Huyendo del matrimonio - Kate Carlisle - E-Book
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Huyendo del matrimonio E-Book

Kate Carlisle

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Beschreibung

Adam Duke estaba en guardia desde que descubrió el diabólico plan de su madre para casarlo, al igual que a sus hermanos. Por eso, cuando su nueva y deseable ayudante, Trish James, dio a entender que quería algo más que una relación profesional, Adam supuso que ella también formaba parte de la trama. Decidió seguir con el juego y seducir a la secretaria… para después terminar de una vez por todas con las intromisiones de su madre. Pero ni siquiera Adam podría haber imaginado los verdaderos motivos que Trish tenía para meterlo en su cama…

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Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A. Núñez de Balboa, 56 28001 Madrid

© 2010 Kathleen Beaver. Todos los derechos reservados. HUYENDO DEL MATRIMONIO, N.º 1753 - noviembre 2010 Título original: The Millionaire Meets His Match Publicada originalmente por Silhouette® Books. Publicada en español en 2010

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV. Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia. ® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Books S.A. ® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

I.S.B.N.: 978-84-671-9251-3 Editor responsable: Luis Pugni E-pub x Publidisa

Capítulo Uno

–Cuando te cacen, no digas que no te he advertido.

–Exageras –dijo Adam Duke mientras detenía el coche en el aparcamiento de Duke Development International.

–¿Tú crees? –la voz de su hermano Brandon se oía con nitidez a través de los magníficos altavoces de su Ferrari–. Te lo recordaré el día que celebremos tu boda con la mujer perfecta según tu madre.

–Relájate –dijo Adam, bajando del coche con un maletín.

–A mí me da lo mismo –dijo Brandon–. Después de todo, no soy yo quien va a casarse con la mujer que mamá piensa poner en tu camino sin que lo sepas.

Adam rió y se enderezó la corbata antes de entrar en las modernas oficinas de la compañía.

–No creo que pueda. Estoy demasiado ocupado como para conocer a una mujer.

Cameron, el otro hermano con quien mantenían una conferencia a tres, habló por primera vez:

–Aunque ya sabemos que Brandon tiende a exagerar, ya conoces a mamá. Está obsesionada con que los tres estemos casados, y hará lo que haga falta para conseguirlo. Así que ándate con cuidado.

–Eso era lo que yo quería decir –dijo Brandon, aliviado de que alguien le diera la razón.

–Está bien, está bien –concedió Adam–. Ahora tengo que dejaros, chicos. Seguiremos esta conversación más tarde.

Sonriendo, Adam desconectó la llamada y tras saludar al guarda que estaba apostado junto al mostrador de recepción, entró en el ascensor para subir a su despacho.

Que su madre estuviera decidida a casarles a él y a sus hermanos, no era ninguna novedad. Siempre que podía, les recordaba que quería tener nietos. Pero Brandon hablaba de ello como si creyera que había pasado al ataque y que recurriría a cualquier artimaña para conseguirlo.

–Inténtalo, mamá –masculló Adam mientras recorría el corredor hacia el despacho.

Por mucho que adorara a su madre adoptiva, Sally Duke, jamás caería en la trampa del matrimonio.

Silbando suavemente, pasó junto al escritorio de su asistente y le sorprendió descubrir la silla vacía y el ordenador apagado. Cheryl Hardy era una adicta al trabajo que acostumbraba a llegar antes que él, lo que era una ventaja en periodos como aquél en el que trabajarían día y noche hasta conseguir cerrar el acuerdo para crear el complejo turístico Fantasy Mountain.

–¿Cómo que ha dimitido? –exclamó indignado Adam una hora más tarde–. Mi gente no dimite.

–Cheryl sí –dijo Marjorie Wallace, su jefa de Recursos Humanos desde hacía años.

–Eso es imposible. Estamos a punto de alcanzar un acuerdo millonario –Adam se puso en pie y paseó por delante del ventanal con vistas al rocoso perfil de Dunsmuir Bay y al océano azul de la costa californiana, antes de volverse bruscamente hacia Marjorie y añadir–: No le he dado permiso para hacerlo.

–Disculpa, pero no es tu esclava –dijo con sarcasmo la mujer madura–. Se ha marchado, Adam, acéptalo.

–¿Ha dicho por qué? –Adam se pasó una mano por el cabello–. Déjalo. Dile que le duplico el sueldo. Seguro que llegamos a un acuerdo.

Marjorie rió con sorna.

–¿Tú crees? ¿Cuántas veces te ha dicho Cheryl que necesitaba unas vacaciones? ¿Cómo reaccionaste cuando te dijo que se casaba?

–No me lo dijo.

–¿Estás seguro?

Adam creyó recordar algo respecto a una boda, pero en el momento no le había dado ninguna importancia.

–Claro que sí –dijo Marjorie, desafiante.

Adam rodeó el escritorio y se colocó ante la insolente mujer.

–Se supone que no debes discutir con tu jefe.

Marjorie rió.

–Por favor, Adam.

–Recuérdame por qué todavía no te he despedido por insubordinación –dijo Adam, frunciendo el ceño.

–Veamos –Marjorie sonrió al tiempo que se cruzaba de brazos–. ¿A lo mejor por lo bien que hago mi trabajo? ¿O porque soy la mejor amiga de tu madre? ¿O será porque te conozco desde que tienes ocho años y nunca le he contado a tu madre quién lanzó la bola de béisbol que rompió la ventana de su despacho, ni quién pisoteó sus tulipanes, o…?

–¡Está bien, está bien! –la detuvo Adam alzando el brazo–. Por favor, llama a Cheryl. Tenemos que arreglarlo.

–Ha dimitido –repitió Marjorie lentamente, como si a Adam le costara entender–. No va a volver. Estaba embarazada de tres meses y no paraba de trabajar. No podía más.

Adam se paró en seco.

–¿Estaba embarazada? –al ver que Marjorie asentía, Adam levantó las manos–. ¡Pero si siempre se definía como un tiburón! ¡Los tiburones no se quedan embarazados y salen huyendo en medio de una negociación!

Marjorie se encogió de hombros.

–Quizá era un delfín disfrazado de tiburón.

–¡Muy graciosa! ¡Hoy en día no se puede confiar en nadie! ¡Necesito una sustituta inmediatamente!

Marjorie sonrió.

–Tengo a la persona que necesitas.

Adam la miró con severidad.

–No me traigas a alguien que vaya a dejarme tirado a mitad de camino, ni a una jovencita descerebrada –dijo, caminando arriba y abajo–. Quiero alguien maduro, no a una ignorante que no se sepa ni el alfabeto. Y desde luego no quiero…

–Sé perfectamente lo que quieres, jefe –dijo Marjorie–. Y tengo a la persona que necesitas. Trish tiene unas referencias excepcionales y es una de las mejores asistentes especializadas.

–¿Una trabajadora temporal? –Adam sacudió la cabeza con incredulidad–. ¿Bromeas? Este trabajo es demasiado importante.

–No tenemos otra opción –dijo Marjorie, haciendo un esfuerzo para mantener la calma–. Tiene un currículum intachable. Se graduó con unas notas magníficas e hizo un máster. Es inteligente y estoy convencida de que te sorprenderá gratamente.

–¿Y si es tan brillante por qué está en una agencia de trabajo temporal? –insistió él.

Marjorie se cuadró de hombros y clavó la mirada en Adam.

–Nuestros empleados temporales, o mejor, nuestras asistentes especializadas, son las mejores.

–Ya lo sé –dijo Adam a regañadientes. Pero por muy buenas que fueran, ninguna lo sería bastante para el trabajo que tenían entre manos.

–Haz el favor de comportarte –añadió Marjorie en voz baja, haciendo que Adam se sintiera como un niño de diez años–. Trish es muy lista y muy guapa.

–Muy bien, pero ¿sabe escribir a máquina? –masculló él, malhumorado.

Trish había oído ya bastante a Adam Duke, que no se había dado cuenta de que llevaba cinco minutos en la puerta de su despacho.

«Ha llegado la hora», se dijo, a la vez que cruzaba la sofisticada habitación para presentarse.

–Escribo ciento veinte palabras por minuto, señor Duke –dijo animadamente, tendiéndole la mano–. Encantada de conocerlo. Soy Trish James.

Cuando sus manos se tocaron, Trish notó una descarga eléctrica, pero logró que el impacto no se reflejara en su rostro. Siempre había sabido que el director general de Duke Development iba a ser un contendiente implacable, pero no había contado con que fuera tan intimidante, tan alto y tan guapo. Al fijar la mirada en sus oscuros ojos azules, sintió un hormigueo en el estómago. Aun enfadado, exudaba un atractivo sexual que resultaba apabullante. Unos segundos antes, al observarlo sin ser vista, había tenido la tentación de salir huyendo. Pero la abuela Anna no había criado a una cobarde, así que había dado un paso adelante para enfrentarse al león en su propia jaula.

–Trish, querida –la saludó Marjorie, haciéndole un guiño de complicidad al darse cuenta de que había oído la conversación–. Éste es Adam Duke. Trabajaréis juntos las próximas dos semanas. Sé que vas a hacerlo maravillosamente. Si necesitas cualquier cosa, llámame –Marjorie le lanzó a Adam una mirada de advertencia antes de marcharse–. ¡Que tengáis un buen día!

Trish la siguió con la mirada antes de volverse hacia el hombre que había perturbado su sueño durante el último año. Un hombre que no tenía ni idea de quién era.

–Bienvenida –masculló Adam.

–Gracias –respondió ella, ignorando la falsedad de su tono. Decidida a mejorar la situación y a actuar profesionalmente, añadió–: Comprendo que le cueste confiar en una empleada temporal, señor Duke, pero le aseguro que soy muy buena.

–Nosotros decimos «asistentes especializadas», señorita James –dijo él, entornando los ojos.

Trish tardó un instante en darse cuenta de que bromeaba.

–Por supuesto. Ha sido un error.

Adam sonrió.

–Eso está mejor Trish se puso en alerta al notar el efecto que aquella sonrisa tenía sobre ella y pudo entender que su ayudante anterior estuviera dispuesta a trabajar para él las veinticuatro horas del día. Pero ella tenía un plan que cumplir, y por mucho que Adam tuviera un rostro espectacular, también era el desalmado depredador que le había arrebatado todo aquello que amaba. Había llegado la hora de la venganza. Por eso estaba allí.

Mirándolo se dijo que era el depredador más guapo que había visto en su vida. Sus ojos brillaban con inteligencia y cinismo, y a Trish no le costó imaginar cómo se transformarían en acero si llegaba a descubrir sus intenciones.

–¿Señorita James?

–¿Sí? –respondió ella, sobresaltándose–. Lo siento. ¿Le importa repetir?

Adam miró el reloj.

–Decía que tengo una reunión en unos minutos, pero que primero le enseñaré su despacho.

Al cruzar la habitación, Adam le señaló unos archivadores donde guardaba los asuntos personales, así como una mesa en la que había café y agua que, le dijo, estaba a su disposición.

–Se lo agradezco –dijo ella.

–Quizá no esté tan agradecida cuando no tenga tiempo para almorzar y eso sea todo lo que pueda tomar.

–Al menos no me moriré de sed –dijo ella, divertida. Pero dejó de sonreír cuando sus miradas se cruzaron y una vez más le impresionó la fuerza y la masculinidad que Adam irradiaba.

Tenía que dominarse. Por muy guapo que fuera, sabía que era inflexible y exigente. Le habría encantado poder mandar aquel trabajo a la… Pero no podía porque tenía una misión que cumplir. No debía importarle que Adam se considerara superior a ella, o que la subvalorara. Cuanto peor la tratara, más satisfacción obtendría al alcanzar su objetivo.

Aun así, le resultaba injusto que el hombre que había destrozado su vida, el hombre por el que ya no tenía un hogar y que había arrastrado a su abuela a la muerte, le resultara tan atractivo.

Adam miró el reloj de nuevo y Trish volvió a salir de su ensimismamiento.

–Lo siento, señor Duke, pero todavía no sé su horario. ¿Cuándo tiene la reunión?

–Llegaré a tiempo –dijo Adam, distraído–. Primero quiero dejarla instalada.

La condujo hasta su despacho, donde le enseñó los archivadores con toda la información relativa a los clientes y los negocios pendientes.

–Está en orden alfabético.

Trish sonrió.

–Le aseguro que me sé el alfabeto.

Adam rió.

–Eso espero, señorita James.

Trish tomó un cuaderno y apuntó los nombres que Adam le dictó de las personas cuyas llamadas siempre debía contestar, así como su teléfono móvil.

–Hasta que vuelva, puede organizar el escritorio. Necesito que me pase a limpio un análisis de costes, así como algunas cartas. Si le queda tiempo, puede familiarizarse con las carpetas. Cuando vuelva, necesitaré los documentos de Mansfield.

Trish lo copió todo y sonrió.

–Me ocuparé de todo, señor Duke. No se arrepentirá.

Con una mirada que parecía decir que ya se había arrepentido, Adam dijo:

–Llámeme Adam.

–Y tú a mí Trish, por favor.

–De acuerdo –Adam la miró meditativo por unos instantes, antes de añadir–: No te olvides de la carpeta Mansfield –y se marchó, dejando a Trish más turbado de lo que estaba dispuesta a admitir.

Adam llamó al ascensor mientras se decía que tenía tres motivos de preocupación: en primer lugar, el hecho de que su nueva y atractiva ayudante lo hubiera pillado desprevenido, algo que no le pasaba jamás, y que, tal y como podía deducirse de su sonrisa burlona, hubiera escuchado su conversación con Marjorie. Ése era su segundo motivo de preocupación: nunca dejaba que le vieran perder el control, y menos cuando el testigo en cuestión era alguien con quien debía mantener una relación profesional. Por último, le desconcertaba que su nueva ayudante no se pareciera ni por lo más remoto al estilo de mujer madura y maternal que su empresa acostumbraba a contratar como trabajadoras temporales. Además, sonreía con cierto descaro, sus labios eran voluptuosos, y sus ojos verde oscuros se clavaban en él con una intensidad excesiva. Recordó la forma en que alzaba la barbilla y su actitud desafiante y no pudo por menos que admirarla.

Llevaba el cabello castaño retirado del rostro y un traje pantalón milrayas que le quedaba como un guante, y que Adam sospechaba que ocultaba un par de espléndidas piernas.

Había sentido algo especial al darle la mano y estaba decidido a no alimentarlo, pero no podía negar que cada vez que le había sonreído, había notado que el pulso se le aceleraba.

Se rascó la barbilla mientras descendía hacia el vestíbulo. ¿Qué demonios le estaba pasando? No acostumbraba a comportarse como un adolescente y, sin embargo, había tenido que marcharse precipitadamente para ocultar el deseo que Trish James le había hecho sentir. Afortunadamente, sabía que no se trataba más que de pura lascivia, y que era, por tanto, fácilmente domeñable. Nunca se había dejado gobernar por su libido.

Al entrar en el aparcamiento, se dio cuenta de que aquel súbito ataque de deseo se debía a que llevaba meses trabajando día y noche en el proyecto de Fantasy Mountain. Necesitaba darlo por concluido y acostarse con una mujer, que no sería su nueva ayudante, sino cualquiera de las que tenía normalmente a su disposición para una noche de sexo sin ataduras.

Al sentarse en su coche recordó la conversación que había mantenido con Brandon y con Cameron sobre el empeño de su madre en casarlos y frunció el ceño. Parecía imposible que su madre tuviera ninguna relación con que Trish James hubiera sido contratada, sin embargo, parecía una coincidencia increíble.

Encendió el motor. Era ridículo imaginar que su madre hubiera hecho algo tan complicado, así que debía de ser culpa de Brandon que se le pasara por la cabeza una idea tan absurda.

Aun así, tomó una determinación: pasaría el menor tiempo posible con la preciosa morena que, sin pretenderlo, había irrumpido en su apacible vida para convertirla en un infierno.

Tras beber un vaso de agua y respirar varias veces profundamente, Trish se puso a trabajar. Que su objetivo fuera a arruinar al hombre que la había contratado no significaba que no fuera a hacer bien su trabajo.

Su despacho, contiguo al de Adam Duke, era amplio y espacioso. Tenía un escritorio tan grande como el salón de su apartamento, y aunque las vistas no fueran tan espectaculares como las de Adam, sus ventanas también daban al mar.

Pero ella no estaba allí ni para disfrutar de las vistas ni para admirar a Adam como si fuera una adolescente enamoradiza. Cuarenta minutos más tarde había terminado de copiar las cartas y el análisis de costes y fue hacia los archivadores. Aunque no estaba segura de qué era lo que buscaba, necesitaba algo con lo que poder denunciar a Adam y así abandonar aquella farsa lo antes posible y alejarse del hombre que le hacía sentir emociones tan contradictorias.

–¡Hasta huele bien! –masculló, recordando el aroma a bosque al que olía.

Reprendiéndose por volver a pensar en él en esos términos, abrió un cajón bruscamente.

Una hora más tarde, tras haber memorizado el nombre de todos los clientes entre la A y la M, Trish llegó a la carpeta Mansfield. Como Adam todavía no había vuelto, la ojeó antes de dejarla sobre su escritorio.

Después consultó su correo electrónico e imprimió una lista de prioridades. Llegaría a trabajar cada día puntual y haría su trabajo a la perfección, creando un agradable ambiente de trabajo con sus compañeros. Se haría insustituible e indispensable para Adam.

Y sólo entonces, acabaría con él.

Capítulo Dos

–Os juro que está obsesionada con casarnos –dijo Brandon Duke.

–¿Por qué te extraña tanto? –preguntó Adam–. No es la primera vez que mamá insiste en que nos casemos. Recuerda que quiere nietos.

–Exactamente –apuntó Cameron–. ¿No te acuerdas de cuando nos enseñaba el vídeo de su boda insistentemente para ver si lograba convencernos?

–¡Cómo olvidarlo! –dijo Brandon–. Era espantoso, aunque tengo que reconocer que la tarta tenía buena pinta –se apoyó en el respaldo de su silla y estudió el menú de desayuno del club náutico en el que se encontraban–. ¿Qué os parece que comamos algo?

–¿Qué os parece que respiremos un poco? –bromeó Adam.

–Siempre estás comiendo –añadió Cameron al tiempo que inspeccionaba el menú.

Brando ignoró a sus dos hermanos e hizo una señal a la camarera.

–Para mí, huevos, beicon y doble ración de tostadas.

–Yo tomaré la tortilla Denver, Janie –dijo Cameron.

–¿Y usted, señor Duke? –preguntó la camarera a Adam.

–Sólo café.

Estaba convencido de que, si hubiera estado más despierto, su nueva secretaria no lo habría pillado desprevenido, así que decidió que necesitaba aumentar la dosis de cafeína.

–Os lo digo en serio –Brandon retomó la conversación en tono solemne–. Esta vez la cosa es grave. Oí a mamá hablar con su amiga Beatrice por teléfono. Ha organizado un escuadrón para alcanzar la victoria. Ya tienen varias mujeres alineadas para cada uno de nosotros.

–¿Ah, sí? –dijo Cameron, sonriendo–. Eso no es ningún problema. Siempre estoy a la búsqueda de nuevas mujeres.

Adam enarcó una ceja.

–Si quieres una de las elegidas por mamá, puedes salir con Sussie Walton.

Cameron fingió estremecerse.

–¿Quieres que pierda el apetito?

Adam miró por la ventana y observó un velero que surcaba la bahía.

–Lo que no entiendo –dijo en tono reflexivo– es qué le hace pensar que me casaría con una mujer elegida por ella.

–Yo me hago la misma pregunta –comentó Brandon, animándose.

–De hecho, ¿qué le hace pensar que vayamos a casarnos? –preguntó Cameron.

–Así es mamá –dijo Brandon con un encogimiento de hombros.

–Tienes razón, como un misil de cabeza nuclear: no para hasta dar en la diana.

–La cuestión es que a mí no va a atraparme –dijo Adam.

–Por eso estoy poniéndoos sobre aviso, porque su estrategia es que ni siquiera nos demos cuenta de sus tácticas. Le oí decir a Beatrice literalmente: «No sabrán de dónde les viene el aire» –al ver que sus hermanos intercambiaban una mirada de sorna, Brandon señaló a Adam con el dedo–. Ríete si quieres, pero no digas que no te advertí. Y si caes en la trampa…

–Eso es imposible.

–Ya sabes que es capaz de cualquier cosa. Y tú eres el primero de la lista.

Cameron bebió un trago de café y luego fingió secarse una lágrima:

–Nos dará tanta pena ver a Adam encadenado.

Brandon contribuyó con unos falsos sollozos:

–Nuestro pequeño se ha hecho mayor.