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Después de seducirla, no sabía cómo haría para dejarla marchar... La oferta de fingir ser la prometida del millonario Rick Faulkner era la oportunidad perfecta para que Lily West diera a conocer su negocio de jardinería. Pero ella no era precisamente una damisela de la alta sociedad, así que Rick tenía que enseñarle algunas lecciones sobre sofisticación. Lily West tenía todo lo que Rick necesitaba para asegurarse el imperio familiar... y para querer llevársela a la cama...
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Seitenzahl: 166
Veröffentlichungsjahr: 2012
Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2005 Emilie Rose. Todos los derechos reservados.
HERIDAS DEL AYER, Nº 1406 - abril 2012
Título original: Breathless Passion
Publicada originalmente por Silhouette® Books
Publicada en español en 2005
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.
Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.
® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Books S.A.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
I.S.B.N.: 978-84-687-0046-5
Editor responsable: Luis Pugni
ePub: Publidisa
Lily West entró como un huracán en la sede de Restoration Specialists Incorporated decidida a enfrentarse al canalla que había intentado embaucar a su hermano.
Si bien era cierto que gozaba de una notable reputación como empresa dedicada a adaptar edificios históricos para uso moderno, no era menos cierto que el contrato era una estafa que no podía aceptar si quería quedarse con la granja familiar.
Sus tacones resonaban sobre el suelo de manera mientras se dirigía hacia la barra de un bar del siglo XIX que hacía las veces de Recepción. Por el camino, no pudo dejar de admirar la forma en que la histórica fábrica de algodón había sido transformada en la moderna sede de la compañía. Ventanas altas. Abundancia de luz natural. Un lugar perfecto para las plantas. Pero allí no había ni una sola. Para una persona amante de la naturaleza, la habitación parecía desnuda.
No había nadie en el mostrador y el ordenador estaba apagado. Pero si el personal ya se había marchado a disfrutar de aquel largo fin de semana, ¿por qué la puerta principal estaba abierta?
Las cortas uñas de Lily tamborilearon sobre la pulida superficie mientras combatía su frustración. Si en los próximos treinta minutos no conseguía enmendarlo, Gemini quedaría sometida a los términos estipulados en ese contrato. El derecho de rescisión finalizaba ese mismo día a las cinco de la tarde. Condenado Trent que le ocultó el contrato hasta que fue demasiado tarde. Como era habitual, su hermano sólo se fijó en las generalidades y no en la letra pequeña.
Con los dientes apretados, examinó el edificio de tres plantas. Había luz en un despacho del segundo piso.
Lily subió la escalera de hierro forjado en forma de espiral.
Dentro del despacho iluminado había un hombre de amplios hombros y pelo corto de un rubio descolorido por el sol. Estaba inclinado sobre una mesa cubierta de archivos. Lily golpeó con los nudillos en la puerta abierta.
Él alzó la vista y ella contuvo la respiración. Un par de ojos azules la dejaron clavada en su sitio. Era un rostro maravilloso, desde la aristocrática nariz recta hasta los labios cincelados. Incluso era fabulosa la sombra dorada de la barba de las cinco de la tarde en el mentón cuadrado.
–¿En que puedo ayudarla? –preguntó con una voz profunda cuya vibración recorrió la espalda de Lily como la suave caricia de una rama de sauce.
«Cálmate», Lily.
–Soy Lily West, de la empresa paisajística Gemini Landscaping. Necesito hablar con alguien respecto a nuestro contrato con Restoration Specialists.
El hombre rodeó la mesa y se detuvo frente a ella. Lily tuvo que alzar la cabeza para mirarlo, gesto nada habitual porque era muy alta. El hombre era tan alto como su hermano, pero su cuerpo fuerte y atlético hizo que se sintiera pequeña y frágil.
Llevaba una camisa de batista con el logo de la empresa bordado en el bolsillo superior, vaqueros tan gastados como los de ella y botas de trabajo. Los músculos de los hombros delataban a un hombre habituado a los trabajos manuales, lo que significaba que no era el burócrata que ella necesitaba.
–Necesito hablar con alguien de la administración.
–Está hablando con la persona adecuada –dijo al tiempo que le tendía la mano, sin dejar de notar su mirada escéptica–. Soy Rick Faulkner, director del Departamento de Arquitectura y Diseño.
El nombre le era familiar y sin embargo, sabía que nunca lo había visto anteriormente. Cuando los largos dedos estrecharon los suyos, Lily tardó un instante en volver a respirar y, cuando lo hizo, una fresca fragancia a madera inundó sus fosas nasales.
Él la examinó tan atentamente como ella lo había hecho. Antes de encontrar su mirada, los ojos azules se desplazaron desde los cortos cabellos oscuros, que no habían visto un peine desde la mañana, hasta las gastadas botas.
Lily sintió que se le erizaba la piel y lamentó no haberse maquillado, aunque nunca lo hacía. Incluso maquillada sabía que nunca tendría lo que se necesitaba para atraer a un hombre tan fabuloso como ése.
–¿Algún problema, señora West?
La pregunta le obligó a reparar en el hecho de que su mano todavía reposaba en la mano cálida y áspera del hombre y que la piel le quemaba. Lily la retiró con un cosquilleo de excitación en la espalda.
–Este contrato apesta como el estiércol. Quiero que se enmiende o, de lo contrario, habrá que romperlo.
«Muy bonito, Lily. Vas a impresionar al tipo hablando de estiércol. No me sorprende que los hombres no se agolpen ante tu puerta».
La sonrisa impresionante del hombre, como tuvo que admitir de mala gana, dejó al descubierto una hilera de blancos dientes y un destello en los ojos azules que pusieron en peligro la estabilidad de sus rodillas.
–¿No quiere tratar con nosotros?
–No, si tengo que pagar sobornos.
Los ojos del hombre se entornaron, súbitamente serios.
–¿No es un contrato equitativo?
–Ni mucho menos.
–¿Es ése? –preguntó en tanto indicaba los documentos que ella estrujaba en la mano.
Lily desenrolló los papeles antes de tendérselos.
–Sí. He subrayado las partes discutibles. El tipo que lo hizo añadió todo tipo de pequeños detalles de modo que el trato no reporta ningún beneficio a nuestra empresa.
Apoyado contra el escritorio, el hombre inclinó la cabeza sobre los documentos, y los ojos de Lily se posaron en los flexibles músculos de los muslos y en la descolorida tela vaquera en otros sitios interesantes.
«Deberías avergonzarte, Lily».
De inmediato desvió la atención hacia objetos más apropiados como la mesa de dibujo y las estanterías cargadas de libros de arquitectura. Algunas pinturas exclusivas colgaban de las toscas paredes y los muebles eran de excelente calidad. No había punto de comparación con su modesta oficina.
–¿Por qué no se sienta, señora West, y me da unos minutos para estudiar esto?
Cuando ella se hubo acomodado en una silla de roble junto a la ventana, él abrió uno de los archivos que había sobre la mesa y sacó un documento. Con un largo dedo recorrió una columna de números, luego hizo una pausa con el ceño fruncido y volvió al principio de la columna.
Como el polen a la abeja, la amplia ventana que ocupaba toda la pared externa atrajo la atención de Lily, acostumbrada a pasar la mayor parte del día al aire libre. La vista espectacular del centro de Chapel Hill y las colinas que circundaban la pequeña universidad podrían proporcionarle una sensación de libertad por un rato.
Era el último día de agosto, pero ya lo árboles empezaban a amarillear debido a la sequía del verano. En un mes más, las colinas se verían inundadas de tonos amarillos y anaranjados y, si tenía suerte, pronto se ocuparía en labores que generaba el otoño, como rastrillar hojas y podar los árboles. Desde el año anterior, a partir de la muerte de su padrastro, todos los trabajos eran indispensables, pero no abundaban contratos con empresas como la Restoration Specialists, aunque empezaba a darle quebraderos de cabeza. ¿En qué estaría pensando Trent?
–¿Manipuló usted este contrato?
Ella se volvió y sus ojos se encontraron con la perturbadora mirada azul del arquitecto, fija en ella.
–Desde luego que no.
Él asintió y volvió al documento.
Lily apartó la mirada de los rubios cabellos de surfista y leyó el diploma que había en la pared. Faulkner. Al fin comprendió por qué el nombre le era familiar.
–¿Usted es el niño del dueño de la empresa? –preguntó con una ligera ironía.
–Tengo treinta y cuatro años; demasiado mayor para ser un niño, pero sí. Mi padre es el director ejecutivo de Restoration Specialists Incorporated.
No era de extrañar que Broderick Faulkner III no llevara traje. Los reglamentos y normas de vestimenta no se aplicaban al hijo del propietario, aunque sin duda Rick era lo suficientemente brillante para haber obtenido el título de arquitecto.
–Esta mañana nuestro director de contrataciones salió de vacaciones por dos semanas. ¿Desea que anule este contrato o prefiere renegociarlo? –dijo, finalmente.
Gemini necesitaba hacerse cargo de ese trabajo. Con mucha urgencia.
Lily se inclinó en el asiento con las manos en la rodillas.
–Me gustaría trabajar para su empresa, señor Faulkner, si llegamos a un acuerdo.
Él puso las manos sobre la mesa. Eran manos competentes, de largos dedos y uñas esmeradamente recortadas.
–¿Sus condiciones son las que aparecen escritas en los márgenes del contrato?
–Sí.
Sin discutir, puso sus iniciales y la fecha bajo las modificaciones que Lily había hecho y luego avanzó hasta la última página.
–¿Trent West es su marido?
–Es mi hermano y mi socio.
Trent se había sentido deslumbrado al saber que Gemini obtendría la exclusividad de los proyectos locales de la Restoration Specialists por dos años y no se fijó en las partes conflictivas del contrato.
–Su hermano debería ser más cuidadoso y si es su socio, usted también –comentó el arquitecto al tiempo que empujaba los papeles hacia ella y le ofrecía su pluma estilográfica. Los dedos se tocaron. Lily sintió una descarga eléctrica en el vientre que le quitó el aliento y la pluma cayó sobre la mesa. «No pertenece a tu clase, Lily».
–Todos deberíamos andar siempre con pies de plomo, ¿no le parece? Algunas cosas son demasiado buenas para ser ciertas.
–Es un pensamiento bastante amargo para una persona tan joven. Ponga sus iniciales y la fecha en las modificaciones, por favor –pidió al tiempo que recogía la estilográfica y se la entregaba.
–Tengo veinticinco años y aprendo rápidamente –comentó mientras obedecía las instrucciones. Luego se sentó para estudiarlo atentamente. La corrección del contrato había resultado demasiado fácil. De acuerdo a su experiencia, los tipos ricos nunca aceptaban la responsabilidad de sus errores. Allí tenía que haber una trampa–. ¿Está seguro de que tiene autorización para hacer esto?
Los labios del hombre, fabulosos por cierto, adoptaron una expresión de firmeza.
–Se lo llevaré inmediatamente a mi padre.
Ella inclinó la cabeza para ocultar una expresión burlona. De acuerdo, el papaíto llevaba las riendas del negocio. Probablemente Rick no era nada más que una figura decorativa con un título. Una estupenda figura decorativa.
–¿Me he perdido algo?
Ella alzó bruscamente la barbilla.
–¿Como qué?
Él unió los dedos y se reclinó en el asiento.
–Tiene un rostro muy expresivo.
Ella le devolvió la mirada.
–Me preguntaba si no debí haber negociado directamente con su padre –respondió con sinceridad–. No puedo decir que esté dispuesta a confiar otra vez en el hombre de los contratos.
Con el rostro endurecido, Rick se inclinó repentinamente hacia adelante y Lily sospechó que lo había ofendido.
–Mi padre estará fuera de la ciudad hasta el martes. Espero que recuerde que el lunes es festivo. O trata conmigo o cancelamos el contrato y lo vuelve a negociar con mi primo, el contratista, que estará de vuelta en dos semanas más, como ya le dije.
–Trataré con usted.
Rick se levantó y le tendió la mano. Lily se puso de pie, pero vaciló un instante. No deseaba volver a tocarlo y no porque le repugnara, sino exactamente por lo contrario. Rick Faulkner era demasiado apuesto. «Elige a los de tu propia clase, Lily, o te destrozarán el corazón», siempre le había dicho su madre.
–Necesito sacar una copia de las modificaciones para nuestro archivo.
Con las mejilla encendidas, Lily le entregó los papeles.
–Desde luego.
El teléfono sonó.
–Rick Faulkner –dijo con brusquedad. Luego hizo una mueca–. Discúlpame –añadió. Lily se volvió hacia la ventana para no invadir su intimidad–. No, no he olvidado la fiesta –dijo con un irresistible tono aterciopelado. Sorprendida por el súbito cambio de tono, y más aún por su propia reacción, Lily lo miró por encima del hombro con el pulso acelerado–. Sí, llevaré a una amiga. No, no te diré quién es… No, no la conoces –añadió con unos gestos que delataban su tensión–. Ahora no puedo hablar. Estoy con un cliente. Te llamaré más tarde, mamá –concluyó. Mamá. Citas. Estrés. Sí, la historia de su propia vida, pensó Lily. Tras cortar la comunicación, Rick se pasó los dedos por los mechones dorados–. Perdone la interrupción. Deme un minuto para hacer las copias.
–¿Una madre casamentera?
La breve risa sonó más exasperada que divertida y su mueca irónica la dejó sin respiración.
–Sí, y es implacable en su demanda de nietos.
Lily arrugó la nariz en señal de simpatía.
–Yo también tengo una igual y hace falta un buen juego de piernas para evitar las trampas. En este momento me siento de vacaciones ya que mi madre pasa un par de meses con una amiga, en Arizona. No me interprete mal. La quiero mucho, pero es increíblemente agradable llegar a casa al finalizar la jornada y no encontrar al sobrino del primo de alguna amiga suya mirándome fijamente durante la cena. Las citas a ciegas son una peste.
«Al hombre no le interesa tu lastimosa vida sentimental. ¿Por qué hablas tanto?»
Con los ojos entornados, el hombre le dirigió una mirada evaluativa que le alteró el ritmo cardíaco.
–¿Qué planes tiene para dentro de dos sábados?
La sorpresa le hizo dar un respingo.
–¿Yo? ¿Por qué?
–Dentro de dos semanas mi padre celebra una fiesta con motivo de su jubilación. Necesito una acompañante que sepa eludir el asedio de madres casamenteras. Y me parece que usted es la persona indicada.
Lily sintió que se le encogía el estómago, pero la realidad la llevó a poner los ojos en blanco.
–Claro, como si yo pudiera encajar en su mundo.
La mirada de Rick recorrió desde los cabellos alborotados hasta las botas de trabajo y luego retornó a los ojos. Lily sintió un repentino calor hormigueante en la piel al tiempo que maldecía no haberse peinado esa mañana.
–¿Y por qué no?
Antes de poder evitarlo, ella dejó escapar una risa incrédula.
–Suelo llevar ropa de tela vaquera y mucha suciedad. Sus distinguidas amigas llevan ropa de diseño y diamantes.
Él arqueó una oscura ceja dorada.
–¿Y cómo lo sabe…?
Porque ella leía religiosamente las columnas de sociedad de Chapel Hill para enterarse de todas las noticias relacionadas con un hombre que fingía ignorar su existencia.
–Conozco a los de su clase.
–Detecto una especie de esnobismo a la inversa, ¿o no, señora West?
–Nada de eso. Sólo la dura realidad.
–Uno construye su propia realidad. ¿Qué me dices, Lily? ¿Quieres ser mi pareja en la fiesta de mi padre?
–De ninguna manera, señor Faulkner. Por lo demás, ni siquiera tengo un vestido adecuado.
–Me llamo Rick y te compraré uno.
La sorpresa la hizo retroceder. «No, de ninguna manera».
–No.
Un destello desafiante iluminó los ojos de Rick.
–¿Tienes miedo de enseñar las piernas?
Ella alzó la barbilla.
–Tengo unas piernas formidables. Mi gato siempre me lo dice ronroneando cuando se frota contra mis extremidades.
La risita del hombre la agitó hasta el extremo de sentirse tentada a tirar toda su cautela por la borda.
–Acompáñame a cenar esta noche y así me darás la oportunidad de hacerte cambiar de opinión.
Su encanto la arrolló como una ola, pero Trent y ella eran la prueba viviente de la clase de problemas que podían causar los tipos ricos y demasiado atractivos. Un repentino pensamiento le erizó los cabellos de la nuca. Entonces puso la silla entre ellos y se aferró al respaldo hasta que le dolieron los nudillos.
–¿El contrato depende de mi aceptación?
–Por supuesto que no –replicó al instante–. Sígueme.
Rick la condujo a otra habitación donde sacó un par de copias del contrato y le tendió una.
–Ya tienes tu contrato, firmado, sellado y entregado en mano. Y ahora, ¿quieres acompañarme a cenar, Lily?
–No voy vestida para el Top of the Town –replicó con el corazón latiéndole más de prisa. Había nombrado el restaurante más prestigioso de la localidad, un lugar frecuentado por personas como él. ¿Por qué un hombre proveniente de una de las más antiguas familias de Chapel Hill querría salir con ella? ¿Y qué mujer en sus cabales rechazaría a Rick Faulkner? Una que no quisiera dolores de cabeza.
–Hay un asador junto a la vía férrea, en Highway 86, y no se preocupa por la vestimenta de sus clientes.
La boca se le hizo agua al oírle mencionar su restaurante favorito, pero vaciló por un par de razones. La primera, aquel restaurante también había sido el favorito de Walt, su padrastro y no había estado allí desde que falleció. La segunda, como hija bastarda de un multimillonario, había aprendido muy duramente que la gente pudiente y los otros nunca se mezclaban en esa pequeña ciudad universitaria.
–Nunca mantengo relaciones personales con mis asociados.
–Pero esto es un negocio. Te lo explicaré durante la cena. ¿Hay alguien además del gato que te espere en casa?
Desilusionada, se mordió la parte interna del labio. Así que el interés del hombre era puramente comercial –No, pero te advierto que no me vas a hacer cambiar de opinión respecto a la fiesta de tu padre.
Un destello desafiante iluminó los ojos de Rick.
–No serías capaz de condenarme a comer solo, ¿verdad?
Ella dejó escapar una exclamación incrédula.
–No digas eso. Apostaría a que con sólo una llamada telefónica, en cinco minutos tendrías un rebaño de mujeres ante tu puerta.
–La única fémina con la que como regularmente es con mi perra, pero Maggie pasará la noche en la clínica veterinaria porque hoy le han extirpado los ovarios. Mi casa está vacía.
Maldición. Nadie podía resistirse a un tipo que amaba a los animales.
–Sólo la cena.
–¿No tomarás postre?
–Sólo el del restaurante.
Su sonrisa juvenil profundizó las líneas de la risa en las comisura de los ojos y de la boca. A Lily le flaquearon las piernas.
–De acuerdo. Déjame archivar estos documentos.
Rick puso el contrato en una carpeta y después lo guardó con llave en un cajón del escritorio.
–Mi furgoneta está afuera.
–Mi camión también –replicó ella.
–¿Piensas llevarme al restaurante?
–Lo conozco. Nos encontraremos allí.
Su madre no había criado hijos tontos. Si no conoces a un tipo no te subes a su coche aunque el tipo sea de muy buena familia.
–¿Vas a insistir en compartir la cuenta también?
Ella se encogió de hombros.
–Puede ser. Depende de si tu proposición comercial es legítima.
Sin más, empezó a bajar la escalera y en la entrada esperó que él cerrara la puerta con llave. Tenía que estar loca para haber aceptado salir con él. Pero, por otra parte, ¿qué daño podría hacer una cena? La casa vacía y un bocadillo de mantequilla de cacahuete no le atraían para nada. Además, cuando su madre la llamara podría decirle que había cenado con un hombre. Así la mantendría tranquila por lo menos durante un mes antes de que sus amigas se dejaran caer con sus sobrinos a la zaga.
Estaría a salvo mientras recordara que una cena sería lo único que compartiría con Rick Faulkner. Y en cuanto a su invitación para la fiesta del padre, eso nunca sucedería.
Lily West no podía ser más diferente a las sofisticadas mujeres que él frecuentaba.
¿Qué era lo que lo atraía de ella?
Rick se reclinó en el asiento, bebió un sorbo de té helado y estudió a la mujer sentada frente a él. Era bonita, como una chica corriente podía serlo. El color caoba de sus cortos y brillantes cabellos, los gruesos labios rojos y la piel de melocotón eran naturales. Las largas pestañas sin rímel sombrearon sus mejillas mientras desenrollaba la servilleta de papel y ponía los cubiertos a un lado. Sus esbeltos dedos eran graciosos aún sin el beneficio de las uñas artificiales que llevaban muchas de sus amigas. Sus únicas joyas eran un par de pequeños pendientes de oro y un modesto reloj de hombre. No llevaba perfume.