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La inocente Gracie Jones anhelaba vivir aventuras. Una noche mágica, se encontró en brazos del carismático Malik al Bahjat, descubriendo a la mañana siguiente que era el heredero al trono de Alazar. Expulsada de su lado por la familia real, Gracie tuvo la certeza al cabo de unas semanas de que, a consecuencia de aquella noche, se había quedado embarazada. Cuando Malik supo la verdad, diez años más tarde, irrumpió en la vida de Gracie. Arrastrándola consigo a su magnífico reino, fue conquistándola, beso a beso, con la intención de legitimar a su heredero y satisfacer su deseo, para lo que necesitaba coronarla como su reina del desierto.
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Seitenzahl: 185
Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2017 Kate Hewitt
© 2018 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Heredero secreto, n.º 2634 - julio 2018
Título original: The Secret Heir of Alazar
Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 978-84-9188-667-9
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Créditos
Índice
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Si te ha gustado este libro…
ERA FASCINANTE. Malik al Bahjat, heredero al trono de Alazar, observaba a la chica a distancia. No se trataba de una belleza clásica, pero eso formaba parte de su encanto. Su cabello castaño dorado resbalaba por su espalda en una cascada de hondas y rizos. Tenía el rostro salpicado de pecas y unos ojos vivarachos color avellana que reflejaban sentido del humor, esperanza y alegría, tres cosas de las que carecía la vida de Malik.
Estaba sentada en el brazo de un sofá. Unos shorts vaqueros dejaban a la vista sus piernas doradas; llevaba una camiseta blanca y deportivas moradas. Comprensiblemente, varios hombres charlaban con ella. Cada poro de su sinuoso y grácil cuerpo desprendía vida.
Por contraste, Malik llevaba años sintiéndose como un autómata, programado para cumplir su deber. Dio un paso hacia ella. No acostumbraba a acudir a fiestas. Estaba en Roma para apoyar a su abuelo en las negociaciones para alcanzar un acuerdo comercial con la Unión Europea. Alazar había establecido sólidos vínculos con Europa con los que confiaba estabilizar su precaria economía, así como la península arábiga en su conjunto.
Malik era consciente de la importancia de las reuniones. Asad al Bahjat se había encargado de grabarlo en su mente. De ellas dependía la paz y la prosperidad en Alazar. Por sorpresa, un antiguo compañero de la escuela militar lo había contactado para quedar, y Malik, que apenas tenía vida social, había aceptado. Por una noche, podría comportarse como cualquier otro hombre, como si pudiera controlar su futuro y buscar su propia felicidad. Después de tantos años de obediencia inquebrantable, lo tenía merecido.
Dio otro paso hacia adelante. Aunque estaba a varios metros de ella, la chica lo miró y Malik se quedó petrificado. Ni siquiera quería pestañear para no romper el contacto.
Ella pareció asombrarse, abrió los ojos con curiosidad y entreabrió los labios. Malik se aproximó.
No tenía ni idea de qué decir. Su experiencia con mujeres era increíblemente limitada a causa de las extremas medidas de seguridad que lo rodeaban. Había crecido en el palacio con todo tipo de lujos, pero prácticamente aislado, a excepción de los años de preparación militar. De hecho, aquella debía de ser la primera fiesta a la que acudía que no se tratara de una recepción diplomática o un acto de beneficencia.
–Hola –dijo con voz ronca. Carraspeó.
La sonrisa que le dedicó ella lo caldeó como un rayo de sol.
–Hola –contestó con voz cantarina.
Se quedaron mirando en silencio, como si ninguno de los dos supiera cómo seguir.
Entonces ella rio quedamente y con una mirada pícara, preguntó:
–¿No vas a decirme tu nombre?
–Malik –dijo él, sintiendo que la cabeza le daba vueltas–. ¿Y el tuyo?
–Grace, aunque todo el mundo me llama Gracie. Durante un tiempo intenté recuperar Grace, pero a la gente parecía resultarle pretencioso. Supongo que porque no soy sofisticada, ya sabes, como Grace Kelly –concluyó con una sonrisa de complicidad que cautivó a Malik.
–Encantado de conocerte, Gracie. Me encanta ese nombre.
–Tienes acento –ella ladeó la cabeza y lo observó con una intensidad que perturbó a Malik. Solo era una mirada y, sin embargo, sintió que despertaba su adormecida libido–. Pero no eres italiano, ¿no?
–No, soy… –Malik no quería ser un heredero, un futuro sultán. Eso era lo que llevaba siendo desde los doce años.
«Ahora que Azim ha fallecido, tienes que olvidar tus juegos de niño. Debes ocupar su lugar y ser un hombre».
–Soy de Alazar –dijo finalmente.
Gracie arrugó la nariz.
–No había oído nunca ese nombre. ¿Está en Europa?
–No, en Oriente Medio. Poca gente lo conoce. Es un país pequeño –contestó Malik, y de un plumazo, dejó a un lado su país, su educación y toda su vida sin el menor sentimiento de culpa–. ¿Y tú? ¿Eres americana?
–¿Cómo lo has adivinado? –bromeó ella–. ¿Por mi espantoso acento del medio oeste?
–A mí me parece encantador.
Ella dejó escapar una embriagadora carcajada.
–Es la primera vez que oigo eso. Esta mañana he preguntado por una dirección y me han mirado horrorizados.
–Quienquiera que fuera, era descortés y estúpido –dijo Malik, y la risa que le arrancó lo llenó de felicidad–. ¿Qué haces en Roma?
–Estoy viajando durante el verano antes de empezar la Universidad en Illinois. Siempre he querido viajar, aunque mi gente no lo entienda.
–¿No?
–No, de hecho todo el mundo cree que estoy loca –Gracie continuó enfatizando su acento–. ¿Para qué quieres ver mundo, Gracie? ¡Es un lugar peligroso! –echó la cabeza hacia atrás, de manera que el cabello cayó como una cascada castaña y dorada–. Esa soy yo: la loca que quiere ver mundo.
–Yo no creo que estés loca.
–Ya somos dos –Gracie sonrió–. ¿Y tú, qué haces en Roma?
–Estoy de negocios con mi abuelo. Es muy aburrido –Malik no quería hablar de sí mismo–. ¿Dónde naciste?
–Addison Heights, un lugar sin ningún interés.
–Eres diferente a tus amigos –conjeturó Malik. Era lógico. Gracie no se parecía a nadie. Nuca había conocido a nadie tan rebosante de vida.
Y Malik se dio cuenta con asombro de que ansiaba tocar su sedoso cabello y besar sus labios cómo pétalos. El deseo sexual era algo que había tenido que apartar de su vida, pero en aquel instante lo sintió con toda la fuerza de sus veintidós años.
–Hola, Gracie –un joven con un polo arrugado y un par de botellas de cerveza en su regordeta mano se plantó ante ella. Malik se tensó, irritado por la intromisión. Pero le confortó ver que a Gracie también parecía molestarle.
El hombre intentó dejar a Malik de lado al tiempo que le daba una cerveza a Gracie.
–Aquí tienes.
–Gracias –ella tomó la botella, pero no bebió.
Malik cambió el peso de pie, de manera que su hombro rozara el del intruso. Con su metro noventa, le sacaba más de diez centímetros y era más musculoso y corpulento. Nunca había usado su tamaño para intimidar a nadie, fuera del entrenamiento militar, pero en aquella ocasión lo hizo sin pudor. A Gracie pareció hacerle gracia, porque le dedicó una sonrisa que Malik sintió como íntima y prometedora.
–La verdad es que ya no tengo sed –dijo Gracie al hombre que sudaba al lado de Malik. Le devolvió la cerveza y volvió la mirada a Malik–. Lo que quiero es un poco de aire fresco.
–Yo también –contestó él. Le tendió la mano y ella se la tomó, provocándole una sacudida eléctrica.
–Vayámonos –dijo Gracie con ojos chispeantes. Y Malik la guio fuera de la abarrotada habitación.
«¿Qué estaba haciendo?»
Gracie siguió a Malik echa un manojo de nervios. Soplaba un aire cálido; en la noche resonaban los ruidos de la ciudad: el distante zumbido de las motocicletas, el entrechocar de copas y las risas de los cafés próximos. Se quedaron parados, expectantes, mientras la brisa los acariciaba.
Sin soltarle la mano, Malik se volvió. En la oscuridad, Gracie apenas podía ver sus ojos gris oscuro y sus prominentes pómulos. Era el hombre más atractivo que había visto en su vida. Se había fijado en él en cuanto entró en la fiesta. Era alto, de anchos hombros y elegante. Vestido con una camisa blanca y unos pantalones negros, destacaba majestuosamente entre los jóvenes con vaqueros y camisetas arrugadas. Y él la había elegido.
La recorrió un escalofrío de placer. No era habitual en ella ser tan osada, tan lanzada. Era Gracie Jones, nacida en un pueblo de tres mil habitantes. Nunca había tenido novio, ni siquiera se había besado. Pero no le importaba, porque siempre había esperado a que llegara el momento perfecto.
«¿Habría llegado?»
–¿Dónde quieres ir? –preguntó Malik en un tono ronco que reverberó en ella.
–No lo sé. Llegué ayer a Roma, así que no conozco la ciudad –se encogió de hombros–. ¿Tienes alguna sugerencia?
Malik sonrió.
–Me temo que yo también llegué ayer.
–Así que somos un par de novatos –dijo Gracie, aunque la palabra no pareciera adecuada para describir a Malik. Poderoso, seguro, experimentado, resultaban más adecuadas.
–¿Cómo es que has ido a esa fiesta? –preguntó Malik.
Gracie arrugó la nariz.
–Conocí al tipo de las cervezas mientras paseaba. Me invitó a venir y me ha parecido una buena idea –se había sentido nerviosa y excitada ante la perspectiva de conocer a gente, pero lo que estaba haciendo era aún mejor–. ¿Y si vamos a un café a tomar algo?
–Creía que no tenías sed –dijo Malik con ojos chispeantes.
–Y así es –admitió ella–, pero tenemos que ir a alguna parte.
Malik la miró fijamente y Gracie sintió un ardiente calor en el vientre al descubrir un deseo indisimulado en sus ojos. De pronto se le ocurrieron un montón de sitios a los que ir, un montón de cosas que podían hacer…
Lo que era absurdo, dada su limitada experiencia. Además, no se conocían. No iba a cometer una estupidez en su primer día en Europa. Aun así, no podía negar la evidente atracción que había entre ellos.
–Supongo que tienes razón –murmuró Malik. Entrelazó los dedos con los de ella y fueron hasta un café junto a la Fontana de Trevi.
Las mesas de la terraza estaban ocupadas, pero tras intercambiar Malik unas palabras con el maître, este los condujo a una mesa privada, en la parte trasera, con una magnífica vista de la fuente.
Gracie se sentó, deleitándose en la contemplación de la vista y del hombre que no apartaba sus ojos de ella. Se sentía como si en lugar de sangre tuviera champán en las venas, como si cada uno de sus sentidos estuviera aguzado.
¿Qué tenía aquel hombre para hacerle sentir tan viva, tan expectante? No se trataba solo de que fuera guapo. Sentía una conexión con él, una proximidad primaria que iba más allá del deseo sexual. ¿O simplemente se estaba dejando llevar por el romanticismo de aquella ciudad, de aquella aventura con un hombre espectacular que, si no se equivocaba, acababa de pedir una botella de champán?
–Adoro el champán –dijo impulsivamente, aunque solo lo había probado dos veces.
–Me alegro. Es la mejor forma de celebrar.
–¿El qué?
Malik la observó con una perturbadora intensidad.
–Habernos conocido.
–Pero apenas sabemos nada el uno del otro –dijo Gracie con una risa nerviosa–. Solo sé tu nombre.
–Y dónde vivo. Pregúntame lo que quieras.
–¿Cualquier cosa?
Los ojos de Malik la abrasaron.
–Cualquier cosa.
Gracie se quedó en blanco. Su cuerpo respondía al de Malik, sentía tal tensión en su interior que temía explotar. Su mente era incapaz de procesar nada.
–¿Cuántos años tienes? –preguntó, sonrojándose.
–Veintidós.
¿Solo? Parecía tanto más experimentado y sofisticado que ella… Tenía un aire de autoridad y cierta arrogancia que la fascinaban. ¿Habría nacido así? ¿Serían rasgos aprendidos? ¿Qué demonios vería en ella?
–¿Y tú? –preguntó él con una sonrisa de disculpa.
–Diecinueve.
–¿Y has dicho que vas a ir a la universidad?
–Sí. En septiembre empiezo una carrera en magisterio para necesidades educativas especiales.
Malik frunció el ceño.
–¿Qué es eso?
–Son niños con dificultades de aprendizaje o con discapacidades –aclaró Gracie–. Mi hermano pequeño, Jonathan, es Síndrome Down y ha tenido la suerte de contar con buenos profesores. Yo quiero poder hacer lo mismo por otros niños.
–Es admirable estar al servicio de tu familia –dijo Malik–. Yo siento lo mismo
–¿Sí? –Gracie sintió una punzada de placer y algo más profundo–. ¿A qué te dedicas?
–Ayudo a mi abuelo –contestó Malik. Parecía elegir sus palabras con cuidado– con sus deberes y responsabilidades. Es un… hombre de cierta relevancia en Alazar.
–Ah.
Quizá eso explicaba el aire de dignidad de Malik. ¿Qué sería su padre? ¿Un diplomático? ¿Un jeque?
Gracie contuvo la risa. Se sentía como Alicia en el país de las maravillas.
En ese momento llegó el camarero con el champán y no pudo hacer preguntas.
–¿Por qué brindamos? –preguntó Malik, pasándole una copa.
–Por el futuro –dijo Gracie. Y tras una breve pausa, añadió con osadía–: Por nuestro futuro.
Malik sonrió y, sin dejar de mirarla, repitió a la vez que se llevaba la copa a los labios:
–Por nuestro futuro.
Gracie lo imitó. Mientras el burbujeante líquido descendía por su garganta, tuvo que contener la risa. La situación era tan increíble…tan inesperada. Entonces Malik preguntó con voz ronca:
–¿Sientes lo mismo que yo?
El corazón de Gracie se aceleró. Con mano temblorosa, dejó la copa en la mesa.
–Sí –musitó–. Creo que sí.
Malik rio quedamente.
–Pensaba que me lo estaba imaginando. Apenas te conozco…
–Ya.
–Y, sin embargo, hay química entre nosotros.
–Una conexión.
Malik la miró fijamente y Gracie temió haberlo malinterpretado.
–Sí –dijo el finalmente–. Una conexión.
Malik apenas había tocado el champán y, sin embargo, se sentía embriagado. No recordaba cuándo se había sentido tan vivo, tan expectante.
Se le formó un nudo en el estómago. Porque sabía que lo que estaba experimentando solo era temporal, que solo podía durar una noche. No tenía control sobre su vida desde que a los doce años lo habían apartado del colegio, de sus juegos y de la vida sencilla de un segundón. «Azim ha fallecido. Ahora eres el heredero». Malik apenas había asimilado el significado de aquellas palabras, pero había sabido que su vida acababa de cambiar radicalmente. Había pasado de ser un niño tímido, aficionado a la lectura, a convertirse en el futuro sultán, sometido a una formación férrea y apartado de sus seres queridos.
Así que después de diez años cumpliendo su deber a rajatabla, se merecía tener una noche para sí.
Se inclinó hacia adelante y posando la mano sobre la de ella, dijo:
–Vayámonos de aquí.
Una llamarada prendió en los ojos de Gracie.
–¿Para ir adónde?
–A cualquier parte –le daba lo mismo. Solo quería estar con ella.
–Podemos tirar una moneda en la Fontana –dijo Gracie con una sensual sonrisa–. Vivamos un poco.
Eso era precisamente lo que quería Malik. Vivir «un poco».
–Muy bien –dijo. Y se puso en pie. Pagó y salió del café de la mano de Gracie. No quería soltarla.
La plaza estaba llena de gente y de músicos, pero aun así, caminaron hacia la fuente como si estuvieran aislados en un mundo propio.
–¿Conoces la costumbre? –preguntó Gracie con picardía. Malik negó con la cabeza.
–Tienes que ponerte de espaldas y tirar una moneda con la mano derecha por encima del hombro izquierdo –dijo, ejemplificando el gesto con un movimiento grácil.
–¿Y qué se supone que pasa?
Gracie sonrió tímidamente.
–Que vuelves a Roma. Pero hay otra tradición… –se mordisqueó el labio. Malik alzó una ceja inquisitiva y Gracie concluyó–: Consiste en tirar tres monedas –se ruborizó y apartó la mirada.
–¿Para qué? –preguntó él.
–Una para volver a Roma, otra para tener un romance y la tercera para casarte –Gracia rio avergonzada–. Es una tontería.
Malik metió la mano en el bolsillo y bajo la atenta mirada de Gracie, tiró una moneda. Luego tiró otra y Gracie contuvo el aliento.
El corazón de Malik se aceleró al mirarla, y finalmente hizo lo que llevaba queriendo hacer desde que la había visto. La estrechó en sus brazos y la besó.
EL ROCE de los labios de Malik con los de Gracie le produjo una descarga eléctrica. Todo su cuerpo fue invadido por una mezcla de anhelo y necesidad. Abrió los labios a la vez que Malik posaba las manos en sus hombros y adentraba la lengua en su boca. Gracie se relajó contra su pecho.
Malik rompió el beso y la miró. Ella sonrió débilmente y dijo:
–Ha sido mi primer beso.
Él abrió los ojos desorbitadamente y admitió:
–También el mío.
–¿Qué? –Gracie se irguió bruscamente–. ¿Cómo es posible?
–¿Por qué te extraña?
–Por-que tú eres… –Gracie indicó vagamente su musculoso cuerpo–. Tienes que haber… –dejó la frase en el aire porque le daba vergüenza ponerle palabras.
–He vivido muy aislado –dijo Malik. Suspiró antes de añadir–: Esta es la primera noche que disfruto de tanta libertad.
–¿Por qué?
Malik se encogió de hombros.
–Por distintas razones.
Gracie intuyó que no quería hablar de ello, así que decidió contener su curiosidad.
–Si esta es tu noche de libertad –dijo, temeraria–, aprovechémosla al máximo. En cierta medida, también es la mía.
–¿Y eso?
Entonces fue Gracie quien se encogió de hombros.
–Yo también he tenido una vida protegida al vivir en un pueblo pequeño. Soy la penúltima de seis hermanos, y aunque mi familia es maravillosa, no hemos tenido dinero para ir de vacaciones o salir por ahí. Para mis padres, las fiestas del pueblo son el acontecimiento del año. Y no me importa, pero llevo toda mi vida esperando a vivir una aventura.
Y haber conocido a Malik era la mayor aventura de su vida. Gracie quería que volviera a besarla allí mismo, junto a la fuente, ante toda Roma.
Malik pareció leer su mente, porque le miró los labios e inclinó la cabeza.
–Gracie –musitó como una súplica, y la besó a la vez que ella se asía a su camisa y se sumergía en aquel beso, sintiendo que su interior se derretía.
Alguien dejó escapar un silbido y una carcajada y Malik alzó la cabeza.
–Aquí no –musitó.
–¿Dónde? –preguntó Gracie con el corazón desbocado.
Malik la miró fijamente y, acariciándole la mejilla, preguntó:
–¿Vendrías a mi hotel? Tengo una suite en el Hassler, muy cerca de aquí.
Gracie temió que el corazón se le escapara del pecho. Sabía lo que significaba aquella pregunta y no sabía qué responder. Todo había sucedido tan precipitadamente… Y, sin embargo, resultaba tan inevitable.
Era un puro cliché: la viajera cegada por un hombre guapo en una romántica ciudad extranjera. Si sus amigos lo supieran estarían entre sorprendidos y espantados. También escépticos, porque siempre habían pensado que sus sueños eran una locura.
«¿Para qué viajar, Gracie? Tienes aquí todo lo que necesitas».
Sus padres no habían salido de Illinois en una década y su mejor amiga, Jenna, solo pensaba en casarse con su novio del colegio. Nadie de su entorno compartía su curiosidad por conocer mundo.
–¿Gracie? –Malik le acarició de nuevo la mejilla y ella se estremeció–. Podemos quedarnos aquí.
–No, quiero ir contigo –Gracie sonrió con timidez–. Pero acuérdate que este ha sido mi primer beso. Así que… no tengo ninguna experiencia.
–Yo tampoco. Solo quiero pasar tiempo contigo. No tenemos que hacer nada –dijo él enfáticamente.
Pero cuando la besaba, Gracie quería hacer todo tipo de cosas.
–De acuerdo –musitó.
Malik abrió a puerta de su suite con mano temblorosa. Estaba ansioso por tener a Gracie de nuevo en sus brazos. Afortunadamente, su abuelo siempre pedía habitaciones separadas, y Malik solo había visto a un par de guardaespaldas adormecidos en el vestíbulo. Lo último que quería en aquel momento era enfrentarse a la cólera o la desaprobación de su abuelo.
Gracie miró a su alrededor con admiración.
–¡Esto es mucho mejor que mi hostal!
–Ahora esta es nuestra suite. Disfrutémosla –Malik encendió un sistema de música discretamente oculto tras una panel y en el aire flotaron las notas de un saxofón. Gracie sonrió, pero Malik percibió cierta inquietud en su mirada.
Ella se meció al compás de la música y él sonrió, pero no la acompañó. Entonces ella se detuvo y encogiéndose de hombros, dijo:
–No sé qué estoy haciendo.
Malik rio y dijo:
–Yo tampoco.
–¿De verdad? –Gracie sacudió la cabeza–. Resulta tan raro. Pareces tan… –rio y alzó la manos–… en forma.
–Gracias –dijo Malik. Nunca le había preocupado su aspecto físico. Y aunque alguna vez había sido consciente de recibir miradas aprobadoras de las mujeres, nunca le habían afectado como el comentario que acababa de hacer Gracie.
Y el calor que vio en sus ojos lo impulsó a atraerla hacia sí, pero no la besó; solo quería sentir su cuerpo, contemplar su rostro, alzado hacia él con una sonrisa que lo decía todo.
Y, entonces, a pesar de sus inseguridades y de su falta de experiencia, supo exactamente qué debía hacer y lo hizo: le acarició el rostro y el cabello, rozó con la punta de los dedos el puente de su nariz, el arco de sus cejas. Ella exhaló y suspiró temblorosa.
–Me siento como un flan.
–Yo, como si me quemara –dijo él, y deslizó los dedos hacia el seductor hueco de su garganta. Gracie se mordió el labio y Malik siguió bajando sus dedos hacia la uve de su escote. Gracie suspiró de nuevo y él la miró a los ojos.
–¿Puedo?
Ella asintió.
–Sí.
Aunque apenas la había tocado, Malik sentía su cuerpo arder. Podía percibir la intensidad de la respuesta de Gracie por la tensión de su cuerpo y el leve temblor que la recorría.
Malik deslizó las manos hasta su cintura y las abrió, adaptándolas al contorno de sus curvas.
Gracie rio con nerviosismo.
–Esto es tan…
–Lo sé.
Gracie apoyó la cabeza en el hombro de Malik.
–Estoy temblando.
–¿Tienes miedo?
–No. Pero siento tan… intensamente.