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Lo conocía todo salvo el deseo Grace Farrell era una investigadora científica primero, una mujer en segundo lugar… hasta que conoció a Logan Sutherland. El multimillonario hecho a sí mismo era sencillamente irresistible y, con él, Grace descubriría algo que no había experimentado hasta entonces: qué se sentía al desear a un hombre. Logan se había fijado en Grace desde el momento que llegó a su isla tropical, pero al descubrir que estaba allí bajo premisas falsas le ordenó que se marchase. Y, enfrentado a su obstinada negativa, el cínico soltero decidió aprovecharla a su favor. Dejaría que se quedase… en su cama. Pero ¿una sola noche sería suficiente?
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Seitenzahl: 160
Veröffentlichungsjahr: 2012
Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2011 Kathleen Beaver. Todos los derechos reservados.
INOCENTE EN EL PARAÍSO, N.º 1852 - mayo 2012
Título original: An Innocent in Paradise
Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.
Publicada en español en 2012
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.
Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.
® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Books S.A.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
I.S.B.N.: 978-84-687-0105-9
Editor responsable: Luis Pugni
ePub: Publidisa
Logan Sutherland se dirigía al vestíbulo del exclusivo resort Alleria cuando le llegó un estruendo de cristales rotos del bar.
–El precio de los negocios –murmuró, irónico.
Pero se detuvo para aguzar el oído un momento.
Y no oyó nada. Ni el menor ruido.
–Qué raro –murmuró, mirando su reloj.
Debía atender una llamada importante en quince minutos y no tenía tiempo que perder, pero el ominoso silencio hizo que cambiase de dirección para dirigirse al bar.
Logan y su hermano gemelo, Aidan, habían hecho su fortuna diseñando y gestionando exóticos hoteles de cinco estrellas por todo el mundo, de modo que unos cuantos vasos rotos no eran causa de alarma.
Pero ese estruendo solía ir invariablemente seguido de risas, alboroto y, a veces, de una pelea. Nunca de silencio.
Logan Sutherland no era de los que dejaban que ocurriese algo en su resort sin hacer nada al respecto, de modo que entró en el elegante bar… en el elegante y silencioso bar. Aunque estaba lleno de clientes y los camareros y camareras se movían de mesa en mesa sirviendo bebidas y aperitivos el silencio era desconcertante.
Un grupo de gente se había reunido al otro lado del bar, todos inclinados sobre el suelo.
Logan se acercó al jefe de camareros.
–¿Qué pasa, Sam?
El hombre señaló al grupo dejando escapar un suspiro.
–La nueva camarera ha tirado una bandeja.
–¿Y por qué todo el mundo está en silencio?
Sam tardó unos segundos en contestar:
–Estamos un poco preocupados por ella, señor Sutherland. Nadie quiere que lo pase mal.
–¿Por qué? ¿Se ha cortado con los cristales?
–No, afortunadamente no. Es una buena chica, señor Sutherland.
Logan frunció el ceño mientras se volvía para mirar a al grupo de empleados que recogía los cristales. –Gracias, de verdad –dijo una joven a la que no había visto nunca, antes de dirigirse a la barra.
Y fue entonces cuando Logan pudo ver bien a la buena chica… y sintió como si de repente se hubiera quedado sin oxígeno.
Esperaba que se pusiera crema solar porque su piel era tan blanca como la porcelana.
Era una pelirroja de complexión pálida y pecas en la nariz, con una larga melena que caía por su espalda en lustrosas ondas. Con el uniforme oficial del resort, bikini y pareo a modo de falda, Logan no puso dejar de notar que tenía un trasero de escándalo y unos pechos perfectos.
Era alta, como le gustaban a él las mujeres… aunque eso carecía de importancia porque no tenía tiempo para relaciones. Por otro lado, ¿quién había dicho nada de una relación? Siempre podía encontrar tiempo para una breve aventura ya que con solo mirarla estaba calculando cuánto tiempo le costaría llevarla a su cama.
Caminaba con la gracia que algunas mujeres altas poseían de forma natural. Y, por eso, que hubiera tirado la bandeja le sorprendía ya que no parecía torpe en absoluto. Al contrario, parecía segura de sí misma, inteligente, serena. No daba la impresión de haber tirado nada en toda su vida.
¿A qué estaba jugando?
Logan pensó en su jefe de camareros, Sam, para quien la camarera era «una buena chica». En fin, Sam no sería el primer hombre que se dejaba engañar por una chica guapa.
La chica en cuestión por fin se fijó en él y sus ojos se iluminaron. Era una mujer de bandera, eso desde luego. Y Logan entendía que su duro jefe de camareros se convirtiese en un gatito en presencia de la pelirroja.
Tenía los labios gruesos y unos ojos grandes y verdes que brillaban con una simpatía que parecía genuina. Seguramente llevaba toda la vida ensayando esa expresión. Aunque solo fuera para conseguir buenas propinas.
Claro que no conseguiría propinas si tiraba las copas de los clientes. Y para eso estaba él allí.
Uno de los camareros había vuelto a colocar las copas en su bandeja y la llamó desde el otro lado de la barra.
–Ah, gracias –dijo la pelirroja–. Eres muy amable.
Logan vio que el hombre se ruborizaba por el cumplido mientras ella sacaba un cuadernito de la cintura para estudiarlo un momento antes de colocar las bebidas en orden circular. Cuando terminó, tomó la bandeja con las dos manos e intentó levantarla.
Todo el bar se quedó en silencio cuando la bandeja se inclinó hacia un lado…
Sin pensar, Logan corrió para quitársela de las manos.
–¿Dónde va esto?
–A esa mesa de ahí –respondió ella, acompañándolo hasta una mesa frente al ventanal–. Es para los señores McKee y sus amigos.
–Ya te he dicho que puedo ayudarte si quieres –se ofreció uno de los hombres–. Pero parece que has encontrado ayuda en otro sitio.
¿Un cliente del resort Alleria estaba dispuesto a ayudar a una camarera a llevar la bandeja?
–Gracias, señor McKee, es usted muy amable –dijo ella–. Pero todos los camareros me están ayudando tanto…
–No es ningún problema –la interrumpió Logan, dejando la bandeja sobre la mesa y repartiendo las bebidas–. Espero que les gusten.
–Por supuesto –el señor McKee tomó un sorbo de su daiquiri de plátano–. Ah, qué rico está.
–Toma, bonita –dijo la señora McKee, ofreciéndole un billete de cincuenta dólares a la pelirroja–. Por el susto que te has llevado.
–Muchísimas gracias –dijo ella–. De verdad, no sé cómo agradecérselo.
–Somos nosotros los que debemos darte las gracias a ti –el señor McKee le hizo un guiño–. Eres un cielo y sentimos mucho estar volviéndote loca con los pedidos.
–No, por favor…
–Gracias –volvió a interrumpirla Logan–. Espero que disfruten de sus cócteles –añadió, tomando a la camarera del brazo para llevarla al otro lado del bar.
–Espere, tengo mucho trabajo…
–Primero vamos a hablar un momento.
–Pero oiga… ¿Quién cree que es?
–Soy Logan Sutherland, tu jefe –respondió él, mirándola de arriba abajo–. Aunque no creo que siga siéndolo mucho tiempo.
Grace hizo una mueca. Qué mala suerte que su jefe la hubiera visto tirando una bandeja llena de copas.
Antes de ir a Alleria, Grace había estado investigando a Logan y Aidan Sutherland en Internet. Sabía que habían sido campeones de surf cuando eran adolescentes y que habían usado el dinero que ganaban para abrir clubs nocturnos y bares por todo el mundo. Según los rumores, habían ganado su primer bar en una partida de póquer en la universidad, pero Grace estaba segura de que eso era una leyenda urbana.
La historia más reciente sobre los hermanos Sutherland era que habían unido fuerzas con sus primos, los hermanos Duke, propietarios de numerosos resorts en la costa Oeste.
Grace había visto fotografías de los Sutherland en Internet, pero eran fotos borrosas de los hermanos sobre una tabla de surf. En ninguna había visto lo guapos que eran de cerca. Al menos Logan.
Su jefe se detuvo frente a una puerta al fondo del bar que abrió con una tarjeta magnética antes de hacerle un gesto para que entrase. Era un despacho elegantemente amueblado con sofás y sillones de color chocolate a un lado; el otro contenía todo lo necesario para llevar una oficina del siglo XXI.
–¿Es su oficina? –le preguntó Grace, admirando las espectaculares palmeras, la arena blanca y el mar de color turquesa que se veían por la ventana.
–Bonita vista, ¿verdad? –dijo el señor Sutherland.
–Maravillosa –respondió ella–. Tiene usted mucha suerte.
–Sí, no está mal ser el jefe –la sonrisa de Logan hizo que le temblasen las rodillas.
Grace se preguntó si tal vez debería haber desayunado algo más que una barrita dietética y un zumo de mango porque a ella nunca se le habían doblado las rodillas.
Pero cuando lo miró de nuevo se dio cuenta de que iba a tener que vivir con rodillas de goma. Logan Sutherland era alto e imponente, con unos ojos de color azul oscuro en los que había un brillo burlón… seguramente dirigido a ella.
Sabía que iba a regañarla por tirar la bandeja, pero no pudo dejar de admirar esos ojos brillantes que parecían leer sus pensamientos y la mandíbula cuadrada, con un hoyito en el centro. Tenía la nariz ligeramente torcida y eso le daba un aire un poco canalla.
–Siéntate –dijo él bruscamente, indicando una de las sillas frente al escritorio. Grace lo hizo pero él se quedó de pie, sin duda para intimidarla.
Pero no le importaba. Si aquellos iban a ser sus últimos minutos en el Caribe, los pasaría encantada mirando al señor Sutherland. Era un hombre guapísimo y musculoso, aunque no había visto sus músculos más que en fotografías. Tristemente, el impecable traje de chaqueta cubría su cuerpo por completo. Pero Grace sabía por las fotos que había visto que tenía un cuerpazo.
Antes del viaje a Alleria no había salido mucho del laboratorio, de modo que nunca había visto a alguien como él. Tenía unos hombros tan anchos que le gustaría tocarlos…
Aunque ese era un pensamiento completamente ridículo.
–Tengo la impresión de que nunca has trabajado como camarera. ¿Es así?
Grace respiró profundamente. No le gustaba mentir, pero tampoco podía contarle toda la verdad.
–Sí, así es, pero…
–Eso es todo lo que quería saber –la interrumpió él–. Estás despedida.
–¡No! –exclamó ella–. No puede despedirme aún…
–¿Aún? –repitió Logan–. ¿Por qué no? ¿Porque aún no has podido romper todas las copas del bar?
–No, claro que no. Pero es que… no puedo volver a casa.
–¿Cómo te llamas?
–Grace Farrell.
–Mentiste en tu solicitud de trabajo, Grace.
–¿Cómo sabe que mentí?
–Muy sencillo –Logan se cruzó de brazos–. Yo no contrato a camareros sin experiencia y es evidente que tú no la tienes, de modo que debiste mentir en la entrevista.
–Señor Sutherland, por favor, deme otra oportunidad –le suplicó Grace–. Tenía una buena razón para mentir… bueno, para no contar toda la verdad.
–¿No me digas?
–¿Está dispuesto a escucharme?
–Soy un hombre razonable –respondió él, dejándose caer en el sofá–. Pero hazlo rápido. Tengo muchas cosas que hacer.
–Verá… –Grace se aclaró la garganta, deseando llevar puesto algo más que un bikini y un pareo que se ataba por debajo del ombligo–. Usted tiene unas esporas…
–¿De qué estás hablando? No te entiendo.
–En esta isla hay unas esporas muy raras que algún día salvarán vidas. Soy investigadora científica y he venido aquí a estudiarlas –terminó ella.
Logan miró su reloj.
–Buen intento, pero no funciona. Estás despedida.
Te quiero fuera de la isla en una hora.
–No, por favor –Grace se levantó de la silla–. Señor Sutherland, usted no lo entiende. Me niego a irme de la isla, tengo que quedarme aquí para trabajar.
Logan negó con la cabeza.
–Me temo que eres tú quien no lo entiende.
–Sé que mentí en la entrevista, pero no pienso irme de la isla hasta que haya conseguido lo que he venido a buscar.
Logan tenía que admirar el coraje de Grace Farrell. Sus ojos verdes se habían encendido mientras defendía con vehemencia su puesto de trabajo y no pudo dejar de preguntarse si sería igualmente apasionada en la cama.
Guiñó los ojos, imaginándola desnuda en su cama… pero enseguida sacudió la cabeza. ¿Qué estaba haciendo? Grace había mentido en la entrevista de trabajo, había roto varias copas y estaba haciéndole perder el tiempo.
Pero esa vívida imagen sexual le había robado el aliento y se tomó unos segundos para reconsiderar la idea de echarla de la isla. Sí, era una mentirosa, pero una mentirosa guapísima. ¿Por qué no disfrutar de unos días de sexo antes de echarla de allí?
La idea le parecía más que apetecible. Eso no significaba que confiase en ella, pero la verdad era que lo intrigaba y lo excitaba. No pasaría nada por dejarla hablar unos minutos.
–Bueno, háblame de esas esporas que estás tan ansiosa de encontrar –le dijo, arrellanándose en el sofá.
Grace empezó a pasear por la oficina, nerviosa.
–Las esporas de Alleria copian los genes reproductivos de los seres humanos y son esenciales para mi investigación sobre réplica de genes. Llevo diez años trabajando en este proyecto y he tenido que usar las mismas esporas durante los dos últimos. Es necesario que encuentre esporas nuevas para conseguir fondos y continuar mis estudios.
–¿Réplica de genes?
–¿Sabe a qué me refiero?
–Sí, claro. Bueno, me hago una idea.
–Ah, qué bien –Grace se llevó una mano al corazón–. Entonces entenderá lo importante que es para mí encontrar nuevas esporas. Mi tesis sobre sus patrones de reproducción ha despertado mucho interés y estoy segura de que, gracias a mis estudios, algún día se podría encontrar la cura para muchas enfermedades.
–¿Ah, sí? –Logan no entendía nada, pero no se molestó en decirlo.
–Por supuesto –respondió ella–. Estoy a punto de terminar mis estudios preliminares y he solicitado una beca para seguir investigando. Es un trabajo importante, señor Sutherland, pero necesito esporas nuevas y las necesito cuanto antes.
–Ya veo –dijo él. Aunque, por su tono, no había entendido nada.
–Soy investigadora y muy buena, señor Sutherland. Pero necesito este trabajo para seguir con mis estudios. Su resort es una de las pocas fuentes de empleo en esta isla.
–Es la única fuente de empleo –le recordó él–. De modo que la razón por la que mentiste en la entrevista de trabajo es que querías vivir gratis en el resort para estudiar esas esporas.
–Sí, bueno, pero…
–Y has pensado que podrías trabajar como camarera.
–Pensé que sería más fácil pero la verdad es…
–Que no eres camarera.
–No, no lo soy.
Logan se encogió de hombros entonces.
–Lo siento mucho, pero estás despedida.
–¡Espere un momento! –Grace se sentó a su lado en el sofá, respirando agitadamente, sus pechos subiendo y bajando a unos centímetros de él. Olía a… algo exótico, una mezcla de azahar y jazmín. De cerca podía ver que también tenía pecas en los hombros y sintió el absurdo deseo de tocarlas–. ¿Es que no me ha escuchado? No pienso irme de aquí.
–Puedes reservar una habitación y estudiar las esporas todo lo que quieras. Pero no esperes que yo te pague los estudios.
–Pero…
Logan vio que le temblaba el labio inferior. No iba a ponerse a llorar, ¿no? Si lo hacía, la echaría de allí antes de que pudiese decir «espora». Llorar era una forma femenina de manipulación, él lo sabía por experiencia.
–No puedo reservar una habitación, no tengo dinero. La única forma de quedarme en la isla es trabajando aquí.
–No, lo siento.
–Muy bien –dijo ella entonces, levantándose con gesto desafiante–. Dormiré en la playa, pero no pienso irme.
–Espera un momento. Nadie duerme en mi playa –replicó él, levantándose a su vez.
–¿Su playa?
–Eso es –respondió Logan–. Esta isla es de mi propiedad y yo digo quién se queda y quién se va. No quiero vagabundas cerca del resort.
–Yo no soy una vagabunda –protestó ella, cruzándose de brazos. Estaba haciendo pucheros, pero Logan debía admitir que le gustaría pasar la lengua por esos labios.
–Si duermes en la playa, lo serás.
Grace respiró profundamente, como intentando encontrar valor.
–No pienso irme, señor Sutherland –anunció–. Tengo que encontrar esas esporas y no pienso volver a casa sin ellas.
Logan la observó en silencio durante unos segundos.
–No pareces una investigadora.
–¿Qué tiene que ver mi aspecto?
Él estuvo a punto de soltar una carcajada. Su aspecto era la razón por la que seguía allí. Si no entendía eso, tal vez había estado escondida en un laboratorio durante los últimos diez años.
Un momento. ¿Diez años? Grace no podía tener más de veinticinco, de modo que no estaba diciendo la verdad. Otra vez.
Era una mentirosa, así de sencillo.
Pero antes de que pudiese decirlo en voz alta, ella siguió:
–Puede que no parezca una investigadora, pero eso es exactamente lo que soy. Y tengo intención de quedarme aquí hasta que pueda terminar mi trabajo.
–Lo siento mucho, pero no puedes quedarte.
Ella dio un paso adelante para mirarlo a los ojos. Y, aunque tuvo que inclinar la cabeza para hacerlo, su estatura no parecía intimidarla.
–No me importa suplicar –empezó a decir–. Tengo que quedarme en la isla y estoy dispuesta a hacer lo que haga falta. Si no quiere que sea camarera puedo limpiar habitaciones… o regarle las plantas, me da lo mismo. Solo le pido tener la mañana libre para mis esporas. El trabajo de camarera es ideal, pero seguro que hay alguna otra cosa que pueda hacer. ¡Puedo cocinar! –exclamó entonces–. No soy una gran cocinera pero puedo hacer ensaladas o…
¿Estaba dispuesta a hacer lo que hiciera falta? ¿Se daba cuenta de lo peligrosa que era esa oferta?, se preguntó Logan. Por un momento pensó que era tan inocente como parecía, pero de inmediato apartó de sí esa idea. Grace Farrell era tan manipuladora como todas las mujeres que había conocido en su vida. Intrigante, preciosa, sexy pero manipuladora y mentirosa.
Y su cerebro estaba como embotado por su erótico aroma. Tal vez estaba loco, pero la deseaba como no había deseado a ninguna otra mujer.
–Muy bien –dijo Logan por fin–. Te doy una semana para demostrar que eres capaz de ser una buena camarera. Si no, tendrás que irte de la isla.
–¡Gracias! –Grace se echó en sus brazos de repente–. Muchísimas gracias, de verdad.
Logan respiró su perfume y tuvo que hacer un esfuerzo sobrehumano para apartarse.
–Pero no vuelvas a tirar más copas.
–No lo haré, señor Sutherland.
–Y no me llames señor Sutherland. Todo el mundo me llama Logan.
–Gracias, Logan. Por favor, llámame Grace –dijo ella, Entonces le tomó la mano y, mirándolo a los ojos dijo–: No tienes idea de lo que esto significa para mí. Y te prometo que seré la mejor camarera que hayas contratado nunca.
–¿No me digas?
–En serio –insistió Grace, sacando un cuadernito de la cintura–. Yo aprendo muy rápido. Ya he memorizado los ingredientes de la guía de cócteles y en cuanto a llevar las bandejas… bueno, después de todo es una simple cuestión de física. Sencillamente, debo determinar la correcta colocación espacial en la bandeja… mira esto –Grace le mostró un diagrama dibujado en el cuadernito–. Como ves, es una réplica de nuestro sistema solar. En miniatura, por supuesto. Mi teoría es que si las copas están colocadas de esta manera, conseguiré equilibrarla.
Logan esbozó una sonrisa.
–Una teoría interesante.
–Sí, lo es –Grace miró el diagrama y luego a él–. Es que no tengo costumbre, pero a partir de ahora… –Es algo más que física. También es una cuestión de fuerza en los brazos y en la parte superior del torso.
–Ah, entonces estás de acuerdo conmigo. En cuanto tenga controlada la dinámica, será muy sencillo.
Él sacudió la cabeza, perplejo.
–Yo no he dicho…
–Gracias, señor Sutherland… –lo interrumpió ella–. Prometo que no lo lamentará.
–Logan –repitió él–. Y tienes una semana para mejorar o tendrás que irte.