Jota y el misterio del ajedrez - Jorge de Leonardo - E-Book

Jota y el misterio del ajedrez E-Book

Jorge de Leonardo

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Beschreibung

Jota regresa a Telares la Semana de Pascua, invitado por el alcalde Segismundo, para asistir al campeonato regional de ajedrez. Al llegar al pueblo, se reencuentra con sus amigos Susana, Saúl y un desconsolado Serafín. Todo el material del campeonato ha desaparecido de forma misteriosa y apenas queda tiempo. ¿Quién lo ha robado? ¿Conseguirán encontrarlo antes de que comience el torneo? ¡Acompaña a Jota y a sus amigos en esta apasionante aventura! VALORES IMPLÍCITOS Esta historia nos quiere transmitir lo fundamental que es respetar, cuidar y valorar nuestra cultura: sus tradiciones y monumentos. Aprenderás a apreciar la importancia de saber trabajar en equipo, considerando las opiniones de los demás. Otros valores como la amistad, el compañerismo y la reconciliación podrás hallar también entre sus páginas.

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© del texto: Jorge de Leonardo

© de las ilustraciones: Álex Márquez

© corrección del texto: Equipo BABIDI-BÚ

© de esta edición:

Editorial BABIDI-BÚ, 2023

Avda. San Francisco Javier, 9, 6ª, 23

Edificio Sevilla 2

41018 - Sevilla

Tlfn: 912.665.684

[email protected]

www.babidibulibros.com

Primera edición: enero, 2023

ISBN: 978-84-19602-89-3

Producción del ePub: booqlab

«Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra»

A mis padres, por todo.

Índice

1. La carta

2. El reencuentro

3. La desaparición

4. La teoría de Jota

5. El colchón

6. Recreando el robo

7. Que comience la partida

8. El ladrón

9. El chozo

10. El dolmen

11. La vieja mansión

12. Lola

13. El trato

14. La negativa

15. La decisión

16. Caso resuelto

17. La sorpresa

18. A la carrera

Preguntas para reflexionar

1. La carta

—Jota, ha llegado una carta para ti.

El niño levantó la vista del libro de Matemáticas, mirando a su padre, entre extrañado y sorprendido.

—¿Una carta? —Jota no solía recibir nada en el buzón. Una vez, cuando iba a tercero de primaria, a la profesora se le ocurrió la idea de realizar un sorteo para que cada niño de clase enviase una postal navideña a otro compañero. Todavía conservaba la que le mandó Julia, una chica que al curso siguiente se mudó de ciudad.

—El remitente es el Ayuntamiento de Telares —leyó su padre en el sobre.

—El remi… ¿qué? —Jota abrió unos enormes ojos verdes sin acabar de comprender.

—El remitente es quien envía la carta, hijo. ¿Por qué no abres el sobre y salimos de dudas?

Telares era un pueblo de la sierra, cerca de la ciudad, donde el verano anterior la familia de Jota había pasado sus vacaciones. Fue un mes de agosto fantástico, en el que hizo dos nuevos amigos: Susana y Saúl. Juntos investigaron un misterio que los llevó a conocer a un personaje fascinante: Serafín Campanas, un hombre que se dedicaba a recoger latas y botellas de plástico vacías, y las reutilizaba para realizar unas esculturas increíbles.

—¿Habéis dicho Telares? —La voz chillona de Bea atravesó el pasillo a la misma velocidad que sus pasos. Se paró obstaculizando la puerta de la habitación de su hermano mayor. La niña acababa de cumplir siete años, hacía apenas una semana; eso le daba derecho, según ella, a participar en cualquier conversación familiar.

Se parecían bastante físicamente. Quitando el hecho de que Jota tenía casi cuatro años más, cualquiera que los viera podría decir que eran hermanos: idéntico color de ojos, el pelo castaño y un tono moreno de piel, que se acentuaba con la llegada del buen tiempo. Otra cuestión era el carácter. Jota analizaba más a la gente —quizás influido por su pasión por el ajedrez— y era más introvertido; y Bea, todo lo contrario, más espontánea y podía hablar hasta con las farolas.

Jota rasgó el sobre y sacó la carta.

—Léela, léela —lo apremió su hermana, nerviosa.

«Querido Jota:

¿Qué tal estáis? Espero que vaya todo bien por la ciudad. Me complace anunciarte que durante la semana de Pascua va a tener lugar en nuestro querido pueblo el campeonato regional de ajedrez. Nos haría mucha ilusión a Serafín, a Perico y a mí que vinieras con tu familia a disfrutar de la competición, aprovechando las vacaciones.

Nos acordamos mucho de ti y de todo lo que sucedió en verano. No hay día que mi hermano no mencione tu nombre o el de Susana o Saúl.

Os mando un fuerte abrazo.

Segismundo».

Segismundo era el alcalde de Telares. Cuando Jota acabó de pronunciar el nombre, apareció su madre en el umbral.

—¡Qué revuelo hay aquí montado! —exclamó con media sonrisa.

Bea se adelantó a su hermano para aclararlo:

—Segismundo nos ha invitado a Telares.

Jota la fulminó con la mirada; quería ser él quien le diera la noticia. Su padre intervino antes de que ambos se enzarzasen en una discusión, dirigiéndose a su esposa:

—El alcalde nos invita a un campeonato de ajedrez, que se va a celebrar durante las vacaciones, en Pascua.

—¿Podemos ir? ¿Podemos ir? —Bea saltaba excitada, tirando del pantalón de su madre.

—Bueno, la verdad es que no teníamos previsto ningún plan. Quizás podríamos alquilar unos días la casa del año pasado.

—Pues no se hable más —anunció su padre con determinación—. Mañana llamaré sin falta a la dueña a ver si la tiene libre. Nos vendrán bien unos días fuera de la ciudad.

A Jota se le iluminó la cara: después de varios meses, ¡iba a reencontrarse con sus amigos!

2. El reencuentro

El coche aminoró la velocidad y aparcó enfrente de la vivienda. Al bajar del vehículo, Jota inspiró una bocanada de aire fresco y se subió la cremallera del abrigo. Telares los recibía con un tiempo seco, pero frío; la ausencia de nubes hacía que el tibio sol de la mañana se reflejase en la verja de entrada, dándoles la bienvenida.

«Sigue prácticamente igual», pensó Jota, satisfecho: el seto que cubría la valla, el pequeño jardín, la barbacoa de piedra…

Estaba tan concentrado observándolo todo como si fuera la primera vez que, al principio, no notó que su madre le tocaba con insistencia la espalda, repitiendo su nombre:

—Jota, Jota, cielo.

—Eeeh, ¡qué ocurre! —exclamó el niño ya de vuelta a la realidad.

—Coge tu maleta, que papá y yo no podemos solos.

—Oh, perdona, mamá. ¡Voy volando!

Al regresar al coche, casi le da un ataque de risa; su padre trataba de transportar dos maletas, una mochila colgada en el hombro izquierdo y una bolsa de la compra en el otro hombro. Bea, mientras, llevaba únicamente su osito de peluche.

—Ya cojo mi maleta, papá —dijo Jota acudiendo en auxilio de su padre.

—Menos mal, hijo. A tu hermana «le pesa mucho» su oso de peluche —contestó el hombre de forma irónica.

—Es que últimamente Ositín ha comido mucho —se defendió Bea, adoptando un gesto inocente.

Entraron en la casa de dos plantas. Cuando estuvo en verano, Jota pensaba en lo alucinante que sería encender la chimenea. La dueña había apilado varios troncos en uno de los lados. Esa noche les pediría a sus padres que la pusieran en marcha.

Lo que más le gustaba a Bea era la barra americana, que unía la cocina con el salón. En vacaciones desayunaban sentados en los taburetes o, como decía la niña, «en las sillas altas».

Desde unas escaleras se accedía a las habitaciones, situadas en la segunda planta. Apenas Jota abrió la maleta para guardar su ropa, cuando se escuchó el timbre de la puerta de entrada. «¡Riiing! ¡Riiing!».

—¡Yo voooy! —gritó el niño, bajando las escaleras de dos en dos.

Abrió la puerta y su cara se iluminó.

—¡Susana! ¡Saúl!

Los tres niños se fundieron en un largo abrazo.

—Hola, Jota —saludó Susana, risueña.

—Pero cuánto tiempo, chavalote —dijo Saúl, soplando un flequillo tan rubio como el sol de junio.

Al momento, Jota se quedó callado, muy serio. Susana se percató al instante, y se golpeó con la mano una frente plagada de pecas. Finalmente, el niño sonrió y contestó:

—Te he dicho cientos de veces que no me llames chavalote.

—Ja, ja, ja —rio Saúl—, te he puesto a prueba, por si se te había olvidado durante el invierno.