La amante del médico - Daniel Hurst - E-Book

La amante del médico E-Book

Daniel Hurst

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Beschreibung

 La mujer o la amante. ¿Quién se vengará?   Yo era la otra, la amante. Todos me culparon de la muerte del doctor Drew Devlin, y he pagado el precio por tener una relación con el hombre equivocado.   Lo perdí todo: mis amigos, mi familia, mi casa e incluso mi libertad. Fern, la retorcida mujer de Drew, destrozó mi mundo. Y cree que se ha salido con la suya.   Pero se equivoca. Es hora de vengarse. Por mí… y por mi bebé.   La nueva vida de Fern en la costa de Cornualles está a punto de derrumbarse a su alrededor. Estoy decidida a que todos descubran lo que pasó en realidad.   Porque, después de todo, Fern siempre me ha subestimado. Y, para cuando se dé cuenta, será demasiado tarde para la mujer del médico…    ---    « La mejor trama de la historia. Por no hablar del final. Fue impactante y me dejó totalmente sin palabras » .    Blue Moon Blogger, ⭐️⭐️⭐️⭐️⭐️    « Trepidante, intenso e imposible de soltar. Fantástico. Ha sido un viaje apasionante y he disfrutado de cada segundo » .    KKECReads, ⭐️⭐️⭐️⭐️⭐️  « El final perfecto para esta serie. Este thriller psicológico es adictivo y de ritmo rápido. Confía en mí, no te decepcionará » .    @stamperlady50    « Este tercer libro es tan bueno y sorprendente como todos sus otros relatos. Lo he disfrutado mucho. Cinco estrellas » .   B for Bookreview   « Al autor se le dan muy bien los giros inesperados » .    The Book Review Crew   « Los lectores pueden prepararse para otro trepidante, enrevesado y alocado viaje al borde del asiento » .   Totally Addicted To Reading

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Seitenzahl: 333

Veröffentlichungsjahr: 2024

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La amante del médico

Daniel Hurst

La amante del médico

Título original: The Doctor’s Mistress

Copyright © Daniel Hurst, 2023. Reservados todos los derechos.

© 2024 Jentas A/S. Reservados todos los derechos.

Traducción: Ana Fernández, © Traducción, Jentas A/S. Reservados todos los derechos.

ePub: Jentas A/S

ISBN 978-87-428-1326-3

Reservados todos los derechos. Ninguna parte de esta publicación, incluido el diseño de la cubierta, puede ser reproducida, almacenada o transmitida en manera alguna ni por ningún medio, ya sea eléctrico, químico, mecánico, óptico, de grabación o de fotocopia, sin la autorización escrita de los titulares de los derechos de la propiedad intelectual.

First published in Great Britain in 2023 by Storyfire Ltd trading as Bookouture

PRÓLOGO

El grito desgarrador de la mujer corta el aire y hace que todas las personas que están en el paseo marítimo se giren para mirarla. Una mujer asustada, con una expresión de dolor en el rostro y lágrimas resbalándole por la cara, se precipita por el paseo marítimo. Y, sin más, sus gritos de «¿Dónde está mi bebé?» destrozan un hermoso día en la costa suroeste de Inglaterra.

Este lugar suele ser tranquilo, silencioso y bello. Es por lo que se conoce esta parte del mundo. Cornualles, popular destino turístico en cualquier época del año, está acostumbrada a acoger a gente que viene por las vistas de las playas de arena, los escarpados acantilados y las pintorescas calas y pueblos. Estas mismas personas también vienen por el helado, el fish and chips, la copa de cerveza o de vino, y todo ello viene acompañado de unas espectaculares vistas al mar. Hoy no ha sido diferente, ya que cientos de turistas caminan por el paseo marítimo y toman el sol mientras deciden qué harán a continuación en esta bonita parte del Reino Unido. Pero, de repente, hay un nuevo elemento en la lista de cosas por hacer de todo el mundo, y no es uno que nadie hubiera imaginado.

Ahora todos se sienten implicados en ayudar a esta pobre mujer a encontrar a su hija desaparecida.

Esa es la sencilla explicación de los gritos. La mujer está tan alterada porque no encuentra a su hija y, en estas circunstancias, su reacción es totalmente comprensible. Se trata de un lugar público muy concurrido, con muchos adultos y niños alrededor, y como tal, es fácil que alguien se pierda entre la multitud. Pero la niña en cuestión no se ha perdido sin más.

Se la han llevado.

Al tiempo que la madre corre con desesperación por el paseo marítimo, llorando por su bebé mientras siente que su mundo se desmorona, las multitudes se separan a su paso, todos intentan apartarse de su camino porque no quieren ser quienes retrasen a esta pobre mujer y le impidan reunirse con su pequeña lo antes posible. Pero no importa que la dejen pasar, porque la madre no encuentra a su hija. Cuanto más tiempo pase, menos probable parece que vuelvan a estar juntas.

Esa constatación es suficiente para que la frenética madre se arrodille y llore. Mientras lo hace, piensa que todas las cosas terribles que ha vivido en el pasado palidecen en comparación con esta sensación.

La infidelidad. Las muertes. Las investigaciones policiales. Los complots de venganza. Por muy malo que todo eso haya sido, esto es peor, porque ella ha sido capaz de sobrevivir a todo eso y seguir adelante.

Pero parece que esto es demasiado para ella, y eso solo puede significar una cosa.

¿Ha terminado por fin?

ANTES

1

FERN

El paseo marítimo está inusualmente tranquilo, pero eso se explica por dos razones. En primer lugar, el tiempo es un poco gris y ventoso hoy, por lo que la playa está vacía de bañistas. Y en segundo lugar, es un día laborable por la mañana, así que todos los lugareños están trabajando y los turistas no llegarán hasta el viernes por la tarde como muy pronto. A mí me parece bien, porque no me gustan las multitudes por razones muy obvias.

Una mujer como yo, que huye de la justicia y vive con una identidad falsa, intenta evitar ver a demasiada gente.

Sin embargo, a pesar de mi insólita situación, me niego a esconderme para siempre, y no solo por mí, sino también por mi hija. Necesita relacionarse con otras personas, y por eso me he visto obligada a salir de mi pequeño piso y dirigirme al destartalado centro comunitario del otro extremo del paseo marítimo.

Dirijo la vista hacia la carita angelical que me mira desde el cochecito, sonrío a mi hija Cecilia y siento algo que nunca pensé que fuera posible sentir. Mi cuerpo rebosa amor por la personita que di a luz hace solo tres meses. Me siento abrumada por la presión y el privilegio que supone para mí ser la encargada de mantenerla a salvo. Ser madre no siempre fue mi sueño, pero ahora que lo soy no podría ser más feliz. A pesar de que el resto de mi vida es un completo caos, mi hija me proporciona ese rayo de esperanza que me hace pensar que quizá, algún día, todo acabe saliendo bien.

De repente, una gran gaviota grazna sobre mi cabeza, y alzo la vista para ver al ave blanca volando en círculos bajo el cielo ceniciento, antes de que descienda en picado, se pose a unos metros delante de mí y picotee una bandeja de patatas fritas que algún turista ha debido tirar al suelo. Los habitantes de la zona saben que no deben ensuciar las calles, pero a los que están de vacaciones no les importa tanto, lo cual es una pena, porque es un pueblo costero precioso y mucha gente trabaja duro para mantenerlo como tal, solo unos pocos lo estropean. Como residente de este pueblo, siempre me aseguro de cuidarlo, por eso me detengo un momento y, después de espantar a la gaviota, recojo la bandeja de patatas fritas sobrantes y las tiro a la papelera. Luego me pongo de nuevo en camino, empujando el carrito de la pequeña Cecilia hacia nuestro destino, sonriendo a mi niña que gorjea y sintiéndome orgullosa de poner mi granito de arena para que este paseo marítimo siga teniendo un aspecto tan pintoresco.

Después de haber pasado la mayor parte de mi vida en Manchester —antes de un par de breves y olvidadas estancias en Arberness, en el norte de Inglaterra, y en Londres—, he aterrizado aquí, en Bowey, un gran pueblo del sur de Cornualles, y es aquí donde pretendo quedarme por el momento. Necesito estabilidad, no solo por Cecilia, sino también por mi propio bien, porque ha habido demasiados cambios en mi mundo durante el último año.

Llegué a Cornualles cuando estaba a mitad de mi embarazo de Cecilia, desembarqué del autocar que me había llevado de la ciudad a la costa y me dirigí a mi primer alojamiento nocturno con una mano apoyada en mi creciente barriga y la otra cargando la única maleta que contenía todo lo que poseía en el mundo. Estaba nerviosa, no por estar en un lugar nuevo, sino porque no estaba segura de si los documentos de identidad falsos que había obtenido recientemente iban a permitirme empezar una nueva vida aquí. Era imperativo que me sirvieran porque tenía mucho que hacer. Tenía que encontrar alojamiento, solicitar prestaciones por hijos a cargo para poder alimentar y vestir al bebé que crecía dentro de mí y, lo más importante, acudir a numerosas citas en el hospital antes de que naciera. Tenía que hacer todo eso, pero solo si era capaz de empezar de nuevo con mi identidad falsa.

Mientras camino por el paseo marítimo, siento que Fern Devlin forma parte de mi pasado. No he vuelto a usar ese nombre desde que hui de Carlisle hace poco más de un año, tras enterarme de que la policía tenía pruebas para detenerme por el asesinato de mi exmarido, el doctor Drew Devlin, por no hablar de los interrogatorios por los demás delitos que cometí después. Solo tengo que mirar a mi querida hija para recordar uno de esos crímenes. La verdad es que asesiné al padre de mi bebé, Greg, a sangre fría, después de descubrir que me había estado mintiendo. Resultó que, en lugar de ser mi novio, solo fingía estar enamorado de mí porque su verdadero objetivo era destapar mis crímenes.

Hasta ahora, Greg es la única persona en el mundo que me ha sacado una confesión sobre lo que le hice a mi difunto marido, Drew, aunque al final no le sirvió de nada porque lo pagó con su vida. Con mi secreto amenazando con salir a la luz, tuve que tomar medidas drásticas, y era mi vida o la suya. No me arrepiento de lo que hice porque, sin ello, Cecilia podría no estar aquí ahora. El hecho de que concibiera a Cecilia justo antes de matar a Greg significa que la pequeña vida que creamos juntos solo conocerá a uno de sus padres. Criar a un hijo en solitario es duro, pero era la única forma de salvarme a mí y a mi bebé. Habría preferido una vida diferente para mi hija, una en la que tuviera a sus dos padres cerca para quererla, pero no estaba destinado a ser así. Lo más importante es que estoy en condiciones de cuidarla todos los días sin interferencias de nadie más, sobre todo de la policía.

Quiero a Cecilia más que a nada en el mundo y, a medida que crezca, sé que ella me querrá a mí.

Al menos, lo hará mientras nunca sepa lo que he hecho.

Como la mayoría de las cosas en mi vida, nada ha salido según lo planeado. Desde casarme con un médico rico que acabó engañándome hasta planear la muerte de Drew con el marido de su amante, para luego tener que matar a mi propio marido. Sin embargo, cuando intenté empezar de nuevo, mi nueva vida se desmoronó al ser desenmascarada por Greg —el hombre que yo creía que se había enamorado de mí—, así que también tuve que matarlo. Pero la policía descubrió lo que había hecho.

Y desde entonces todo ha empeorado.

Siendo culpable de tantas cosas y con la policía buscándome, no tuve más remedio que huir, y eso significaba dejar de usar el nombre de Fern, matando de hecho esa parte de mí en el proceso. Sabía que nunca podría renacer como Fern porque hacerlo significaría pasar el resto de mi vida en la cárcel. Pero, ahora que tengo mis documentos de identidad falsos, tengo una segunda oportunidad en la vida y pienso aprovecharla al máximo, por mí y por mi hija.

El nombre que figura ahora en mi carné de conducir es Teresa Brown, aunque lo acorto a Tess cada vez que me veo obligada a presentarme a alguien. Es el nombre con el que me conocía todo el mundo en el hospital cuando me ayudaban a dar a luz, igual que es el nombre que usa mi casero cada vez que se presenta exigiendo el pago del alquiler. También es el nombre con el que me presentaré hoy en el centro comunitario.

Voy de camino a una clase sensorial para bebés, un evento al que las mamás llevan a sus hijos para que jueguen e interactúen durante sesenta minutos. Es la primera vez que asistimos a una clase de este tipo, por eso estoy un poco nerviosa, pero será divertido. Cantarán todo tipo de canciones, habrá juguetes y será estupendo para el desarrollo de Cecilia. Pero espero que también lo sea para mí, para empezar a crear una red de personas a las que pueda llamar amigos.

No cabe duda de que ser una fugitiva es una forma de vida solitaria, y siempre estoy en conflicto conmigo misma sobre lo que debería hacer. Pero sé que lo más seguro para mí es quedarme en casa, en mi piso, y evitar a la gente por completo, no vaya a ser que alguno descubra que soy la infame viuda del médico de la que hablan los periódicos. O —por usar otro nombre que me han dado los periodistas— la Viuda Negra.

Mi aspecto es muy distinto al que tenía cuando hui por primera vez, ya que me he teñido el pelo y me lo he cortado, además de llevar ropa mucho más desaliñada de lo que estaba acostumbrada. Todo ello me ha ayudado a seguir pasando desapercibida. Salvo someterme a cirugía plástica, no hay mucho más que pueda hacer para alterar mi aspecto, aunque tampoco quiero ser tan drástica. No quiero que me operen, no solo porque no puedo permitírmelo, sino porque, si puedo evitarlo, prefiero no pasar por el quirófano. Hasta ahora, nadie me ha reconocido con los cambios superficiales que me he hecho y espero poder seguir así.

Aunque estoy contenta de que mi nuevo aspecto y mi nueva vida me hayan mantenido fuera del radar, sigo añorando mi antigua forma de vida, aquella en la que podía llevar la ropa que quería, peinarme como me gustaba y ponerme guapa en lugar de vestir con sencillez. También añoro la vida en la que tenía amigos a los que podía llamar y divertidos eventos sociales a los que asistir los fines de semana. Echo de menos todo eso. Lo que daría por arreglarme y tomarme una copa con unos amigos para ponerme al día de los cotilleos. Más que eso, echo de menos a mis padres, y me rompe el corazón no poder volver a verlos y que no conozcan a su preciosa nieta. Me encantaría verlos con Cecilia, haciéndola saltar sobre sus rodillas y haciéndole muecas. Tiene la sonrisa de mi padre y los ojos de mi madre, lo cual es maravilloso, pero también significa que me acuerdo de ellos cada vez que la miro a la cara. No puedo decidir si es mejor que Cecilia se parezca más a mi familia que a Greg, pero probablemente sea preferible así.

Es mejor mirar a mi hija y que me recuerde a mis padres que al hombre que asesiné.

Pero es duro criarla sin el apoyo de mis padres y aún más duro perder tanto tiempo con ellos. Me encantaría pasar un tiempo precioso con ellos como adultos, algo tan sencillo como un café con mamá y un largo paseo con papá, porque nunca sabemos cuánto tiempo nos quedará con ellos, ¿verdad? Pero, a medida que pasan las semanas y mi desapego por mi antigua forma de vida crece día a día, sé que nunca podré volver a verlos.

Es demasiado arriesgado.

En resumidas cuentas, aquí no conozco a nadie, salvo a mi médico, mi casero y mi vecina de al lado, y eso no es una gran red de apoyo. Tal vez hoy conozca a otra madre y nos hagamos amigas de verdad al encontrarnos con frecuencia para jugar con nuestros bebés, y hablaremos del mundo mientras tomamos un café o incluso una copa de vino. Mi nerviosismo ante la posibilidad de hacer una nueva amiga es la razón por la que me quedo fuera del centro comunitario. La antigua yo, segura de sí misma, ya habría cruzado estas puertas con una gran sonrisa en la cara, saludando a cualquiera que conociese antes de pasar a mantener muchas conversaciones interesantes con personas que estarían deseando volver a verme. La nueva yo es muy diferente, llena de ansiedad, dudas, y casi prefiere ser una observadora que el centro de atención. No hay duda de que me va a resultar más difícil hacer amigos si estoy tan cohibida y tengo miedo de abrirme a la gente, no sea que descubran quién soy en realidad y qué estoy ocultando. Supongo que tendré que intentarlo, o me sentiré muy sola durante mucho tiempo.

Sin embargo, también soy consciente de que sentirse sola es un pequeño precio a pagar por ser libre. Mientras no esté esposada y pueda criar a mi hija, no me quejo demasiado.

Pero hay alguien ahí fuera que tiene todo el derecho a quejarse, y esa es Alice, la amante de mi difunto marido y una mujer que no hace mucho estuvo encarcelada gracias a mis maquinaciones. Sé que la mujer a la que inculpé del asesinato de Drew ya ha salido de la cárcel tras la anulación de su condena, algo que tenía que ocurrir a ojos de la justicia porque era inocente, pero que me ha causado muchos problemas desde entonces. Mientras Alice estaba entre rejas, yo era libre de vivir a mi antojo, residir en una lujosa casa en mi ciudad natal, Manchester, y sentirme bastante satisfecha por haberme librado del asesinato y haberme cobrado la venganza perfecta tanto del marido que me traicionó como de su atractiva amante. Ahora, Alice está fuera y soy yo la que vive en el purgatorio, que no es en absoluto como se suponía que esto iba a desarrollarse.

Sigo sintiéndome agraviada por lo que Drew y Alice hicieron a mis espaldas; aún hoy lo estoy pagando. Pero ¿qué pasa con Alice? El hecho de que esté libre no significa que sea feliz. Pasó por un infierno tanto en los tribunales como en la cárcel antes de que se descubrieran mis mentiras y, por eso, tengo que suponer que está decidida a vengarse. Estoy segura de que ahora está ahí fuera, soñando con mi caída, tramando la forma de conducir a la policía hasta mí y ser testigo de mi detención y encarcelamiento. Sé que yo estaría haciendo exactamente lo mismo si estuviera en su lugar.

Alice debe estar desesperada por encontrarme, pero yo estoy igual de desesperada por permanecer oculta.

Solo el tiempo dirá quién de las dos sale vencedora.

¿La mujer del médico?

¿O la amante del médico?

2

ALICE

Miro Arberness por la ventana y pienso en lo diferente que este pueblo del norte de Inglaterra era antes. Antes era tan tranquilo, tranquilo y apacible. Pero ya no lo es, o al menos no para mí.

Porque estos días solo oigo llorar.

Me alejo de la ventana y de la vista del mundo exterior —que ofrece una libertad con la que ya no puedo identificarme—, veo a mi angelical pero absorbente niña tumbada en su cuna y suelto un profundo suspiro. Mi bebé puede parecer adorable — todavía no tiene pelo, aunque los mechones rubios son sin duda inminentes porque yo también soy rubia—, pero es un trabajo duro.

Evelyn está despierta, otra vez, y llora, otra vez, y yo me siento completamente agotada, otra vez.

Aunque sé que debería acercarme a la cuna e intentar calmar a mi angustiada bebé, lo demoro un momento porque solo han pasado diez minutos desde que la acosté. No he tenido ni de lejos suficiente descanso de mis deberes maternales en este tiempo. Solo quiero que mi hija duerma y, lo que es igual de importante, quiero dormir yo, pero parece que ninguna de las dos opciones es viable por el momento. Por eso, mientras veo a Evelyn, mi hija de ocho meses, llegar al punto en que se le llenan los ojos de lágrimas, yo también tengo ganas de llorar por el cansancio y por el deseo de descansar de la maternidad por un solo día.

Nunca planeé tener un bebé y, desde luego, no planeé tener al bebé del doctor Drew Devlin. Mi aventura con él fue un error desde el primer día y dio lugar a todo tipo de imprevistos, pero Evelyn fue el más inesperado de todos. Decir que mi embarazo me pilló por sorpresa sería quedarse corto. Mi desafortunada cita con Drew en su consulta después de que me siguiera hasta Arberness tuvo repercusiones de gran alcance que nunca habría podido predecir en aquel momento. Aquel encuentro ilícito no solo hizo que la mujer de Drew descubriera que su marido estaba conmigo de nuevo, sino que hizo que una pequeña vida empezara a crecer dentro de mí. El impacto de eso ha sido casi tan transformador como mi injusto encarcelamiento.

La cárcel era dura, aunque al menos allí podía dormir unas horas seguidas. Pero ahora, al vivir con un bebé que se niega a descansar, me siento abrumada, incluso más que cuando me enfrentaba a años entre rejas por un delito que no cometí.

Sé que es estúpido comparar lo que pasé con Fern con ser madre primeriza, pero estoy tan cansada que no puedo evitarlo. Mi mente está tan confusa como mis ojos, que están enrojecidos por el cansancio, y aunque todavía no se lo he confesado a nadie, es obvio lo que está pasando.

No estoy bien.

Mientras sigo demorándome en coger a Evelyn y calmarla, pienso en lo difícil que me ha resultado desde que nació. Me dijeron que los bebés duermen mucho la primera semana después de nacer y que, en las semanas siguientes, suelen descansar entre doce y dieciséis horas en un periodo de veinticuatro horas. Mi experiencia no ha sido esa; Evelyn apenas duerme y nunca descansa más de media hora seguida. Esta es solo una de las muchas razones por las que siento envidia y rabia cuando leo artículos en Internet sobre madres primerizas que hablan de horarios de sueño y de sus bebés, que pueden pasarse toda la noche sin despertarse. Las redes sociales han sido otra fuente de frustración para mí porque parecen estar llenas de madres que «están viviendo la maternidad perfecta», compartiendo consejos sobre cómo tener un hijo que duerme toda la noche y al que se puede llevar a restaurantes o incluso de vacaciones sin que haga ni pizca de ruido.

¿De verdad? ¿Es factible? ¿Podría conseguir que mi bebé durmiera más de treinta minutos seguidos o sacarla a pasear en público sin que se pusiera a llorar? No lo sé, puede que sí, pero estoy demasiado agotada para intentarlo.

Sé que debería sentirme afortunada por haber sido bendecida con una niña sana, pero me siento desafortunada por lo duro que ha sido, y eso incluso sin tener en cuenta mis inusuales circunstancias vitales. Estoy criando a una niña huérfana de padre porque el padre de Evelyn murió antes incluso de que supiéramos que la habíamos concebido, y esa es una circunstancia trágica que no muchas madres tienen que experimentar. Ya estoy temiendo el día en que Evelyn empiece a preguntarme por su padre, y desde luego estoy temiendo el día en que tenga edad suficiente para leer las noticias y saber exactamente qué le pasó y por qué. ¿Qué clase de efecto va a tener en ella en la edad adulta ir por la vida sabiendo que su padre fue asesinado en una playa porque su madre tenía una aventura con él a espaldas de su mujer? Supongo que mi mayor temor es que, cuando Evelyn sea capaz de valerse por sí misma, me diga que me odia y que no quiere volver a hablarme. Y eso hará que todo por lo que estoy pasando aquí parezca una completa pérdida de tiempo.

Por supuesto, quiero que mi hija me ame, pero con lo que hice en el pasado y el hecho de que sus padres hayan aparecido tanto en las noticias, ¿es eso posible? ¿No quieren todos los niños un hogar estable? Por desgracia, no puedo darle eso a Evelyn porque no hay nada estable en mí ni en el proceso por el que pasé para acabar teniéndola. Tampoco espero que haya mucha estabilidad en el horizonte, y menos con mi delicado estado mental.

El llanto es cada vez más fuerte, pero sigo sin hacer nada para ponerle fin, por lo que se abre la puerta de la habitación y llega la ayuda en forma de la tercera persona con la que comparto esta casa. Es mi nuevo novio. Es un hombre que está demostrando ser más hábil que yo en el cuidado de un bebé, aunque no es que haga falta mucho para ganarme en eso. Para encajar a la perfección con mi alocada situación, mi nuevo novio es también el hombre que investigó la muerte del padre de Evelyn y ayudó a meterme entre rejas por ese crimen después de tragarse las mentiras de Fern. Con el tiempo, se dio cuenta de su error y ayudó a que me liberasen. Es un hombre al que aprendí a perdonar porque tenemos algo en común, y eso es que Fern nos jodió a los dos. También es un hombre que ha sido un regalo del cielo desde que supe que iba a ser madre, pues me ayudó tanto antes como después del parto.

Es el detective Tomlin.

—No pasa nada, pequeña, ven aquí —dice inclinándose sobre la cuna, con la corbata colgando sobre mi hija y su manta, y la camisa blanca se le arruga al cogerla. Recuerdo que este hombre tenía un aspecto bastante desaliñado cuando lo vi por primera vez poco después de que encontraran el cadáver de Drew en la playa, pero desde entonces ha mejorado un poco su aspecto. Supongo que lo ha hecho por mí porque ahora tiene a alguien a quien impresionar, cosa que apreciaría más si no estuviera tan cansada todo el tiempo.

En cuanto coge a Evelyn, ella deja de llorar. Suele ser así: solo quiere que la cojan en brazos, lo cual sería bonito si no fuera porque es imposible tener a un bebé en brazos todas las horas del día. Pero, mientras mi novio acuna a mi hija y le susurra palabras dulces, me pregunto por qué él hace que parezca tan fácil mientras que a mí me resulta imposible.

Mientras veo a Tomlin desempeñar con éxito tareas que yo soy incapaz de realizar, siento de nuevo la vergüenza, el remordimiento y la tristeza habituales al darme cuenta de que no soy la madre perfecta que creía que podía ser. Pero también siento otra cosa: alivio, porque con él aquí no tengo que ocuparme del problema. Por eso salgo de la habitación, alejándome de esta estresante situación.

—¿Estás bien? —me pregunta Tomlin cuando me ve salir, antes de volver a hacer callar a Evelyn, que muy probablemente va a necesitar que la cambien y la alimenten de nuevo ahora que está despierta.

—Sí, voy a lavar unos biberones —digo, y me dirijo escaleras abajo antes de que haya alguna posibilidad de que Tomlin me dé al bebé y se ofrezca a lavarlos él. La verdad es que necesito un descanso y es mejor estar en la cocina haciendo tareas aburridas que volver a ese dormitorio donde he pasado tantas noches en vela.

Debería aprovechar el poco tiempo de que dispongo para ser proactiva y ponerme a esterilizar un par de biberones para futuras tomas, como le acabo de decir a Tomlin, pero en lugar de eso me dejo caer en una silla de la mesa de la cocina y descanso la cabeza entre las manos. Hoy es el día libre de Tomlin, y lo agradezco porque significa que no tengo que hacerlo todo yo sola, pero eso no significa que sea fácil. Lo que daría por poder salir de aquí e ir a hacer algo que no implique pañales sucios, eructos o intentar calmar a una niña inquieta. Tal como están las cosas, estoy atrapada, y por eso a veces pienso que ahora estoy en una especie de prisión mental, en contraposición a la prisión física en la que estaba después de que Fern me incriminara.

Frustrada y llorosa, golpeo con las manos la mesa de la cocina, pero ¿a quién quiero engañar? No me siento así porque me cueste adaptarme a mis nuevas responsabilidades.

Me siento así porque la mujer que odio sigue ahí fuera, libre y viviendo su vida.

Sigo sin saber dónde está Fern ni entiendo cómo ha podido eludir a la policía durante tanto tiempo. Lo que sí sé es que cada segundo que está libre es un insulto más a lo que he pasado y a la memoria de los hombres a los que ha hecho daño por el camino.

Fern es una asesina en serie, no hay otra forma de describirla.

Mató a Drew porque la engañaba, usando a mi marido, Rory, como parte de su plan.

Luego mató a Rory porque pensó que se había convertido en una carga para ella.

Después, por si fuera poco, mató a Greg, un viejo amigo de Drew que se hacía pasar por el novio de Fern con la esperanza de sacarle una confesión. Murió, aunque no en vano, porque la confesión que grabó en secreto y envió a Tomlin fue lo que me permitió salir de la cárcel, así que le estaré eternamente agradecida por ello. Aunque esto aún está lejos de resolverse; Fern desapareció después de matar a Greg y, de momento, todavía no la han encontrado.

Pero lo harán. No puede permanecer escondida para siempre. Se equivocará. Cometerá un error. Hará algo que no debería. Conociendo a Fern, no podrá evitarlo. A ella siempre le ha gustado la buena vida y, aunque ahora pueda estar pasando dificultades, dudo que continúe así durante mucho tiempo. Una mujer como ella es muy persistente y ambiciosa, y esas dos cualidades podrían acabar siendo su perdición.

El problema para mí es que está tardando demasiado. Parece que la policía no consigue encontrarla, lo cual es un gran inconveniente, porque ¿y si se dan por vencidos? Me digo a mí misma que me sentiré mejor cuando la encuentren porque así podré pasar página, pero ¿lo conseguiré de verdad?

Da miedo pensar que podría no hacerlo.

Por ahora, tengo que esterilizar los biberones mientras pueda.

Eso es porque Evelyn está llorando otra vez arriba.

Puede que yo empiece a hacer lo mismo dentro de un minuto.

3

FERN

Como esperaba, a Cecilia parece encantarle la clase sensorial. Sonríe cuando agito la maraca de colores brillantes delante de su cara y se ríe cuando golpeo la pandereta. Sobre todo, se queda hipnotizada cuando se apagan todas las luces y se proyectan varias estrellas brillantes en el techo, lo que hace que parezca que viajamos por el espacio en lugar de estar sentadas en una habitación a oscuras de un centro comunitario de Cornualles.

Por eso, cuando termina la clase y todos se disponen a marcharse, creo que para ella ha merecido la pena, y diría que para mí también. Tuve que echar mano de mis muy limitados fondos para pagar la inscripción a esta clase, pero puedo hacer pequeñas concesiones como esa por mi hija, sacrificando gastar ese dinero en mí, como haría cualquier buena madre.

Estar rodeada de gente era algo que necesitaba después de pasar tanto tiempo con Cecilia en el piso que compartimos, y aunque no ha habido muchas posibilidades de conversar entre tanto ruido de instrumentos musicales, sí que he entablado conversación con algunas otras madres. Estoy segura de que no tenían motivos para dudar de mí cuando les he dado mi nombre falso ni cuando les he contado mi historia falsa. La historia que cuento es que me mudé aquí desde el norte después de romper con el padre de Cecilia, y quería empezar una nueva vida aquí porque era donde veraneaba de niña y siempre había soñado con vivir en la zona algún día.

Aunque ha sido muy fácil dar vueltas en la cama por la noche e imaginar que alguien se daba cuenta de mis mentiras y llamaba a la policía para decirles que habían encontrado a la mujer más buscada del Reino Unido, la verdad es que ese temor no es realista. Ya no tengo el aspecto de antes, con mi nuevo color de pelo, mi evidente falta de maquillaje y mi inclinación a llevar ropa holgada y poco estilosa, en lugar de las prendas más modernas que solía llevar. También ayuda mucho que tenga un bebé, porque, por lo que sabe la policía, soy una mujer soltera que se mueve sola. Nadie sabía que estaba embarazada cuando me fugué, así que no buscan a una madre soltera con un bebé. Aunque no me quedé con Cecilia porque quisiera un disfraz adicional, es innegable que su presencia me está ayudando a esconderme, porque ninguno de los artículos de los periódicos menciona que tenga un hijo. Espero que siga así, porque entonces quizá nunca me encuentren.

Sin embargo, lo que los periódicos sí han mencionado es que alguien relacionado con mi caso tiene un bebé, y decir que fue un shock cuando me enteré sería quedarse corto. Mientras que mi bebé podría seguir siendo un secreto, lo sé todo sobre el de Alice. Según los medios de comunicación, yo también conozco al padre de su hija.

Es Drew.

En las noticias son solo rumores, porque Alice no ha hablado con ningún periodista ni lo ha hecho oficial, pero todos dan por sentado que el bebé que iba en el cochecito que Alice empujaba por Arberness es de mi difunto marido, el hombre con el que tuvo una aventura antes de que yo la cortara de raíz de forma tan espectacular. Supongo que existe la posibilidad de que Alice lo concibiera con Rory, su difunto marido, antes de que este falleciera, pero eso no da mucho juego en los periódicos.

El bebé del médico

Ese titular llama más la atención que cualquier otro.

¿Y qué si es verdad? ¿Me importa que Drew tenga una hija y que Alice sea su madre? Me digo a mí misma que no, aunque mentiría si dijera que no me he despertado en mitad de la noche y me he preocupado por ello. Pero ¿qué puedo hacer? Tengo que criar a mi propio bebé, así que debo centrarme en ella y, además, que Alice tenga una hija puede ser algo bueno. Si está ocupada siendo madre, tal vez esté demasiado ocupada para buscarme.

Mientras me dirijo a la salida, Kirsty, una madre con la que he hablado un poco en clase, me dice que le gusta mi pelo y me pregunta a qué peluquería he ido. Me quedo paralizada un momento porque la verdad es que se trata de una peluca, aunque obviamente no puedo decirlo sin levantar sospechas.

—Oh, eh, una amiga me lo arregló cuando vino a visitarme —le digo—. Es peluquera.

—Es precioso —dice la madre con el cochecito más caro que el mío y, por un segundo, temo que vaya a estirar la mano y tocarme el pelo, lo que amenazaría con arruinar la ilusión. Pero no lo hace, y mi secreto está a salvo mientras la conversación gira en torno a los horarios de sueño y salimos a la calle. Me pregunto si Kirsty me acompañará hasta mi piso. Espero que no porque no quiero que vea dónde vivo; es un lugar muy indeseable. Sin embargo, me ahorro cualquier incomodidad porque ella y su lindo bebé me dejan a mitad del paseo marítimo y giran por una calle que sé que está llena de casas muy amplias y caras. Nos despedimos y nos decimos que estamos deseando vernos en la clase de la semana que viene. Entonces volvemos a estar solas Cecilia y yo. Regresamos al piso que he alquilado y que, sin duda, es muy diferente de aquel al que acaba de volver mi nueva amiga.

Este es mi hogar.

Si es que me atrevo a llamarlo así.

Basta con echar un vistazo al lúgubre lugar en el que ahora resido para que mi corazón se llene de tristeza, porque si hay algo que demuestre lo mucho que ha empeorado mi vida es esto. Estoy criando a Cecilia en un piso que apenas es apto para vivir en él, y al contemplar el mugriento entorno que me rodea, dejo escapar un triste suspiro.

Los montones de bolsas de basura delante de algunas puertas son tan antiestéticos como el carro de la compra volcado en el suelo. Mientras me acerco a la puerta de mi casa, la música a todo volumen que se oye en uno de los pisos tampoco contribuye a mejorar el ambiente de este lugar. No es raro que esa música esté así de alta hasta bien entrada la noche, que es, obviamente, justo lo que necesitan los padres de un niño pequeño cuando llega la hora de irse a la cama.

Mientras empujo el cochecito para adentrarme en este «encantador» lugar, mis ojos se detienen en una botella de vino vacía que descansa contra una de las sucias paredes de ladrillo. Tengo que apartar la mirada con rapidez cuando por accidente establezco contacto visual con un joven encapuchado. Parece problemático, pero extrañamente me doy cuenta de que, si alguna vez interactuásemos, yo acabaría siendo la más peligrosa de los dos.

A diferencia de la mayoría de las zonas de este pueblo —que son perfectas para las fotos y adornan el frente de las postales—, esta es una zona muy poco cuidada. Está muy lejos de las lujosas casas que se encuentran en lo alto de los acantilados con vistas panorámicas del mar y a un millón de kilómetros metafóricos de las grandes propiedades con coches caros en la entrada. Desde luego, es diferente de los lugares en los que viví en el pasado, ya fuera una amplia casa en Manchester o una enorme propiedad en Arberness que ofrecía fantásticas vistas del mar, literalmente al otro lado de la calle, frente a la puerta de mi casa. Pero los tiempos han cambiado, y esto es todo lo que puedo permitirme ahora, aunque espero que no sea así para siempre.

Cuando llego a la puerta de mi piso, saco la llave y me dispongo a entrar en mi humilde morada. Pero, antes de que pueda hacerlo, oigo cómo se abre la puerta de al lado y veo la cara sonriente de mi vecina, Victoria.

—¡Hola, Teresa! ¿Cómo está la pequeña Cecilia? —me pregunta Victoria.

Yo también sonrío porque es agradable ver una cara amiga, sobre todo una que adora a mi pequeña.

—Está muy bien, gracias —le digo mientras Victoria se entretiene haciendo monerías a Cecilia, que está en el cochecito, y le doy a mi vecina la oportunidad de tener esta divertida interacción con mi hija.

Victoria es cinco años más joven que yo, y aún le falta mucho para llegar a los cuarenta, como me ocurrió a mí no hace mucho. Tiene una belleza que yo sentía que poseía antes de pasar muchas noches en vela como madre primeriza, además de todas las tensiones que conlleva la vida diaria. Mientras yo lucho a diario con mi actual situación, Victoria siempre parece positiva y, con sus ojos brillantes, su deslumbrante pelo rojo y su amplia sonrisa, es un verdadero rayo de luz en este sombrío y pequeño punto del mapa. Por supuesto, no sabe nada de mi verdadera identidad y, por lo que a ella respecta, no soy más que una mujer como ella, con un poco de mala suerte y teniendo que vivir aquí hasta que consiga sanear mis finanzas y, de hecho, mi vida en general.

—Es preciosa —dice Victoria mientras le hace cosquillas en la mejilla a Cecilia. A mi niña le gusta y lo sé porque recompensa a nuestra vecina con una hermosa sonrisa. Esa sonrisa ha aparecido en las últimas semanas, pero me derritió el corazón cuando la vi por primera vez y sigue haciéndolo a día de hoy.

—Acabamos de ir a una clase sensorial, ¿a que sí? —digo de esa manera tan de madre en la que entablo conversación con un adulto pero hablo como si me dirigiese al bebé.

¿Por qué hacen eso los padres? No lo sé, pero yo no soy diferente.

—¡Vaya, suena divertido! —exclama Victoria, y es obvio que a mi vecina le encantan nuestras charlitas. Se necesita mucho para alegrar el día en estos pisos, pero una preciosa niña parece obrar la magia. Sin embargo, a mí me vendría bien entrar en mi propio piso porque tengo cosas que hacer, así que se lo hago saber a mi vecina de la forma más educada posible.

—Será mejor que la lleve dentro. Tengo la sensación de que hay un pañal sucio que hay que cambiar —digo, y eso siempre funciona para que la gente deje de hacer monerías a Cecilia y me la vuelva a dejar a mí.

—Bueno, que tengáis un buen día. Nos vemos pronto —dice Victoria, mostrando afecto por Cecilia una vez más antes de apartarse del cochecito y dejarnos entrar en casa.