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Los muertos nos asustan, pues un día nosotros estaremos muertos igual que ellos. La oscuridad nos asusta, pues no sabemos lo que nos espera en la oscuridad. Por la noche, el sonido del crujir de las hojas, o de las ramas azotadas por el viento, o alguien susurrando, nos hace sentir incómodos. Lo mismo ocurre cuando oímos pasos acercarse, o cuando creemos ver figuras extrañas en las sombras: tal vez un ser humano o un animal grande, o algo horrible que apenas podemos distinguir. Hoy en día la mayoría de la gente dice que no cree en los fantasmas y los fenómenos extraños. Sin embargo, todavía temen a los muertos y a la oscuridad. Y todavía ven al hombre del saco aguardando entre las sombras. Y todavía cuentan historias de miedo, como se ha hecho siempre.
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Seitenzahl: 85
Veröffentlichungsjahr: 2017
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Para Justin
A. S.
INTRODUCCIÓN
LOS HOMBRES BU
La chica llegaba tarde a casa para cenar, de modo que tomó un atajo a través del cementerio. Pero, oh, eso la ponía nerviosa. Cuando vio a otra chica delante de ella, se apresuró para alcanzarla.
—¿Te importa si camino contigo? —le preguntó—. Andar por el cementerio en la noche me asusta.
—Sé lo que quieres decir —repuso la otra chica—. Solía sentirme de esa manera cuando estaba viva.
Nos asustan todo tipo de cosas.
Los muertos nos asustan, porque un día también moriremos. La oscuridad no asusta, porque no sabemos lo que aguarda ahí fuera. Por la noche, el rumor de las hojas, o el crujido de las ramas, o el susurro de alguien, nos hace sentir incómodos. Lo mismo ocurre cuando oímos pasos, o cuando creemos ver figuras extrañas en las sombras: tal vez un ser humano o un animal grande, o algo horrible que apenas podemos distinguir.
La gente llama a estas criaturas que creemos ver, “hombres bu”.1 Nos los imaginamos, según dicen. Pero de vez en cuando un “hombre bu” se convierte en un ser real.
También nos asustan los acontecimientos extraños. Por ejemplo, si oímos hablar acerca de un niño o una niña criados por un animal, un ser humano como nosotros que grita y aúlla y corre a cuatro patas. Sólo pensar en ello nos eriza la piel. O si escuchamos sobre insectos que anidan en el cuerpo de una persona, o una pesadilla que se torna realidad, se nos hiela la sangre. Porque, si tales cosas suceden realmente, entonces podrían ocurrirnos a nosotros.
Las historias de miedo surgen también a partir de dichos temores. Éste es el tercer libro que he compilado con este tipo de historias. Supe de algunas de ellas gracias a personas con las que me encontré. He hallado otras —escritas— en archivos de folklore y en bibliotecas. Como siempre hacemos con las historias que aprendemos, ahora las cuento a mi manera.
Algunas de las historias de este libro han surgido recientemente. Sin embargo, otras han formado parte de nuestro folklore desde que tenemos conocimiento. Como una persona la transmite a otra, los detalles pueden haber cambiado. Sin embargo, la historia en sí, no, puesto que lo que una vez asustó todavía hoy sigue produciendo terror.
En un principio pensé que una de las historias que había encontrado era una narración moderna, es la que he titulado “La parada del autobús”. Entonces descubrí una historia similar que se había contado dos mil años antes en la antigua Roma. Pero la joven mujer protagonista se llamaba Philinnion, y no Joanna, como aparece en nuestra historia.
¿Los relatos contenidos en este libro son verdaderos? La que nombré “El problema” sucedió. No puedo estar seguro acerca de las demás. Es posible que la mayoría tenga, al menos, algún grado de verdad, puesto que a veces ocurren cosas extrañas, y a la gente le encanta hablar de ellas, convirtiéndolas incluso en mejores historias que contar.
Hoy día, el grueso de la gente dice no creer en fantasmas y fenómenos extraños. Sin embargo, aún tememos a los muertos y la oscuridad; aún vemos al hombre del saco aguardando entre las sombras; y aún contamos historias de miedo, como hemos hecho desde siempre.
ALVIN SCHWARTZ Princeton, Nueva Jersey
1 El Boo man sería el equivalente al hombre del saco en nuestra cultura popular. “Boo” es un eufemismo utilizado para referirse al diablo. Por lo tanto, estrictamente, sería el hombre del diablo. [N. de T.]
LA CITA
Un muchacho de dieciséis años de edad trabajó en la granja de caballos de su abuelo. Una mañana fue en camioneta al pueblo para hacer un mandado. Mientras caminaba por la calle principal, vio a la Muerte. La Muerte lo miró y quiso acercarse a saludar.
El muchacho condujo de regreso a la granja lo más rápido que pudo y le dijo a su abuelo lo que había sucedido.
—Préstame la camioneta —le rogó—. Iré a la ciudad, allí nunca me encontrará.
El abuelo accedió y el muchacho se alejó a bordo de la camioneta. Cuando se hubo marchado, el abuelo fue al pueblo en busca de la Muerte. Cuando la encontró, le preguntó:
—¿Por qué asustas a mi nieto de esa forma? Sólo tiene dieciséis años, es demasiado joven para morir.
—Siento oír eso —respondió la Muerte—. No pretendía llamarlo. Sin embargo, me sorprendió encontrármelo aquí. Verá, esta tarde tengo una cita con él en la ciudad.
LA PARADADEL AUTOBÚS
Ed Cox regresaba en auto a casa en medio de una tormenta. Mientras esperaba a que el semáforo se pusiera en verde, vio a una joven mujer de pie junto a la parada del autobús. Ella no tenía paraguas y estaba totalmente empapada.
—¿Se dirige a Farmington? —preguntó él.
—Sí, voy hacia allá —respondió ella.
—¿Le gustaría que la llevara a casa?
—Sí, por favor —dijo ella, y entró al auto—. Mi nombre es Joanna Finney. Gracias por rescatarme.
—Soy Ed Cox —dijo él—, es un placer.
Durante el trayecto charlaron sin cesar. Ella le habló de su trabajo y su familia y de la escuela en donde había estudiado, y él hizo lo mismo. Para cuando llegaron a su destino, la lluvia había cesado.
—Me alegro de que lloviera —dijo Ed—. ¿Le gustaría dar un paseo mañana después del trabajo?
—Me encantaría —respondió Joanna.
Ella le pidió que la recogiera en la misma parada de autobús, ya que estaba cerca de su oficina. Salieron muchas veces después de eso y la pasaban muy bien juntos. Siempre quedaban en la parada del autobús y salían desde allí. A Ed le gustaba más cada día.
Pero una noche que se habían citado Joanna no apareció. Ed la esperó en la parada del autobús durante casi una hora.
—Quizás haya sucedido algo —pensó él, y se dirigió a su casa en Farmington.
Una mujer mayor abrió la puerta.
—Soy Ed Cox —dijo él—, tal vez Joanna le haya hablado de mí. Tenía una cita con ella esta noche. Se suponía que íbamos a encontrarnos en la parada del autobús cerca de su trabajo, pero ella no apareció. ¿Se encuentra bien?
La mujer lo miró como si hubiera escuchado algo extraño.
—Soy la madre de Joanna —replicó lentamente—. Joanna no está aquí ahora. Pero, ¿por qué no entra en casa un momento?
Ed señaló una fotografía que estaba sobre una repisa.
—Esa chica se parece a ella —dijo él.
—Una vez fue así —respondió su madre—. Pero esa fotografía fue tomada hace unos veinte años. Un día, cuando tenía su edad, ella se encontraba esperando bajo la lluvia junto a la parada del autobús. Un coche la golpeó y ella murió.
CADA VEZ MÁS RÁPIDO
Sam y su primo Bob fueron a caminar al bosque.
Los únicos sonidos que se oían eran el crujir de las hojas y, de vez en cuando, el canto de las aves.
—Este lugar es tan tranquilo —susurró Bob.
Pero pronto eso cambió. Después de unos minutos los dos niños empezaron a gritar y a dar voces y a perseguirse el uno al otro. Sam se ocultó detrás de un árbol. Cuando Bob llegó, Sam saltó sobre él. Entonces Bob salió corriendo y se ocultó detrás de un arbusto. Cuando miró hacia abajo, a sus pies vio un viejo tambor.
—¡Sam! Mira lo que he encontrado —gritó Bob—. Parece un tamtam. Seguro que tiene más de cien años.
—Mira esas manchas rojas —dijo Sam—. Apuesto a que es la sangre de alguien. Salgamos de aquí.
Pero Bob no pudo resistirse a probar el tambor. Se sentó en el suelo y lo sostuvo entre sus piernas. Lo percutió con una mano y luego con la otra, lentamente al principio, y cada vez más rápido, casi como si no pudiera detenerse.
De pronto se oyeron gritos en el bosque y el sonido de cascos de caballo que golpeaban la tierra. Una nube de polvo se elevó detrás de una hilera de árboles. Entonces unos hombres en montura se dirigieron al galope hacia ellos.
—¡Bob! ¡Vamos! —gritó Sam y empezó a correr—. ¡Date prisa!
Bob dejó caer el tambor y corrió tras él.
Sam escuchó el tañido de un arco disparando una flecha. Entonces oyó gritar a Bob. Cuando Sam se giró, vio a Bob salir despedido hacia delante y caer muerto. Pero no había una flecha en su cuerpo, ni tampoco herida alguna. Y cuando la policía buscó, no halló a los hombres a caballo, ni las huellas de los cascos, ni el tambor.
Los únicos sonidos que se oían eran el crujir de las hojas y, de vez en cuando, el canto de las aves.
SIMPLEMENTEDELICIOSO
A George Flint le encantaba comer. Al mediodía siempre cerraba durante dos horas su tienda de fotografía e iba a su casa para disfrutar de un gran almuerzo que su esposa Mina preparaba para él. George era muy agresivo y abusón, y Mina era una mujer tímida que hacía todo lo que le pedía porque tenía miedo de él.
Un día cuando iba a casa para almorzar, George se detuvo en la carnicería y compró medio kilo de hígado. Adoraba la carne de hígado. Le diría a Mina que la cocinara para cenar esa noche. A pesar de todas sus quejas sobre ella, tenía que reconocer que era muy buena cocinera.
Mientras George comía su almuerzo, Mina le contó que una anciana adinerada había muerto en la ciudad. Su cuerpo se encontraba en la iglesia cercana, en un ataúd abierto. Cualquier persona que quisiera verla podía hacerlo. Como de costumbre George no estaba interesado en lo que Mina tenía que contarle.
—Debo regresar al trabajo —le dijo.
Cuando su marido se marchó, Mina comenzó a preparar el guisado de hígado. Añadió verduras y especias y lo cocinó a fuego lento toda la tarde, justo de la forma que le gustaba a George. Cuando ella pensó que estaba listo, cortó un poco y lo probó. Estaba delicioso, el mejor que había preparado jamás. Comió un segundo bocado, y un tercero. Estaba tan sabroso que no podía dejar de comer.