Fantasía hecha realidad - Susan Mallery - E-Book
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Fantasía hecha realidad E-Book

Susan Mallery

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Beschreibung

Un sueño de amor. Cassie Bradley Wright era consciente de que la fantasía de que su jefe se enamorara de ella no era más que eso, una fantasía. Al fin y al cabo, Ryan Lawford estaba fuera de su alcance y, por si eso fuera poco, su mundo se reducía a los negocios y a las páginas de los libros de contabilidad. Cassie no podía imaginar que, con su dulzura y su encanto, estaba conquistando el corazón de Ryan; ni que el hasta entonces soltero impenitente se podía convertir en un sueño de novio.

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Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

© 1999 Susan W. Macias

© 2014 Harlequin Ibérica, S.A.

Fantasía hecha realidad, n.º 2031 - diciembre 2014

Título original: Dream Groom

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Julia y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

I.S.B.N.: 978-84-687-5603-5

Editor responsable: Luis Pugni

Conversión ebook: MT Color & Diseño

Capítulo 1

LOS grandes y azules ojos de Sasha se oscurecieron.

—Hambre —dijo la niña, de solo veintiséis meses—. Tene hambre.

Ryan Lawford miró a su sobrina y, después, al objeto de su preocupación. Desgraciadamente, la criatura que supuestamente estaba hambrienta no era ni un ser humano ni una mascota, sino un fax que empezó a pitar cuando Sasha metió su sándwich de mantequilla de cacahuete en el cargador de papel, atascándolo.

Ryan se maldijo para sus adentros e intentó salvar el informe de diez páginas que debía enviar a Japón antes de diez minutos.

—Yo hambre también —anunció Sasha—. Quiero espagueti.

—Sí, claro —replicó Ryan, apretando los dientes.

Espagueti. ¿Por qué no? Los podía preparar y añadir una ensalada y un pan de ajo, con vino tinto para él y leche para su sobrina.

Pero había tres obstáculos en su camino. El primero, que a menos que la comida estuviera envuelta en un paquete para meter en el microondas, él era completamente inútil en la cocina; el segundo, que no tenía más comida que el tarro de mantequilla de cacahuete que había usado para preparar el sándwich y, el tercero, que no sabía nada de niños. Helen y John habían cometido un error muy grave al nombrarlo tutor de su pequeña.

—Vuelvo enseguida. Quédate aquí.

Ryan esperaba que Sasha le hiciera caso, pero no tuvo tanta suerte. Él había llegado la semana anterior, para ayudar en los preparativos del entierro de su hermano y de su cuñada; y, desde entonces, la niña lo seguía a todas partes.

—¿Tío? Quiero mamá...

El teléfono del despacho empezó a sonar. Ryan corrió hacia la parte trasera de la casa, con Sasha pegada a sus talones.

—¿Tío? ¡Quiero mamá...! —repitió la niña, que apretaba el bote de mantequilla de cacahuete contra el pecho.

La voz de la pequeña sonó quebrada. Ryan no necesitaba mirarla para saber que había empezado a llorar. El fax seguía pitando a sus espaldas y el teléfono, sonando en el despacho. Cuando llegó al segundo, descolgó el auricular y se dijo que podía escanear el informe y enviarlo por correo electrónico.

—¿Dígame?

La mantequilla de cacahuete cayó al suelo. Por suerte, el bote no se rompió; pero Sasha empezó a llorar con más fuerza.

—¡Mamá!

Ryan se giró hacia su sobrina. La llamada era de uno de los empleados de su empresa, quien quería hablar con él de algo importante. Pero, con la niña llorando, no se podía concentrar; así que dijo:

—Espera un momento, por favor.

Justo entonces, antes de que él pudiera alcanzar a la niña, sonó el timbre de la puerta.

Ryan se preguntó qué más podía pasar, aunque desestimó la pregunta de inmediato. Era consciente de que la vida podía ser extremadamente complicada, así que volvió a alcanzar el auricular del teléfono y dijo:

—Te llamo dentro de unos minutos. Están llamando a la puerta.

—Mamá, mamá... —dijo la niña entre sollozos.

Ryan se estremeció. ¿Cómo decir a una niña de poco más de dos años que sus padres habían muerto y que no iban a volver? Como tantas otras veces a lo largo de la última semana, maldijo a su hermano por haberlo nombrado custodio de su única hija.

Rápidamente, cruzó el vestíbulo y abrió.

—¿Sí? —dijo con brusquedad.

La joven que estaba en el porche le ofreció una sonrisa. Era de cabello oscuro, ojos grandes y rasgos bonitos.

—Hola, señor Lawford. Soy Cassie Wright. Nos conocimos después del entierro, aunque es posible que no se acuerde de mí.

La joven llevaba dos bolsas llenas de comida y le dio una.

—Ya ha pasado casi una semana, y he supuesto que estaría bastante frustrado con la situación —continuó ella—. Sasha es una niña encantadora, pero me consta que puede dar mucha guerra. Además, sé que no tiene hijos ni experiencia con ellos. Me lo dijo la esposa de su hermano, así que... bueno, aquí estoy.

Mientras hablaba, Cassie Wright había entrado en la casa y se había dirigido a la cocina, donde se quedó mirando el pequeño desastre. La pila y las encimeras estaban cubiertas de platos sucios y bandejas vacías de comida para microondas, sin contar las múltiples manchas del suelo, señales claras de los primeros fracasos de Ryan con la pequeña. Por suerte, ya se había dado cuenta de que Sasha no podía comer en la mesa. Necesitaba su sillita.

—He traído comida, pero tal vez debería haber traído un equipo de limpieza —ironizó Cassie.

Ryan suspiró.

—Han sido unos días difíciles.

—Sí, ya lo imagino.

Cassie volvió a sonreír y dejó su bolsa de comida en una silla que, aparentemente, era el único espacio libre de objetos.

—¿Quién es usted? ¿Y qué está haciendo aquí?

Antes de que ella pudiera contestar, se oyó un grito procedente del pasillo y, a continuación, el sonido de las pisadas de una niña.

—¡Cassie!

Sasha entró en la cocina tan deprisa como su tamaño se lo permitía y se abrazó a las piernas de la recién llegada.

—Hola, preciosa. Te he echado mucho de menos... ¿Qué tal estás? ¿Qué estabas haciendo?

Cassie se puso de cuclillas, tomó a la pequeña entre sus brazos y se incorporó. Sasha la miró a los ojos y sonrió de oreja a oreja.

—¡Ayudo al tío!

Cassie miró a Ryan con humor.

—Su sobrina es una niña de gran corazón, pero sé que su forma de ayudar puede ser desastrosa. Por si sirve de algo, me solidarizo con usted.

—Mi fax anda más necesitado que yo de solidaridad.

—¿Su fax?

—Ha intentado cargarlo con un sándwich de mantequilla de cacahuete.

Cassie miró a la niña con asombro.

—¿Has hecho eso, Sasha? ¿Le has dado un sándwich a un fax?

Sasha asintió con firmeza, sacudiendo sus rizos oscuros.

—Tenía hambre. Yo ayudo.

Ryan miró a la joven que estaba ante él. Era evidente que se encontraba cómoda con Sasha, y que la niña la apreciaba.

—¿Quién es usted? —repitió.

Cassie dejó a la niña en el suelo, avanzó hacia él y le ofreció una mano.

—Lo siento. Debería haber sido más clara. Soy Cassie Wright, la profesora de la clase de preescolar donde está su sobrina desde hace seis meses —respondió—. Lamento mucho su reciente pérdida... He pensado que le costaría acostumbrarse a una niña de dos años y he venido a ayudar.

Él se sintió inmediatamente aliviado. Aceptó su mano, que estrechó, y le devolvió la sonrisa.

—Se lo agradezco mucho... Tiene razón, no sé nada de niños. Intento trabajar mientras cuido de ella, pero me sigue a todas partes —explicó con desesperación—. Así no tengo forma de cumplir con mis obligaciones.

Ryan soltó su mano y miró el reloj.

—Debo enviar un documento a Japón. Se me está haciendo tarde y aún lo tengo que escanear y enviarlo por correo electrónico. ¿Le importa cuidar de ella? Solo serán unos minutos. No tardaré en volver.

Ryan desapareció antes de que Cassie pudiera responder a su pregunta.

Por lo visto, la suerte estaba de su lado. Mientras escaneaba el informe, se dijo que aquella joven le podía ser de gran ayuda. Aún no sabía qué hacer con su sobrina. Quería volver a San José cuanto antes; pero, en esas circunstancias, era imposible. Por si su empresa no lo mantuviera suficientemente ocupado, ahora tenía que cuidar de la hija de John y Helen.

Pero ese no era su único problema. También tenía que tomar una decisión sobre la mansión victoriana que su hermano y su cuñada habían comprado antes de morir; y afrontar un sinfín de complicaciones para las que no tenía ni tiempo ni energías.

Desgraciadamente, estaba solo. O, al menos, lo había estado hasta la aparición de Cassie Wright. Quizás se pudiera hacer cargo de Sasha, o recomendarle a alguien para que se encargara de ella. Visto lo visto, necesitaba una niñera. Una especie de Mary Poppins.

Veinte minutos después, regresó a la cocina. No le agradaba la idea de volver a enfrentarse a Sasha, pero no quería abusar de su salvadora.

Al contemplar la escena, se sintió completamente fuera de lugar. Sasha estaba sentada en su sillita, comiendo con toda tranquilidad. Cassie se había puesto a lavar los platos como si estuviera en su casa. La única nota discordante era él, que no sabía nada de casas, de niños, ni desde luego de familias.

—¿Ya ha enviado esos documentos?

—Sí, gracias por cuidar de mi sobrina.

Sasha miró a su tío con una gran sonrisa y se llevó su vasito de leche a los labios, sin derramar más que unas cuantas gotas.

—¡Bajar! —exigió la pequeña.

—Está bien, pero tendré que adecentarte antes... —dijo Cassie.

Cassie alcanzó una servilleta de papel y le limpió la cara y las manos antes de bajarla de la sillita. En cuanto estuvo libre, la niña se aferró a la piernas de su tío y dijo:

—Espagueti.

—¿Quieres que prepare espaguetis para cenar?

—¡Sí!

Él miró a Cassie.

—Esta niña es increíble... —declaró.

Cassie sonrió.

—Bueno, no se preocupe por eso. La doy de comer casi todos los días, así que sé lo que le gusta. Solo es cuestión de elegir lo correcto cuando vaya al supermercado.

Ryan se fijó en que Cassie había limpiado la mesa, así que se sentó en una silla y la invitó a acomodarse junto a él. Tras aceptar el ofrecimiento, ella alcanzó a la pequeña y se la puso en el regazo.

—Esto es difícil para mí —dijo Ryan con pesadumbre.

—Lo supongo —declaró Cassie—. Todo ha sido tan repentino... La policía vino al colegio y nos dijo lo que había pasado. Yo me llevé a Sasha y estuve con ella un par de noches, hasta que usted llegó.

Él asintió. Cuando le informaron de que su hermano y su cuñada habían muerto, intentó adelantar tanto trabajo como pudo y se dirigió a Bradley. Sasha no estaba en la casa, y casi no pensó en ella hasta que la tuvo entre sus brazos.

—¿Quién era la mujer que me la devolvió?

—Mi tía Charity. Aquel día, yo estaba trabajando —contestó Cassie—. Es obvio que usted no visitaba a su familia con mucha frecuencia...

Por el tono de voz de Cassie, Ryan no supo si era un comentario inocente o una recriminación directa.

—Dirijo una empresa grande en San José. Tengo muchas responsabilidades.

Ella se inclinó y dio un beso a Sasha, en la frente.

—Pues ahora tiene una niña a su cargo. Y puede que parezca una responsabilidad pequeña, pero le aseguro que se va a convertir en la mayor.

—Yo no estoy hecho para ser padre... No sé en que estaba pensando John cuando me nombró su tutor.

—Supongo que pensó que era su hermano y, en consecuencia, de la familia —le recordó Cassie—. ¿A quién, si no, iba a dejar a su hija?

—A alguien que sepa de niños. A alguien que esté en condiciones de cuidar de una niña —respondió Ryan.

—Será difícil al principio, pero se acostumbrará. Los niños parecen muy frágiles, pero en realidad son muy duros. Solo necesitan atención y amor... —Cassie sonrió de repente—. Bueno, y que los alimenten, claro.

—Sasha necesita una niñera —afirmó él—. ¿Sabe si su tía se podría hacer cargo de ella? Tengo que solucionar los asuntos pendientes de John y Helen, así que me quedaré un par de meses en Bradley.

—Me temo que mi tía no es la persona más adecuada para ejercer de niñera —replicó con humor—. Pero, si solo van a ser dos meses, puede contar conmigo.

—¿Con usted? —preguntó, extrañado—. Me acaba de decir que es profesora... Seguro que ya tiene bastante trabajo.

—Sí, es verdad, pero el curso acaba de empezar y mi jefa no tendrá problemas para encontrar a una sustituta.

—¿Va a dejar su empleo para cuidar de Sasha? —dijo, incapaz de creerlo.

Ella sonrió de nuevo.

—La universidad dispone de un departamento específico de enseñanza infantil, y todos los alumnos tienen que hacer prácticas con niños. El colegio siempre recibe más solicitudes de las que puede aceptar... —le explicó—. Puede estar seguro de que no será ningún problema.

—En ese caso, ¿cuándo puede empezar?

Ella arqueó una ceja.

—Querrá comprobar mis referencias antes de darme el empleo... No llevo un currículum encima, pero le puedo dar algunos nombres y números de teléfono.

—Sí, claro... —dijo Ryan, sintiéndose algo culpable por no haberlo pensado—. Pero, si todo está bien, ¿podría empezar mañana por la mañana?

Ella lo pensó un momento.

—Tengo que hablar con mi jefa, pero supongo que sí. ¿Quiere que venga todos los días a cuidar de Sasha? ¿O prefiere que me quede en la casa?

—Prefiero que se quede en la casa —respondió con sinceridad—. Es enorme y tiene habitaciones de sobra. Puede elegir la que prefiera.

La niña, que se había puesto a jugar con una cucharilla, la tiró al suelo. Cuando Cassie se inclinó a recogerla, Ryan notó que llevaba un anillo en la mano izquierda y llegó a la conclusión de que estaba casada.

—Aunque, por otra parte, no sé qué pensará su esposo si se queda aquí —siguió hablando—. Deberíamos optar por la primera solución.

Ella frunció el ceño.

—Yo no estoy casada.

—Pero si lleva anillo...

Cassie se miró la mano.

—Ah, eso... no es una alianza, es un anillo de compromiso. O más bien, una especie de promesa de una promesa. Joel y yo salimos juntos desde hace años.

Ryan se inclinó hacia delante y observó el anillo con atención.

—Está arañado...

—No es un arañazo, es un diamante.

—¿Un diamante?

Ella suspiró.

—Bueno, una esquirla de diamante.

Ryan la tomó de la mano para verlo mejor. Por lo visto, el novio de Cassie Wright no era de los que gastaban demasiado.

—Es muy bonito.

—Gracias.

Él le soltó la mano.

—Si me da el número de su jefa actual, lo llamaré por teléfono y pediré referencias. Después, la llamaré a usted.

Cassie tuvo que resistirse al impulso de frotarse las manos en los muslos. Su contacto había sido breve, pero le había dejado un cosquilleo de lo más agradable. Por suerte para ella, Ryan Lawford no podía saber que el corazón se le había acelerado y que sus piernas temblaban de repente.

Nunca había estado con un hombre como él; aunque, a decir verdad, no estaba precisamente rodeada de hombres. Quitando los padres de los niños del colegio y el conductor del autobús escolar, al que recientemente habían sustituido por una mujer, su relación con los hombres se limitaba a Joel y al marido de su hermana.

Ryan se puso a hablar sobre las condiciones de su oferta de trabajo, y mencionó una suma muy superior a la que recibía en el colegio. Cuando ella preguntó por qué era tan generoso, él contestó que le parecía lo más racional, teniendo en cuenta que sería un empleo irregular y que, en consecuencia, no cotizaría por él ni recibiría los beneficios sociales asociados.

Ella asintió en silencio porque se había puesto tan nerviosa que ya no podía ni hablar. Ryan le parecía un hombre increíblemente refinado. Helen le había hablado muchas veces de él, así que lo conocía bastante. Le sacaba ocho o nueve años y, al perder a John, se había quedado solo en el mundo. Por lo demás, sabía que era un hombre muy decidido, que estaba muy ocupado y que tenía mucho éxito en los negocios.

—Bueno, creo que eso es todo —sentenció él—. Si me puede apuntar esos números...

Ella le apuntó los números de teléfono. Se alegró de haberse puesto uno de sus mejores vestidos, aunque sospechaba que ni siquiera se habría fijado. En general, no se sentía incómoda con la gente; pero Ryan era distinto. Sus rasgos eran tan perfectos que se las veía y se las deseaba para no quedarse mirando su fuerte mandíbula y sus oscuros ojos verdes.

Cuando terminó de apuntar los números, le dio el papel. Se sentía como si fuera una adolescente y estuviera con su primer amor, pero no tenía nada de particular; como su relación con Joel era casi puramente amistosa, Ryan Lawford era lo más parecido a un primer amor.

—La llamaré esta noche —dijo él.

Ella estuvo a punto de suspirar, pero se refrenó. Mientras hablaban, la niña se había ido al salón y se había puesto a ver un vídeo.

—Será mejor que me vaya sin decirle nada... Si me despido de ella, se pondrá triste.

—Sí, será lo mejor. No sé qué hacer cuando se pone a llorar.

—No se preocupe. Normalmente, los berrinches se le pasan pronto.

Ryan, que no parecía muy convencido de su afirmación, la acompañó a la puerta. Cassie consideró la posibilidad de estrecharle la mano por segunda vez, pero la rechazó y se limitó a decir, antes de irse:

—Hablaremos esta noche.

Quince minutos después, Cassie se encontraba en el interior de su domicilio, una mansión victoriana tan grande como la de Ryan Lawford; pero, a diferencia de este, ella no era precisamente una recién llegada a la localidad californiana de Bradley. La casa llevaba más de un siglo en manos de su familia.

Se dirigió a su habitación y se alegró de toparse con su tía. Adoraba a Charity, pero necesitaba estar sola.

Cuando llegó, se sentó junto a la ventana y se dedicó a contemplar el jardín, aunque sin prestarle ninguna atención. Estaba pensando en el alto y atractivo Ryan, que le arrancó un suspiro. Habría dado cualquier cosa por conseguir que un hombre como él se fijara en una mujer como ella, pero no se engañaba a sí misma.

Era demasiado joven, demasiado corriente y poco interesante. Además, los hombres como él se enamoraban de modelos o de mujeres tan bellas y encantadoras como su hermana Chloe. Y, por otra parte, ni siquiera se podía decir que ella estuviera libre. Salía con Joel, y se suponía que estaban comprometidos.

Sacudió la cabeza y se dijo que sería mejor que preparara el equipaje. Sabía que Ryan la contrataría en cuanto tuviera sus referencias. De hecho, era un trámite innecesario. Mary, su jefa, la dejaría libre de inmediato. Habían hablado muchas veces de la situación de Ryan y era consciente de que un hombre solo y sin experiencia con niños tendría dificultades para hacerse cargo de Sasha.

Sin pensárselo dos veces, alcanzó el teléfono y marcó el número de su jefa, quien le informó de que ya había hablado con Ryan.

—Te he puesto por las nubes —dijo Mary—. He hablado tan bien de ti que estaría loco si no te diera el empleo.

—Gracias...

Hablaron durante unos minutos. Después, ella abrió el armario y sacó la maleta, aunque solo tenía intención de llevarse unas cuantas cosas. Cuando alcanzó el neceser que había dejado en uno de los estantes, se le cayó una caja al suelo. No necesitaba abrirla para saber lo que contenía. Era el camisón mágico de la familia; una antigua prenda de manga larga, con puntillas en los puños y en el cuello.

Abrió la caja y pasó una mano por la tela. Solo faltaban seis semanas. Seis más y sabría si la leyenda también se cumplía en su caso. A fin de cuentas, no era una Bradley de verdad. A ella la habían adoptado.

—Pronto lo sabré... —se dijo en voz alta.

Según la leyenda, una antepasada de su familia había salvado la vida de una gitana que, en agradecimiento, le había dado un camisón con poderes mágicos de lo más particulares: las Bradley que durmieran con él durante la noche de su vigésimo quinto cumpleaños, soñarían con el hombre de su vida y, si lo aceptaban, serían felices para siempre.

Nueve meses antes, Chloe se lo había puesto y había soñado con un hombre al que, por pura casualidad, conoció al día siguiente de su cumpleaños. Ahora eran felices, y Cassie ardía en deseos de que el camisón tuviera el mismo efecto en ella.

Se tocó el anillo y se dijo que a Joel no le importaría. Habían hablado del camisón varias veces y ella le había explicado que no se quería comprometer en serio hasta después de cumplir los veinticinco. Además, Joel le había dicho que no tenía prisa, y que estaba seguro de que soñaría con él.

Cassie le estaba muy agradecida. Sabía que la mayoría de los hombres no habrían sido tan pacientes y comprensivos; pero, a veces, le molestaba que fuera tan paciente y comprensivo. Quería pasión. Quería sentirse completamente abrumada por las emociones. Quería intensidad, magia.

—Seis semanas. Nada más.

Guardó la caja en el armario y se volvió a repetir que seis semanas era poco tiempo. Además, estaba a punto de marcharse a vivir con un hombre increíblemente atractivo que la excitaba sin más esfuerzo que el de estar en la misma habitación.

Por supuesto, había un pequeño problema. Ryan ni siquiera se había fijado en ella. Pero Cassie creía en sí misma, y se dijo que solo era cuestión de tiempo.

Capítulo 2

CASSIE entró en el vado de la mansión de Ryan a las ocho y veinticinco de la mañana. Habían quedado a las ocho y media, pero no quería llegar tarde en su primer día.

Tras aparcar el coche en el lado izquierdo del garaje, bajó del vehículo, abrió el maletero y sacó su equipaje y un par de juguetes que había tomado prestados en el colegio. Luego, contempló la imponente fachada de la mansión y se dijo en voz alta:

—Puedes hacerlo. Puedes salir bien de esta y no hacer el ridículo.

Cassie sonrió para sus adentros. No tenía la menor duda de que haría bien el trabajo, pero la relación que estableciera con Ryan era una cuestión aparte. Sin embargo, ya no se podía echar atrás. Había aceptado el empleo y tendría que vivir con él durante dos meses.

Acababa de llegar a la entrada y ya se disponía a llamar al timbre cuando la puerta se abrió. El hombre de sus sueños la miró a los ojos y, tras abalanzarse sobre ella para encargarse de la maleta, dijo:

—Por fin llega... Estaba contando los minutos.

Ella miró el reloj.

—No lo entiendo. Llego puntual...

—Sí, ya lo sé, no era una recriminación —replicó con inseguridad—. Es que la mañana está siendo algo difícil.

Cassie lo miró de arriba a abajo. Se había hecho un corte al afeitarse; tenía una mancha de zumo de naranja en la camisa y ni siquiera se había atado los cordones de los zapatos.

—¿Problemas con Sasha?

Él la invitó a entrar y cerró la puerta.

—Eso me temo. No deja de llorar.

Cassie se tuvo que morder el labio para no reír. Lamentaba que Sasha tuviera un mal día, pero él lo había dicho con tanta solemnidad que le pareció de lo más gracioso.

—Son cosas que pasan.

Él sacudió la cabeza.

—¿Y qué se hace cuando pasan? Estoy completamente perdido —Ryan se pasó una mano por el pelo—. Me mira con esos grandes ojos y siento pánico. Incluso le he prometido que le daría todo lo que quisiera si dejaba de llorar.

—Pues le recomiendo que cambie de filosofía. Si le da todo lo que quiere, la malcriará y, de paso, le saldrá extremadamente cara cuando crezca un poco. Además, no debe permitir que la niña le controle. El adulto es usted.

—Sí, pero ¿qué puedo hacer? No deja de preguntar por su madre.

El buen humor de Cassie desapareció al instante.

—No me sorprende. Es un momento difícil para los dos.

—Y tanto... ¿Cómo le puedo decir que su madre no va a volver a casa y que yo soy lo único que le queda? No sé qué hacer. Cometieron un error al dejarla a mi cargo.

—No, en absoluto. Si fuera cierto que cometieron un error, no estaría tan preocupado por ella. Se dedicaría a sus cosas y no pensaría tanto en Sasha.

—En ese caso, debo de ser el mayor canalla de la ciudad...

—¿Por qué lo dice?

—Porque me encantaría despreocuparme.

Ella asintió.

—Lo que le encantaría hacer no es importante; lo importante es lo que haga. Todos pensamos cosas de las que no nos sentimos particularmente orgullosos. Pero se nos debe juzgar por los actos, no por los pensamientos.

—Puede que tenga razón, pero... ¿se recuperará alguna vez de la pérdida de sus padres?

Cassie pensó que era una pregunta difícil.

—Sí, aunque no de la forma que imagina. Con el tiempo, dejará de preguntar por ellos. Le intentaremos explicar lo sucedido, con palabras que pueda entender. Pero siempre tendrá un vacío en su interior; siempre se preguntará cómo habría sido su vida si sus padres no hubieran muerto. Es inevitable.

—Habla como si tuviera experiencia al respecto.