Herencia de infamia - Kate Hewitt - E-Book

Herencia de infamia E-Book

Kate Hewitt

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Beschreibung

Los Corretti. 4º de la saga. Saga completa 8 títulos. Rechazada y avergonzada. Y todo después de haber pasado una sola noche con un Corretti Angelo Corretti solo tenía una amante, la venganza. Se había vuelto un hombre sin corazón, poderoso y frío. Había pasado de peón a rey y solo le había movido un objetivo en su vida, destruir a la dinastía Corretti. La familia que lo había rechazado desde pequeño por ser ilegítimo. Pero aún no había podido olvidar a una chica con los ojos muy abiertos y un corazón inocente. Una chica que había sido su única amiga. Durante una noche, Lucia le había dado todo cuanto tenía y todo lo que él necesitaba. Años después, cuando estaba en la cúspide de su poder, se la encontró de nuevo y descubrió lo que había dejado atrás.

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Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

© 2013 Harlequin Books S.A.

© 2014 Harlequin Ibérica, S.A.

Herencia de infamia, n.º 92 - mayo 2014

Título original: An Inheritance of Shame

Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de pareja utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados. Imagen de paisaje

utilizada con permiso de Dreamstime.com.

I.S.B.N.: 978-84-687-4308-0

Editor responsable: Luis Pugni

Conversión ebook: MT Color & Diseño

Capítulo 1

Ya era suyo. Bueno, casi suyo… Angelo Corretti iba a firmar al día siguiente los documentos que transferían la propiedad del hotel Corretti Palermo de la empresa Corretti Enterprises a Corretti Internacional, su grupo empresarial.

Le parecía muy irónico que pasara de un Corretti a otro. Pero en realidad no eran lo mismo.

Se paseó por el vestíbulo del hotel.

Los botones lo reconocieron y se enderezaron al instante. La recepcionista lo miró también con algo de aprensión, parecía estar lista para responder si él la necesitaba. No se había presentado aún a ninguno de los empleados del hotel, pero estaba claro que sabían quién era. Había estado entrando y saliendo de las oficinas de la empresa Corretti durante casi una semana, organizando reuniones con los principales accionistas. No habían tenido más remedio que entregarle las riendas del hotel más importante de la empresa hotelera. Después de todo, el director general seguía ausente y Angelo tenía la mayoría de las acciones.

Al final, todo había sido mucho más simple de lo que había previsto. Sabía que bastaba con dejar a los Corretti solos durante un tiempo para que acabaran por pelearse entre ellos. No parecían ser capaces de evitarlo.

–¿Señor? ¿Señor Co… Corretti? –lo saludó entonces la recepcionista acercándose a él.

No le sorprendió que le costara dirigirse a él. Después de todo, estaban en Sicilia y allí los Corretti eran la familia más conocida y poderosa. Además de protagonizar todo tipo de escándalos. Pero sentía que él no era uno de ellos.

«Aunque sí lo eres», se recordó Angelo.

Sin poder evitarlo, sintió cómo recorría su cuerpo una ira que ya le resultaba demasiado familiar. Él era uno de ellos, pero oficialmente, nunca lo había sido. Nunca lo habían reconocido como tal, a pesar de que todo el mundo había sabido desde siempre la verdad sobre su nacimiento.

Había crecido en un pueblo y, desde su más tierna infancia, cuando ni él mismo entendía bien lo que significaba, había sabido que era el hijo bastardo de Carlo Corretti. Un hecho que había provocado que su vida fuera un infierno.

Se volvió hacia la recepcionista y se esforzó por mirarla con una sonrisa.

–¿Sí?

–¿Hay algo que pueda hacer por usted? –le preguntó la mujer con incertidumbre en sus ojos.

Parecía estar algo asustada, como si temiera que fuera a cambiarlo todo en el hotel y despedir a todo el mundo. Y, en parte, le tentaba la idea de hacerlo. Las personas que trabajaban allí habían sido leales a una familia a la que despreciaba profundamente y a la que estaba decidido a arruinar.

–No, gracias, Natalia –repuso mirando la placa con su nombre–. Voy a subir a mi habitación.

Había reservado la suite del ático para esa noche. Tenía la intención de disfrutar de su estancia en la habitación más lujosa del mejor hotel de su enemigo.

La suite que solía usar Matteo Corretti. Pero, después de la debacle que había resultado ser la boda del siglo entre las familias Corretti y Battaglia, Matteo se había fugado con la novia y nadie sabía dónde estaba. Además, ya no iba a poder volver a esa suite. En cuanto firmara al día siguiente el contrato, solo él iba a poder usarla si así lo deseaba.

Ningún otro Corretti iba a volver a hospedarse en ese hotel. Solo él, Angelo Corretti.

–Muy bien, señor Corretti –le dijo la recepcionista con algo más de seguridad.

Pero eso no hizo que se sintiera mejor. Siempre había sido un Corretti y había reclamado su derecho a usar ese apellido, aunque el hombre que lo había engendrado nunca había querido reconocerlo como su hijo y a pesar de que había tenido que pelearse con mucha gente desde pequeño para poder usar ese nombre. Aunque odiaba a la familia Corretti, se había ganado el derecho a usarlo.

Le dedicó una última sonrisa a la recepcionista y fue hacia los ascensores.

Era medianoche y el vestíbulo estaba casi desierto. Solo estaban allí la recepcionista y un mínimo de personal para atender a los huéspedes.

Aunque era muy tarde, sabía que le iba a costar dormir. Se quedó mirando la bella vista que tenía desde la planta superior del hotel. Podía ver toda la ciudad y el puerto.

Siempre le había costado conciliar el sueño. Demasiado a menudo, no llegaba a dormir más de dos o tres horas por noche y no siempre de forma consecutiva. Las horas en vela las llenaba trabajando o haciendo ejercicio, cualquier cosa para mantener el cuerpo y el cerebro ocupados, para no tener que pensar.

Las puertas del ascensor se abrieron directamente cuando llegó a su suite. Era una lujosa vivienda que ocupaba todo el piso superior del hotel.

Miró a su alrededor, fijándose en todos los detalles. El suelo era de mármol e iluminaba el vestíbulo una elegante lámpara de cristal. La suite estaba decorada con antigüedades y obras de arte muy caras.

Dejó caer la llave electrónica en una mesa auxiliar, se aflojó la corbata y se quitó la chaqueta. Sintió el comienzo de un dolor de cabeza, el latido en las sienes que anunciaba lo que iba a convertirse en migraña en un par de horas.

Las jaquecas y el insomnio eran parte del caro precio que había tenido que pagar para llegar a donde había llegado, pero no se arrepentía. Habría hecho cualquier cosa por estar donde estaba y llegar a ser quien era. Alguien con suficiente poder como para vengarse de los Corretti.

Se acercó a los ventanales del salón. Desde allí podía ver las luces de la ciudad.

La decoración de la suite era elegante, pero algo presuntuosa para su gusto. Uno de sus primeros proyectos iba a ser la reforma del hotel. Quería deshacerse de unos muebles y adornos tan barrocos y darle al hotel un aire más moderno. Creía que los anteriores dueños no habían hecho nada por mantenerlo al día y habían dejado que fuera marchitándose durante demasiado tiempo.

Estaba inquieto, no podía evitarlo, y le empezaba a doler más la cabeza. Dio vueltas por el salón. Sabía que no iba a poder conciliar el sueño. Pero tampoco le apetecía ponerse a trabajar. Era la noche anterior a su mayor victoria. Estaba a punto de convertirse oficialmente en el nuevo propietario del hotel y creía que debería estar celebrándolo.

Pero, por desgracia, no tenía a nadie a quien llamar en esa ciudad. No había hecho amigos durante los primeros dieciocho años de su vida, solo enemigos.

Recordó entonces que sí tenía a alguien.

Fue un pensamiento que se deslizó en su mente de manera sorprendente y muy dulce. Se quedó de repente quieto.

Lucia.

Trataba de no pensar en ella porque prefería no recordar el pasado, lo que podía haber pasado y no pasó, lo que pudo haber sido y no fue. Sentía nostalgia y remordimientos al mismo tiempo.

Y era algo a lo que no estaba acostumbrado. Nunca se arrepentía de nada.

De lo que menos se arrepentía era de la noche que había pasado en sus brazos, enterrándose tan dentro de ella que casi había olvidado quién era.

Durante unas horas felices con Lucia Anturri, la hija de un vecino a la que había ignorado y apreciado a partes iguales, había olvidado el dolor y el vacío que siempre había sentido. No podía olvidar sus sorprendentes ojos azules, unos ojos que reflejaban su corazón.

Pero después se había ido de su cama sin despedirse, aprovechando que ella aún dormía. Había vuelto entonces a su vida en Nueva York y a ser el hombre lleno de propósitos, determinación e ira que él siempre iba a ser. No estaba dispuesto a olvidar. Ni siquiera por una noche.

Estaba cada vez más inquieto y no podía hacer nada para olvidar la ira que lo reconcomía. Comenzó a desabotonarse la camisa. Decidió que le vendría bien darse una larga y caliente ducha. A veces le ayudaba con los dolores de cabeza.

Estaba quitándose la camisa cuando entró en el dormitorio y se detuvo de manera abrupta. Había al lado de la cama una cubitera con una botella de champán dentro. Y no era lo único que había junto a la cama.

También había una mujer.

Lucia se quedó inmóvil al ver al hombre medio desnudo frente de ella y presionó contra su pecho las toallas limpias. El corazón le latía con fuerza.

Era Angelo.

Siempre había sabido que lo vería de nuevo. De vez en cuando, había incluso fantaseado con esa posibilidad. Pero creía que solo habían sido románticos y ridículos sueños. Sueños de colegiala.

Pero hacía mucho tiempo que no soñaba con reencontrarse con él y nunca se habría imaginado que fuera a suceder de esa manera.

No podía creer lo que le estaba pasando, encontrarse con él de manera tan imprevista...

Había oído rumores de que estaba de vuelta en Sicilia, pero había asumido que eran solo eso, simples rumores. Nunca se podría haber imaginado verlo allí.

Lo miró de reojo, con su pelo alborotado y la camisa medio desabrochada. Estaba segura de que no la había reconocido. Ella, en cambio, no había podido evitar revivir, en cuestión de segundos, cada momento de aquella noche que habían pasado juntos hacía ya siete años.

Pero sabía que Angelo no sabía quién era. La miró con los ojos entrecerrados. Parecía enfadado.

Reconoció enseguida esa mirada. La había visto muy a menudo durante su infancia. Pero, aún enfadado, seguía siendo muy atractivo, el hombre más guapo que había visto nunca.

Lo había querido mucho, aunque era algo en lo que prefería no pensar. Estaba segura de que Angelo nunca la había amado.

Había pasado demasiado tiempo para que aún le doliera. Pero al verlo allí, con la camisa entreabierta revelando su terso y musculoso torso, se dio cuenta de que seguía doliéndole.

Angelo arqueó una ceja. Parecía molesto, como si estuviera esperando alguna reacción por parte de ella. No sabía si quería que se disculpara o que saliera de allí corriendo.

Ella también estaba enfadada. Le habría encantado poder decirle lo que pensaba de él después de que se fuera de su lado sin despedirse. Pero no era ira lo único que sentía. También deseo y desesperación, esperanza y odio, amor y sentimiento de pérdida.

En cualquier caso, creía que lo más sensato que podía hacer era salir de esa habitación antes de que él la reconociera y tuvieran que saludarse después de tanto tiempo. Le parecía una situación demasiado complicada e incómoda para los dos.

Habían sido amigos de infancia y él había sido su primer y único amante, pero sabía que no era importante para él, nunca lo había sido.

–Lo siento –susurró ella mientras bajaba la cabeza un poco para que el pelo le cubriera la cara–. Estaba preparando la habitación para la noche. Ahora mismo me voy.

Fue hacia la puerta sin levantar la cabeza. Odiaba que ese breve encuentro hubiera conseguido despertar de nuevo el dolor en su interior. Era un dolor que había tenido durante tanto tiempo que casi se había vuelto insensible a él. Pero, en ese momento, viendo que Angelo ni siquiera la había reconocido, sintió palpitar con más fuerza que nunca ese dolor. Estaba a punto de pasar a su lado cuando Angelo agarró su brazo.

–Espera –le pidió él.

Se quedó inmóvil y con el corazón a mil por hora. No podía respirar. Angelo soltó su brazo y fue hasta la cama.

–Estoy de celebración –le dijo.

Pero su voz no lo reflejaba. Hablaba con tanto cinismo como siempre. No pudo evitar ponerse bastante tensa al oírlo. Estaba de espaldas a él y sabía que aún no la había reconocido. Por una parte, era un alivio, pero tampoco podía evitar sentirse bastante decepcionada.

–¿Por qué no lo celebras conmigo? –continuó Angelo–. Solo una copa –le aclaró Angelo mientras abría la botella de champán–. Después de todo, no hay nadie con quien pueda celebrarlo.

Lucia se dio la vuelta lentamente. Estaba rígida y no sabía cómo actuar ni qué decir. Había pasado demasiado tiempo para seguir fingiendo que era un desconocido.

Vio que Angelo estaba vertiendo el champán en dos flautas de cristal. Parecía muy serio. Había algo en la desolación que vio en su expresión que no hizo sino aumentar ese dolor tan profundo que sentía en su interior. Un dolor que había tratado de ignorar durante mucho tiempo. Verlo así le recordó cuando apareció en su puerta siete años antes y la miró con tristeza en sus ojos.

–Ha muerto, Lucia –le había dicho entonces–. Y no siento nada. Me siento vacío.

Al verlo así, no había pensado en nada. Se había limitado a tomar su mano y entrar con él en su casa. Había comenzado en ese instante algo que había cambiado su vida para siempre.

Tragó saliva y levantó la barbilla para mirarlo a los ojos. Vio cómo se quedaba inmóvil, con una mano extendida hacia ella, ofreciéndole una copa de burbujeante champán.

–Está bien, Angelo –le dijo ella tratando de mantener la calma–. Me tomaré una copa contigo.

Angelo se quedó completamente inmóvil, con la mano extendida hacia ella. Los únicos sonidos en la habitación eran los de las burbujas del champán y su respiración entrecortada.

Lucia.

No entendía cómo no la había reconocido, cómo no había sabido de quién se trataba en cuanto la había visto en su suite. Y, en vez de reaccionar, no podía dejar de pensar en lo azules que eran sus ojos y en cuánto contrastaba ese color con su pelo oscuro y la piel olivácea de su rostro. Se quedó sin respiración al ver esos ojos mirándolo de nuevo.

Pero entonces se dio cuenta de lo que hacía allí y no pudo evitar sentir cierta amargura.

–¿Trabajas para ellos? ¿Para esos sinvergüenzas?

Vio que Lucia levantaba un poco más la barbilla y entrecerraba los ojos.

–Si te refieres a si soy una empleada del hotel, la respuesta es sí –le contestó orgullosa.

Era otra de las cosas que había olvidado. Su voz algo ronca y baja. Creía que no había una voz más sensual que la de Lucia. Y, aun así, podía ser también muy tierna y dulce. Recordó de repente la conversación que habían tenido aquella noche que compartieron siete años antes, después del funeral de su padre. Lucia, después de oírle confesar que no sentía nada, había querido saber qué era lo que Angelo había esperado sentir.

–No lo sé. Quizás satisfacción, felicidad... Algo. Pero solo siento un vacío en mi interior –le había asegurado él.

Lucia no le había respondido, se había limitado a abrazarlo.

Y él se había dejado abrazar, enterrando la cabeza en la suave curva de su cuello. Pocos minutos después, sus labios habían buscado y encontrado los de ella. Esa noche había necesitado más que nunca la comprensión de Lucia. Algo con lo que siempre había contado.

Por eso le costaba entender que pudiera trabajar para los Corretti, la familia que había hecho que su infancia fuera un verdadero infierno. Sacudió la cabeza lentamente. Su jaqueca iba de mal en peor y notaba que se le empezaba a nublar la vista.

–¿Cómo puedes trabajar para ellos? ¿Qué pasó con tu promesa, Lucia?

–Mi promesa... –repitió ella.

Apretó un puño contra su sien y cerró los ojos un instante. El dolor era insoportable.

–¿No lo recuerdas? Me prometiste que ni siquiera les dirigirías la palabra...

–La verdad es que no hablo con ellos. Angelo. Solo soy una más de todas las empleadas que limpiamos a diario el hotel. Ni siquiera saben cómo me llamo.

–Y eso crees que es una excusa para...

–¿De verdad quieres hablar de excusas? –lo interrumpió Lucia.

Angelo abrió los ojos y apretó el puño con más fuerza contra su sien. Sabía que estaba siendo ridículo. Después de todo, Lucia le había hecho esas promesas cuando era solo una niña, no podía haber tenido más de once o doce años. Recordaba muy bien el momento. Había tenido una pelea de vuelta a casa desde el colegio. Unos chicos mayores habían salido a su encuentro para pegarle, pero él se había defendido como había podido.

Después, se había encontrado a Lucia esperándolo en su puerta y mirándolo como siempre, con mucho cariño en sus ojos. Había tratado de consolarlo, pero él, herido en su orgullo y furioso, le había quitado importancia.

Lucia había insistido, siempre lo hacía, y él le había dejado que le pusiera una bolsa de hielo en el ojo y que le limpiara la sangre de la cara.

La había sorprendido mirándolo con los ojos tan abiertos y tan seria que, sin pensárselo dos veces, le había tomado las manos.

–Prométeme, Lucia, que nunca vas a hablar con ellos ni cambiar de opinión hacia esa gente. Prométeme que ni siquiera trabajarás para ellos o...

Lucia lo había mirado con sorpresa. Pero después le había dado la respuesta que esperaba.

–Te lo prometo.

No, no quería hablar de excusas en ese momento. Sabía que él no tenía ninguna. Habían pasado siete años desde que se fuera dejándola sola en la cama y todavía se sentía culpable.

Lo cierto era que había tratado de no pensar en Lucia. Pocas horas después de pasar la noche con ella, se había encontrado de nuevo en un avión y de regreso a Nueva York. Había decidido entonces que tenía que olvidarla.

Pero estaba en ese instante delante de ella y los recuerdos se apoderaron de él, haciéndole sentir cosas que no deseaba sentir.

Cerró los ojos de nuevo.

–Tienes una migraña, ¿verdad? –le preguntó ella en voz baja.

Angelo abrió los ojos y asintió. Había tenido jaquecas incluso de niño y Lucia solía darle entonces aspirina y le frotaba las sienes cuando él se lo permitía.

–No importa...

–¿Qué es lo que no importa? ¿Tu dolor de cabeza o que yo trabaje para los Corretti?

–Ya no trabajas para ellos.

Lucia abrió mucho los ojos durante un segundo. Supuso que lo había entendido mal y pensaba que iba a despedirla.

–Soy el nuevo propietario del hotel –le explicó él.

–Felicidades –repuso ella con un tono neutro.

No habría podido adivinar cómo se sentía. Era muy distinta a como la recordaba. Mucho más tranquila y fría. Había sido una persona cálida y generosa, capaz de entregarle su cuerpo y tal vez incluso su corazón en el transcurso de una sola noche.

Pero algo le decía que su corazón no había tenido nada que ver. Había llegado a temer que ella hubiera visto algo más en lo que solo había sido un único encuentro, quizás porque habían tenido una amistad que había durado muchos años. Le había preocupado que ella hubiera esperado más de él, cosas que sabía que no era capaz de dar, que nunca podría dar a nadie.

Pero, al ver cómo lo miraba, se dio cuenta de que no había tenido razones para preocuparse. No le sorprendía que hubiera dejado atrás lo ocurrido ni que siguiera adelante con su vida.

–¿Tienes analgésicos? –le preguntó Lucia con calma.

Le dolía tanto la cabeza que no dudó en contestarle.

–Sí, en mi neceser. Está en el baño...

Lucia pasó junto a él y su aroma lo envolvió. Se sentó a esperarla en la cama, con la copa de champán aún en su mano. Unos minutos más tarde, regresó y se arrodilló a su lado.

Le dio un vaso de agua, dos pastillas y le guio la mano para ayudarlo a beber. A pesar del intenso dolor de cabeza, no pudo evitar estremecerse al sentir el calor de sus manos.

Recordaba muy bien cómo había sido tenerla entre sus brazos. Apenas habían tenido que hablar, se conocían muy bien. Lucia siempre había sido muy dulce y generosa, siempre había estado dispuesta a cuidar de él, aún cuando la echaba de su lado una y otra vez.

Pero cada vez tenía más claro que había cambiado. No tardó en apartar sus manos.

–Gracias –repuso él bruscamente.

Habían compartido una noche desesperada y apasionada, pero sabía que ya no había nada entre ellos. Y que nunca podría haberlo.

Lucia seguía en cuclillas frente a Angelo, viendo cómo luchaba contra él mismo, como le había visto hacer tantas veces. Odiaba verse en una situación de debilidad y que otros lo vieran así.

Ella siempre había tratado de ayudarlo, pero era muy duro sentir que la apartaba de su lado una y otra vez, rechazando esa ayuda. Así había sido siempre su historia, desde que eran pequeños.

Pero ya estaba harta de esa historia. Ver de nuevo a Angelo había hecho que volviera a abrirse una profunda y dolorosa herida dentro de ella, pero no pensaba hacer nada al respecto.

Sabía que tenía que ser más inteligente de lo que lo había sido en el pasado y protegerse. A pesar de que una parte de ella, como siempre, anhelaba estar con él y aceptar lo poco que Angelo pudiera darle.

Había roto en mil pedazos su corazón y su alma. No iba a permitir que volviera a hacerlo. Había tardado años en reponerse y volver a sentirse fuerte.

–¿Vas a estar bien? –le preguntó mientras se levantaba.

–Estoy bien –repuso él con un gruñido.

Sabía por qué estaba de tan mal humor. No era solo por el dolor sino por que no le gustaba que nadie lo viera así de vulnerable.

–Muy bien. Entonces, me voy.

Angelo no respondió. Fue hacia la puerta, pero se detuvo poco después. De espaldas a él, con una mano en el marco de la puerta, decidió que no podía irse sin decirle unas palabras que tenía atravesadas en la garganta. Palabras que amenazaban con derramar todo el dolor que aún sentía después de tantos años. Y era un dolor que no quería mostrar ante Angelo porque no quería que él viera lo mucho que le había importado y lo débil que había sido. Y que aún era.

Respiró profundamente para tragarse esas palabras y tratar de ocultar una herida tan profunda que aún la podía sentir. Una herida y una pena de las que él no sabía nada. No podía decírselo esa noche.

Tal vez, no llegara a contárselo nunca. Una parte de ella le recordaba que Angelo no necesitaba saberlo y que quizás fuera mejor seguir adelante con su vida y hacerle creer que ella había seguido con la suya, que nada había cambiado.

–¿Lucia? –murmuró Angelo entonces.

Supuso que se preguntaba por qué seguía allí, qué era lo que quería.

–Me voy –le dijo ella de nuevo.

Se obligó a abrir la puerta y salir de la habitación sin mirar atrás.

Capítulo 2

Angelo miró la lista de los empleados del hotel que tenía en su escritorio. En realidad, era aún el escritorio de Matteo, no había tenido tiempo para cambiar nada desde que firmara esa mañana los documentos que lo convertían oficialmente en el nuevo propietario del hotel. Había ido directamente de la reunión con los descontentos accionistas al despacho de su rival.

Hizo una mueca al ver en su portátil el titular sensacionalista de un diario de Internet. No solía leer esas cosas, pero ese estaba lleno de malas noticias relacionadas con la familia Corretti.

Alessandro Corretti había estado a punto de casarse con Alessia Battaglia, pero esta se había fugado en el último momento con su primo Matteo. No pudo evitar sonreír. El escándalo estaba siendo devastador para sus hermanastros y primos, pero eran buenas noticias para él.

Con Matteo fuera de allí y el resto de los Corretti intentando solucionar la situación, se había encontrado de manera inesperada con la situación ideal para llevar a cabo su plan. Había llegado el momento de hacerse con parte del pastel de los Corretti y pensaba empezar con las obras de rehabilitación de la zona portuaria.

Antonio Battaglia, el ministro de Comercio y de Vivienda, que era además el padre de Alessia, iba a estar encantado con su oferta. Angelo había presentado ya sus propuestas iniciales y pensaba consolidar el acuerdo esa misma semana.

Volvió a mirar la lista de empleados. El nombre de Lucia Anturri era el primero en la sección de limpieza. En cuanto había llegado al hotel, había sacado los archivos de los empleados y acababa de ver que Lucia había estado trabajando allí durante siete años, todo el tiempo que había pasado desde que se vieran por última vez.

No entendía por qué le dolía tanto. Pero Lucia había pasado directamente de su cama a trabajar haciendo las camas de los Corretti. Hubiera preferido saber que no había sido algo tan inmediato, que se lo había pensado un poco más antes de aceptar un trabajo para la familia que él tanto odiaba. Una familia que lo había rechazado siempre.

También cabía la posibilidad de que eso no le importara a Lucia en absoluto, pero no terminaba de creerlo. Sabía que siempre lo había apoyado, se había preocupado por él, lo había esperado en casa cuando volvía del colegio, dispuesta a limpiarle las heridas o simplemente a hacerlo sonreír. A menudo había tratado de apartarla, había estado tan dolido que ni siquiera había sido capaz de aceptar sus ofrecimientos de amistad. Mi cucciola, la solía llamar. Mi cachorrita... Había sido un apelativo cariñoso, pero también una crítica porque ella siempre se había comportado con él como un cachorro, siguiéndole a todas partes para conseguir una mínima atención.

Sin embargo, aunque no la tratara como se merecía, Lucia siempre regresaba a su lado, con el corazón en los ojos. Como había hecho aquella noche tan lejana, cuando había aparecido en la puerta de su casa, demasiado aturdido para sentir nada, excepto la repentina pasión que se había despertado en él cuando Lucia lo había abrazado.

Seguía sintiéndose culpable cuando pensaba en esa noche y en cómo se había ido sin despedirse.

Se puso de pie y dio vueltas por el amplio despacho con su inquietud habitual. Sabía que debía sentirse satisfecho e incluso victorioso, pero no era así. Estaba nervioso y agitado. Además, aún sufría las consecuencias de la migraña que había tenido el día anterior.

Había pasado otra noche sin dormir luchando contra los recuerdos y la jaqueca. Llevaba siete años tratando de olvidar esa noche, pero no lo había logrado y había recordado cada minuto de aquel momento con Lucia durante horas de insomnio y dolor.

Recordaba perfectamente la dulzura de sus labios contra los de él, la forma en que ella lo había acogido entre sus brazos, abriéndose de una manera que no había encontrado en su vida ni antes ni después de esa noche. Había llegado incluso a sentir lágrimas en sus ojos cuando sus cuerpos por fin se habían unido en uno solo. Nunca se había sentido tan completo como en ese instante.

No entendía por qué no podía quitárselo de la cabeza. No era una persona romántica, nunca lo había sido. Y su parte más racional le decía que lo que pasó no podía significar nada.