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"Historia de la vida del Buscón" es una novela picaresca en castellano, escrita por Francisco de Quevedo. Francisco Gómez de Quevedo Villegas y Santibáñez Cevallos (Madrid, 14 de septiembre de 1581 – Villanueva de los Infantes, Ciudad Real, 8 de septiembre de 1645), conocido como Francisco de Quevedo, fue un escritor español del Siglo de Oro.
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Veröffentlichungsjahr: 2017
The sky is the limit
Libro Primero
En que cuenta quién es el Buscón
De cómo fue a la escuela y lo que en ella le sucedió
De cómo fue a un pupilaje por criado de don Diego Coronel
De la convalecencia y ida a estudiar a Alcalá de Henares
De la entrada de Alcalá, patente y burlas que le hicieron por nuevo
De las crueldades de la ama, y travesuras que hizo
De la ida de don Diego, y nuevas de la muerte de su padre y madre, y la resolución que tomó en sus cosas para adelante
Libro Segundo
Del camino de Alcalá para Segovia, y de lo que le sucedió en él hasta Rejas, donde durmió aquella noche
De lo que le sucedió hasta llegar a Madrid, con un poeta
De lo que hizo en Madrid, y lo que le sucedió hasta llegar a Cercedilla, donde durmió
Del hospedaje de su tío, y visitas; la cobranza de su hacienda y vuelta a la corte
De su huida, y los sucesos en ella hasta la Corte
En que prosigue el camino y lo prometido de su vida y costumbres
Libro Tercero
De lo que le sucedió en la Corte luego que llegó hasta que amaneció
En que prosigue la materia comenzada y cuenta algunos raros sucesos
En que prosigue la misma materia, hasta dar con todos en la cárcel
En que trata los sucesos de la cárcel, hasta salir la vieja azotada, los compañeros a la vergüenza y él en fiado
De cómo tomó posada, y la desgracia que le sucedió en ella
Prosigue el cuento, con otros varios sucesos
En que se prosigue lo mismo, con otros sucesos y desgracias que le sucedieron
De su cura y otros sucesos peregrinos
En que se hace representante, poeta y galán de monjas
De lo que le sucedió en Sevilla hasta embarcarse a Indias
Yo, señora, soy de Segovia. Mi padre se llamó Clemente Pablo, natural del mismo pueblo; Dios le tenga en el cielo. Fue, tal como todos dicen, de oficio barbero, aunque eran tan altos sus pensamientos que se corría de que le llamasen así, diciendo que él era tundidor de mejillas y sastre de barbas. Dicen que era de muy buena cepa, y según él bebía es cosa para creer. Estuvo casado con Aldonza de San Pedro, hija de Diego de San Juan y nieta de Andrés de San Cristóbal. Sospechábase en el pueblo que no era cristiana vieja, aun viéndola con canas y rota, aunque ella, por los nombres y sobrenombres de sus pasados, quiso esforzar que era descendiente de la gloria. Tuvo muy buen parecer para letrado; mujer de amigas y cuadrilla, y de pocos enemigos, porque hasta los tres del alma no los tuvo por tales; persona de valor y conocida por quien era. Padeció grandes trabajos recién casada, y aun después, porque malas lenguas daban en decir que mi padre metía el dos de bastos para sacar el as de oros. Probósele que a todos los que hacía la barba a navaja, mientras les daba con el agua levantándoles la cara para el lavatorio, un mi hermanico de siete años les sacaba muy a su salvo los tuétanos de las faldriqueras. Murió el angelico de unos azotes que le dieron en la cárcel. Sintiólo mucho mi madre, por ser tal que robaba a todos las voluntades. Por estas y otras niñerías estuvo preso, y rigores de justicia, de que hombre no se puede defender, le sacaron por las calles. En lo que toca de medio abajo tratáronle aquellos señores regaladamente. Iba a la brida en bestia segura y de buen paso, con mesura y buen día. Mas de medio arriba, etcétera, que no hay más que decir para quien sabe lo que hace un pintor de suela en unas costillas. Diéronle doscientos escogidos, que de allí a seis años se le contaban por encima de la ropilla. Más se movía el que se los daba que él, cosa que pareció muy bien; divirtióse algo con las alabanzas que iba oyendo de sus buenas carnes, que le estaba de perlas lo colorado.
A otro día ya estaba comprada la cartilla y hablado el maestro. Fui, señora, a la escuela; recibióme muy alegre diciendo que tenía cara de hombre agudo y de buen entendimiento. Yo, con esto, por no desmentirle di muy bien la lición aquella mañana. Sentábame el maestro junto a sí, ganaba la palmatoria los más días por venir antes y íbame el postrero por hacer algunos recados a la señora, que así llamábamos la mujer del maestro. Teníalos a todos con semejantes caricias obligados; favorecíanme demasiado, y con esto creció la envidia en los demás niños. Llegábame de todos, a los hijos de caballeros y personas principales, y particularmente a un hijo de don Alonso Coronel de Zúñiga, con el cual juntaba meriendas. Íbame a su casa a jugar los días de fiesta y acompañábale cada día. Los otros, o que porque no les hablaba o que porque les parecía demasiado punto el mío, siempre andaban poniéndome nombres tocantes al oficio de mi padre. Unos me llamaban don Navaja, otros don Ventosa; cuál decía, por disculpar la invidia, que me quería mal porque mi madre le había chupado dos hermanitas pequeñas de noche; otro decía que a mi padre le habían llevado a su casa para que la limpiase de ratones (por llamarle gato). Unos me decían «zape» cuando pasaba y otros «miz». Cuál decía:
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