Hipnoterapia sin trance - Giorgio Nardone - E-Book

Hipnoterapia sin trance E-Book

Giorgio Nardone

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Beschreibung

La hipnosis sin trance es una herramienta formidable para mejorar nuestras habilidades. Para los terapeutas, también es una de las técnicas más poderosas y efectivas para ayudar al paciente a desbloquear sus percepciones rígidas y disfuncionales de la realidad. El propósito de la hipnosis es preparar al sujeto para el cambio, porque convence mucho más un estado emocional que un argumento lógico. Solo así es posible ayudar a los pacientes a liberarse de sus conductas patológicas gracias a la autopersuasión. Tras veinte años de trabajo con el método de la hipnosis, Giorgio Nardone explica su funcionamiento y sus beneficios, entre otros, la capacidad de utilizar habilidades comunicativas basadas en la sugestión, que pueden hacer más efectivo el trabajo de terapeutas e investigadores.

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GIORGIO NARDONE

Hipnoterapia sin trance

Hablar a la mente emocional del otro

Traducción: Maria Pons Irazazábal

Herder

Título original: Ipnoterapia senza trance

Traducción: Maria Pons Irazazábal

Diseño de la cubierta: Melina Belén Agostini

Edición digital: José Toribio Barba

© 2020, Adriano Salani Editore s.u.r.l. -Milano

© 2024, Herder Editorial, S.L., Barcelona

ISBN: 978-84-254-5096-9

1.ª edición digital, 2024

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita reproducir algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com).

Herder

herdereditorial.com

Índice

Prólogo

1. Hipnoterapia sin trance: desvelar el misterio

Psicoterapia y comunicación sugestiva

Sugestión: la famosa desconocida

Estados alterados de conciencia: gracia y desgracia de la mente

2. Crónica de la investigación empírica

La investigación sobre la comunicación terapéutica verbal

La investigación sobre la comunicación terapéutica no verbal y paraverbal

3. Técnicas aparentemente mágicas

Prescripciones imperativas

Reestructuraciones sugestivas

Preguntas performativas

Es solo una pregunta teórica, no debe hacer nada, solo pensar en ella, discutiremos juntos sus opiniones…

Paráfrasis iluminadoras

Tocar el corazón: fórmulas evocadoras

Contradelirio y diálogo paradójico

4. La danza interactiva: la secuencia de un encuentro terapéutico sugestivo

5. Hipnoterapia sin trance en acción

Vencer al abusador

Danzar con el suicidio: el delirio lúcido

Epílogo

Bibliografía

Información adicional

Dos excesos: excluir la razón,no admitir más que la razónBLAISE PASCAL

Prólogo

Una gran multitud ruidosa espera que comience la charla de un prestigioso conferenciante. El público está compuesto por médicos, psicólogos y psiquiatras, personas por lo general poco conformistas, sobre todo ante alguien que les presenta una cosa que se anuncia como innovadora.

El personaje aparece silenciosamente, con paso ágil y elegante; solo una parte del auditorio se da cuenta y se sienta, observándolo, mientras los demás siguen hablando entre sí. Al llegar al escenario, el conferenciante se detiene y, sin decir palabra, comienza a observar al público utilizando la mirada como si fuera un cono de luz que se desplaza por la sala, de una zona a otra. En pocos segundos, como atraídos por una potente energía, todos los asistentes callan y se sientan fijando su atención en él.

Con este comportamiento el experimentado comunicador ha creado un portentoso efecto sugestivo, bien conocido ya tanto por el arte de la persuasión sofista (Untersteiner, 2008) como por la oratoria romana (Cicerón, 2015): la imposición del propio carisma a la multitud. De manera parecida el encantador de serpientes «hipnotiza» a la cobra con el movimiento de la cabeza y de la mirada y no, como suele creerse, con el sonido de la flauta; la serpiente, que durante estas exhibiciones se yergue y mira fijamente a su encantador, en realidad es prácticamente sorda.

Otro ejemplo es también el de la persona acrofóbica, es decir, que tiene miedo a las alturas, que, guiada por un terapeuta experimentado, ejerce una fuerte presión en su dedo pulgar hasta sentir dolor y al fin consigue contemplar el panorama que se ofrece desde la terraza de la Carnegie Hall Tower de Nueva York y luego, gradualmente, bajar la vista desde los más de doscientos metros de altura hasta el suelo y, desplazándola de derecha a izquierda, experimentar la propia capacidad de anular lo que había sido hasta entonces una fobia invalidante.1 ¿Qué tienen en común estos tres casos aparentemente tan distintos y sorprendentes, cada uno a su manera? La acción de un sujeto experto, capaz de cambiar la percepción de la realidad de una multitud, de una serpiente y de una persona acrofóbica, orientando su experiencia y, por consiguiente, sus emociones, cogniciones y comportamientos.

La acción de la que estamos hablando es la forma de comunicar utilizada por el orador, por el encantador de serpientes y por el terapeuta experimentado: un lenguaje verbal, no verbal y paraverbal capaz de activar un estado de poderosa sugestión en el sujeto y que, asociado a experiencias de cambio hábilmente prescritas, crea efectos en apariencia mágicos.

Esto es lo que Paul Watzlawick definió como «hipnosis sin trance» y que, aplicado al mundo de la psicoterapia, se convierte en «hipnoterapia sin trance».

Son muchos los colegas hipnotistas que tienden a negar esta realidad sugestiva y la atribuyen a fenómenos estrictamente hipnóticos (Loriedo, Zeig y Nardone, 2011); en realidad, sugestión e hipnosis son fenómenos cercanos y a la vez muy distintos. Si, en el caso de la hipnosis, tenemos la posibilidad de efectuar mediciones objetivas, como las ondas que pueden medirse con el electroencefalograma y las escalas de inducción hipnótica rigurosamente aplicables (Weitzenhoffer y Hilgard, 1959; Yapko, 1990; Nash y Barnier, 2008), en el caso de la sugestión es mucho más difícil realizar una medición, porque se trata de un fenómeno con muchas más variantes y que se produce en un estado de vigilia total y de actividad normal del individuo implicado. Si bien al estado hipnótico se le pueden asociar determinadas predicciones, sobre todo en el caso de las expresiones no verbales, estas señales no aparecen obligatoriamente en un estado sugestivo. Un ejemplo de ello es el «efecto masas» estudiado por Gustav Le Bon a principios del siglo pasado, ese estado de sugestión en que el individuo, «inmerso» en una masa de personas unidas por un mismo objetivo, pierde los frenos inhibidores y adapta su comportamiento personal al del grupo. En palabras de Le Bon (1895), el individuo se convierte en «la gota de agua empujada por la corriente» representada por muchas gotas individuales que, al unirse, forman una nueva e irrefrenable realidad: la ola que barre todo lo que encuentra a su paso. Este fenómeno, como bien saben los psicólogos sociales, está en la raíz de los crímenes perpetrados por las masas. Como confirmación de la dificultad de medir objetivamente la sugestión, puesto que se trata de un fenómeno que está siempre presente en nuestra realidad de seres vivos en constante relación consigo mismos, con los otros y con el mundo, permítanme que les explique un caso ocurrido recientemente. En la Link Campus University de Roma, un renombrado investigador dio una conferencia en relación con los avances de sus estudios sobre las llamadas «neuronas espejo». Al acabar la presentación, tuvimos ocasión de intercambiar nuestras experiencias con vistas a una posible colaboración en la investigación. Durante esta charla le pregunté al investigador si alguna vez se había detectado la activación de las neuronas espejo en individuos en estado de sugestión; él, con el entusiasmo propio de los auténticos investigadores, respondió que sería realmente interesante realizar ese tipo de experimento y me preguntó cómo podía medirse objetiva y cuantitativamente la existencia de un estado de sugestión. Cuando le repliqué que por el momento no había otros instrumentos objetivos capaces de medir ese fenómeno que no fueran una observación atenta de los cambios en la capacidad de sentir y de actuar de las personas en ese estado, él concluyó que no era posible realizar estudio alguno.

Esta conversación ponía de manifiesto uno de los límites más insidiosos de la investigación científica, esto es, el hecho de limitarse a los métodos cuantitativos y, por tanto, a los fenómenos a los que estos métodos pueden aplicarse. Es como si todos los fenómenos puramente cualitativos, no «operacionalizables», no fuesen importantes o ni siquiera existieran porque están excluidos de la investigación (Nardone y Milanese, 2018; Castelnuovo et al., 2013); los fenómenos sugestivos, no reducibles a una operacionalización cuantitativa, son ignorados pese a que su evidencia empírica es a menudo clamorosa.

Desde la Antigüedad se conocen casos de sugestión tanto individual como colectiva, en los que se produce una especie de «imposición» externa a la que la mente de los individuos no puede resistirse, la acción de una fuerza oscura que somete la voluntad de las personas. Sin embargo, tampoco ahora las descripciones de los fenómenos sugestivos difieren mucho de las antiguas, a pesar del progreso y del avance de los conocimientos. Basta buscar el término, no solo en las enciclopedias o en los diccionarios, sino también en los tratados especializados de psicología, para comprobar cuán oscura, vaga y muy poco esclarecedora es la explicación del fenómeno, reducida a la observación del hecho de que la sugestión se opondría a la voluntad, a la lógica y a la capacidad de elección racional. Los estados sugestivos serían no conscientes, o solo parcialmente, porque están producidos por algo que altera la presencia lúcida y la voluntad del individuo. De ahí que la acepción del término sea generalmente negativa: la sugestión es peligrosa porque puede inducir a hacer cosas en contra de la voluntad y de la razón.

Ninguna de estas definiciones tiene en cuenta que gran parte de los descubrimientos científicos, de las obras de arte, de las gestas y de los récords ha sido posible gracias a que se han realizado en un estado de sugestión, definido como «trance performativo» (Nardone y Bartoli, 2019): un estado de inconsciencia, pero educado por el ejercicio repetido, que libera la mente de las ataduras de la conciencia lúcida y de la razón y permite al sujeto expresar potencialidades que, de no ser así, estarían bloqueadas. Tampoco se tienen en cuenta los poderes terapéuticos de la sugestión, como en el caso del efecto placebo y del de las expectativas, efectos que han sido tan demostrados a nivel experimental como, en general, ignorados por la medicina y por la psicología, cuando, paradójicamente, tratan de evidencias terapéuticas. Lo mismo cabe decir de los estudios relativos al lenguaje y a la comunicación, sector en el que —si bien el poder de las sugestiones evocadoras está bien descrito y explicitado— se sigue considerando preferible una comunicación «carente de oropeles retóricos» y sugestiones. Por otra parte, esta es la suerte milenaria de la persuasión que, pese a ser considerada «el arte más noble» (Nardone, 2015), es mayoritariamente contemplada con recelo y hasta juzgada como una forma incorrecta, e incluso deshonesta, de comunicar. Platón sigue dominando la escena de la filosofía (Whitehead, 2014) y, desgraciadamente, además de la limitación de las ciencias a los métodos cuantitativos, las disciplinas lógicas y filosóficas siguen lastradas por el prejuicio de que solo lo que puede reducirse a una lógica rigurosa y a una clara racionalidad se considera válido y legítimo. No obstante, esta forma de interpretar el conocimiento que el hombre puede desarrollar limita su ámbito a lo que es reducible a esos criterios de evaluación y medición; lo hace reduccionista, pues lo desequilibra en el contexto de la justificación y del control y corta las alas al descubrimiento.

Sin embargo, como sostuvo Albert Einstein, «la lógica nos lleva de A a B, la imaginación a todas partes». Y en cuanto a la excesiva confianza en la lógica basada en la matemática, hay que considerar que si se invierte el orden de los sumandos el resultado no cambia, pero si se invierte el orden de las palabras cambia el significado. Dicho de otro modo, limitar la ciencia y sus aplicaciones solo a lo que es operacionalmente medible y lógicamente coherente, congruente y no contradictorio es volvernos ciegos y sordos a todas las realidades que no conseguimos explicar debido a las limitaciones de nuestros métodos de conocimiento (Nardone, 2017), lo que produce involuciones en vez de evolución, como ocurre en todos los sistemas autorreferenciales, similares a habitaciones llenas de espejos que se remiten unos a otros la misma imagen. Por esta razón, muchos fenómenos naturales y sociales que muestran efectos concretos, a menudo reproducibles pero no explicables, son excluidos de las llamadas «buenas prácticas» incluso en ámbitos donde podrían ser decisivamente útiles, como en el caso de la medicina y de la psicología aplicada. Con anterioridad hemos citado a modo de ejemplo el efecto placebo, que muchas veces resulta tan eficaz como las terapias normales, e incluso más, pero que, en cualquier caso, es capaz de aumentar la eficacia de las prescripciones médicas: a pesar de esto, la medicina nunca lo considera un recurso terapéutico. En el ámbito de la psicología clínica está demostrado que la expectativa del paciente respecto de la terapia y el terapeuta es uno de los factores más importantes para el éxito del tratamiento, pero no se explica que es fruto de sugestiones como la notoriedad y el carisma del terapeuta y la comunicación persuasiva respecto de los métodos de la terapia. En su obra La speranza è un fármaco (2018), Fabrizio Benedetti expone numerosos ejemplos de cómo simples sugestiones positivas, evocadas por el médico ante enfermos incluso muy graves, influyen notablemente en los efectos de las terapias. «Las palabras eran originariamente mágicas», escribió Sigmund Freud, fundador del psicoanálisis, frase retomada por uno de los maestros de la psicoterapia breve, Steve de Shazer (1994), quien la utilizó como título de una obra suya. La «magia», efecto de la comunicación, que, ciertamente, no se limita a las palabras, sino que abarca los gestos y la musicalidad de la voz y todo lo que es lenguaje analógico y evocador, tan celebrado en las artes, ha de tener cabida también en una ciencia que supere sus límites actuales, porque si su evidente poder se aplicara a disciplinas como la medicina, la psicología y las ciencias sociales incrementaría y elevaría su eficacia y su eficiencia. El objetivo de esta obra es, justamente, prestar la debida atención a la esfera arcana, «mistérica», de los fenómenos sugestivos y de los estados alterados de la conciencia, a su efecto y a su aplicación como verdaderos instrumentos terapéuticos y métodos para realizar cambios personales, sociales y económico-organizativos. Analizaremos, pues, tanto la sugestión y las formas de utilizarla estratégicamente como los estados alterados de conciencia, para poder reproducirlos y utilizarlos como vehículos de cambio terapéutico y social. Veremos cómo, gracias a más de treinta años de experiencia clínica y de investigación aplicada, las técnicas de comunicación sugestiva, primero elaboradas, luego experimentadas en una gama realmente muy amplia de casos, incluso a nivel transcultural, y finalmente formalizadas como auténticos instrumentos, son capaces de producir tanto cambios terapéuticos «aparentemente mágicos» como modificaciones sorprendentes en las relaciones entre las personas en sus contextos sociales y/o profesionales.

Esto es lo que, junto con Paul Watzlawick, definimos en 1989 como «hipnoterapia sin trance» (Nardone y Watzlawick, 1990).

1 G. Nardone, «Come superare le vertigini e la paura dell’altezza» (www.giorgionardone.com/video).

1. Hipnoterapia sin trance: desvelar el misterio

Antes de convencer al intelecto, es imprescindible tocar y predisponer el corazón.BLAISE PASCAL

Psicoterapia y comunicación sugestiva

Tratar del lenguaje que sugestiona en el ámbito clínico nos conduce, de manera inevitable, a hablar de comunicación terapéutica y, en concreto, de la orientada estratégicamente a provocar cambios en los pacientes.

A este respecto, entre las numerosas tradiciones teórico-prácticas, la interaccional estratégica (Nardone y Salvini, 2019) la ha convertido, sin duda, en la base de su acción. El enfoque nace en la década de 1950, en Palo Alto, siguiendo la línea de los estudios llevados a cabo durante más de diez años por el grupo encabezado por Gregory Bateson sobre la pragmática de la comunicación humana (Wittezaele, en Nardone y Salvini, 2019).

La característica más interesante de este enfoque, al que han contribuido numerosos investigadores de distintas disciplinas, es la multiplicidad de puntos de vista adoptados en el análisis de la comunicación, no solo humana, sino también en la relación con los animales y en cuanto a la forma de su interacción.1 El enfoque fundamental se centraba en los efectos de la comunicación sobre cómo los seres humanos perciben la realidad e interactúan con ella; la comunicación se entendía como instrumento para inducir cambios, tanto constructivos como destructivos, tanto saludables como malsanos. Tras unos siglos en los que prácticamente se obviaron los efectos persuasivos pragmáticos de la comunicación, los estudios de la Escuela de Palo Alto volvían a situarlos en el centro de atención mediante una investigación que afectaba a todas las esferas de la vida. Por primera vez en el mundo occidental moderno se tomaba de nuevo en consideración el estudio de la pragmática, de la retórica, del convencimiento, de lo que en el mundo griego había sido el «noble arte de la persuasión»; concretamente, el que practicaron y enseñaron los sofistas, sabios («sofista» significa «sabio en grado sumo») que, como expertos que habían elaborado métodos de comunicación persuasiva, los aplicaban con enorme éxito a muchos campos de la acción humana. Podría decirse que fueron los asesores en la resolución de problemas de gobernantes y monarcas, los formadores de las élites, maestros de la retórica y primeros médicos. Pocos saben que Hipócrates, considerado el padre de la medicina, era sobrino de Gorgias, el sofista más importante y cuyo hermano (Diels y Kranz, 2006) fue uno de los primeros médicos de la Antigüedad (Nardone y Salvini, 2019). Otro insigne sofista, Antifonte, fue el primer psicoterapeuta de la historia: en el siglo V a.C. ya había abierto una consulta para curar todos los males con palabras y persuasión, y tuvo tanto éxito que mereció figurar en Vidas de los diez oradores, obra atribuida a Plutarco, y en Memorables, de Jenofonte. Eran tantas las personas de todo el mundo helénico que acudían a su consulta que acabó estresado y decidió abandonar esa práctica. Demasiado éxito, demasiada demanda, demasiada presión. Hoy diríamos que tenía el síndrome de burnout (Maslach, 1982).

Los sofistas fueron, de hecho, los primeros grandes epistemólogos constructivistas que, según Protágoras, consideraban «al hombre la medida de todas las cosas». Su gran rival y adversario fue Platón, que proponía, en cambio, una filosofía de las «verdades absolutas».

También en la antigua Roma la retórica y la oratoria eran consideradas las disciplinas más elevadas que el hombre podía cultivar. Pero es precisamente a partir de aquí cuando el cristianismo y la filosofía platónica conquistan la hegemonía de la cultura y del conocimiento, que, de sabiduría pragmática, se transforma en saber dogmático. El absolutismo platónico y el monoteísmo cristiano se convierten en las claves del conocimiento y en las bases de la moral.

El tema de la presente obra, la hipnoterapia sin trance, parte de los estudios sobre la utilización de la comunicación como instrumento de cambio terapéutico, cuyos primeros representantes fueron los sofistas; la escuela de Palo Alto recupera su visión. Paul Watzlawick, la mayor estrella de este firmamento, publica Teoría de la comunicación humana (Watzlawick et al., 1967), que se convierte en la «biblia» de quienes desean utilizar la comunicación como instrumento de cambio en psicoterapia y otros ámbitos.

Llegado a este punto, el lector podría preguntarse: «Entonces, ¿por qué se habla de hipnoterapia sin trance y no de pragmática de la comunicación?». Para explicarlo es necesario retroceder en el tiempo. En 1930, el hipnotizador más conocido del siglo pasado, Milton Erickson, escribe un artículo que es la base de lo que más tarde será la idea de la hipnosis sin trance. En él se habla de las sugestiones indirectas y se sostiene que funcionan mucho mejor que las sugestiones directas, hasta el punto de que el propio Erickson, en la última etapa de su carrera de psicoterapeuta y para dar prescripciones y hacer reestructuraciones a sus pacientes, utilizaría cada vez menos la hipnosis directa y cada vez más el lenguaje hipnótico y la sugestión.

La moderna hipnoterapia sin trance es, por tanto, el fruto de la síntesis entre dos tradiciones, la del grupo de Palo Alto y la ericksoniana. En 1974 Watzlawick y su equipo publican Cambio. Formación y solución de los problemas humanos, y no es casual que sea el único libro para el que Erickson escribe el prólogo, lo cual expresa la importancia que le concedía. En 1977 Watzlawick publicó El lenguaje del cambio, en el que analiza con más detalle aún las características del lenguaje hipnótico, sugestivo y retórico y, por primera vez, demuestra que es el tipo de lenguaje que habla con nuestro cerebro antiguo.

En aquellos años aparecieron los primeros estudios de temática neurocientífica, que culminarían con la obra de Michael Gazzaniga, uno de los fundadores de la moderna neurociencia, en la que se reproducían todos los estudios más avanzados sobre el funcionamiento del cerebro (Gazzaniga, 1999). La idea era que nuestro cerebro tiene dos hemisferios, uno analógico y uno lógico. Podría decirse, pues, que Watzlawick había demostrado que el lenguaje sugestivo, lleno de evocaciones y de técnicas performativas, moviliza el hemisferio derecho, activando la parte más emocional y más arcaica de nuestro cerebro.

Actualmente, la neurociencia ya no habla de dos hemisferios, sino de una estructura piramidal del cerebro (Koch, 2012; Lindquist et al., 2012; Berridge y Kringelbach, 2015; Davidson y Begley, 2012), que está dividido en tres partes: el paleoencéfalo, la parte más antigua, donde residen todos los mecanismos de respuesta inmediata, inconsciente y las emociones primarias (miedo, placer, dolor, rabia) (Nardone, 2019). En este nivel nuestro organismo responde en milésimas de segundo a los estímulos, ya sean externos a nuestro organismo o internos, utilizando el sistema perceptivo-emocional que el investigador de Harvard Daniel Dennett (2017) define como «competencias sin comprensión», afirmando que lo que sucede a este nivel bastaría para vivir felices; estas respuestas serían nuestros mecanismos adaptativos más eficaces.

Sobre el paleoencéfalo se encuentran el mesencéfalo, que es la parte donde se hallan las competencias psicomotrices, y el sistema límbico, que conecta el mesencéfalo con el telencéfalo, o sea, la corteza.

Los estudios más recientes muestran que los cambios más importantes en el ser humano solo se producen si hay experiencias fuertes a nivel paleoencefálico (LeDoux, 2002; Nardone y Milanese, 2018): todo lo que se hace a nivel telencefálico, de corteza, tiene escasa influencia en el sistema adaptativo de las emociones primarias.

Si se utiliza un lenguaje sugestivo, evocador, performativo, se estimula directamente la parte más arcaica de nuestro cerebro, porque se activan las emociones primarias y los mecanismos que están por debajo del nivel de conciencia (Nardone, 2015).

En nuestro campo de la psicología siempre se ha pensado que el pensamiento y los conocimientos constituyen la cumbre de nuestro saber; la neurociencia, en cambio, demuestra que más del 80% de nuestra actividad cerebral se desarrolla por debajo del nivel de la conciencia (Koch, 2012). De modo que la conciencia no tiene todo ese poder que se le atribuye desde hace milenios; es más, cuando quiere interferir en las emociones primarias, la mayoría de las veces las altera y crea un conflicto que genera respuestas disfuncionales.

La hipnosis sin trance se consigue con el estudio y la práctica del lenguaje sugestivo, que va a trabajar directamente sobre las partes más antiguas de nuestro cerebro estimulando las «competencias sin comprensión».

Veamos algún ejemplo simpático: el flechazo, el enamoramiento inmediato, tarda en producirse entre 16 y 32 milésimas de segundo. Percibimos esa mirada, esa sonrisa, ese movimiento sensual y ¡bum! Nos han conquistado completamente. Es un ejemplo de efecto sugestivo muy potente. Otro es el que he citado al comienzo de este libro, esto es, el del orador que ha de hablar ante un público muy numeroso. Llegas, te sientas, es hora de empezar; todo el mundo sigue hablando, ni siquiera te ven; el intento de solución de los oradores suele consistir en tomar el micrófono y decir: «por favor, siéntense», y es una solución decididamente infructuosa. En cambio, si empieza a mirar a la gente, en pocos instantes todos se sentarán y lo mirarán como cautivados. Y lo están: cautivados por la sugestión.

Sugestión: la famosa desconocida

¿En qué difiere la sugestión de la hipnosis? En la hipnosis tenemos una alteración reproducible y mensurable del modo de percibir del sujeto e incluso variaciones de sus respuestas; es decir, podemos reproducir las condiciones que provocan esa alteración y medir las ondas electroencefalográficas durante el estado hipnótico.

En el estado de sugestión esto no ocurre: no hay alteración de las ondas electroencefalográficas ni existe un procedimiento estándar para inducir el estado de sugestión.

El estudio de la hipnosis según los criterios compartidos por el mundo científico permitió a un renombrado profesor de la Universidad de Stanford, Ernest R. Hilgard, establecer una escala rigurosa de «sugestionabilidad hipnótica» (Weitzenhoffer y Hilgard, 1959). Así, observamos que Hilgard utiliza el término «sugestionabilidad» y, en realidad, esta es la clave para resolver el dilema, ya que es la sugestión la que crea la hipnosis. Así pues, ¿qué ocurre durante una inducción al trance sino el hecho de que a través de un procedimiento sugestivo el hipnotizador conduce al sujeto al estado alterado de conciencia que es la hipnosis? Sin comunicación sugestiva y sugestionabilidad del sujeto el fenómeno, simplemente, no se produce. Y no solo eso: una vez que se ha producido el estado hipnótico, si queremos provocar determinadas sensaciones en la persona hipnotizada, tenemos que volver a utilizar sugestiones, esto es, fórmulas lingüísticas evocadoras de lo que se pretende producir en el sentir del sujeto.

Por lo tanto, la comunicación que crea la sugestión es a la vez el vehículo para inducir el trance y lo que nos permite dar indicaciones dentro del estado alterado de conciencia en el que la perceptividad del sujeto está aumentada y más abierta a las sensaciones. Resumiendo, también la hipnosis precisa de la sugestión y la sugestionabilidad para producirse, mientras que los fenómenos sugestivos son independientes de la hipnosis y pueden darse sin que el sujeto se encuentre en ese estado alterado de conciencia.