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Necesitaba una esposa para el fin de semana. Hannah Stewart se quedó muy sorprendida cuando Luca Moretti le pidió inesperadamente que le acompañara a un importante viaje de negocios. Hasta que la presentó como su prometida, dejando así claro el motivo. Nada se interpondría en su camino al éxito. Aumentar las competencias laborales de Hannah de forma temporal le pareció la solución perfecta, hasta que los encantos ocultos de su secretaria pusieron a prueba su control… Aunque Hannah, una reservada madre soltera, era la última persona con la que debería jugar Luca, la tempestad de pasión que surgió entre ellos era demasiado poderosa para poder resistirse a ella…
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Seitenzahl: 192
Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2016 Kate Hewitt
© 2016 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Falsa prometida, n.º 2505 - noviembre 2016
Título original: Moretti’s Marriage Command
Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 978-84-687-8968-2
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Portadilla
Créditos
Índice
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Epílogo
Si te ha gustado este libro…
LUCA Moretti necesitaba una esposa. No una de verdad, que Dios no permitiera que nunca necesitara eso. No, necesitaba una esposa temporal que fuera eficiente, sumisa y discreta. Una esposa para el fin de semana.
–¿Señor Moretti? –su secretaria, Hannah Stewart, llamó una vez a la puerta antes de abrirla y entrar en su oficina del ático que daba a Lombard Street, en Londres–. Tiene que firmarme unas cartas.
Luca vio cómo su secretaria se le acercaba llevando un fajo de cartas. Llevaba el caballo castaño claro recogido hacia atrás y tenía un rostro sereno. Vestía con falda negra tipo tubo, tacones bajos y una sencilla blusa de seda blanca. Nunca se había molestado hasta entonces en fijarse en su secretaria, solo en lo rápido que tecleaba y en lo discreta que era en lo que se refería a desafortunadas llamadas personales que de vez en cuando llegaban a la oficina. Ahora observó el cabello liso y castaño y el rostro ligeramente pecoso, que resultaba bonito sin ser nada especial. En cuanto a su figura...
Luca deslizó la mirada por la esbelta silueta de su secretaria. Nada de curvas de infarto, pero era pasable.
¿Podría...?
Ella le dejó las cartas delante y dio un paso atrás, pero no antes de que Luca captara un aleteo de su perfume de flores. Sacó la pluma y empezó a escribir su firma en cada carta.
–¿Eso es todo, señor Moretti? –preguntó ella cuando firmó la última.
–Sí –Luca le entregó las cartas y Hannah se giró hacia la puerta. La falda le rozó contra las piernas al caminar. Él la observó con los ojos entrecerrados y lo tuvo claro–. Espera.
Obediente, Hannah se giró para mirarle y alzó las pálidas cejas con gesto expectante. Había sido una buena secretaria durante aquellos últimos tres años, trabajaba duro y no protestaba. Luca intuía que bajo su personalidad dispuesta a agradar se escondían ambición y fuerza de voluntad, y aquel fin de semana necesitaba ambas cualidades, siempre y cuando Hannah accediera a la farsa. Luca se aseguraría de que así fuera.
–¿Señor Moretti?
Luca se reclinó en la silla y tamborileó con los dedos en el escritorio. No le gustaba mentir. Había sido sincero toda su vida, orgulloso de quién era aunque mucha gente intentara hacerle caer. Pero aquel fin de semana era distinto. Lo significaba todo para él, y Hannah Stewart no era más que un peón para sus planes. Un peón fundamental.
–Tengo una reunión muy importante este fin de semana.
–Sí, en Santa Nicola –respondió ella–. Tiene el billete y la cartera de pasaportes y la limusina le recogería mañana a las nueve en su apartamento. El avión sale de Heathrow a mediodía.
–Bien –Luca no conocía ninguno de aquellos detalles, pero esperaba que Hannah le informara. Era maravillosamente eficaz–. Resulta que voy a necesitar asistencia.
Ella alzó las cejas un poco más todavía, pero su rostro permaneció calmado.
–¿Asistencia administrativa, quiere decir?
Luca vaciló. No tenía tiempo para explicar en aquel momento sus intenciones, y sospechaba que su secretaria se opondría a lo que estaba a punto de pedirle.
–Sí, eso es –podría asegurar que Hannah se quedó sorprendida, pero lo disimuló bien.
–¿Qué necesita exactamente?
«Una esposa. Una esposa temporal y complaciente».
–Necesito que me acompañes a Santa Nicola el fin de semana –Luca no le había pedido nunca antes que le acompañara en ningún viaje de negocios, prefería viajar y trabajar solo. Era una persona solitaria desde la infancia. Al estar solo no hacía falta estar en guardia esperando a que alguien pasara por encima de ti. No había ninguna expectativa excepto las que tenías en ti mismo.
Luca sabía que el contrato de Hannah incluía «horas extra o compromisos según necesidad», y en el pasado había estado dispuesta a trabajar largas veladas y algún que otro sábado. Sonrió y alzó las cejas.
–Supongo que esto no supondrá ningún problema, ¿verdad? –ya le contaría más adelante qué obligaciones necesitaría de ella.
Hannah vaciló, pero solo un instante. Luego asintió con la cabeza.
–En absoluto, señor Moretti.
Hannah le dio vueltas a la cabeza mientras intentaba descubrir cómo manejar aquella inesperada petición de su jefe. En los tres años que llevaba trabajando para Luca Moretti, nunca le había pedido que fuera de viaje de negocios con él. Nunca había ido a pasar un fin de semana a una exótica isla del Mediterráneo. La posibilidad le provocó un escalofrío de emoción.
–¿Saco un billete más? –preguntó tratando de parecer tan profesional como siempre.
–Sí.
–Lo sacaré en clase turista –dijo ella asintiendo con la cabeza.
–¿Por qué diablos ibas a hacer eso? –quiso saber Luca.
Parecía irritado, y Hannah parpadeó confundida.
–No creo que deba viajar en primera clase siendo su secretaria, y el gasto...
–Olvídate del gasto –la interrumpió él agitando la mano–. Necesito que vayas sentada a mi lado. Voy a trabajar durante el vuelo.
–Muy bien –Hannah se llevó las cartas al pecho, preguntándose qué más necesitaría preparar para un viaje así. Y preguntándose también por qué Luca Moretti la necesitaba para aquel viaje cuando nunca se la había llevado a ninguno. Lo observó disimuladamente sentado en la silla de su despacho. Tenía el negro cabello revuelto y tamborileaba los dedos en el escritorio.
Era un hombre increíblemente guapo, carismático y decidido, y ella admiraba su ética laboral y su hambre de éxito. Aunque solo fuera una secretaria, compartía aquel impulso.
–Muy bien –dijo entonces–. Me encargaré de todo.
Luca la despidió asintiendo con la cabeza. Hannah salió de su despacho y corrió a su escritorio. En cuanto compró el billete de avión le mandó un correo electrónico a su madre para contárselo. Podría haber llamado, pero Luca no era partidario de las llamadas personales en la oficina y Hannah siempre obedecía las normas. Aquel trabajo significaba demasiado para ella como para ponerlo en peligro.
Acababa de enviar el correo cuando Luca salió de su despacho poniéndose la chaqueta del traje y consultando el reloj.
–¿Señor Moretti?
–Vas a necesitar ropa adecuada para el fin de semana.
Ella parpadeó.
–Por supuesto.
–No me refiero a eso que llevas puesto –señaló Luca–. Este fin de semana es una ocasión social más que laboral –explicó–. Vas a necesitar vestidos de noche y esas cosas.
¿Vestidos de noche? No tenía nada de eso en el armario.
–Como su secretaria...
–Como mi secretaria necesitas vestir adecuadamente. Esto no va a ser una reunión de la junta.
–¿Y qué va a ser exactamente? Porque no lo tengo muy claro...
–Piensa en ello más como una fiesta de fin de semana en una casa con un poco de negocios en medio.
Aquello hacía que se preguntara todavía más por qué necesitaba que fuera ella.
–Me temo que no tengo ningún vestido de noche –comenzó a decir Hannah. Pero Luca volvió a interrumpirla.
–Eso tiene fácil solución –se sacó el móvil del bolsillo y marcó unos cuantas teclas antes de ponerse a hablar a toda prisa en italiano. Unos minutos más tarde colocó y asintió mirando a Hannah–. Arreglado. Me vas a acompañar a Diavola después del trabajo. Conoces esa tienda, ¿verdad?
Había oído hablar de ella. Era una boutique de moda de alta costura situada en Mayfair. Hannah tragó saliva y trató de mantener la calma, como si toda aquella inesperada aventura no la hubiera dejado descolocada.
–Me temo que se va un poco de mi presupuesto...
–Yo pagaré, por supuesto –Luca la miró frunciendo el ceño–. Esto son gastos de trabajo. No espero que te compres un vestido que solo te vas a poner una vez por trabajo.
–Muy bien –Hannah trató de no estremecerse bajo su mirada fija. Sentía como si la estuviera examinando y ella no cumpliera sus expectativas, lo que le resultaba desconcertante. Siempre se había sentido orgullosa de lo bien que hacía su trabajo. Luca Moretti no había tenido nunca motivo de queja con ella–. Gracias.
–Salimos dentro de una hora –dijo Luca volviendo a su despacho.
Hannah ocupó aquella hora terminando a toda prisa su trabajo y haciendo los preparativos del viaje para una persona más. Sabía que Luca se iba a quedar en casa de su cliente, el empresario hotelero Andrew Tyson, y dudó si contactar directamente con el hombre para asegurarse de que hubiera una habitación extra para ella en la lujosa villa. Le pareció osado por su parte, pero ¿qué otra cosa podía hacer?
Estaba preparando el correo para la secretaria de Andrew Tyson cuando Luca salió de su despacho. Frunció el ceño al verla.
–¿No estás lista?
–Lo siento. Estoy a punto de enviarle un correo a la secretaria del señor Tyson para solicitar una habitación más...
–Eso no será necesario –afirmó Luca inclinándose para cerrarle el ordenador de un golpe–. Eso ya está arreglado.
Ella se lo quedó mirando. Estaba demasiado sorprendida como para disimular.
–Pero si no mando el correo...
–Está arreglado. No me cuestiones, Hannah. Y por favor, en el futuro déjame a mí todas las comunicaciones con el señor Tyson.
Hannah se sintió dolida por su tono.
–Yo siempre he...
–Esta negociación es delicada. Ya te explicaré los pormenores más adelante. Ahora vámonos. Tengo muchas cosas que hacer esta noche aparte de comprarte ropa.
Hannah se sonrojó ante su tono despectivo. Su jefe era normalmente impaciente, pero no era maleducado. ¿Era culpa suya no tener el guardarropa de una mujer de mundo? Se levantó de la silla y agarró el ordenador portátil para meterlo en la bolsa.
–Deja eso.
–Pero lo voy a necesitar si vamos a trabajar en el avión...
–No será necesario. Me vas a acompañar en un fin de semana que es una ocasión social aparte de un momento empresarial. Te pido que hagas uso de un poco de sentido y de discreción porque se trata de una situación delicada. ¿Estoy pidiendo algo más allá de tus capacidades?
Hannah se sonrojó todavía más.
–No, por supuesto que no.
–Bien –Luca señaló hacia el ascensor con la cabeza–. Pues en marcha.
Rígida por la afrenta, Hannah agarró el abrigo y siguió a Luca al ascensor. Esperó mirando hacia delante y trató de controlar la irritación hasta que las puertas se abrieron y Luca le hizo un gesto para que pasara primero. Así lo hizo, y cuando luego entró él se dio cuenta de un modo nuevo de cómo ocupaba el espacio. Seguro que habían viajado juntos en el ascensor en otras ocasiones, pero ahora, cuando Luca pulsó el botón de la planta baja, Hannah sintió lo grande que era. Lo masculino. Le echó un rápido vistazo al perfil, la mandíbula cuadrada con barba incipiente, la nariz recta y los pómulos angulares. Pestañas sorprendentemente largas y ojos oscuros y duros.
Hannah sabía que las mujeres caían rendidas a los pies de Luca Moretti. Se sentían atraídas por su aire lejano, su latente sexualidad y su carisma. Tal vez se engañaran a sí mismas pensando que podrían domarle o atraparle, pero ninguna podía. Hannah había mantenido lejos de la puerta de su jefe a más de una belleza llorosa. Él nunca le daba las gracias por aquel pequeño servicio, actuaba como si las mujeres que prácticamente se le echaban encima no existieran, al menos más allá del dormitorio. O eso daba Hannah por hecho, no tenía ni idea de cómo actuaba Luca Moretti en el dormitorio.
La idea le provocó un calor en las mejillas aunque seguía molesta por aquella actitud tan poco habitual en él. Por suerte las puertas se abrieron entonces y salieron del confinado espacio del ascensor al impresionante vestíbulo de mármol de Empresas Moretti. Cuando salieron a la calle bañada por la lluvia, el aire húmedo le refrescó la cara.
Una limusina apareció en la entrada en cuanto ellos salieron, y el chófer de Luca saltó para abrirle la puerta.
–Después de ti –dijo Luca. Hannah entró en el lujoso coche y él la siguió. Le rozó el muslo con el suyo antes de acercarse más a la ventanilla.
Hannah no pudo resistirse a acariciar el suave cuero del asiento.
–Nunca antes había estado en una limusina –murmuró.
–¿No? –preguntó él sorprendido.
–Ni tampoco en un hotel de cinco estrellas –le informó Hannah con cierto retintín. No todo el mundo era tan privilegiado como él–. Ni siquiera he probado el champán.
–Bueno, este fin de semana podrás hacerlo –afirmó Luca girándose para mirar por la ventanilla. Las luces del tráfico proyectaban una luz amarilla en su rostro–. Lo siento –dijo de pronto–. Sé que estoy un poco... tenso.
Hannah le miró con recelo.
–Sí... ¿a qué se debe?
–Como te he dicho antes, es un fin de semana delicado –murmuró él pasándose una mano por la barba incipiente–. Muy delicado.
Hannah sabía que no debía insistir. No entendía por qué aquel acuerdo era tan delicado. Por lo que ella sabía, la cadena de hoteles familiares que Luca estaba pensado adquirir era un activo relativamente pequeño dentro de los bienes inmobiliarios que poseía.
La limusina se detuvo frente a Diavola, que tenía las luces encendidas a pesar de que ya había pasado la hora del cierre. Hannah sintió un escalofrío de aprensión. ¿Qué se suponía que debía hacer ahora? ¿Escogería ella el vestido o lo haría su jefe? No le apetecía la idea de pasearse delante de él con lo que se probara, pero tal vez Luca le dejara escoger un vestido y ahí acabaría todo. Confortada con aquel pensamiento, se bajó del coche.
Luca la siguió al instante y la tomó del codo. El contacto la sorprendió, Luca nunca la tocaba. Ni un abrazo ni una palmadita en el hombro durante los tres años que llevaba trabajando para él.
Ahora Luca mantuvo la mano en su codo mientras la guiaba hacia el interior de la boutique.
–Quiero comprar un guardarropa completo de fin de semana para mi compañera –le dijo a la mujer que los recibió–. Trajes de noche, vestidos de día, traje de baño, camisón, ropa interior –consultó el reloj–. En menos de una hora.
–Muy bien, señor Moretti.
¿Ropa interior? Hannah sintió que tenía que objetar.
–No necesito todas esas cosas, señor Moretti –protestó en voz baja. Por supuesto que no necesitaba que su jefe le comprara un sujetador.
–Hazlo por mí. ¿Y por qué no me llamas Luca? Llevas trabajando para mí tres años.
Hannah se quedó boquiabierta ante la sugerencia. ¿Por qué estaba Luca cambiándolo todo de repente?
–De acuerdo –murmuró.
La asistente de la tienda estaba recopilando prendas por toda la boutique, y había aparecido una segunda que les acompañó a un diván de terciopelo color crema en forma de «u». Una tercera les traía en aquel momento dos copas de champán y unas galletitas con caviar.
Luca se sentó, claramente acostumbrado a aquel lujo.
–Venga por aquí, por favor –le pidió a Hannah una de las asistentes.
Ella siguió a la mujer hasta un probador que era tan grande como la parte de arriba de su casa.
–¿Primero este? –sugirió la mujer mostrándole un vestido de noche en seda azul pálido.
Era la prenda más exquisita que Hannah había visto en su vida.
–De acuerdo –dijo desabrochándose la blusa y sintiendo que estaba dentro de un sueño surrealista.
LUCA esperó a que Hannah saliera del probador bebiendo champán y tratando de relajarse. Estaba demasiado agobiado con todo aquel asunto y su inteligente secretaria se había dado cuenta. No quería que descubriera su juego antes de que llegaran a Santa Nicola. No podía arriesgarse a que se negara. Aunque Hannah Stewart había demostrado ser digna de su confianza, sospechaba que tenía más agallas de las que pensó en un principio. Y no quería que las usara contra él.
Le dio un sorbo a la copa de champán y miró hacia las lluviosas calles de Mayfair. En menos de veinticuatro horas estaría en Santa Nicola enfrentándose a Andrew Tyson. ¿Le reconocería el otro hombre? Había pasado mucho tiempo. ¿Habría un brillo de reconocimiento en aquellos ojos fríos? Si eso ocurría estropearía por completo el plan de Luca, y sin embargo no podía evitar desear provocar en él alguna reacción. Algo que justificara el sentimiento que le quemaba en el pecho desde hacía demasiado tiempo.
–¿Y bien? –le preguntó a Hannah alzando la voz. Llevaba casi diez minutos en el probador–. ¿Te has probado algo ya?
–Sí, pero este es un poco... –no terminó la frase. Luca dirigió la mirada hacia la pesada cortina de terciopelo que cubría la puerta del probador.
–Sal para que lo vea.
–No hace falta –parecía un poco asustada–. Me probaré otra cosa...
–Hannah, por favor, me gustaría ver el vestido –Luca trató de disimular la impaciencia. Necesitaba asegurarse de que Hannah tuviera la imagen adecuada.
–Ya me estoy cambiando –dijo ella.
Luca se levantó del diván con un movimiento fluido, se acercó al probador y descorrió la cortina.
No supo quién contuvo el aliento, si fue Hannah por la intrusión o él por la repentina punzada de deseo que le atravesó el cuerpo al ver a su secretaria.
Estaba dándole la espalda con el vestido por la cintura cayéndole en pliegues de seda mientras se sujetaba el frente en el pecho. El rostro, que estaba de perfil, era el de una doncella ultrajada.
–Por favor, sal de aquí –murmuró ella sonrojándose y con tono molesto–. Me estoy cambiando.
–Quería ver el vestido. Después de todo, lo voy a pagar –se cruzó de brazos sintiéndose un poco culpable por sacar aquella carta. Sin embargo, Hannah no parecía particularmente impresionada–. ¿Cuánto cuesta? –le preguntó a la asistente.
–Nueve mil libras, señor Moretti.
–¿Nueve mil...? –Hannah se giró y el vestido estuvo a punto de resbalársele entre las manos.
Luca atisbó a ver un destello de su piel ligeramente pecosa, el indicio de un pecho pequeño y redondo. Luego ella se subió el vestido hasta la barbilla. Ahora estaba completamente roja.
–Ten cuidado –le aconsejó Luca–. Esa tela parece delicada.
–¿Tan delicada como este fin de semana? –respondió ella.
–No sabía que tuvieras tanto carácter –reconoció Luca con una sonrisa.
–Y yo no sabía que serías capaz de gastarte nueve mil libras en un vestido.
Luca alzó las cejas. Estaba realmente sorprendido.
–La mayoría de las mujeres que conozco disfrutan gastándose mi dinero.
–Entonces conoces a muy pocas –le espetó Hannah–. Muchas mujeres no están interesadas únicamente en las compras y el dinero.
–Entendido –la atajó Luca–. Ahora, por favor, súbete la cremallera de ese vestido y deja que te vea con él.
La asistente dio un paso adelante y subió la cremallera de la espalda, aunque no había mucho que subir. El vestido tenía prácticamente la espalda al aire, con un top y una capa superpuesta de seda que le otorgaba cierta respetabilidad al escote.
Cuando Hannah se dio la vuelta de mala gana, Luca compuso una mueca de interés profesional, como si estuviera observando el vestido únicamente como prenda adecuada para la ocasión sin pensar en el efecto que estaba causando en su libido.
–Muy bien –le dijo a la asistente–. Nos lo llevamos. Ahora necesitamos algo informal para llevar durante el día y un vestido algo más arreglado para la primera noche.
–En casa tengo ese tipo de ropa –protestó Hannah.
Luca alzó una mano.
–Por favor, deja ya de discutir. Es inútil. Ya te he dicho que esto son gastos de empresa.
Hannah guardó silencio y apretó los labios. Sus ojos marrones echaban chispas.
–Y date prisa –concluyó Luca–. Quiero estar fuera de aquí dentro de cuarenta y cinco minutos.
A Hannah le temblaban las manos cuando se quitó el vestido de noche y se lo pasó a la asistente.
¿Qué diablos estaba pasando? ¿Por qué la trataba Luca de aquella manera? ¿Y por qué había reaccionado así al verle entrar en el probador, cuando vio cómo le clavaba la vista en el escote?
Contuvo un escalofrío. Era una tontería reaccionar así ante él. En aquellos momentos ni siquiera estaba segura de que le cayera bien. Pero hacía mucho, mucho tiempo que tenía una reacción así.
–Señorita, ¿quiere probarse el siguiente conjunto?
Hannah dejó escapar un suspiro y asintió.
–Sí, por favor.
Toda aquella velada parecía sacada de un mundo surrealista, incluidas sus propias reacciones. ¿Cuándo se había atrevido ella a contestar así a su jefe? Pero no le parecía un jefe dentro del probador, ella con la espalda desnuda y los pechos prácticamente al descubierto.
La asistente le pasó un vestido de lino rosa pálido que le quedaba perfecto. ¿Querría ver Luca aquel vestido también? ¿Y qué pasaba con el traje de baño o la ropa interior de encaje que le esperaban en la silla? Una oleada de calor la atravesó, dejándola más desconcertada que nunca.
–Está bien –le dijo a la asistente antes de quitárselo lo más rápidamente posible. Tal vez si se daba prisa Luca no se molestaría en entrar en el probador y actuar como si fuera el dueño del mundo. Como si fuera su sueño.
Cuarenta y dos minutos más tarde, toda la ropa que se había probado Hannah, incluido el biquini más discreto que encontró y dos juegos de lencería en seda beis y encaje color crema estaba envuelta en papel de seda y metida en dos bolsas de aspecto caro. No quería ni pensar a cuánto ascendería la factura. ¿Por qué diablos se estaba gastando Luca una fortuna en ropa para ella para un acuerdo de negocios sin importancia? No le gustaba sentirse en deuda con él. Trabajaba duro y se había ganado todo lo que tenía, y le gustaba que fuera así.
–Creo que te has gastado más en mí esta noche que lo que vas a conseguir con esos resorts –comentó cuando salieron a la calle. Había dejado de llover y una pálida luna se alzaba sobre las elegantes casas de Mayfair–. Andrew Tyson solo tiene media docena de hoteles, ¿no?
–Solo el terreno hace que valga la pena –replicó Luca abrochándose la chaqueta.