color. El sarcófago resultaba extraño e irregular, y, sin embargo, perfecto a su modo.